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Más que una banda, Lisabö es una forma de vida. Su música encarna la ética y la estética más radicales de la independencia. Les avalan más de dos décadas de post-hardcore insobornable, de intensidad abrasadora, de letras declamadas con la fiereza de quien convierte el escenario en esquirlas emocionales. Discos como Animalia Lotsatuen Putzua y Eta Edertasunaren Lorratzetan Biluztu Ginen han marcado hitos en un rock que no hace prisioneros.
A menudo comparados con los eternos Shellac, tanto por su música como por su férrea actitud, Lisabö sigue habitando un mundo propio. Su independencia no es una pose: rehúyen las plataformas de streaming convencionales y sólo pueden encontrarse en Bandcamp, donde dan la posibilidad de descarga gratuita. Defensores de lo analógico y de la autogestión, su imaginario bebe de realidades como Dischord, Constellation, K Records o Touch and Go, sellos que les han inspirado tanto musical como ideológicamente.
El sexteto vasco, con Eneko Aranzasti y Sergio González a la batería, Xabi Zabala y Borja Toval al bajo, y Karlos Osinaga y Jabi Manterola a las guitarras y voces, se presentó en la Sala Apolo el 7 de febrero con un despliegue sonoro avasallador. El escenario, como un altar del ruido, mostraba las baterías enfrentadas en el centro, una bandera palestina sobre el amplificador del bajo y tres guitarras listas para la tormenta.
Desde el primer acorde, quedó claro que la noche sería una sacudida sensorial. Arrancaron ya estableciendo la estructura clásica de su directo: cada guitarra con su propio micrófono en un extremo y, en el centro, la base rítmica triple de dos baterías y un bajo atronador. Un ritual sonoro en el que la precisión se fusionaba con la catarsis. El set continuó confirmando que Lisabö sigue siendo el mismo ciclón de siempre, pero con una ejecución cada vez más depurada. No es que se hayan suavizado, sino que han llevado su sonido a un nivel aún más extremo de control y descontrol a la vez.
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El concierto transitó por su particular universo creativo, donde confluyen post-rock, noise, spoken word e industrialismo, pero siempre bajo su inconfundible sello. Crecer en un contexto de gran inquietud musical les ha convertido en la banda que son hoy: inclasificables, pero esenciales.
La carga emocional se elevó, una tormenta de pasiones eléctricas que dejó a la audiencia sin aliento. La banda volvió a reivindicar la poesía como herramienta de resistencia, con sus vocalistas gritando hasta la extenuación. El concierto alcanzó su clímax con dos piezas que, más allá de su aparente crudeza, demostraron la capacidad de Lisabö para transmitir belleza en el caos. Como un continuo juego de espejos entre sus dos baterías y sus tres guitarras, lograron combinar hipnotismo con momentos de puro noise amedrentador.
En la siguiente, la banda demostró por qué su influencia se extiende más allá del post-hardcore. Ecos de Fugazi, Shipping News o los propios Shellac se entremezclaban en su propuesta, pero siempre bajo un prisma personal e intransferible. Se alcanzó uno de los momentos más memorables del concierto: la conexión entre banda y audiencia era absoluta: los ojos cerrados, euforia y las gargantas desgarradas en un idioma que, incluso sin entenderse, se sentía visceralmente.
El cierre fue apoteósico, consolidando su directo como un ejercicio de entrega total, sin concesiones. Con una formación que invoca un muro sonoro titánico, Lisabö llevó su propuesta al extremo, con crescendos que parecían no tener fin. Los bises, un regalo final para los presentes, fueron una explosión de intensidad y emoción, con la sensación de haber vivido algo irrepetible.
El último golpe de baqueta dejó a la sala en un silencio extraño, como si el rugido aún flotara en el aire. Lisabö no solo se escuchó: se sintió, se vivió, se grabó a fuego en cada asistente.
Afrontando el tramo final de su gira, Lisabö dejó claro que cada concierto es un ejercicio de honestidad brutal, de emoción a flor de piel. “Nunca sabes por dónde te puede llevar la vida”, dijeron en una reciente entrevista. “Así que trataremos de disfrutarlos a tope, subiremos el volumen todo lo que podamos y nos dejaremos llevar”.
