Songs Of A Lost World (2024)
Polydor / Universal
TRACKLIST
1. Alone
2. And Nothing Is Forever
3. A Fragile Thing
4. Warsong
5. Drone:Nodrone
6. I Can Never Say Goodbye
7. All I Ever Am
8. Endsong
Ya sé que es un cliché, pero The Cure es una de las bandas que ha musicalizado mi vida desde mi adolescencia. Más allá del metal, siempre escuché distintos géneros, y entre ellos, el movimiento post-punk, goth rock y dark wave ha ocupado un lugar muy especial en mi corazón. Esto no quita que pueda ser crítico, y decir que, desde mi punto de vista, la extensa discografía de este grupo ícono de la oscuridad, ha tenido sus altibajos. Cada álbum tiene sus canciones memorables, pero no todos están al mismo nivel. El último trabajo que había calado muy profundo en mi alma fue Bloodflowers (2000), que completó la más gloriosa trilogía junto con Disintegration (1989) y Pornography (1982). Aparte de esos trabajos, sus otras tres obras cumbres, según mi sensibilidad, son Wish (1992), Faith (1981) y Seventeen Seconds (1980).
The Cure ha tenido un gran impacto en muchísimas bandas: Nine Inch Nails, The Smashing Pumpkins, The Jesus and Mary Chain, Placebo, Katatonia, Nothing, Deftones… Estos últimos tocaron un excelente cover de “If Only Tonight We Could Sleep” durante la ceremonia de inducción de los británicos al Rock & Roll Hall of Fame en 2019, un momento muy especial, con uno de mis grupos preferidos homenajeando a otra de mis bandas de cabecera. Recuerdo también la versión que, en 2022, Behemoth junto con Niklas Kvarforth (The Shining) grabaron del clásico A Forest. Vale la pena destacar el impacto en Argentina, hermosamente representado desde los 80’s por Soda Stereo (y Fricción, banda de Richard Coleman, aunque brevemente).
El año pasado, cuando los vi tocar en vivo “Alone”, un adelanto de este nuevo disco, en el marco del maravilloso show que brindaron en el Primavera Fest, supe que se avecinaba otra fuerte dosis de melancolía, una que volvería a llenarme. Y no me equivoqué. La voz de Robert Smith es imperecedera, y el bajo de Simon Gallup sigue siendo la columna que sostiene estas creaciones del más introspectivo existencialismo estético. Las letras, como si el sonido no fuera suficiente, destilan todas las emociones más crudamente humanas, aquellas que se vinculan con la conciencia de nuestra finitud: la nostalgia, la resignación, el duelo. Todas las canciones en este trabajo fueron íntegramente compuestas por Smith, quien, con 65 años de edad, ya está en una etapa en la que comprende el valor de vivir día a día y compartir una sabiduría que se muestra honesta, que no pretende vender ninguna promesa de felicidad, ni siquiera esperanza.
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El disco tomó forma tras las muertes de la madre, el padre y el hermano del ídolo inglés, y eso se nota. La inspiración proviene de una cadena de pérdidas que coincide increíblemente con la que yo mismo atravesé el año pasado, y eso hace que todo adquiera otra dimensión en mi mente. Si bien la obra podría haber salido en 2019, pasaron 16 años (desde el último trabajo editado) hasta que viera la luz. Sin embargo, la banda se mantuvo activa, tocando sus largos conciertos de más de dos horas en extensas giras mundiales, presentando la mitad de los tracks que forman parte de esta nueva ofrenda a la cultura.
“And Nothing Is Forever” brinda una combinación más agridulce, con una armonía y melodía de teclado sutilmente luminosas. El secreto es, justamente, que la luz muestra lo que hay, sea lo que sea, y nadie dice que deba ser algo que levante nuestro ánimo. Ya el comienzo de “A Fragile Thing”, con ese piano pesado y esa batería de mayor dinamismo, confirma lo que venía sospechando ya desde antes de que vibraran la guitarra afilada y el canto angustiado: The Cure nos ha entregado un álbum a la altura de los que mencioné previamente y que forman parte de la trama de mi identidad. El nombre Songs of a Lost World, y la gris foto de la portada también me daban esa impresión. Una escultura llamada Bagatelle (ahora propiedad de Smith) realizada en 1975 por el artista esloveno Janez Pirnat, que parece la cabeza del cantante de pelo enmarañado, descubierta en las ruinas de alguna ancestral civilización de la Mesopotamia, como si de un antiguo dios del sueño se tratara.
Todo se torna más tétrico en “Warsong”, con un solo de guitarra muy rockero que sobrevuela una base textural densa y gris como humo. Por si esto no fuera lo suficientemente ominoso, las palabras impactan como esquirlas de frío acero. “Drone:Nodrone” es de un ritmo más rápido y ganchero. Era necesario disipar un poco la opacidad en la atmósfera. Aun así, seguimos muy lejos del ocasional espíritu festivo que la banda supo demostrar en algunas de sus piezas más populares y de infinita circulación radial a lo largo de las décadas (y no me quejo de que así sea). Volvemos a hallarnos frente a otro pirotécnico despliegue de las seis cuerdas.
