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Wind Rose en Copenhague: “Cuando el Power Metal se une para dar batalla”
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El pasado 10 de octubre se convirtió en el epicentro del power metal europeo en el Amager Bio de Copenhague. Una velada que dejó a los asistentes con una sensación de euforia difícil de describir. Tres bandas, tres estilos distintos dentro del mismo género y una audiencia entregada que vibró desde el primer acorde hasta el último. Angus McSix, Orden Ogan y Wind Rose ofrecieron un show memorable que quedará grabado en la memoria de todos los presentes. Para muchos, incluido quien escribe, era la primera vez viendo a estas bandas en vivo, lo que añadió una capa extra de emoción a la experiencia.

La noche arrancó puntual con Angus McSix, quienes tuvieron el honor de calentar motores. Durante aproximadamente media hora, la banda demostró por qué merecían abrir una jornada de tal calibre. A pesar de ser los primeros en subir al escenario, supieron aprovechar cada minuto de su set para conquistar al público. Desde el primer tema, quedó claro que el sonido de la sala estaba impecable: la mezcla era nítida, permitiendo que cada instrumento brillara con claridad sin opacar a los demás. Los riffs de guitarra cortaban el aire con precisión quirúrgica, mientras la batería mantenía un pulso firme y contundente. Angus McSix aprovechó esta claridad sónica para desplegar su arsenal de power metal épico, consiguiendo que varias cabezas del público comenzaran a moverse al ritmo de sus composiciones.

Aunque su tiempo en el escenario fue breve, los músicos dejaron una impresión más que positiva, superando las expectativas de quienes, como yo, no los conocíamos previamente. Su profesionalismo y energía sentaron las bases perfectas para lo que vendría después, logrando ese delicado equilibrio entre encender al público sin agotarlo antes de los platos fuertes de la noche. Fue un descubrimiento grato que invitaba a explorar más su discografía, especialmente su más reciente trabajo Angus McSix and the Sword of Power.

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Si Angus McSix había preparado el terreno, Orden Ogan llegó dispuesto a conquistarlo. La banda alemana salió al escenario con la seguridad de quienes saben exactamente lo que hacen, y desde el primer momento quedó patente que estábamos ante profesionales de primer nivel. Para quienes nunca los habíamos visto en vivo, fue una revelación absoluta. El sonido durante su presentación fue simplemente soberbio: cada nota, cada armonía vocal y cada golpe de bombo llegaban con una claridad cristalina que hacía justicia a la complejidad de sus composiciones. Los alemanes desplegaron su característico power metal sinfónico con una precisión técnica impresionante, pero sin perder nunca ese componente emocional que conecta con el público. Las guitarras gemelas dialogaban en perfecta sincronía, mientras la sección rítmica proporcionaba una base sólida como el acero.

Pero si algo elevó la actuación de Orden Ogan a un nivel superior fue el carisma de su vocalista. Lejos de limitarse a cantar, el frontman se convirtió en un verdadero maestro de ceremonias, estableciendo una conexión genuina con el público danés. Entre canciones, se animó a hacer bromas que arrancaron carcajadas sinceras entre los asistentes. Su mezcla de humor autocrítico y respeto hacia la audiencia creó una atmósfera de complicidad que transformó el concierto en una experiencia íntima, a pesar de las dimensiones de la sala. “¿Están listos para más?”, preguntaba con una sonrisa, sabiendo perfectamente que la respuesta sería un rugido ensordecedor. Su capacidad para leer al público y ajustar la energía del show en consecuencia demostró no solo talento musical, sino también una comprensión profunda de lo que significa ser un entertainer completo.

Y si alguien pensaba que la noche no podía mejorar más, Wind Rose llegó para demostrar lo contrario. La banda italiana transformó el Amager Bio en una verdadera fiesta medieval que hizo honor a su temática épica y fantástica de enanos guerreros. Desde el momento en que pisaron el escenario, fue evidente que esto no sería simplemente un concierto: sería una celebración. Wind Rose desplegó todo su arsenal de power metal con influencias folk y temáticas inspiradas en el mundo de Tolkien y la cultura nórdica. Los asistentes no solo escuchaban música; participaban activamente en cada canción, coreando estribillos, levantando los brazos al unísono y dejándose llevar por la energía contagiosa que emanaba del escenario.

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La producción visual complementó perfectamente la música, con una iluminación que evocaba tanto las profundidades de las montañas enanas como los cielos estrellados del norte. Pero más allá de los aspectos técnicos, lo que realmente hizo especial la actuación de Wind Rose fue esa capacidad innata de hacer sentir a cada persona en la sala como parte de algo más grande. Los músicos se movían por el escenario con una energía incansable, interactuando entre ellos y con el público de manera natural y genuina. No había pose ni artificio, solo pasión pura por lo que hacían. Cuando llegaron los temas más conocidos como “Diggy Diggy Hole” y “Rock and Stone”, la sala literalmente explotó en júbilo colectivo. Era imposible no contagiarse de esa alegría compartida, de ese sentimiento de comunidad que solo la música en vivo puede crear. Hasta se dieron el lujo de versionar un clásico de Ozzy Osbourne, “Shot in the Dark”, para la sorpresa y el deleite de los asistentes, redondeando una jornada maravillosa llena de alegría y celebración.

Al salir del Amager Bio, con los oídos todavía zumbando y las gargantas roncas de tanto cantar, la sensación general era de plenitud absoluta. La noche fue un recordatorio perfecto de por qué el metal —y especialmente el power metal— sigue siendo un género vibrante y emocionante. Tres bandas, cada una con su personalidad única, pero todas compartiendo la misma pasión inquebrantable por la música que hacen. El Amager Bio demostró una vez más ser una de las mejores salas de Copenhague para este tipo de eventos, con un sonido impecable que permitió disfrutar de cada matiz musical.

Pero, sobre todo, fue una noche que recordó que la música en vivo, cuando se hace con corazón y profesionalismo, tiene el poder único de unir a desconocidos en una experiencia compartida que trasciende el simple entretenimiento. Para los afortunados que estuvieron presentes, será un recuerdo que atesorarán. Para los que se lo perdieron, una razón más para no dejar pasar la próxima oportunidad.

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Sonicblast 2025 Pre-Party y Día 1: “ruido y gloria”
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Con el corazón lleno de polvo, niebla y dolor, aún recuerdo despertarme cada uno de los días que duró esta edición pensando si todo se sucedería de forma tan especial.

Y es que este SonicBlast 2025 nos golpeó fuerte, pero bonito, dejándonos jornadas que llevaremos siempre en la memoria.

Si el cartel ya prometía, y el contexto, entorno y emplazamiento nos enamoran cada año, puedo garantizaros que cerramos esta edición superando, y por mucho, todas las expectativas.

La semana en Vila Praia de Âncora nunca se hizo tan corta como esta. Playa de arena blanca, noches frescas y una vecindad del todo acogedora hacen que este festival deje uno de los mayores bajones postvacacionales que he sentido en mi vida. Estaréis de acuerdo conmigo en esto: el domingo cuesta mucho decir adiós.

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Desde que se anunció la traca final del cartel, deseábamos que llegase ese miércoles 6 de agosto para reencontrarnos con la arena y la oscuridad propias de tamaño evento. Aunque fuimos previsores y madrugamos para tener los deberes hechos, acudimos al recinto como si necesitásemos hacer cola, víctimas de la ansiedad. Lo primero que nos encontramos fue un mural en honor a Black Sabbath que nos encogió un poco el pecho, a pocos días del fallecimiento de su eterno líder, Ozzy Osbourne. Allí terminaba el peregrinaje, comenzaban las fotos y la recta final hasta pisar de nuevo el suelo desértico y la duna de piedra donde patinarían, surfearían y descansarían (a ojo) casi cinco mil personas, aunque nos parecieron muchas más.

En la pre-party, como el pasado año, ya notamos demasiada gente y nos temíamos lo peor para los días que venían. Colas interminables para pulserear, las barras abiertas a la mitad, tapones entre la entrada/salida y los baños… ¡Y solo era la previa al festival! Se nos hizo prácticamente imposible pasar de la zona de foodtrucks para acercarnos al Stage 3. Aun así, vamos a tratar de comentar lo que podamos de este día.

Inauguraban la noche los locales Overcrooks, con un punk rock muy divertido. Sonaba a principios de los 2000, y eso siempre nos gusta. Si me dicen que alguna canción salía en el Tony Hawk me lo hubiese creído. Un rollito salido de fusionar a Suicidal Tendencies con Millencolin.

La banda encargada de recoger el testigo de las once de la noche era Daily Thompson, aunque más bien Yearly Thompson, puesto que repetían en día y escenario respecto al pasado año. Un sonido muy Fu Manchu, con esos cencerros y esa voz tan característica de banda que articula cada canción en torno a un par de riffs. Funcionar, les funciona. Hicieron que toda persona allí agrupada moviese la cabeza y repitiese cada estribillo. La banda alemana cumplió con lo que se le pedía.

Con la noche ya cerrada llegó el turno de Nerve Agent, banda de Birmingham que en disco me recordaba a Biohazard o Terror, y que en directo se me hicieron mucho más thrashers. Me divirtieron mucho, aunque quizás la voz estaba algo alta. No sé si les hubiese beneficiado un escenario más grande para sonar con un poquito más de definición.

Por último, al menos para este señor mayor que escribe, pude disfrutar de la propuesta de Castle Rat. No estaba familiarizado con la fantasía medieval más allá de los libros, por lo que me llevé una grata sorpresa con la performance de la banda neoyorquina. Un doom a caballo (y esta vez es literal) entre un castillo y un aquelarre. No sé si fue la banda que más me gustó de la noche, pero al menos fue la que más cosas divertidas llevaba en la cabeza.

Dia 1:

El jueves, primer día oficial del festival, se presentaba como uno de los principales pilares de esta edición. Contar con Amenra y Fu Manchu en dos slots seguidos era algo complicado de gestionar emocionalmente. Por si fuera poco, la niebla quiso sumarse y cubrió Âncora, generando un clima perfecto: tapó el sol y llenó todo de misterio.

Comenzamos el día con Bøw, banda local que dio el salto del Stage 3 del pasado año a un Main en este. Era muy pronto para descargar la energía que íbamos a necesitar hasta el final de la noche, así que optamos por ver a la banda desde una posición discreta, pero con buena línea de visión. Un punk por momentos grunge y por momentos hardcore, que consiguió despertar a la gente aletargada y hacer sudar a quien ya venía con unos cuantos cafés en el cuerpo. No mentiré: alguno me tomé dentro del recinto.

Mientras, Hoover III comenzaban la sobremesa ofreciéndonos una mezcla de psych y prog. Lo poco que sabía de esta banda es que entró como sustituta de Jjuujjuu, y después me enteré de que están como support de The Black Angels. Me gustaron lo justo para ver todo el concierto, pero no fue lo que más me llenó de la tarde.

Tras la banda angelina, pudimos disfrutar de una de las formaciones que mejor cartel traían. No es que lo haya visto en ningún lado, pero por algún motivo, todas las personas con las que hablé venían con muchísimas ganas de Slomosa. Una propuesta sin salirse del marco jurídico del stoner, con pocas cosas nuevas, pero con un sonido bastante notable. Venían de sacar disco a finales del pasado año y de estar en Âncora en 2022, así que entiendo el hype. Un directo bastante sólido donde se nota la experiencia y las influencias de la fría Noruega. Se hicieron con el trofeo de antes del anochecer para el público más conservador.

Pero para mí, si alguien merece ese trofeo, es Ditz. La banda de Brighton y su estilo irreverente y macarra me dieron justo lo que necesitaba, cuando lo necesitaba. Con una actitud de llevar décadas llenando salas, la joven banda que nos sorprendió en 2022 con The Great Regression se hizo con la parte más ecléctica del recinto. Supieron agitar conciencias y vasos, derramaron fluidos y no fueron cuidadosos con nada. Un post-punk de calle, con la puntualidad británica de no llegar tarde nunca, pero tampoco temprano; una mezcla de los primeros Shame y los últimos Idles, un cóctel en The Joker y un vestido veraniego fue lo que pudimos presenciar a las puertas del ocaso.

Comenzó a caer el sol, y llegó el turno de Earthless, que —si ya nos hemos visto por ahí— sabréis que me aburren un poco. No es culpa suya, es mía. Pero os voy a contar un secreto: me fui a casa a merendar y a por una chaqueta para la noche, y cuando volví, seguían tocando la misma canción. Y esa es la magia (o el problema) de la banda de San Diego. Si te gustan en disco, te encantarán en directo, porque van a maximizar la experiencia como buenos artistas y virtuosos que son. Ahora bien, como solo hayas escuchado un par de temas, perdiste: las probabilidades de que suenen son muy bajas.

Con la chaqueta ya puesta, no quería perderme a King Woman, el proyecto que consolidó Kristina Esfandiari tras abandonar Whirr, una de las grandes potencias del shoegaze. King Woman tiene otros ingredientes, pero conserva mucho de la esencia de su vocalista. Se mueve entre un stoner oscuro y, por momentos, melancólico. La voz oscila entre la mesura del shoegaze y el scream, con muchas paradas intermedias. Las armonías son fúnebres, como si pusieses un single de Misfits a 33 rpm, y el maquillaje, muy parecido. Nos quedaba ahora la parte fuerte de la noche, y para eso debíamos estar en silencio. Como una brisa de verano junto al mar, desde Bélgica llegó el lamento prolongado de una de las bandas más grandes del post-metal.

Amenra volvió a robarnos el corazón y también el alma en una actuación de proporciones dinosauricas. Pese a no confiar del todo en el entorno y las condiciones —pues se nos hace siempre más obligatorio un ambiente íntimo con esta banda—, lograron hacerse con todo el público desde los primeros delays de guitarra limpia. Por primera vez en el día supimos lo que era que nos vibrase el pecho de verdad. Me quedo con la interesantísima incorporación de Amy Tung al bajo. Lo importante de manejar las dinámicas en estos géneros, de saber explotar y volver a tocar con mesura; unos coros espectaculares que recordaban a un teclado lanzando ambient. Una de las mejores puestas en escena que le he visto a la banda de Cortrique. Ya con las olas tapándonos los pies, el olor a salitre nos invadió como si un Big Muff estuviese calentándose poco a poco.

Era el turno de Fu Manchu. Los del Condado de Orange entraron con una prisa sobre rodamiento, quemando dos de sus mejores cartuchos en los primeros veinte minutos: “Evil Eye” y “California Crossing” nos dejaron sin aire. Los californianos llegaron presentando The Return of Tomorrow, un disco que sabe a noventas y que deja claro que los grandes siguen siendo grandes manteniendo su esencia. Temas como “Loch Ness Wrecking Machine” nos teletransportan de forma instantánea a King of the Road o The Action is Go. La ola pasó, pero pudimos surfearla. Un placer, Fu Manchu.

