


Salduie: La Voz del Acero y la Tierra en la Rebelión Ibérica.
¡Prepárense para la invasión, que Salduie ha llegado para reclamar lo suyo! En este día soleado que bien podría ser el escenario de una épica batalla, el calor no ha sido impedimento para que la tribu maña prendiera la mecha con su furia celtíbera. El “Silver Stage”, que al principio se sentía un poco solitario bajo el sol de justicia, se transformó en un campo de batalla ancestral gracias a la energía desbordante de Salduie.
Con “Caraunios” (de su álbum Ambaxtos ), el grito de guerra se lanzó al aire. Fue como si el tiempo se doblara y nos transportará a una era donde el acero y la piel curtida eran los protagonistas. La sangre empezó a bullir, el ritmo tribal nos poseyó y, en un abrir y cerrar de ojos, lo que era una congregación dispersa se convirtió en un ejército unificado, dispuesto a seguir a estos guerreros aragoneses hasta el fin del mundo. Las dos “atalayas de tela” flanqueando el escenario no eran meros adornos; eran los testigos silenciosos de una pasión que arde con la fuerza de mil soles.
Pero la cosa no se quedó ahí. ¡La magia de Salduie es contagiosa! Más almas se unieron a la refriega, y el ambiente se tiñó de un color distinto, un aroma a hogar, a familia. Quince años de batallas a sus espaldas, y cada cicatriz, cada triunfo, se traduce en una performance que te revuelve las entrañas. Sus armas son la alternancia de voces guturales con melodías folk, la brutalidad del death melódico entrelazada con la sabiduría ancestral. Y vaya si saben usarlas.
El punto álgido llegó con “Imbolc” (del álbum homónimo de 2014). ¡Aquí la cosa se puso seria! Instrumentos primitivos resonando en el aire, “performances” con zancos que parecían levitar y esas botargas que desataron la locura. La milicia raza se dividió en dos frentes, ¡celtíberos contra romanos! Y de esa separación nació la furia: un “mosh” multitudinario que luego mutó en un “circle pit” de proporciones épicas, digno de las sagas más legendarias. El silbido de los dioses se unió al clamor, y nuestros tímpanos, simples mortales, estallaron ante semejante despliegue de poderío. Salduie, con su orfebrería histórica, clavó su estandarte en el corazón de nuestra península, en lo más profundo de nuestro sentir.
La conquista fue total. “Descarnatio” (también de Ambaxtos), “Netón” y “Carus de Sekaiza” (ambas de Belos de 2016) siguieron avivando el fuego de la rebelión. Y como broche de oro, o mejor dicho, como brindis final en la taberna tras la victoria, llegaron “Numancia” y el cierre etílico con “Hidromiel” (ambas de Imbolc). Salduie no solo tocó canciones; contaron historias, nos hicieron vivir la rebelión ibérica en carne propia. ¡Una noche para recordar, o para no recordar si la hidromiel hizo bien su trabajo!
Injector en Zamora: El Apocalipsis Thrash para las masas ha Llegado.
A pesar del solazo que caía a plomo en el Copper Stage, ni la más mínima rendición por parte de la peña, ¡ni mucho menos por parte de los cartageneros Injector! Estos titanes del thrash, a quienes tuvimos el gustazo de tener en la doble portada del especial Metal Hammer de Navidad, salieron a dar una cátedra de cómo se hace thrash clásico, sin florituras, directo a la yugular. Con la portada de su último pepinazo, Endless Scorn, de fondo, que les está trayendo más alegrías que un aguacero en pleno agosto, las comparaciones con unos Megadeth en sus años mozos no son para nada descabelladas. Y ojo, que me perdonen los dioses del metal, pero el bajo de Mafy tiene un rollo a Cliff Burton de 2025 que te hace querer romperte el cuello haciendo headbanging con cada uno de esos graves auténticos y contundentes. Injector no es solo una banda compacta; es una pared de acero. Son beligerantes por naturaleza, portadores de un ADN thrash que les permite secuestrar al personal sin esfuerzo, haciendo que te dejes la garganta en cada grito y cada riff. Y como colofón, para dejarte con un síndrome de Estocolmo del bueno, nos bombardearon con una lluvia de “merchandising” que caía como maná sobre los afortunados, un gesto que los retrata de forma positiva y muestra el cariño por sus fans. Y si el bajo de Mafy es una maravilla, ¿qué decir del “bicharraco” que tienen a la batería? Una auténtica apisonadora rítmica que haría sudar al mismísimo Lombardo si lo pillara con resaca. Su pegada, velocidad y precisión son de otro planeta.
Las tácticas invasivas de Injector desembocaron, como era de esperar, en un festival de movimientos sísmicos, provocando el segundo “circle pit” de la tarde en el Z! Live, uno de esos remolinos humanos que te absorben y te escupen cargado de adrenalina. Y es que con los temazos que se marcaron, era imposible quedarse quieto. El setlist fue un bombardeo constante de pura energía: abrieron con la declaración de guerra de “March to Kill“, seguida por la contundencia de “Warning“. Luego vino el clásico “UTLOA” (de Stone Prevails – 2018), que hizo que el polvo del suelo de Zamora se levantara con cada pogo. Después, puro músculo thrash con “Practyce“, antes de desafiar al sol zamorano con “Enemy of the Sun“. Y para cerrar, la trituradora final, “Dreadnought Race“, que te dejaba sin aliento, con la garganta rasgada y los músculos adoloridos de tanto agitarse. Además de estos cañonazos, también se dejaron caer otros temas de “Endless Scorn” como “Warning Blast” y “Resetting Time” (ambas de 2024), y clásicos de Hunt of the Rawhead (2020) como “Feed The Monster” o “Unborn Legions“. Al final, no hubo más remedio que alzar la bandera blanca. Nos rendimos, sí, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Injector no solo tocó; arrasó, conquistó y dejó un cráter en el suelo del Copper Stage. ¡Que alguien recoja los cascotes por el bien del pueblo de Zamora, porque esta gente lo ha reventado todo! Una actuación de thrash metal puro y duro que te deja el cuerpo molido, pero el alma llena de esa energía salvaje que solo el buen metal puede dar. ¡Gracias por la paliza, Injector! ¡A oxidarse en paz con este thrash que te deja el cuerpo molido, pero el alma llena!
Morphium Ritual del Vacío Inmaculado: Un descenso a la Obsesión y la Reinvención
La penumbra ya era un lienzo cuando el Z! El Live Rock Festival de Zamora se transformó en un santuario efímero. No se trató de una simple bienvenida, sino de una apertura de velos, un desgarramiento del tejido de lo mundano para invocar lo que acecha bajo la superficie. Morphium, no meros músicos sino arquitectos de atmósferas, emergió de Gerona para desatar una tempestad de lo insondable, una danza hipnótica que sedujo tanto al profano como al adepto. Su dermis, tejida con el entramado de la otredad, los aísla del común; su pelaje, fruto de una unión de contrastes, es una armadura impenetrable.
El pálpito inicial, la sorda promesa de lo que vendría, se materializó en “Everybody Is Dead In The House“. No fue una canción, sino un eco de un pasado trágico, un lamento fantasmal que se materializaba en cada acorde distorsionado, en la cadencia lúgubre de una batería que replicaba el último latido. Las guitarras lloraban, se retorcían, pintando un mural sonoro de decadencia y abandono. La audiencia, cómplice silenciosa, se sumergió en esa confesión macabra.
