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The Smashing Pumpkins en Buenos Aires: “Inmortal Vampirismo”
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El pasado martes 5 de noviembre, la banda estadounidense ícono del rock alternativo se presentó por cuarta vez en Argentina. La sede fue el maravilloso Movistar Arena, donde unas quince mil personas se juntaron para disfrutar de uno de esos grupos que, como escuché decir a alguien al final del show: “son los que le ponen música a tu vida”. Es que, sin dudas, había mucha Generación X llenando el estadio, pero también bastantes Millennials, y sí: The Smashing Pumpkins han creado un legado artístico que forma parte de la identidad de cualquier persona melómana que haya sido adolescente durante los 90’s o la primera década de este siglo.

La banda llegó en el marco del The World Is a Vampire Tour, nombre tomado de esa primera línea que da comienzo a Bullet with Butterfly Wings, uno de los himnos del lado oscuro de la cultura pop. Algo de la frustración y la decepción epocal se reflejaron en la misma estética del grupo liderado por William “Billy” Corgan que, secundado por sus pares, pasó de la vestimenta despreocupada casi grunge, a imitar a Nosferatu, con la cabeza afeitada, maquillado de blanco y usando una sotana negra. Las letras siempre habían sido melancólicas pero se fueron tornando más dolorosas con el paso de los años.

Si bien el disco lanzado este año, Aghori Mhori Mei, es un trabajo excelente que marcó el regreso del grupo, no solamente a lo más cercano a su formación original, con Jimmy Chamberlin y James Iha, sino también a un hard rock tan gótico como directo, esta gira parece haber sido pensada para que el público volviera a enamorarse de la banda. Quizás sea por eso que el setlist de veintidós canciones haya incluido solamente una del nuevo álbum, para enfocarse mucho más en los clásicos. En cualquier caso, está claro que no se trataba de un tour para la presentación de su más reciente creación. Más allá de esto, la espectacular puesta en escena y la actitud de cada integrante del grupo, incluida las más recientes incorporaciones, Jack Bates en bajo y Kiki Wong en guitarra, dieron la sensación de que todo tenía el propósito de que cada persona en la audiencia pasara una noche inolvidable. En mi caso en particular debo decir, sin lugar a dudas, que fue uno de los mejores conciertos de mi vida.

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Bates es el hijo del famoso Peter Hook, ex bajista de Joy Division y New Order, y actualmente en Peter Hook & The Light, donde tocaba junto a su vástago, no solamente por el vínculo familiar, sino por ser, claramente, un discípulo musical, ya que su estilo es muy similar. Wong es una muy talentosa guitarrista que tocó con Taylor Swift y Usher, y fue seleccionada por Corgan para que la banda volviera a tener esa energía femenina que siempre supo tener.

El grupo soporte fue Terapia. La verdad que nunca había oído hablar de ellos, y al escucharlos por primera vez me sonaron a una mezcla de Viejas Locas y Red Hot Chili Peppers. Mientras hacían lo suyo, el Movistar Arena apenas empezaba a poblarse. Las ganas de ver al ahora quinteto que vino desde el norte eran lo único que importaba y podían respirarse en la atmósfera. El show abrió con The Everlasting Gaze, una de las piezas más pesadas del repertorio de la banda y algo quedó claro de inmediato: iba a ser un concierto de un sonido demoledor, verdaderamente aplastante. No sé si es el hecho de contar con tres guitarras y un bajo especialmente agresivo, o si alteraron un poco la afinación, pero absolutamente todo se oía con una potencia que superaba con creces la de las versiones grabadas en la discografía. Otra cosa que empezó a vislumbrarse fue el fantástico juego de luces que, me atrevo a decir, estaba a la altura de las propuestas más tardías de Pink Floyd. La intensidad, los colores, la sincronización con la música, todo daba lugar a una coreografía lumínica hipnótica (o caótica para alguien con epilepsia fotosensible).

