

Foto de portada: Cecilia Principe
Stone Temple Pilots regresó a Buenos Aires, dejando una huella imborrable en Obras, y demostrando por qué siguen siendo pilares del rock alternativo noventero. Afuera, la ciudad sufría una tormenta torrencial, como presagiando la intensidad que se viviría adentro. Las puertas se abrieron justo a las 19:10, recibiendo a un público variado muchos entre 25 y 35, pero también mayores de 45 que llenó el campo y las plateas con una emoción que se podía sentir. Merchandising y cervezas completaban el ambiente mientras la lluvia no daba respiro.
A las 19:30, el campo ya estaba lleno. No era un concierto cualquiera. STP no tocaba aquí desde sus recitales memorables en Vorterix en 2023, y volvían a un lugar más grande, con un público sediento de sus temas. Kill Flora, una banda joven de Quilmes con dos chicas y dos chicos veinteañeros, fue la encargada de abrir el show. Su música, con guitarras que recordaban a The Cure y una base rítmica tipo Paramore, fue una sorpresa agradable. Con sencillez, sonaron ajustados y se llevaron los primeros aplausos mientras el estadio se terminaba de llenar.
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Después de las 21:40, el estruendo se hizo sentir: Stone Temple Pilots tomó el escenario y arrancó sin aviso con “Unglued”, prendiendo la chispa de una hora y media de puros clásicos tocados con pasión. Jeff Gutt, el cantante que tiene el gran reto de reemplazar al inolvidable Scott Weiland, demostró desde el inicio por qué lo eligieron. Lleno de energía, conectado con el público, y con una performance que lo llevó incluso a tirarse a la gente al final del recital. “Wicked Garden” y “Vasoline” mantuvieron la energía a tope, y a esas alturas el estadio entero palpitaba al unísono con cada golpe de la batería, cada riff y cada estribillo. Los hermanos Robert y Dean DeLeo, siempre impecables y precisos, regalaron una cátedra de melodías, mientras Eric Kretz dirigía con una exactitud casi quirúrgica desde la batería. Un momento estelar fue, sin duda, “Big Empty”, con esa entrada suave que explota en pura emoción. El silencio respetuoso antes del estribillo, seguido de una ovación unánime, fue uno de esos instantes que te recuerdan por qué uno sigue yendo a conciertos, a pesar de la lluvia, el frío o cualquier inconveniente. Pero si hablamos de momentos cumbre, “Plush” e “Interstate Love Song” fueron, sin duda, el alma del concierto. Durante “Plush”, todo Obras coreó el estribillo con tal fervor que parecía que iba a reventar el techo mientras que en “Interstate. . . ”, se observaron cantos con pasión, brazos en alto hasta abrazos entre amigos, conocidos o simplemente con completos extraños que se encontraban en ese mismo tiempo y espacio. Fue el momento en que el público y la banda se hicieron uno, compartiendo esa nostalgia llena de gratitud. La recta final, con “Dead and Bloated” y “Trippin’ on a Hole in a Paper Heart”, terminó de consumar la conexión.
El bis arrancó con “Kitchenware & Candybars” y siguió con “Piece of Pie”, hasta llegar a un cierre explosivo con “Sex Type Thing”, donde Jeff se entregó por completo al público, lanzándose desde el escenario como alguien que sabe que lo ha dado todo. Y así fue. La sensación al salir era generalizada: “¿Ya terminó? ”, “Se me pasó volando”. Y sí, tal vez el show fue algo breve, pero cuando una banda suena tan compenetrada, tan llena de vida, y ofrece una actuación impecable, el tiempo se vuelve relativo.
Tengo que decir que la subestimación histórica que arrastran Stone Temple Pilots es total. Un concierto increíblemente potente. No hay fallas ni temas ajenos al repertorio grabado por Weiland, pero tampoco hay solo nostalgia, hay presente, pero sobre todo, fuego. Los californianos volvieron a dejar claro que el grunge no solo sigue vivo, sino que en noches como esta, bajo la lluvia y el rugido de un estadio tan mítico como Obras, puede sentirse como la primera vez.