El peso de la existencia se hizo tangible con “The Truth“. Aquí, Morphium dejó de tocar notas para pulsar un latido visceral, expuesto y crudo, que se sentía en el pecho. Fue una disección sonora de lo ineludible, una catarsis ruidosa que exploraba las grietas de la realidad, obligando a mirar de frente. La instrumentación, densa y envolvente, arrastró a un torbellino de introspección forzada, donde cada riff era un escalpelo adentrándose en el inconsciente colectivo.
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La sensación de algo ajeno, de una invasión sutil, se materializó con “Parasite“. Los riffs se volvieron punzantes, la voz descarnada, tejiendo una narrativa escalofriante de dependencia y destrucción, como si una entidad invisible se alimentara de la debilidad colectiva. La energía en el escenario era casi tangible, una fuerza oscura que se extendía no como una plaga, sino como una infestación mental.
Un breve, pero no menos intenso, momento de reconocimiento personal llegó con “All You Are“. La complejidad melódica de esta pieza actuó como un espejo, una invitación a confrontar las propias sombras y aceptar el reflejo, por distorsionado que fuera. La melodía envolvía, pero bajo esa capa de aparente vulnerabilidad, se escondía una advertencia sutil, una aceptación de la propia naturaleza, incluso en sus aspectos más oscuros.
El ambiente se volvió denso, casi ritualístico, con “Insorcism“. Si las canciones anteriores eran invitaciones, esta fue una invocación. El ritmo adquirió un carácter tribal y primitivo, los elementos sonoros se entrelazaron en un conjuro, y la voz se elevó en un lamento ancestral, casi un exorcismo a la inversa, buscando traer algo o a alguien de un plano más allá de lo visible. El aire se electrificó, los vellos de la nuca erizados por la resonancia de lo oculto y lo incomprensible.
La mente colectiva se sumergió en una danza macabra con “Dance Of Flies“. La disonancia y la melodía se entrelazaron en un vals grotesco. La canción era caótica y a la vez extrañamente estructurada, como el aleteo desordenado de insectos atraídos inexorablemente hacia un destino fatal. Los músicos se movían con una energía poseída, cada uno un hilo en esta coreografía de lo perturbador.
El acto final de esta exploración del tormento interno llegó con “What Lies Behind Words“. La profundidad lírica, combinada con una instrumentación melancólica pero potente, creó un lienzo de profunda reflexión. Era la contemplación de los secretos inconfesables, de las verdades que acechan bajo la superficie de la comunicación, de los pensamientos no dichos. La música se convirtió en un eco de esos silencios elocuentes y de las verdades enterradas.
Y para sellar el pacto con la oscuridad y dejar una cicatriz imborrable, el cierre fue una sentencia demoledora: “You’d Rather Be Blind“. Un final que no ofrecía consuelo, sino una cruda acusación sobre la negación. La agresividad contenida a lo largo del set explotó en una ráfaga final de sonido, dejando a todos con la piel de gallina, la mente alterada y la certeza de haber presenciado no un mero concierto, sino un verdadero ritual. Las luces se desvanecieron, dejando tras de sí solo el eco de una verdad incómoda y el murmullo persistente de las sombras que ahora parecían danzar en la memoria.
Angelus Apatrida: Una Conexión Cruda con el Público
Zamora fue testigo de una auténtica demolición sónica. Angelus Apatrida, los titanes manchegos del thrash, no ofrecieron un concierto, sino un despliegue de fuerza bruta y maestría musical que resonó en cada rincón del recinto. Fue una demostración visceral de por qué la autenticidad y la tenacidad superan cualquier artificio.
Desde Albacete para el mundo, Angelus Apatrida ha forjado una trayectoria de veinticinco años a base de convicción y pura adrenalina. No son solo la banda más internacional de nuestra geografía, sino un fenómeno que trasciende nichos, acaparando victorias en el mismísimo entramado del “mainstream” a base de puro músculo y riffs incandescentes. Ocho álbumes, cada uno un hito en su discografía, y la sensación palpable de que aún no han tocado techo.
La Plata Stage se convirtió en un campo de batalla sónico, abarrotado por una marea humana que atestiguan la devoción inquebrantable a esta banda. Las camisetas, un mar de insignias, hablaban por sí solas del seguimiento masivo que arrastran. Y era comprensible; lo que se presenció fue una lección magistral de cómo el thrash, en su estado más puro, puede ser una fuerza imparable.
El motor de esta bestia sonora es Guillermo Izquierdo, la figura nuclear de Angelus Apatrida. Con su voz inconfundible, una amalgama de furia y precisión, y su guitarra inseparable, Guillermo no solo lidera, sino que crea el espacio para que el resto de la formación brille con luz propia. Su habilidad para desatar avalanchas rítmicas y solos fulgurantes es el corazón que bombea el torrente thrash. A su lado, en la otra trinchera de seis cuerdas, David G. Álvarez es un virtuoso. Sus dedos queman el mástil, desatando solos que son puñetazos de pura técnica y feeling, y sus coros añaden una capa extra de ferocidad al muro de sonido. David no solo complementa a Guillermo; eleva la intensidad a cotas estratosféricas. La base sísmica, el cimiento inquebrantable que sostiene la embestida, recae en José J. Izquierdo al bajo. Con sus cuerdas gruesas, metaliza cada nota, dotando a la banda de una profundidad y contundencia que se siente en las entrañas. Sus coros, sincronizados a la perfección, son el eco de la tormenta sonora. Y detrás de la piel y los parches, Víctor Valera insufló el hálito vital a cada tema. Su batería no es un mero acompañamiento; es una fuerza elemental, precisa, implacable, que impulsa la maquinaria con una energía inagotable. Los golpes de Víctor son martillazos que marcan el ritmo de la anarquía controlada de Angelus Apatrida.
El setlist fue una implacable sucesión de himnos que no dieron tregua. La apertura con “You Are Next” fue una declaración de intenciones, seguida por la furia de “At the Gates of Hell” y la implacable “It’s Rising!“. Temas de su aclamado “The Call“, como la propia “You Are Next” y “Violent Dawn“, demostraron la evolución de su sonido sin renunciar a la esencia.
“Violent Dawn” fue una descarga de adrenalina, seguida por la maestría de “Of Men and Tyrants“. La emotividad cruda de “Never Forget” y la contundencia de “Fuck You” mantuvieron la intensidad en lo más alto. La crudeza de “Blood on the Snow” y la precisión de “Clockwork” prepararon el terreno para la embestida final. La maquinaria no dejaba de funcionar, desde la poderosa “Corruption” hasta el cierre apoteósico con “Hereditary Genius“, cada nota resonó con la fuerza de un ejército.
Además, nos obsequiaron con joyas de su discografía como “End Man“, “Immortal” y “Serpents on Parade” de Hidden Evolution, y clásicos imperecederos como “Give ‘Em War” y “Vomitive” de su seminal Give ‘Em War.
La energía desatada fue tan brutal que el propio Guille tuvo que pedir a la fervorosa audiencia que moderará los ánimos para evitar incidentes, una muestra clara de la conexión cruda y sin filtros que establecen con su público. Sin grandes detalles de producción, sólo cuatro hombres sobre el escenario, Angelus Apatrida demostró que el arte sin artificios, la música nacida de las entrañas, es capaz de enganchar a miles de personas incluso en una de las horas punta del festival. Un concierto sobresaliente, una experiencia catártica que reafirma la creencia en el poder del thrash auténtico.
¡Abordaje Festivo! Alestorm Conquista el Z! Live Zamora 2025
El pasado 13 de junio, el Z! Live Zamora 2025 dejó de ser un festival de metal para convertirse en un puerto pirata sin ley, una bacanal desatada orquestada por los mismísimos Alestorm. Olviden las brumas del metal tradicional; esta tripulación escocesa de corsarios nos regaló una fiesta que osciló entre lo absurdo, lo épico y lo gloriosamente irreverente. No fue solo un concierto; fue un carnaval de ron, patos de goma y pura euforia, donde la única regla era la despreocupación total.