Si hacía falta que las teclas percutieran las fibras más íntimas de nuestro ser, el principio de “I Can Never Say Goodbye” se ocupa de ello. Volvemos a sumergirnos en las sombras y la guitarra sigue manteniendo la veta protagónica de los dos tracks previos. “All I Ever Am” eleva el ímpetu, con una batería intensa. El bajo retorna al lugar alto que se sabe que puede ocupar en la composición y el sintetizador suena palpitante. Tal como lo indica su título, “Endsong” marca el final de esta experiencia y tiene reminiscencias del principio, como si se tratara de un ciclo que se cierra. Hasta hay una sensación de marcha funeraria flotando en el aire, ¿es posible morirse con alegría? Cada cual lo sabrá llegado el día. Mientras tanto, ojalá tengamos mucho tiempo por delante para seguir escuchando esta nueva obra maestra.
The Cure es una banda que ha sabido trascender los límites de su propio género: cuando una de sus canciones puede ser tocada por los noisers extremos japoneses Gerogerigegege y la boy band pop punk Rock Bones, otra puede animar una fiesta gótica/dark y también ser parte de la playlist de tu mamá, o es citada como influencia por gente tan diferente como Fall Out Boy, Soda Stereo y Nine Inch Nails, queda claro que hablamos de una banda con un alcance importante. Debe ser por eso que los 16 años que Robert Smith y compañía se tomaron para editar nuevo material no fueron tan interminables como parecerían, no sólo porque The Cure se mantuvieron girando por el mundo dando sus recitales de dos horas y media, sino también porque su influencia ha sido constante seas un niño indie sensible, un fanático del industrial o un rockero pesado. Siempre han estado presentes, a pesar de todo.
Dicho eso, es obvio que el anuncio en septiembre de que el 1ro de noviembre saldría Songs of a Lost World, el primer álbum de The Cure desde 4:13 Dream (2008), fue toda una alegría: ya sabíamos que se estaba gestando este nuevo lanzamiento hacía años, siendo que la gira Shows of a Lost World, la primera que hicieron después de la pandemia, fue para debutar algunas de las canciones nuevas en vivo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que me empezara a preocupar.
¿Vieron cuando empiezan a imaginarse todas las formas en las que algo puede salir mal? Es un hábito preocupante que tengo, y en el caso de lo nuevo de The Cure me puse a acumular escenarios mentalmente. ¿Qué tal si esas versiones en vivo eran mejores que las de estudio? ¿Qué tal si la producción no estaba a la altura? Sumado a que en los últimos años tuvimos varios “regresos” que no estuvieron a la altura de las circunstancias, como el interminable Fear Inoculum de Tool, la duología Ordinary Man / Patient Number 9 de Ozzy, el infumable Hackney Diamonds de los Rolling Stones (extrañamente, tanto Ozzy como los Stones reclutando a Andrew Watt como productor, a quien considero una de las razones detrás de cómo salieron esos discos) y alguno más que me estaré olvidando.
Pero claro que no todos han sido malos, así que cabía esperar y ver si Songs of a Lost World estaba más cerca de un Blackstar, un Random Access Memories o al menos un Invincible Shield que de alguno de los ejemplos antes mencionados.
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“Alone” abre la placa con una introducción corta y ya pasando a una marcha lenta, marcada no sólo por los teclados y el punteo preciso del bajo sino principalmente por el golpeteo de la batería de Jason Cooper. Es una primera sección muy larga, ocupando toda la primera mitad de la canción, pero en ningún momento se siente que dure más de lo que debería: hay una tensión constante, con esos sonidos atmosféricos y un aura oscura que cubre todo sin asfixiar. Y es entonces que, a mitad de la canción, entra Robert Smith, quien a sus 60 años (ahora tiene 65, pero la mayor parte del disco se grabó en 2019) debe ser de los cantantes que mejor ha mantenido su voz, sonando casi indistinguible de la época de Disintegration mientras canta a su manera característica sobre este el amor en medio de la catástrofe.
Smith no se considerará a sí mismo como un buen cantante, pero en esta canción es obvio que su voz es una de las características principales de The Cure: no te la podés imaginar siendo cantada de otra manera.
“And Nothing Is Forever” es de cierta manera una balada, con muchos teclados, pianos y sonidos de cuerdas acompañando a Smith mientras canta sobre acompañar a alguien hasta el final. Logra ser todavía más oscura en ese aspecto, pero al mismo tiempo es una bocanada de aire fresco tras el inicio, siendo que el contexto es mucho más melódico. ¿Será la idea de compartir un último momento de felicidad antes de tener que enfrentar a la muerte? Sea esa la idea o no, es una canción de esas que me imagino a la gente cantando a coro en un concierto.
