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Iron Maiden – 40 años
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Por: Juan Manuel Guarino

Pocos álbumes debut han marcado un quiebre tan significativo en la música pesada como el primer disco de Iron Maiden. Para hablar de “Iron Maiden”, el LP, tendríamos que equipararlo con otras placas debut fundamentales en la historia del Heavy Metal como el disco homónimo de Black Sabbath o “Kill’em All” de Metallica. Luego de muchos años de lucha, en una escena inglesa totalmente dominada por la música Punk, para Steve Harris – bajista, miembro fundador y principal compositor de la banda – finalmente había llegado el momento de materializar los resultados después de tanto esfuerzo. Y ése momento marcó la fecha del calendario el 14 de abril de 1980. Aunque, ya que mencionamos al jefe Steve, hay que decir que fue el primero en renegar del resultado final de este emblemático disco debut. Al día de hoy, cuarenta años después, sigue renegando del mismo. 

Como todo hito en la historia de la música, las anécdotas que rodean al mismo son muchas y daría para escribir infinidad de caracteres sobre ellos. Llegar a la concepción de “Iron Maiden” fue una tarea titánica para Harris y los suyos. La inestabilidad en la formación de la banda era una constante en aquellos primeros años de La Doncella de Hierro; miembros que entraban y salían de la agrupación como por una puerta giratoria; un mainstream que se negaba a abrirle las puertas a todo lo que estuviera relacionado al Heavy Metal (bueno, ¿cuándo no?); un productor (Will Malone) que tenía interés en cualquier cosa menos en trabajar con la banda. Con tantos factores en contra ¿cómo podría ser que estemos frente a una de las maravillas de la música pesada? La respuesta puede ser un tanto obvia, más proviniendo de un fan acérrimo de la banda, pero nunca podría ser más acertada: el talento no reconoce de trabas ni condicionamientos impuestos. Eso y sumado a la voluntad de hierro de una persona como Steve Harris, fueron los elementos claves para que Iron Maiden con su disco debut autotitulado hiciera historia. Porque cuando hablamos de música todo esto que intentamos resumir en elogios simplemente queda plasmado y mejor explicado en canciones que, por más que hayan sido concebidas con un sonido espantoso, permanecen inmutables al paso del tiempo. Acaso la pobre labor de Will Malone detrás de la consola de sonido no haya beneficiado más aún la mística y la magia emanadas de la placa, aún cuando sea el propio Harris el que nos lleve la contra; “Estábamos muy emocionados porque era nuestro primer disco y él (por Will Malone) simplemente estaba sentado con los pies en la consola con su periódico y fumando un cigarrillo. Cada vez que íbamos y le preguntábamos cómo había quedado una toma él  simplemente decía ´bah…pueden hacerlo mejor´ y seguía leyendo su periódico. Al final lo ignoramos. De hecho, la producción de este disco es muy pobre porque terminamos produciendo el disco nosotros mismos y no sabíamos realmente lo que hacíamos. Pudo haber sido un gran disco pero para mí nunca lo fue”. Estas reflexiones de Steve Harris se pueden ver en el documental “Early Days” y es necesario citarlas porque cuando hablamos de discos que trascienden el correr de los años los factores extra musicales son tan importantes como los musicales. 

Para Diciembre de 1979 la banda ya había firmado el contrato discográfico con EMI, movida en la que fue fundamental la visión y la estrategia del manager Rod Smallwood. Con todos los papeles en regla, ya estaba todo listo para que los muchachos puedan iniciar su carrera profesionalmente. Junto a Steve Harris estaban el incondicional Dave Murray (guitarra), Paul Di’Anno (voz) y Doug Sampson (batería); pero éste último, quien ya había grabado con la banda el demo “The Soundhouse Tapes”, antes de que finalizara el año decide bajarse del barco por problemas de salud. Su lugar sería reemplazado por el joven Clive Burr quien ya venía de militar en la banda Samson, otro de los nombres que sonaba fuerte por aquellos años dentro del movimiento denominado New Wave Of British Heavy Metal y en donde cantaba un tal Bruce Dickinson (las vueltas de la vida, suelen decirle). Faltaba sumar una guitarra más; y el elegido terminó siendo Dennis Stratton. Conformado ya el quinteto, en Enero de 1980 se dirigieron a los Kingsway Studios en Londres para plasmar su obra.

