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Z! Live 2025 – Dia 1: “El Factor X y la Furia del Metal Invaden IFEZA”
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Zamora se convierte, un año más, en el epicentro del metal europeo con la décima edición del Z! Live, que se celebra del 12 al 15 de junio de 2025 en el recinto ferial IFEZA. La ciudad ruge con fuerza, y las icónicas camisetas negras ya son parte del paisaje urbano, anticipando la llegada de más de 30.000 metalheads. Como muestra de su inmersión total en el espíritu del festival, el Ayuntamiento de Zamora ha instalado dos semáforos temáticos con siluetas heavys. “El paso de cebra más heavy del mundo”, ubicado en la Avenida de las Tres Cruces esquina calle de la Amargura, simboliza la transformación de la ciudad en el “templo del metal” durante estos días. Este gesto subraya el arraigo y la importancia que el Z! Live ha adquirido, consolidándose como uno de los festivales europeos más agradables, impredecibles y respetados.

La jornada inaugural del jueves 12 de junio de 2025 marcó un hito en la historia del festival, prometiendo un verano musical inolvidable. El cartel de este día, ecléctico y ambicioso, fusiona el metal progresivo con el death metal, el hard rock y el thrash, presentando una amalgama de sonidos que deleitó a los asistentes.

After Lapse: El Amanecer Progresivo que Despertó el Z! Live – Una Sorpresa Melódica Antes de la Tormenta de Metal

La tarde del jueves 12 de junio de 2025 en Zamora, minutos antes de que el Z! Live abriera oficialmente sus puertas a la marea metálica, tuvo un preludio inesperado, casi etéreo. Lejos del rugido habitual de los amplificadores y la euforia pre-festival, la banda madrileña After Lapse orquestó un acto de apertura que buscaba calmar el alma antes de la inevitable tormenta de decibelios. Fue un contraste deliberado, una invitación a la reflexión y la quietud, que algunos privilegiados tuvieron la fortuna de presenciar.

Con el sol aún bajo, tiñendo el cielo con los primeros atisbos de un anaranjado y violeta suaves, y el recinto de IFEZA aún respirando la calma antes del caos, una atmósfera casi mística comenzó a envolver el ambiente. Se percibía un silencio expectante, roto solo por el suave murmullo de la gente que se iba acercando, buscando su lugar en este ritual matutino.

Fue en ese momento, cuando las primeras luces del día acariciaban el escenario, que After Lapse, en un giro sorprendente a su propuesta habitual, decidió regalarnos una interpretación profundamente atmosférica. Eran las notas etéreas de “Signs Of Life” (una sorprendente elección, un homenaje con su propio estilo), un llamado suave que se expandía con la brisa fresca de la mañana, prometiendo una travesía, un descubrimiento personal. Cada acorde era una invitación a la introspección, un recordatorio de que, incluso en la quietud, la vida late con una fuerza inquebrantable. Era el preludio perfecto para un viaje interior, una oda a la existencia en su forma más pura, antes de que los tambores de guerra del metal hicieran su aparición.

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El sonido creció, el horizonte se expandía con la promesa del día, y con él, la sensación de liberación. La música mutó, tornándose más expansiva, más elevada. Era imposible no sentir el impulso de “Learning To Fly” (otra interpretación magistral que resonaba con el espíritu de After Lapse, a pesar de no ser suya originalmente), no solo una canción, sino una filosofía encapsulada en acordes. Con cada nota, el alma parecía desprenderse del suelo zamorano, elevándose por encima de las preocupaciones cotidianas, sintiendo la ingravidez de la libertad. Una sensación de vértigo y euforia, como si las nubes fueran cómplices de cada paso, de cada respiración profunda que precedía a la inminente descarga de metal.

Pero incluso en la quietud de la mañana, la sombra de la inquietud podía proyectarse, un sutil recordatorio de las batallas que se librarán en los escenarios principales. Un cambio en la atmósfera, un toque de melancolía que se colaba entre la grandiosidad. Los acordes se hicieron más graves, el ritmo más insistente, anunciando la llegada de “The Dogs Of War” (con la potencia que sólo After Lapse puede inyectar en un clásico ajeno). No había campo de batalla visible, pero la tensión era palpable, un recordatorio sutil de las luchas internas y externas que a menudo nos acechan, las fuerzas invisibles que tiran de nosotros. Una pieza que, con su contundencia, ponía los pies en la tierra, trayendo una dosis de cruda realidad, un presagio de la intensidad que aguardaba.

Sin embargo, el instante de preocupación era efímero, como una estrella fugaz. Una chispa, un destello, y la melodía se volvió más ligera, más esperanzadora. La aparición de “One Slip” (una versión sorprendente, pero ejecutada con la maestría progresiva de After Lapse) fue como un guiño del destino, una aceptación de la fragilidad del momento, pero también de su potencial. Esa pequeña falla, esa mínima desviación, podría ser el catalizador de un nuevo comienzo en el festival, una oportunidad inesperada de reorientar el rumbo. Había una ligereza en el aire, una sensación de que, a pesar de los tropiezos, siempre hay una forma de seguir adelante, incluso con la inminente avalancha de riffs y gritos.

Y finalmente, cuando el sol ya ascendía con más fuerza, disipando las últimas sombras de la madrugada y anunciando el inicio oficial de las actividades del Z! Live, la melodía se transformó en una plegaria, un himno de consuelo y comunidad. “On The Turning Away” (interpretada con la emoción y profundidad características de After Lapse) resonó con una profundidad que conmovía, una llamada a la empatía, a no cerrar los ojos ante el sufrimiento ajeno, a tender la mano entre compañeros metalheads. Era un final emotivo para este acto de apertura tan particular, una promesa de que, incluso en la masa de miles de personas, la conexión humana es el faro que guía a través de cualquier oscuridad. El concierto silencioso del amanecer había llegado a su fin, pero sus ecos resonaron mucho después de que la última nota se disipara, preparando el terreno para la furia y la pasión.

Vola: El Sol Salió para Iluminar la Perfección Progresiva – Una Experiencia Mística

Como diríamos en danes “Det er godt” (eso es bueno), lo que vivimos con Vola! Si hubo un momento en el Z! Live donde la magia se hizo tangible, fue con la llegada de estos daneses. Justo cuando su música empezó a sonar, el sol, como si fuera una deidad cómplice, hizo acto de presencia, regalándonos una bienvenida dosis de vitamina D que nos supo a gloria. No fue solo un concierto, fue un punto de inflexión en el festival, una revelación sonora que rozó lo glorioso.

Vola es un cuarteto que desafía cualquier etiqueta, tejiendo una propuesta progresiva tan ecléctica como hipnótica. Su estilo es una fusión audaz de metal progresivo con claras influencias de djent, toques de electrónica que se cuelan con maestría y elementos de rock alternativo que les dan una personalidad única. Se les describe, con toda razón, como una banda inclasificable, y esa es precisamente su fuerza. Su maestría radica en la forma en que fusionan la pesadez del metal con la delicadeza melódica y atmósferas que te envuelven por completo, creando una propuesta musical absolutamente única y cautivadora.

Y al frente de esta sinfonía de sensaciones, tenemos al inmenso Asger Mygind. Ataviado con una americana y zapatillas en perfecta sintonía con su inseparable guitarra verde, Asger no solo es un guitarrista excepcional y un compositor brillante, sino que su voz empática y cautivadora te atrapa desde el primer segundo. Él es el epicentro de esa magnificencia que explota en el escenario, un líder silencioso pero profundamente efectivo.

La banda arrancó el set con la poderosa “We Will Not Disband“, una declaración de intenciones que ya te avisaba de que aquello iba a ser algo grande. Desde el primer riff, el sonido era impecable, cristalino, cada nota llegaba con una claridad asombrosa. Le siguió la contundente “Stone Leader Falling Down“, que mantuvo la tensión y la intriga que caracteriza su música.

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Y es que ver a Vola en directo es ser testigo de cómo la traslación del estudio al escenario se convierte en un ritual de perfección. Tienen los temas, sí, pero también la destreza para replicarlos con una fidelidad asombrosa, incluso sin las colaboraciones que a veces usan en disco. Un ejemplo claro fue el célebre “Cannibal“: aunque por un instante pudimos echar de menos la voz de Anders Fridén (In Flames) por pura memoria retentiva, la verdad es que la banda misma se basta y sobra para hipnotizarte por completo. No necesitan adornos; su talento es el adorno.