“A Fragile Thing” trata sobre el fin de una relación, con los sentimientos encontrados que se dan de por medio, y es una de las canciones más rockeras del álbum. Mucho de esto tiene que ver con la batería sonando más prominente incluso en medio del ritmo lento, pero aparte de eso encontramos detalles por todos lados: la línea de bajo, los teclados programados haciendo lo suyo alrededor de la base, el piano, el lamento vocal de Smith y los arreglos de guitarra. Es una canción densa en la cantidad de cosas, pero todo funciona de manera conjunta.
“Warsong” es la canción más corta de Songs of a Lost World, pero es también una de las más complicadas: densa, opresiva, pesada y la parte donde escuchamos diferentes voces acompañando a Smith cerca del final en un crescendo casi terrorífico es uno de los mejores momentos del álbum. No aportará muchos elementos nuevos siendo otra canción lenta y triste, pero no por eso es para dejarla de lado: Smith es un maestro al manejarse en este ambiente.
“Drone:Nodrone” tiene como atracción principal su línea de bajo, que acompañada por esos solos de guitarra en la segunda mitad recuerda mucho al rock alternativo de principios de los noventas. Por lejos la más rockera del álbum, muy buena para agregar un poco de diversidad manteniendo la oscuridad pero aumentando la intensidad. Sumado a eso, tiene uno de los mejores estribillos de la placa.
Una de las características de Songs of a Lost World es que todas las canciones fueron compuestas por Robert Smith, siendo apenas el segundo disco junto a The Head on the Door donde el músico tiene créditos exclusivos de todo un álbum. Pero incluso en ese contexto está claro que “I Can Never Say Goodbye” es una de sus canciones más personales no sólo de este trabajo sino también de toda la discografía de The Cure, siendo que está inspirada directamente por la muerte de Richard Smith, su hermano. Esta no fue la única pérdida que inspiró material del disco, pero es en esta canción donde se hace más explícito, sobre todo en el estribillo,
Robert Smith dijo que pasó por una gran cantidad de revisiones hasta poder encontrar la narrativa exacta, y como persona que escribe me puedo sentir completamente identificado: esta misma reseña pasó por varios momentos de borrar todo y comenzar de vuelta, por poner un ejemplo. Es otra canción triste, obviamente, pero lo es de una manera diferente al resto de las canciones, con su sentimiento de impotencia ante la inevitabilidad de la muerte. Con un inicio de pianos y el ingreso del bajo y la batería después, queda claro que nos está llevando a través de una narrativa y la descripción de un escenario, dando lugar a un track efectivo.
“All I Ever Am” es la más accesible del álbum. No hay mucho nuevo para decir, hasta podría decir que es la menos destacable del disco, pero el “stop” con eco es uno de los detalles más interesantes del disco. Ciertamente sirve como un buen aperitivo y un último respiro antes de sumergirnos en el viaje al que nos lleva la última canción.
Esa canción es “Endsong”, la segunda canción más larga de la discografía de The Cure, apenas superada por “Watching Me Fall” de Bloodflowers. Durante 10 minutos y 23 segundos, la banda cierra el álbum con un avance pesadísimo combinado con guitarras melódicas y suaves, con una estructura que funciona muy bien como contraparte de la inicial “Alone”, que también tenía una introducción instrumental larga, en este caso de poco más de 6 minutos, antes de tener las voces de Smith. Es casi una épica post rockera pasada por el filtro de The Cure, teniendo unas líneas de batería que son casi hipnóticas: no fue hasta que me fijé la duración que me di cuenta de cuánto duraba la canción a pesar de que ya la había escuchado varias veces. Es un final perfecto en todo sentido, tanto como composición en solitario como en el contexto del álbum.
Varios párrafos atrás mencionaba a Disintegration, y eso no fue sólo por buscar un ejemplo rápido sino porque aquella obra maestra de 1989 es la referencia principal para comparar a Songs of a Lost World. Ambos álbumes hacen énfasis en el costado más atmosférico de The Cure, con canciones tendiendo a largas, sufridas, melancólicas y oscuras marcadas por las guitarras llenas de efectos y los teclados. Este nuevo trabajo no tiene una sola canción principal más accesible, a lo “Just Like Heaven” de Kiss Me Kiss Me Kiss Me o un “Friday I’m In Love” de Wish, sino que se trata más de un trabajo íntegro en sus partes. La falta de un “hit” puede llegar a ser una contra para algunos, y no culparía a nadie si le pareciera que el disco puede ponerse un tanto monótono, pero los fans de Disintegration seguro estarán contentos, por usar alguna expresión.
Así que, ¿qué queda más por decir? Bueno, podemos hablar de la producción: en contraste con el miedo que le suelo tener a muchos discos de bandas rockeras veteranas en estos días, donde parece que los años de andar tocando en vivo sin protección para los oídos parecen haberlos afectado o dejan todo en manos de alguien que claramente no tiene la experiencia o habilidad para trabajar con este tipo de bandas, Songs of a Lost World suena como tiene que sonar: moderno en la idea de que claramente es un disco de 2024, pero con un buen espacio para todos los instrumentos sin que terminen confundiéndose unos con otros. Ayuda que los encargados de esto hayan sido Smith y Paul Corkett, con quien ya habían trabajado en Bloodflowers.
