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Agenda Diciembre 2024

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Diciembre llega con menos música en vivo que el mes pasado, pero hay buenas opciones para cerrar el año con energía. Desde nombres internacionales hasta propuestas emergentes, los escenarios de […]

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20 Aniversario de “Brave New World”
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Parece increíble pero ya pasaron dos décadas de
“Brave New World”, el disco de Iron Maiden que marcó el retorno de Bruce Dickinson y Adrian Smith, como así también el inicio de la “era de las tres guitarras” en la vida de La Doncella de Hierro. Y en contra de lo que algunos pronosticaron en su momento, esta era terminó representando el periodo de mayor estabilidad en la historia de la banda. A lo largo de los veinte años que llevamos del nuevo siglo, Iron Maiden se estableció como uno de los actos más masivos en el mundo del Heavy Metal, logrando captar nuevos seguidores y manteniendo a la mayoría de sus fans más antiguos. Un logro del que muy pocas bandas pueden jactarse. Y para conseguir eso sin dudas el primer paso que hubo que dar con “Brave New World” fue fundamental. 

Hay quienes sostienen que este disco marcó el regreso de Iron Maiden. Si vamos a la definición etimológica de la palabra “regreso” veremos que en realidad no fue tan así. La realidad es que la banda nunca había desaparecido del mapa. Pero sin dudas se encontraban en un pozo del cual les hubiera resultado casi imposible salir sin el retorno de Dickinson. Bien es cierto que con el paso del tiempo los discos junto a Blaze Bayley recibieron un mayor reconocimiento que el obtenido en su momento pero definitivamente no representan las luminarias en la discografía del grupo. Todo esto en el transcurso de la década más oscura (los 90’s) para las bandas más clásicas del Metal. Y el contexto no puede ser dejado de lado. En un momento en donde el Nü Metal dominaba los números de una industria que estaba a punto de caerse a pedazos los regresos de Bruce y Adrian fueron tomados como una señal de que las cosas iban a ser muy diferentes en el tercer milenio.

La reunión se produjo en febrero 1999. Al finalizar la gira de “Virtual XI”, el último trabajo de Maiden junto a Blaze en voces, los rumores de la reunión eran cada vez más fuertes. Las declaraciones de los músicos durante aquella época dejaban entrever que las posibilidades de materializar el deseo de muchos eran altísimas.  Lo del retorno de Dickinson era algo que se podía prever en la mente de los fans y del periodismo especializado, pero la vuelta de Smith no estaba en los planes de casi nadie, aún cuando ya había unido fuerzas exitosamente durante la última etapa solista de Dickinson, resucitando así a una de las duplas compositivas más emblemáticas en el Metal. Y menos que menos se esperaba que, con su retorno a las filas de Steve Harris, el grupo muturía al formato de sexteto. Es decir, a falta de dos guitarras Iron Maiden a partir de ahora (y hasta el día de hoy) contaría con tres violeros: El eterno Dave Murray; el repatriado Adrian Smith; y el cuestionado Janick Gers.

Los dardos dirigidos a Gers encuentran su justificación en el hecho de que, cuando ingresó a la banda en 1990 reemplazando al propio Smith, en ésa época comenzó la merma compositiva de la banda. Si bien durante los 90’s Maiden se supo mantener a flote, el nivel compositivo no estaba a la altura de los dorados 80’s, etapa que se cerró no solamente por cuestiones de calendario sino que también coincidió con la salida de Smith luego del glorioso “Seventh Son of A Seventh Son” (1988). 

Ahora bien, enzarzarse con Gers como el único responsable de los traspiés que la banda tuvo durante aquella década es de una mezquindad bastante propia de los adictos a la nostalgia. Si el presente de la banda hoy sería el mismo aún sin contar con Janick es un contrafáctico que no lo vamos a saber nunca. O aún cuando varios “entendidos” en materia musical sostienen que el trabajo que hacen las tres guitarras de Maiden lo podrían hacer también dos, uno o veinte guitarristas también es una discusión estéril en muchos sentidos. Mal que le pese a muchos, la contribución de Gers es más importante de lo que algunos quieren ver. Varios de los clásicos más actuales de la banda llevan su impronta y, particularmente, en el disco que hoy nos ocupa su participación fue muy activa. 