Y aquí no acababa la cosa: aún nos faltaba la fiesta de la noche, y teníamos claro quiénes iban a oficiarla. Los Maquina se subieron al escenario casi de un salto, pues estuvieron disfrutando del festival como público todo el jueves. Comenzó a sonar la pista de efectos y la línea de bajo infinita sobre la que se articularían los 45 minutos siguientes. Lo que consigue esta banda con guitarra, bajo y batería —y casi sin máquinas— es una absoluta barbaridad. Sonar a electrónica a base de paciencia y perseverancia es una tarea sobradamente difícil. Si tocasen una vez al día todos los años, compraría mi abono vitalicio.

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Ladrones en Buenos Aires: “Flow pesado, alternativo y con estilo urbano”
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Bitácora para quienes lean esto en el futuro: Día sábado, 11 de octubre, Buenos Aires, Argentina. El lugar elegido para realizar este evento fue el coqueto Palermo Groove que desde temprano se respiraba otra energía: una mezcla de metal alternativo, post hardcore y flow urbano latinoamericano iba a invadir cada rincón. La jornada arrancó con bandas locales y regionales que comenzaron a calentar motores, poniendo a prueba la paciencia y la atención de los que llegaban primero, pero sobre todo, encendiendo la energía que explotaría más tarde.

Post20 salió a escena cerca de las 18:30, una propuesta interesante en donde se destaca a su vocalista Miny que alternaba voces limpias y guturales feroces, mientras la banda dejaba claro que su propuesta de post hardcore tenía fuerza y presencia. Los primeros pogos o mejor dicho, “bailes karatekas” se armaron rápido, y la colaboración con Tamara Rivas, la vocalista de Chances, en la canción “Que es lo que nos va a quedar” consolidó un intercambio de poder femenino e hizo que todos prestaran atención desde el primer acorde.

Un poco más tarde, cerca de las 19:20, los chilenos Chances subieron al escenario con su propuesta alternativa repleta de poder. La banda cumplió con mantener la energía mientras la audiencia seguía creciendo, aunque algunos baches técnicos entre canciones interrumpieron ligeramente la continuidad del set. Como devolución de gentilezas, Miny se sumó a los trasandinos para armar un dueto con Tamara que reforzó un espíritu de hermandad latinoamericana

Cuando ELNUEVEONCE apareció, el lugar se transformó. La banda, liderada por Nazareno, ex cantante de DENY, maneja una potencia en vivo que anima a propios y extraños. Cada tema de su nuevo disco y los clásicos que repasan regularmente se convirtió en un pogo asegurado; la pista se movía como un solo cuerpo. No solo tocaban, entregaban un fuego que venía de adentro, y con cada acorde mostraba una banda más grande, más afilada y más poderosa que nunca. Mientras todo transcurría, entre el público se podían ver otros exponentes de la escena nacional, como Penumbra (baterista de DarloTodo) y MUÑEKI77A, disfrutando como cualquier fan.

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Finalmente llegó el momento esperado por muchos: Ladrones apareció alrededor de las 21:20 con la intro remix del Chavo del 8. Apenas cruzaron las primeras notas, los celulares se levantaron y la gente explotó en aplausos. Portando una bandera argentina y mostrando cercanía con el público, la banda creó un vínculo inmediato que fue creciendo con el correr de los minutos.

Desde el primer tema, Ladrones demostró que su propuesta de flow pesado no es solo un estilo: es una manera de conectar directamente con la gente. La combinación de hip hop, trap, cumbia, guturales y metal extremo se percibía natural sobre las tablas. La banda se movía constantemente, repartiendo energía  contagiando por todos los rincones del escenario, invitando al público a cantar y a saltar con cada canción.

El set incluyó algunos de los temas más representativos de su recorrido: “Flow pesado” y “Pa’ unos un loco pa’ otros un rey” se sintieron como himnos compartidos, con el público coreando cada palabra. “Veneno” y “Altar”, interpretado junto a Miny (Post20), marcaron picos de intensidad donde el metal y el post hardcore se mezclaban de manera explosiva. Pero quizás uno de los momentos más especiales llegó con “Crimen”, el clásico de Gustavo Cerati. El gesto fue recibido con un rugido de aprobación: no solo un cover, sino un guiño al público local que conectó a todos de inmediato.

La energía del público era un reflejo del espíritu de la noche. Había fanáticos del metal alternativo, seguidores del hip hop, jóvenes y veteranos que se acercaron a vivir una experiencia diferente. Lo más notable de la noche no fue solo la música, sino la manera en que todo se conectó. Desde Post20 hasta Ladrones, pasando por Chances y ELNUEVEONCE, se percibió una escena viva y unida, donde las colaboraciones no eran ocasionales sino parte de un espíritu común.

El sonido estuvo impecable durante toda la jornada, lo que permitió que cada detalle de la fusión de Ladrones se percibiera con claridad. Los bajos profundos, los riffs distorsionados, los beats urbanos y los guturales se complementaban perfectamente, creando un espectáculo que podía disfrutarse tanto desde el pogo como desde la escucha atenta. La banda logró un equilibrio donde la potencia y la musicalidad coexistían sin que una opacara a la otra.

Al final, Palermo Groove quedó impregnado de una sensación de celebración y hermandad. Ladrones no vino solo a tocar, sino a conectar y encender a la audiencia. ELNUEVEONCE demostró que lo local también puede crecer y trascender fronteras, mientras Chances y Post20 cumplieron su rol de apertura, generando energía y compromiso desde temprano. La noche fue una confirmación de que la escena latinoamericana tiene espacio para lo grande y lo arriesgado, donde la mezcla de géneros y estilos no divide, sino que une. Cada colaboración, cada pogo y cada cover reflejaron que la música puede ser un puente entre culturas, edades y estilos

Agradecimientos por las fotos a Ima Luna y Runa Photography

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Blood Incantation en Glasgow: “Metal interdimensional”
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Cuando las entradas para el concierto de Blood Incantation, Oranssi Pazuzu y Sijjin en The Garage de Glasgow salieron a la venta, quedó claro que la expectación era enorme. No pasó mucho tiempo antes de que el evento quedara sold out, un indicio inequívoco de que la comunidad del metal extremo en Escocia estaba ansiosa por recibir a estas tres bandas que representan vertientes muy distintas del género. Para Blood Incantation, además, era un momento histórico: su primera visita a Escocia, dentro de la segunda etapa de su “Absolute Elsetour 2025″, promocionando su último álbum Absolute Elsewhere. La presión y la emoción se sentían desde mucho antes de que se abrieran las puertas del recinto.

Al entrar a The Garage, la atmósfera estaba cargada de expectación. El espacio, aunque no especialmente grande, se sentía denso y vibrante, lleno de fans ansiosos por la propuesta musical de la noche. La iluminación del escenario era inusual: todas las luces provenían de la parte trasera, apuntando hacia la audiencia desde la espalda de los músicos. Esto no solo dificultaba tomar fotografías decentes, sino que generaba un efecto visual que, sin ser perfecto, añadía un aura misteriosa y algo distorsionada al espectáculo. Más allá de ese detalle técnico, estaba claro que el escenario estaba listo para recibir a tres fuerzas distintas del metal, cada una con su propio universo sonoro.

Sijjin: Thrash y metal clásico en primer plano

La noche comenzó con Sijjin, una banda que trae consigo un enfoque más clásico, con raíces sólidas en el thrash y el death metal tradicional. Desde los primeros riffs quedó claro que su ejecución era meticulosa: cada golpe de batería, cada cambio de tempo y cada riff estaban calculados con precisión, sin perder la intensidad que caracteriza al thrash. La banda mostró una técnica sólida y un conocimiento profundo de los matices que hacen que el metal clásico siga siendo relevante incluso frente a propuestas más modernas o experimentales.

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Canciones como “Angel of the Eastern Gate” hicieron vibrar la sala, con riffs que parecían golpear directamente en el pecho del público. Su sonido no buscaba sorprender con ornamentos, sino entregar pura fuerza y claridad musical, algo que el público agradeció y respondió con entusiasmo. Sijjin logró calentar el ambiente, preparando a la audiencia para los viajes más abstractos que vendrían después, mientras se percibía un respeto generalizado por su dominio técnico y su coherencia estilística.

Oranssi Pazuzu: psicodelia, black metal y progresión ambiental

Tras la primera descarga de energía clásica, llegó el momento de Oranssi Pazuzu, banda finlandesa que fusiona black metal, psicodelia, ambient y progresión musical compleja. La transición entre Sijjin y Oranssi Pazuzu no podría haber sido más marcada: mientras que la primera banda se centraba en la agresividad directa, Oranssi Pazuzu sumergió al público en un mar de capas sonoras y texturas densas. Su puesta en escena aprovechó la iluminación posterior para crear siluetas enigmáticas, acentuando la sensación de otro mundo.

Canciones de Muuntautuja se desplegaron como paisajes sonoros hipnóticos, mezclando pasajes lentos y atmosféricos con explosiones de black metal primitivo. Lo más impresionante fue cómo la banda logró mantener una coherencia rítmica y tonal a pesar de la complejidad de las composiciones, hilando secciones largas sin que la música se sintiera dispersa. Cada cambio de tempo o de intensidad estaba cuidadosamente calibrado, y el público se dejó llevar por la atmósfera, sumergido en la experiencia sin necesidad de elementos externos ni artificios visuales exagerados.

En momentos como “Oasis” o “Värähtelijä”, la densidad sonora alcanzaba niveles casi cinematográficos: guitarras que se entrelazaban con sintetizadores y percusiones complejas, generando un viaje auditivo que se sentía tanto expansivo como íntimo. La respuesta del público fue silenciosa pero concentrada, una especie de respeto reverencial por la complejidad del sonido y la calidad de la ejecución.

Blood Incantation: death metal cósmico y progresivo

Finalmente, llegó el momento que muchos esperaban: Blood Incantation, encabezando la noche en su debut escocés. La primera vez que una banda de esta magnitud toca en un territorio nuevo siempre lleva consigo tensión y expectativa, y esta no fue la excepción. Desde los primeros acordes de “The Stargate”, quedó claro que la banda había venido a mostrar por qué su death metal combina densidad, disonancia y progresión poco convencional con atmósferas espaciales y pasajes ambientales que desafían la linealidad típica del género.

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La ejecución técnica fue impecable: la batería de Isaac Faulk marcaba con precisión tanto los ritmos más vertiginosos como los cambios más sutiles, mientras que las guitarras de Paul Riedl y Morris Kolontyrsky se alternaban entre riffs aplastantes y texturas melódicas que se expandían en el espacio del escenario. Jeff Barrett en el bajo aportaba profundidad y resonancia, creando una base sólida que permitía que los elementos atmosféricos respiraran y ganaran peso.

La banda interpretó Absolute Elsewhere de principio a fin, incluyendo momentos clave como “The Vth Tablet (Of Enûma Elish)” y “The Giza Power Plant”. Cada canción parecía diseñada para sumergir al oyente en un viaje cósmico, donde la brutalidad del death metal coexistía con pasajes ambientales que generaban tensión y liberación de manera continua. Los sintetizadores y los efectos de ambientación fueron gestionados en vivo de manera que complementaban la densidad de las guitarras, evitando que la complejidad musical se volviera confusa o sobrecargada.

La respuesta del público fue inmediata y fervorosa: cada riff técnico, cada pasaje atmosférico provocaba un aplauso o un murmullo de asombro. A diferencia de las otras bandas, Blood Incantation logró un equilibrio constante entre agresión y expansión sonora, llevando al público a experimentar no solo la fuerza física del metal, sino también su dimensión conceptual y emocional. El cierre con “Meticulous Soul Devourment” y “Obliquity of the Ecliptic” fue una declaración de poder y precisión, dejando claro que la banda no solo domina su instrumento, sino que sabe cómo construir un viaje auditivo coherente e impactante.

Lo que hizo que la noche fuera memorable no fue solo la calidad individual de cada banda, sino cómo las tres propuestas distintas se complementaron y construyeron un relato colectivo de metal. Sijjin aportó la base clásica y contundente, Oranssi Pazuzu llevó al público a territorios experimentales y atmosféricos, y Blood Incantation cerró con un viaje épico de death metal cósmico y progresivo. Cada banda tuvo su espacio y su público, pero juntas crearon un tapiz sonoro completo, mostrando la diversidad y riqueza del metal extremo actual.

A pesar de que la iluminación posterior complicaba la documentación fotográfica y algunas sombras generaban cierto desconcierto visual, la energía y la calidad musical dominaron la percepción general. Cada acorde, cada cambio de tempo y cada efecto atmosférico se sentía medido, preciso y lleno de intención. El público, que llenó The Garage hasta agotar su capacidad, respondió con entusiasmo sostenido, desde la concentración silenciosa durante los pasajes más densos de Oranssi Pazuzu hasta la entrega total en los momentos más explosivos de Sijjin y Blood Incantation.

El concierto del 9 de octubre en Glasgow fue un ejemplo de cómo el metal puede explorar distintas dimensiones sin perder coherencia ni impacto. La noche ofreció una experiencia de tres capas: el thrash tradicional de Sijjin, el black psicodélico y progresivo de Oranssi Pazuzu, y el death metal cósmico y progresivo de Blood Incantation. Cada banda supo capitalizar su estilo y conectarlo con la audiencia, mostrando que la técnica y la creatividad pueden coexistir con la brutalidad y la energía en vivo.

Para Blood Incantation, debutar en Escocia de esta manera —con un recinto sold out, junto a bandas que amplifican y contrastan su propuesta— marca un hito en su trayectoria europea. Para los fans y para quienes seguimos de cerca la escena del metal extremo, fue una noche que consolidó el poder de la diversidad dentro del género y reafirmó por qué estas tres bandas están en la vanguardia de sus respectivas vertientes.

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Alcest en Barcelona: “Liturgia de ruido y luz”
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El pasado sábado, la Sala Apolo de Barcelona se convirtió en el epicentro de una doble invocación sonora. La velada unió dos visiones complementarias del post-rock y el metal atmosférico: la crudeza política de Bruit ≤ y la espiritualidad luminosa de Alcest. En un mundo saturado de ruido digital, ambas bandas ofrecieron una experiencia de comunión y catarsis, un viaje desde el colapso industrial hasta la trascendencia astral.

El cuarteto francés Bruit ≤ abrió la noche con una descarga de post-rock orquestal que osciló entre la precisión matemática y la furia emocional. Sobre un escenario austero, su sonido se desplegó como una maquinaria viva: cuerdas, percusión y ruido blanco entretejidos con disciplina quirúrgica. Desde los primeros acordes de “Ephemeral”, la tensión creció hasta convertirse en una masa vibrante de energía contenida, un enfrentamiento entre lo orgánico y lo mecánico.

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Piezas como “Progress / Regress” y “Industry” revelaron su naturaleza más conceptual: una crítica a la lógica capitalista y al ruido tecnológico del presente. Las capas de distorsión y los ritmos obsesivos de Julien Aoufi construyeron un paisaje sonoro de caos controlado. El clímax llegó con “The Machine Is Burning”, un colapso sonoro que dejó a la sala suspendida entre la devastación y el silencio. Bruit ≤ no fue solo una banda telonera; fue un manifiesto.