Como nota aparte, creo que la espera le sirvió muy bien a Songs of a Lost World, en más de un aspecto. Originalmente se iba a lanzar en 2019, pero decidieron retrasarlo y entonces cayó la pandemia y la cancelación de todos los eventos públicos, por lo que esperaron hasta que pudieran presentarlo en vivo. Además de eso, desde hace un tiempo hemos una ola de artistas que tomaron influencia explícita del post punk de los ochentas como Chelsea Wolfe, Crippling Alcoholism, Tribulation, Unto Others, Hamish Hawk, VVV, Fontaines DC y una larga lista más, introduciendo a toda una nueva generación a este sonido oscuro. ¿Tendrá The Cure la oportunidad de acercar a nuevos fans a través de este nuevo trabajo ahora que este estilo está muy presente en la mente de muchos? No lo descarto ni me sorprendería, pero más allá de eso es indudable que Songs of a Lost World es uno de los trabajos más destacados del año, y ocupará las listas de mejores discos del año de una enorme cantidad de gente.
Tras dieciséis años sin editar un disco, recordemos que el anterior había sido “4:13 Dream”, The Cure vuelve a entregarnos nuevo material, este “Songs Of A Lost World” es el 14vo, en casi 50 años de carrera.
Con un total de 8 pistas y 49 minutos de duración, Robert Smith nos vuelve a cautivar con su voz y composiciones escritas de su puño y letra. En ellas encontramos reflexiones profundas, llenas de dolor y recuerdos hacia aquellos que se han ido. La pérdida de varios familiares cercanos, incluidos sus padres y su hermano, se refleja en cada verso, transmitiendo emociones sentidas y auténticas.
En este nuevo lanzamiento no encontramos canciones que no se acerquen al pop ni mucho menos con estilo alegre que suenen en las radios al estilo de “Boys Don’t Cry” o “Friday i’m love”, están más centradas en sonidos profundos y suaves que recuerdan a grandes clásicos que están incluidos en discos como “Disintegration”, “Wish” o “Bloodflowers”.
No es un álbum extenso, pero sí toma su tiempo en desplegarse contando con frecuentes minutos instrumentales antes de cualquier canto. “Songs…..” tiene un flujo narrativo claro, desde el inicio con “Alone” hasta la última canción “Endsong”, evoca paisajes oscuros de aquellos grandes lanzamientos de los 80s pero con una madurez que los años y las pérdidas acorazaron los sueños de quien escribió cada pieza.
Robert Smith, hoy por hoy con 65 años, aún canta con esa intensidad dramática de adolescente, con sonidos de guitarras que parecen flotar en el aire y teclados que se hacen presentes en cada interpretación.
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La portada del álbum nos muestra un trozo de granito medio formado titulado “Bagatelle”, una obra de 1975 de Janez Pirnat, que evoca una escultura clásica dañada y que fue rescatada de las olas. Sus tonos grises recuerdan a la portada del disco “Faith” de 1981.
La apertura con “Alone” es simplemente impresionante en todos los sentidos, gélida, majestuosa, emotiva mientras que “And Nothing is Forever” sigue la estructura de la primera, con una intro que cautiva al escucha y que se mantiene en toda la placa. La tercera pieza lleva como nombre “A Fragile Thing”, una canción brillante, con líneas de piano entrelazadas con sonidos cuasi pop que lideran el sonido.
En “Warsong” presenciamos una canción que asfixia, con un camino disonante y espinoso dónde incluye una buena selección de melodías de teclados incluyendo un zumbido que recuerda a la era de “Disintegration”.
“Drone: NoDrone” es quizás la canción más pegadiza del disco, con muy buen solo de guitarras y un juego de batería que suena con crudeza proporcionando una base meticulosa.
¿Qué puedo acotar acerca de la vedette del disco?, sinceramente una canción espectacular, “I Can Never Say Goodbye” es el corte que mejor recoge todo el concepto musical y espiritual del nuevo disco de los británicos.
Una clásica intro “a lo The Cure” de más de dos minutos de duración, en dónde Robert Smith se estremece en sentimiento al abordar sobre la muerte de su hermano. Su voz se quiebra al cantar la letra dejando todo su pesar y duelo.
Llegando al final encontramos ”All I Ever Am”, con buenas melodías de guitarras y el acompañamiento de Smith, mientras que “”Endsong”” cierra el disco siendo la canción más larga, extendiéndose por más de 10 minutos llenos de atmósferas y melancolía en una semi balada en dónde Robert desnuda su alma.
Quizás sea el disco más triste de The Cure debido a las distintas situaciones que el artista tuvo que sufrir mientras lo componía y distintos acontecimientos en la vida personal de todos los músicos.
Si “Songs of a Lost World’ sería el último lanzamiento discográfico de The Cure, sólo queda darle las gracias a Robert Smith por semejante carrera.