Con un atronador grito de “¡Hagamos que la fiesta empiece!”, Christopher Bowes, el capitán de esta nave desquiciada, dio la orden de zarpar. Antiguamente conocidos como Battleheart, Alestorm ha perfeccionado el arte de la juerga metalera, y el Z! Live fue su lienzo perfecto para desatar el caos. Entre el oleaje etílico de la multitud, sus narcóticas tonadas de sirena —más adictivas que cualquier poción del Capitán Morgan— y una estéril flota de patos de plástico amarillo, el público se entregó a una euforia de alta graduación. Saben exactamente lo que se espera en un evento de esta índole y lo bordan con un descaro grotesco y un puñado de sellos de la casa que la gente aguarda como agua de mayo, lista para zambullirse en la despreocupación.
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Cada miembro de Alestorm es un pilar fundamental en esta orgía musical, aportando su toque distintivo a la narrativa pirata y a la ejecución impecable de su caos controlado El repertorio fue una oda al desparpajo pirata, una sucesión imparable de himnos para beber, bailar y destrozar:
El show arrancó con el himno pirata por excelencia, “Pirate Metal Drinking Crew“. Un disparo de cañón que hizo rugir al público y marcó el tono de la noche. La irreverencia geográfica se hizo presente con “Uzbekistan” y “Mexico“, transformando el Z! Live en una escala inesperada y caótica en un viaje transatlántico.
La oda a la resaca, “Hangover“, fue coreada como un himno nacional, una confesión colectiva de excesos, mientras “P.A.R.T.Y.” fue la invitación explícita y descarada a la anarquía festiva que todos esperaban. La energía estalló con “Fucked With An Anchor“, una explosión de euforia que hizo saltar a todos sin pudor, un clímax de descontrol puro.
Christopher Bowes llevó la interacción a otro nivel al pedir a la “invasión turística” que remara en “Drunker Sailor“. La multitud, lejos de quejarse, se afanó más que si la salvación del suegro en alta mar dependiera de ello, remando con un entusiasmo contagioso. Además, el festival fue el escenario ideal para el estreno de “Killed To Death By Piracy“, un adelanto prometedor de su próximo álbum, The Thunderfist Chronicles, que estará disponible el 20 de junio.
El folk de parche en el ojo y pata de palo de Alestorm, unido a sus andanadas power metaleras, los diálogos de besugo y el “encalomamiento” de sus coros (donde todos, excepto Peter Alcorn, participan activamente) por encima de la vociferación de Neptuno, nos arrastraron a un fondo de Atlántida de cerveza y cañonazos de ron. Algunos no querrán salir nunca, otros parcialmente, y a otros, probablemente, habrá que llevarlos en helicóptero con soporte vital. En definitiva, Alestorm demostró ser un pilar de festival, la cura perfecta para no rumiar lo que ya nos jode en el día a día. Fue una noche para recordar, donde la seriedad quedó ahogada en un mar de cerveza y riffs, y la única ley era la del desenfreno pirata.
Accept: La Maestría Teutónica Sigue Imparable en Zamora
La inquebrantable fuerza de Accept, los titanes teutónicos que, a pesar de los años y cambios, siguen ofreciendo una lección magistral de heavy metal. Lejos de la nostalgia melancólica, lo que vimos fue una banda vibrante, con una segunda juventud que ruge con más energía que nunca.
Wolf Hoffmann, el último bastión de su glorioso pasado y arquitecto de su acertado presente, lidera con una autoridad indiscutible. Su destreza en la guitarra es un faro que ilumina el camino, tejiendo riffs complejos y solos melódicos que son el sello inconfundible de Accept. Se rodea de una formación implacable que asegura la potencia de cada directo:
Con un imponente telón de fondo de su último álbum, Humanoid, Accept no dejó prisioneros. El repertorio fue un despliegue de artillería pesada que combinó clásicos atemporales con himnos de su nueva era, demostrando una coherencia y una vitalidad envidiables.
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La noche arrancó con la contundencia de “The Reckoning“, un golpe directo que marcó el inicio de la batalla. Inmediatamente después, el poder de su nuevo trabajo se hizo patente con “Humanoid“, donde los riffs de Wolf Hoffmann, Philip Shouse y Uwe Lulis crearon un muro de sonido implacable, impulsado por la batería atronadora de Christopher Williams.
Los clásicos empezaron a caer sin tregua. “Restless and Wild” desató la locura colectiva, con Mark Tornillo demostrando su dominio vocal en cada estribillo. La potencia se mantuvo con “London Leatherboys“, un himno a la rebeldía donde el bajo de Martin Motnik vibraba en el pecho de todos. Un inesperado pero bienvenido desvío llegó con la energía cruda de “Straight Up Jack“, que mantuvo la adrenalina a tope.
El punto álgido de la maestría musical llegó con el “Riff Orgy“, una amalgama explosiva que unió segmentos de “Demon’s Night“, “Starlight“, “Losers and Winners” y “Flash Rockin’ Man“. Aquí, la interacción entre las tres guitarras fue simplemente hipnotizante, un festín de riffs icónicos ejecutados con una precisión milimétrica que solo catedráticos como ellos pueden lograr.
La atmósfera se volvió más densa con “The Abyss”, una pieza que demostró la capacidad de la banda para crear pasajes más oscuros y envolventes. La agresividad regresó con la furia de “Breaker“, seguida de la solidez de “Shadow Soldiers“, donde la voz de Tornillo se elevaba sobre una instrumentación impecable. La épica “Princess of the Dawn” nos transportó a sus épocas doradas, interpretada con una energía que desafía el paso del tiempo.
La icónica “Metal Heart“, de su álbum homónimo de 1985, resonó con una fuerza abrumadora, recordándonos la genialidad de su legado. Pero no todo fue nostalgia. El todopoderoso himno de su regreso, “Teutonic Terror“, un clásico instantáneo de este nuevo milenio, demostró que Accept no vive del pasado, sino que sigue creando material que impacta con la misma intensidad. La agresividad de “Pandemic” mantuvo la tensión en lo alto, preparando el escenario para un final apoteósico.
El cierre fue una dupla asesina que hizo estallar el recinto en el encore: “Fast As A Shark“, con un demoledor solo a tres guitarras aullando en manada, una demostración de coordinación y ferocidad instrumental que dejó a todos boquiabiertos. Y como colofón, el celebradísimo “Balls to the Wall“, un himno universal que hizo temblar los cimientos del festival. Para sorpresa y deleite de todos, Accept aún tenía una bala en la recámara, y la noche se cerró con la rebeldía de “I’m a Rebel“, sellando una actuación perfecta.
Fue un encomiable ejercicio de veteranía, pasión y amor verdadero por su legado. Accept mantiene un equilibrio impecable, demostrando que la edad no es impedimento para una actuación de matrícula de honor. Sin artificios vanos ni rodeos, estos catedráticos del metal simplemente cumplen con su cometido como pocos pueden soñar. Un directo que no solo te hace vibrar, sino que te transporta a un estado de pura felicidad, regresando al pasado donde la ilusión lo podía todo.
Saurom: El Viaje Mágico a la Infancia Perdida en el Z! Live Zamora
Cuando las sombras de la noche cayeron sobre el Z! Live Zamora 2025, y el cansancio amenazaba con apagar el espíritu festivo, Saurom emergió para conjurar un hechizo. No fue un concierto, sino un portal. Una puerta a la infancia, a la esperanza y a la magia, una deuda saldada con nuestra salud mental tras un día de calor y conciertos ininterrumpidos. Los juglares andaluces no solo tocaron; nos invitaron a reducir a cenizas los muros de la madurez y a volar por una hora hacia nuestra particular “Nunca Jamás”.