Con la Apolo sumida en penumbra, el escenario se transformó para recibir a Alcest. La atmósfera cambió de lo terrenal a lo etéreo: luces azules, humo denso, un murmullo reverente. El cuarteto francés presentó su nueva era, Les Chants de L’Aurore, como una liturgia de sonido y emoción. Neige apareció sereno, casi espectral, y su voz —un suspiro convertido en grito— abrió un portal a un mundo intermedio entre sueño y desgarro.

El viaje comenzó con “Komorebi”, un resplandor contenido que preparó el terreno para la intensidad emocional de “L’Envol”. Las guitarras se expandieron como olas de luz, y la sala se dejó arrastrar hacia un trance colectivo. En “Améthyste” y “Protection”, el grupo exploró la textura y el espacio, con un equilibrio preciso entre calma introspectiva y tensión eléctrica. La ejecución fue impecable, pero lo que predominó fue la emoción.

La banda alcanzó su punto de incandescencia con “Écailles de lune – Part 2”, donde el black metal oculto bajo la piel del shoegaze emergió con una furia casi física. Winterhalter desató una tormenta desde la batería, mientras Neige y Zero tejían una muralla melódica que oscilaba entre lo sublime y lo brutal. “Le miroir” y “Flamme jumelle” aportaron el contrapunto emocional: el temblor íntimo después del cataclismo.

El cierre del set principal llegó con “Kodama”, una comunión entre riffs feroces y coros etéreos que convirtió a la Apolo en una catedral sonora. El público, hipnotizado, respondió como un solo cuerpo. Nadie quería que terminara. El encore fue un descenso suave: “Eclosion” devolvió lentamente la conciencia, y “Autre temps”, de Les voyages de l’âme (2012), actuó como un bálsamo final, un recordatorio de que la belleza puede ser también melancolía.

A las 22:32, Alcest se retiró entre aplausos y un silencio reverente. En el aire quedó algo más que eco: una vibración colectiva, una resonancia que seguía latiendo dentro de cada asistente. Durante casi dos horas, la música había operado como un rito de transformación. Después de Bruit ≤ y Alcest, el mundo sonaba distinto: más frágil, más humano, más luminoso.

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W.A.S.P. en Copenhague: “Un viaje al origen del mito”
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Una de las giras más celebradas por los fans son las giras aniversario de un disco. Generalmente, en los shows correspondientes se interpretan canciones olvidadas en las listas de temas habituales. A su vez, es un viaje en el tiempo en el que se tributa la historia de una banda y la de la audiencia que vivió momentos de su vida acompañada por la música.

En este caso puntual, W.A.S.P. llevaba adelante una extensa gira tocando su primer álbum W.A.S.P. en su totalidad. Este tour, cargado de historia y nostalgia, los trajo a Copenhague, a la hermosa sala Amager Bio, que se encontraba repleta de fanáticos ansiosos por presenciar un show que prometía ser memorable. Desde muy temprano, el ambiente fuera del recinto ya se percibía festivo: remeras clásicas, conversaciones sobre viejos conciertos y una energía que solo genera una banda con casi cuatro décadas de trayectoria.

La banda telonera fue Battle Born, oriundos de Inglaterra, con una propuesta de power metal muy melódico y ganchero. Su presentación fue una grata sorpresa. Aunque el comienzo del show fue algo tibio —las guitarras no se escuchaban correctamente—, el sonido se acomodó hacia el final de la primera canción, y el entusiasmo del público aumentó con creces. No es para menos: los británicos poseen un carisma y una energía contagiosa. Hicieron cantar al público, desplegaron una bandera danesa y hasta ilustraron una canción con una espada de juguete, en un gesto que provocó risas y aplausos por igual.

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La performance de Battle Born fue excelente, súper ajustada y muy entretenida. En su setlist presentaron temas de su único álbum Blood, Fire, Magic and Steel, además de algunos singles que integrarán un futuro lanzamiento. Su sonido combina la épica de bandas como HammerFall y la melodía de Gloryhammer, pero con una identidad propia. Sin duda, se ganaron nuevos fans, ya que el recinto entero los despidió con una gran ovación.

Tras una breve espera, el telón volvió a levantarse. Con un escenario decorado con telones que mostraban diferentes imágenes alusivas a las etapas de la banda, y un imponente parante de micrófono coronando el centro del escenario, Blackie y los suyos salieron a escena con el clásico “I Wanna Be Somebody”. La reacción del público no pudo ser mejor: el coro fue cantado al unísono por toda la sala, creando una atmósfera de comunión absoluta entre banda y audiencia.

A partir de ese momento, el sonido fue excelente. La mezcla se mantuvo potente y clara, con guitarras afiladas, bajos definidos y una batería contundente. Continuaron con el disco completo en orden, y la verdad es que todo este primer set fue para destacar. Fue un clásico tras otro sin descanso. Para la segunda mitad, se sumaron pantallas que mostraban videos e imágenes históricas de la banda, un recurso visual que intensificó el sentimiento de nostalgia que flotaba en el aire.

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La performance fue impecable desde todo punto de vista. Escénicamente, todos los músicos aportaron: se movieron constantemente por el escenario, interactuaron con el público y mantuvieron la energía en alto. Incluso el baterista se tomaba el trabajo de hacer gestos cómicos o incitar palmas entre canción y canción, logrando una conexión especial con la audiencia.

En cuanto a lo musical, la banda sonó ajustada y sólida. Cada integrante cumplió su rol con precisión, tanto en la ejecución instrumental como en los coros. Blackie Lawless, pese al paso del tiempo, sigue siendo un frontman magnético. Si bien ya no toca tanto la segunda guitarra, su decisión de concentrarse en cantar y conectar con el público fue acertada. Vocalmente, sigue sonando sorprendentemente bien, manteniendo su característico timbre rasposo y su actitud desafiante, aunque en algunos momentos se apoya en los coros para reforzar las líneas más exigentes.

Doug Blair, por su parte, brilló durante toda la noche. Su desempeño como guitarrista fue simplemente excepcional: sus solos precisos, cargados de técnica y sentimiento, fueron de los puntos más altos del concierto. Su presencia escénica, su comunicación con el público y su dominio del instrumento demostraron que es una pieza fundamental en el sonido actual del grupo.

Tras interpretar el disco completo, llegó el momento de los bises. Estos incluyeron dos medleys con clásicos infaltables del grupo, entre ellos “Scream Until You Like It” y “The Headless Children”. El público respondió con euforia, coreando y levantando los puños en alto.

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Luego de una pausa, Blackie tomó el micrófono para agradecer a los presentes y compartir una reflexión emotiva: comentó que los asistentes eran muy afortunados, ya que este tour sería la última vez que W.A.S.P. interpretaría un álbum completo en vivo. Con esas palabras, dio paso a los dos temas finales, ambos pertenecientes al segundo disco The Last Command: la cantada y bailada “Wild Child” y la poderosa “Blind in Texas”, que puso punto final a un show memorable.

El cierre fue una auténtica celebración. Entre aplausos, sonrisas y algún que otro fan con lágrimas en los ojos, el grupo se despidió prometiendo volver. Fue evidente que, pese al paso de los años, la banda mantiene la pasión que la llevó al estrellato en los ochenta.

A las bandas con una carrera tan extensa les queda poco tiempo en los escenarios, lamentablemente. Por eso, esta oportunidad que los californianos. brindarón a sus fanáticos es algo para valorar profundamente. Es la posibilidad de que los viejos fans revivan su juventud y que las nuevas generaciones experimenten la esencia de una época que marcó a fuego la historia del heavy metal.

En definitiva, lo vivido en Amager Bio fue mucho más que un simple concierto: fue una celebración de la historia de la banda y de todo lo que su música ha significado para varias generaciones. Con una puesta en escena poderosa, un sonido impecable, una ejecución precisa y una conexión genuina con el público, la banda demostró que, aunque el tiempo pase, su espíritu rebelde y su fuego artístico siguen intactos. Si este tour marca realmente el final de las giras con discos completos, puede decirse que W.A.S.P. se despidió por la puerta grande, dejando a todos los presentes con el corazón lleno de nostalgia, emoción y gratitud por una noche verdaderamente inolvidable.

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Eivør en Barcelona: “Entre rituales y lírica nórdica”
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Texto por: Alexander Minond Jashes

Hay artistas que logran tocar fibras en la gente, independiente de sus gustos musicales. Así es como Eivør, la cantante feroesa que se ha ganado su puesto en carteles de todo el mundo se presentó la noche del miércoles 8 de octubre en Razzmatazz 2, con el auspicio de Route Resurrection, desplegando su arte que cautiva a todo quien escucha y ve su puesta en escena, entre bellas voces, ritmos primitivos que se entremezclan con instrumentos modernos, además de sus característicos momentos de trance ceremonial. Por otro lado, Ásgeir, músico islandés con una trayectoria de más de una década, quien experimenta entre el folk y la electrónica, dedicando mucho protagonismo a su calmante voz, inspiradora de paz para sus seguidores. Y para abrir este cartel, se encuentra Elinborg, hermana de la anfitriona de la noche, quien nos deleitó con su hermosa voz para introducirnos en el ambiente nórdico que nos esperaba por unas horas.

Elinborg Pálsdóttir, hermana de quien nos convocaba esa noche, se encargaría de dar rienda suelta a un show lleno de influencias del norte del continente. La artista publicó su primer EP en el año 2015, desde ahí presentándose regularmente en el circuito musical de las Islas Faroe, su país natal, ganando el premio al mejor acto del año en los premios musicales feroeses. Elinborg, subiendo al escenario en compañía de dos otros músicos que tuvieron la misión de musicalizar su entrada y posterior presentación, inicia con su cautivadora voz, en una entrada misteriosa que hipnotizó a Razz 2 antes de deleitarnos con Vatnsins verur, uno de sus singles más recientes, y soltando unas palabras de gratitud antes de continuar con Trøyst, a la cual le siguió Sjórok, con ese aire misterioso y su bella voz que se va fundiendo en el beat que permite volar al ritmo del corazón calmo.

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El final fue llegando con mucha emocionalidad, destacando la poderosa voz de Elinborg, que se mezcla con una electrónica que no opaca para nada lo vocal, y a lo que ella va sumando, como lo hizo en algunas canciones, una guitarra muy sutil que acompaña esas vocales emocionantes. Anunciando el lanzamiento de su nuevo disco, su primer larga duración, la cantante procede a presentar las últimas dos canciones, Kærleikin y Blóđ, la cantante se fusiona con las luces y los sonidos para mostrarnos que tiene un gran futuro como el de su hermana, agradeciendo a todos los asistentes antes de dar paso a su otro compañero de ruta, Ásgeir.

Ásgeir Trausti Einarsson, compositor y cantante islandés, lleva una trayectoria de ya varios años, comenzando el 2012 con su primera publicación Dýrð í dauðaþögn, la cual mostraba ya sus inicios musicales mezclando el folk con la electrónica. Hermano de þorsteinn Einarsson, guitarrista de la legendaria banda de reggae islandesa, Hjalmar, viene de una familia de artistas, siendo su padre el creador de gran parte de las letras de su primer disco.

Su show comienza con una interpretación particular de la canción Upp Úr Moldinni, con el solo en el escenario sentado frente a sus sintetizadores, los cuales solo cambio a momentos por una guitarra, sin otros músicos que le ayudaran, pero sin faltarle para lo que propone. Así mismo continuó con Dreaming del disco Afterglow de 2017, y parado solo frente al público con una guitarra en las manos nos tocó Julia, con una calma que inundaba la sala Razzmatazz 2, adelantando el tema que lleva el nombre del nuevo disco que lanzará en diciembre de este año.

Muchos no conocen a Ásgeir, pero muchos otros lo vienen siguiendo desde hace tiempo, incluídos unos cuantos compatriotas que cantaron cada una de sus canciones en islandés, como fue el caso de Dýrð í dauðaþögn, uno de sus clásicos y el título también de su primer disco de estudio, el que solo con guitarra en mano y esa tremenda voz, cantando su versión original en su idioma nativo, considerando que el compositor islandés al empezar a ganar fama decidió rehacer su primer álbum en inglés. La presentación sigue mientras Ásgeir despliega sus habilidades como interprete, cantando Vađandi þurrt mientras juega con teclas y botones que dan vida a canciones como esta, que si bien muchas veces no entendemos nada, nos cautivan. Así, luego vuelve a su pasado para tocar su clásico Heimförin (Going Home), de su primer disco, y luego Hringsól, una un poco más moderna pero con la misma vibra.

Antes de irse despidiendo del gran público que lo acompañó, y dar paso a Eivør, Ásgeir también nos adelanta otro tema inédito, Sugar Clouds, presente en su próximo álbum, pudiendo disfrutar una canción que aun es inencontrable en las redes. Tocando una última canción para cerrar, damos paso a una pequeña espera que prepara al evento principal de la noche.

Eivør Pálsdóttir, la reconocida artista y anfitriona de este ritual, dio a conocer su talento con su primer disco llamado bajo su propio nombre en el año 2000, desde ahí llegando a 10 discos de solista, además de colaboraciones varias con otros artistas y para bandas sonoras, alcanzando hoy una fama reconocida por su hermosa voz, junto con su particular performance sobre el escenario, que sin dejar su dulzura nos da escalofriantes momentos ritualescos. Así, la cantante feroesa nos dio la bienvenida con Jarđartrá, título presente en su último lanzamiento Enn (2024) en una buena introducción a su propuesta, oscura pero bella. Salt, Gullspunnin, e Í Tokuni fueron las que dieron avance al show, entre tambores ritualescos otorgados por su interpretación del Bodhrán, sus característicos ruidos guturales acompañados de una coreografía que pareciera ser la antesala de un sacrificio, quizás, el de nuestra vida antes de ver el show. A continuación, la cantante hace mención a sus colaboraciones en la música de películas y series, como es el caso de una de las más famosas en las cuales ha participado con su increíble talento, siendo esta The Last Kingdom, de la cual todos quienes la vimos recordamos su banda sonora. En homenaje a esta serie, Eivør nos entrega Lívstræđrir, junto al tema central de The Last Kingdom, para luego interpretar Hymn 49, conectando a todos los fanáticos de la serie con su música y presencia sobre el escenario.

Avanzando el show, y ya entrando en calor con una variada oferta sonora, suena Let It Come, una canción que se aleja en parte de la estética folk nórdica, donde, si bien toma elementos, se enfoca más en la electrónica y el pop, nunca dejando el sello Eivør. Boxes sigue un poco en la misma línea, mostrando esa faceta particular de la artista feroesa, destacando su voz y su personalidad puesta en ella. So Close to Being Free nos entremezcla entre lo pagano y lo mundano, pero uno de los momentos que a muchos nos hizo aplaudir fue el cover de Us and Them, famosa canción de Pink Floyd, para la cual llamó a su compañero de gira Ásgeir al escenario para complementar esta joya de la historia.