Songs Of A Lost World (2024)
Polydor / Universal
TRACKLIST
1. Alone
2. And Nothing Is Forever
3. A Fragile Thing
4. Warsong
5. Drone:Nodrone
6. I Can Never Say Goodbye
7. All I Ever Am
8. Endsong
Ya sé que es un cliché, pero The Cure es una de las bandas que ha musicalizado mi vida desde mi adolescencia. Más allá del metal, siempre escuché distintos géneros, y entre ellos, el movimiento post-punk, goth rock y dark wave ha ocupado un lugar muy especial en mi corazón. Esto no quita que pueda ser crítico, y decir que, desde mi punto de vista, la extensa discografía de este grupo ícono de la oscuridad, ha tenido sus altibajos. Cada álbum tiene sus canciones memorables, pero no todos están al mismo nivel. El último trabajo que había calado muy profundo en mi alma fue Bloodflowers (2000), que completó la más gloriosa trilogía junto con Disintegration (1989) y Pornography (1982). Aparte de esos trabajos, sus otras tres obras cumbres, según mi sensibilidad, son Wish (1992), Faith (1981) y Seventeen Seconds (1980).
The Cure ha tenido un gran impacto en muchísimas bandas: Nine Inch Nails, The Smashing Pumpkins, The Jesus and Mary Chain, Placebo, Katatonia, Nothing, Deftones… Estos últimos tocaron un excelente cover de “If Only Tonight We Could Sleep” durante la ceremonia de inducción de los británicos al Rock & Roll Hall of Fame en 2019, un momento muy especial, con uno de mis grupos preferidos homenajeando a otra de mis bandas de cabecera. Recuerdo también la versión que, en 2022, Behemoth junto con Niklas Kvarforth (The Shining) grabaron del clásico A Forest. Vale la pena destacar el impacto en Argentina, hermosamente representado desde los 80’s por Soda Stereo (y Fricción, banda de Richard Coleman, aunque brevemente).
El año pasado, cuando los vi tocar en vivo “Alone”, un adelanto de este nuevo disco, en el marco del maravilloso show que brindaron en el Primavera Fest, supe que se avecinaba otra fuerte dosis de melancolía, una que volvería a llenarme. Y no me equivoqué. La voz de Robert Smith es imperecedera, y el bajo de Simon Gallup sigue siendo la columna que sostiene estas creaciones del más introspectivo existencialismo estético. Las letras, como si el sonido no fuera suficiente, destilan todas las emociones más crudamente humanas, aquellas que se vinculan con la conciencia de nuestra finitud: la nostalgia, la resignación, el duelo. Todas las canciones en este trabajo fueron íntegramente compuestas por Smith, quien, con 65 años de edad, ya está en una etapa en la que comprende el valor de vivir día a día y compartir una sabiduría que se muestra honesta, que no pretende vender ninguna promesa de felicidad, ni siquiera esperanza.
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El disco tomó forma tras las muertes de la madre, el padre y el hermano del ídolo inglés, y eso se nota. La inspiración proviene de una cadena de pérdidas que coincide increíblemente con la que yo mismo atravesé el año pasado, y eso hace que todo adquiera otra dimensión en mi mente. Si bien la obra podría haber salido en 2019, pasaron 16 años (desde el último trabajo editado) hasta que viera la luz. Sin embargo, la banda se mantuvo activa, tocando sus largos conciertos de más de dos horas en extensas giras mundiales, presentando la mitad de los tracks que forman parte de esta nueva ofrenda a la cultura.
“And Nothing Is Forever” brinda una combinación más agridulce, con una armonía y melodía de teclado sutilmente luminosas. El secreto es, justamente, que la luz muestra lo que hay, sea lo que sea, y nadie dice que deba ser algo que levante nuestro ánimo. Ya el comienzo de “A Fragile Thing”, con ese piano pesado y esa batería de mayor dinamismo, confirma lo que venía sospechando ya desde antes de que vibraran la guitarra afilada y el canto angustiado: The Cure nos ha entregado un álbum a la altura de los que mencioné previamente y que forman parte de la trama de mi identidad. El nombre Songs of a Lost World, y la gris foto de la portada también me daban esa impresión. Una escultura llamada Bagatelle (ahora propiedad de Smith) realizada en 1975 por el artista esloveno Janez Pirnat, que parece la cabeza del cantante de pelo enmarañado, descubierta en las ruinas de alguna ancestral civilización de la Mesopotamia, como si de un antiguo dios del sueño se tratara.
Todo se torna más tétrico en “Warsong”, con un solo de guitarra muy rockero que sobrevuela una base textural densa y gris como humo. Por si esto no fuera lo suficientemente ominoso, las palabras impactan como esquirlas de frío acero. “Drone:Nodrone” es de un ritmo más rápido y ganchero. Era necesario disipar un poco la opacidad en la atmósfera. Aun así, seguimos muy lejos del ocasional espíritu festivo que la banda supo demostrar en algunas de sus piezas más populares y de infinita circulación radial a lo largo de las décadas (y no me quejo de que así sea). Volvemos a hallarnos frente a otro pirotécnico despliegue de las seis cuerdas.
