

Fina arena se pega a mi cuerpo moreno. Arrodillado en la orilla dibujo distraido con un palito. Disfruto tranquilo mientras las olas del mar se llevan cada figura para volver a empezar. La mirada de papá y mamá desde la sombrilla me acaricia. Una estrella de mar, un caballo, ahora una palmera. Una ola lo borra, vuelta a empezar… sabor a sal en la boca, olor a mar, ligera brisa, sencillo, disfrutable. Unos pies se me acercan. Levanto la vista. Zapatos de vestir de cuero negro. Empapados. Un hombre mayor trajeado sin chaqueta pero con corbata. Petrificado mientras suda a mares al sol abrasador. Mirada de tristeza profunda, dolor en sus ojos. Figura encorbada que se agacha hasta sentarse en el agua. Una lágrima resbala por su mejilla mientras se dibuja una sonrisilla en sus labios finos. En el reflejo de sus gafas de pasta mi figura.
“¿Me prestas el palo?” Un hilo de voz. Ronco. Resignado. Suplicante. “Yo también quiero pintar y que papá y mamá me miren”. Olas rompiendo en su espalda. Hombros caídos. Cuerpo cansado. Alma en llamas.
Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida y mi trabajo. Perdí la conexión con lo sencillo. Me arrasó la vida. Cumplir. Aceptar. Trajes grises. Responsabilidades. Quiero mar, un palo, pintar. Conectar. Por eso salgo del metro en Gran Vía. Los nervios de fotografiar en la mítica sala el Sol aceleran mi paso. El “Rubishowcase 2025” me espera. Giro la calle abarrotada de turistas para ver al técnico de sonido apurando su cigarro y algunos madrugadores haciendo cola.
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La Sala El Sol es un personaje en sí misma. Un escenario en semicírculo en una esquina, sin foso. La cercanía obliga a estar entre el público, una comunión que me aterra tanto como alimenta. Pronto me doi cuenta de las reglas: luces escasas, hay que subir la ISO hasta el límite, forzando la máquina para evitar el ruido, buscando esos momentos donde el haz de luz blanca y pura me permita congelar la acción. Vuelta a lo esencial: composición, foco, contraste, luz y sombra.
Bones of Minerva fue la primera. Su música densa y psicodélica te atrapa sin preguntar. La entrega de las cuatro fue contagiosa. Si el metal me lleva siempre a mis instintos más básicos con Bones of Minerva siento que se multiplica, como un ritual druídico, en mitad de un bosque, su energía me golpea, obligado a dejarme llevar por sus contrastes y construcciones. La voz, entre preciosa y maravillosa, quiebra en guturales o gritos, imposible no partirte en dos, imposible parar de fotografiar y buscar momentos o ángulos. La cantante sobre el micro, dejando caer su melena, la guitarrista con el pelo alocado de menear la cabeza y batirla al ritmo de sus notas, la bajista con las piernas algo separadas en una postura de control, dejando una figura preciosa sobre el escenario, la batería en un perfecto tempo, con una contundencia precisa pero desgarrada, media cara tapada por su melena que deja ver la concentración, espectacular. Clavaron su actuación, como siempre, así como el tiempo concedido. “Fuego”, de las más conocidas es el resumen de la conexión con la sala y la ovación para despedirlas.
Luego llegó Indar con su metal que te golpea y te acaricia a partes iguales. Si el talento y el futuro se puede palpar es através de esta banda. El concierto se me pasó fugaz, un setlist de muy pocas canciones que llenaron los aproximadamente 30 minutos, temas que se desarrollan y te transportan entre la calma del valle, al pico más alto de la montaña para degarrar el aire en un grito. Todo con una banda compenetrada y que veo como disfruta en el escenario. Me encantó sentir su conexión, con pequeñas miradas y sonrisas cómplices. En resumen, una despeinada importante, una descarga tan contundente como delicada. Te mece para prepararte antes de soltarte. La caida solo es el principio porque el golpe es el climax. Tanto la bateria como el bajo fueron muy consistentes, me encantaba ver como se preparaban para las partes más doom y los giros sincronizados cambiando el tempo, sonidos arrastrados, grabes, profundos. La guitarra vino para conquistar Madrid, qué excelencia en la ejecución y qué líneas más bonitas, tramos de técnica, solos y transiciones de mucho talento. Con la voz me faltan conocimientos técnicos para describiros lo que escuchamos, mejor buscaís la banda y lo valoráis vosotros mismos. Por supuesto que en directo se multiplica el disfrute y en la Sol, a dos palmos de la cantante, se roza el extasis. Dejó muchas posturas, caras y gestos en su interpretación, espero que las fotos os permitan intuir lo brutal del conjunto. Quiero más Indar, espero verlas en directo muchas más veces.
Murina puso el punto más punky/grunge de la noche. Con una furia directa, que me recordó que la rabia es un combustible necesario en el metal. Dieron buena zapatilla desde el primer tema. Un power trío muy unido que dejó una actuación profesional. Las luces fueron más oscuras y dirigidas. Traté de buscar los encuadres que favorecieran más la luz en los rostros. Como las bandas anteriores clavó la actuación y el tiempo concedido para el setlist, voló, todo en orden en la Sol.
