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Leprous en Copenhague: “Un viaje entre dulzura, complejidad y energía”

Leprous en Copenhague: “Un viaje entre dulzura, complejidad y energía”

La tendencia que aborda el metal progresivo actualmente es la mezcla entre lo complejo y matemático, con lo melódico y dulce. Esto se logra a base de una instrumentación versátil, […]

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Leprous en Copenhague: “Un viaje entre dulzura, complejidad y energía”
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La tendencia que aborda el metal progresivo actualmente es la mezcla entre lo complejo y matemático, con lo melódico y dulce. Esto se logra a base de una instrumentación versátil, aunque imperan las composiciones retorcidas y la polirritmia. Por su parte, las voces suelen ser agradables al oído y se encargan de dibujar las melodías de la canción. Uno de los mayores exponentes de este estilo son los noruegos de Leprous, quienes vienen dando mucho que hablar en la escena desde hace ya varios años. Su popularidad fue aumentando con creces en este tiempo. En las siguientes líneas vamos a analizar su concierto para comprobar el porqué de este crecimiento tan importante. Pero primero vamos a hablar de los actos de apertura.

Los primeros fueron los fineses de Royal Sorrow. Su propuesta era muy afín a la de la banda principal, por lo que el público los recibió con los brazos abiertos. Desafortunadamente, el sonido no fue el mejor: las guitarras estaban bajas, sobre todo la rítmica, por lo que muchos momentos sonaron incompletos. Además, la guitarra encargada de sumar arreglos y colorear las canciones no era muy firme, ya que el músico también cantaba y descuidaba por momentos el instrumento para concentrarse en la interpretación vocal. Sin embargo, se pudo apreciar que la ejecución de las canciones fue precisa y cuidada, a la altura de una banda de este estilo musical.

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Con una mayor cantidad de espectadores en la sala Amager Bio, llegó el turno de Gåte. Provenientes de Noruega, honran sus raíces con su música, ya que mezclan folclore nórdico con metal progresivo, entre otros elementos. Su formación era muy versátil, ya que varias veces se intercambiaron instrumentos entre los músicos y, en algunas canciones, algunos de los instrumentos estaban ausentes, por lo que la presentación fue muy dinámica y entretenida. Más allá de la base de guitarra, bajo, batería y voz, hubo presencia de violines, una zampoña y teclados.

Como mencioné, la presentación fue divertida, pero no solo por la versatilidad de los músicos y las canciones con personalidad propia. También lo fue por la entrega total del grupo, que no paró de recorrer el escenario, jugar con el público y hasta saltar revoleando los instrumentos, llevándose por delante los micrófonos. La performance de todos fue increíble, sobre todo de su vocalista Gunnhild Sundli. Dueña de una voz poderosa y un carisma enorme, destacó poniéndose al público en la palma de la mano. Tras un show cercano a la hora de duración, el grupo se retiró ovacionado y triunfante, dejando el ánimo por las nubes.

Musicalizadas por un grito de emoción, las luces se apagaron y los músicos fueron tomando lugar. El puntapié inicial fue con una seguidilla de canciones progresivas, melódicas y dulces: “Silently Walking Alone” e “Iluminate” fueron las elegidas. Desde este punto se puede apreciar lo bien pensado y armado que está el show. El escenario cuenta con dos niveles: en el más alto se encontraban los teclados y la batería, dejando el nivel bajo con más espacio para que los restantes miembros se muevan con soltura y comodidad.

La puesta de luces acompañó bastante a los inquietos músicos y a las composiciones intrincadas. Estas iban moviéndose o cambiando según los ritmos y, a su vez, iluminaban en el momento justo al músico que tenía su instante de protagonismo. Un gran acierto desde lo visual.

Al contrario de lo que uno esperaría de una banda de este género, ellos estuvieron en contacto permanente con el público, haciéndolo partícipe constantemente. Esto generó que la audiencia quedara rendida a los pies de los noruegos. El momento en que esto se logró —y desde ahí se mantuvo— fue con el ambicioso cover de la famosa canción ochentosa “Take on Me”. Una versión reconstruida, llevada completamente a su estilo, que elevó la energía a niveles altísimos.

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Otro punto clave fue que el vocalista y líder Einar Solberg decidió comunicarse en noruego, idioma hermano del danés. Pidió disculpas a quienes no lo comprendían, pero explicó que se sentía raro hablando en inglés estando en Escandinavia. Esto fue bien recibido por la mayor parte del público.

Musicalmente, la velada fue espectacular. El sonido fue fuerte pero claro como el agua. Todos los instrumentos se escucharon definidos y al nivel en el que tenían que estar. No hubo cambios sonoros cuando se alternaron guitarras de distintas cantidades de cuerdas, ni cuando sonaron los dos teclados, ni cuando el vocalista usó otro micrófono. La interpretación de cada uno fue maravillosa: derrocharon técnica, precisión y, por sobre todo, buen gusto. Daba la sensación de que todo fluía con total naturalidad y de forma orgánica, cosa que a veces en propuestas tan complejas se pierde.