El aire se llenó de expectación con el “Prólogo (El Principito)“, un susurro melódico que nos preparaba para el viaje. Y entonces, la magia estalló con “El Principito” mismo. Miguel A. Franco, con esa voz adecuada y emotiva, nos guió de la mano a través de la fantasía, mientras la base rítmica de Antonio Ruiz en la batería y José A. Gallardo al bajo, creaba el cimiento para un universo sonoro inconfundible. Las guitarras de Raúl Rueda y el propio Miguel A. Franco (quien también maneja el violín con maestría) tejían melodías etéreas y enérgicas.
La energía no decae un ápice. Con “Irae Dei“, la banda demostró su poderío, con la flauta y los teclados de Santi Carrasco añadiendo capas de misticismo y épica, mientras Narci Lara, con su arsenal de instrumentos de “las entrañas de la tierra”, infundía la magia folk. El público, a pesar del agotamiento, cantaba a voz en cuello cada estrofa de “No seré yo” y “Todo en mi vida“, contagiados por la cercanía y el desembolso de emociones de Miguel, y el carisma de una banda que nos hace fuertes en el reino de las buenas aspiraciones. ¡Esto volvió a ser una auténtica “party”, pero con mucha más lumbre mística que exceso etílico!
La narrativa se volvió épica y divertida con “La batalla con los cueros de vino“, donde la destreza instrumental de todos los músicos brilló con luz propia, pintando imágenes vívidas en nuestra mente. Le siguió la advertencia lírica de “Baobabs“, con sus armonías vocales y la riqueza instrumental que solo Saurom puede ofrecer, demostrando su profundidad lírica y musical.
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Un momento de pura introspección llegó con “La Llorona“, una conmovedora versión de la tradicional canción mexicana. Aquí, la interpretación de Miguel A. Franco fue sublime, cargada de sentimiento, y las melodías de violín y flauta tejieron un manto melancólico que erizó la piel.
El relato continuó con “El lazarillo de Tormes” y “El rey que no sabía mandar“, donde Narci Lara y su evolución instrumental, junto a los toques precisos de Santi Carrasco en flauta y teclado, transportaron a la audiencia a un universo de fábulas y leyendas. Con la aparición de dos compañeros de baile que trazaron círculos de confianza, la banda cerró lazos con su público en “El círculo juglar“, un verdadero ritual de conexión que generó un hilo conductor de ensueño.
La temperatura subió con el fuego de “Fuego“, que puso a toda la multitud a moverse, como una gran ola. Y el broche de oro antes del epílogo, el desmadre controlado de “La taberna“, que puso todo patas arriba, desatando una euforia colectiva y cerrando el círculo de magia y diversión.
Finalmente, el “Epílogo” nos dejó con un sabor agridulce, la conciencia de que la magia había terminado, pero con el alma renovada. Saurom no solo cumple; realiza pura taumaturgia, demostrando que no tienen rival en su categoría. Son maestros de nuestro modo de vida, catedráticos de la ilusión que logran que, por un rato, regreses al pasado donde la ilusión podía con todo y vuelves a ser feliz. ¡Una actuación de matrícula de honor que huelga en palabras, porque su impacto fue sencillamente inmenso!
Lujuria: 35 Años de Fuego y Acero Inoxidable Despiden el Segundo Día del Z! Live Zamora 2025
El Z! Live Zamora 2025 se despidió de su segundo día con una auténtica celebración: Lujuria, la banda segoviana que lleva 35 años forjando himnos de heavy metal en castellano, desató su inconfundible energía. Fue una de esas noches para enmarcar, donde miles de seguidores se congregaron para honrar una trayectoria de más de tres décadas. Aunque el ambiente festivalero siempre trae sus “cosillas” —como pruebas de sonido inoportunas o momentos de oratoria apasionada que, a veces, se pierden en el fragor de la fiesta—, Lujuria demostró por qué son un pilar inamovible de la escena.
Dejando de lado esos pequeños detalles, ¡la actuación de Lujuria fue simplemente arrolladora! Atrajeron a una multitud impresionante, superando incluso la afluencia de la noche anterior, y se marcaron una de esas “caminatas maratonianas de puro ardor por el heavy metal” que solo ellos saben hacer. Con la icónica intro de “Aquí mi Fusil, Aquí mi Pistola” de La Chaqueta Metálica, ya sabías que aquello no iba a ser un concierto más; era una declaración de intenciones, una fiesta sin concesiones. La banda salió a devorar el escenario, conscientes de su papel como guardianes del metal en español.
Al frente de esta maquinaria infalible, Óscar Sancho se erige como el frontman por excelencia. Su carisma es magnético, irradiando una mezcla única de lascivia, encanto y una pasión desbordante que lo convierte en un auténtico maestro de ceremonias. Óscar no solo canta; comanda la nave de Lujuria, conoce cada rincón del escenario y bordea los límites con una decisión que te atrapa. Aunque las complejidades del sonido en un festival masivo siempre pueden jugar una mala pasada, Óscar y el resto de la banda lo suplieron con creces gracias a su brutal entrega y su conexión directa con el público. Su voz, un torrente inagotable, se alza como el megáfono de la conciencia colectiva del metal.
El repertorio fue una sucesión implacable de himnos que te ponían las pilas al instante, un recorrido por tres décadas de pura historia del heavy metal en nuestro idioma:
La descarga abrió con “Escuadrón 69“, un clásico que levantó al público al instante, demostrando la conexión visceral de la banda con sus seguidores. La sección rítmica de Lujuria, sólida como una roca, impulsaba cada acorde, mientras las guitarras desataron riffs contundentes que resonaban en el pecho. Luego, el grito de guerra “No Soy Carne de Cañón” resonó en cada garganta, con Óscar desgañitándose en una interpretación que era pura declaración de principios. La gente coreaba a tope, demostrando que este tema es más que una canción: es un estandarte.
Con “Sin Parar de Pecar“, la esencia de Lujuria se desbordó por completo. La banda desplegó su teatralidad y su poderío, invitando al público a dejarse llevar por el pecado sonoro, en una atmósfera de desenfreno controlado. La intrincada “Jeckyl y Mr. Hyde” demostró la complejidad y versatilidad que también manejan, con cambios de ritmo y atmósferas que mantuvieron al público cautivo, destacando la destreza de sus instrumentistas que, a pesar de los años, siguen perfeccionando su arte.
Y no podía faltar el rugido de “Corazón de Heavy Metal“. Este himno, que da nombre a su legendario disco, fue recibido con una ovación ensordecedora. La banda al completo se entregó a la interpretación, con las guitarras tejiendo esa melodía tan reconocible y Óscar demostrando por qué es el alma de la banda, llevando a la gente a cantar a pleno pulmón esa declaración de amor al género. Fue un momento de pura comunión, un recordatorio de por qué Lujuria lleva 35 años en lo más alto. Para rematar esta fiesta de acero, llegó la explosión de “María Martillo“, un tema que es pura energía Lujuria, con ese sonido inconfundible que te hace mover la cabeza sin parar. Fue el broche de oro para una noche inolvidable, sellando la comunión entre banda y público.
Lo que queda claro, después de 35 años de trayectoria, es que los tíos de Lujuria nacieron para esto: para mantener vivo y ardiente el tejido metálico en castellano. No van a cambiar, y esa honestidad brutal y pasión desmedida.