Etiquetas: Estadio Obras, Grunge, Kill Flora, Stone temple Pilots

Foto de portada: Cecilia Principe
Stone Temple Pilots regresó a Buenos Aires, dejando una huella imborrable en Obras, y demostrando por qué siguen siendo pilares del rock alternativo noventero. Afuera, la ciudad sufría una tormenta torrencial, como presagiando la intensidad que se viviría adentro. Las puertas se abrieron justo a las 19:10, recibiendo a un público variado muchos entre 25 y 35, pero también mayores de 45 que llenó el campo y las plateas con una emoción que se podía sentir. Merchandising y cervezas completaban el ambiente mientras la lluvia no daba respiro.
A las 19:30, el campo ya estaba lleno. No era un concierto cualquiera. STP no tocaba aquí desde sus recitales memorables en Vorterix en 2023, y volvían a un lugar más grande, con un público sediento de sus temas. Kill Flora, una banda joven de Quilmes con dos chicas y dos chicos veinteañeros, fue la encargada de abrir el show. Su música, con guitarras que recordaban a The Cure y una base rítmica tipo Paramore, fue una sorpresa agradable. Con sencillez, sonaron ajustados y se llevaron los primeros aplausos mientras el estadio se terminaba de llenar.
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Después de las 21:40, el estruendo se hizo sentir: Stone Temple Pilots tomó el escenario y arrancó sin aviso con “Unglued”, prendiendo la chispa de una hora y media de puros clásicos tocados con pasión. Jeff Gutt, el cantante que tiene el gran reto de reemplazar al inolvidable Scott Weiland, demostró desde el inicio por qué lo eligieron. Lleno de energía, conectado con el público, y con una performance que lo llevó incluso a tirarse a la gente al final del recital. “Wicked Garden” y “Vasoline” mantuvieron la energía a tope, y a esas alturas el estadio entero palpitaba al unísono con cada golpe de la batería, cada riff y cada estribillo. Los hermanos Robert y Dean DeLeo, siempre impecables y precisos, regalaron una cátedra de melodías, mientras Eric Kretz dirigía con una exactitud casi quirúrgica desde la batería. Un momento estelar fue, sin duda, “Big Empty”, con esa entrada suave que explota en pura emoción. El silencio respetuoso antes del estribillo, seguido de una ovación unánime, fue uno de esos instantes que te recuerdan por qué uno sigue yendo a conciertos, a pesar de la lluvia, el frío o cualquier inconveniente. Pero si hablamos de momentos cumbre, “Plush” e “Interstate Love Song” fueron, sin duda, el alma del concierto. Durante “Plush”, todo Obras coreó el estribillo con tal fervor que parecía que iba a reventar el techo mientras que en “Interstate. . . ”, se observaron cantos con pasión, brazos en alto hasta abrazos entre amigos, conocidos o simplemente con completos extraños que se encontraban en ese mismo tiempo y espacio. Fue el momento en que el público y la banda se hicieron uno, compartiendo esa nostalgia llena de gratitud. La recta final, con “Dead and Bloated” y “Trippin’ on a Hole in a Paper Heart”, terminó de consumar la conexión.
El bis arrancó con “Kitchenware & Candybars” y siguió con “Piece of Pie”, hasta llegar a un cierre explosivo con “Sex Type Thing”, donde Jeff se entregó por completo al público, lanzándose desde el escenario como alguien que sabe que lo ha dado todo. Y así fue. La sensación al salir era generalizada: “¿Ya terminó? ”, “Se me pasó volando”. Y sí, tal vez el show fue algo breve, pero cuando una banda suena tan compenetrada, tan llena de vida, y ofrece una actuación impecable, el tiempo se vuelve relativo.
Tengo que decir que la subestimación histórica que arrastran Stone Temple Pilots es total. Un concierto increíblemente potente. No hay fallas ni temas ajenos al repertorio grabado por Weiland, pero tampoco hay solo nostalgia, hay presente, pero sobre todo, fuego. Los californianos volvieron a dejar claro que el grunge no solo sigue vivo, sino que en noches como esta, bajo la lluvia y el rugido de un estadio tan mítico como Obras, puede sentirse como la primera vez.
Etiquetas: Estadio Obras, Grunge, Kill Flora, Stone temple Pilots