La sección rítmica es una fuerza de la naturaleza. Nicolai Mogensen estuvo muy activo y provocador con su bajo, marcando líneas intrincadas y proporcionando unos clavados acompañamientos vocales que enriquecen cada pieza. Pero la palma, sin duda, se la llevaba el sueco Adam Janzi a la batería. Con su torso desnudo, Adam parecía más inmerso en el club de la lucha que sobre un escenario. Experimentaba un aura de contagioso trance autoinducido mientras propiciaba unos mandobles hirientes y visualmente imaginativos a su “kit de percusión”. Su energía era desbordante, pura adrenalina que se transmitía al público.

Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de Martin Werner en los teclados y sintetizadores. Él es el artífice de ese tejido esencial de atmósferas y texturas que dota a la música de Vola de su profundidad y misticismo. Junto a un lienzo de imágenes abstractas y sugerentes que proyectaban en el fondo, la puesta en escena era cuidada y envolvente, llevando la experiencia a otro nivel.

El repaso por su discografía se centró en su aclamado Witness y en su más reciente lanzamiento. Temas como la cautivadora “Head Mounted Sideways”, la melancólica “Stray the Skies“, y la espacial “24 Light-Years” resonaron con una fuerza conmovedora. La inmersión continuó con la introspectiva “Inside Your Fur” y la potente “Bleed Out“, cada una demostrando la versatilidad y el genio compositivo de la banda.

Culminaron todo tipo de presagio, deseo y alabanza con la majestuosa “Paper Wolf“, que dejó patente su deseo de hallar la cuadratura del círculo, cerrando una actuación sobresaliente a todas luces. Para un servidor y para la gente que me rodeaba, a tenor de sus comentarios, ya se estaba viviendo uno de esos conciertos que harán historia en el imaginario colectivo de los asistentes, ¡y eso antes de la hora de la merienda! Esto, traducido a una sala más íntima, podría llevar al paroxismo onanista.

Kissin’ Dynamite: La Explosión de Hard Rock que Conquistó el Z! Live – Pura Fiesta, Carisma y Himnos Contagiosos

Después de tanta complejidad progresiva y oscuridad extrema, el Z! Live necesitaba una inyección de pura adrenalina y desenfado. ¡Y vaya si la obtuvo con Kissin’ Dynamite! Este quinteto alemán, maestros absolutos del hard rock festivo, llegó al escenario para poner patas arriba el recinto y recordarnos por qué el rock es sinónimo de diversión y euforia. Fue como si de repente, una ola de energía positiva arrasara con todo el cansancio acumulado, invitando al baile, al canto y a la más pura algarabía.

Su estilo musical, ese hard rock vibrante y melódico, es un bálsamo para el alma rockera. No buscan reinventar la rueda; buscan la melodía pegadiza, el estribillo coreable y la actitud de estrella de rock que te hace sentir que estás en el concierto más grande del mundo. Son una mezcla perfecta de ese hard rock clásico de los 80, con un toque moderno y una energía juvenil que les da una chispa única. Cada canción es un himno en potencia, diseñada para levantar brazos y arrancar sonrisas.

Y al frente de esta apisonadora de buen rollo, tenemos al carismático Johannes Braun. ¡Este tipo es un frontman de los que ya no quedan! Con su sonrisa permanente, sus poses de rockstar clásica y una chulería familiar que te conquista al instante, Johannes es el alma de la fiesta. No solo posee una voz potente y versátil que se adapta a la perfección a las melodías pegadizas del hard rock, sino que su capacidad para conectar con el público es sobresaliente. Es un showman nato, que domina cada rincón del escenario, interactúa constantemente con los fans y transmite una energía inagotable que contagia hasta al más apático. Se le veía disfrutar cada segundo, y eso se trasladaba directamente a la audiencia.

A pesar de que el Silver Stage, quizás, no contaba con la potencia de decibelios ideal para que sus himnos nos reventaron las cuerdas vocales (¡totalmente, a base de apelarnos!), la banda no se amilanó. Ni un ápice. Johannes y sus compañeros –los guitarristas Ande Braun (su hermano, con quien tiene una química brutal en el escenario) y Jim Müller, el bajista Steffen Haile y el baterista Hannes Braun (otro hermano Johannes)– se entregaron por completo. Lucharon con “Profident” por bandera contra la adversidad del sonido del “Silver”, y claramente salieron mucho más que airosos. Demostraron ser no solo un grupo cohesivo, sino también imperiosos, estratégicos y vitamínicos para romper moldes creativos, allanando un sendero abonado con humildad recreativa.

El setlist fue una sucesión de bombas. Abrieron la veda con una energía que te atrapaba, y temas como la irresistible “DNA” levantaron los primeros puños y coros. La fiesta continuó con la descarada “No One Dies Virgin“, un verdadero grito a la vida. Luego, llegó la poderosa “My Monster“, que resonó con una fuerza innegable, seguida de la inspiradora “Not The End of The Road“, un himno a la resiliencia que conectó con muchos. Pero si hubo una canción que se convirtió en un cántico colectivo, fue la coreadísima “You’re Not Alone“, que hizo que todo el público sintiera esa hermandad metalera. Y para coronar la conquista absoluta, los de Burladingen y Münsingen cerraron con la explosiva “Raise Your Glass“, un brindis final que dejó una sonrisa en cada rostro y la confirmación de que el espíritu del hard rock, ese modo de vida que parece más presente ahora que hace veinte años, sigue muy vivo.

Kissin’ Dynamite ofreció una actuación vibrante, un torbellino de clichés añorados que nos transportaron al glam del Sunset Boulevard en su época dorada. Sonrientes, vacilones y rebosantes de energía (¡no sabemos si por la temperatura o por el fervor del respetable!), demostraron que son un dardo directo al centro de la diana de la organización. Fue la inyección de hard rock que necesitábamos para patear culos, contonear caderas y deshacernos de la levedad del ser y estar. ¡Pura fiesta que dejó un subidón de adrenalina!

Nile: La Invocación de las Deidades Antiguas y Tres Décadas de Brutalidad Ceremonial en el Z! Live

¡El ambiente se oscureció! No es que anocheciera de golpe, es que el aire se cargó con la energía ancestral cuando Nile, la bestia del death metal técnico, emergió de las catacumbas sónicas para tomar el escenario del Z! Live. Si eres de los que piensan que el death metal es solo ruido, es porque nunca te has sumergido en el universo de estos americanos; su propuesta no está diseñada para todos los públicos, ¡y eso es lo que la hace tan jodidamente especial!

Desde el primer acorde, quedó claro que estábamos ante una fuerza de la naturaleza. Su brutal death metal, híper técnico y complejísimo, no es gratuito; cada riff, cada golpe, cada gruñido, está arraigado en la simbología y la mitología de las culturas egipcia y mesopotámica. Es como si el mismísimo Anubis o Ishtar hubieran poseído sus instrumentos. ¡El ambiente se transformó en un arma de destrucción masiva sonora, sí, pero con una precisión quirúrgica!

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Y al frente de todo, como un sumo sacerdote de la oscuridad y el conocimiento arcano, estaba Karl Sanders. ¡Este hombre es un genio! Desde 1993, Karl ha sido la mente maestra detrás de Nile, el principal arquitecto de este sonido tan único. Su guitarra no solo destila riffs demenciales, sino que su conocimiento y obsesión por las civilizaciones antiguas se traducen en cada nota, en cada melodía casi orquestal que se esconde bajo la capa de brutalidad. Es como si hubiera viajado en el tiempo, trayendo consigo los secretos de los faraones y los dioses mesopotámicos para plasmarlos en death metal puro y duro. Su carrera es intachable, una fidelidad al género y a su temática como pocas bandas pueden presumir.

A pesar de algún pequeño ajuste técnico inicial –¡nada, casi un leve desliz de un dedo para bajar el volumen atronador que nos arrebataba el tímpano y, sobre todo, el alma!–, la banda se sobrepuso con una clase magistral. Acompañando a Karl, teníamos a Zach Jeter (de Hideous Divinity y Olkoth) en las guitarras y voces, sumando capas de densidad y ferocidad. Al bajo y las voces, el imponente Dan Vadim Von (miembro también de Morbid Angel e Incantation), quien con sus cuatro cuerdas añadía una profundidad abismal a la ya masiva base rítmica. Y, por supuesto, en la batería, la abominable máquina griega George Kollias. ¡Este tipo es una auténtica “masterclass” andante! Sus ritmos son tan complejos como implacables, un torbellino de blast beats y redobles que te dejaban con la boca abierta.

