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Sisters of Mercy en Buenos Aires: “Leyendas del gótico, aunque lo nieguen”
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La noche del 28 de septiembre pasado el Teatro Flores se transformó en templo gótico durante más de dos horas. The Sisters of Mercy, leyendas vivientes del post-punk y el rock gótico, regresaron a Buenos Aires con Andrew Eldritch al frente y una alineación que demostró por qué esta banda sigue siendo referencia indiscutible del género (aunque el cantante diga lo contrario) más de cuatro décadas después de su formación.

Con un 80% de capacidad, el Teatro Flores congregó mayormente a público mayor de 40 años, esos fieles que vivieron la época dorada del rock gótico en los 80 y 90. Pero también se hicieron presentes jovenzuelos que, por herencia o curiosidad, conocieron a la banda y se acercaron a presenciar uno de los shows más esperados del género en Buenos Aires. Mientras uno caminaba por el lugar se podía observar que el ambiente era el esperado,  riguroso negro en la vestimenta, una atmósfera de anticipación casi ritual, y ese calor excesivo característico del Flores cuando está casi lleno.

El acto de apertura estuvo a cargo de los muchachos de Los Péndulos, banda totalmente desconocida para este redactor que con su post-punk sorprendió a más de uno. El sonido fue impecable, permitiendo apreciar todos los instrumentos con claridad. Una apertura profesional que cumplió con su cometido de calentar motores sin opacar lo que vendría después, dejando claro que la escena local mantiene un nivel técnico respetable.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESARThe Cure – Songs Of A Lost World (2024)

Siendo las 21:30, los británicos salieron a escena con la alineación más sólida que han tenido en años. Andrew Eldritch comandó desde su puesto habitual, secundado por Ben Christo y Kai, vocalista de la banda japonesa de metal Esprit D’Air, que ahora ocupa el rol de uno de los dos guitarristas además de aportar coros. Cierra la formación Chris Catalyst como el “operador de Doktor Avalanche”.

Fue el guitarrista de origen asiático quien se robó las miradas durante toda la presentación. Este músico se comió literalmente el escenario: agitando constantemente, pidiendo aplausos, haciendo los coros, moviéndose sin pausa por todas las tablas. Su energía contrastaba perfectamente con la presencia más estática pero igualmente intensa del líder de la banda, creando una dinámica escénica que mantuvo el interés visual durante todo el show.

La voz de Andrew William Harvey Taylor (tal cual su nombre real) se escuchó notoriamente rasposa, marca inevitable de los años y quizás algo más. Esa voz profunda y cavernosa que caracterizó grabaciones clásicas ahora lleva el peso de décadas de giras y la vida misma. Pero lejos de ser un problema, esta raspadura añadió una capa extra de autenticidad a interpretaciones que ya no buscan replicar grabaciones de estudio, sino ofrecer versiones actualizadas y más electrónicas de clásicos inmortales. Eldritch estuvo en constante movimiento durante toda la presentación, demostrando que pese a los años mantiene esa presencia escénica enigmática que lo ha caracterizado. Su figura y sus característicos lentes oscuros se movían entre las sombras y luces del escenario como un espectro comandando la ceremonia gótica.

La ejecución fue correcta de principio a fin, sin “pinchar” en ningún momento. Si bien los sonidos de la banda son considerablemente más electrónicos que en sus grabaciones clásicas. Los arreglos de canciones que originalmente duraban hasta ocho minutos ahora se presentan en versiones de seis minutos, más rápidas, más pulidas, más orientadas hacia la electrónica que hacia el rock gótico que muchos puristas esperan. Esta transformación sonora puede resultar chocante para quienes asisten por primera vez esperando la banda de los videos ochentosos. Pero para quienes entienden que son una banda distinta a la de aquellas grabaciones, el show ofrece una experiencia fascinante de cómo una propuesta puede evolucionar sin perder su esencia oscura.

