Por: Marcos De Caro
El Black Metal se ubica dentro de lo comúnmente llamado “música extrema” y está plagado de controversias, sobre muchas de las cuales ni vale la pena volver (“satanismo”, quemas de iglesias, etc.). Iremos por otro camino. Empecemos por algunas acusaciones. Una clásica: “tal banda es una moda”, así tenga dos décadas de existencia. Quienes emplean ese argumento (e incluso pueden usar algún adjetivo irreproducible) suelen carecer de otro sustento para sus opiniones que no sean sus meras preferencias subjetivas. La banda “de moda” comete el “pecado” de quintuplicar la cantidad de seguidores de otra banda que sí les parece “meritoria” pero, sin embargo, tiene temas con secuencias armónicas tan simples, que parecen ejercicios de conducción de voces en un ciclo básico de ingreso a conservatorio. ¿Eso es “malo”? Para nada, sus discos pueden sonar muy bien. De hecho, lo hacen justamente porque no arriesgan nada y se plantan en lo más trillado del canon occidental. Más aún, los denunciantes de modas, en caso de ser músicos, muchas veces admiten que sus propuestas se basan evidentemente en otras bandas que les gustan. La acusación de “moda” es absurda en el mundo de las artes, que por más que se nutra de la creatividad de mentes individuales, a veces participando de propuestas grupales o colectivas, sus creaciones siempre se relacionan con movimientos precedentes. Por ejemplo, ahora muchas bandas usan máscaras, eso no es más que una forma de revisitar el corpse paint. No hay nada original y no se entiende por qué hay quienes siguen quejándose de esas cuestiones. Bowie, Kiss, The Residents: nada nuevo bajo el sol, y es algo totalmente secundario a lo que vale, que siempre es la música.
Otro gran tema es la cuestión del “nacionalsocialismo” y de actitudes afines como el racismo, la xenofobia, el machismo, la homofobia, la bolsefobia (rechazo exagerado hacia las personas con ideología de centroizquierda o izquierda). Es cierto, hay una “facción” minoritaria de bandas underground que hacen NSBM (Black Metal Nacionalsocialista) y escaso público las sigue, usualmente en conciertos “clandestinos”. Los músicos y seguidores de este “subgénero ideológico” (no musical) son fascistas orgullosos, hacen alarde de sus ideas, y si logran mantener un bajo perfil, nunca negarían sus principios. Por eso es importante escuchar o leer lo que dicen los artistas de Black Metal cuando recae sobre ellos la acusación de “nazis, fascistas, nacionalsocialistas” o denominaciones dentro del mismo campo semántico. Si lo niegan, y se toman el trabajo de argumentar su negación, entonces habría que replantearse la necesidad del interlocutor de confirmar lo que opina acerca del otro, aunque éste lo niegue. Parece una situación en la que quien discrimina es el mismo que se pretende progresista.
Las bandas de Black Metal que fueron acusadas injustamente son innumerables. El fenómeno conocido como “seis grados de Kevin Bacon” en este caso sería “seis grados de Hitler”. Que un disco sea lanzado por un sello que editó alguna banda NS no convierte a todos los músicos que contratan en NS. Que un músico tenga algún vínculo (familiar o de cierta amistad) con otro músico que se supone NS, no lo hace NS por contagio. Que en tal o cual fecha a una banda la haya teloneado algún grupo local con afiliaciones NS tampoco convierte a la banda principal en NS, más aún cuando ni siquiera saben quién toca antes que ellos. Si el contenido lírico, gráfico, conceptual, de los discos de una banda no refleja nada fascista, y ante una acusación por cuestiones extramusicales, los artistas niegan tal asociación, no se debería seguir insistiendo, y menos hasta llegar a la censura.
Este problema no es nuevo en el mundo del metal. A Lemmy se lo acusó de algo semejante por coleccionar parafernalia nazi, igual que a Hanneman, y a Slayer, con su “Angel of Death”. No olvidemos el incidente con Anselmo, aunque cualquiera que conozca la historia de su vida (quiénes lo criaron, dónde creció) y se tome el trabajo de escuchar atentamente sus opiniones cuando está sobrio, se da cuenta de que no es un fascista. Recordemos a Sid Vicious luciendo una remera con la esvástica. Por otro lado, hay que decirlo, estas penurias se encuentran en todos los subgéneros del metal, particularmente en otros dentro de lo que es el metal extremo, tal como el Death Metal.