La figura de la noche, más allá del cantante, fue el baterista Baard Kolstad. El hombre tiene un metrónomo en el corazón y parece tener cuatro brazos. Se desplegó con fills enfermizos, golpes salidos de la nada y, por sobre todo, mucha variedad. Lograba sacar varios sonidos de un mismo cuerpo de la batería, algo difícil de cumplir.

El show fue una constante sacudida de energía que culminó con “Atonement”, mezclada con “The Sky is Red”. Este final fue épico, con todo el público cantando a los gritos mientras movían sus cabezas. Los noruegos se fueron aclamados por un recinto lleno de fanáticos y prometieron volver.

Leprous demostró el porqué de ese crecimiento exponencial que tuvieron y por qué hoy en día están entre las bandas más representativas del metal progresivo actual. Una actuación increíble que abarcó muchos aspectos. Ojalá continúen en este camino: tienen potencial para llegar a ser mucho más grandes.

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Leprous en Copenhague: “Un viaje entre dulzura, complejidad y energía”
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La tendencia que aborda el metal progresivo actualmente es la mezcla entre lo complejo y matemático, con lo melódico y dulce. Esto se logra a base de una instrumentación versátil, aunque imperan las composiciones retorcidas y la polirritmia. Por su parte, las voces suelen ser agradables al oído y se encargan de dibujar las melodías de la canción. Uno de los mayores exponentes de este estilo son los noruegos de Leprous, quienes vienen dando mucho que hablar en la escena desde hace ya varios años. Su popularidad fue aumentando con creces en este tiempo. En las siguientes líneas vamos a analizar su concierto para comprobar el porqué de este crecimiento tan importante. Pero primero vamos a hablar de los actos de apertura.

Los primeros fueron los fineses de Royal Sorrow. Su propuesta era muy afín a la de la banda principal, por lo que el público los recibió con los brazos abiertos. Desafortunadamente, el sonido no fue el mejor: las guitarras estaban bajas, sobre todo la rítmica, por lo que muchos momentos sonaron incompletos. Además, la guitarra encargada de sumar arreglos y colorear las canciones no era muy firme, ya que el músico también cantaba y descuidaba por momentos el instrumento para concentrarse en la interpretación vocal. Sin embargo, se pudo apreciar que la ejecución de las canciones fue precisa y cuidada, a la altura de una banda de este estilo musical.

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Como mencioné, la presentación fue divertida, pero no solo por la versatilidad de los músicos y las canciones con personalidad propia. También lo fue por la entrega total del grupo, que no paró de recorrer el escenario, jugar con el público y hasta saltar revoleando los instrumentos, llevándose por delante los micrófonos. La performance de todos fue increíble, sobre todo de su vocalista Gunnhild Sundli. Dueña de una voz poderosa y un carisma enorme, destacó poniéndose al público en la palma de la mano. Tras un show cercano a la hora de duración, el grupo se retiró ovacionado y triunfante, dejando el ánimo por las nubes.

Musicalizadas por un grito de emoción, las luces se apagaron y los músicos fueron tomando lugar. El puntapié inicial fue con una seguidilla de canciones progresivas, melódicas y dulces: “Silently Walking Alone” e “Iluminate” fueron las elegidas. Desde este punto se puede apreciar lo bien pensado y armado que está el show. El escenario cuenta con dos niveles: en el más alto se encontraban los teclados y la batería, dejando el nivel bajo con más espacio para que los restantes miembros se muevan con soltura y comodidad.

La puesta de luces acompañó bastante a los inquietos músicos y a las composiciones intrincadas. Estas iban moviéndose o cambiando según los ritmos y, a su vez, iluminaban en el momento justo al músico que tenía su instante de protagonismo. Un gran acierto desde lo visual.

Al contrario de lo que uno esperaría de una banda de este género, ellos estuvieron en contacto permanente con el público, haciéndolo partícipe constantemente. Esto generó que la audiencia quedara rendida a los pies de los noruegos. El momento en que esto se logró —y desde ahí se mantuvo— fue con el ambicioso cover de la famosa canción ochentosa “Take on Me”. Una versión reconstruida, llevada completamente a su estilo, que elevó la energía a niveles altísimos.

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Musicalmente, la velada fue espectacular. El sonido fue fuerte pero claro como el agua. Todos los instrumentos se escucharon definidos y al nivel en el que tenían que estar. No hubo cambios sonoros cuando se alternaron guitarras de distintas cantidades de cuerdas, ni cuando sonaron los dos teclados, ni cuando el vocalista usó otro micrófono. La interpretación de cada uno fue maravillosa: derrocharon técnica, precisión y, por sobre todo, buen gusto. Daba la sensación de que todo fluía con total naturalidad y de forma orgánica, cosa que a veces en propuestas tan complejas se pierde.

La figura de la noche, más allá del cantante, fue el baterista Baard Kolstad. El hombre tiene un metrónomo en el corazón y parece tener cuatro brazos. Se desplegó con fills enfermizos, golpes salidos de la nada y, por sobre todo, mucha variedad. Lograba sacar varios sonidos de un mismo cuerpo de la batería, algo difícil de cumplir.

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