Para aquél entonces, canciones como “Prowler” o “Running Free” (el single seleccionado para promocionar el álbum) ya los habían acercado a un numeroso grupo de seguidores quienes quedaron estupefactos ante la potencia que desplegaba la banda. Bien es cierto que otros titanes del género como Judas Priest, Motörhead o Saxon ya se habían animado a subir los decibeles y llevar así al Heavy Metal a una nueva dimensión. Pero en Maiden había un factor decisivo proveniente del Rock Progresivo, lo cual los diferenciaba del resto, y que se hacía carne en la asombrosa digitación de Steve Harris con su bajo, allanándole el camino a las guitarras para que hagan su trabajo: es decir, los riffs estridentes y los solos cruzados donde los punteos ejecutados a la par pero tocando diferentes notas al mismo tiempo generaban un efecto irresistiblemente atractivo. Quizás la máxima expresión en lo que a guitarras se refiere podamos encontrarla en el instrumental “Transylvania”. Esos recursos, inéditos por aquél entonces, fueron suficientes para que Iron Maiden influenciara a todas las generaciones venideras dentro del Metal en todas sus variantes. Un buen ejemplo de ello también lo podemos encontrar en “Remember Tomorrow” (versionada frecuentemente por Metallica); con sus líneas de bajo iniciales que nos sumergen a una atmósfera oscura y melodramática para luego terminar estallando violentamente a la mitad de la canción. También cierta furia Punk la podemos encontrar en temas como “Charlotte The Harlot” – la única composición que le pertenece íntegramente a Dave Murray en toda la discografía de la banda – o en la propia “Iron Maiden”, canciones que calzaban perfectamente con el registro vocal agresivo de Paul Di’Anno, aunque también vale la pena mencionar que el cantante se lucía en momentos más relajados como en la balada “Strange World”. Pero si hay una canción que resume todos los recursos de los cuales se valía Iron Maiden y la cual es prácticamente la más aclamada por los fans de manera unánime a la hora de hablar de este LP ésa sin dudas es “Phantom of the Opera”. La prueba definitiva de que se podía combinar Rock Progresivo con la agresividad del Punk y con las armonías de las guitarras propias del Heavy Metal, se encuentran condensados en siete minutos y veinte segundos en donde Harris homenajea al personaje de la novela creada por Gastón Leroux.  

Y sí el contenido del disco era sencillamente impresionante, el envoltorio no podía ser menos. Aquí entra en escena otro personaje clave en la historia de la banda llamado Derek Riggs. El diseñador gráfico acabaría por darle vida al monstruo-mascota de Iron Maiden conocido como Eddie, el cual durante los primeros años de la banda era simplemente una máscara de Kabuki colgada al lado del logo de la banda, ubicada atrás de la batería cuando Maiden se presentaba en vivo en los pequeños circuitos ingleses, y que bombeaba humo cada vez que en los shows se ejecutaba la canción que les daba nombre. Ahora Riggs se encargaría de redefinir el concepto del personaje creando a una figura monstruosa, inspirada supuestamente en la cabeza de un soldado norteamericano clavada en una pica de un tanque vietnamita, la cual iría mutando con cada nuevo lanzamiento de la banda. Hoy en día todos estos recursos terroríficos poco podrían ser tomados en serio y hasta causarían gracia. Hace cuarenta años atrás Eddie simbolizaba el terror de todos los padres que no querían que sus hijos se acercaran a la música pesada, además de introducir todo un nuevo concepto para las bandas que querían captar seguidores con un merchandising aterrador. 