Salduie: La Voz del Acero y la Tierra en la Rebelión Ibérica.
¡Prepárense para la invasión, que Salduie ha llegado para reclamar lo suyo! En este día soleado que bien podría ser el escenario de una épica batalla, el calor no ha sido impedimento para que la tribu maña prendiera la mecha con su furia celtíbera. El “Silver Stage”, que al principio se sentía un poco solitario bajo el sol de justicia, se transformó en un campo de batalla ancestral gracias a la energía desbordante de Salduie.
Con “Caraunios” (de su álbum Ambaxtos ), el grito de guerra se lanzó al aire. Fue como si el tiempo se doblara y nos transportará a una era donde el acero y la piel curtida eran los protagonistas. La sangre empezó a bullir, el ritmo tribal nos poseyó y, en un abrir y cerrar de ojos, lo que era una congregación dispersa se convirtió en un ejército unificado, dispuesto a seguir a estos guerreros aragoneses hasta el fin del mundo. Las dos “atalayas de tela” flanqueando el escenario no eran meros adornos; eran los testigos silenciosos de una pasión que arde con la fuerza de mil soles.
Pero la cosa no se quedó ahí. ¡La magia de Salduie es contagiosa! Más almas se unieron a la refriega, y el ambiente se tiñó de un color distinto, un aroma a hogar, a familia. Quince años de batallas a sus espaldas, y cada cicatriz, cada triunfo, se traduce en una performance que te revuelve las entrañas. Sus armas son la alternancia de voces guturales con melodías folk, la brutalidad del death melódico entrelazada con la sabiduría ancestral. Y vaya si saben usarlas.
El punto álgido llegó con “Imbolc” (del álbum homónimo de 2014). ¡Aquí la cosa se puso seria! Instrumentos primitivos resonando en el aire, “performances” con zancos que parecían levitar y esas botargas que desataron la locura. La milicia raza se dividió en dos frentes, ¡celtíberos contra romanos! Y de esa separación nació la furia: un “mosh” multitudinario que luego mutó en un “circle pit” de proporciones épicas, digno de las sagas más legendarias. El silbido de los dioses se unió al clamor, y nuestros tímpanos, simples mortales, estallaron ante semejante despliegue de poderío. Salduie, con su orfebrería histórica, clavó su estandarte en el corazón de nuestra península, en lo más profundo de nuestro sentir.
La conquista fue total. “Descarnatio” (también de Ambaxtos), “Netón” y “Carus de Sekaiza” (ambas de Belos de 2016) siguieron avivando el fuego de la rebelión. Y como broche de oro, o mejor dicho, como brindis final en la taberna tras la victoria, llegaron “Numancia” y el cierre etílico con “Hidromiel” (ambas de Imbolc). Salduie no solo tocó canciones; contaron historias, nos hicieron vivir la rebelión ibérica en carne propia. ¡Una noche para recordar, o para no recordar si la hidromiel hizo bien su trabajo!
Injector en Zamora: El Apocalipsis Thrash para las masas ha Llegado.
A pesar del solazo que caía a plomo en el Copper Stage, ni la más mínima rendición por parte de la peña, ¡ni mucho menos por parte de los cartageneros Injector! Estos titanes del thrash, a quienes tuvimos el gustazo de tener en la doble portada del especial Metal Hammer de Navidad, salieron a dar una cátedra de cómo se hace thrash clásico, sin florituras, directo a la yugular. Con la portada de su último pepinazo, Endless Scorn, de fondo, que les está trayendo más alegrías que un aguacero en pleno agosto, las comparaciones con unos Megadeth en sus años mozos no son para nada descabelladas. Y ojo, que me perdonen los dioses del metal, pero el bajo de Mafy tiene un rollo a Cliff Burton de 2025 que te hace querer romperte el cuello haciendo headbanging con cada uno de esos graves auténticos y contundentes. Injector no es solo una banda compacta; es una pared de acero. Son beligerantes por naturaleza, portadores de un ADN thrash que les permite secuestrar al personal sin esfuerzo, haciendo que te dejes la garganta en cada grito y cada riff. Y como colofón, para dejarte con un síndrome de Estocolmo del bueno, nos bombardearon con una lluvia de “merchandising” que caía como maná sobre los afortunados, un gesto que los retrata de forma positiva y muestra el cariño por sus fans. Y si el bajo de Mafy es una maravilla, ¿qué decir del “bicharraco” que tienen a la batería? Una auténtica apisonadora rítmica que haría sudar al mismísimo Lombardo si lo pillara con resaca. Su pegada, velocidad y precisión son de otro planeta.
Las tácticas invasivas de Injector desembocaron, como era de esperar, en un festival de movimientos sísmicos, provocando el segundo “circle pit” de la tarde en el Z! Live, uno de esos remolinos humanos que te absorben y te escupen cargado de adrenalina. Y es que con los temazos que se marcaron, era imposible quedarse quieto. El setlist fue un bombardeo constante de pura energía: abrieron con la declaración de guerra de “March to Kill“, seguida por la contundencia de “Warning“. Luego vino el clásico “UTLOA” (de Stone Prevails – 2018), que hizo que el polvo del suelo de Zamora se levantara con cada pogo. Después, puro músculo thrash con “Practyce“, antes de desafiar al sol zamorano con “Enemy of the Sun“. Y para cerrar, la trituradora final, “Dreadnought Race“, que te dejaba sin aliento, con la garganta rasgada y los músculos adoloridos de tanto agitarse. Además de estos cañonazos, también se dejaron caer otros temas de “Endless Scorn” como “Warning Blast” y “Resetting Time” (ambas de 2024), y clásicos de Hunt of the Rawhead (2020) como “Feed The Monster” o “Unborn Legions“. Al final, no hubo más remedio que alzar la bandera blanca. Nos rendimos, sí, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Injector no solo tocó; arrasó, conquistó y dejó un cráter en el suelo del Copper Stage. ¡Que alguien recoja los cascotes por el bien del pueblo de Zamora, porque esta gente lo ha reventado todo! Una actuación de thrash metal puro y duro que te deja el cuerpo molido, pero el alma llena de esa energía salvaje que solo el buen metal puede dar. ¡Gracias por la paliza, Injector! ¡A oxidarse en paz con este thrash que te deja el cuerpo molido, pero el alma llena!
Morphium Ritual del Vacío Inmaculado: Un descenso a la Obsesión y la Reinvención
La penumbra ya era un lienzo cuando el Z! El Live Rock Festival de Zamora se transformó en un santuario efímero. No se trató de una simple bienvenida, sino de una apertura de velos, un desgarramiento del tejido de lo mundano para invocar lo que acecha bajo la superficie. Morphium, no meros músicos sino arquitectos de atmósferas, emergió de Gerona para desatar una tempestad de lo insondable, una danza hipnótica que sedujo tanto al profano como al adepto. Su dermis, tejida con el entramado de la otredad, los aísla del común; su pelaje, fruto de una unión de contrastes, es una armadura impenetrable.
El pálpito inicial, la sorda promesa de lo que vendría, se materializó en “Everybody Is Dead In The House“. No fue una canción, sino un eco de un pasado trágico, un lamento fantasmal que se materializaba en cada acorde distorsionado, en la cadencia lúgubre de una batería que replicaba el último latido. Las guitarras lloraban, se retorcían, pintando un mural sonoro de decadencia y abandono. La audiencia, cómplice silenciosa, se sumergió en esa confesión macabra.