Luego siguieron Doomsday Clock y Zoo Nation, el cover de U2, en una versión más cruda y en la que comenzó a revelarse otra gran cualidad que tendría la velada: el despliegue incendiario de los solos a cargo de cada guitarrista (eventualmente también del baterista, que, hay que decirlo, es una bestia). Llegó Today, y se desató esa locura tan hermosa que se genera cuando la gente se encuentra a sí misma cantando una letra que parece dedicada al exacto presente. Tras That Which Animates the Spirit, vino la magia de Tonight, Tonight, con un efecto similar al provocado por Today. Pasó Beguiled, otra buena composición que, sin llegar a la altura de hit, llevó directamente a Ava Adore, la expresión más industrial de la banda, con un Corgan más histriónico que nunca, exclusivamente encargado de cantar, dejando la guitarra a un lado. El frontman arengaba a la audiencia que cantaba, saltaba, y a lo largo del recital, en distintos momentos, también se entregó al moshing y al crowd surfing. La cerveza volaba por el aire. No faltó el “Olé, olé” obligatorio.

Disarm hizo que se derritieran las almas y se fusionaran en una marea de negra nostalgia. A continuación, solamente a cargo de Corgan con una guitarra acústica, vinieron un par de tributos: Landslide de Fleetwood Mac y la blusera Shine On, Harvest Moon de Ruth Etting. Fue un momento intermedio de clima introspectivo, bien enganchado y sabiamente dispuesto en el contexto de un evento de tremendo poderío.

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Otro clásico, Mayonaise, hizo que las vibraciones noventeras sacudieran todo y ni hablar cuando llegó lo tan esperado: escuchar esa frase icónica que dio nombre a la gira, marcando el inicio de un impresionante éxito creativo y de uno de los momentos en que la gente saltando hizo que, literalmente, temblaran las plateas. Tras Empires, retornó la versatilidad melosa con Perfect y luego Sighommi, la única canción del más reciente disco. ¿Qué decir de 1979? Esa nostalgia mística es indescriptible: te hace sentir joven, te transporta justo allí donde todo era más lindo porque no te importaba nada. Jellybelly era otra de las gemas más deseadas y brilló para agitar los esqueletos. Al terminar Gossamer/The Spaniards, Kiki jugó un poco con Thundestruck de AC/DC a modo de introducción para la increíble Cherub Rock. El delirio ya era absoluto. Pero hacía falta más. Algo se anhelaba tanto como un vampiro hambriento desea la sangre, y Corgan lo sabía. Cabe señalar que James Iha fue quien ofició como maestro de ceremonias, presentando a la banda, y hablando con el público tanto o más que el líder, además de tratar de decir todo lo que podía en español.

Entonces, de la guitarra en las manos de ese ser pálido y desgarbado, emanaron los riffs de Heartbreaker (Led Zeppelin), Smells Like Teen Spirit (Nirvana), Enter Sandman (Metallica) y Are You Gonna Go My Way? (Lenny Kravitz), todo para incrementar esa sed que se sació dulcemente cuando el grupo desató la furia de Zero y reinó la psicosis masiva. Finalmente, el bis fue Ziggy Stardust de Bowie, cantado por Iha. Un tributo al padre de todo lo alternativo, al dios de la experimentación en la música pop. Y así terminó un show de aproximadamente dos horas, en el que se produjo una hermosa comunión entre la banda y su séquito, y según muchas voces, el mejor espectáculo de The Smashing Pumpkins en la Argentina.

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El pasado martes 5 de noviembre, la banda estadounidense ícono del rock alternativo se presentó por cuarta vez en Argentina. La sede fue el maravilloso Movistar Arena, donde unas quince mil personas se juntaron para disfrutar de uno de esos grupos que, como escuché decir a alguien al final del show: “son los que le ponen música a tu vida”. Es que, sin dudas, había mucha Generación X llenando el estadio, pero también bastantes Millennials, y sí: The Smashing Pumpkins han creado un legado artístico que forma parte de la identidad de cualquier persona melómana que haya sido adolescente durante los 90’s o la primera década de este siglo.

La banda llegó en el marco del The World Is a Vampire Tour, nombre tomado de esa primera línea que da comienzo a Bullet with Butterfly Wings, uno de los himnos del lado oscuro de la cultura pop. Algo de la frustración y la decepción epocal se reflejaron en la misma estética del grupo liderado por William “Billy” Corgan que, secundado por sus pares, pasó de la vestimenta despreocupada casi grunge, a imitar a Nosferatu, con la cabeza afeitada, maquillado de blanco y usando una sotana negra. Las letras siempre habían sido melancólicas pero se fueron tornando más dolorosas con el paso de los años.