El setlist fue una inmersión premeditada en su dilatada discografía, que comenzó en 1993, pero que sonaba más actual que nunca. Profundos, toscos, épicos, lacerantes y provocativos, la descarga sonora de Nile incitó los primeros pogos serios y nuestros ritos más mundanos de trascendencia hacia el altar de la aniquilación.

Abrieron con la contundencia de “Stelae of Vultures“, una perfecta bienvenida a su reino de brutalidad arqueológica. Le siguió la feroz “To Strike With Secret Fang“, que mantuvo la intensidad al máximo. La banda no dio tregua, invocando el poder de “Sacrifice Unto Sebek” y la ya mítica “Defiling the Gates of Ishtar“, que transportó a todos directamente a las ruinas. El grito de “Kafir!” resonó con una furia inquebrantable, seguido de la aplastante “Vile Nilotic Rites“, que demostró su maestría más reciente.

Continuaron el ritual con la poderosa “In the Name of Amun“, sumergiéndonos en el culto al dios sol. La brutalidad de “Sarcophagus” resonó con la fuerza de un antiguo rito funerario, y la implacable “Lashed to the Slave Stick” nos azotó con sus riffs demoledores. El cierre fue apoteósico con la icónica “Black Seeds of Vengeance“, un himno que resonó en cada rincón del IFEZA, dejando claro quién manda en el death metal.

Nile demostró por qué lleva más de tres décadas en la cima del death metal, manteniendo un compromiso inquebrantable con su sonido masivo y enigmático. Su propuesta es como un “Predator” o un “Xenomorfo” musical, una mutación voluntaria en un arma de destrucción masiva que invoca la inquietud histórica y musical. Sin grandes alardes visuales, protegidos por un telón azul verdoso que evocaba el Ankh (la llave de la vida), auspiciaron la energía vital y la inmortalidad que desprenden. Los que ya tenían nociones sobre ellos y sus numerosos seguidores fieles, disfrutaron de la grandeza de los norteamericanos, de la barbarie sónica vertida en honor

Exodus: El Regreso del Carnicero y la Lección de Thrash que Zamora No Olvidará

¡Agarraos que vienen curvas! Y cuando decimos curvas, nos referimos a los riffs que te doblan el espinazo y los mosh pits que te hacen volar. Exodus, la santísima trinidad del thrash metal, aterrizó en el Z! Live con una misión clara: no hacer prisioneros y celebrar por todo lo alto los 40 añazos de su obra seminal, el inconfundible Bonded By Blood. Y amigos, lo lograron con creces.

La expectación era máxima, y gran parte de ella se centraba en un regreso muy esperado: ¡Rob Dukes estaba de vuelta al frente del micrófono! Tras varias idas y venidas con el querido Steve “Zetro” Souza, Dukes volvía para su segunda etapa con la banda, y la verdad es que se comió el escenario. Con una presencia imponente y una voz que rasgaba el aire, demostró por qué es el perfecto carnicero para el sonido de Exodus. Su energía era contagiosa, un huracán de brutalidad vocal que complementa a la perfección el asalto instrumental.

Y hablando de asaltos… ¡Gary Holt! ¿Qué podemos decir de este hombre? La guitarra de Holt es un arma de destrucción masiva, un destilador de metal puro como pocos. Cada riff era un mazazo directo, cada solo, una cátedra de la mala leche thrash. Su sonido demoledor es el santo y seña de Exodus, y anoche, en Zamora, lo demostró con creces. No es de extrañar que Slayer lo reclutara para sus últimos años; el tipo es una leyenda viva. A su lado, Lee Altus (de Heathen) flanqueaba a Holt, sumando capas a esa pared de sonido implacable.

La banda arrancó el set con el himno homónimo, “Bonded By Blood“, y desde ese instante, el recinto se convirtió en un manicomio. La comunión con el público fue instantánea. Rob Dukes no se anduvo con rodeos: “¡Hemos venido a impartir una lección de violencia!”, proclamó, y vaya si la impartieron. Los “circle pits” no tardaron en formarse, gigantescos torbellinos de metalheads desatados que giraban sin descanso, celebrando cada nota.

La primera parte del show fue un homenaje directo a ese álbum que cambió el juego, con temas como la frenética “Piranha“, la inconfundible “The Toxic Waltz” (que siempre enciende la mecha), la demoledora “Strike of the Beast” y la ya citada “A Lesson In Violence“. Fue como volver a ser chavales por una hora, con esa visceralidad y esa alma punk que definieron sus inicios. Aunque el sonido en el Silver Stage, quizás, no fue el más pulido en algunos momentos, la energía cruda y desbordante de la banda lo compensa con creces. La diversión era la bandera, y el público la izó con entusiasmo.

Pero Exodus no se quedó solo en el pasado. Hicieron guiños a otras épocas gloriosas de su discografía. La potente “Brain Dead” de Pleasures of the Flesh (1987) resonó con fuerza, y “Fabulous Disaster“, el tema que da título a su brutal álbum del 89, desató una nueva ola de euforia. Luego, nos trajeron al nuevo milenio con la aplastante “Blacklist” de Tempo Of The Damned (2004) y la brutal “Deathamphetamine“, que, a pesar de su título que te hacía pensar en un disco de 2025 (lo cual era un guiño simpático del setlist), sonaba con la fuerza de siempre.

La banda, con Jack Gibson (un veterano desde 1997) al bajo, marcando esas líneas rítmicas sólidas como una roca, y Tom Hunting en la batería, otro de los responsables del mítico Bonded By Blood y figura habitual en diferentes etapas de la banda, demostró una cohesión y una brutalidad implacables.

Y como broche de oro, un guiño que tocó la patata a todos los presentes: ¡un fragmento de “Reign In Blood” de Slayer! Fue un momento mágico, un reconocimiento entre titanes que hizo que la conexión con el público fuera aún más profunda. Ver a Gary Holt, que formó parte de los últimos años de Slayer, tocar este riff icónico, fue pura adrenalina y nostalgia.

Exodus fue una lección de historia del thrash metal, pero también una demostración de su vigencia inquebrantable. A nadie le puede extrañar que sigan en la cima; su descarga fue demoledora, una auténtica carnicería sonora que dejó a Zamora con la adrenalina a tope y el cuello dolorido de tanto headbanging. ¡Un show brutal y memorable!

Meshuggah: Ritmos Fibonacci y Mazazos Djent – La Geometría Sonora y la Secuencia de la Aniquilación Polirrítmica que nos Devoró

Meshuggah llegó al Z! Live para volarte la cabeza, desordenarte el cerebro y reorganizar tus percepciones. Los suecos, esos arquitectos del caos controlado y pioneros del ‘djent’, no ofrecieron un simple concierto; fue una inmersión total, una experiencia auditiva y visual que te arrastraba a sus laberínticos paisajes de metal pesado. Su propuesta, desafiante y contundente a partes iguales, no es para todos los paladares, ¡lo sabemos! Pero para los valientes y las mentes abiertas, aquello fue pura gloria.

El Copper Stage se convirtió en un templo de la abstracción sonora. La banda arrancó con la pesadísima “Broken Cog“, un inicio denso y aplastante que te sumergía de inmediato en su universo. Desde el primer riff, sentías esa presión hermética de sonido “divino”, como si el aire se densifica a tu alrededor. Luego, la maquinaria implacable nos arrolló con la furia controlada de “Violent Sleep of Reason“, donde cada golpe, cada nota, era una declaración de intenciones.

Y ahí estaban ellos: Jens Kidman, el frontman, una figura imponente que, con su voz gutural, era el guía en este viaje a las entrañas del sonido. Su presencia, estoica y magnética, hipnotizaba. Detrás de él, la columna vertebral rítmica, el inhumanamente preciso Tomas Haake en la batería. ¡Verlo era como presenciar a un metrónomo humano, un maestro de las polirritmias que desafiaba las leyes de la física! Sus ritmos, a menudo impredecibles y estructuralmente complejos, parecían construir un patrón que, en su intrincada progresión, recordaba la perfección matemática de un Fibonacci en cada golpe, cada cadencia inverosímil, te hacía dudar de tu propia percepción del tiempo.

Las guitarras… ¡ah, las guitarras! Fredrik Thordendal y Mårten Hagström, con sus afinaciones disidentes y esos riffs gruesos como muros de aislamiento, construían una arquitectura sonora única. No era solo tocar notas, era esculpir el cosmos con distorsión. Temas como la icónica “Rational Gaze” desataron un éxtasis colectivo entre los versados, mientras la brutalidad de “Combustion” nos recordaba la furia implacable de la banda.