Si hacía falta que las teclas percutieran las fibras más íntimas de nuestro ser, el principio de “I Can Never Say Goodbye” se ocupa de ello. Volvemos a sumergirnos en las sombras y la guitarra sigue manteniendo la veta protagónica de los dos tracks previos. “All I Ever Am” eleva el ímpetu, con una batería intensa. El bajo retorna al lugar alto que se sabe que puede ocupar en la composición y el sintetizador suena palpitante. Tal como lo indica su título, “Endsong” marca el final de esta experiencia y tiene reminiscencias del principio, como si se tratara de un ciclo que se cierra. Hasta hay una sensación de marcha funeraria flotando en el aire, ¿es posible morirse con alegría? Cada cual lo sabrá llegado el día. Mientras tanto, ojalá tengamos mucho tiempo por delante para seguir escuchando esta nueva obra maestra.
The Cure es una banda que ha sabido trascender los límites de su propio género: cuando una de sus canciones puede ser tocada por los noisers extremos japoneses Gerogerigegege y la boy band pop punk Rock Bones, otra puede animar una fiesta gótica/dark y también ser parte de la playlist de tu mamá, o es citada como influencia por gente tan diferente como Fall Out Boy, Soda Stereo y Nine Inch Nails, queda claro que hablamos de una banda con un alcance importante. Debe ser por eso que los 16 años que Robert Smith y compañía se tomaron para editar nuevo material no fueron tan interminables como parecerían, no sólo porque The Cure se mantuvieron girando por el mundo dando sus recitales de dos horas y media, sino también porque su influencia ha sido constante seas un niño indie sensible, un fanático del industrial o un rockero pesado. Siempre han estado presentes, a pesar de todo.
Dicho eso, es obvio que el anuncio en septiembre de que el 1ro de noviembre saldría Songs of a Lost World, el primer álbum de The Cure desde 4:13 Dream (2008), fue toda una alegría: ya sabíamos que se estaba gestando este nuevo lanzamiento hacía años, siendo que la gira Shows of a Lost World, la primera que hicieron después de la pandemia, fue para debutar algunas de las canciones nuevas en vivo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que me empezara a preocupar.
¿Vieron cuando empiezan a imaginarse todas las formas en las que algo puede salir mal? Es un hábito preocupante que tengo, y en el caso de lo nuevo de The Cure me puse a acumular escenarios mentalmente. ¿Qué tal si esas versiones en vivo eran mejores que las de estudio? ¿Qué tal si la producción no estaba a la altura? Sumado a que en los últimos años tuvimos varios “regresos” que no estuvieron a la altura de las circunstancias, como el interminable Fear Inoculum de Tool, la duología Ordinary Man / Patient Number 9 de Ozzy, el infumable Hackney Diamonds de los Rolling Stones (extrañamente, tanto Ozzy como los Stones reclutando a Andrew Watt como productor, a quien considero una de las razones detrás de cómo salieron esos discos) y alguno más que me estaré olvidando.
Pero claro que no todos han sido malos, así que cabía esperar y ver si Songs of a Lost World estaba más cerca de un Blackstar, un Random Access Memories o al menos un Invincible Shield que de alguno de los ejemplos antes mencionados.
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“Alone” abre la placa con una introducción corta y ya pasando a una marcha lenta, marcada no sólo por los teclados y el punteo preciso del bajo sino principalmente por el golpeteo de la batería de Jason Cooper. Es una primera sección muy larga, ocupando toda la primera mitad de la canción, pero en ningún momento se siente que dure más de lo que debería: hay una tensión constante, con esos sonidos atmosféricos y un aura oscura que cubre todo sin asfixiar. Y es entonces que, a mitad de la canción, entra Robert Smith, quien a sus 60 años (ahora tiene 65, pero la mayor parte del disco se grabó en 2019) debe ser de los cantantes que mejor ha mantenido su voz, sonando casi indistinguible de la época de Disintegration mientras canta a su manera característica sobre este el amor en medio de la catástrofe.
Smith no se considerará a sí mismo como un buen cantante, pero en esta canción es obvio que su voz es una de las características principales de The Cure: no te la podés imaginar siendo cantada de otra manera.
“And Nothing Is Forever” es de cierta manera una balada, con muchos teclados, pianos y sonidos de cuerdas acompañando a Smith mientras canta sobre acompañar a alguien hasta el final. Logra ser todavía más oscura en ese aspecto, pero al mismo tiempo es una bocanada de aire fresco tras el inicio, siendo que el contexto es mucho más melódico. ¿Será la idea de compartir un último momento de felicidad antes de tener que enfrentar a la muerte? Sea esa la idea o no, es una canción de esas que me imagino a la gente cantando a coro en un concierto.