 Tras una breve gira por Europa a mediados del 99’ para celebrar la reunión y para salir a promocionar el videojuego “Ed-Hunter” (el cual contaba con un compilado de veinte canciones elegidas por los fans en internet), la banda inmediatamente se puso manos a la obra para salir a demostrarle al mundo que está reunión no se trataba de una nostalgia como hizo Black Sabbath por aquellos años, y para ello el ahora sexteto ya tenía en mente grabar un nuevo disco. Es aquí donde entra en escena otro de los personajes clave en esta historia, quien terminaría convirtiéndose en una pieza fundamental para La Doncella durante el Siglo XXI: el productor Kevin Shirley. Otro de los factores con los que tuvo que lidiar Harris (bajista y principal compositor) durante la etapa junto a Blaze Bayley fue tener que grabar sin su productor de toda la vida, el inmenso Martin Birch. Más allá de tratarse de alguien ajeno a la historia del grupo en aquél entonces, Kevin ya tenía un currículum lo suficientemente interesante luego de haber trabajado junto a nombres como los de Aerosmith o Dream Theater, entre otros, y realizaría una labor formidable capturando el sonido de la banda dentro del estudio de grabación.

Ya con el productor subido al barco, a principios del año 2000, el sexteto se dirigió a París (Francia) para registrar su doceava placa en estudio, la cual se ocuparía de ubicar a la Doncella en el Nuevo Milenio. Cuando todo estuvo listo se dieron a conocer los detalles del lanzamiento: la fecha de salida sería el 29 de Mayo y el nuevo LP llevaría por nombre “Brave New World”, título tomado de la famosa novela de Aldous Huxley (“Un mundo feliz”). Una expectativa enorme había por parte de la prensa y de los fans para saber cómo sonaba esta nueva encarnación de La Bestia. Muchas cosas se dijeron en torno a la salida de este disco. Algunos medios llegaron a publicar que el mismo presentaba muchas similitudes con el clásico “Seventh Son of a Seventh Son”, lo cual supondría poner una vara altísima ante semejante afirmación. Sin embargo, para quien suscribe, esta comparación no es muy precisa que digamos. A la hora de referirse al clásico “Seventh…” muchos tildan a ése disco como el trabajo más cercano al Rock Progresivo de entre los clásicos de la etapa dorada de la banda, solamente por tratarse de la única obra conceptual hasta la fecha en su discografía y porque en aquél entonces el grupo comenzó a profundizar en el uso de teclados y sintetizadores. Pero muchos pierden de vista que “Seventh…” es el disco del que más singles se extrajeron (cuatro en total, si contamos la versión en vivo de “Infinite Dreams”, es decir un 50% del disco) justamente porque fue el álbum con más canciones potenciales para ser cortes de difusión. Y eso es exactamente lo opuesto a lo que ocurre en el presente. Si algo caracterizó a esta etapa iniciada con “Brave New World” es el abordaje que hizo Maiden en las composiciones más extensas, de complejos arreglos instrumentales, y no tanto en los hits inmediatos de esos que se cuelan en la mente con solo escucharlos una vez. 

Eso no quiere decir que el disco carezca de ellos. “The Wicker Man”, el primer single seleccionado, era la carte de apertura para introducirnos a “Brave…” y era toda una declaración que nos decía: acá estamos! El estruendoso riff inicial de Smith levantaba de una silla hasta al más dormido; y el placer sin igual de volver a escuchar a ESA voz tan majestuosa exclamando que nuestro momento iba a llegar, para después finalizar con unos coros que serían una auténtica delicia cantarlos a viva voz dentro de un estadio repleto, le valieron las credenciales suficientes a “The Wicker Man” para convertirse en el primer clásico de esta nueva etapa. En similar sintonía se encontraban “Ghost of the Navigator”, “The Mercenary”, “The Fallen Angel” y “Out of the Silent Planet” (el segundo single); canciones directas de ésas que Maiden sabe sacar de taquito y por las que miles de bandas matarían por tenerlas en sus repertorios. Se puede apreciar el trabajo de Kevin Shirley al conseguir un sonido más grueso de guitarras y al escuchar el bajo de Harris no imponerse sobre ellas (a diferencia de lo que solía ocurrir en el pasado) sino más bien formando parte de una pared sonora más masiva y potente. 