Pero Meshuggah no es solo sonido, es una experiencia visual. El juego de luces era simplemente espectacular, una coreografía precisa de láseres y focos que bañaban al quinteto, integrando el dramatismo visual con la presión sónica. Cada haz de luz parecía complementar la complejidad de su instrumentación, creando una atmósfera envolvente que te absorbía por completo. Era como estar dentro de una obra de arte abstracta, pero una que te golpeaba con la fuerza de un tren de mercancías.

La inmersión continuó con la contundente “God He Sees in Mirrors” y la complejísima “Born in Dissonance“, donde las mentes abiertas se regocijaban y las menos iniciadas podían sentirse un poco perdidas en ese laberinto de compases. Pero incluso si no entendías cada giro y cada curva, la vehemencia sobre la que se apoyan sus tesis era tan abrumadora como hipnótica.

La recta final del set principal fue un mazazo: “Swarmer” y “Swarm” te envolvieron en una nube de riffs monolíticos y ritmos implacables, sin un segundo de tregua. La banda no paraba, una descarga continua que te dejaba exhausto pero con la adrenalina a mil.

Y para el encore, la dupla definitiva que hizo que todo hubiera valido la pena. La legendaria “Bleed” desató el caos organizado, un torbellino de blast beats y riffs polirrítmicos que te volaron la cabeza. Era la confirmación de su maestría, de su estatus de culto. Y el cierre con “Demiurge” fue la puntilla, un final contundente que selló la experiencia.

Meshuggah llevó el Z! Live más allá de la estratosfera del metal extremo. Fue magistral, aunque también, para un sector amplio del público, incomprensible. Pero lo que es innegable es que saliste de allí sintiendo que habías presenciado algo único, una banda que no se conforma con seguir reglas, sino que las reescribe. Un viaje para la mente, un éxtasis para los oídos.

Dream Theater: El Sueño Reencontrado (y Algo Desgastado) en el Z! Live – Un Viaje Progresivo con Altibajos Estelares

¡El momento que muchos esperaban con el alma en vilo había llegado! Dream Theater, esa leyenda que teje sinfonías complejas y despierta pasiones incondicionales, pisaba el escenario del Z! Live. Y la emoción era palpable, ¿cómo no iba a serlo? El hijo pródigo, el inmenso Mike Portnoy, estaba de vuelta tras los parches, con esa sonrisa contagiosa y esa energía que lo hace tan querido. Su regreso, sellado por el flamante Parasomnia, nos prometía un espectáculo de otra liga, algo épico, ¿verdad? Pues sí, pero también con algún que otro “pero” que vamos a desgranar.

La maquinaria progresiva se puso en marcha con una imponente “Night Terror“, una de las nuevas joyas de Parasomnia que ya nos hizo vibrar con su atmósfera intrincada. ¡El sonido de John Petrucci debía ser un canapé de Whiskas, finísimo! Pero, seamos sinceros, no siempre fue así. Hubo momentos donde su guitarra, normalmente impecable, pareció perder ese cuerpo demoledor, quedando como una anécdota en compañía de sus inseparables carabinas: el enigmático John Myung al bajo, una estatua de la contundencia rítmica, siempre estoico y preciso; el genio de las teclas, Jordan Rudess, que con sus sintetizadores y pianos te transportaba a otra dimensión; y, por supuesto, la bestia de la batería, Portnoy, un torbellino de ritmos imposibles y caras de concentración que valían su peso en oro.

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La cosa prometía, y los clásicos no tardaron en llegar. Nos sumergimos en la teatralidad de “Metropolis Pt. 2: Scenes from a Memory” con “Act I: Scene Two: II. Strange Déjà Vu” y la dramática “Act I: Scene Three: II. Fatal Tragedy“. La banda se entregaba a su virtuosismo habitual, esos intrincados pasajes instrumentales donde cada uno brillaba con luz propia. Sin embargo, no podemos obviar que James LaBrie, nuestro frontman, tuvo una noche irregular. Había momentos donde su voz, que en sus mejores días es pura seda y potencia, luchaba por encajar el tono y el brillo, sobre todo tras esos largos interludios instrumentales que, en teoría, deberían darle el respiro suficiente. A veces, la magia vocal se diluía un poco, y eso, en Dream Theater, se nota.

Volvimos a sentir nostalgia con la brutal “Under a Glass Moon“, un clásico que siempre funciona, que te hace levantar el puño y gritar. Y Parasomnia seguía dando guerra con la potente “Panic Attack” y la oscura “Midnight Messiah“, temas que en directo cobraban una energía especial. Pero luego, la conexión con el público a veces se resentía. Entre tanto pasaje virtuoso y tanta densidad, hubo ciertos lapsos, momentos que no terminaban de atrapar al gentío, que parecía más polarizado que nunca.

La furia volvió a desatarse con “The Enemy Inside” y la épica “A Rite of Passage“, donde Petrucci nos recordaba por qué es uno de los grandes. La oscuridad de “The Dark Eternal Night” nos envolvió, pero el clímax llegó con “Peruvian Skies“. Y aquí vino uno de esos “momentos feria” tan marca de la casa: la banda nos regaló snippets, pequeños fragmentos, de clásicos como el mítico “Wish You Were Here” de Pink Floyd y el demoledor “Wherever I May Roam” de Metallica. Fue un guiño inesperado que, aunque fugaz, encendió al público y demostró que, pese a todo, los tipos saben cómo tocar la fibra sensible.

As I Am” mantuvo la intensidad antes del gran final. Y la verdad es que, a pesar de los altibajos, la decisión de cerrar con “Pull Me Under” fue un golpe maestro. Ese himno atemporal, esa canción que todos conocemos y amamos, consiguió meterse a la comunidad en el bolsillo por completo. Fue un cierre apoteósico que dejó un buen sabor de boca, una demostración de por qué, a pesar de las sombras, Dream Theater sigue siendo una banda titánica.

En resumen, el reencuentro con Dream Theater en el Z! Live fue un viaje progresivo con sus picos y valles. Ver a Portnoy de vuelta fue un regalo, y el virtuosismo de Myung, Rudess y Petrucci sigue siendo incuestionable. LaBrie tuvo sus momentos de brillantez, pero también de lucha. La sensación general fue la de un cabeza de cartel que, si bien trajo consigo el aura de su leyenda, no siempre estuvo en su día más fino, dejando un regusto agridulce que, sin embargo, no empaña el hecho de que su música sigue siendo una fuerza ineludible en el mundo del metal. Un show para el recuerdo, aunque no precisamente por ser el más perfecto.

Rotting Christ: Un Excelso Cierre de la Primera Jornada de Z! Live 2025

Desde Grecia, Rotting Christ abrió las puertas del infierno con una maestría innegable y una creatividad anticristiana recalcitrante. Los hermanos Tolis (Sakis en guitarra y voz, Themis en batería), con décadas de pactos sellados con el black metal, ofrecieron una descarga brutal y melódica, sin necesidad de artificios grandilocuentes. Su puesta en escena era pura entrega, una combustión de furia y dramatismo gótico que caló hasta los huesos de los trasnochadores. El sonido cristalino del Copper Stage magnifica su crudeza y refinamiento estilístico.

La banda desató una vorágine sonora que incluyó la mística “In Yumen-Xibalba“, la icónica “666“, la envolvente “P’unchaw Kachun – Tuta Kachun“, la poderosa “Like Father, Like Son“, la atmosférica “The Raven“, y las incendiarias “Fire, God and Fear“. Cada tema era un conjuro que resonaba con la experiencia de la banda. Con Sakis Tolis liderando el ritual con aplomo y un dominio del español que conectó profundamente con la audiencia, la energía de la banda fue inagotable, insuflada por la vitalidad de sus jóvenes músicos de directo. Rotting Christ no solo tocó; invocó, dejando una estela de energía oscura que fue el Ying y el Yang de la madrugada, consolidándose como uno de los grandes vencedores de la jornada.

Cuando el reloj, nos encaminaba al ritual de la madrugada, la primera jornada del Z! Live 2025 escribía con fuego uno de sus capítulos más intensos. Los Sepultura patrios, Vita Imana, subieron al escenario, desafiando el cansancio y encendiendo la noche con su fuerza atronadora. Esta banda, con veinte años de trayectoria, ha sido un martillo y un cincel, una tormenta en plena sequía, sin concesiones en su garganta ni pausas en su ritmo.

