


Una noche gélida de casi invierno en Copenhague encontró refugio en el calor eléctrico de Amager Bio. En esa sala, con su historia de conciertos legendarios y su acústica impecable, el ritual del rock volvió a cobrar sentido. Elder y All Them Witches compartieron escenario en una velada que trascendió la temperatura, el idioma y las palabras. Fue una comunión de sonido, precisión y trance sonoro: dos bandas distintas pero hermanadas por una misma búsqueda, esa que transforma la distorsión en una experiencia casi espiritual.
Elder abrió la noche y lo hizo con todo: un set breve pero demoledor de cuatro canciones “In Procession“, “Thousand Hands“, “Catastasis“ y “Gemini” que bastaron para dejar al público hipnotizado. Desde los primeros acordes, la banda de Massachusetts (ahora radicada en Berlín) desplegó ese equilibrio tan característico entre el poder del stoner rock y la complejidad del rock progresivo. Cada tema fue una construcción meticulosa de riffs densos, pasajes atmosféricos y una batería que marcaba el pulso con peso, como si el ritmo naciera desde el suelo mismo. Elder suena como una máquina precisa pero orgánica, con guitarras que abren portales y bajos que arrastran el cuerpo hacia el centro de la tierra. Su sonido en vivo es monumental, con capas que se expanden hasta llenar cada rincón del recinto. No hubo necesidad de presentaciones ni discursos: las notas lo dijeron todo, y el público lo entendió perfectamente.
La energía de Elder fue tan compacta que pareció extenderse más allá del escenario. Las luces, cambiando entre tonos rojos y violetas, acentuaban la sensación de estar dentro de un viaje cósmico. Cada transición era medida, cada crescendo una ola que golpeaba con elegancia. Cuando “Gemini” cerró el set, el aplauso fue más que un gesto de aprobación: fue el reconocimiento a una banda que ya no suena como una promesa, sino como una certeza dentro de la escena pesada contemporánea.
TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR: A Colossal Weekend 2025 – día 2: “Un Festival sin Género”
Y cuando el eco del último acorde se desvaneció, el escenario quedó preparado para el viaje más introspectivo de la noche. All Them Witches tomó el relevo con su mezcla única de psicodelia sureña, blues oscuro y rock experimental. Los de Nashville no necesitan grandes gestos ni comunicación verbal; su conexión con el público pasa directamente por el sonido. Apenas unos acordes, y el clima del lugar cambia por completo. Tocaron durante más de una hora y media, recorriendo canciones como “Diamond“, “Enemy of My Enemy“ y “The Marriage of Coyote Woman“, además de presentar tres temas nuevos que adelantan la dirección de su próximo disco. Fue un show contenido pero cargado de tensión, con dinámicas que pasaban de la calma flotante a explosiones de sonido que estremecían las paredes del recinto.
Ver a All Them Witches en vivo es presenciar un equilibrio perfecto entre lo espiritual y lo terrenal. Charles Michael Parks Jr., con su bajo y voz profunda, sostiene el eje emocional del grupo; Ben McLeod despliega la guitarra con precisión quirúrgica, entre lo sucio y lo etéreo; y la batería parece guiar un ritual, marcando tiempos que no pertenecen a un simple compás, sino a un estado mental. En medio de esas corrientes, el tecladista y violinista Allan Van Cleave se mueve con libertad absoluta, aportando atmósferas, melodías y matices que elevan cada tema. Sus solos, ya sea desde el teclado, el Rhodes o el violín, abren grietas de luz dentro de la densidad, momentos de pura emoción que convierten cada canción en una experiencia distinta. Es él quien a veces da ese toque cinematográfico, ese respiro místico que transforma la distorsión en algo casi poético.
TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR:Paradise Lost en Glasgow: “Tres visiones del doom junto a Messa y High Parasite”
El público, diverso y atento, se entregó sin interrupciones. No hubo pogo ni gritos innecesarios: solo una audiencia que entendía que lo que estaba sucediendo frente a ellos era una sesión de rock con alma, no un espectáculo prefabricado. Entre canción y canción, el silencio era casi reverencial, roto apenas por algún grito aislado o un suspiro colectivo antes del siguiente viaje sonoro.
La combinación de Elder y All Them Witches fue casi perfecta: dos visiones distintas del rock pesado y atmosférico, unidas por la búsqueda de profundidad y autenticidad. Elder golpeó primero con músculo, con riffs monumentales y una energía casi tectónica. All Them Witches respondió desde otro plano, construyendo paisajes mentales y emocionales, uniendo blues, psicodelia y oscuridad con una naturalidad asombrosa. En un viernes de frío cortante, dentro de Amager Bio el aire se volvió denso, vibrante y cálido, lleno de guitarras que parecían hablar un idioma propio.
Fue una noche en la que las palabras sobraban y el silencio entre canciones era apenas una respiración antes del siguiente viaje. Dos bandas, dos filosofías, un mismo pulso: el del rock que no busca agradar, sino transportarte. Una cita que quedará grabada no solo por la música, sino por esa sensación tan rara hoy de estar presente en algo auténtico, honesto y profundamente humano.