“A Fragile Thing” trata sobre el fin de una relación, con los sentimientos encontrados que se dan de por medio, y es una de las canciones más rockeras del álbum. Mucho de esto tiene que ver con la batería sonando más prominente incluso en medio del ritmo lento, pero aparte de eso encontramos detalles por todos lados: la línea de bajo, los teclados programados haciendo lo suyo alrededor de la base, el piano, el lamento vocal de Smith y los arreglos de guitarra. Es una canción densa en la cantidad de cosas, pero todo funciona de manera conjunta.
“Warsong” es la canción más corta de Songs of a Lost World, pero es también una de las más complicadas: densa, opresiva, pesada y la parte donde escuchamos diferentes voces acompañando a Smith cerca del final en un crescendo casi terrorífico es uno de los mejores momentos del álbum. No aportará muchos elementos nuevos siendo otra canción lenta y triste, pero no por eso es para dejarla de lado: Smith es un maestro al manejarse en este ambiente.
“Drone:Nodrone” tiene como atracción principal su línea de bajo, que acompañada por esos solos de guitarra en la segunda mitad recuerda mucho al rock alternativo de principios de los noventas. Por lejos la más rockera del álbum, muy buena para agregar un poco de diversidad manteniendo la oscuridad pero aumentando la intensidad. Sumado a eso, tiene uno de los mejores estribillos de la placa.
Una de las características de Songs of a Lost World es que todas las canciones fueron compuestas por Robert Smith, siendo apenas el segundo disco junto a The Head on the Door donde el músico tiene créditos exclusivos de todo un álbum. Pero incluso en ese contexto está claro que “I Can Never Say Goodbye” es una de sus canciones más personales no sólo de este trabajo sino también de toda la discografía de The Cure, siendo que está inspirada directamente por la muerte de Richard Smith, su hermano. Esta no fue la única pérdida que inspiró material del disco, pero es en esta canción donde se hace más explícito, sobre todo en el estribillo,
Robert Smith dijo que pasó por una gran cantidad de revisiones hasta poder encontrar la narrativa exacta, y como persona que escribe me puedo sentir completamente identificado: esta misma reseña pasó por varios momentos de borrar todo y comenzar de vuelta, por poner un ejemplo. Es otra canción triste, obviamente, pero lo es de una manera diferente al resto de las canciones, con su sentimiento de impotencia ante la inevitabilidad de la muerte. Con un inicio de pianos y el ingreso del bajo y la batería después, queda claro que nos está llevando a través de una narrativa y la descripción de un escenario, dando lugar a un track efectivo.
“All I Ever Am” es la más accesible del álbum. No hay mucho nuevo para decir, hasta podría decir que es la menos destacable del disco, pero el “stop” con eco es uno de los detalles más interesantes del disco. Ciertamente sirve como un buen aperitivo y un último respiro antes de sumergirnos en el viaje al que nos lleva la última canción.
Esa canción es “Endsong”, la segunda canción más larga de la discografía de The Cure, apenas superada por “Watching Me Fall” de Bloodflowers. Durante 10 minutos y 23 segundos, la banda cierra el álbum con un avance pesadísimo combinado con guitarras melódicas y suaves, con una estructura que funciona muy bien como contraparte de la inicial “Alone”, que también tenía una introducción instrumental larga, en este caso de poco más de 6 minutos, antes de tener las voces de Smith. Es casi una épica post rockera pasada por el filtro de The Cure, teniendo unas líneas de batería que son casi hipnóticas: no fue hasta que me fijé la duración que me di cuenta de cuánto duraba la canción a pesar de que ya la había escuchado varias veces. Es un final perfecto en todo sentido, tanto como composición en solitario como en el contexto del álbum.
Varios párrafos atrás mencionaba a Disintegration, y eso no fue sólo por buscar un ejemplo rápido sino porque aquella obra maestra de 1989 es la referencia principal para comparar a Songs of a Lost World. Ambos álbumes hacen énfasis en el costado más atmosférico de The Cure, con canciones tendiendo a largas, sufridas, melancólicas y oscuras marcadas por las guitarras llenas de efectos y los teclados. Este nuevo trabajo no tiene una sola canción principal más accesible, a lo “Just Like Heaven” de Kiss Me Kiss Me Kiss Me o un “Friday I’m In Love” de Wish, sino que se trata más de un trabajo íntegro en sus partes. La falta de un “hit” puede llegar a ser una contra para algunos, y no culparía a nadie si le pareciera que el disco puede ponerse un tanto monótono, pero los fans de Disintegration seguro estarán contentos, por usar alguna expresión.
Así que, ¿qué queda más por decir? Bueno, podemos hablar de la producción: en contraste con el miedo que le suelo tener a muchos discos de bandas rockeras veteranas en estos días, donde parece que los años de andar tocando en vivo sin protección para los oídos parecen haberlos afectado o dejan todo en manos de alguien que claramente no tiene la experiencia o habilidad para trabajar con este tipo de bandas, Songs of a Lost World suena como tiene que sonar: moderno en la idea de que claramente es un disco de 2024, pero con un buen espacio para todos los instrumentos sin que terminen confundiéndose unos con otros. Ayuda que los encargados de esto hayan sido Smith y Paul Corkett, con quien ya habían trabajado en Bloodflowers.
