Lanzar un disco en el primer año de una nueva década no es poca cosa. Menos si hablamos de Slayer, y mucho menos aún, si esa década es la de los 90’s, que todavía sigue despertando grandes debates acerca de cómo y por qué pasaron las cosas que pasaron en el mundo de la música pesada.
“Seasons in the Abyss” es el quinto álbum en estudio de la legendaria banda estadounidense de Thrash Metal, que terminó su trayectoria el año pasado. Fue grabado durante el mes de enero de 1990 y editado por Def American Records. La producción estuvo a cargo de Rick Rubin, que también era el presidente del sello discográfico en ese momento. Parte de su gran valor histórico reside en haber sido el último trabajo con Dave Lombardo en batería.
Este disco, sucesor del extraordinario “South of Heaven” (1988), siguió esa veta más melódica desarrollada entonces, y desplegó, a lo largo de diez temas, toda la potencia que Slayer tenía para plantarse en el comienzo de una década que vería a varios géneros, dentro y fuera del Metal, alcanzar su clímax y decaer antes del cambio de siglo y de milenio (Grunge, Groove y Nu Metal, Boy Bands, etc.).
Larry Carroll estuvo a cargo del arte de tapa, en el que podemos apreciar una calavera (como en el disco anterior), pero en esta ocasión, con ojos “vivos” y vomitando más calaveras, en una suerte de máquina productora de muerte, adornada con cruces. A sus costados, una suerte de féretros verticales parece emerger del suelo, como creciendo a partir de esas calaveras plantadas en la tierra. Se trata de una representación gráfica que capta muy bien el contenido de las letras del álbum.
El corte de difusión fue el tema homónimo al disco, que tuvo su propio videoclip, filmado en Egipto poco tiempo antes de que se desatara la Guerra del Golfo, ese gran conflicto bélico que inauguraría la era de las luchas voraces por los recursos naturales y transmitidas por TV como películas de Hollywood. De hecho, según comentaron los propios miembros de la banda en varias oportunidades, el ejército estadounidense ya se encontraba allí esperando las órdenes de Bush para atacar. La idea de filmar el video en esa locación fue del mismo Rick Rubin, en una decisión casi visionaria.
El Thrash Metal siempre tuvo como característica la referencia a temas bélicos y la crítica social en sus letras, abarcando posicionamientos antirreligiosos, cuestionamientos a la hipocresía de los sistemas políticos, miradas crudas sobre el consumismo, entre tantos otros. En este disco, Slayer, captando algo del clima de la época, se despachó con mucho más que su usual ataque a los dogmas opresores.
“War Ensemble” habla de la propaganda bélica y de la guerra como deporte. “Expendable Youth” se refiere a la cualidad descartable de quienes integran el ejército y se desangran en batallas nacidas de la obsesión por aumentar las posesiones, como inducidas por estados casi narcóticos. “Skeletons of Society”, describe un escenario apocalíptico de ricos convertidos en mendigos y “tontos” devenidos sabios.
Otro tema destacado en este álbum, que carece de puntos bajos, es “Dead Skin Mask”: clásico que describe la morbosa locura de Ed Gein, célebre asesino serial y profanador de tumbas estadounidense. La canción incorpora la voz de un niño, aunque en verdad, las víctimas (tanto vivas como muertas) de Gein fueron todas mujeres.
En fin, un disco brillante en la impecable carrera musical de Slayer, con Lombardo y Hanneman en la formación, que ya es demasiado decir, y Kerry King todavía con pelo largo. Una obra que nos dejó cinco clásicos -al menos- y eso es exactamente la mitad del álbum. Treinta años después podemos escucharlo hoy día y suena con virtudes que difícilmente encontraremos en la escena contemporánea. Y recuerden que gritar: “Fucking Slayer!” está permitido en todo lugar y momento, cualquiera sabe por qué.
Lanzar un disco en el primer año de una nueva década no es poca cosa. Menos si hablamos de Slayer, y mucho menos aún, si esa década es la de los 90’s, que todavía sigue despertando grandes debates acerca de cómo y por qué pasaron las cosas que pasaron en el mundo de la música pesada.
“Seasons in the Abyss” es el quinto álbum en estudio de la legendaria banda estadounidense de Thrash Metal, que terminó su trayectoria el año pasado. Fue grabado durante el mes de enero de 1990 y editado por Def American Records. La producción estuvo a cargo de Rick Rubin, que también era el presidente del sello discográfico en ese momento. Parte de su gran valor histórico reside en haber sido el último trabajo con Dave Lombardo en batería.
Este disco, sucesor del extraordinario “South of Heaven” (1988), siguió esa veta más melódica desarrollada entonces, y desplegó, a lo largo de diez temas, toda la potencia que Slayer tenía para plantarse en el comienzo de una década que vería a varios géneros, dentro y fuera del Metal, alcanzar su clímax y decaer antes del cambio de siglo y de milenio (Grunge, Groove y Nu Metal, Boy Bands, etc.).
Larry Carroll estuvo a cargo del arte de tapa, en el que podemos apreciar una calavera (como en el disco anterior), pero en esta ocasión, con ojos “vivos” y vomitando más calaveras, en una suerte de máquina productora de muerte, adornada con cruces. A sus costados, una suerte de féretros verticales parece emerger del suelo, como creciendo a partir de esas calaveras plantadas en la tierra. Se trata de una representación gráfica que capta muy bien el contenido de las letras del álbum.
El corte de difusión fue el tema homónimo al disco, que tuvo su propio videoclip, filmado en Egipto poco tiempo antes de que se desatara la Guerra del Golfo, ese gran conflicto bélico que inauguraría la era de las luchas voraces por los recursos naturales y transmitidas por TV como películas de Hollywood. De hecho, según comentaron los propios miembros de la banda en varias oportunidades, el ejército estadounidense ya se encontraba allí esperando las órdenes de Bush para atacar. La idea de filmar el video en esa locación fue del mismo Rick Rubin, en una decisión casi visionaria.
El Thrash Metal siempre tuvo como característica la referencia a temas bélicos y la crítica social en sus letras, abarcando posicionamientos antirreligiosos, cuestionamientos a la hipocresía de los sistemas políticos, miradas crudas sobre el consumismo, entre tantos otros. En este disco, Slayer, captando algo del clima de la época, se despachó con mucho más que su usual ataque a los dogmas opresores.
“War Ensemble” habla de la propaganda bélica y de la guerra como deporte. “Expendable Youth” se refiere a la cualidad descartable de quienes integran el ejército y se desangran en batallas nacidas de la obsesión por aumentar las posesiones, como inducidas por estados casi narcóticos. “Skeletons of Society”, describe un escenario apocalíptico de ricos convertidos en mendigos y “tontos” devenidos sabios.
Otro tema destacado en este álbum, que carece de puntos bajos, es “Dead Skin Mask”: clásico que describe la morbosa locura de Ed Gein, célebre asesino serial y profanador de tumbas estadounidense. La canción incorpora la voz de un niño, aunque en verdad, las víctimas (tanto vivas como muertas) de Gein fueron todas mujeres.
En fin, un disco brillante en la impecable carrera musical de Slayer, con Lombardo y Hanneman en la formación, que ya es demasiado decir, y Kerry King todavía con pelo largo. Una obra que nos dejó cinco clásicos -al menos- y eso es exactamente la mitad del álbum. Treinta años después podemos escucharlo hoy día y suena con virtudes que difícilmente encontraremos en la escena contemporánea. Y recuerden que gritar: “Fucking Slayer!” está permitido en todo lugar y momento, cualquiera sabe por qué.