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Z! Live 2025 – Dia 1: “El Factor X y la Furia del Metal Invaden IFEZA”
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Zamora se convierte, un año más, en el epicentro del metal europeo con la décima edición del Z! Live, que se celebra del 12 al 15 de junio de 2025 en el recinto ferial IFEZA. La ciudad ruge con fuerza, y las icónicas camisetas negras ya son parte del paisaje urbano, anticipando la llegada de más de 30.000 metalheads. Como muestra de su inmersión total en el espíritu del festival, el Ayuntamiento de Zamora ha instalado dos semáforos temáticos con siluetas heavys. “El paso de cebra más heavy del mundo”, ubicado en la Avenida de las Tres Cruces esquina calle de la Amargura, simboliza la transformación de la ciudad en el “templo del metal” durante estos días. Este gesto subraya el arraigo y la importancia que el Z! Live ha adquirido, consolidándose como uno de los festivales europeos más agradables, impredecibles y respetados.

La jornada inaugural del jueves 12 de junio de 2025 marcó un hito en la historia del festival, prometiendo un verano musical inolvidable. El cartel de este día, ecléctico y ambicioso, fusiona el metal progresivo con el death metal, el hard rock y el thrash, presentando una amalgama de sonidos que deleitó a los asistentes.

After Lapse: El Amanecer Progresivo que Despertó el Z! Live – Una Sorpresa Melódica Antes de la Tormenta de Metal

La tarde del jueves 12 de junio de 2025 en Zamora, minutos antes de que el Z! Live abriera oficialmente sus puertas a la marea metálica, tuvo un preludio inesperado, casi etéreo. Lejos del rugido habitual de los amplificadores y la euforia pre-festival, la banda madrileña After Lapse orquestó un acto de apertura que buscaba calmar el alma antes de la inevitable tormenta de decibelios. Fue un contraste deliberado, una invitación a la reflexión y la quietud, que algunos privilegiados tuvieron la fortuna de presenciar.

Con el sol aún bajo, tiñendo el cielo con los primeros atisbos de un anaranjado y violeta suaves, y el recinto de IFEZA aún respirando la calma antes del caos, una atmósfera casi mística comenzó a envolver el ambiente. Se percibía un silencio expectante, roto solo por el suave murmullo de la gente que se iba acercando, buscando su lugar en este ritual matutino.

Fue en ese momento, cuando las primeras luces del día acariciaban el escenario, que After Lapse, en un giro sorprendente a su propuesta habitual, decidió regalarnos una interpretación profundamente atmosférica. Eran las notas etéreas de “Signs Of Life” (una sorprendente elección, un homenaje con su propio estilo), un llamado suave que se expandía con la brisa fresca de la mañana, prometiendo una travesía, un descubrimiento personal. Cada acorde era una invitación a la introspección, un recordatorio de que, incluso en la quietud, la vida late con una fuerza inquebrantable. Era el preludio perfecto para un viaje interior, una oda a la existencia en su forma más pura, antes de que los tambores de guerra del metal hicieran su aparición.

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El sonido creció, el horizonte se expandía con la promesa del día, y con él, la sensación de liberación. La música mutó, tornándose más expansiva, más elevada. Era imposible no sentir el impulso de “Learning To Fly” (otra interpretación magistral que resonaba con el espíritu de After Lapse, a pesar de no ser suya originalmente), no solo una canción, sino una filosofía encapsulada en acordes. Con cada nota, el alma parecía desprenderse del suelo zamorano, elevándose por encima de las preocupaciones cotidianas, sintiendo la ingravidez de la libertad. Una sensación de vértigo y euforia, como si las nubes fueran cómplices de cada paso, de cada respiración profunda que precedía a la inminente descarga de metal.

Pero incluso en la quietud de la mañana, la sombra de la inquietud podía proyectarse, un sutil recordatorio de las batallas que se librarán en los escenarios principales. Un cambio en la atmósfera, un toque de melancolía que se colaba entre la grandiosidad. Los acordes se hicieron más graves, el ritmo más insistente, anunciando la llegada de “The Dogs Of War” (con la potencia que sólo After Lapse puede inyectar en un clásico ajeno). No había campo de batalla visible, pero la tensión era palpable, un recordatorio sutil de las luchas internas y externas que a menudo nos acechan, las fuerzas invisibles que tiran de nosotros. Una pieza que, con su contundencia, ponía los pies en la tierra, trayendo una dosis de cruda realidad, un presagio de la intensidad que aguardaba.

Sin embargo, el instante de preocupación era efímero, como una estrella fugaz. Una chispa, un destello, y la melodía se volvió más ligera, más esperanzadora. La aparición de “One Slip” (una versión sorprendente, pero ejecutada con la maestría progresiva de After Lapse) fue como un guiño del destino, una aceptación de la fragilidad del momento, pero también de su potencial. Esa pequeña falla, esa mínima desviación, podría ser el catalizador de un nuevo comienzo en el festival, una oportunidad inesperada de reorientar el rumbo. Había una ligereza en el aire, una sensación de que, a pesar de los tropiezos, siempre hay una forma de seguir adelante, incluso con la inminente avalancha de riffs y gritos.

Y finalmente, cuando el sol ya ascendía con más fuerza, disipando las últimas sombras de la madrugada y anunciando el inicio oficial de las actividades del Z! Live, la melodía se transformó en una plegaria, un himno de consuelo y comunidad. “On The Turning Away” (interpretada con la emoción y profundidad características de After Lapse) resonó con una profundidad que conmovía, una llamada a la empatía, a no cerrar los ojos ante el sufrimiento ajeno, a tender la mano entre compañeros metalheads. Era un final emotivo para este acto de apertura tan particular, una promesa de que, incluso en la masa de miles de personas, la conexión humana es el faro que guía a través de cualquier oscuridad. El concierto silencioso del amanecer había llegado a su fin, pero sus ecos resonaron mucho después de que la última nota se disipara, preparando el terreno para la furia y la pasión.

Vola: El Sol Salió para Iluminar la Perfección Progresiva – Una Experiencia Mística

Como diríamos en danes “Det er godt” (eso es bueno), lo que vivimos con Vola! Si hubo un momento en el Z! Live donde la magia se hizo tangible, fue con la llegada de estos daneses. Justo cuando su música empezó a sonar, el sol, como si fuera una deidad cómplice, hizo acto de presencia, regalándonos una bienvenida dosis de vitamina D que nos supo a gloria. No fue solo un concierto, fue un punto de inflexión en el festival, una revelación sonora que rozó lo glorioso.

Vola es un cuarteto que desafía cualquier etiqueta, tejiendo una propuesta progresiva tan ecléctica como hipnótica. Su estilo es una fusión audaz de metal progresivo con claras influencias de djent, toques de electrónica que se cuelan con maestría y elementos de rock alternativo que les dan una personalidad única. Se les describe, con toda razón, como una banda inclasificable, y esa es precisamente su fuerza. Su maestría radica en la forma en que fusionan la pesadez del metal con la delicadeza melódica y atmósferas que te envuelven por completo, creando una propuesta musical absolutamente única y cautivadora.

Y al frente de esta sinfonía de sensaciones, tenemos al inmenso Asger Mygind. Ataviado con una americana y zapatillas en perfecta sintonía con su inseparable guitarra verde, Asger no solo es un guitarrista excepcional y un compositor brillante, sino que su voz empática y cautivadora te atrapa desde el primer segundo. Él es el epicentro de esa magnificencia que explota en el escenario, un líder silencioso pero profundamente efectivo.

La banda arrancó el set con la poderosa “We Will Not Disband“, una declaración de intenciones que ya te avisaba de que aquello iba a ser algo grande. Desde el primer riff, el sonido era impecable, cristalino, cada nota llegaba con una claridad asombrosa. Le siguió la contundente “Stone Leader Falling Down“, que mantuvo la tensión y la intriga que caracteriza su música.

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Y es que ver a Vola en directo es ser testigo de cómo la traslación del estudio al escenario se convierte en un ritual de perfección. Tienen los temas, sí, pero también la destreza para replicarlos con una fidelidad asombrosa, incluso sin las colaboraciones que a veces usan en disco. Un ejemplo claro fue el célebre “Cannibal“: aunque por un instante pudimos echar de menos la voz de Anders Fridén (In Flames) por pura memoria retentiva, la verdad es que la banda misma se basta y sobra para hipnotizarte por completo. No necesitan adornos; su talento es el adorno.