Como nota aparte, creo que la espera le sirvió muy bien a Songs of a Lost World, en más de un aspecto. Originalmente se iba a lanzar en 2019, pero decidieron retrasarlo y entonces cayó la pandemia y la cancelación de todos los eventos públicos, por lo que esperaron hasta que pudieran presentarlo en vivo. Además de eso, desde hace un tiempo hemos una ola de artistas que tomaron influencia explícita del post punk de los ochentas como Chelsea Wolfe, Crippling Alcoholism, Tribulation, Unto Others, Hamish Hawk, VVV, Fontaines DC y una larga lista más, introduciendo a toda una nueva generación a este sonido oscuro. ¿Tendrá The Cure la oportunidad de acercar a nuevos fans a través de este nuevo trabajo ahora que este estilo está muy presente en la mente de muchos? No lo descarto ni me sorprendería, pero más allá de eso es indudable que Songs of a Lost World es uno de los trabajos más destacados del año, y ocupará las listas de mejores discos del año de una enorme cantidad de gente.
Tras dieciséis años sin editar un disco, recordemos que el anterior había sido “4:13 Dream”, The Cure vuelve a entregarnos nuevo material, este “Songs Of A Lost World” es el 14vo, en casi 50 años de carrera.
Con un total de 8 pistas y 49 minutos de duración, Robert Smith nos vuelve a cautivar con su voz y composiciones escritas de su puño y letra. En ellas encontramos reflexiones profundas, llenas de dolor y recuerdos hacia aquellos que se han ido. La pérdida de varios familiares cercanos, incluidos sus padres y su hermano, se refleja en cada verso, transmitiendo emociones sentidas y auténticas.
En este nuevo lanzamiento no encontramos canciones que no se acerquen al pop ni mucho menos con estilo alegre que suenen en las radios al estilo de “Boys Don’t Cry” o “Friday i’m love”, están más centradas en sonidos profundos y suaves que recuerdan a grandes clásicos que están incluidos en discos como “Disintegration”, “Wish” o “Bloodflowers”.
No es un álbum extenso, pero sí toma su tiempo en desplegarse contando con frecuentes minutos instrumentales antes de cualquier canto. “Songs…..” tiene un flujo narrativo claro, desde el inicio con “Alone” hasta la última canción “Endsong”, evoca paisajes oscuros de aquellos grandes lanzamientos de los 80s pero con una madurez que los años y las pérdidas acorazaron los sueños de quien escribió cada pieza.
Robert Smith, hoy por hoy con 65 años, aún canta con esa intensidad dramática de adolescente, con sonidos de guitarras que parecen flotar en el aire y teclados que se hacen presentes en cada interpretación.
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La portada del álbum nos muestra un trozo de granito medio formado titulado “Bagatelle”, una obra de 1975 de Janez Pirnat, que evoca una escultura clásica dañada y que fue rescatada de las olas. Sus tonos grises recuerdan a la portada del disco “Faith” de 1981.
La apertura con “Alone” es simplemente impresionante en todos los sentidos, gélida, majestuosa, emotiva mientras que “And Nothing is Forever” sigue la estructura de la primera, con una intro que cautiva al escucha y que se mantiene en toda la placa. La tercera pieza lleva como nombre “A Fragile Thing”, una canción brillante, con líneas de piano entrelazadas con sonidos cuasi pop que lideran el sonido.
En “Warsong” presenciamos una canción que asfixia, con un camino disonante y espinoso dónde incluye una buena selección de melodías de teclados incluyendo un zumbido que recuerda a la era de “Disintegration”.
“Drone: NoDrone” es quizás la canción más pegadiza del disco, con muy buen solo de guitarras y un juego de batería que suena con crudeza proporcionando una base meticulosa.
¿Qué puedo acotar acerca de la vedette del disco?, sinceramente una canción espectacular, “I Can Never Say Goodbye” es el corte que mejor recoge todo el concepto musical y espiritual del nuevo disco de los británicos.
Una clásica intro “a lo The Cure” de más de dos minutos de duración, en dónde Robert Smith se estremece en sentimiento al abordar sobre la muerte de su hermano. Su voz se quiebra al cantar la letra dejando todo su pesar y duelo.
Llegando al final encontramos ”All I Ever Am”, con buenas melodías de guitarras y el acompañamiento de Smith, mientras que “”Endsong”” cierra el disco siendo la canción más larga, extendiéndose por más de 10 minutos llenos de atmósferas y melancolía en una semi balada en dónde Robert desnuda su alma.
Quizás sea el disco más triste de The Cure debido a las distintas situaciones que el artista tuvo que sufrir mientras lo componía y distintos acontecimientos en la vida personal de todos los músicos.
Si “Songs of a Lost World’ sería el último lanzamiento discográfico de The Cure, sólo queda darle las gracias a Robert Smith por semejante carrera.
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