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Those Damn Crows en Glasgow: “la gira God Shaped Hole en su máximo esplendor”
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Texto por Finlay Allan

Todavía no eran las siete de la tarde y la fila serpenteaba por la acera húmeda del SWG3 de Glasgow. El aire olía a lluvia reciente y a expectación, y a cada paso escuchaba retazos de guitarras y voces que anticipaban lo que sería una noche intensa. Entrar al hall fue como sumergirse en un microcosmos de energía concentrada: luces bajas, murmullo creciente de fans que iban ajustando sus expectativas y esa sensación que solo los conciertos en salas medianas pueden ofrecer: cercanía con los músicos, pero también una atmósfera lo suficientemente grande para que todo pareciera épico.

Con el escenario aún medio iluminado, James Bruner abrió la noche. Desde los primeros acordes, su banda transmitió la precisión y la fuerza de un conjunto que sabe exactamente hacia dónde quiere ir. “Switchblade” irrumpió con un riff afilado y una base rítmica sólida que hizo que incluso los más reservados empezaran a asentir con la cabeza. Bruner no solo tenía presencia escénica; se movía con seguridad, alternando momentos de introspección con explosiones de energía que mantuvieron a la audiencia atenta desde el primer instante.

La transición hacia “Endless” demostró su versatilidad: un tema cargado de swagger, con un pulso rítmico que invitaba a moverse sin necesidad de grandes artificios. Luego, con “Eye in the Sky”, Bruner ralentizó ligeramente la cadencia, explorando un groove más amplio que permitió que los primeros asistentes respiraran y se sumergieran en las melodías. Su entrega en “Wait For You” resaltó un lado más íntimo; la voz y los solos de guitarra, breves pero precisos, crearon un espacio de reflexión dentro del impulso general del set. Cerró con “Alibi”, donde el público encontró los “whoa-oh” característicos, y “Better Days”, con un slide de guitarra que parecía flotar sobre un pantano sonoro, dejando el hall listo para lo que vendría.

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Cuando Bruner bajó del escenario, el ambiente ya estaba despertando por completo. Su actuación no solo calentó la sala; estableció un estándar de intensidad y musicalidad que los siguientes actos tendrían que igualar. Fue un inicio sólido, sin artificios innecesarios, que demostró que a veces lo mejor es simplemente tocar bien y con intención.

Con la sala ya caliente, Autumn Kings se preparó para un rol complicado: seguir a un buen telonero y preparar al público para el plato fuerte. Y lo hicieron con una mezcla de habilidad y carisma que se notaba desde el primer acorde de “Rising Tide”. La banda se movía con confianza; las guitarras gemelas ofrecían capas sonoras que llenaban cada rincón del SWG3, mientras que la voz principal imponía un tono firme y seguro que mantenía a la audiencia enfocada.

Su repertorio combinó melodías pegajosas con secciones de rock contundente, alternando entre explosiones instrumentales y momentos más reflexivos. En “Into The Fire”, la energía subió y los coros empezaron a resonar; el público, todavía calibrando expectativas, se dejó llevar. La balada “Echoes” permitió un respiro: melodía y letra tomaron protagonismo, preparando el terreno para el clímax con “Kingdom Fall”, cuyo coro fue coreado con entusiasmo y generó un cierre de set que confirmó la capacidad de la banda para mantener la atención del público.

Pero Autumn Kings no se limitaron a sus temas propios. Sorprendieron e interpelaron al público con dos covers inesperados: primero “Bleed It Out” de Linkin Park, que mezclaron con su estilo y contagió a la sala con la familiaridad del hit, y luego “Livin’ la Vida Loca” de Ricky Martin, un guiño irreverente que provocó risas, cantos y movimiento colectivo. Esa audacia no solo mostró versatilidad, sino que añadió un elemento lúdico al concierto, recordando que el rock puede ser intenso y divertido al mismo tiempo.

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A medida que su set avanzaba, Autumn Kings consolidó su papel como puente de la noche: prepararon al público para el headliner, mantuvieron el ritmo y ofrecieron momentos de sorpresa que se sentían frescos y necesarios. Para cuando terminaron, el hall estaba más animado, las expectativas se habían elevado y la transición hacia Those Damn Crows se sentía natural y esperada.

Cuando Those Damn Crows subieron al escenario, la atmósfera cambió de manera inmediata. El estruendoso aplauso que los recibió hizo temblar las paredes del SWG3 y marcó el inicio de lo que sería una actuación memorable. Desde el primer tema, “Dancing With the Enemy”, la banda demostró control total del espacio: riffs pesados, ritmo constante y la presencia de Shane Greenhall —firme, carismático, incendiario— dominando cada rincón del escenario.

La intensidad se mantuvo con “Man on Fire”, donde la ejecución técnica de la banda se combinó con un feeling que hacía que cada riff resonara en el pecho de quienes estábamos frente al escenario. La alternancia entre temas más recientes y clásicos permitió un balance perfecto: “No Surrender” con su coro coreable, “Find a Way” mostrando precisión instrumental y “Spit & Choke” con crudeza y fuerza. Cada canción parecía diseñada para mantener al público en un estado de atención absoluta, a la vez que generaba momentos de comunión colectiva.