El peso de la existencia se hizo tangible con “The Truth“. Aquí, Morphium dejó de tocar notas para pulsar un latido visceral, expuesto y crudo, que se sentía en el pecho. Fue una disección sonora de lo ineludible, una catarsis ruidosa que exploraba las grietas de la realidad, obligando a mirar de frente. La instrumentación, densa y envolvente, arrastró a un torbellino de introspección forzada, donde cada riff era un escalpelo adentrándose en el inconsciente colectivo.
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La sensación de algo ajeno, de una invasión sutil, se materializó con “Parasite“. Los riffs se volvieron punzantes, la voz descarnada, tejiendo una narrativa escalofriante de dependencia y destrucción, como si una entidad invisible se alimentara de la debilidad colectiva. La energía en el escenario era casi tangible, una fuerza oscura que se extendía no como una plaga, sino como una infestación mental.
Un breve, pero no menos intenso, momento de reconocimiento personal llegó con “All You Are“. La complejidad melódica de esta pieza actuó como un espejo, una invitación a confrontar las propias sombras y aceptar el reflejo, por distorsionado que fuera. La melodía envolvía, pero bajo esa capa de aparente vulnerabilidad, se escondía una advertencia sutil, una aceptación de la propia naturaleza, incluso en sus aspectos más oscuros.
El ambiente se volvió denso, casi ritualístico, con “Insorcism“. Si las canciones anteriores eran invitaciones, esta fue una invocación. El ritmo adquirió un carácter tribal y primitivo, los elementos sonoros se entrelazaron en un conjuro, y la voz se elevó en un lamento ancestral, casi un exorcismo a la inversa, buscando traer algo o a alguien de un plano más allá de lo visible. El aire se electrificó, los vellos de la nuca erizados por la resonancia de lo oculto y lo incomprensible.
La mente colectiva se sumergió en una danza macabra con “Dance Of Flies“. La disonancia y la melodía se entrelazaron en un vals grotesco. La canción era caótica y a la vez extrañamente estructurada, como el aleteo desordenado de insectos atraídos inexorablemente hacia un destino fatal. Los músicos se movían con una energía poseída, cada uno un hilo en esta coreografía de lo perturbador.
El acto final de esta exploración del tormento interno llegó con “What Lies Behind Words“. La profundidad lírica, combinada con una instrumentación melancólica pero potente, creó un lienzo de profunda reflexión. Era la contemplación de los secretos inconfesables, de las verdades que acechan bajo la superficie de la comunicación, de los pensamientos no dichos. La música se convirtió en un eco de esos silencios elocuentes y de las verdades enterradas.
Y para sellar el pacto con la oscuridad y dejar una cicatriz imborrable, el cierre fue una sentencia demoledora: “You’d Rather Be Blind“. Un final que no ofrecía consuelo, sino una cruda acusación sobre la negación. La agresividad contenida a lo largo del set explotó en una ráfaga final de sonido, dejando a todos con la piel de gallina, la mente alterada y la certeza de haber presenciado no un mero concierto, sino un verdadero ritual. Las luces se desvanecieron, dejando tras de sí solo el eco de una verdad incómoda y el murmullo persistente de las sombras que ahora parecían danzar en la memoria.
Angelus Apatrida: Una Conexión Cruda con el Público
Zamora fue testigo de una auténtica demolición sónica. Angelus Apatrida, los titanes manchegos del thrash, no ofrecieron un concierto, sino un despliegue de fuerza bruta y maestría musical que resonó en cada rincón del recinto. Fue una demostración visceral de por qué la autenticidad y la tenacidad superan cualquier artificio.
Desde Albacete para el mundo, Angelus Apatrida ha forjado una trayectoria de veinticinco años a base de convicción y pura adrenalina. No son solo la banda más internacional de nuestra geografía, sino un fenómeno que trasciende nichos, acaparando victorias en el mismísimo entramado del “mainstream” a base de puro músculo y riffs incandescentes. Ocho álbumes, cada uno un hito en su discografía, y la sensación palpable de que aún no han tocado techo.
La Plata Stage se convirtió en un campo de batalla sónico, abarrotado por una marea humana que atestiguan la devoción inquebrantable a esta banda. Las camisetas, un mar de insignias, hablaban por sí solas del seguimiento masivo que arrastran. Y era comprensible; lo que se presenció fue una lección magistral de cómo el thrash, en su estado más puro, puede ser una fuerza imparable.
El motor de esta bestia sonora es Guillermo Izquierdo, la figura nuclear de Angelus Apatrida. Con su voz inconfundible, una amalgama de furia y precisión, y su guitarra inseparable, Guillermo no solo lidera, sino que crea el espacio para que el resto de la formación brille con luz propia. Su habilidad para desatar avalanchas rítmicas y solos fulgurantes es el corazón que bombea el torrente thrash. A su lado, en la otra trinchera de seis cuerdas, David G. Álvarez es un virtuoso. Sus dedos queman el mástil, desatando solos que son puñetazos de pura técnica y feeling, y sus coros añaden una capa extra de ferocidad al muro de sonido. David no solo complementa a Guillermo; eleva la intensidad a cotas estratosféricas. La base sísmica, el cimiento inquebrantable que sostiene la embestida, recae en José J. Izquierdo al bajo. Con sus cuerdas gruesas, metaliza cada nota, dotando a la banda de una profundidad y contundencia que se siente en las entrañas. Sus coros, sincronizados a la perfección, son el eco de la tormenta sonora. Y detrás de la piel y los parches, Víctor Valera insufló el hálito vital a cada tema. Su batería no es un mero acompañamiento; es una fuerza elemental, precisa, implacable, que impulsa la maquinaria con una energía inagotable. Los golpes de Víctor son martillazos que marcan el ritmo de la anarquía controlada de Angelus Apatrida.
El setlist fue una implacable sucesión de himnos que no dieron tregua. La apertura con “You Are Next” fue una declaración de intenciones, seguida por la furia de “At the Gates of Hell” y la implacable “It’s Rising!“. Temas de su aclamado “The Call“, como la propia “You Are Next” y “Violent Dawn“, demostraron la evolución de su sonido sin renunciar a la esencia.
“Violent Dawn” fue una descarga de adrenalina, seguida por la maestría de “Of Men and Tyrants“. La emotividad cruda de “Never Forget” y la contundencia de “Fuck You” mantuvieron la intensidad en lo más alto. La crudeza de “Blood on the Snow” y la precisión de “Clockwork” prepararon el terreno para la embestida final. La maquinaria no dejaba de funcionar, desde la poderosa “Corruption” hasta el cierre apoteósico con “Hereditary Genius“, cada nota resonó con la fuerza de un ejército.
Además, nos obsequiaron con joyas de su discografía como “End Man“, “Immortal” y “Serpents on Parade” de Hidden Evolution, y clásicos imperecederos como “Give ‘Em War” y “Vomitive” de su seminal Give ‘Em War.
La energía desatada fue tan brutal que el propio Guille tuvo que pedir a la fervorosa audiencia que moderará los ánimos para evitar incidentes, una muestra clara de la conexión cruda y sin filtros que establecen con su público. Sin grandes detalles de producción, sólo cuatro hombres sobre el escenario, Angelus Apatrida demostró que el arte sin artificios, la música nacida de las entrañas, es capaz de enganchar a miles de personas incluso en una de las horas punta del festival. Un concierto sobresaliente, una experiencia catártica que reafirma la creencia en el poder del thrash auténtico.
¡Abordaje Festivo! Alestorm Conquista el Z! Live Zamora 2025
El pasado 13 de junio, el Z! Live Zamora 2025 dejó de ser un festival de metal para convertirse en un puerto pirata sin ley, una bacanal desatada orquestada por los mismísimos Alestorm. Olviden las brumas del metal tradicional; esta tripulación escocesa de corsarios nos regaló una fiesta que osciló entre lo absurdo, lo épico y lo gloriosamente irreverente. No fue solo un concierto; fue un carnaval de ron, patos de goma y pura euforia, donde la única regla era la despreocupación total.