Pero es justamente en las canciones más largas en donde se puede apreciar más correctamente el trabajo de las tres guitarras, hecho que luego se reafirmaría en vivo. Temas como “Dream of Mirrors”, “The Nomad” o “The Thin Line Between Love and Hate”, todos ellos cercanos a los diez minutos de duración, ofrecen un desafío al oyente al eludir las estructuras simplistas y al estar adornados con sutiles arreglos instrumentales. Por ejemplo en “The Nomad”, la sección instrumental en el medio de la canción que pareciera desplegar a una orquesta acompañando de fondo a la banda con un clima increscendo, es algo sencillamente soberbio. Similar situación ocurre con el otro gran clásico salido de este disco: “Blood Brothers”. La única canción en todo el disco firmada solamente por Steve Harris nos trae al líder de Iron Maiden más íntimo que nunca al narrarnos una historia en la que él se encontró con su propio padre en sus sueños. Y más allá del carácter personal del cual reviste este tema, el paso del tiempo le terminó otorgando a esta canción una suerte de código interno entre los fans de Iron Maiden al momento de invocar su estribillo: “Somos Hermanos de Sangre”

Que en “Brave New World” haya habido una sola canción firmada únicamente por Harris también nos demuestra que a partir de esta etapa un ambiente más democrático es el que reina en la banda, cosa que no ocurría muy frecuentemente en el pasado. Al observar los créditos se puede ver que, con excepción de Nicko McBrain, todos los miembros estuvieron involucrados en la tarea de componer. Según la propia banda, el título del álbum surgió en base a un concepto general del disco. Como se dijo antes, la canción que le da título a la placa está basada en la novela de Huxley, aunque en esta oportunidad las letras de la misma no dan referencias tan claras al respecto. Incluso la portada, a cargo en esta oportunidad de Steve Stone, nos trae a Eddie – la clásica mascota de la banda – en una de sus versiones más tenebrosas apareciendo entre las nubes sobre el cielo de una versión futurista de la Ciudad de Londres. Considerando que era el año 2000 y que la humanidad estaba toda sumergida en la vorágine de haber llegado al nuevo siglo, y de cómo sería vivir en este nuevo mundo (“new world” en inglés, lo cual supone un juego de palabras con el título), nos lleva a suponer que desde lo conceptual la banda estuvo en sintonía con lo que ocurría en aquél entonces. 

Cuando “Brave New World” llegó a las calles inmediatamente los indicios comenzaban a señalar que Iron Maiden se estaba recuperando de su etapa más difícil. El disco alcanzó la certificación de oro en muchos países y una triunfante gira mundial acompañó el lanzamiento de esta obra, reventando las capacidades de todos los inmensos estadios en los cuales La Bestia arrasaba con todo a su paso. Hechuras que quedarían perfectamente resumidas en el DVD que registró el último concierto de aquella gira: el grandioso “Rock in Rio” de 2001 grabado en Brasil ante una audiencia superior a los 200.000 espectadores. A partir de aquí, el ya inmenso éxito de Iron Maiden no haría otra cosa sino agigantarse. No es algo menor para una banda que ya contaba con los pergaminos suficientes para consagrarse entre los más grandes de todos los tiempos Pero Harris y los suyos no se conformaron con eso. Ni siquiera se conformaron con este triunfal regreso. Siempre fueron a por más. Siempre salieron a demostrar que es una banda que no quiere vivir solamente de sus glorias pasadas. Que siempre tienen algo nuevo para decir. Porque el patrón de “Brave New World” se repetiría con cada nuevo lanzamiento a lo largo de estos veinte años, algo que los escépticos que se quedaron durmiendo en los 80’s pierden de vista con mucha frecuencia. Allá ellos. Su tozudez les impide disfrutar de un fenómeno contemporáneo como pocos. A veinte años de su salida, el paso del tiempo demostró que “Brave New World” nada tiene que envidiarle a la etapa más clásica de Maiden.