Ni bien salió a las calles, “Iron Maiden” trepó rápidamente en el top 10 británico y su consiguiente gira teloneando a Judas Priest por el Reino Unido y a Kiss por el resto de Europa, como así también su aparición en el famoso programa inglés “Tops of the Pops” ejecutando en vivo “Running Free” (la última vez que una banda no había hecho playback en ese programa fue con The Who en 1972), le permitió al quinteto presentarse ante audiencias más multitudinarias. El sueño comenzaba a hacerse realidad. Pero era solamente eso: el comienzo. Hoy, cuarenta años después del inicio de esta maravillosa historia que aún hoy se sigue escribiendo en páginas doradas, “Iron Maiden”, el disco, podrá seguir sonando mal tal cual lo afirma Steve Harris pero sigue siendo tan indispensable como en aquél entonces para comprender el génesis de una banda que se convertiría en uno de los pilares fundamentales del Heavy Metal.

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Como todo hito en la historia de la música, las anécdotas que rodean al mismo son muchas y daría para escribir infinidad de caracteres sobre ellos. Llegar a la concepción de “Iron Maiden” fue una tarea titánica para Harris y los suyos. La inestabilidad en la formación de la banda era una constante en aquellos primeros años de La Doncella de Hierro; miembros que entraban y salían de la agrupación como por una puerta giratoria; un mainstream que se negaba a abrirle las puertas a todo lo que estuviera relacionado al Heavy Metal (bueno, ¿cuándo no?); un productor (Will Malone) que tenía interés en cualquier cosa menos en trabajar con la banda. Con tantos factores en contra ¿cómo podría ser que estemos frente a una de las maravillas de la música pesada? La respuesta puede ser un tanto obvia, más proviniendo de un fan acérrimo de la banda, pero nunca podría ser más acertada: el talento no reconoce de trabas ni condicionamientos impuestos. Eso y sumado a la voluntad de hierro de una persona como Steve Harris, fueron los elementos claves para que Iron Maiden con su disco debut autotitulado hiciera historia. Porque cuando hablamos de música todo esto que intentamos resumir en elogios simplemente queda plasmado y mejor explicado en canciones que, por más que hayan sido concebidas con un sonido espantoso, permanecen inmutables al paso del tiempo. Acaso la pobre labor de Will Malone detrás de la consola de sonido no haya beneficiado más aún la mística y la magia emanadas de la placa, aún cuando sea el propio Harris el que nos lleve la contra; “Estábamos muy emocionados porque era nuestro primer disco y él (por Will Malone) simplemente estaba sentado con los pies en la consola con su periódico y fumando un cigarrillo. Cada vez que íbamos y le preguntábamos cómo había quedado una toma él  simplemente decía ´bah…pueden hacerlo mejor´ y seguía leyendo su periódico. Al final lo ignoramos. De hecho, la producción de este disco es muy pobre porque terminamos produciendo el disco nosotros mismos y no sabíamos realmente lo que hacíamos. Pudo haber sido un gran disco pero para mí nunca lo fue”. Estas reflexiones de Steve Harris se pueden ver en el documental “Early Days” y es necesario citarlas porque cuando hablamos de discos que trascienden el correr de los años los factores extra musicales son tan importantes como los musicales. 

Para Diciembre de 1979 la banda ya había firmado el contrato discográfico con EMI, movida en la que fue fundamental la visión y la estrategia del manager Rod Smallwood. Con todos los papeles en regla, ya estaba todo listo para que los muchachos puedan iniciar su carrera profesionalmente. Junto a Steve Harris estaban el incondicional Dave Murray (guitarra), Paul Di’Anno (voz) y Doug Sampson (batería); pero éste último, quien ya había grabado con la banda el demo “The Soundhouse Tapes”, antes de que finalizara el año decide bajarse del barco por problemas de salud. Su lugar sería reemplazado por el joven Clive Burr quien ya venía de militar en la banda Samson, otro de los nombres que sonaba fuerte por aquellos años dentro del movimiento denominado New Wave Of British Heavy Metal y en donde cantaba un tal Bruce Dickinson (las vueltas de la vida, suelen decirle). Faltaba sumar una guitarra más; y el elegido terminó siendo Dennis Stratton. Conformado ya el quinteto, en Enero de 1980 se dirigieron a los Kingsway Studios en Londres para plasmar su obra.

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