El setlist combinó clásicos indiscutibles con material que, sorprendentemente, sigue sin ser lanzado oficialmente pese a ser interpretado en vivo durante décadas. Esta es una de las particularidades más frustrantes pero también fascinantes de la agrupación: continúan creando material nuevo pero se niegan a editarlo, convirtiéndose en uno de los misterios más grandes del rock gótico. El ritmo fue implacable: bala tras bala, sin respiro, manteniendo una intensidad que no dio tregua durante la duración del set.

Temas como “Alice” y “Marian” del disco debut First and Last and Always sonaron perfectamente integrados con canciones de Vision Thing como “Ribbons” y “More”. La icónica “Dominion” hizo explotar al público y, como era de esperarse, sonó pegada a “Mother Russia”, ese clásico “one-two punch” que nunca falla. Las canciones inéditas como “Crash and Burn”, “Summer”, “Don’t Drive on Ice”, “On the Beach” y “When I’m On Fire” se mimetizan perfectamente con el material clásico, demostrando que Eldritch sigue siendo un compositor vigente que simplemente decidió dejar de grabar discos pero no de crear música.

Cuando ya había transcurrido más de una hora, el cuarteto volvió a escena para el encore, la tripleta definitiva que corona cada presentación. Las hermanas de la desgracia interpretaron “Temple of Love”, que generó uno de los momentos de mayor comunión entre banda y público. Es imposible no conmoverse cuando ese coro masivo llenó el Teatro Flores, cuando generaciones completamente diferentes cantan al unísono una canción que trasciende épocas y modas. “Lucretia My Reflection” y “This Corrosion” sonaron una detrás de otra, clásicos incombustibles que resumieron todo lo que la banda representa: oscuridad, grandeza, decadencia y belleza entrelazadas.

Verlos en vivo es una experiencia que inevitablemente polariza. Para quienes esperan los músicos de los discos de los 80, el shock puede ser considerable, pero para quienes entienden que están presenciando una banda en constante evolución, que se niega a convertirse en museo viviente de su propio pasado, la experiencia resulta fascinante. No es casualidad que cada gira genere reacciones encontradas. Algunos salen extasiados, otros confundidos, muchos con sentimientos mezclados. Pero nadie sale indiferente. Y quizás esa sea la verdadera marca de una banda legendaria.

Una noche donde la agrupación renovó su pacto con los fieles, donde lo oscuro se celebró sin pudor, donde la nostalgia convivió con la experimentación, y donde quedó claro que mientras Andrew Eldritch quiera seguir comandando esta nave oscura, The Sisters of Mercy seguirá siendo referencia indiscutible del rock gótico. Muchas gracias a los amigos de Icarus Music por la acreditación correspondiente.

Fotos gentileza de Fernando Diaz

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Sisters of Mercy en Buenos Aires: “Leyendas del gótico, aunque lo nieguen”
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La noche del 28 de septiembre pasado el Teatro Flores se transformó en templo gótico durante más de dos horas. The Sisters of Mercy, leyendas vivientes del post-punk y el rock gótico, regresaron a Buenos Aires con Andrew Eldritch al frente y una alineación que demostró por qué esta banda sigue siendo referencia indiscutible del género (aunque el cantante diga lo contrario) más de cuatro décadas después de su formación.

Con un 80% de capacidad, el Teatro Flores congregó mayormente a público mayor de 40 años, esos fieles que vivieron la época dorada del rock gótico en los 80 y 90. Pero también se hicieron presentes jovenzuelos que, por herencia o curiosidad, conocieron a la banda y se acercaron a presenciar uno de los shows más esperados del género en Buenos Aires. Mientras uno caminaba por el lugar se podía observar que el ambiente era el esperado,  riguroso negro en la vestimenta, una atmósfera de anticipación casi ritual, y ese calor excesivo característico del Flores cuando está casi lleno.

El acto de apertura estuvo a cargo de los muchachos de Los Péndulos, banda totalmente desconocida para este redactor que con su post-punk sorprendió a más de uno. El sonido fue impecable, permitiendo apreciar todos los instrumentos con claridad. Una apertura profesional que cumplió con su cometido de calentar motores sin opacar lo que vendría después, dejando claro que la escena local mantiene un nivel técnico respetable.