Durante todo el show destaca el humor y la buena onda de Eivør, quien bromeó constantemente e interactuó con el público en todo momento, acercándose y logrando esa conexión, muy humana, inspiradora de calma. La presentación así sigue hacia su recta final con Enn, y acto seguido continuan las visitas al escenario, invocando y agradeciendo a su hermana Elinborg a cantar junto a ella Upp Úr Øskuni (también de su último lanzamiento), y salir luego del escenario (pero solo temporalmente) con Trøllabundin, clásico del disco Slør de 2015 en su versión feroesa.

Como siempre, el público de Razzmatazz a punta de aplausos pedía más, lo que llegaría con una sorpresa inédita en la gira, donde la cantante decide tocar Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen, y dedicarla a un amigo cercano. Una emocionante interpretación nos removió completamente dejándonos helados, despidiéndose finalmente con la hermosa Falling Free, dejándo nuestra piel de gallina y moviendo nuestras manos para hacer el clásico sonido de agradecimiento, yéndose Eivør, Ásgeir y Elinborg en un mar de nuestros aplausos.

 

 

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Coheed and Cambria en Barcelona: “Dos galaxias y una noche eléctrica”
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La noche comenzó con una sacudida local. Avida Dollars, banda barcelonesa de rock alternativo, asumió el papel de telonero con una entrega que desbordó expectativas. Liderados por Pablo Franco, el cuarteto desplegó una mezcla de crudeza y armonía en castellano que pronto se ganó al público. “XXXXX” abrió el set con fuerza, marcando un ritmo implacable que no decayó en ningún momento.

Sin apenas pausa, “Silencio” reforzó la intensidad de un directo sólido y milimétrico. Con tres trabajos publicados —Paramnesia, Esencia y el single Berriak—, Ávida Dollars demostraron una madurez sonora impropia de un grupo en ascenso. Su sincronía escénica y su energía comunicativa los mostraron como una “máquina perfectamente engranada”, más cercana a una banda de gira internacional que a un simple telonero.

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Canciones como “Hielo y Fuego” y el ya celebrado “Berriak” confirmaron su identidad: un sonido reconocible que bebe de influencias como Thrice o Refused, pero que se expresa con una autenticidad muy propia. El cierre, con “La sombra del ciprés” y “Los Niños Perdidos”, dejó la sala encendida y lista para recibir el siguiente acto cósmico.

Y entonces llegó Coheed and Cambria, transformando la Sala Apolo en una nave intergaláctica. Desde el primer acorde, el público —los fieles Children of the Fence— se sumergió en el universo narrativo de The Amory Wars. Claudio Sánchez, mitad chamán, mitad superhéroe de cómic, comandó la tripulación junto a Travis Stever, Josh Eppard y Zach Cooper, construyendo un muro de sonido tan técnico como emocional.

“Yesterday’s Lost”, “Goodbye, Sunshine” y “Shoulders” marcaron un arranque arrollador, aunque con un bombo inicialmente dominante que pronto encontró equilibrio. Entre tema y tema, Sánchez rompió el hielo con una disculpa sincera: “I’m sorry I don’t speak Spanish, but thank you for being here tonight.” No hizo falta más para conectar.

El grupo navegó con soltura entre la épica progresiva y el pop melódico. “Blood Red Summer”, “A Favor House Atlantic” y “The Liars Club” levantaron coros unánimes, demostrando que el virtuosismo técnico no está reñido con la emoción inmediata. La base rítmica de Eppard y Cooper sostuvo el pulso, mientras Stever y Sánchez elevaban las melodías hacia el firmamento.

El clímax llegó con “In Keeping Secrets of Silent Earth: 3”, un estallido de diez minutos donde Claudio invocó a los dioses eléctricos —Hendrix, Morello, Santana— y el público se convirtió en pura vibración. Tras un breve bis con la íntima “Corner My Confidence”, el cierre fue apoteósico: “Welcome Home” cayó como un meteorito sobre la Apolo, sellando la noche con una ovación que parecía no terminar.

Más que un concierto, fue un ritual donde el tiempo se dobló. En la Apolo coexistieron el adolescente que descubrió Good Apollo en 2005 y el adulto que hoy canta las mismas letras con puños en alto. Cuando las luces se encendieron, todos compartían la misma certeza: lo que acababan de vivir fue efímero, pero se sintió eterno.

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Gogol Bordello en Barcelona: “Caos, sudor y redención punk”
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La noche prometía una explosión gitano-punk, y cumplió con creces. Antes de que Gogol Bordello desatara el descontrol, los británicos Split Dogs encendieron la mecha con una descarga de street punk y heavy rock ’n’ roll que sacudió los cimientos de Razzmatazz. Desde Brighton, el cuarteto demostró ser una máquina de energía pura. Liderados por la carismática Harry a la voz, y acompañados por Mil (guitarra), Sam (bajo) y Richard (batería), ofrecieron un directo tan crudo como incendiario, fiel a su lema “Sweat, Steel and Sex Appeal” (Sudor, Acero y Sex Appeal).

El arranque con “Stay Tunes” y “Gutterball” dejó claro su enfoque: punk directo, sucio y sin concesiones. Con apenas tres años de trayectoria, Split Dogs mostraron una solidez que remite al legado de Dead Boys, Radio Birdman y Amyl and The Sniffers, pero con una actitud descaradamente propia. “Prison Bitch” y “Shake Some Action” fueron descargas furiosas que transformaron el público en un torbellino, mientras el cierre con “Punch Drunk” fue un golpe final de pura electricidad callejera.

Con la sala empapada en sudor, el escenario quedó listo para el huracán Gogol Bordello, que convirtió Razzmatazz en un carnaval punk global. Desde el inicio con “Sacred Darling”, Eugene Hütz lideró la batalla como un chamán desatado, guitarra acústica en mano y sonrisa desafiante. A su lado, Sergey Ryabtsev (violín) y Erica Mancini (acordeón) llevaron el caos a niveles teatrales, entre solos frenéticos y momentos de puro espectáculo que mezclaban virtuosismo, humor y delirio.

La base rítmica, formada por Korey Kingston (batería), Pedro Erazo (percusión, MC) y Gil Alexandre (bajo), sostuvo el vendaval con precisión. En temas como “Immigrant Punk” o “Immigraniada (We Comin’ Rougher)”, el grupo incorporó spoken word, rap y actitud callejera, reforzando su identidad multicultural. Incluso los fallos técnicos fueron parte del show: cuando una guitarra se apagó, el resto de la banda respondió redoblando la intensidad.

El nuevo tema “I Don’t Have Time for Idiots” encajó a la perfección con clásicos como “We Mean It Man” o “Not a Crime”. Cada canción era una celebración colectiva donde nadie quedaba quieto. La tríada “Wonderlust King”, “My Companjera” y “Start Wearing Purple” encendió el clímax de la noche, tiñendo la sala de morado y desatando un pogo monumental.

En el bis, Hütz rindió homenaje a Camarón de la Isla interpretando “Alcohol” sobre una torre de cajones flamencos, fusionando el gypsy-punk con el alma del flamenco. La despedida llegó con “Solidarity”, versión de Angelic Upstarts, y una brutal “Undestructable”, en la que injertaron el riff de “TV Eye” de The Stooges, confirmando que el caos también puede ser arte.

Lejos de desaparecer tras el último acorde, Gogol Bordello se quedó en el escenario para agradecer personalmente al público. Mano a mano, sonrisa a sonrisa, sellaron una conexión genuina con los asistentes. Lo suyo no fue solo un concierto: fue una catarsis colectiva donde la música, el sudor y la energía se fundieron en una misma corriente vital.

Fotografiass: Edko Fuzz

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RUBISHOW 2025: “La fuerza de lo sencillo”
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Fina arena se pega a mi cuerpo moreno. Arrodillado en la orilla dibujo distraido con un palito. Disfruto tranquilo mientras las olas del mar se llevan cada figura para volver a empezar. La mirada de papá y mamá desde la sombrilla me acaricia. Una estrella de mar, un caballo, ahora una palmera. Una ola lo borra, vuelta a empezar… sabor a sal en la boca, olor a mar, ligera brisa, sencillo, disfrutable. Unos pies se me acercan. Levanto la vista. Zapatos de vestir de cuero negro. Empapados. Un hombre mayor trajeado sin chaqueta pero con corbata. Petrificado mientras suda a mares al sol abrasador. Mirada de tristeza profunda, dolor en sus ojos. Figura encorbada que se agacha hasta sentarse en el agua. Una lágrima resbala por su mejilla mientras se dibuja una sonrisilla en sus labios finos. En el reflejo de sus gafas de pasta mi figura.

“¿Me prestas el palo?” Un hilo de voz. Ronco. Resignado. Suplicante. “Yo también quiero pintar y que papá y mamá me miren”.  Olas rompiendo en su espalda. Hombros caídos. Cuerpo cansado. Alma en llamas.

Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida y mi trabajo. Perdí la conexión con lo sencillo. Me arrasó la vida. Cumplir. Aceptar. Trajes grises. Responsabilidades. Quiero mar, un palo, pintar. Conectar. Por eso salgo del metro en Gran Vía. Los nervios de fotografiar en la mítica sala el Sol aceleran mi paso. El “Rubishowcase 2025” me espera. Giro la calle abarrotada de turistas para ver al técnico de sonido apurando su cigarro y algunos madrugadores haciendo cola.

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La Sala El Sol es un personaje en sí misma. Un escenario en semicírculo en una esquina, sin foso. La cercanía obliga a estar entre el público, una comunión que me aterra tanto como alimenta. Pronto me doi cuenta de las reglas: luces escasas, hay que subir la ISO hasta el límite, forzando la máquina para evitar el ruido, buscando esos momentos donde el haz de luz blanca y pura me permita congelar la acción. Vuelta a lo esencial: composición, foco, contraste, luz y sombra.

Bones of Minerva fue la primera. Su música densa y psicodélica te atrapa sin preguntar. La entrega de las cuatro fue contagiosa. Si el metal me lleva siempre a mis instintos más básicos con Bones of Minerva siento que se multiplica, como un ritual druídico, en mitad de un bosque, su energía me golpea, obligado a dejarme llevar por sus contrastes y construcciones. La voz, entre preciosa y maravillosa, quiebra en guturales o gritos, imposible no partirte en dos, imposible parar de fotografiar y buscar momentos o ángulos. La cantante sobre el micro, dejando caer su melena, la guitarrista con el pelo alocado de menear la cabeza y batirla al ritmo de sus notas, la bajista con las piernas algo separadas en una postura de control, dejando una figura preciosa sobre el escenario, la batería en un perfecto tempo, con una contundencia precisa pero desgarrada, media cara tapada por su melena que deja ver la concentración, espectacular. Clavaron su actuación, como siempre, así como el tiempo concedido.  “Fuego”, de las más conocidas es el resumen de la conexión con la sala y la ovación para despedirlas.

Luego llegó Indar con su metal que te golpea y te acaricia a partes iguales. Si el talento y el futuro se puede palpar es através de esta banda. El concierto se me pasó fugaz, un setlist de muy pocas canciones que llenaron los aproximadamente 30 minutos, temas que se desarrollan y te transportan entre la calma del valle, al pico más alto de la montaña para degarrar el aire en un grito. Todo con una banda compenetrada y que veo como disfruta en el escenario. Me encantó sentir su conexión, con pequeñas miradas y sonrisas cómplices. En resumen, una despeinada importante, una descarga tan contundente como delicada. Te mece para prepararte antes de soltarte. La caida solo es el principio porque el golpe es el climax. Tanto la bateria como el bajo fueron muy consistentes, me encantaba ver como se preparaban para las partes más doom y los giros sincronizados cambiando el tempo, sonidos arrastrados, grabes, profundos. La guitarra vino para conquistar Madrid, qué excelencia en la ejecución y qué líneas más bonitas, tramos de técnica, solos y transiciones de mucho talento. Con la voz me faltan conocimientos técnicos para describiros lo que escuchamos, mejor buscaís la banda y lo valoráis vosotros mismos. Por supuesto que en directo se multiplica el disfrute y en la Sol, a dos palmos de la cantante, se roza el extasis. Dejó muchas posturas, caras y gestos en su interpretación, espero que las fotos os permitan intuir lo brutal del conjunto. Quiero más Indar, espero verlas en directo muchas más veces.

Murina puso el punto más punky/grunge de la noche. Con una furia directa, que me recordó que la rabia es un combustible necesario en el metal. Dieron buena zapatilla desde el primer tema. Un power trío muy unido que dejó una actuación profesional. Las luces fueron más oscuras y dirigidas. Traté de buscar los encuadres que favorecieran más la luz en los rostros. Como las bandas anteriores clavó la actuación y el tiempo concedido para el setlist, voló, todo en orden en la Sol.

Fue en el set de Veracrvz donde más disfruté como fotógrafo. La luces estuvieron muy ajustadas para buscar altos contraste, con haces muy marcados que dejaban parte de los músicos recortados. Además, la cercanía con los artistas, el tono general de la sala, la intensidad, me metía en su propuesta, repleta de calidad musical con temas de una producción esquisita y una interpretación natural. Como ya había ocurrido durante toda la noche, la conexión del trío se dejó ver en sus miradas, sonrisas y gestos de complicidad. Da mucho gusto comprobar cómo disfrutan de lo que hacen, cómo creen en su proyecto y lo defienden en el escenario con una calidad top. Usé el gran angular, pero la iluminación no permitia ver bien lo que estaba pasando, opté por el 50mm y traté de capturar el movimiento de los cuerpos entregados a sus instrumentos. El bajista no paró un segundo de sonreir, sus gestos al ritmo de la música eran contagiosos y su actitud un regalo para el público, optimista, alegre, motivador, me cautivó. El bateria en contaste ritmo miraba a uno y otro entre sonrisas con un semblante serio, pura concentración. Y que decir de la voz, qué pasada de interpretación, vaya forma de dejarse todo en el escenario, no podía parar de fotografiarla, quería condensar su entrega, sus miradas, sus pasos seguros y rápidos separandose del micrófono o su delicadeza al hacercarse para cantar. Espero que alguna foto pueda apuntar lo que fue. Espectacular.

En ese momento de simpleza brutal, me sentí como el niño en la orilla. Dibujando, fotografiando. Efímero el gesto, fugaz la sonrisa, imparable la música. Disfrutando de lo esencial. Me dejé llevar, no pensaba en la técnica, solo en el sentimiento.

Cuatro bandas nacionales con cuatro estilos muy distintos que sonaron espectaculares gracias al gran trabajo del técnico de sonido. También destacar lo rápido que cambiaron entre bandas, para reducir al máximo la espera, como destacó la organización, “con tanta mujer en escena era algo que se podia esperar”, así como el buen ambiente en general y la energía positiva, de unión. Más conciertos como este es lo que necesitamos para levantar la escena, bien organizados y hechos con cariño.

Camino a casa, me regodeo en lo vivido. Cansado. Con el brazo entumezido de sostener la cámara. Pienso en disfrutar de lo sencillo. Apuntar y disparar. Condensar en un instante. Mi mente se acelera deseoso de revisar las tomas. Más, necesito más. Cuerpo cansado. Alma en llamas.

