

Crónica y fotos: Juli G. López
En el marco de la segunda edición del Madrid Death Fest, la brutalidad extrema volvió a reinar en la capital con una noche que dejó claro que el underground madrileño vive uno de sus mejores momentos. Una organización solvente, una selección de bandas de primera línea y un ambiente que osciló entre lo fraternal y lo salvaje construyeron una velada difícil de olvidar para todos los asistentes. El cartel tenía como indiscutible cabecera a los portugueses Analepsy, que regresaban a Madrid tras más de una década de ausencia, periodo en el que no han dejado de girar por Estados Unidos y Europa, subiéndose a escenarios de algunos de los festivales más prestigiosos del planeta. Junto a ellos, un elenco de bandas tan diverso como contundente: los italianos Devangelic, los portugueses Resurge y los locales Cerebral Vortex.
La cita tuvo lugar el viernes 7 de noviembre en la sala Moby Dick, que desde primera hora mostró un flujo constante de público. Con un ligero retraso, la segunda edición del festival más extremo de la ciudad arrancó entre un aire de expectación palpable: la comunidad metalera madrileña parece haber abrazado este evento como un nuevo punto de encuentro anual, consolidándolo rápidamente en la escena under.
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Los encargados de prender la mecha fueron los madrileños Cerebral Vortex, cuyo death/thrash de corte old school irrumpió sin miramientos. En poco más de treinta minutos lograron encender a una audiencia que ya superaba al primer Madrid Death Fest, descargando temas afilados y veloces como navajazos. Su actitud directa, sin artificios, preparó el terreno para lo que sería una noche ascendente en intensidad.
En lo técnico, el sonido fue sorprendentemente óptimo en las cuatro actuaciones —algo especialmente meritorio dada la complejidad del género—. Por desgracia, las luces fueron el talón de Aquiles del festival: un uso abusivo e intermitente de estrobos que, pese a las quejas del público, los músicos e incluso los cámaras, no se corrigió durante la noche. Esta decisión empañó por momentos la experiencia, aunque no consiguió opacar el despliegue salvaje de las bandas.
Tras los locales, llegó el turno de viajar al país vecino con Resurge, que irrumpieron con un death metal crudo, duro y con un punto cavernoso que hizo vibrar la sala. Su puesta en escena, decorada con banners y telas, creó un ambiente ritualístico que encajó a la perfección con su propuesta. El vocalista, en constante movimiento, supo conectar con el público y lo mantuvo en un estado permanente de agitación. La mezcla de thrash/death de los portugueses resonó con una fuerza innegable, provocando los primeros moshes serios de la noche.
Y entonces llegaron los italianos Devangelic, una de las bandas de brutal death más sólidas del circuito europeo. Presentando su más reciente trabajo, Xul, los romanos demostraron por qué su nombre resuena cada vez con más fuerza en la escena. Su directo fue una apisonadora: riffs densos, blast beats imposibles y unos graves que literalmente hicieron vibrar el suelo de la sala. Cada tema fue recibido como un golpe directo al estómago, manteniendo al público en un estado de trance violento y entusiasta.
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Finalmente, la sala explotó cuando los esperados Analepsy subieron al escenario. Los portugueses, que actualmente trabajan en nuevo material, ofrecieron un adelanto demoledor con varios temas inéditos mezclados con clásicos de su repertorio más brutal. Desde los primeros compases, la sala se convirtió en un caos controlado: pogos, mosh pits y circle pits se sucedían sin descanso, celebrando esa camaradería tan particular que solo el metal extremo sabe generar. El combo luso, con una precisión quirúrgica y una potencia monumental, dejó claro por qué son una de las bandas más respetadas del brutal death contemporáneo.
La segunda edición del Madrid Death Fest no solo cumplió las expectativas: las reventó. Salvo por el problema lumínico, la noche fue un triunfo absoluto y una celebración del metal extremo en su estado más puro. Si este es el camino, el festival promete convertirse en una cita obligada para los amantes de la brutalidad sonora en la capital.