Y este tema nos lleva al tan mentado “odio” en la esencia del Black Metal. Es cierto, hay slogans y logos, pero la cuestión de la “misantropía” es muy fácil de resolver. No existe ningún músico que viva aislado en una cabaña en el bosque, sin familia, amigos, pareja, o banda, ni que convoque a un público para maldecirlo o algo peor. Entonces la misantropía no tiene que ver con un odio absoluto a cualquiera que no sea uno mismo -odiarse a uno mismo es un problema de autoestima- sino que se vincula a un rechazo hacia lo que la humanidad es hasta la actualidad: una especie que sigue sometida a una moral esclavista, sumisa a sistemas opresivos que la degradan de la misma manera que al resto de la naturaleza. Por eso el ataque a las religiones, a muchas desgracias de la vida contemporánea, y en ocasiones, una nostalgia por el pasado que suele estar teñida de cierto romanticismo. Lo que sí está claro es que la misantropía no puede ser selectiva: es antireligiones organizadas, no antisemitismo; es antimediocridad humana, no homofobia, racismo, xenofobia ni bolsefobia.
No obstante, esto de la misantropía terminó mutando en cierto “elitismo” que atravesó hasta a los sectores que se autoproclaman “progresistas” dentro del género. Es cierto, el Black Metal tal vez sea el estilo que se constituyó como la base más poderosa para fomentar el desarrollo de muchísimas bandas que se nutren del mismo, a la vez que rechazan varios aspectos que le fueron incrustando nocivos elementos extramusicales. Es que el profundo existencialismo que reside en el núcleo del Black Metal (la pretendida misantropía es la expresión más superficial de ese existencialismo), así como su pasión por la naturaleza, son elementos muy estimulantes para avanzar en un camino artístico y hacer algo creativo con la música. Por eso se terminaron inventando las categorías de “Post Black Metal” o “Blackened Post Metal”, para agrupar a todas las bandas que fueron en esa búsqueda. Si bien el etiquetamiento puede ser bienintencionado, también podría pensarse que sirve al conservadurismo, ya que separa un supuesto “Black Metal puro” cuyas cualidades no se sabe bien cuáles deberían ser.
En cualquier caso, estás divisiones de lo “trve” (nótese el uso de la “v” en vez de la “u” para aquellos que no conocen el subgénero), lo “crudo”, lo “post”, lo “avantgarde”, no hace más que servir para detectar instancias de egocentrismo elitista. Esto no es tanto un problema de las bandas, sino del público, y sobre todo de los “expertos” en Black Metal (que no suelen ser los músicos) y que proliferan, pues este elitismo, hace que algunos melómanos quieran sentirse parte, desde algún otro rol, de esa “élite” imaginaria. Resulta que las bandas que valen son las que exploran los caminos de la polirritmia, la disonancia, las armonías menos convencionales, algo totalmente válido; hay que ver si esto no lleva también a inventar un “Technical Black Metal”. Lo curioso es que cuando los “expertos” se topan con algunas de estas bandas, reniegan de las mismas (aunque gusten de otras similares) y anhelan un retorno a lo “primario”, lo cual deja ver a las claras que, en realidad, siempre se trata de la propia subjetividad, no de ninguna forma de valorar objetivamente la calidad artística. A los músicos poco le importan las admoniciones de los “expertos”. Lo bien que hacen. Todo lo que gira alrededor de la música es secundario, en algunos casos, y completamente irrelevante en otros, en especial si son fuerzas negativas que no contribuyen, sino que se dedican a despreciar, acusar o fomentar divisiones. No obstante, es innegable que algo de este elitismo también puede encontrarse entre los artistas y suele notarse, particularmente, en actitudes hacia bandas emergentes (las ignoran o menosprecian) y en situaciones donde se percibe un clima de competencia, que da la impresión de que algunos ven la escena como un espacio de darwinismo social donde ejercitar su narcisismo y egoísmo. Como sea, el Black Metal es música y la música es arte. De eso se trata.
