

Crónica y fotos: Monro.vs
Tres bandas, tres formas de escupir rabia y compromiso, y un solo objetivo: incendiar el escenario y hacer que el público lo dé todo.
La noche del 14 de mayo de 2025 quedará grabada a fuego en la memoria del hardcore madrileño. La sala Copérnico tembló con un cartel de peso pesado: Asalto, La Guadaña y los legendarios Madball. Fue un encuentro intergeneracional donde confluyeron la energía cruda de la escena local, la fuerza imparable del underground catalán y la historia viva del New York Hardcore.
La banda local Asalto abrió fuego a las 20:30 con su habitual contundencia. Trajeron canciones con mensaje, un discurso claro y mucha calle en cada riff. Su sonido fue seco, real y lleno de actitud. Desde el primer breakdown, el público respondió con pogos, baile y puños al aire. Fue un arranque demoledor que dejó claro que el hardcore madrileño no solo está vivo, sino más fuerte que nunca.
Después fue el turno de La Guadaña, banda barcelonesa que ha ido ganando respeto a base de sudor, constancia y compromiso. Su show fue compacto, agresivo y muy conectado con la gente. Hablaron poco, tocaron mucho, y su set fue una auténtica apisonadora: “Sin perdón”, “Sangre y Acero”, “Cadena perpetua” e “Inderrocable” fueron algunos de los himnos que marcaron una noche intensa y sudorosa.
El público coreó cada letra, respondió a cada riff y devolvió la energía multiplicada. Josué, el frontman, se bajó al pit para cantar de tú a tú, borrando la línea entre escenario y pista. Fue hardcore puro y sin filtros. La conexión entre banda y público se palpaba en el aire y ese respeto mutuo es lo que da sentido a toda esta escena.
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Y entonces llegó el momento más esperado de la noche: Madball. Freddy Cricien y los suyos salieron con la actitud de siempre, la de quien lleva décadas en esto, pero aún tiene hambre de directo. No han perdido ni un ápice de fuerza y lo demostraron desde el primer acorde. Sonaron clásicos como “Set It Off”, “Pride (Times Are Changing)” e “Infiltrate the System”, combinados con temas recientes que mantienen viva la esencia del NYHC.
Los neoyorquinos se mostraron cercanos, agradecidos y demoledores. Conectaron con el público como si fuera una reunión de viejos amigos. Freddy no dudó en compartir el micro, animar a los más jóvenes y agradecer el apoyo de toda la sala. Como es costumbre en los conciertos hardcore, el público voló por la sala, el micro pasó de mano en mano, y cada breakdown fue una excusa perfecta para liberar cuerpo y alma.
Una vez más, quedó claro: el hardcore es comunidad, es familia, es respeto y es confianza. No cualquiera se lanzaría en plancha desde el escenario esperando que una masa de desconocidos le recoja, pero cuando se cierran las puertas de la sala, las reglas cambian. Ahí dentro no hay desconocidos, hay hermanos de escena, gente que sabe que esto va mucho más allá de la música.
La sala Copérnico vibró de principio a fin. Sin poses, sin artificios, solo hardcore del bueno. Lo que se vivió allí fue más que un concierto. Fue una celebración del espíritu de una escena que sigue viva, combativa y con mucho que decir. El público lo entregó todo —corazón, garganta y litros de sudor—. Y las bandas, por su parte, respondieron con creces.
Esto es hardcore. Y Madrid lo sabe.


Crónica y fotos: Monro.vs
Tres bandas, tres formas de escupir rabia y compromiso, y un solo objetivo: incendiar el escenario y hacer que el público lo dé todo.
La noche del 14 de mayo de 2025 quedará grabada a fuego en la memoria del hardcore madrileño. La sala Copérnico tembló con un cartel de peso pesado: Asalto, La Guadaña y los legendarios Madball. Fue un encuentro intergeneracional donde confluyeron la energía cruda de la escena local, la fuerza imparable del underground catalán y la historia viva del New York Hardcore.
La banda local Asalto abrió fuego a las 20:30 con su habitual contundencia. Trajeron canciones con mensaje, un discurso claro y mucha calle en cada riff. Su sonido fue seco, real y lleno de actitud. Desde el primer breakdown, el público respondió con pogos, baile y puños al aire. Fue un arranque demoledor que dejó claro que el hardcore madrileño no solo está vivo, sino más fuerte que nunca.
Después fue el turno de La Guadaña, banda barcelonesa que ha ido ganando respeto a base de sudor, constancia y compromiso. Su show fue compacto, agresivo y muy conectado con la gente. Hablaron poco, tocaron mucho, y su set fue una auténtica apisonadora: “Sin perdón”, “Sangre y Acero”, “Cadena perpetua” e “Inderrocable” fueron algunos de los himnos que marcaron una noche intensa y sudorosa.
El público coreó cada letra, respondió a cada riff y devolvió la energía multiplicada. Josué, el frontman, se bajó al pit para cantar de tú a tú, borrando la línea entre escenario y pista. Fue hardcore puro y sin filtros. La conexión entre banda y público se palpaba en el aire y ese respeto mutuo es lo que da sentido a toda esta escena.
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Y entonces llegó el momento más esperado de la noche: Madball. Freddy Cricien y los suyos salieron con la actitud de siempre, la de quien lleva décadas en esto, pero aún tiene hambre de directo. No han perdido ni un ápice de fuerza y lo demostraron desde el primer acorde. Sonaron clásicos como “Set It Off”, “Pride (Times Are Changing)” e “Infiltrate the System”, combinados con temas recientes que mantienen viva la esencia del NYHC.
Los neoyorquinos se mostraron cercanos, agradecidos y demoledores. Conectaron con el público como si fuera una reunión de viejos amigos. Freddy no dudó en compartir el micro, animar a los más jóvenes y agradecer el apoyo de toda la sala. Como es costumbre en los conciertos hardcore, el público voló por la sala, el micro pasó de mano en mano, y cada breakdown fue una excusa perfecta para liberar cuerpo y alma.
Una vez más, quedó claro: el hardcore es comunidad, es familia, es respeto y es confianza. No cualquiera se lanzaría en plancha desde el escenario esperando que una masa de desconocidos le recoja, pero cuando se cierran las puertas de la sala, las reglas cambian. Ahí dentro no hay desconocidos, hay hermanos de escena, gente que sabe que esto va mucho más allá de la música.
La sala Copérnico vibró de principio a fin. Sin poses, sin artificios, solo hardcore del bueno. Lo que se vivió allí fue más que un concierto. Fue una celebración del espíritu de una escena que sigue viva, combativa y con mucho que decir. El público lo entregó todo —corazón, garganta y litros de sudor—. Y las bandas, por su parte, respondieron con creces.
Esto es hardcore. Y Madrid lo sabe.