 

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20 Aniversario de “Brave New World”
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Parece increíble pero ya pasaron dos décadas de
“Brave New World”, el disco de Iron Maiden que marcó el retorno de Bruce Dickinson y Adrian Smith, como así también el inicio de la “era de las tres guitarras” en la vida de La Doncella de Hierro. Y en contra de lo que algunos pronosticaron en su momento, esta era terminó representando el periodo de mayor estabilidad en la historia de la banda. A lo largo de los veinte años que llevamos del nuevo siglo, Iron Maiden se estableció como uno de los actos más masivos en el mundo del Heavy Metal, logrando captar nuevos seguidores y manteniendo a la mayoría de sus fans más antiguos. Un logro del que muy pocas bandas pueden jactarse. Y para conseguir eso sin dudas el primer paso que hubo que dar con “Brave New World” fue fundamental. 

Hay quienes sostienen que este disco marcó el regreso de Iron Maiden. Si vamos a la definición etimológica de la palabra “regreso” veremos que en realidad no fue tan así. La realidad es que la banda nunca había desaparecido del mapa. Pero sin dudas se encontraban en un pozo del cual les hubiera resultado casi imposible salir sin el retorno de Dickinson. Bien es cierto que con el paso del tiempo los discos junto a Blaze Bayley recibieron un mayor reconocimiento que el obtenido en su momento pero definitivamente no representan las luminarias en la discografía del grupo. Todo esto en el transcurso de la década más oscura (los 90’s) para las bandas más clásicas del Metal. Y el contexto no puede ser dejado de lado. En un momento en donde el Nü Metal dominaba los números de una industria que estaba a punto de caerse a pedazos los regresos de Bruce y Adrian fueron tomados como una señal de que las cosas iban a ser muy diferentes en el tercer milenio.

La reunión se produjo en febrero 1999. Al finalizar la gira de “Virtual XI”, el último trabajo de Maiden junto a Blaze en voces, los rumores de la reunión eran cada vez más fuertes. Las declaraciones de los músicos durante aquella época dejaban entrever que las posibilidades de materializar el deseo de muchos eran altísimas.  Lo del retorno de Dickinson era algo que se podía prever en la mente de los fans y del periodismo especializado, pero la vuelta de Smith no estaba en los planes de casi nadie, aún cuando ya había unido fuerzas exitosamente durante la última etapa solista de Dickinson, resucitando así a una de las duplas compositivas más emblemáticas en el Metal. Y menos que menos se esperaba que, con su retorno a las filas de Steve Harris, el grupo muturía al formato de sexteto. Es decir, a falta de dos guitarras Iron Maiden a partir de ahora (y hasta el día de hoy) contaría con tres violeros: El eterno Dave Murray; el repatriado Adrian Smith; y el cuestionado Janick Gers.

Los dardos dirigidos a Gers encuentran su justificación en el hecho de que, cuando ingresó a la banda en 1990 reemplazando al propio Smith, en ésa época comenzó la merma compositiva de la banda. Si bien durante los 90’s Maiden se supo mantener a flote, el nivel compositivo no estaba a la altura de los dorados 80’s, etapa que se cerró no solamente por cuestiones de calendario sino que también coincidió con la salida de Smith luego del glorioso “Seventh Son of A Seventh Son” (1988). 

Ahora bien, enzarzarse con Gers como el único responsable de los traspiés que la banda tuvo durante aquella década es de una mezquindad bastante propia de los adictos a la nostalgia. Si el presente de la banda hoy sería el mismo aún sin contar con Janick es un contrafáctico que no lo vamos a saber nunca. O aún cuando varios “entendidos” en materia musical sostienen que el trabajo que hacen las tres guitarras de Maiden lo podrían hacer también dos, uno o veinte guitarristas también es una discusión estéril en muchos sentidos. Mal que le pese a muchos, la contribución de Gers es más importante de lo que algunos quieren ver. Varios de los clásicos más actuales de la banda llevan su impronta y, particularmente, en el disco que hoy nos ocupa su participación fue muy activa. 