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Wind Rose en Copenhague: “Cuando el Power Metal se une para dar batalla”
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El pasado 10 de octubre se convirtió en el epicentro del power metal europeo en el Amager Bio de Copenhague. Una velada que dejó a los asistentes con una sensación de euforia difícil de describir. Tres bandas, tres estilos distintos dentro del mismo género y una audiencia entregada que vibró desde el primer acorde hasta el último. Angus McSix, Orden Ogan y Wind Rose ofrecieron un show memorable que quedará grabado en la memoria de todos los presentes. Para muchos, incluido quien escribe, era la primera vez viendo a estas bandas en vivo, lo que añadió una capa extra de emoción a la experiencia.

La noche arrancó puntual con Angus McSix, quienes tuvieron el honor de calentar motores. Durante aproximadamente media hora, la banda demostró por qué merecían abrir una jornada de tal calibre. A pesar de ser los primeros en subir al escenario, supieron aprovechar cada minuto de su set para conquistar al público. Desde el primer tema, quedó claro que el sonido de la sala estaba impecable: la mezcla era nítida, permitiendo que cada instrumento brillara con claridad sin opacar a los demás. Los riffs de guitarra cortaban el aire con precisión quirúrgica, mientras la batería mantenía un pulso firme y contundente. Angus McSix aprovechó esta claridad sónica para desplegar su arsenal de power metal épico, consiguiendo que varias cabezas del público comenzaran a moverse al ritmo de sus composiciones.

Aunque su tiempo en el escenario fue breve, los músicos dejaron una impresión más que positiva, superando las expectativas de quienes, como yo, no los conocíamos previamente. Su profesionalismo y energía sentaron las bases perfectas para lo que vendría después, logrando ese delicado equilibrio entre encender al público sin agotarlo antes de los platos fuertes de la noche. Fue un descubrimiento grato que invitaba a explorar más su discografía, especialmente su más reciente trabajo Angus McSix and the Sword of Power.

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Si Angus McSix había preparado el terreno, Orden Ogan llegó dispuesto a conquistarlo. La banda alemana salió al escenario con la seguridad de quienes saben exactamente lo que hacen, y desde el primer momento quedó patente que estábamos ante profesionales de primer nivel. Para quienes nunca los habíamos visto en vivo, fue una revelación absoluta. El sonido durante su presentación fue simplemente soberbio: cada nota, cada armonía vocal y cada golpe de bombo llegaban con una claridad cristalina que hacía justicia a la complejidad de sus composiciones. Los alemanes desplegaron su característico power metal sinfónico con una precisión técnica impresionante, pero sin perder nunca ese componente emocional que conecta con el público. Las guitarras gemelas dialogaban en perfecta sincronía, mientras la sección rítmica proporcionaba una base sólida como el acero.

Pero si algo elevó la actuación de Orden Ogan a un nivel superior fue el carisma de su vocalista. Lejos de limitarse a cantar, el frontman se convirtió en un verdadero maestro de ceremonias, estableciendo una conexión genuina con el público danés. Entre canciones, se animó a hacer bromas que arrancaron carcajadas sinceras entre los asistentes. Su mezcla de humor autocrítico y respeto hacia la audiencia creó una atmósfera de complicidad que transformó el concierto en una experiencia íntima, a pesar de las dimensiones de la sala. “¿Están listos para más?”, preguntaba con una sonrisa, sabiendo perfectamente que la respuesta sería un rugido ensordecedor. Su capacidad para leer al público y ajustar la energía del show en consecuencia demostró no solo talento musical, sino también una comprensión profunda de lo que significa ser un entertainer completo.

Y si alguien pensaba que la noche no podía mejorar más, Wind Rose llegó para demostrar lo contrario. La banda italiana transformó el Amager Bio en una verdadera fiesta medieval que hizo honor a su temática épica y fantástica de enanos guerreros. Desde el momento en que pisaron el escenario, fue evidente que esto no sería simplemente un concierto: sería una celebración. Wind Rose desplegó todo su arsenal de power metal con influencias folk y temáticas inspiradas en el mundo de Tolkien y la cultura nórdica. Los asistentes no solo escuchaban música; participaban activamente en cada canción, coreando estribillos, levantando los brazos al unísono y dejándose llevar por la energía contagiosa que emanaba del escenario.

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La producción visual complementó perfectamente la música, con una iluminación que evocaba tanto las profundidades de las montañas enanas como los cielos estrellados del norte. Pero más allá de los aspectos técnicos, lo que realmente hizo especial la actuación de Wind Rose fue esa capacidad innata de hacer sentir a cada persona en la sala como parte de algo más grande. Los músicos se movían por el escenario con una energía incansable, interactuando entre ellos y con el público de manera natural y genuina. No había pose ni artificio, solo pasión pura por lo que hacían. Cuando llegaron los temas más conocidos como “Diggy Diggy Hole” y “Rock and Stone”, la sala literalmente explotó en júbilo colectivo. Era imposible no contagiarse de esa alegría compartida, de ese sentimiento de comunidad que solo la música en vivo puede crear. Hasta se dieron el lujo de versionar un clásico de Ozzy Osbourne, “Shot in the Dark”, para la sorpresa y el deleite de los asistentes, redondeando una jornada maravillosa llena de alegría y celebración.

Al salir del Amager Bio, con los oídos todavía zumbando y las gargantas roncas de tanto cantar, la sensación general era de plenitud absoluta. La noche fue un recordatorio perfecto de por qué el metal —y especialmente el power metal— sigue siendo un género vibrante y emocionante. Tres bandas, cada una con su personalidad única, pero todas compartiendo la misma pasión inquebrantable por la música que hacen. El Amager Bio demostró una vez más ser una de las mejores salas de Copenhague para este tipo de eventos, con un sonido impecable que permitió disfrutar de cada matiz musical.

Pero, sobre todo, fue una noche que recordó que la música en vivo, cuando se hace con corazón y profesionalismo, tiene el poder único de unir a desconocidos en una experiencia compartida que trasciende el simple entretenimiento. Para los afortunados que estuvieron presentes, será un recuerdo que atesorarán. Para los que se lo perdieron, una razón más para no dejar pasar la próxima oportunidad.

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Sonicblast 2025 Pre-Party y Día 1: “ruido y gloria”
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Con el corazón lleno de polvo, niebla y dolor, aún recuerdo despertarme cada uno de los días que duró esta edición pensando si todo se sucedería de forma tan especial.

Y es que este SonicBlast 2025 nos golpeó fuerte, pero bonito, dejándonos jornadas que llevaremos siempre en la memoria.

Si el cartel ya prometía, y el contexto, entorno y emplazamiento nos enamoran cada año, puedo garantizaros que cerramos esta edición superando, y por mucho, todas las expectativas.

La semana en Vila Praia de Âncora nunca se hizo tan corta como esta. Playa de arena blanca, noches frescas y una vecindad del todo acogedora hacen que este festival deje uno de los mayores bajones postvacacionales que he sentido en mi vida. Estaréis de acuerdo conmigo en esto: el domingo cuesta mucho decir adiós.

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Desde que se anunció la traca final del cartel, deseábamos que llegase ese miércoles 6 de agosto para reencontrarnos con la arena y la oscuridad propias de tamaño evento. Aunque fuimos previsores y madrugamos para tener los deberes hechos, acudimos al recinto como si necesitásemos hacer cola, víctimas de la ansiedad. Lo primero que nos encontramos fue un mural en honor a Black Sabbath que nos encogió un poco el pecho, a pocos días del fallecimiento de su eterno líder, Ozzy Osbourne. Allí terminaba el peregrinaje, comenzaban las fotos y la recta final hasta pisar de nuevo el suelo desértico y la duna de piedra donde patinarían, surfearían y descansarían (a ojo) casi cinco mil personas, aunque nos parecieron muchas más.

En la pre-party, como el pasado año, ya notamos demasiada gente y nos temíamos lo peor para los días que venían. Colas interminables para pulserear, las barras abiertas a la mitad, tapones entre la entrada/salida y los baños… ¡Y solo era la previa al festival! Se nos hizo prácticamente imposible pasar de la zona de foodtrucks para acercarnos al Stage 3. Aun así, vamos a tratar de comentar lo que podamos de este día.

Inauguraban la noche los locales Overcrooks, con un punk rock muy divertido. Sonaba a principios de los 2000, y eso siempre nos gusta. Si me dicen que alguna canción salía en el Tony Hawk me lo hubiese creído. Un rollito salido de fusionar a Suicidal Tendencies con Millencolin.

La banda encargada de recoger el testigo de las once de la noche era Daily Thompson, aunque más bien Yearly Thompson, puesto que repetían en día y escenario respecto al pasado año. Un sonido muy Fu Manchu, con esos cencerros y esa voz tan característica de banda que articula cada canción en torno a un par de riffs. Funcionar, les funciona. Hicieron que toda persona allí agrupada moviese la cabeza y repitiese cada estribillo. La banda alemana cumplió con lo que se le pedía.

Con la noche ya cerrada llegó el turno de Nerve Agent, banda de Birmingham que en disco me recordaba a Biohazard o Terror, y que en directo se me hicieron mucho más thrashers. Me divirtieron mucho, aunque quizás la voz estaba algo alta. No sé si les hubiese beneficiado un escenario más grande para sonar con un poquito más de definición.

Por último, al menos para este señor mayor que escribe, pude disfrutar de la propuesta de Castle Rat. No estaba familiarizado con la fantasía medieval más allá de los libros, por lo que me llevé una grata sorpresa con la performance de la banda neoyorquina. Un doom a caballo (y esta vez es literal) entre un castillo y un aquelarre. No sé si fue la banda que más me gustó de la noche, pero al menos fue la que más cosas divertidas llevaba en la cabeza.

Dia 1:

El jueves, primer día oficial del festival, se presentaba como uno de los principales pilares de esta edición. Contar con Amenra y Fu Manchu en dos slots seguidos era algo complicado de gestionar emocionalmente. Por si fuera poco, la niebla quiso sumarse y cubrió Âncora, generando un clima perfecto: tapó el sol y llenó todo de misterio.

Comenzamos el día con Bøw, banda local que dio el salto del Stage 3 del pasado año a un Main en este. Era muy pronto para descargar la energía que íbamos a necesitar hasta el final de la noche, así que optamos por ver a la banda desde una posición discreta, pero con buena línea de visión. Un punk por momentos grunge y por momentos hardcore, que consiguió despertar a la gente aletargada y hacer sudar a quien ya venía con unos cuantos cafés en el cuerpo. No mentiré: alguno me tomé dentro del recinto.

Mientras, Hoover III comenzaban la sobremesa ofreciéndonos una mezcla de psych y prog. Lo poco que sabía de esta banda es que entró como sustituta de Jjuujjuu, y después me enteré de que están como support de The Black Angels. Me gustaron lo justo para ver todo el concierto, pero no fue lo que más me llenó de la tarde.

Tras la banda angelina, pudimos disfrutar de una de las formaciones que mejor cartel traían. No es que lo haya visto en ningún lado, pero por algún motivo, todas las personas con las que hablé venían con muchísimas ganas de Slomosa. Una propuesta sin salirse del marco jurídico del stoner, con pocas cosas nuevas, pero con un sonido bastante notable. Venían de sacar disco a finales del pasado año y de estar en Âncora en 2022, así que entiendo el hype. Un directo bastante sólido donde se nota la experiencia y las influencias de la fría Noruega. Se hicieron con el trofeo de antes del anochecer para el público más conservador.

Pero para mí, si alguien merece ese trofeo, es Ditz. La banda de Brighton y su estilo irreverente y macarra me dieron justo lo que necesitaba, cuando lo necesitaba. Con una actitud de llevar décadas llenando salas, la joven banda que nos sorprendió en 2022 con The Great Regression se hizo con la parte más ecléctica del recinto. Supieron agitar conciencias y vasos, derramaron fluidos y no fueron cuidadosos con nada. Un post-punk de calle, con la puntualidad británica de no llegar tarde nunca, pero tampoco temprano; una mezcla de los primeros Shame y los últimos Idles, un cóctel en The Joker y un vestido veraniego fue lo que pudimos presenciar a las puertas del ocaso.

Comenzó a caer el sol, y llegó el turno de Earthless, que —si ya nos hemos visto por ahí— sabréis que me aburren un poco. No es culpa suya, es mía. Pero os voy a contar un secreto: me fui a casa a merendar y a por una chaqueta para la noche, y cuando volví, seguían tocando la misma canción. Y esa es la magia (o el problema) de la banda de San Diego. Si te gustan en disco, te encantarán en directo, porque van a maximizar la experiencia como buenos artistas y virtuosos que son. Ahora bien, como solo hayas escuchado un par de temas, perdiste: las probabilidades de que suenen son muy bajas.

Con la chaqueta ya puesta, no quería perderme a King Woman, el proyecto que consolidó Kristina Esfandiari tras abandonar Whirr, una de las grandes potencias del shoegaze. King Woman tiene otros ingredientes, pero conserva mucho de la esencia de su vocalista. Se mueve entre un stoner oscuro y, por momentos, melancólico. La voz oscila entre la mesura del shoegaze y el scream, con muchas paradas intermedias. Las armonías son fúnebres, como si pusieses un single de Misfits a 33 rpm, y el maquillaje, muy parecido. Nos quedaba ahora la parte fuerte de la noche, y para eso debíamos estar en silencio. Como una brisa de verano junto al mar, desde Bélgica llegó el lamento prolongado de una de las bandas más grandes del post-metal.

Amenra volvió a robarnos el corazón y también el alma en una actuación de proporciones dinosauricas. Pese a no confiar del todo en el entorno y las condiciones —pues se nos hace siempre más obligatorio un ambiente íntimo con esta banda—, lograron hacerse con todo el público desde los primeros delays de guitarra limpia. Por primera vez en el día supimos lo que era que nos vibrase el pecho de verdad. Me quedo con la interesantísima incorporación de Amy Tung al bajo. Lo importante de manejar las dinámicas en estos géneros, de saber explotar y volver a tocar con mesura; unos coros espectaculares que recordaban a un teclado lanzando ambient. Una de las mejores puestas en escena que le he visto a la banda de Cortrique. Ya con las olas tapándonos los pies, el olor a salitre nos invadió como si un Big Muff estuviese calentándose poco a poco.

Era el turno de Fu Manchu. Los del Condado de Orange entraron con una prisa sobre rodamiento, quemando dos de sus mejores cartuchos en los primeros veinte minutos: “Evil Eye” y “California Crossing” nos dejaron sin aire. Los californianos llegaron presentando The Return of Tomorrow, un disco que sabe a noventas y que deja claro que los grandes siguen siendo grandes manteniendo su esencia. Temas como “Loch Ness Wrecking Machine” nos teletransportan de forma instantánea a King of the Road o The Action is Go. La ola pasó, pero pudimos surfearla. Un placer, Fu Manchu.

