Judas Priest, los Dioses del Metal, volvieron a desplegar sus poderes en Buenos Aires el pasado martes 13 de diciembre en el imponente y lujoso Movistar Arena, sin dudas, uno de los lugares más confortables para ver shows en la ciudad capital. Brindaron una demostración cabal de la esencia más pura de la música pesada como parte del Knotfest Roadshow, que también trajo a Slipknot –creadores del evento- y Trivium, cada banda en distintas fechas.
Un sold out rotundo y el triunfo inmediatamente anterior en semifinales de la Selección Argentina de Fútbol en la Copa Mundial de la FIFA daban el marco para una verdadera fiesta. Gran parte del público llevaba la camiseta albiceleste, más allá de quienes vestían los típicos atuendos de cuero negro, jeans y tachas. Como si fuera poco, el evento fue anunciado como una celebración de los 50 años del heavy metal. Estaban dadas todas las condiciones para una noche inolvidable.
Helmet en Buenos Aires: “Una espera de tres décadas”
Los encargados de dar comienzo a la velada fueron los locales Horcas, una banda que ya tiene 34 años de historia en la escena nacional. Sonaron muy bien, haciendo un repaso de toda su trayectoria y terminando con un cover de “Destrucción” de V8. Su líder, Walter Meza, hizo referencias a la alegría que sentía por el contexto deportivo y por el hecho de estar parado sobre el mismo escenario que luego pisaría el mismísimo Rob Halford, alguien que, según sus propias palabras, fue una enorme influencia en su desarrollo como músico. Tal es así que se arrodilló y besó las tablas. Creo que nadie pensó que ese pudiera ser un gesto exagerado. ¿Quién podría cuestionar la cantidad infinita de cosas que representa el cantante inglés para la cultura que fue gestándose a lo largo de décadas en torno a la música más potente entre todos los géneros?
Empezó a sonar “War Pigs” de Black Sabbath y la idea de estar allí para honrar la magia del más visceral de los estilos musicales se instaló con fuerza en cada corazón. Entonces apareció Judas Priest tocando “The Hellion/Electric Eye”. La banda brinda un espectáculo en el sentido más amplio y profundo de la palabra. La puesta en escena, remitiendo al pasado industrial de Birmingham, el enorme logo móvil de la banda colgando desde el techo, repleto de luces que se proyectaban hacia todos lados, la pantalla de fondo con videos que iban cambiando según la canción, el vestuario clásico del metalhead que el mismo grupo se encargó de crear hacia fines de los setentas y que Halford va cambiando en varias oportunidades, el tradicional ingreso del cantante en motocicleta para cantar “Hell Bent for Leather”: son todos detalles que suman.
Prong en Buenos Aires: “Una alegría desbordante”
La ejecución instrumental de Scott Travis, Ian Hill, Andy Sneap y Richie Faulkner fue impecable. Mientras los pilares de la base rítmica mantienen un perfil bajo, los guitarristas son totalmente histriónicos y se muestran inmersos en su función de encarnar el espíritu más pasional del heavy metal. No obstante, en una parte, el baterista habló con la gente para hacer una referencia al desempeño de Argentina en el partido contra Croacia. Es que, claro, es sabido que a los ingleses también les encanta el fútbol, algo que terminó de confirmarse cuando, hacia el final de “Turbo Lover”, apareció en la pantalla gigante una fotografía de Lionel Messi, lo que supuso un gesto de cálido acercamiento con la congregación de almas emocionadas que colmaba el lugar. Los cantos vinculados al fútbol se reiteraron a lo largo de todo el show, al igual que el idiosincrático “olé, olé”, que en algunas ocasiones se completaba con “Judas” y en otras con “Halford”. También se pudo escuchar el “¡cada día te quiero más… Judas/Halford… es un sentimiento, no puedo parar!”
La performance vocal del enérgico ícono de 71 años sigue siendo excepcional y no se debilitó a lo largo de todo el concierto. Es posible que en algunas ocasiones hayan ocurrido ciertas oscilaciones en el funcionamiento del micrófono, pero darles demasiada importancia sería como tapar el sol con un dedo. Más allá de su canto, es un frontman inigualable. Hablaba en algunos tramos, pero expresaba su agradecimiento de manera constante mediante gestos que lo hacían lucir realmente conmovido. Como nota de color, tuvo su momento “a la Freddie Mercury en Live Aid” vocalizando y haciendo que el coro de miles de personas repitiera lo que él hacía. Esto se extendió por varios minutos y todo el mundo lo disfrutó mucho. Es probable que la tendencia natural del público argentino a expresarse mediante el canto contribuyera con la decisión del músico de dedicarle un buen rato a este ida y vuelta que se sintió singularmente íntimo.