 Tras una breve gira por Europa a mediados del 99’ para celebrar la reunión y para salir a promocionar el videojuego “Ed-Hunter” (el cual contaba con un compilado de veinte canciones elegidas por los fans en internet), la banda inmediatamente se puso manos a la obra para salir a demostrarle al mundo que está reunión no se trataba de una nostalgia como hizo Black Sabbath por aquellos años, y para ello el ahora sexteto ya tenía en mente grabar un nuevo disco. Es aquí donde entra en escena otro de los personajes clave en esta historia, quien terminaría convirtiéndose en una pieza fundamental para La Doncella durante el Siglo XXI: el productor Kevin Shirley. Otro de los factores con los que tuvo que lidiar Harris (bajista y principal compositor) durante la etapa junto a Blaze Bayley fue tener que grabar sin su productor de toda la vida, el inmenso Martin Birch. Más allá de tratarse de alguien ajeno a la historia del grupo en aquél entonces, Kevin ya tenía un currículum lo suficientemente interesante luego de haber trabajado junto a nombres como los de Aerosmith o Dream Theater, entre otros, y realizaría una labor formidable capturando el sonido de la banda dentro del estudio de grabación.

Ya con el productor subido al barco, a principios del año 2000, el sexteto se dirigió a París (Francia) para registrar su doceava placa en estudio, la cual se ocuparía de ubicar a la Doncella en el Nuevo Milenio. Cuando todo estuvo listo se dieron a conocer los detalles del lanzamiento: la fecha de salida sería el 29 de Mayo y el nuevo LP llevaría por nombre “Brave New World”, título tomado de la famosa novela de Aldous Huxley (“Un mundo feliz”). Una expectativa enorme había por parte de la prensa y de los fans para saber cómo sonaba esta nueva encarnación de La Bestia. Muchas cosas se dijeron en torno a la salida de este disco. Algunos medios llegaron a publicar que el mismo presentaba muchas similitudes con el clásico “Seventh Son of a Seventh Son”, lo cual supondría poner una vara altísima ante semejante afirmación. Sin embargo, para quien suscribe, esta comparación no es muy precisa que digamos. A la hora de referirse al clásico “Seventh…” muchos tildan a ése disco como el trabajo más cercano al Rock Progresivo de entre los clásicos de la etapa dorada de la banda, solamente por tratarse de la única obra conceptual hasta la fecha en su discografía y porque en aquél entonces el grupo comenzó a profundizar en el uso de teclados y sintetizadores. Pero muchos pierden de vista que “Seventh…” es el disco del que más singles se extrajeron (cuatro en total, si contamos la versión en vivo de “Infinite Dreams”, es decir un 50% del disco) justamente porque fue el álbum con más canciones potenciales para ser cortes de difusión. Y eso es exactamente lo opuesto a lo que ocurre en el presente. Si algo caracterizó a esta etapa iniciada con “Brave New World” es el abordaje que hizo Maiden en las composiciones más extensas, de complejos arreglos instrumentales, y no tanto en los hits inmediatos de esos que se cuelan en la mente con solo escucharlos una vez. 

Eso no quiere decir que el disco carezca de ellos. “The Wicker Man”, el primer single seleccionado, era la carte de apertura para introducirnos a “Brave…” y era toda una declaración que nos decía: acá estamos! El estruendoso riff inicial de Smith levantaba de una silla hasta al más dormido; y el placer sin igual de volver a escuchar a ESA voz tan majestuosa exclamando que nuestro momento iba a llegar, para después finalizar con unos coros que serían una auténtica delicia cantarlos a viva voz dentro de un estadio repleto, le valieron las credenciales suficientes a “The Wicker Man” para convertirse en el primer clásico de esta nueva etapa. En similar sintonía se encontraban “Ghost of the Navigator”, “The Mercenary”, “The Fallen Angel” y “Out of the Silent Planet” (el segundo single); canciones directas de ésas que Maiden sabe sacar de taquito y por las que miles de bandas matarían por tenerlas en sus repertorios. Se puede apreciar el trabajo de Kevin Shirley al conseguir un sonido más grueso de guitarras y al escuchar el bajo de Harris no imponerse sobre ellas (a diferencia de lo que solía ocurrir en el pasado) sino más bien formando parte de una pared sonora más masiva y potente. 