Una noche gélida de casi invierno en Copenhague encontró refugio en el calor eléctrico de Amager Bio. En esa sala, con su historia de conciertos legendarios y su acústica impecable, el ritual del rock volvió a cobrar sentido. Elder y All Them Witches compartieron escenario en una velada que trascendió la temperatura, el idioma y las palabras. Fue una comunión de sonido, precisión y trance sonoro: dos bandas distintas pero hermanadas por una misma búsqueda, esa que transforma la distorsión en una experiencia casi espiritual.
Elder abrió la noche y lo hizo con todo: un set breve pero demoledor de cuatro canciones “In Procession“, “Thousand Hands“, “Catastasis“ y “Gemini” que bastaron para dejar al público hipnotizado. Desde los primeros acordes, la banda de Massachusetts (ahora radicada en Berlín) desplegó ese equilibrio tan característico entre el poder del stoner rock y la complejidad del rock progresivo. Cada tema fue una construcción meticulosa de riffs densos, pasajes atmosféricos y una batería que marcaba el pulso con peso, como si el ritmo naciera desde el suelo mismo. Elder suena como una máquina precisa pero orgánica, con guitarras que abren portales y bajos que arrastran el cuerpo hacia el centro de la tierra. Su sonido en vivo es monumental, con capas que se expanden hasta llenar cada rincón del recinto. No hubo necesidad de presentaciones ni discursos: las notas lo dijeron todo, y el público lo entendió perfectamente.
La energía de Elder fue tan compacta que pareció extenderse más allá del escenario. Las luces, cambiando entre tonos rojos y violetas, acentuaban la sensación de estar dentro de un viaje cósmico. Cada transición era medida, cada crescendo una ola que golpeaba con elegancia. Cuando “Gemini” cerró el set, el aplauso fue más que un gesto de aprobación: fue el reconocimiento a una banda que ya no suena como una promesa, sino como una certeza dentro de la escena pesada contemporánea.
TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR: A Colossal Weekend 2025 – día 2: “Un Festival sin Género”
Y cuando el eco del último acorde se desvaneció, el escenario quedó preparado para el viaje más introspectivo de la noche. All Them Witches tomó el relevo con su mezcla única de psicodelia sureña, blues oscuro y rock experimental. Los de Nashville no necesitan grandes gestos ni comunicación verbal; su conexión con el público pasa directamente por el sonido. Apenas unos acordes, y el clima del lugar cambia por completo. Tocaron durante más de una hora y media, recorriendo canciones como “Diamond“, “Enemy of My Enemy“ y “The Marriage of Coyote Woman“, además de presentar tres temas nuevos que adelantan la dirección de su próximo disco. Fue un show contenido pero cargado de tensión, con dinámicas que pasaban de la calma flotante a explosiones de sonido que estremecían las paredes del recinto.
Ver a All Them Witches en vivo es presenciar un equilibrio perfecto entre lo espiritual y lo terrenal. Charles Michael Parks Jr., con su bajo y voz profunda, sostiene el eje emocional del grupo; Ben McLeod despliega la guitarra con precisión quirúrgica, entre lo sucio y lo etéreo; y la batería parece guiar un ritual, marcando tiempos que no pertenecen a un simple compás, sino a un estado mental. En medio de esas corrientes, el tecladista y violinista Allan Van Cleave se mueve con libertad absoluta, aportando atmósferas, melodías y matices que elevan cada tema. Sus solos, ya sea desde el teclado, el Rhodes o el violín, abren grietas de luz dentro de la densidad, momentos de pura emoción que convierten cada canción en una experiencia distinta. Es él quien a veces da ese toque cinematográfico, ese respiro místico que transforma la distorsión en algo casi poético.
TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR:Paradise Lost en Glasgow: “Tres visiones del doom junto a Messa y High Parasite”
El público, diverso y atento, se entregó sin interrupciones. No hubo pogo ni gritos innecesarios: solo una audiencia que entendía que lo que estaba sucediendo frente a ellos era una sesión de rock con alma, no un espectáculo prefabricado. Entre canción y canción, el silencio era casi reverencial, roto apenas por algún grito aislado o un suspiro colectivo antes del siguiente viaje sonoro.
La combinación de Elder y All Them Witches fue casi perfecta: dos visiones distintas del rock pesado y atmosférico, unidas por la búsqueda de profundidad y autenticidad. Elder golpeó primero con músculo, con riffs monumentales y una energía casi tectónica. All Them Witches respondió desde otro plano, construyendo paisajes mentales y emocionales, uniendo blues, psicodelia y oscuridad con una naturalidad asombrosa. En un viernes de frío cortante, dentro de Amager Bio el aire se volvió denso, vibrante y cálido, lleno de guitarras que parecían hablar un idioma propio.
Fue una noche en la que las palabras sobraban y el silencio entre canciones era apenas una respiración antes del siguiente viaje. Dos bandas, dos filosofías, un mismo pulso: el del rock que no busca agradar, sino transportarte. Una cita que quedará grabada no solo por la música, sino por esa sensación tan rara hoy de estar presente en algo auténtico, honesto y profundamente humano.
