Lo hicieron. Nos llevaron con ellos. Y, como decía Rimbaud, “yo es otro”. Esta noche, en la Sala Apolo, Lisabö fuimos todos a por 25 años más…
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Más que una banda, Lisabö es una forma de vida. Su música encarna la ética y la estética más radicales de la independencia. Les avalan más de dos décadas de post-hardcore insobornable, de intensidad abrasadora, de letras declamadas con la fiereza de quien convierte el escenario en esquirlas emocionales. Discos como Animalia Lotsatuen Putzua y Eta Edertasunaren Lorratzetan Biluztu Ginen han marcado hitos en un rock que no hace prisioneros.
A menudo comparados con los eternos Shellac, tanto por su música como por su férrea actitud, Lisabö sigue habitando un mundo propio. Su independencia no es una pose: rehúyen las plataformas de streaming convencionales y sólo pueden encontrarse en Bandcamp, donde dan la posibilidad de descarga gratuita. Defensores de lo analógico y de la autogestión, su imaginario bebe de realidades como Dischord, Constellation, K Records o Touch and Go, sellos que les han inspirado tanto musical como ideológicamente.
El sexteto vasco, con Eneko Aranzasti y Sergio González a la batería, Xabi Zabala y Borja Toval al bajo, y Karlos Osinaga y Jabi Manterola a las guitarras y voces, se presentó en la Sala Apolo el 7 de febrero con un despliegue sonoro avasallador. El escenario, como un altar del ruido, mostraba las baterías enfrentadas en el centro, una bandera palestina sobre el amplificador del bajo y tres guitarras listas para la tormenta.
Desde el primer acorde, quedó claro que la noche sería una sacudida sensorial. Arrancaron ya estableciendo la estructura clásica de su directo: cada guitarra con su propio micrófono en un extremo y, en el centro, la base rítmica triple de dos baterías y un bajo atronador. Un ritual sonoro en el que la precisión se fusionaba con la catarsis. El set continuó confirmando que Lisabö sigue siendo el mismo ciclón de siempre, pero con una ejecución cada vez más depurada. No es que se hayan suavizado, sino que han llevado su sonido a un nivel aún más extremo de control y descontrol a la vez.
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El concierto transitó por su particular universo creativo, donde confluyen post-rock, noise, spoken word e industrialismo, pero siempre bajo su inconfundible sello. Crecer en un contexto de gran inquietud musical les ha convertido en la banda que son hoy: inclasificables, pero esenciales.
La carga emocional se elevó, una tormenta de pasiones eléctricas que dejó a la audiencia sin aliento. La banda volvió a reivindicar la poesía como herramienta de resistencia, con sus vocalistas gritando hasta la extenuación. El concierto alcanzó su clímax con dos piezas que, más allá de su aparente crudeza, demostraron la capacidad de Lisabö para transmitir belleza en el caos. Como un continuo juego de espejos entre sus dos baterías y sus tres guitarras, lograron combinar hipnotismo con momentos de puro noise amedrentador.
En la siguiente, la banda demostró por qué su influencia se extiende más allá del post-hardcore. Ecos de Fugazi, Shipping News o los propios Shellac se entremezclaban en su propuesta, pero siempre bajo un prisma personal e intransferible. Se alcanzó uno de los momentos más memorables del concierto: la conexión entre banda y audiencia era absoluta: los ojos cerrados, euforia y las gargantas desgarradas en un idioma que, incluso sin entenderse, se sentía visceralmente.
El cierre fue apoteósico, consolidando su directo como un ejercicio de entrega total, sin concesiones. Con una formación que invoca un muro sonoro titánico, Lisabö llevó su propuesta al extremo, con crescendos que parecían no tener fin. Los bises, un regalo final para los presentes, fueron una explosión de intensidad y emoción, con la sensación de haber vivido algo irrepetible.
El último golpe de baqueta dejó a la sala en un silencio extraño, como si el rugido aún flotara en el aire. Lisabö no solo se escuchó: se sintió, se vivió, se grabó a fuego en cada asistente.
Afrontando el tramo final de su gira, Lisabö dejó claro que cada concierto es un ejercicio de honestidad brutal, de emoción a flor de piel. “Nunca sabes por dónde te puede llevar la vida”, dijeron en una reciente entrevista. “Así que trataremos de disfrutarlos a tope, subiremos el volumen todo lo que podamos y nos dejaremos llevar”.
Lo hicieron. Nos llevaron con ellos. Y, como decía Rimbaud, “yo es otro”. Esta noche, en la Sala Apolo, Lisabö fuimos todos a por 25 años más…