Con un atronador grito de “¡Hagamos que la fiesta empiece!”, Christopher Bowes, el capitán de esta nave desquiciada, dio la orden de zarpar. Antiguamente conocidos como Battleheart, Alestorm ha perfeccionado el arte de la juerga metalera, y el Z! Live fue su lienzo perfecto para desatar el caos. Entre el oleaje etílico de la multitud, sus narcóticas tonadas de sirena —más adictivas que cualquier poción del Capitán Morgan— y una estéril flota de patos de plástico amarillo, el público se entregó a una euforia de alta graduación. Saben exactamente lo que se espera en un evento de esta índole y lo bordan con un descaro grotesco y un puñado de sellos de la casa que la gente aguarda como agua de mayo, lista para zambullirse en la despreocupación.
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Cada miembro de Alestorm es un pilar fundamental en esta orgía musical, aportando su toque distintivo a la narrativa pirata y a la ejecución impecable de su caos controlado El repertorio fue una oda al desparpajo pirata, una sucesión imparable de himnos para beber, bailar y destrozar:
El show arrancó con el himno pirata por excelencia, “Pirate Metal Drinking Crew“. Un disparo de cañón que hizo rugir al público y marcó el tono de la noche. La irreverencia geográfica se hizo presente con “Uzbekistan” y “Mexico“, transformando el Z! Live en una escala inesperada y caótica en un viaje transatlántico.
La oda a la resaca, “Hangover“, fue coreada como un himno nacional, una confesión colectiva de excesos, mientras “P.A.R.T.Y.” fue la invitación explícita y descarada a la anarquía festiva que todos esperaban. La energía estalló con “Fucked With An Anchor“, una explosión de euforia que hizo saltar a todos sin pudor, un clímax de descontrol puro.
Christopher Bowes llevó la interacción a otro nivel al pedir a la “invasión turística” que remara en “Drunker Sailor“. La multitud, lejos de quejarse, se afanó más que si la salvación del suegro en alta mar dependiera de ello, remando con un entusiasmo contagioso. Además, el festival fue el escenario ideal para el estreno de “Killed To Death By Piracy“, un adelanto prometedor de su próximo álbum, The Thunderfist Chronicles, que estará disponible el 20 de junio.
El folk de parche en el ojo y pata de palo de Alestorm, unido a sus andanadas power metaleras, los diálogos de besugo y el “encalomamiento” de sus coros (donde todos, excepto Peter Alcorn, participan activamente) por encima de la vociferación de Neptuno, nos arrastraron a un fondo de Atlántida de cerveza y cañonazos de ron. Algunos no querrán salir nunca, otros parcialmente, y a otros, probablemente, habrá que llevarlos en helicóptero con soporte vital. En definitiva, Alestorm demostró ser un pilar de festival, la cura perfecta para no rumiar lo que ya nos jode en el día a día. Fue una noche para recordar, donde la seriedad quedó ahogada en un mar de cerveza y riffs, y la única ley era la del desenfreno pirata.
Accept: La Maestría Teutónica Sigue Imparable en Zamora
La inquebrantable fuerza de Accept, los titanes teutónicos que, a pesar de los años y cambios, siguen ofreciendo una lección magistral de heavy metal. Lejos de la nostalgia melancólica, lo que vimos fue una banda vibrante, con una segunda juventud que ruge con más energía que nunca.
Wolf Hoffmann, el último bastión de su glorioso pasado y arquitecto de su acertado presente, lidera con una autoridad indiscutible. Su destreza en la guitarra es un faro que ilumina el camino, tejiendo riffs complejos y solos melódicos que son el sello inconfundible de Accept. Se rodea de una formación implacable que asegura la potencia de cada directo:
Con un imponente telón de fondo de su último álbum, Humanoid, Accept no dejó prisioneros. El repertorio fue un despliegue de artillería pesada que combinó clásicos atemporales con himnos de su nueva era, demostrando una coherencia y una vitalidad envidiables.
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La noche arrancó con la contundencia de “The Reckoning“, un golpe directo que marcó el inicio de la batalla. Inmediatamente después, el poder de su nuevo trabajo se hizo patente con “Humanoid“, donde los riffs de Wolf Hoffmann, Philip Shouse y Uwe Lulis crearon un muro de sonido implacable, impulsado por la batería atronadora de Christopher Williams.
Los clásicos empezaron a caer sin tregua. “Restless and Wild” desató la locura colectiva, con Mark Tornillo demostrando su dominio vocal en cada estribillo. La potencia se mantuvo con “London Leatherboys“, un himno a la rebeldía donde el bajo de Martin Motnik vibraba en el pecho de todos. Un inesperado pero bienvenido desvío llegó con la energía cruda de “Straight Up Jack“, que mantuvo la adrenalina a tope.
El punto álgido de la maestría musical llegó con el “Riff Orgy“, una amalgama explosiva que unió segmentos de “Demon’s Night“, “Starlight“, “Losers and Winners” y “Flash Rockin’ Man“. Aquí, la interacción entre las tres guitarras fue simplemente hipnotizante, un festín de riffs icónicos ejecutados con una precisión milimétrica que solo catedráticos como ellos pueden lograr.
La atmósfera se volvió más densa con “The Abyss”, una pieza que demostró la capacidad de la banda para crear pasajes más oscuros y envolventes. La agresividad regresó con la furia de “Breaker“, seguida de la solidez de “Shadow Soldiers“, donde la voz de Tornillo se elevaba sobre una instrumentación impecable. La épica “Princess of the Dawn” nos transportó a sus épocas doradas, interpretada con una energía que desafía el paso del tiempo.
La icónica “Metal Heart“, de su álbum homónimo de 1985, resonó con una fuerza abrumadora, recordándonos la genialidad de su legado. Pero no todo fue nostalgia. El todopoderoso himno de su regreso, “Teutonic Terror“, un clásico instantáneo de este nuevo milenio, demostró que Accept no vive del pasado, sino que sigue creando material que impacta con la misma intensidad. La agresividad de “Pandemic” mantuvo la tensión en lo alto, preparando el escenario para un final apoteósico.
El cierre fue una dupla asesina que hizo estallar el recinto en el encore: “Fast As A Shark“, con un demoledor solo a tres guitarras aullando en manada, una demostración de coordinación y ferocidad instrumental que dejó a todos boquiabiertos. Y como colofón, el celebradísimo “Balls to the Wall“, un himno universal que hizo temblar los cimientos del festival. Para sorpresa y deleite de todos, Accept aún tenía una bala en la recámara, y la noche se cerró con la rebeldía de “I’m a Rebel“, sellando una actuación perfecta.
Fue un encomiable ejercicio de veteranía, pasión y amor verdadero por su legado. Accept mantiene un equilibrio impecable, demostrando que la edad no es impedimento para una actuación de matrícula de honor. Sin artificios vanos ni rodeos, estos catedráticos del metal simplemente cumplen con su cometido como pocos pueden soñar. Un directo que no solo te hace vibrar, sino que te transporta a un estado de pura felicidad, regresando al pasado donde la ilusión lo podía todo.
Saurom: El Viaje Mágico a la Infancia Perdida en el Z! Live Zamora
Cuando las sombras de la noche cayeron sobre el Z! Live Zamora 2025, y el cansancio amenazaba con apagar el espíritu festivo, Saurom emergió para conjurar un hechizo. No fue un concierto, sino un portal. Una puerta a la infancia, a la esperanza y a la magia, una deuda saldada con nuestra salud mental tras un día de calor y conciertos ininterrumpidos. Los juglares andaluces no solo tocaron; nos invitaron a reducir a cenizas los muros de la madurez y a volar por una hora hacia nuestra particular “Nunca Jamás”.