Y aquí no acababa la cosa: aún nos faltaba la fiesta de la noche, y teníamos claro quiénes iban a oficiarla. Los Maquina se subieron al escenario casi de un salto, pues estuvieron disfrutando del festival como público todo el jueves. Comenzó a sonar la pista de efectos y la línea de bajo infinita sobre la que se articularían los 45 minutos siguientes. Lo que consigue esta banda con guitarra, bajo y batería —y casi sin máquinas— es una absoluta barbaridad. Sonar a electrónica a base de paciencia y perseverancia es una tarea sobradamente difícil. Si tocasen una vez al día todos los años, compraría mi abono vitalicio.

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Ladrones en Buenos Aires: “Flow pesado, alternativo y con estilo urbano”
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Bitácora para quienes lean esto en el futuro: Día sábado, 11 de octubre, Buenos Aires, Argentina. El lugar elegido para realizar este evento fue el coqueto Palermo Groove que desde temprano se respiraba otra energía: una mezcla de metal alternativo, post hardcore y flow urbano latinoamericano iba a invadir cada rincón. La jornada arrancó con bandas locales y regionales que comenzaron a calentar motores, poniendo a prueba la paciencia y la atención de los que llegaban primero, pero sobre todo, encendiendo la energía que explotaría más tarde.

Post20 salió a escena cerca de las 18:30, una propuesta interesante en donde se destaca a su vocalista Miny que alternaba voces limpias y guturales feroces, mientras la banda dejaba claro que su propuesta de post hardcore tenía fuerza y presencia. Los primeros pogos o mejor dicho, “bailes karatekas” se armaron rápido, y la colaboración con Tamara Rivas, la vocalista de Chances, en la canción “Que es lo que nos va a quedar” consolidó un intercambio de poder femenino e hizo que todos prestaran atención desde el primer acorde.

Un poco más tarde, cerca de las 19:20, los chilenos Chances subieron al escenario con su propuesta alternativa repleta de poder. La banda cumplió con mantener la energía mientras la audiencia seguía creciendo, aunque algunos baches técnicos entre canciones interrumpieron ligeramente la continuidad del set. Como devolución de gentilezas, Miny se sumó a los trasandinos para armar un dueto con Tamara que reforzó un espíritu de hermandad latinoamericana

Cuando ELNUEVEONCE apareció, el lugar se transformó. La banda, liderada por Nazareno, ex cantante de DENY, maneja una potencia en vivo que anima a propios y extraños. Cada tema de su nuevo disco y los clásicos que repasan regularmente se convirtió en un pogo asegurado; la pista se movía como un solo cuerpo. No solo tocaban, entregaban un fuego que venía de adentro, y con cada acorde mostraba una banda más grande, más afilada y más poderosa que nunca. Mientras todo transcurría, entre el público se podían ver otros exponentes de la escena nacional, como Penumbra (baterista de DarloTodo) y MUÑEKI77A, disfrutando como cualquier fan.

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Finalmente llegó el momento esperado por muchos: Ladrones apareció alrededor de las 21:20 con la intro remix del Chavo del 8. Apenas cruzaron las primeras notas, los celulares se levantaron y la gente explotó en aplausos. Portando una bandera argentina y mostrando cercanía con el público, la banda creó un vínculo inmediato que fue creciendo con el correr de los minutos.

Desde el primer tema, Ladrones demostró que su propuesta de flow pesado no es solo un estilo: es una manera de conectar directamente con la gente. La combinación de hip hop, trap, cumbia, guturales y metal extremo se percibía natural sobre las tablas. La banda se movía constantemente, repartiendo energía  contagiando por todos los rincones del escenario, invitando al público a cantar y a saltar con cada canción.

El set incluyó algunos de los temas más representativos de su recorrido: “Flow pesado” y “Pa’ unos un loco pa’ otros un rey” se sintieron como himnos compartidos, con el público coreando cada palabra. “Veneno” y “Altar”, interpretado junto a Miny (Post20), marcaron picos de intensidad donde el metal y el post hardcore se mezclaban de manera explosiva. Pero quizás uno de los momentos más especiales llegó con “Crimen”, el clásico de Gustavo Cerati. El gesto fue recibido con un rugido de aprobación: no solo un cover, sino un guiño al público local que conectó a todos de inmediato.

La energía del público era un reflejo del espíritu de la noche. Había fanáticos del metal alternativo, seguidores del hip hop, jóvenes y veteranos que se acercaron a vivir una experiencia diferente. Lo más notable de la noche no fue solo la música, sino la manera en que todo se conectó. Desde Post20 hasta Ladrones, pasando por Chances y ELNUEVEONCE, se percibió una escena viva y unida, donde las colaboraciones no eran ocasionales sino parte de un espíritu común.

El sonido estuvo impecable durante toda la jornada, lo que permitió que cada detalle de la fusión de Ladrones se percibiera con claridad. Los bajos profundos, los riffs distorsionados, los beats urbanos y los guturales se complementaban perfectamente, creando un espectáculo que podía disfrutarse tanto desde el pogo como desde la escucha atenta. La banda logró un equilibrio donde la potencia y la musicalidad coexistían sin que una opacara a la otra.

Al final, Palermo Groove quedó impregnado de una sensación de celebración y hermandad. Ladrones no vino solo a tocar, sino a conectar y encender a la audiencia. ELNUEVEONCE demostró que lo local también puede crecer y trascender fronteras, mientras Chances y Post20 cumplieron su rol de apertura, generando energía y compromiso desde temprano. La noche fue una confirmación de que la escena latinoamericana tiene espacio para lo grande y lo arriesgado, donde la mezcla de géneros y estilos no divide, sino que une. Cada colaboración, cada pogo y cada cover reflejaron que la música puede ser un puente entre culturas, edades y estilos

Agradecimientos por las fotos a Ima Luna y Runa Photography

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Blood Incantation en Glasgow: “Metal interdimensional”
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Cuando las entradas para el concierto de Blood Incantation, Oranssi Pazuzu y Sijjin en The Garage de Glasgow salieron a la venta, quedó claro que la expectación era enorme. No pasó mucho tiempo antes de que el evento quedara sold out, un indicio inequívoco de que la comunidad del metal extremo en Escocia estaba ansiosa por recibir a estas tres bandas que representan vertientes muy distintas del género. Para Blood Incantation, además, era un momento histórico: su primera visita a Escocia, dentro de la segunda etapa de su “Absolute Elsetour 2025″, promocionando su último álbum Absolute Elsewhere. La presión y la emoción se sentían desde mucho antes de que se abrieran las puertas del recinto.

Al entrar a The Garage, la atmósfera estaba cargada de expectación. El espacio, aunque no especialmente grande, se sentía denso y vibrante, lleno de fans ansiosos por la propuesta musical de la noche. La iluminación del escenario era inusual: todas las luces provenían de la parte trasera, apuntando hacia la audiencia desde la espalda de los músicos. Esto no solo dificultaba tomar fotografías decentes, sino que generaba un efecto visual que, sin ser perfecto, añadía un aura misteriosa y algo distorsionada al espectáculo. Más allá de ese detalle técnico, estaba claro que el escenario estaba listo para recibir a tres fuerzas distintas del metal, cada una con su propio universo sonoro.

Sijjin: Thrash y metal clásico en primer plano

La noche comenzó con Sijjin, una banda que trae consigo un enfoque más clásico, con raíces sólidas en el thrash y el death metal tradicional. Desde los primeros riffs quedó claro que su ejecución era meticulosa: cada golpe de batería, cada cambio de tempo y cada riff estaban calculados con precisión, sin perder la intensidad que caracteriza al thrash. La banda mostró una técnica sólida y un conocimiento profundo de los matices que hacen que el metal clásico siga siendo relevante incluso frente a propuestas más modernas o experimentales.

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Canciones como “Angel of the Eastern Gate” hicieron vibrar la sala, con riffs que parecían golpear directamente en el pecho del público. Su sonido no buscaba sorprender con ornamentos, sino entregar pura fuerza y claridad musical, algo que el público agradeció y respondió con entusiasmo. Sijjin logró calentar el ambiente, preparando a la audiencia para los viajes más abstractos que vendrían después, mientras se percibía un respeto generalizado por su dominio técnico y su coherencia estilística.

Oranssi Pazuzu: psicodelia, black metal y progresión ambiental

Tras la primera descarga de energía clásica, llegó el momento de Oranssi Pazuzu, banda finlandesa que fusiona black metal, psicodelia, ambient y progresión musical compleja. La transición entre Sijjin y Oranssi Pazuzu no podría haber sido más marcada: mientras que la primera banda se centraba en la agresividad directa, Oranssi Pazuzu sumergió al público en un mar de capas sonoras y texturas densas. Su puesta en escena aprovechó la iluminación posterior para crear siluetas enigmáticas, acentuando la sensación de otro mundo.

Canciones de Muuntautuja se desplegaron como paisajes sonoros hipnóticos, mezclando pasajes lentos y atmosféricos con explosiones de black metal primitivo. Lo más impresionante fue cómo la banda logró mantener una coherencia rítmica y tonal a pesar de la complejidad de las composiciones, hilando secciones largas sin que la música se sintiera dispersa. Cada cambio de tempo o de intensidad estaba cuidadosamente calibrado, y el público se dejó llevar por la atmósfera, sumergido en la experiencia sin necesidad de elementos externos ni artificios visuales exagerados.

En momentos como “Oasis” o “Värähtelijä”, la densidad sonora alcanzaba niveles casi cinematográficos: guitarras que se entrelazaban con sintetizadores y percusiones complejas, generando un viaje auditivo que se sentía tanto expansivo como íntimo. La respuesta del público fue silenciosa pero concentrada, una especie de respeto reverencial por la complejidad del sonido y la calidad de la ejecución.

Blood Incantation: death metal cósmico y progresivo

Finalmente, llegó el momento que muchos esperaban: Blood Incantation, encabezando la noche en su debut escocés. La primera vez que una banda de esta magnitud toca en un territorio nuevo siempre lleva consigo tensión y expectativa, y esta no fue la excepción. Desde los primeros acordes de “The Stargate”, quedó claro que la banda había venido a mostrar por qué su death metal combina densidad, disonancia y progresión poco convencional con atmósferas espaciales y pasajes ambientales que desafían la linealidad típica del género.

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La ejecución técnica fue impecable: la batería de Isaac Faulk marcaba con precisión tanto los ritmos más vertiginosos como los cambios más sutiles, mientras que las guitarras de Paul Riedl y Morris Kolontyrsky se alternaban entre riffs aplastantes y texturas melódicas que se expandían en el espacio del escenario. Jeff Barrett en el bajo aportaba profundidad y resonancia, creando una base sólida que permitía que los elementos atmosféricos respiraran y ganaran peso.

La banda interpretó Absolute Elsewhere de principio a fin, incluyendo momentos clave como “The Vth Tablet (Of Enûma Elish)” y “The Giza Power Plant”. Cada canción parecía diseñada para sumergir al oyente en un viaje cósmico, donde la brutalidad del death metal coexistía con pasajes ambientales que generaban tensión y liberación de manera continua. Los sintetizadores y los efectos de ambientación fueron gestionados en vivo de manera que complementaban la densidad de las guitarras, evitando que la complejidad musical se volviera confusa o sobrecargada.

La respuesta del público fue inmediata y fervorosa: cada riff técnico, cada pasaje atmosférico provocaba un aplauso o un murmullo de asombro. A diferencia de las otras bandas, Blood Incantation logró un equilibrio constante entre agresión y expansión sonora, llevando al público a experimentar no solo la fuerza física del metal, sino también su dimensión conceptual y emocional. El cierre con “Meticulous Soul Devourment” y “Obliquity of the Ecliptic” fue una declaración de poder y precisión, dejando claro que la banda no solo domina su instrumento, sino que sabe cómo construir un viaje auditivo coherente e impactante.

Lo que hizo que la noche fuera memorable no fue solo la calidad individual de cada banda, sino cómo las tres propuestas distintas se complementaron y construyeron un relato colectivo de metal. Sijjin aportó la base clásica y contundente, Oranssi Pazuzu llevó al público a territorios experimentales y atmosféricos, y Blood Incantation cerró con un viaje épico de death metal cósmico y progresivo. Cada banda tuvo su espacio y su público, pero juntas crearon un tapiz sonoro completo, mostrando la diversidad y riqueza del metal extremo actual.

A pesar de que la iluminación posterior complicaba la documentación fotográfica y algunas sombras generaban cierto desconcierto visual, la energía y la calidad musical dominaron la percepción general. Cada acorde, cada cambio de tempo y cada efecto atmosférico se sentía medido, preciso y lleno de intención. El público, que llenó The Garage hasta agotar su capacidad, respondió con entusiasmo sostenido, desde la concentración silenciosa durante los pasajes más densos de Oranssi Pazuzu hasta la entrega total en los momentos más explosivos de Sijjin y Blood Incantation.

El concierto del 9 de octubre en Glasgow fue un ejemplo de cómo el metal puede explorar distintas dimensiones sin perder coherencia ni impacto. La noche ofreció una experiencia de tres capas: el thrash tradicional de Sijjin, el black psicodélico y progresivo de Oranssi Pazuzu, y el death metal cósmico y progresivo de Blood Incantation. Cada banda supo capitalizar su estilo y conectarlo con la audiencia, mostrando que la técnica y la creatividad pueden coexistir con la brutalidad y la energía en vivo.

Para Blood Incantation, debutar en Escocia de esta manera —con un recinto sold out, junto a bandas que amplifican y contrastan su propuesta— marca un hito en su trayectoria europea. Para los fans y para quienes seguimos de cerca la escena del metal extremo, fue una noche que consolidó el poder de la diversidad dentro del género y reafirmó por qué estas tres bandas están en la vanguardia de sus respectivas vertientes.

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Alcest en Barcelona: “Liturgia de ruido y luz”
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El pasado sábado, la Sala Apolo de Barcelona se convirtió en el epicentro de una doble invocación sonora. La velada unió dos visiones complementarias del post-rock y el metal atmosférico: la crudeza política de Bruit ≤ y la espiritualidad luminosa de Alcest. En un mundo saturado de ruido digital, ambas bandas ofrecieron una experiencia de comunión y catarsis, un viaje desde el colapso industrial hasta la trascendencia astral.

El cuarteto francés Bruit ≤ abrió la noche con una descarga de post-rock orquestal que osciló entre la precisión matemática y la furia emocional. Sobre un escenario austero, su sonido se desplegó como una maquinaria viva: cuerdas, percusión y ruido blanco entretejidos con disciplina quirúrgica. Desde los primeros acordes de “Ephemeral”, la tensión creció hasta convertirse en una masa vibrante de energía contenida, un enfrentamiento entre lo orgánico y lo mecánico.

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Piezas como “Progress / Regress” y “Industry” revelaron su naturaleza más conceptual: una crítica a la lógica capitalista y al ruido tecnológico del presente. Las capas de distorsión y los ritmos obsesivos de Julien Aoufi construyeron un paisaje sonoro de caos controlado. El clímax llegó con “The Machine Is Burning”, un colapso sonoro que dejó a la sala suspendida entre la devastación y el silencio. Bruit ≤ no fue solo una banda telonera; fue un manifiesto.