Si bien el disco lanzado este año, Aghori Mhori Mei, es un trabajo excelente que marcó el regreso del grupo, no solamente a lo más cercano a su formación original, con Jimmy Chamberlin y James Iha, sino también a un hard rock tan gótico como directo, esta gira parece haber sido pensada para que el público volviera a enamorarse de la banda. Quizás sea por eso que el setlist de veintidós canciones haya incluido solamente una del nuevo álbum, para enfocarse mucho más en los clásicos. En cualquier caso, está claro que no se trataba de un tour para la presentación de su más reciente creación. Más allá de esto, la espectacular puesta en escena y la actitud de cada integrante del grupo, incluida las más recientes incorporaciones, Jack Bates en bajo y Kiki Wong en guitarra, dieron la sensación de que todo tenía el propósito de que cada persona en la audiencia pasara una noche inolvidable. En mi caso en particular debo decir, sin lugar a dudas, que fue uno de los mejores conciertos de mi vida.

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Bates es el hijo del famoso Peter Hook, ex bajista de Joy Division y New Order, y actualmente en Peter Hook & The Light, donde tocaba junto a su vástago, no solamente por el vínculo familiar, sino por ser, claramente, un discípulo musical, ya que su estilo es muy similar. Wong es una muy talentosa guitarrista que tocó con Taylor Swift y Usher, y fue seleccionada por Corgan para que la banda volviera a tener esa energía femenina que siempre supo tener.

El grupo soporte fue Terapia. La verdad que nunca había oído hablar de ellos, y al escucharlos por primera vez me sonaron a una mezcla de Viejas Locas y Red Hot Chili Peppers. Mientras hacían lo suyo, el Movistar Arena apenas empezaba a poblarse. Las ganas de ver al ahora quinteto que vino desde el norte eran lo único que importaba y podían respirarse en la atmósfera. El show abrió con The Everlasting Gaze, una de las piezas más pesadas del repertorio de la banda y algo quedó claro de inmediato: iba a ser un concierto de un sonido demoledor, verdaderamente aplastante. No sé si es el hecho de contar con tres guitarras y un bajo especialmente agresivo, o si alteraron un poco la afinación, pero absolutamente todo se oía con una potencia que superaba con creces la de las versiones grabadas en la discografía. Otra cosa que empezó a vislumbrarse fue el fantástico juego de luces que, me atrevo a decir, estaba a la altura de las propuestas más tardías de Pink Floyd. La intensidad, los colores, la sincronización con la música, todo daba lugar a una coreografía lumínica hipnótica (o caótica para alguien con epilepsia fotosensible).

Luego siguieron Doomsday Clock y Zoo Nation, el cover de U2, en una versión más cruda y en la que comenzó a revelarse otra gran cualidad que tendría la velada: el despliegue incendiario de los solos a cargo de cada guitarrista (eventualmente también del baterista, que, hay que decirlo, es una bestia). Llegó Today, y se desató esa locura tan hermosa que se genera cuando la gente se encuentra a sí misma cantando una letra que parece dedicada al exacto presente. Tras That Which Animates the Spirit, vino la magia de Tonight, Tonight, con un efecto similar al provocado por Today. Pasó Beguiled, otra buena composición que, sin llegar a la altura de hit, llevó directamente a Ava Adore, la expresión más industrial de la banda, con un Corgan más histriónico que nunca, exclusivamente encargado de cantar, dejando la guitarra a un lado. El frontman arengaba a la audiencia que cantaba, saltaba, y a lo largo del recital, en distintos momentos, también se entregó al moshing y al crowd surfing. La cerveza volaba por el aire. No faltó el “Olé, olé” obligatorio.

Disarm hizo que se derritieran las almas y se fusionaran en una marea de negra nostalgia. A continuación, solamente a cargo de Corgan con una guitarra acústica, vinieron un par de tributos: Landslide de Fleetwood Mac y la blusera Shine On, Harvest Moon de Ruth Etting. Fue un momento intermedio de clima introspectivo, bien enganchado y sabiamente dispuesto en el contexto de un evento de tremendo poderío.

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