Etiquetas: Black Metal, Especial Black Metal, MetalPor: Marcos De Caro
El Black Metal se ubica dentro de lo comúnmente llamado “música extrema” y está plagado de controversias, sobre muchas de las cuales ni vale la pena volver (“satanismo”, quemas de iglesias, etc.). Iremos por otro camino. Empecemos por algunas acusaciones. Una clásica: “tal banda es una moda”, así tenga dos décadas de existencia. Quienes emplean ese argumento (e incluso pueden usar algún adjetivo irreproducible) suelen carecer de otro sustento para sus opiniones que no sean sus meras preferencias subjetivas. La banda “de moda” comete el “pecado” de quintuplicar la cantidad de seguidores de otra banda que sí les parece “meritoria” pero, sin embargo, tiene temas con secuencias armónicas tan simples, que parecen ejercicios de conducción de voces en un ciclo básico de ingreso a conservatorio. ¿Eso es “malo”? Para nada, sus discos pueden sonar muy bien. De hecho, lo hacen justamente porque no arriesgan nada y se plantan en lo más trillado del canon occidental. Más aún, los denunciantes de modas, en caso de ser músicos, muchas veces admiten que sus propuestas se basan evidentemente en otras bandas que les gustan. La acusación de “moda” es absurda en el mundo de las artes, que por más que se nutra de la creatividad de mentes individuales, a veces participando de propuestas grupales o colectivas, sus creaciones siempre se relacionan con movimientos precedentes. Por ejemplo, ahora muchas bandas usan máscaras, eso no es más que una forma de revisitar el corpse paint. No hay nada original y no se entiende por qué hay quienes siguen quejándose de esas cuestiones. Bowie, Kiss, The Residents: nada nuevo bajo el sol, y es algo totalmente secundario a lo que vale, que siempre es la música.
Otro gran tema es la cuestión del “nacionalsocialismo” y de actitudes afines como el racismo, la xenofobia, el machismo, la homofobia, la bolsefobia (rechazo exagerado hacia las personas con ideología de centroizquierda o izquierda). Es cierto, hay una “facción” minoritaria de bandas underground que hacen NSBM (Black Metal Nacionalsocialista) y escaso público las sigue, usualmente en conciertos “clandestinos”. Los músicos y seguidores de este “subgénero ideológico” (no musical) son fascistas orgullosos, hacen alarde de sus ideas, y si logran mantener un bajo perfil, nunca negarían sus principios. Por eso es importante escuchar o leer lo que dicen los artistas de Black Metal cuando recae sobre ellos la acusación de “nazis, fascistas, nacionalsocialistas” o denominaciones dentro del mismo campo semántico. Si lo niegan, y se toman el trabajo de argumentar su negación, entonces habría que replantearse la necesidad del interlocutor de confirmar lo que opina acerca del otro, aunque éste lo niegue. Parece una situación en la que quien discrimina es el mismo que se pretende progresista.
Las bandas de Black Metal que fueron acusadas injustamente son innumerables. El fenómeno conocido como “seis grados de Kevin Bacon” en este caso sería “seis grados de Hitler”. Que un disco sea lanzado por un sello que editó alguna banda NS no convierte a todos los músicos que contratan en NS. Que un músico tenga algún vínculo (familiar o de cierta amistad) con otro músico que se supone NS, no lo hace NS por contagio. Que en tal o cual fecha a una banda la haya teloneado algún grupo local con afiliaciones NS tampoco convierte a la banda principal en NS, más aún cuando ni siquiera saben quién toca antes que ellos. Si el contenido lírico, gráfico, conceptual, de los discos de una banda no refleja nada fascista, y ante una acusación por cuestiones extramusicales, los artistas niegan tal asociación, no se debería seguir insistiendo, y menos hasta llegar a la censura.
Este problema no es nuevo en el mundo del metal. A Lemmy se lo acusó de algo semejante por coleccionar parafernalia nazi, igual que a Hanneman, y a Slayer, con su “Angel of Death”. No olvidemos el incidente con Anselmo, aunque cualquiera que conozca la historia de su vida (quiénes lo criaron, dónde creció) y se tome el trabajo de escuchar atentamente sus opiniones cuando está sobrio, se da cuenta de que no es un fascista. Recordemos a Sid Vicious luciendo una remera con la esvástica. Por otro lado, hay que decirlo, estas penurias se encuentran en todos los subgéneros del metal, particularmente en otros dentro de lo que es el metal extremo, tal como el Death Metal.