Behemoth y Arch Enemy en Buenos Aires: “Un ritual de música rebelde al extremo”
Además de las canciones ya mencionadas, sonaron “Riding on the Wind”, “You’ve Got Another Thing Comin” (que hizo explotar el ánimo festivo), “Jawbreaker”, “Firepower”, “Devil’s Child”, “Steeler”, “Between the Hammer and the Anvil”, “Metal Gods” (sentida como un himno), “The Green Manalishi”, “Screaming for Vengeance”, “Painkiller” (motivó gritos exaltados ni bien sonó la batería), “Breaking the Law” (cantada a más no poder por cada persona presente) y “Living After Midnight” (para terminar bien arriba).
El mosh fue constante, intenso y masivo. A su vez, hubo mucho crowd surfing que mantuvo ocupado al personal de prevención detrás de las vallas frente al escenario. Flameaban las banderas argentinas y de otros países sudamericanos.
También la bandera del orgullo LGBTQ, y he aquí un aspecto muy interesante. Rob Halford representa eso, entre tantas otras cosas: la disidencia sexual en los orígenes mismos de la cultura metalera. Es factible que esto se asocie con una observación particular: Judas Priest debe ser, entre las bandas clásicas, una de las que tiene mayor recambio generacional. Lejos de haber solamente personas de mediana edad en el recinto, había una cantidad significativa de adolescentes y jóvenes con remeras de la banda y sus cabellos teñidos de colores, además de familias con niñas y niños rebosantes de felicidad. Así es que los ingleses brindaron un show impresionante, en el que confluyeron diversos motivos para la esperanza: la gente puede unirse, las mentalidades pueden cambiar y la buena música perdura, justamente, porque lo clásico es aquello que resiste el paso del tiempo sin perder sus virtudes.
Judas Priest, los Dioses del Metal, volvieron a desplegar sus poderes en Buenos Aires el pasado martes 13 de diciembre en el imponente y lujoso Movistar Arena, sin dudas, uno de los lugares más confortables para ver shows en la ciudad capital. Brindaron una demostración cabal de la esencia más pura de la música pesada como parte del Knotfest Roadshow, que también trajo a Slipknot –creadores del evento- y Trivium, cada banda en distintas fechas.
Un sold out rotundo y el triunfo inmediatamente anterior en semifinales de la Selección Argentina de Fútbol en la Copa Mundial de la FIFA daban el marco para una verdadera fiesta. Gran parte del público llevaba la camiseta albiceleste, más allá de quienes vestían los típicos atuendos de cuero negro, jeans y tachas. Como si fuera poco, el evento fue anunciado como una celebración de los 50 años del heavy metal. Estaban dadas todas las condiciones para una noche inolvidable.
Helmet en Buenos Aires: “Una espera de tres décadas”
Los encargados de dar comienzo a la velada fueron los locales Horcas, una banda que ya tiene 34 años de historia en la escena nacional. Sonaron muy bien, haciendo un repaso de toda su trayectoria y terminando con un cover de “Destrucción” de V8. Su líder, Walter Meza, hizo referencias a la alegría que sentía por el contexto deportivo y por el hecho de estar parado sobre el mismo escenario que luego pisaría el mismísimo Rob Halford, alguien que, según sus propias palabras, fue una enorme influencia en su desarrollo como músico. Tal es así que se arrodilló y besó las tablas. Creo que nadie pensó que ese pudiera ser un gesto exagerado. ¿Quién podría cuestionar la cantidad infinita de cosas que representa el cantante inglés para la cultura que fue gestándose a lo largo de décadas en torno a la música más potente entre todos los géneros?