Pero es justamente en las canciones más largas en donde se puede apreciar más correctamente el trabajo de las tres guitarras, hecho que luego se reafirmaría en vivo. Temas como “Dream of Mirrors”, “The Nomad” o “The Thin Line Between Love and Hate”, todos ellos cercanos a los diez minutos de duración, ofrecen un desafío al oyente al eludir las estructuras simplistas y al estar adornados con sutiles arreglos instrumentales. Por ejemplo en “The Nomad”, la sección instrumental en el medio de la canción que pareciera desplegar a una orquesta acompañando de fondo a la banda con un clima increscendo, es algo sencillamente soberbio. Similar situación ocurre con el otro gran clásico salido de este disco: “Blood Brothers”. La única canción en todo el disco firmada solamente por Steve Harris nos trae al líder de Iron Maiden más íntimo que nunca al narrarnos una historia en la que él se encontró con su propio padre en sus sueños. Y más allá del carácter personal del cual reviste este tema, el paso del tiempo le terminó otorgando a esta canción una suerte de código interno entre los fans de Iron Maiden al momento de invocar su estribillo: “Somos Hermanos de Sangre”

Que en “Brave New World” haya habido una sola canción firmada únicamente por Harris también nos demuestra que a partir de esta etapa un ambiente más democrático es el que reina en la banda, cosa que no ocurría muy frecuentemente en el pasado. Al observar los créditos se puede ver que, con excepción de Nicko McBrain, todos los miembros estuvieron involucrados en la tarea de componer. Según la propia banda, el título del álbum surgió en base a un concepto general del disco. Como se dijo antes, la canción que le da título a la placa está basada en la novela de Huxley, aunque en esta oportunidad las letras de la misma no dan referencias tan claras al respecto. Incluso la portada, a cargo en esta oportunidad de Steve Stone, nos trae a Eddie – la clásica mascota de la banda – en una de sus versiones más tenebrosas apareciendo entre las nubes sobre el cielo de una versión futurista de la Ciudad de Londres. Considerando que era el año 2000 y que la humanidad estaba toda sumergida en la vorágine de haber llegado al nuevo siglo, y de cómo sería vivir en este nuevo mundo (“new world” en inglés, lo cual supone un juego de palabras con el título), nos lleva a suponer que desde lo conceptual la banda estuvo en sintonía con lo que ocurría en aquél entonces. 

Cuando “Brave New World” llegó a las calles inmediatamente los indicios comenzaban a señalar que Iron Maiden se estaba recuperando de su etapa más difícil. El disco alcanzó la certificación de oro en muchos países y una triunfante gira mundial acompañó el lanzamiento de esta obra, reventando las capacidades de todos los inmensos estadios en los cuales La Bestia arrasaba con todo a su paso. Hechuras que quedarían perfectamente resumidas en el DVD que registró el último concierto de aquella gira: el grandioso “Rock in Rio” de 2001 grabado en Brasil ante una audiencia superior a los 200.000 espectadores. A partir de aquí, el ya inmenso éxito de Iron Maiden no haría otra cosa sino agigantarse. No es algo menor para una banda que ya contaba con los pergaminos suficientes para consagrarse entre los más grandes de todos los tiempos Pero Harris y los suyos no se conformaron con eso. Ni siquiera se conformaron con este triunfal regreso. Siempre fueron a por más. Siempre salieron a demostrar que es una banda que no quiere vivir solamente de sus glorias pasadas. Que siempre tienen algo nuevo para decir. Porque el patrón de “Brave New World” se repetiría con cada nuevo lanzamiento a lo largo de estos veinte años, algo que los escépticos que se quedaron durmiendo en los 80’s pierden de vista con mucha frecuencia. Allá ellos. Su tozudez les impide disfrutar de un fenómeno contemporáneo como pocos. A veinte años de su salida, el paso del tiempo demostró que “Brave New World” nada tiene que envidiarle a la etapa más clásica de Maiden.

 

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