Con la Apolo sumida en penumbra, el escenario se transformó para recibir a Alcest. La atmósfera cambió de lo terrenal a lo etéreo: luces azules, humo denso, un murmullo reverente. El cuarteto francés presentó su nueva era, Les Chants de L’Aurore, como una liturgia de sonido y emoción. Neige apareció sereno, casi espectral, y su voz —un suspiro convertido en grito— abrió un portal a un mundo intermedio entre sueño y desgarro.

El viaje comenzó con “Komorebi”, un resplandor contenido que preparó el terreno para la intensidad emocional de “L’Envol”. Las guitarras se expandieron como olas de luz, y la sala se dejó arrastrar hacia un trance colectivo. En “Améthyste” y “Protection”, el grupo exploró la textura y el espacio, con un equilibrio preciso entre calma introspectiva y tensión eléctrica. La ejecución fue impecable, pero lo que predominó fue la emoción.

La banda alcanzó su punto de incandescencia con “Écailles de lune – Part 2”, donde el black metal oculto bajo la piel del shoegaze emergió con una furia casi física. Winterhalter desató una tormenta desde la batería, mientras Neige y Zero tejían una muralla melódica que oscilaba entre lo sublime y lo brutal. “Le miroir” y “Flamme jumelle” aportaron el contrapunto emocional: el temblor íntimo después del cataclismo.

El cierre del set principal llegó con “Kodama”, una comunión entre riffs feroces y coros etéreos que convirtió a la Apolo en una catedral sonora. El público, hipnotizado, respondió como un solo cuerpo. Nadie quería que terminara. El encore fue un descenso suave: “Eclosion” devolvió lentamente la conciencia, y “Autre temps”, de Les voyages de l’âme (2012), actuó como un bálsamo final, un recordatorio de que la belleza puede ser también melancolía.

A las 22:32, Alcest se retiró entre aplausos y un silencio reverente. En el aire quedó algo más que eco: una vibración colectiva, una resonancia que seguía latiendo dentro de cada asistente. Durante casi dos horas, la música había operado como un rito de transformación. Después de Bruit ≤ y Alcest, el mundo sonaba distinto: más frágil, más humano, más luminoso.

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W.A.S.P. en Copenhague: “Un viaje al origen del mito”
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Una de las giras más celebradas por los fans son las giras aniversario de un disco. Generalmente, en los shows correspondientes se interpretan canciones olvidadas en las listas de temas habituales. A su vez, es un viaje en el tiempo en el que se tributa la historia de una banda y la de la audiencia que vivió momentos de su vida acompañada por la música.

En este caso puntual, W.A.S.P. llevaba adelante una extensa gira tocando su primer álbum W.A.S.P. en su totalidad. Este tour, cargado de historia y nostalgia, los trajo a Copenhague, a la hermosa sala Amager Bio, que se encontraba repleta de fanáticos ansiosos por presenciar un show que prometía ser memorable. Desde muy temprano, el ambiente fuera del recinto ya se percibía festivo: remeras clásicas, conversaciones sobre viejos conciertos y una energía que solo genera una banda con casi cuatro décadas de trayectoria.

La banda telonera fue Battle Born, oriundos de Inglaterra, con una propuesta de power metal muy melódico y ganchero. Su presentación fue una grata sorpresa. Aunque el comienzo del show fue algo tibio —las guitarras no se escuchaban correctamente—, el sonido se acomodó hacia el final de la primera canción, y el entusiasmo del público aumentó con creces. No es para menos: los británicos poseen un carisma y una energía contagiosa. Hicieron cantar al público, desplegaron una bandera danesa y hasta ilustraron una canción con una espada de juguete, en un gesto que provocó risas y aplausos por igual.

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La performance de Battle Born fue excelente, súper ajustada y muy entretenida. En su setlist presentaron temas de su único álbum Blood, Fire, Magic and Steel, además de algunos singles que integrarán un futuro lanzamiento. Su sonido combina la épica de bandas como HammerFall y la melodía de Gloryhammer, pero con una identidad propia. Sin duda, se ganaron nuevos fans, ya que el recinto entero los despidió con una gran ovación.

Tras una breve espera, el telón volvió a levantarse. Con un escenario decorado con telones que mostraban diferentes imágenes alusivas a las etapas de la banda, y un imponente parante de micrófono coronando el centro del escenario, Blackie y los suyos salieron a escena con el clásico “I Wanna Be Somebody”. La reacción del público no pudo ser mejor: el coro fue cantado al unísono por toda la sala, creando una atmósfera de comunión absoluta entre banda y audiencia.

A partir de ese momento, el sonido fue excelente. La mezcla se mantuvo potente y clara, con guitarras afiladas, bajos definidos y una batería contundente. Continuaron con el disco completo en orden, y la verdad es que todo este primer set fue para destacar. Fue un clásico tras otro sin descanso. Para la segunda mitad, se sumaron pantallas que mostraban videos e imágenes históricas de la banda, un recurso visual que intensificó el sentimiento de nostalgia que flotaba en el aire.

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La performance fue impecable desde todo punto de vista. Escénicamente, todos los músicos aportaron: se movieron constantemente por el escenario, interactuaron con el público y mantuvieron la energía en alto. Incluso el baterista se tomaba el trabajo de hacer gestos cómicos o incitar palmas entre canción y canción, logrando una conexión especial con la audiencia.

En cuanto a lo musical, la banda sonó ajustada y sólida. Cada integrante cumplió su rol con precisión, tanto en la ejecución instrumental como en los coros. Blackie Lawless, pese al paso del tiempo, sigue siendo un frontman magnético. Si bien ya no toca tanto la segunda guitarra, su decisión de concentrarse en cantar y conectar con el público fue acertada. Vocalmente, sigue sonando sorprendentemente bien, manteniendo su característico timbre rasposo y su actitud desafiante, aunque en algunos momentos se apoya en los coros para reforzar las líneas más exigentes.

Doug Blair, por su parte, brilló durante toda la noche. Su desempeño como guitarrista fue simplemente excepcional: sus solos precisos, cargados de técnica y sentimiento, fueron de los puntos más altos del concierto. Su presencia escénica, su comunicación con el público y su dominio del instrumento demostraron que es una pieza fundamental en el sonido actual del grupo.

Tras interpretar el disco completo, llegó el momento de los bises. Estos incluyeron dos medleys con clásicos infaltables del grupo, entre ellos “Scream Until You Like It” y “The Headless Children”. El público respondió con euforia, coreando y levantando los puños en alto.

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Luego de una pausa, Blackie tomó el micrófono para agradecer a los presentes y compartir una reflexión emotiva: comentó que los asistentes eran muy afortunados, ya que este tour sería la última vez que W.A.S.P. interpretaría un álbum completo en vivo. Con esas palabras, dio paso a los dos temas finales, ambos pertenecientes al segundo disco The Last Command: la cantada y bailada “Wild Child” y la poderosa “Blind in Texas”, que puso punto final a un show memorable.

El cierre fue una auténtica celebración. Entre aplausos, sonrisas y algún que otro fan con lágrimas en los ojos, el grupo se despidió prometiendo volver. Fue evidente que, pese al paso de los años, la banda mantiene la pasión que la llevó al estrellato en los ochenta.

A las bandas con una carrera tan extensa les queda poco tiempo en los escenarios, lamentablemente. Por eso, esta oportunidad que los californianos. brindarón a sus fanáticos es algo para valorar profundamente. Es la posibilidad de que los viejos fans revivan su juventud y que las nuevas generaciones experimenten la esencia de una época que marcó a fuego la historia del heavy metal.

En definitiva, lo vivido en Amager Bio fue mucho más que un simple concierto: fue una celebración de la historia de la banda y de todo lo que su música ha significado para varias generaciones. Con una puesta en escena poderosa, un sonido impecable, una ejecución precisa y una conexión genuina con el público, la banda demostró que, aunque el tiempo pase, su espíritu rebelde y su fuego artístico siguen intactos. Si este tour marca realmente el final de las giras con discos completos, puede decirse que W.A.S.P. se despidió por la puerta grande, dejando a todos los presentes con el corazón lleno de nostalgia, emoción y gratitud por una noche verdaderamente inolvidable.

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Eivør en Barcelona: “Entre rituales y lírica nórdica”
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Texto por: Alexander Minond Jashes

Hay artistas que logran tocar fibras en la gente, independiente de sus gustos musicales. Así es como Eivør, la cantante feroesa que se ha ganado su puesto en carteles de todo el mundo se presentó la noche del miércoles 8 de octubre en Razzmatazz 2, con el auspicio de Route Resurrection, desplegando su arte que cautiva a todo quien escucha y ve su puesta en escena, entre bellas voces, ritmos primitivos que se entremezclan con instrumentos modernos, además de sus característicos momentos de trance ceremonial. Por otro lado, Ásgeir, músico islandés con una trayectoria de más de una década, quien experimenta entre el folk y la electrónica, dedicando mucho protagonismo a su calmante voz, inspiradora de paz para sus seguidores. Y para abrir este cartel, se encuentra Elinborg, hermana de la anfitriona de la noche, quien nos deleitó con su hermosa voz para introducirnos en el ambiente nórdico que nos esperaba por unas horas.

Elinborg Pálsdóttir, hermana de quien nos convocaba esa noche, se encargaría de dar rienda suelta a un show lleno de influencias del norte del continente. La artista publicó su primer EP en el año 2015, desde ahí presentándose regularmente en el circuito musical de las Islas Faroe, su país natal, ganando el premio al mejor acto del año en los premios musicales feroeses. Elinborg, subiendo al escenario en compañía de dos otros músicos que tuvieron la misión de musicalizar su entrada y posterior presentación, inicia con su cautivadora voz, en una entrada misteriosa que hipnotizó a Razz 2 antes de deleitarnos con Vatnsins verur, uno de sus singles más recientes, y soltando unas palabras de gratitud antes de continuar con Trøyst, a la cual le siguió Sjórok, con ese aire misterioso y su bella voz que se va fundiendo en el beat que permite volar al ritmo del corazón calmo.

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El final fue llegando con mucha emocionalidad, destacando la poderosa voz de Elinborg, que se mezcla con una electrónica que no opaca para nada lo vocal, y a lo que ella va sumando, como lo hizo en algunas canciones, una guitarra muy sutil que acompaña esas vocales emocionantes. Anunciando el lanzamiento de su nuevo disco, su primer larga duración, la cantante procede a presentar las últimas dos canciones, Kærleikin y Blóđ, la cantante se fusiona con las luces y los sonidos para mostrarnos que tiene un gran futuro como el de su hermana, agradeciendo a todos los asistentes antes de dar paso a su otro compañero de ruta, Ásgeir.

Ásgeir Trausti Einarsson, compositor y cantante islandés, lleva una trayectoria de ya varios años, comenzando el 2012 con su primera publicación Dýrð í dauðaþögn, la cual mostraba ya sus inicios musicales mezclando el folk con la electrónica. Hermano de þorsteinn Einarsson, guitarrista de la legendaria banda de reggae islandesa, Hjalmar, viene de una familia de artistas, siendo su padre el creador de gran parte de las letras de su primer disco.

Su show comienza con una interpretación particular de la canción Upp Úr Moldinni, con el solo en el escenario sentado frente a sus sintetizadores, los cuales solo cambio a momentos por una guitarra, sin otros músicos que le ayudaran, pero sin faltarle para lo que propone. Así mismo continuó con Dreaming del disco Afterglow de 2017, y parado solo frente al público con una guitarra en las manos nos tocó Julia, con una calma que inundaba la sala Razzmatazz 2, adelantando el tema que lleva el nombre del nuevo disco que lanzará en diciembre de este año.

Muchos no conocen a Ásgeir, pero muchos otros lo vienen siguiendo desde hace tiempo, incluídos unos cuantos compatriotas que cantaron cada una de sus canciones en islandés, como fue el caso de Dýrð í dauðaþögn, uno de sus clásicos y el título también de su primer disco de estudio, el que solo con guitarra en mano y esa tremenda voz, cantando su versión original en su idioma nativo, considerando que el compositor islandés al empezar a ganar fama decidió rehacer su primer álbum en inglés. La presentación sigue mientras Ásgeir despliega sus habilidades como interprete, cantando Vađandi þurrt mientras juega con teclas y botones que dan vida a canciones como esta, que si bien muchas veces no entendemos nada, nos cautivan. Así, luego vuelve a su pasado para tocar su clásico Heimförin (Going Home), de su primer disco, y luego Hringsól, una un poco más moderna pero con la misma vibra.

Antes de irse despidiendo del gran público que lo acompañó, y dar paso a Eivør, Ásgeir también nos adelanta otro tema inédito, Sugar Clouds, presente en su próximo álbum, pudiendo disfrutar una canción que aun es inencontrable en las redes. Tocando una última canción para cerrar, damos paso a una pequeña espera que prepara al evento principal de la noche.

Eivør Pálsdóttir, la reconocida artista y anfitriona de este ritual, dio a conocer su talento con su primer disco llamado bajo su propio nombre en el año 2000, desde ahí llegando a 10 discos de solista, además de colaboraciones varias con otros artistas y para bandas sonoras, alcanzando hoy una fama reconocida por su hermosa voz, junto con su particular performance sobre el escenario, que sin dejar su dulzura nos da escalofriantes momentos ritualescos. Así, la cantante feroesa nos dio la bienvenida con Jarđartrá, título presente en su último lanzamiento Enn (2024) en una buena introducción a su propuesta, oscura pero bella. Salt, Gullspunnin, e Í Tokuni fueron las que dieron avance al show, entre tambores ritualescos otorgados por su interpretación del Bodhrán, sus característicos ruidos guturales acompañados de una coreografía que pareciera ser la antesala de un sacrificio, quizás, el de nuestra vida antes de ver el show. A continuación, la cantante hace mención a sus colaboraciones en la música de películas y series, como es el caso de una de las más famosas en las cuales ha participado con su increíble talento, siendo esta The Last Kingdom, de la cual todos quienes la vimos recordamos su banda sonora. En homenaje a esta serie, Eivør nos entrega Lívstræđrir, junto al tema central de The Last Kingdom, para luego interpretar Hymn 49, conectando a todos los fanáticos de la serie con su música y presencia sobre el escenario.

Avanzando el show, y ya entrando en calor con una variada oferta sonora, suena Let It Come, una canción que se aleja en parte de la estética folk nórdica, donde, si bien toma elementos, se enfoca más en la electrónica y el pop, nunca dejando el sello Eivør. Boxes sigue un poco en la misma línea, mostrando esa faceta particular de la artista feroesa, destacando su voz y su personalidad puesta en ella. So Close to Being Free nos entremezcla entre lo pagano y lo mundano, pero uno de los momentos que a muchos nos hizo aplaudir fue el cover de Us and Them, famosa canción de Pink Floyd, para la cual llamó a su compañero de gira Ásgeir al escenario para complementar esta joya de la historia.