La banda supo variar la paleta tonal sin perder cohesión. “Glass Heart” introdujo melodías más suaves, mientras que “Dreaming” amplió la textura sonora con capas instrumentales que creaban profundidad. El punto culminante del set llegó con “The Night Train”, un tema que combinó velocidad, técnica y dramatismo; a continuación “Who Did It” y “I Am” mantuvieron la tensión mientras el público respondía con entusiasmo y sincronización.

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El cierre fue un despliegue de energía total. “Blink of an Eye” activó un coro completo, seguido de “Go Get It” y “Sin on Skin”, hasta llegar a un final emocionante con “This Time I’m Ready” y “See You Again”, que dejaron la sensación de haber sido parte de algo intenso, visceral y memorable. Durante todo el set, Greenhall alternó entre liderazgo firme y cercanía con el público, mientras sus compañeros respaldaban cada nota con fuerza, claridad y actitud. Fue un show equilibrado: pesado cuando debía, melódico cuando era necesario, siempre incluyendo al público como parte del espectáculo.

Lo que más se destaca de esta noche no fue solo la música, sino la narrativa construida por las bandas: Bruner calentó los motores con precisión y estilo, Autumn Kings equilibró intensidad y diversión con sus covers sorprendentes, y Those Damn Crows cerraron con un set que combinó técnica, energía y cercanía. Cada acto cumplió su rol, y juntos generaron una experiencia que tuvo picos de adrenalina y momentos de introspección, sin perder coherencia ni ritmo.

El repertorio cuidadosamente elegido, el dominio escénico y la interacción con la audiencia hicieron que la noche no se sintiera solo como una sucesión de canciones, sino como un viaje. Los riffs, los coros y los silencios estratégicos trabajaron como un todo, generando un flujo que permitió al público conectarse emocional y físicamente con la música. Desde los primeros compases de Bruner hasta los acordes finales de Those Damn Crows, hubo un sentido de narrativa que pocas veces se logra en un solo concierto de rock contemporáneo.

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Texto por Finlay Allan

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Con el escenario aún medio iluminado, James Bruner abrió la noche. Desde los primeros acordes, su banda transmitió la precisión y la fuerza de un conjunto que sabe exactamente hacia dónde quiere ir. “Switchblade” irrumpió con un riff afilado y una base rítmica sólida que hizo que incluso los más reservados empezaran a asentir con la cabeza. Bruner no solo tenía presencia escénica; se movía con seguridad, alternando momentos de introspección con explosiones de energía que mantuvieron a la audiencia atenta desde el primer instante.

La transición hacia “Endless” demostró su versatilidad: un tema cargado de swagger, con un pulso rítmico que invitaba a moverse sin necesidad de grandes artificios. Luego, con “Eye in the Sky”, Bruner ralentizó ligeramente la cadencia, explorando un groove más amplio que permitió que los primeros asistentes respiraran y se sumergieran en las melodías. Su entrega en “Wait For You” resaltó un lado más íntimo; la voz y los solos de guitarra, breves pero precisos, crearon un espacio de reflexión dentro del impulso general del set. Cerró con “Alibi”, donde el público encontró los “whoa-oh” característicos, y “Better Days”, con un slide de guitarra que parecía flotar sobre un pantano sonoro, dejando el hall listo para lo que vendría.

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Con la sala ya caliente, Autumn Kings se preparó para un rol complicado: seguir a un buen telonero y preparar al público para el plato fuerte. Y lo hicieron con una mezcla de habilidad y carisma que se notaba desde el primer acorde de “Rising Tide”. La banda se movía con confianza; las guitarras gemelas ofrecían capas sonoras que llenaban cada rincón del SWG3, mientras que la voz principal imponía un tono firme y seguro que mantenía a la audiencia enfocada.

Su repertorio combinó melodías pegajosas con secciones de rock contundente, alternando entre explosiones instrumentales y momentos más reflexivos. En “Into The Fire”, la energía subió y los coros empezaron a resonar; el público, todavía calibrando expectativas, se dejó llevar. La balada “Echoes” permitió un respiro: melodía y letra tomaron protagonismo, preparando el terreno para el clímax con “Kingdom Fall”, cuyo coro fue coreado con entusiasmo y generó un cierre de set que confirmó la capacidad de la banda para mantener la atención del público.

Pero Autumn Kings no se limitaron a sus temas propios. Sorprendieron e interpelaron al público con dos covers inesperados: primero “Bleed It Out” de Linkin Park, que mezclaron con su estilo y contagió a la sala con la familiaridad del hit, y luego “Livin’ la Vida Loca” de Ricky Martin, un guiño irreverente que provocó risas, cantos y movimiento colectivo. Esa audacia no solo mostró versatilidad, sino que añadió un elemento lúdico al concierto, recordando que el rock puede ser intenso y divertido al mismo tiempo.

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Cuando Those Damn Crows subieron al escenario, la atmósfera cambió de manera inmediata. El estruendoso aplauso que los recibió hizo temblar las paredes del SWG3 y marcó el inicio de lo que sería una actuación memorable. Desde el primer tema, “Dancing With the Enemy”, la banda demostró control total del espacio: riffs pesados, ritmo constante y la presencia de Shane Greenhall —firme, carismático, incendiario— dominando cada rincón del escenario.

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