La sección rítmica es una fuerza de la naturaleza. Nicolai Mogensen estuvo muy activo y provocador con su bajo, marcando líneas intrincadas y proporcionando unos clavados acompañamientos vocales que enriquecen cada pieza. Pero la palma, sin duda, se la llevaba el sueco Adam Janzi a la batería. Con su torso desnudo, Adam parecía más inmerso en el club de la lucha que sobre un escenario. Experimentaba un aura de contagioso trance autoinducido mientras propiciaba unos mandobles hirientes y visualmente imaginativos a su “kit de percusión”. Su energía era desbordante, pura adrenalina que se transmitía al público.

Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de Martin Werner en los teclados y sintetizadores. Él es el artífice de ese tejido esencial de atmósferas y texturas que dota a la música de Vola de su profundidad y misticismo. Junto a un lienzo de imágenes abstractas y sugerentes que proyectaban en el fondo, la puesta en escena era cuidada y envolvente, llevando la experiencia a otro nivel.

El repaso por su discografía se centró en su aclamado Witness y en su más reciente lanzamiento. Temas como la cautivadora “Head Mounted Sideways”, la melancólica “Stray the Skies“, y la espacial “24 Light-Years” resonaron con una fuerza conmovedora. La inmersión continuó con la introspectiva “Inside Your Fur” y la potente “Bleed Out“, cada una demostrando la versatilidad y el genio compositivo de la banda.

Culminaron todo tipo de presagio, deseo y alabanza con la majestuosa “Paper Wolf“, que dejó patente su deseo de hallar la cuadratura del círculo, cerrando una actuación sobresaliente a todas luces. Para un servidor y para la gente que me rodeaba, a tenor de sus comentarios, ya se estaba viviendo uno de esos conciertos que harán historia en el imaginario colectivo de los asistentes, ¡y eso antes de la hora de la merienda! Esto, traducido a una sala más íntima, podría llevar al paroxismo onanista.

Kissin’ Dynamite: La Explosión de Hard Rock que Conquistó el Z! Live – Pura Fiesta, Carisma y Himnos Contagiosos

Después de tanta complejidad progresiva y oscuridad extrema, el Z! Live necesitaba una inyección de pura adrenalina y desenfado. ¡Y vaya si la obtuvo con Kissin’ Dynamite! Este quinteto alemán, maestros absolutos del hard rock festivo, llegó al escenario para poner patas arriba el recinto y recordarnos por qué el rock es sinónimo de diversión y euforia. Fue como si de repente, una ola de energía positiva arrasara con todo el cansancio acumulado, invitando al baile, al canto y a la más pura algarabía.

Su estilo musical, ese hard rock vibrante y melódico, es un bálsamo para el alma rockera. No buscan reinventar la rueda; buscan la melodía pegadiza, el estribillo coreable y la actitud de estrella de rock que te hace sentir que estás en el concierto más grande del mundo. Son una mezcla perfecta de ese hard rock clásico de los 80, con un toque moderno y una energía juvenil que les da una chispa única. Cada canción es un himno en potencia, diseñada para levantar brazos y arrancar sonrisas.

Y al frente de esta apisonadora de buen rollo, tenemos al carismático Johannes Braun. ¡Este tipo es un frontman de los que ya no quedan! Con su sonrisa permanente, sus poses de rockstar clásica y una chulería familiar que te conquista al instante, Johannes es el alma de la fiesta. No solo posee una voz potente y versátil que se adapta a la perfección a las melodías pegadizas del hard rock, sino que su capacidad para conectar con el público es sobresaliente. Es un showman nato, que domina cada rincón del escenario, interactúa constantemente con los fans y transmite una energía inagotable que contagia hasta al más apático. Se le veía disfrutar cada segundo, y eso se trasladaba directamente a la audiencia.

A pesar de que el Silver Stage, quizás, no contaba con la potencia de decibelios ideal para que sus himnos nos reventaron las cuerdas vocales (¡totalmente, a base de apelarnos!), la banda no se amilanó. Ni un ápice. Johannes y sus compañeros –los guitarristas Ande Braun (su hermano, con quien tiene una química brutal en el escenario) y Jim Müller, el bajista Steffen Haile y el baterista Hannes Braun (otro hermano Johannes)– se entregaron por completo. Lucharon con “Profident” por bandera contra la adversidad del sonido del “Silver”, y claramente salieron mucho más que airosos. Demostraron ser no solo un grupo cohesivo, sino también imperiosos, estratégicos y vitamínicos para romper moldes creativos, allanando un sendero abonado con humildad recreativa.

El setlist fue una sucesión de bombas. Abrieron la veda con una energía que te atrapaba, y temas como la irresistible “DNA” levantaron los primeros puños y coros. La fiesta continuó con la descarada “No One Dies Virgin“, un verdadero grito a la vida. Luego, llegó la poderosa “My Monster“, que resonó con una fuerza innegable, seguida de la inspiradora “Not The End of The Road“, un himno a la resiliencia que conectó con muchos. Pero si hubo una canción que se convirtió en un cántico colectivo, fue la coreadísima “You’re Not Alone“, que hizo que todo el público sintiera esa hermandad metalera. Y para coronar la conquista absoluta, los de Burladingen y Münsingen cerraron con la explosiva “Raise Your Glass“, un brindis final que dejó una sonrisa en cada rostro y la confirmación de que el espíritu del hard rock, ese modo de vida que parece más presente ahora que hace veinte años, sigue muy vivo.

Kissin’ Dynamite ofreció una actuación vibrante, un torbellino de clichés añorados que nos transportaron al glam del Sunset Boulevard en su época dorada. Sonrientes, vacilones y rebosantes de energía (¡no sabemos si por la temperatura o por el fervor del respetable!), demostraron que son un dardo directo al centro de la diana de la organización. Fue la inyección de hard rock que necesitábamos para patear culos, contonear caderas y deshacernos de la levedad del ser y estar. ¡Pura fiesta que dejó un subidón de adrenalina!

Nile: La Invocación de las Deidades Antiguas y Tres Décadas de Brutalidad Ceremonial en el Z! Live

¡El ambiente se oscureció! No es que anocheciera de golpe, es que el aire se cargó con la energía ancestral cuando Nile, la bestia del death metal técnico, emergió de las catacumbas sónicas para tomar el escenario del Z! Live. Si eres de los que piensan que el death metal es solo ruido, es porque nunca te has sumergido en el universo de estos americanos; su propuesta no está diseñada para todos los públicos, ¡y eso es lo que la hace tan jodidamente especial!

Desde el primer acorde, quedó claro que estábamos ante una fuerza de la naturaleza. Su brutal death metal, híper técnico y complejísimo, no es gratuito; cada riff, cada golpe, cada gruñido, está arraigado en la simbología y la mitología de las culturas egipcia y mesopotámica. Es como si el mismísimo Anubis o Ishtar hubieran poseído sus instrumentos. ¡El ambiente se transformó en un arma de destrucción masiva sonora, sí, pero con una precisión quirúrgica!

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Y al frente de todo, como un sumo sacerdote de la oscuridad y el conocimiento arcano, estaba Karl Sanders. ¡Este hombre es un genio! Desde 1993, Karl ha sido la mente maestra detrás de Nile, el principal arquitecto de este sonido tan único. Su guitarra no solo destila riffs demenciales, sino que su conocimiento y obsesión por las civilizaciones antiguas se traducen en cada nota, en cada melodía casi orquestal que se esconde bajo la capa de brutalidad. Es como si hubiera viajado en el tiempo, trayendo consigo los secretos de los faraones y los dioses mesopotámicos para plasmarlos en death metal puro y duro. Su carrera es intachable, una fidelidad al género y a su temática como pocas bandas pueden presumir.

A pesar de algún pequeño ajuste técnico inicial –¡nada, casi un leve desliz de un dedo para bajar el volumen atronador que nos arrebataba el tímpano y, sobre todo, el alma!–, la banda se sobrepuso con una clase magistral. Acompañando a Karl, teníamos a Zach Jeter (de Hideous Divinity y Olkoth) en las guitarras y voces, sumando capas de densidad y ferocidad. Al bajo y las voces, el imponente Dan Vadim Von (miembro también de Morbid Angel e Incantation), quien con sus cuatro cuerdas añadía una profundidad abismal a la ya masiva base rítmica. Y, por supuesto, en la batería, la abominable máquina griega George Kollias. ¡Este tipo es una auténtica “masterclass” andante! Sus ritmos son tan complejos como implacables, un torbellino de blast beats y redobles que te dejaban con la boca abierta.