Durante todo el show destaca el humor y la buena onda de Eivør, quien bromeó constantemente e interactuó con el público en todo momento, acercándose y logrando esa conexión, muy humana, inspiradora de calma. La presentación así sigue hacia su recta final con Enn, y acto seguido continuan las visitas al escenario, invocando y agradeciendo a su hermana Elinborg a cantar junto a ella Upp Úr Øskuni (también de su último lanzamiento), y salir luego del escenario (pero solo temporalmente) con Trøllabundin, clásico del disco Slør de 2015 en su versión feroesa.

Como siempre, el público de Razzmatazz a punta de aplausos pedía más, lo que llegaría con una sorpresa inédita en la gira, donde la cantante decide tocar Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen, y dedicarla a un amigo cercano. Una emocionante interpretación nos removió completamente dejándonos helados, despidiéndose finalmente con la hermosa Falling Free, dejándo nuestra piel de gallina y moviendo nuestras manos para hacer el clásico sonido de agradecimiento, yéndose Eivør, Ásgeir y Elinborg en un mar de nuestros aplausos.

 

 

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Coheed and Cambria en Barcelona: “Dos galaxias y una noche eléctrica”
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La noche comenzó con una sacudida local. Avida Dollars, banda barcelonesa de rock alternativo, asumió el papel de telonero con una entrega que desbordó expectativas. Liderados por Pablo Franco, el cuarteto desplegó una mezcla de crudeza y armonía en castellano que pronto se ganó al público. “XXXXX” abrió el set con fuerza, marcando un ritmo implacable que no decayó en ningún momento.

Sin apenas pausa, “Silencio” reforzó la intensidad de un directo sólido y milimétrico. Con tres trabajos publicados —Paramnesia, Esencia y el single Berriak—, Ávida Dollars demostraron una madurez sonora impropia de un grupo en ascenso. Su sincronía escénica y su energía comunicativa los mostraron como una “máquina perfectamente engranada”, más cercana a una banda de gira internacional que a un simple telonero.

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Canciones como “Hielo y Fuego” y el ya celebrado “Berriak” confirmaron su identidad: un sonido reconocible que bebe de influencias como Thrice o Refused, pero que se expresa con una autenticidad muy propia. El cierre, con “La sombra del ciprés” y “Los Niños Perdidos”, dejó la sala encendida y lista para recibir el siguiente acto cósmico.

Y entonces llegó Coheed and Cambria, transformando la Sala Apolo en una nave intergaláctica. Desde el primer acorde, el público —los fieles Children of the Fence— se sumergió en el universo narrativo de The Amory Wars. Claudio Sánchez, mitad chamán, mitad superhéroe de cómic, comandó la tripulación junto a Travis Stever, Josh Eppard y Zach Cooper, construyendo un muro de sonido tan técnico como emocional.

“Yesterday’s Lost”, “Goodbye, Sunshine” y “Shoulders” marcaron un arranque arrollador, aunque con un bombo inicialmente dominante que pronto encontró equilibrio. Entre tema y tema, Sánchez rompió el hielo con una disculpa sincera: “I’m sorry I don’t speak Spanish, but thank you for being here tonight.” No hizo falta más para conectar.

El grupo navegó con soltura entre la épica progresiva y el pop melódico. “Blood Red Summer”, “A Favor House Atlantic” y “The Liars Club” levantaron coros unánimes, demostrando que el virtuosismo técnico no está reñido con la emoción inmediata. La base rítmica de Eppard y Cooper sostuvo el pulso, mientras Stever y Sánchez elevaban las melodías hacia el firmamento.

El clímax llegó con “In Keeping Secrets of Silent Earth: 3”, un estallido de diez minutos donde Claudio invocó a los dioses eléctricos —Hendrix, Morello, Santana— y el público se convirtió en pura vibración. Tras un breve bis con la íntima “Corner My Confidence”, el cierre fue apoteósico: “Welcome Home” cayó como un meteorito sobre la Apolo, sellando la noche con una ovación que parecía no terminar.

Más que un concierto, fue un ritual donde el tiempo se dobló. En la Apolo coexistieron el adolescente que descubrió Good Apollo en 2005 y el adulto que hoy canta las mismas letras con puños en alto. Cuando las luces se encendieron, todos compartían la misma certeza: lo que acababan de vivir fue efímero, pero se sintió eterno.

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Gogol Bordello en Barcelona: “Caos, sudor y redención punk”
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La noche prometía una explosión gitano-punk, y cumplió con creces. Antes de que Gogol Bordello desatara el descontrol, los británicos Split Dogs encendieron la mecha con una descarga de street punk y heavy rock ’n’ roll que sacudió los cimientos de Razzmatazz. Desde Brighton, el cuarteto demostró ser una máquina de energía pura. Liderados por la carismática Harry a la voz, y acompañados por Mil (guitarra), Sam (bajo) y Richard (batería), ofrecieron un directo tan crudo como incendiario, fiel a su lema “Sweat, Steel and Sex Appeal” (Sudor, Acero y Sex Appeal).

El arranque con “Stay Tunes” y “Gutterball” dejó claro su enfoque: punk directo, sucio y sin concesiones. Con apenas tres años de trayectoria, Split Dogs mostraron una solidez que remite al legado de Dead Boys, Radio Birdman y Amyl and The Sniffers, pero con una actitud descaradamente propia. “Prison Bitch” y “Shake Some Action” fueron descargas furiosas que transformaron el público en un torbellino, mientras el cierre con “Punch Drunk” fue un golpe final de pura electricidad callejera.

Con la sala empapada en sudor, el escenario quedó listo para el huracán Gogol Bordello, que convirtió Razzmatazz en un carnaval punk global. Desde el inicio con “Sacred Darling”, Eugene Hütz lideró la batalla como un chamán desatado, guitarra acústica en mano y sonrisa desafiante. A su lado, Sergey Ryabtsev (violín) y Erica Mancini (acordeón) llevaron el caos a niveles teatrales, entre solos frenéticos y momentos de puro espectáculo que mezclaban virtuosismo, humor y delirio.

La base rítmica, formada por Korey Kingston (batería), Pedro Erazo (percusión, MC) y Gil Alexandre (bajo), sostuvo el vendaval con precisión. En temas como “Immigrant Punk” o “Immigraniada (We Comin’ Rougher)”, el grupo incorporó spoken word, rap y actitud callejera, reforzando su identidad multicultural. Incluso los fallos técnicos fueron parte del show: cuando una guitarra se apagó, el resto de la banda respondió redoblando la intensidad.

El nuevo tema “I Don’t Have Time for Idiots” encajó a la perfección con clásicos como “We Mean It Man” o “Not a Crime”. Cada canción era una celebración colectiva donde nadie quedaba quieto. La tríada “Wonderlust King”, “My Companjera” y “Start Wearing Purple” encendió el clímax de la noche, tiñendo la sala de morado y desatando un pogo monumental.

En el bis, Hütz rindió homenaje a Camarón de la Isla interpretando “Alcohol” sobre una torre de cajones flamencos, fusionando el gypsy-punk con el alma del flamenco. La despedida llegó con “Solidarity”, versión de Angelic Upstarts, y una brutal “Undestructable”, en la que injertaron el riff de “TV Eye” de The Stooges, confirmando que el caos también puede ser arte.

Lejos de desaparecer tras el último acorde, Gogol Bordello se quedó en el escenario para agradecer personalmente al público. Mano a mano, sonrisa a sonrisa, sellaron una conexión genuina con los asistentes. Lo suyo no fue solo un concierto: fue una catarsis colectiva donde la música, el sudor y la energía se fundieron en una misma corriente vital.

Fotografiass: Edko Fuzz

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RUBISHOW 2025: “La fuerza de lo sencillo”
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Fina arena se pega a mi cuerpo moreno. Arrodillado en la orilla dibujo distraido con un palito. Disfruto tranquilo mientras las olas del mar se llevan cada figura para volver a empezar. La mirada de papá y mamá desde la sombrilla me acaricia. Una estrella de mar, un caballo, ahora una palmera. Una ola lo borra, vuelta a empezar… sabor a sal en la boca, olor a mar, ligera brisa, sencillo, disfrutable. Unos pies se me acercan. Levanto la vista. Zapatos de vestir de cuero negro. Empapados. Un hombre mayor trajeado sin chaqueta pero con corbata. Petrificado mientras suda a mares al sol abrasador. Mirada de tristeza profunda, dolor en sus ojos. Figura encorbada que se agacha hasta sentarse en el agua. Una lágrima resbala por su mejilla mientras se dibuja una sonrisilla en sus labios finos. En el reflejo de sus gafas de pasta mi figura.

“¿Me prestas el palo?” Un hilo de voz. Ronco. Resignado. Suplicante. “Yo también quiero pintar y que papá y mamá me miren”.  Olas rompiendo en su espalda. Hombros caídos. Cuerpo cansado. Alma en llamas.

Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida y mi trabajo. Perdí la conexión con lo sencillo. Me arrasó la vida. Cumplir. Aceptar. Trajes grises. Responsabilidades. Quiero mar, un palo, pintar. Conectar. Por eso salgo del metro en Gran Vía. Los nervios de fotografiar en la mítica sala el Sol aceleran mi paso. El “Rubishowcase 2025” me espera. Giro la calle abarrotada de turistas para ver al técnico de sonido apurando su cigarro y algunos madrugadores haciendo cola.

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La Sala El Sol es un personaje en sí misma. Un escenario en semicírculo en una esquina, sin foso. La cercanía obliga a estar entre el público, una comunión que me aterra tanto como alimenta. Pronto me doi cuenta de las reglas: luces escasas, hay que subir la ISO hasta el límite, forzando la máquina para evitar el ruido, buscando esos momentos donde el haz de luz blanca y pura me permita congelar la acción. Vuelta a lo esencial: composición, foco, contraste, luz y sombra.

Bones of Minerva fue la primera. Su música densa y psicodélica te atrapa sin preguntar. La entrega de las cuatro fue contagiosa. Si el metal me lleva siempre a mis instintos más básicos con Bones of Minerva siento que se multiplica, como un ritual druídico, en mitad de un bosque, su energía me golpea, obligado a dejarme llevar por sus contrastes y construcciones. La voz, entre preciosa y maravillosa, quiebra en guturales o gritos, imposible no partirte en dos, imposible parar de fotografiar y buscar momentos o ángulos. La cantante sobre el micro, dejando caer su melena, la guitarrista con el pelo alocado de menear la cabeza y batirla al ritmo de sus notas, la bajista con las piernas algo separadas en una postura de control, dejando una figura preciosa sobre el escenario, la batería en un perfecto tempo, con una contundencia precisa pero desgarrada, media cara tapada por su melena que deja ver la concentración, espectacular. Clavaron su actuación, como siempre, así como el tiempo concedido.  “Fuego”, de las más conocidas es el resumen de la conexión con la sala y la ovación para despedirlas.

Luego llegó Indar con su metal que te golpea y te acaricia a partes iguales. Si el talento y el futuro se puede palpar es através de esta banda. El concierto se me pasó fugaz, un setlist de muy pocas canciones que llenaron los aproximadamente 30 minutos, temas que se desarrollan y te transportan entre la calma del valle, al pico más alto de la montaña para degarrar el aire en un grito. Todo con una banda compenetrada y que veo como disfruta en el escenario. Me encantó sentir su conexión, con pequeñas miradas y sonrisas cómplices. En resumen, una despeinada importante, una descarga tan contundente como delicada. Te mece para prepararte antes de soltarte. La caida solo es el principio porque el golpe es el climax. Tanto la bateria como el bajo fueron muy consistentes, me encantaba ver como se preparaban para las partes más doom y los giros sincronizados cambiando el tempo, sonidos arrastrados, grabes, profundos. La guitarra vino para conquistar Madrid, qué excelencia en la ejecución y qué líneas más bonitas, tramos de técnica, solos y transiciones de mucho talento. Con la voz me faltan conocimientos técnicos para describiros lo que escuchamos, mejor buscaís la banda y lo valoráis vosotros mismos. Por supuesto que en directo se multiplica el disfrute y en la Sol, a dos palmos de la cantante, se roza el extasis. Dejó muchas posturas, caras y gestos en su interpretación, espero que las fotos os permitan intuir lo brutal del conjunto. Quiero más Indar, espero verlas en directo muchas más veces.

Murina puso el punto más punky/grunge de la noche. Con una furia directa, que me recordó que la rabia es un combustible necesario en el metal. Dieron buena zapatilla desde el primer tema. Un power trío muy unido que dejó una actuación profesional. Las luces fueron más oscuras y dirigidas. Traté de buscar los encuadres que favorecieran más la luz en los rostros. Como las bandas anteriores clavó la actuación y el tiempo concedido para el setlist, voló, todo en orden en la Sol.

Fue en el set de Veracrvz donde más disfruté como fotógrafo. La luces estuvieron muy ajustadas para buscar altos contraste, con haces muy marcados que dejaban parte de los músicos recortados. Además, la cercanía con los artistas, el tono general de la sala, la intensidad, me metía en su propuesta, repleta de calidad musical con temas de una producción esquisita y una interpretación natural. Como ya había ocurrido durante toda la noche, la conexión del trío se dejó ver en sus miradas, sonrisas y gestos de complicidad. Da mucho gusto comprobar cómo disfrutan de lo que hacen, cómo creen en su proyecto y lo defienden en el escenario con una calidad top. Usé el gran angular, pero la iluminación no permitia ver bien lo que estaba pasando, opté por el 50mm y traté de capturar el movimiento de los cuerpos entregados a sus instrumentos. El bajista no paró un segundo de sonreir, sus gestos al ritmo de la música eran contagiosos y su actitud un regalo para el público, optimista, alegre, motivador, me cautivó. El bateria en contaste ritmo miraba a uno y otro entre sonrisas con un semblante serio, pura concentración. Y que decir de la voz, qué pasada de interpretación, vaya forma de dejarse todo en el escenario, no podía parar de fotografiarla, quería condensar su entrega, sus miradas, sus pasos seguros y rápidos separandose del micrófono o su delicadeza al hacercarse para cantar. Espero que alguna foto pueda apuntar lo que fue. Espectacular.

En ese momento de simpleza brutal, me sentí como el niño en la orilla. Dibujando, fotografiando. Efímero el gesto, fugaz la sonrisa, imparable la música. Disfrutando de lo esencial. Me dejé llevar, no pensaba en la técnica, solo en el sentimiento.

Cuatro bandas nacionales con cuatro estilos muy distintos que sonaron espectaculares gracias al gran trabajo del técnico de sonido. También destacar lo rápido que cambiaron entre bandas, para reducir al máximo la espera, como destacó la organización, “con tanta mujer en escena era algo que se podia esperar”, así como el buen ambiente en general y la energía positiva, de unión. Más conciertos como este es lo que necesitamos para levantar la escena, bien organizados y hechos con cariño.

Camino a casa, me regodeo en lo vivido. Cansado. Con el brazo entumezido de sostener la cámara. Pienso en disfrutar de lo sencillo. Apuntar y disparar. Condensar en un instante. Mi mente se acelera deseoso de revisar las tomas. Más, necesito más. Cuerpo cansado. Alma en llamas.

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