Crónica y fotos: Juli G. López
En el marco de la segunda edición del Madrid Death Fest, la brutalidad extrema volvió a reinar en la capital con una noche que dejó claro que el underground madrileño vive uno de sus mejores momentos. Una organización solvente, una selección de bandas de primera línea y un ambiente que osciló entre lo fraternal y lo salvaje construyeron una velada difícil de olvidar para todos los asistentes. El cartel tenía como indiscutible cabecera a los portugueses Analepsy, que regresaban a Madrid tras más de una década de ausencia, periodo en el que no han dejado de girar por Estados Unidos y Europa, subiéndose a escenarios de algunos de los festivales más prestigiosos del planeta. Junto a ellos, un elenco de bandas tan diverso como contundente: los italianos Devangelic, los portugueses Resurge y los locales Cerebral Vortex.
La cita tuvo lugar el viernes 7 de noviembre en la sala Moby Dick, que desde primera hora mostró un flujo constante de público. Con un ligero retraso, la segunda edición del festival más extremo de la ciudad arrancó entre un aire de expectación palpable: la comunidad metalera madrileña parece haber abrazado este evento como un nuevo punto de encuentro anual, consolidándolo rápidamente en la escena under.
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Los encargados de prender la mecha fueron los madrileños Cerebral Vortex, cuyo death/thrash de corte old school irrumpió sin miramientos. En poco más de treinta minutos lograron encender a una audiencia que ya superaba al primer Madrid Death Fest, descargando temas afilados y veloces como navajazos. Su actitud directa, sin artificios, preparó el terreno para lo que sería una noche ascendente en intensidad.
En lo técnico, el sonido fue sorprendentemente óptimo en las cuatro actuaciones —algo especialmente meritorio dada la complejidad del género—. Por desgracia, las luces fueron el talón de Aquiles del festival: un uso abusivo e intermitente de estrobos que, pese a las quejas del público, los músicos e incluso los cámaras, no se corrigió durante la noche. Esta decisión empañó por momentos la experiencia, aunque no consiguió opacar el despliegue salvaje de las bandas.
Tras los locales, llegó el turno de viajar al país vecino con Resurge, que irrumpieron con un death metal crudo, duro y con un punto cavernoso que hizo vibrar la sala. Su puesta en escena, decorada con banners y telas, creó un ambiente ritualístico que encajó a la perfección con su propuesta. El vocalista, en constante movimiento, supo conectar con el público y lo mantuvo en un estado permanente de agitación. La mezcla de thrash/death de los portugueses resonó con una fuerza innegable, provocando los primeros moshes serios de la noche.
Y entonces llegaron los italianos Devangelic, una de las bandas de brutal death más sólidas del circuito europeo. Presentando su más reciente trabajo, Xul, los romanos demostraron por qué su nombre resuena cada vez con más fuerza en la escena. Su directo fue una apisonadora: riffs densos, blast beats imposibles y unos graves que literalmente hicieron vibrar el suelo de la sala. Cada tema fue recibido como un golpe directo al estómago, manteniendo al público en un estado de trance violento y entusiasta.
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Finalmente, la sala explotó cuando los esperados Analepsy subieron al escenario. Los portugueses, que actualmente trabajan en nuevo material, ofrecieron un adelanto demoledor con varios temas inéditos mezclados con clásicos de su repertorio más brutal. Desde los primeros compases, la sala se convirtió en un caos controlado: pogos, mosh pits y circle pits se sucedían sin descanso, celebrando esa camaradería tan particular que solo el metal extremo sabe generar. El combo luso, con una precisión quirúrgica y una potencia monumental, dejó claro por qué son una de las bandas más respetadas del brutal death contemporáneo.
La segunda edición del Madrid Death Fest no solo cumplió las expectativas: las reventó. Salvo por el problema lumínico, la noche fue un triunfo absoluto y una celebración del metal extremo en su estado más puro. Si este es el camino, el festival promete convertirse en una cita obligada para los amantes de la brutalidad sonora en la capital.