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Fue el guitarrista de origen asiático quien se robó las miradas durante toda la presentación. Este músico se comió literalmente el escenario: agitando constantemente, pidiendo aplausos, haciendo los coros, moviéndose sin pausa por todas las tablas. Su energía contrastaba perfectamente con la presencia más estática pero igualmente intensa del líder de la banda, creando una dinámica escénica que mantuvo el interés visual durante todo el show.

La voz de Andrew William Harvey Taylor (tal cual su nombre real) se escuchó notoriamente rasposa, marca inevitable de los años y quizás algo más. Esa voz profunda y cavernosa que caracterizó grabaciones clásicas ahora lleva el peso de décadas de giras y la vida misma. Pero lejos de ser un problema, esta raspadura añadió una capa extra de autenticidad a interpretaciones que ya no buscan replicar grabaciones de estudio, sino ofrecer versiones actualizadas y más electrónicas de clásicos inmortales. Eldritch estuvo en constante movimiento durante toda la presentación, demostrando que pese a los años mantiene esa presencia escénica enigmática que lo ha caracterizado. Su figura y sus característicos lentes oscuros se movían entre las sombras y luces del escenario como un espectro comandando la ceremonia gótica.

La ejecución fue correcta de principio a fin, sin “pinchar” en ningún momento. Si bien los sonidos de la banda son considerablemente más electrónicos que en sus grabaciones clásicas. Los arreglos de canciones que originalmente duraban hasta ocho minutos ahora se presentan en versiones de seis minutos, más rápidas, más pulidas, más orientadas hacia la electrónica que hacia el rock gótico que muchos puristas esperan. Esta transformación sonora puede resultar chocante para quienes asisten por primera vez esperando la banda de los videos ochentosos. Pero para quienes entienden que son una banda distinta a la de aquellas grabaciones, el show ofrece una experiencia fascinante de cómo una propuesta puede evolucionar sin perder su esencia oscura.

El setlist combinó clásicos indiscutibles con material que, sorprendentemente, sigue sin ser lanzado oficialmente pese a ser interpretado en vivo durante décadas. Esta es una de las particularidades más frustrantes pero también fascinantes de la agrupación: continúan creando material nuevo pero se niegan a editarlo, convirtiéndose en uno de los misterios más grandes del rock gótico. El ritmo fue implacable: bala tras bala, sin respiro, manteniendo una intensidad que no dio tregua durante la duración del set.

Temas como “Alice” y “Marian” del disco debut First and Last and Always sonaron perfectamente integrados con canciones de Vision Thing como “Ribbons” y “More”. La icónica “Dominion” hizo explotar al público y, como era de esperarse, sonó pegada a “Mother Russia”, ese clásico “one-two punch” que nunca falla. Las canciones inéditas como “Crash and Burn”, “Summer”, “Don’t Drive on Ice”, “On the Beach” y “When I’m On Fire” se mimetizan perfectamente con el material clásico, demostrando que Eldritch sigue siendo un compositor vigente que simplemente decidió dejar de grabar discos pero no de crear música.

Cuando ya había transcurrido más de una hora, el cuarteto volvió a escena para el encore, la tripleta definitiva que corona cada presentación. Las hermanas de la desgracia interpretaron “Temple of Love”, que generó uno de los momentos de mayor comunión entre banda y público. Es imposible no conmoverse cuando ese coro masivo llenó el Teatro Flores, cuando generaciones completamente diferentes cantan al unísono una canción que trasciende épocas y modas. “Lucretia My Reflection” y “This Corrosion” sonaron una detrás de otra, clásicos incombustibles que resumieron todo lo que la banda representa: oscuridad, grandeza, decadencia y belleza entrelazadas.

Verlos en vivo es una experiencia que inevitablemente polariza. Para quienes esperan los músicos de los discos de los 80, el shock puede ser considerable, pero para quienes entienden que están presenciando una banda en constante evolución, que se niega a convertirse en museo viviente de su propio pasado, la experiencia resulta fascinante. No es casualidad que cada gira genere reacciones encontradas. Algunos salen extasiados, otros confundidos, muchos con sentimientos mezclados. Pero nadie sale indiferente. Y quizás esa sea la verdadera marca de una banda legendaria.

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