Empezó a sonar “War Pigs” de Black Sabbath y la idea de estar allí para honrar la magia del más visceral de los estilos musicales se instaló con fuerza en cada corazón. Entonces apareció Judas Priest tocando “The Hellion/Electric Eye”. La banda brinda un espectáculo en el sentido más amplio y profundo de la palabra. La puesta en escena, remitiendo al pasado industrial de Birmingham, el enorme logo móvil de la banda colgando desde el techo, repleto de luces que se proyectaban hacia todos lados, la pantalla de fondo con videos que iban cambiando según la canción, el vestuario clásico del metalhead que el mismo grupo se encargó de crear hacia fines de los setentas y que Halford va cambiando en varias oportunidades, el tradicional ingreso del cantante en motocicleta para cantar “Hell Bent for Leather”: son todos detalles que suman.
Prong en Buenos Aires: “Una alegría desbordante”
La ejecución instrumental de Scott Travis, Ian Hill, Andy Sneap y Richie Faulkner fue impecable. Mientras los pilares de la base rítmica mantienen un perfil bajo, los guitarristas son totalmente histriónicos y se muestran inmersos en su función de encarnar el espíritu más pasional del heavy metal. No obstante, en una parte, el baterista habló con la gente para hacer una referencia al desempeño de Argentina en el partido contra Croacia. Es que, claro, es sabido que a los ingleses también les encanta el fútbol, algo que terminó de confirmarse cuando, hacia el final de “Turbo Lover”, apareció en la pantalla gigante una fotografía de Lionel Messi, lo que supuso un gesto de cálido acercamiento con la congregación de almas emocionadas que colmaba el lugar. Los cantos vinculados al fútbol se reiteraron a lo largo de todo el show, al igual que el idiosincrático “olé, olé”, que en algunas ocasiones se completaba con “Judas” y en otras con “Halford”. También se pudo escuchar el “¡cada día te quiero más… Judas/Halford… es un sentimiento, no puedo parar!”
La performance vocal del enérgico ícono de 71 años sigue siendo excepcional y no se debilitó a lo largo de todo el concierto. Es posible que en algunas ocasiones hayan ocurrido ciertas oscilaciones en el funcionamiento del micrófono, pero darles demasiada importancia sería como tapar el sol con un dedo. Más allá de su canto, es un frontman inigualable. Hablaba en algunos tramos, pero expresaba su agradecimiento de manera constante mediante gestos que lo hacían lucir realmente conmovido. Como nota de color, tuvo su momento “a la Freddie Mercury en Live Aid” vocalizando y haciendo que el coro de miles de personas repitiera lo que él hacía. Esto se extendió por varios minutos y todo el mundo lo disfrutó mucho. Es probable que la tendencia natural del público argentino a expresarse mediante el canto contribuyera con la decisión del músico de dedicarle un buen rato a este ida y vuelta que se sintió singularmente íntimo.
Behemoth y Arch Enemy en Buenos Aires: “Un ritual de música rebelde al extremo”
Además de las canciones ya mencionadas, sonaron “Riding on the Wind”, “You’ve Got Another Thing Comin” (que hizo explotar el ánimo festivo), “Jawbreaker”, “Firepower”, “Devil’s Child”, “Steeler”, “Between the Hammer and the Anvil”, “Metal Gods” (sentida como un himno), “The Green Manalishi”, “Screaming for Vengeance”, “Painkiller” (motivó gritos exaltados ni bien sonó la batería), “Breaking the Law” (cantada a más no poder por cada persona presente) y “Living After Midnight” (para terminar bien arriba).
El mosh fue constante, intenso y masivo. A su vez, hubo mucho crowd surfing que mantuvo ocupado al personal de prevención detrás de las vallas frente al escenario. Flameaban las banderas argentinas y de otros países sudamericanos.
También la bandera del orgullo LGBTQ, y he aquí un aspecto muy interesante. Rob Halford representa eso, entre tantas otras cosas: la disidencia sexual en los orígenes mismos de la cultura metalera. Es factible que esto se asocie con una observación particular: Judas Priest debe ser, entre las bandas clásicas, una de las que tiene mayor recambio generacional. Lejos de haber solamente personas de mediana edad en el recinto, había una cantidad significativa de adolescentes y jóvenes con remeras de la banda y sus cabellos teñidos de colores, además de familias con niñas y niños rebosantes de felicidad. Así es que los ingleses brindaron un show impresionante, en el que confluyeron diversos motivos para la esperanza: la gente puede unirse, las mentalidades pueden cambiar y la buena música perdura, justamente, porque lo clásico es aquello que resiste el paso del tiempo sin perder sus virtudes.