Y este tema nos lleva al tan mentado “odio” en la esencia del Black Metal. Es cierto, hay slogans y logos, pero la cuestión de la “misantropía” es muy fácil de resolver. No existe ningún músico que viva aislado en una cabaña en el bosque, sin familia, amigos, pareja, o banda, ni que convoque a un público para maldecirlo o algo peor. Entonces la misantropía no tiene que ver con un odio absoluto a cualquiera que no sea uno mismo -odiarse a uno mismo es un problema de autoestima- sino que se vincula a un rechazo hacia lo que la humanidad es hasta la actualidad: una especie que sigue sometida a una moral esclavista, sumisa a sistemas opresivos que la degradan de la misma manera que al resto de la naturaleza. Por eso el ataque a las religiones, a muchas desgracias de la vida contemporánea, y en ocasiones, una nostalgia por el pasado que suele estar teñida de cierto romanticismo. Lo que sí está claro es que la misantropía no puede ser selectiva: es antireligiones organizadas, no antisemitismo; es antimediocridad humana, no homofobia, racismo, xenofobia ni bolsefobia.
No obstante, esto de la misantropía terminó mutando en cierto “elitismo” que atravesó hasta a los sectores que se autoproclaman “progresistas” dentro del género. Es cierto, el Black Metal tal vez sea el estilo que se constituyó como la base más poderosa para fomentar el desarrollo de muchísimas bandas que se nutren del mismo, a la vez que rechazan varios aspectos que le fueron incrustando nocivos elementos extramusicales. Es que el profundo existencialismo que reside en el núcleo del Black Metal (la pretendida misantropía es la expresión más superficial de ese existencialismo), así como su pasión por la naturaleza, son elementos muy estimulantes para avanzar en un camino artístico y hacer algo creativo con la música. Por eso se terminaron inventando las categorías de “Post Black Metal” o “Blackened Post Metal”, para agrupar a todas las bandas que fueron en esa búsqueda. Si bien el etiquetamiento puede ser bienintencionado, también podría pensarse que sirve al conservadurismo, ya que separa un supuesto “Black Metal puro” cuyas cualidades no se sabe bien cuáles deberían ser.
En cualquier caso, estás divisiones de lo “trve” (nótese el uso de la “v” en vez de la “u” para aquellos que no conocen el subgénero), lo “crudo”, lo “post”, lo “avantgarde”, no hace más que servir para detectar instancias de egocentrismo elitista. Esto no es tanto un problema de las bandas, sino del público, y sobre todo de los “expertos” en Black Metal (que no suelen ser los músicos) y que proliferan, pues este elitismo, hace que algunos melómanos quieran sentirse parte, desde algún otro rol, de esa “élite” imaginaria. Resulta que las bandas que valen son las que exploran los caminos de la polirritmia, la disonancia, las armonías menos convencionales, algo totalmente válido; hay que ver si esto no lleva también a inventar un “Technical Black Metal”. Lo curioso es que cuando los “expertos” se topan con algunas de estas bandas, reniegan de las mismas (aunque gusten de otras similares) y anhelan un retorno a lo “primario”, lo cual deja ver a las claras que, en realidad, siempre se trata de la propia subjetividad, no de ninguna forma de valorar objetivamente la calidad artística. A los músicos poco le importan las admoniciones de los “expertos”. Lo bien que hacen. Todo lo que gira alrededor de la música es secundario, en algunos casos, y completamente irrelevante en otros, en especial si son fuerzas negativas que no contribuyen, sino que se dedican a despreciar, acusar o fomentar divisiones. No obstante, es innegable que algo de este elitismo también puede encontrarse entre los artistas y suele notarse, particularmente, en actitudes hacia bandas emergentes (las ignoran o menosprecian) y en situaciones donde se percibe un clima de competencia, que da la impresión de que algunos ven la escena como un espacio de darwinismo social donde ejercitar su narcisismo y egoísmo. Como sea, el Black Metal es música y la música es arte. De eso se trata.
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