El aire se llenó de expectación con el “Prólogo (El Principito)“, un susurro melódico que nos preparaba para el viaje. Y entonces, la magia estalló con “El Principito” mismo. Miguel A. Franco, con esa voz adecuada y emotiva, nos guió de la mano a través de la fantasía, mientras la base rítmica de Antonio Ruiz en la batería y José A. Gallardo al bajo, creaba el cimiento para un universo sonoro inconfundible. Las guitarras de Raúl Rueda y el propio Miguel A. Franco (quien también maneja el violín con maestría) tejían melodías etéreas y enérgicas.
La energía no decae un ápice. Con “Irae Dei“, la banda demostró su poderío, con la flauta y los teclados de Santi Carrasco añadiendo capas de misticismo y épica, mientras Narci Lara, con su arsenal de instrumentos de “las entrañas de la tierra”, infundía la magia folk. El público, a pesar del agotamiento, cantaba a voz en cuello cada estrofa de “No seré yo” y “Todo en mi vida“, contagiados por la cercanía y el desembolso de emociones de Miguel, y el carisma de una banda que nos hace fuertes en el reino de las buenas aspiraciones. ¡Esto volvió a ser una auténtica “party”, pero con mucha más lumbre mística que exceso etílico!
La narrativa se volvió épica y divertida con “La batalla con los cueros de vino“, donde la destreza instrumental de todos los músicos brilló con luz propia, pintando imágenes vívidas en nuestra mente. Le siguió la advertencia lírica de “Baobabs“, con sus armonías vocales y la riqueza instrumental que solo Saurom puede ofrecer, demostrando su profundidad lírica y musical.
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Un momento de pura introspección llegó con “La Llorona“, una conmovedora versión de la tradicional canción mexicana. Aquí, la interpretación de Miguel A. Franco fue sublime, cargada de sentimiento, y las melodías de violín y flauta tejieron un manto melancólico que erizó la piel.
El relato continuó con “El lazarillo de Tormes” y “El rey que no sabía mandar“, donde Narci Lara y su evolución instrumental, junto a los toques precisos de Santi Carrasco en flauta y teclado, transportaron a la audiencia a un universo de fábulas y leyendas. Con la aparición de dos compañeros de baile que trazaron círculos de confianza, la banda cerró lazos con su público en “El círculo juglar“, un verdadero ritual de conexión que generó un hilo conductor de ensueño.
La temperatura subió con el fuego de “Fuego“, que puso a toda la multitud a moverse, como una gran ola. Y el broche de oro antes del epílogo, el desmadre controlado de “La taberna“, que puso todo patas arriba, desatando una euforia colectiva y cerrando el círculo de magia y diversión.
Finalmente, el “Epílogo” nos dejó con un sabor agridulce, la conciencia de que la magia había terminado, pero con el alma renovada. Saurom no solo cumple; realiza pura taumaturgia, demostrando que no tienen rival en su categoría. Son maestros de nuestro modo de vida, catedráticos de la ilusión que logran que, por un rato, regreses al pasado donde la ilusión podía con todo y vuelves a ser feliz. ¡Una actuación de matrícula de honor que huelga en palabras, porque su impacto fue sencillamente inmenso!
Lujuria: 35 Años de Fuego y Acero Inoxidable Despiden el Segundo Día del Z! Live Zamora 2025
El Z! Live Zamora 2025 se despidió de su segundo día con una auténtica celebración: Lujuria, la banda segoviana que lleva 35 años forjando himnos de heavy metal en castellano, desató su inconfundible energía. Fue una de esas noches para enmarcar, donde miles de seguidores se congregaron para honrar una trayectoria de más de tres décadas. Aunque el ambiente festivalero siempre trae sus “cosillas” —como pruebas de sonido inoportunas o momentos de oratoria apasionada que, a veces, se pierden en el fragor de la fiesta—, Lujuria demostró por qué son un pilar inamovible de la escena.
Dejando de lado esos pequeños detalles, ¡la actuación de Lujuria fue simplemente arrolladora! Atrajeron a una multitud impresionante, superando incluso la afluencia de la noche anterior, y se marcaron una de esas “caminatas maratonianas de puro ardor por el heavy metal” que solo ellos saben hacer. Con la icónica intro de “Aquí mi Fusil, Aquí mi Pistola” de La Chaqueta Metálica, ya sabías que aquello no iba a ser un concierto más; era una declaración de intenciones, una fiesta sin concesiones. La banda salió a devorar el escenario, conscientes de su papel como guardianes del metal en español.
Al frente de esta maquinaria infalible, Óscar Sancho se erige como el frontman por excelencia. Su carisma es magnético, irradiando una mezcla única de lascivia, encanto y una pasión desbordante que lo convierte en un auténtico maestro de ceremonias. Óscar no solo canta; comanda la nave de Lujuria, conoce cada rincón del escenario y bordea los límites con una decisión que te atrapa. Aunque las complejidades del sonido en un festival masivo siempre pueden jugar una mala pasada, Óscar y el resto de la banda lo suplieron con creces gracias a su brutal entrega y su conexión directa con el público. Su voz, un torrente inagotable, se alza como el megáfono de la conciencia colectiva del metal.
El repertorio fue una sucesión implacable de himnos que te ponían las pilas al instante, un recorrido por tres décadas de pura historia del heavy metal en nuestro idioma:
La descarga abrió con “Escuadrón 69“, un clásico que levantó al público al instante, demostrando la conexión visceral de la banda con sus seguidores. La sección rítmica de Lujuria, sólida como una roca, impulsaba cada acorde, mientras las guitarras desataron riffs contundentes que resonaban en el pecho. Luego, el grito de guerra “No Soy Carne de Cañón” resonó en cada garganta, con Óscar desgañitándose en una interpretación que era pura declaración de principios. La gente coreaba a tope, demostrando que este tema es más que una canción: es un estandarte.
Con “Sin Parar de Pecar“, la esencia de Lujuria se desbordó por completo. La banda desplegó su teatralidad y su poderío, invitando al público a dejarse llevar por el pecado sonoro, en una atmósfera de desenfreno controlado. La intrincada “Jeckyl y Mr. Hyde” demostró la complejidad y versatilidad que también manejan, con cambios de ritmo y atmósferas que mantuvieron al público cautivo, destacando la destreza de sus instrumentistas que, a pesar de los años, siguen perfeccionando su arte.
Y no podía faltar el rugido de “Corazón de Heavy Metal“. Este himno, que da nombre a su legendario disco, fue recibido con una ovación ensordecedora. La banda al completo se entregó a la interpretación, con las guitarras tejiendo esa melodía tan reconocible y Óscar demostrando por qué es el alma de la banda, llevando a la gente a cantar a pleno pulmón esa declaración de amor al género. Fue un momento de pura comunión, un recordatorio de por qué Lujuria lleva 35 años en lo más alto. Para rematar esta fiesta de acero, llegó la explosión de “María Martillo“, un tema que es pura energía Lujuria, con ese sonido inconfundible que te hace mover la cabeza sin parar. Fue el broche de oro para una noche inolvidable, sellando la comunión entre banda y público.
Lo que queda claro, después de 35 años de trayectoria, es que los tíos de Lujuria nacieron para esto: para mantener vivo y ardiente el tejido metálico en castellano. No van a cambiar, y esa honestidad brutal y pasión desmedida.