El setlist fue una inmersión premeditada en su dilatada discografía, que comenzó en 1993, pero que sonaba más actual que nunca. Profundos, toscos, épicos, lacerantes y provocativos, la descarga sonora de Nile incitó los primeros pogos serios y nuestros ritos más mundanos de trascendencia hacia el altar de la aniquilación.

Abrieron con la contundencia de “Stelae of Vultures“, una perfecta bienvenida a su reino de brutalidad arqueológica. Le siguió la feroz “To Strike With Secret Fang“, que mantuvo la intensidad al máximo. La banda no dio tregua, invocando el poder de “Sacrifice Unto Sebek” y la ya mítica “Defiling the Gates of Ishtar“, que transportó a todos directamente a las ruinas. El grito de “Kafir!” resonó con una furia inquebrantable, seguido de la aplastante “Vile Nilotic Rites“, que demostró su maestría más reciente.

Continuaron el ritual con la poderosa “In the Name of Amun“, sumergiéndonos en el culto al dios sol. La brutalidad de “Sarcophagus” resonó con la fuerza de un antiguo rito funerario, y la implacable “Lashed to the Slave Stick” nos azotó con sus riffs demoledores. El cierre fue apoteósico con la icónica “Black Seeds of Vengeance“, un himno que resonó en cada rincón del IFEZA, dejando claro quién manda en el death metal.

Nile demostró por qué lleva más de tres décadas en la cima del death metal, manteniendo un compromiso inquebrantable con su sonido masivo y enigmático. Su propuesta es como un “Predator” o un “Xenomorfo” musical, una mutación voluntaria en un arma de destrucción masiva que invoca la inquietud histórica y musical. Sin grandes alardes visuales, protegidos por un telón azul verdoso que evocaba el Ankh (la llave de la vida), auspiciaron la energía vital y la inmortalidad que desprenden. Los que ya tenían nociones sobre ellos y sus numerosos seguidores fieles, disfrutaron de la grandeza de los norteamericanos, de la barbarie sónica vertida en honor

Exodus: El Regreso del Carnicero y la Lección de Thrash que Zamora No Olvidará

¡Agarraos que vienen curvas! Y cuando decimos curvas, nos referimos a los riffs que te doblan el espinazo y los mosh pits que te hacen volar. Exodus, la santísima trinidad del thrash metal, aterrizó en el Z! Live con una misión clara: no hacer prisioneros y celebrar por todo lo alto los 40 añazos de su obra seminal, el inconfundible Bonded By Blood. Y amigos, lo lograron con creces.

La expectación era máxima, y gran parte de ella se centraba en un regreso muy esperado: ¡Rob Dukes estaba de vuelta al frente del micrófono! Tras varias idas y venidas con el querido Steve “Zetro” Souza, Dukes volvía para su segunda etapa con la banda, y la verdad es que se comió el escenario. Con una presencia imponente y una voz que rasgaba el aire, demostró por qué es el perfecto carnicero para el sonido de Exodus. Su energía era contagiosa, un huracán de brutalidad vocal que complementa a la perfección el asalto instrumental.

Y hablando de asaltos… ¡Gary Holt! ¿Qué podemos decir de este hombre? La guitarra de Holt es un arma de destrucción masiva, un destilador de metal puro como pocos. Cada riff era un mazazo directo, cada solo, una cátedra de la mala leche thrash. Su sonido demoledor es el santo y seña de Exodus, y anoche, en Zamora, lo demostró con creces. No es de extrañar que Slayer lo reclutara para sus últimos años; el tipo es una leyenda viva. A su lado, Lee Altus (de Heathen) flanqueaba a Holt, sumando capas a esa pared de sonido implacable.

La banda arrancó el set con el himno homónimo, “Bonded By Blood“, y desde ese instante, el recinto se convirtió en un manicomio. La comunión con el público fue instantánea. Rob Dukes no se anduvo con rodeos: “¡Hemos venido a impartir una lección de violencia!”, proclamó, y vaya si la impartieron. Los “circle pits” no tardaron en formarse, gigantescos torbellinos de metalheads desatados que giraban sin descanso, celebrando cada nota.

La primera parte del show fue un homenaje directo a ese álbum que cambió el juego, con temas como la frenética “Piranha“, la inconfundible “The Toxic Waltz” (que siempre enciende la mecha), la demoledora “Strike of the Beast” y la ya citada “A Lesson In Violence“. Fue como volver a ser chavales por una hora, con esa visceralidad y esa alma punk que definieron sus inicios. Aunque el sonido en el Silver Stage, quizás, no fue el más pulido en algunos momentos, la energía cruda y desbordante de la banda lo compensa con creces. La diversión era la bandera, y el público la izó con entusiasmo.

Pero Exodus no se quedó solo en el pasado. Hicieron guiños a otras épocas gloriosas de su discografía. La potente “Brain Dead” de Pleasures of the Flesh (1987) resonó con fuerza, y “Fabulous Disaster“, el tema que da título a su brutal álbum del 89, desató una nueva ola de euforia. Luego, nos trajeron al nuevo milenio con la aplastante “Blacklist” de Tempo Of The Damned (2004) y la brutal “Deathamphetamine“, que, a pesar de su título que te hacía pensar en un disco de 2025 (lo cual era un guiño simpático del setlist), sonaba con la fuerza de siempre.

La banda, con Jack Gibson (un veterano desde 1997) al bajo, marcando esas líneas rítmicas sólidas como una roca, y Tom Hunting en la batería, otro de los responsables del mítico Bonded By Blood y figura habitual en diferentes etapas de la banda, demostró una cohesión y una brutalidad implacables.

Y como broche de oro, un guiño que tocó la patata a todos los presentes: ¡un fragmento de “Reign In Blood” de Slayer! Fue un momento mágico, un reconocimiento entre titanes que hizo que la conexión con el público fuera aún más profunda. Ver a Gary Holt, que formó parte de los últimos años de Slayer, tocar este riff icónico, fue pura adrenalina y nostalgia.

Exodus fue una lección de historia del thrash metal, pero también una demostración de su vigencia inquebrantable. A nadie le puede extrañar que sigan en la cima; su descarga fue demoledora, una auténtica carnicería sonora que dejó a Zamora con la adrenalina a tope y el cuello dolorido de tanto headbanging. ¡Un show brutal y memorable!

Meshuggah: Ritmos Fibonacci y Mazazos Djent – La Geometría Sonora y la Secuencia de la Aniquilación Polirrítmica que nos Devoró

Meshuggah llegó al Z! Live para volarte la cabeza, desordenarte el cerebro y reorganizar tus percepciones. Los suecos, esos arquitectos del caos controlado y pioneros del ‘djent’, no ofrecieron un simple concierto; fue una inmersión total, una experiencia auditiva y visual que te arrastraba a sus laberínticos paisajes de metal pesado. Su propuesta, desafiante y contundente a partes iguales, no es para todos los paladares, ¡lo sabemos! Pero para los valientes y las mentes abiertas, aquello fue pura gloria.

El Copper Stage se convirtió en un templo de la abstracción sonora. La banda arrancó con la pesadísima “Broken Cog“, un inicio denso y aplastante que te sumergía de inmediato en su universo. Desde el primer riff, sentías esa presión hermética de sonido “divino”, como si el aire se densifica a tu alrededor. Luego, la maquinaria implacable nos arrolló con la furia controlada de “Violent Sleep of Reason“, donde cada golpe, cada nota, era una declaración de intenciones.

Y ahí estaban ellos: Jens Kidman, el frontman, una figura imponente que, con su voz gutural, era el guía en este viaje a las entrañas del sonido. Su presencia, estoica y magnética, hipnotizaba. Detrás de él, la columna vertebral rítmica, el inhumanamente preciso Tomas Haake en la batería. ¡Verlo era como presenciar a un metrónomo humano, un maestro de las polirritmias que desafiaba las leyes de la física! Sus ritmos, a menudo impredecibles y estructuralmente complejos, parecían construir un patrón que, en su intrincada progresión, recordaba la perfección matemática de un Fibonacci en cada golpe, cada cadencia inverosímil, te hacía dudar de tu propia percepción del tiempo.

Las guitarras… ¡ah, las guitarras! Fredrik Thordendal y Mårten Hagström, con sus afinaciones disidentes y esos riffs gruesos como muros de aislamiento, construían una arquitectura sonora única. No era solo tocar notas, era esculpir el cosmos con distorsión. Temas como la icónica “Rational Gaze” desataron un éxtasis colectivo entre los versados, mientras la brutalidad de “Combustion” nos recordaba la furia implacable de la banda.

