


Ayer, bajo un cielo frío pero soleado en los suburbios de Nørrebro, se vivió una de esas noches que te recuerdan por qué el rock pesado no se mide en multitudes, sino en vibraciones compartidas. El escenario fue Stengade, ese mítico reducto de la resistencia antifascista, con alma libre y espíritu de bar rockero que late en las venas de Copenhague. Un lugar pequeño, rodeado de la belleza de Nørrebro, con sus calles que respiran cultura y contracultura, y donde las luces son pocas pero las emociones muchas. La cerveza fluía, las charlas se cruzaban y, aunque no éramos más de 40 personas, la atmósfera era tan cargada que bastaba para llenar cualquier estadio.
Algo que hay que bancar y destacar con todas las letras: el sonido de Stengade es impecable. Arrasador, nítido y perfecto. No importa que el lugar sea chico; cuando las bandas se suben ahí, suenan demoledor. Cada riff, cada golpe de batería, cada bajo retumbó con una claridad que te atravesaba el cuerpo. Un verdadero lujo para los oídos pesados.
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Abrió la velada LiveDevil, un trío danés que supo imponer su ley desde el primer acorde. Su propuesta: un viaje pesado y atmosférico donde los bajos densos se arrastraban como magma, las baterías simples pero demoledoras marcaban un pulso doom ineludible y las guitarras stoner se encargaban de teñir todo con un salvajismo crudo. Durante 40 minutos, entregaron un set potente y visceral, con la complicidad de su público local que no dejó de bancarlos. Uno de los momentos más humanos de la noche fue cuando, en medio del set, apareció una torta de cumpleaños para el guitarrista y todo el recinto, copa en alto, coreó el cumpleaños feliz. Pequeños gestos que hacen grandes noches. LiveDevil no solo sonó fuerte, sonó sincero.
Tras una espera de media hora lo justo para refrescar las cervezas y las expectativas llegó el turno de Hippie Death Cult, la banda de Portland que desde 2015 viene labrando su camino en la escena doom y stoner internacional. Con unas pocas almas más sumándose al lugar, la expectativa se cortaba con cuchillo. Y no decepcionaron. Lo suyo fue una descarga de riffs mastodónticos, groove denso y una interpretación incendiaria. La voz de la cantante, entre growls y melódicos que subían como mareas, elevaba la intensidad en cada tema, mientras la banda tejía una pared de sonido que golpea directo al pecho. Durante más de una hora, repasaron clásicos de su último disco Helichrysum con “Toxic Annihilator” y “Red Giant” haciendo estragos y nos regalaron un solo de batería de al menos siete minutos que dejó a todos atónitos. Crudo, violento y a la vez preciso, el sonido de Hippie Death Cult fue un viaje que no soltó a nadie hasta el último acorde.
Anoche en Stengade no hubo grandes multitudes ni producción millonaria. Hubo algo mejor: una comunión honesta entre bandas y público, riffs que te sacuden el alma, un sonido de primer nivel y la certeza de que las noches pequeñas, cuando son verdaderas, se vuelven gigantes.



Ayer, bajo un cielo frío pero soleado en los suburbios de Nørrebro, se vivió una de esas noches que te recuerdan por qué el rock pesado no se mide en multitudes, sino en vibraciones compartidas. El escenario fue Stengade, ese mítico reducto de la resistencia antifascista, con alma libre y espíritu de bar rockero que late en las venas de Copenhague. Un lugar pequeño, rodeado de la belleza de Nørrebro, con sus calles que respiran cultura y contracultura, y donde las luces son pocas pero las emociones muchas. La cerveza fluía, las charlas se cruzaban y, aunque no éramos más de 40 personas, la atmósfera era tan cargada que bastaba para llenar cualquier estadio.
Algo que hay que bancar y destacar con todas las letras: el sonido de Stengade es impecable. Arrasador, nítido y perfecto. No importa que el lugar sea chico; cuando las bandas se suben ahí, suenan demoledor. Cada riff, cada golpe de batería, cada bajo retumbó con una claridad que te atravesaba el cuerpo. Un verdadero lujo para los oídos pesados.
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Abrió la velada LiveDevil, un trío danés que supo imponer su ley desde el primer acorde. Su propuesta: un viaje pesado y atmosférico donde los bajos densos se arrastraban como magma, las baterías simples pero demoledoras marcaban un pulso doom ineludible y las guitarras stoner se encargaban de teñir todo con un salvajismo crudo. Durante 40 minutos, entregaron un set potente y visceral, con la complicidad de su público local que no dejó de bancarlos. Uno de los momentos más humanos de la noche fue cuando, en medio del set, apareció una torta de cumpleaños para el guitarrista y todo el recinto, copa en alto, coreó el cumpleaños feliz. Pequeños gestos que hacen grandes noches. LiveDevil no solo sonó fuerte, sonó sincero.
Tras una espera de media hora lo justo para refrescar las cervezas y las expectativas llegó el turno de Hippie Death Cult, la banda de Portland que desde 2015 viene labrando su camino en la escena doom y stoner internacional. Con unas pocas almas más sumándose al lugar, la expectativa se cortaba con cuchillo. Y no decepcionaron. Lo suyo fue una descarga de riffs mastodónticos, groove denso y una interpretación incendiaria. La voz de la cantante, entre growls y melódicos que subían como mareas, elevaba la intensidad en cada tema, mientras la banda tejía una pared de sonido que golpea directo al pecho. Durante más de una hora, repasaron clásicos de su último disco Helichrysum con “Toxic Annihilator” y “Red Giant” haciendo estragos y nos regalaron un solo de batería de al menos siete minutos que dejó a todos atónitos. Crudo, violento y a la vez preciso, el sonido de Hippie Death Cult fue un viaje que no soltó a nadie hasta el último acorde.
Anoche en Stengade no hubo grandes multitudes ni producción millonaria. Hubo algo mejor: una comunión honesta entre bandas y público, riffs que te sacuden el alma, un sonido de primer nivel y la certeza de que las noches pequeñas, cuando son verdaderas, se vuelven gigantes.