Pero Meshuggah no es solo sonido, es una experiencia visual. El juego de luces era simplemente espectacular, una coreografía precisa de láseres y focos que bañaban al quinteto, integrando el dramatismo visual con la presión sónica. Cada haz de luz parecía complementar la complejidad de su instrumentación, creando una atmósfera envolvente que te absorbía por completo. Era como estar dentro de una obra de arte abstracta, pero una que te golpeaba con la fuerza de un tren de mercancías.

La inmersión continuó con la contundente “God He Sees in Mirrors” y la complejísima “Born in Dissonance“, donde las mentes abiertas se regocijaban y las menos iniciadas podían sentirse un poco perdidas en ese laberinto de compases. Pero incluso si no entendías cada giro y cada curva, la vehemencia sobre la que se apoyan sus tesis era tan abrumadora como hipnótica.

La recta final del set principal fue un mazazo: “Swarmer” y “Swarm” te envolvieron en una nube de riffs monolíticos y ritmos implacables, sin un segundo de tregua. La banda no paraba, una descarga continua que te dejaba exhausto pero con la adrenalina a mil.

Y para el encore, la dupla definitiva que hizo que todo hubiera valido la pena. La legendaria “Bleed” desató el caos organizado, un torbellino de blast beats y riffs polirrítmicos que te volaron la cabeza. Era la confirmación de su maestría, de su estatus de culto. Y el cierre con “Demiurge” fue la puntilla, un final contundente que selló la experiencia.

Meshuggah llevó el Z! Live más allá de la estratosfera del metal extremo. Fue magistral, aunque también, para un sector amplio del público, incomprensible. Pero lo que es innegable es que saliste de allí sintiendo que habías presenciado algo único, una banda que no se conforma con seguir reglas, sino que las reescribe. Un viaje para la mente, un éxtasis para los oídos.

Dream Theater: El Sueño Reencontrado (y Algo Desgastado) en el Z! Live – Un Viaje Progresivo con Altibajos Estelares

¡El momento que muchos esperaban con el alma en vilo había llegado! Dream Theater, esa leyenda que teje sinfonías complejas y despierta pasiones incondicionales, pisaba el escenario del Z! Live. Y la emoción era palpable, ¿cómo no iba a serlo? El hijo pródigo, el inmenso Mike Portnoy, estaba de vuelta tras los parches, con esa sonrisa contagiosa y esa energía que lo hace tan querido. Su regreso, sellado por el flamante Parasomnia, nos prometía un espectáculo de otra liga, algo épico, ¿verdad? Pues sí, pero también con algún que otro “pero” que vamos a desgranar.

La maquinaria progresiva se puso en marcha con una imponente “Night Terror“, una de las nuevas joyas de Parasomnia que ya nos hizo vibrar con su atmósfera intrincada. ¡El sonido de John Petrucci debía ser un canapé de Whiskas, finísimo! Pero, seamos sinceros, no siempre fue así. Hubo momentos donde su guitarra, normalmente impecable, pareció perder ese cuerpo demoledor, quedando como una anécdota en compañía de sus inseparables carabinas: el enigmático John Myung al bajo, una estatua de la contundencia rítmica, siempre estoico y preciso; el genio de las teclas, Jordan Rudess, que con sus sintetizadores y pianos te transportaba a otra dimensión; y, por supuesto, la bestia de la batería, Portnoy, un torbellino de ritmos imposibles y caras de concentración que valían su peso en oro.

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La cosa prometía, y los clásicos no tardaron en llegar. Nos sumergimos en la teatralidad de “Metropolis Pt. 2: Scenes from a Memory” con “Act I: Scene Two: II. Strange Déjà Vu” y la dramática “Act I: Scene Three: II. Fatal Tragedy“. La banda se entregaba a su virtuosismo habitual, esos intrincados pasajes instrumentales donde cada uno brillaba con luz propia. Sin embargo, no podemos obviar que James LaBrie, nuestro frontman, tuvo una noche irregular. Había momentos donde su voz, que en sus mejores días es pura seda y potencia, luchaba por encajar el tono y el brillo, sobre todo tras esos largos interludios instrumentales que, en teoría, deberían darle el respiro suficiente. A veces, la magia vocal se diluía un poco, y eso, en Dream Theater, se nota.

Volvimos a sentir nostalgia con la brutal “Under a Glass Moon“, un clásico que siempre funciona, que te hace levantar el puño y gritar. Y Parasomnia seguía dando guerra con la potente “Panic Attack” y la oscura “Midnight Messiah“, temas que en directo cobraban una energía especial. Pero luego, la conexión con el público a veces se resentía. Entre tanto pasaje virtuoso y tanta densidad, hubo ciertos lapsos, momentos que no terminaban de atrapar al gentío, que parecía más polarizado que nunca.

La furia volvió a desatarse con “The Enemy Inside” y la épica “A Rite of Passage“, donde Petrucci nos recordaba por qué es uno de los grandes. La oscuridad de “The Dark Eternal Night” nos envolvió, pero el clímax llegó con “Peruvian Skies“. Y aquí vino uno de esos “momentos feria” tan marca de la casa: la banda nos regaló snippets, pequeños fragmentos, de clásicos como el mítico “Wish You Were Here” de Pink Floyd y el demoledor “Wherever I May Roam” de Metallica. Fue un guiño inesperado que, aunque fugaz, encendió al público y demostró que, pese a todo, los tipos saben cómo tocar la fibra sensible.

As I Am” mantuvo la intensidad antes del gran final. Y la verdad es que, a pesar de los altibajos, la decisión de cerrar con “Pull Me Under” fue un golpe maestro. Ese himno atemporal, esa canción que todos conocemos y amamos, consiguió meterse a la comunidad en el bolsillo por completo. Fue un cierre apoteósico que dejó un buen sabor de boca, una demostración de por qué, a pesar de las sombras, Dream Theater sigue siendo una banda titánica.

En resumen, el reencuentro con Dream Theater en el Z! Live fue un viaje progresivo con sus picos y valles. Ver a Portnoy de vuelta fue un regalo, y el virtuosismo de Myung, Rudess y Petrucci sigue siendo incuestionable. LaBrie tuvo sus momentos de brillantez, pero también de lucha. La sensación general fue la de un cabeza de cartel que, si bien trajo consigo el aura de su leyenda, no siempre estuvo en su día más fino, dejando un regusto agridulce que, sin embargo, no empaña el hecho de que su música sigue siendo una fuerza ineludible en el mundo del metal. Un show para el recuerdo, aunque no precisamente por ser el más perfecto.

Rotting Christ: Un Excelso Cierre de la Primera Jornada de Z! Live 2025

Desde Grecia, Rotting Christ abrió las puertas del infierno con una maestría innegable y una creatividad anticristiana recalcitrante. Los hermanos Tolis (Sakis en guitarra y voz, Themis en batería), con décadas de pactos sellados con el black metal, ofrecieron una descarga brutal y melódica, sin necesidad de artificios grandilocuentes. Su puesta en escena era pura entrega, una combustión de furia y dramatismo gótico que caló hasta los huesos de los trasnochadores. El sonido cristalino del Copper Stage magnifica su crudeza y refinamiento estilístico.

La banda desató una vorágine sonora que incluyó la mística “In Yumen-Xibalba“, la icónica “666“, la envolvente “P’unchaw Kachun – Tuta Kachun“, la poderosa “Like Father, Like Son“, la atmosférica “The Raven“, y las incendiarias “Fire, God and Fear“. Cada tema era un conjuro que resonaba con la experiencia de la banda. Con Sakis Tolis liderando el ritual con aplomo y un dominio del español que conectó profundamente con la audiencia, la energía de la banda fue inagotable, insuflada por la vitalidad de sus jóvenes músicos de directo. Rotting Christ no solo tocó; invocó, dejando una estela de energía oscura que fue el Ying y el Yang de la madrugada, consolidándose como uno de los grandes vencedores de la jornada.

Cuando el reloj, nos encaminaba al ritual de la madrugada, la primera jornada del Z! Live 2025 escribía con fuego uno de sus capítulos más intensos. Los Sepultura patrios, Vita Imana, subieron al escenario, desafiando el cansancio y encendiendo la noche con su fuerza atronadora. Esta banda, con veinte años de trayectoria, ha sido un martillo y un cincel, una tormenta en plena sequía, sin concesiones en su garganta ni pausas en su ritmo.

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