Fue en el set de Veracrvz donde más disfruté como fotógrafo. La luces estuvieron muy ajustadas para buscar altos contraste, con haces muy marcados que dejaban parte de los músicos recortados. Además, la cercanía con los artistas, el tono general de la sala, la intensidad, me metía en su propuesta, repleta de calidad musical con temas de una producción esquisita y una interpretación natural. Como ya había ocurrido durante toda la noche, la conexión del trío se dejó ver en sus miradas, sonrisas y gestos de complicidad. Da mucho gusto comprobar cómo disfrutan de lo que hacen, cómo creen en su proyecto y lo defienden en el escenario con una calidad top. Usé el gran angular, pero la iluminación no permitia ver bien lo que estaba pasando, opté por el 50mm y traté de capturar el movimiento de los cuerpos entregados a sus instrumentos. El bajista no paró un segundo de sonreir, sus gestos al ritmo de la música eran contagiosos y su actitud un regalo para el público, optimista, alegre, motivador, me cautivó. El bateria en contaste ritmo miraba a uno y otro entre sonrisas con un semblante serio, pura concentración. Y que decir de la voz, qué pasada de interpretación, vaya forma de dejarse todo en el escenario, no podía parar de fotografiarla, quería condensar su entrega, sus miradas, sus pasos seguros y rápidos separandose del micrófono o su delicadeza al hacercarse para cantar. Espero que alguna foto pueda apuntar lo que fue. Espectacular.
En ese momento de simpleza brutal, me sentí como el niño en la orilla. Dibujando, fotografiando. Efímero el gesto, fugaz la sonrisa, imparable la música. Disfrutando de lo esencial. Me dejé llevar, no pensaba en la técnica, solo en el sentimiento.
Cuatro bandas nacionales con cuatro estilos muy distintos que sonaron espectaculares gracias al gran trabajo del técnico de sonido. También destacar lo rápido que cambiaron entre bandas, para reducir al máximo la espera, como destacó la organización, “con tanta mujer en escena era algo que se podia esperar”, así como el buen ambiente en general y la energía positiva, de unión. Más conciertos como este es lo que necesitamos para levantar la escena, bien organizados y hechos con cariño.
Camino a casa, me regodeo en lo vivido. Cansado. Con el brazo entumezido de sostener la cámara. Pienso en disfrutar de lo sencillo. Apuntar y disparar. Condensar en un instante. Mi mente se acelera deseoso de revisar las tomas. Más, necesito más. Cuerpo cansado. Alma en llamas.


Fina arena se pega a mi cuerpo moreno. Arrodillado en la orilla dibujo distraido con un palito. Disfruto tranquilo mientras las olas del mar se llevan cada figura para volver a empezar. La mirada de papá y mamá desde la sombrilla me acaricia. Una estrella de mar, un caballo, ahora una palmera. Una ola lo borra, vuelta a empezar… sabor a sal en la boca, olor a mar, ligera brisa, sencillo, disfrutable. Unos pies se me acercan. Levanto la vista. Zapatos de vestir de cuero negro. Empapados. Un hombre mayor trajeado sin chaqueta pero con corbata. Petrificado mientras suda a mares al sol abrasador. Mirada de tristeza profunda, dolor en sus ojos. Figura encorbada que se agacha hasta sentarse en el agua. Una lágrima resbala por su mejilla mientras se dibuja una sonrisilla en sus labios finos. En el reflejo de sus gafas de pasta mi figura.
“¿Me prestas el palo?” Un hilo de voz. Ronco. Resignado. Suplicante. “Yo también quiero pintar y que papá y mamá me miren”. Olas rompiendo en su espalda. Hombros caídos. Cuerpo cansado. Alma en llamas.
Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje. Odio mi vida y mi trabajo. Perdí la conexión con lo sencillo. Me arrasó la vida. Cumplir. Aceptar. Trajes grises. Responsabilidades. Quiero mar, un palo, pintar. Conectar. Por eso salgo del metro en Gran Vía. Los nervios de fotografiar en la mítica sala el Sol aceleran mi paso. El “Rubishowcase 2025” me espera. Giro la calle abarrotada de turistas para ver al técnico de sonido apurando su cigarro y algunos madrugadores haciendo cola.
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La Sala El Sol es un personaje en sí misma. Un escenario en semicírculo en una esquina, sin foso. La cercanía obliga a estar entre el público, una comunión que me aterra tanto como alimenta. Pronto me doi cuenta de las reglas: luces escasas, hay que subir la ISO hasta el límite, forzando la máquina para evitar el ruido, buscando esos momentos donde el haz de luz blanca y pura me permita congelar la acción. Vuelta a lo esencial: composición, foco, contraste, luz y sombra.
Bones of Minerva fue la primera. Su música densa y psicodélica te atrapa sin preguntar. La entrega de las cuatro fue contagiosa. Si el metal me lleva siempre a mis instintos más básicos con Bones of Minerva siento que se multiplica, como un ritual druídico, en mitad de un bosque, su energía me golpea, obligado a dejarme llevar por sus contrastes y construcciones. La voz, entre preciosa y maravillosa, quiebra en guturales o gritos, imposible no partirte en dos, imposible parar de fotografiar y buscar momentos o ángulos. La cantante sobre el micro, dejando caer su melena, la guitarrista con el pelo alocado de menear la cabeza y batirla al ritmo de sus notas, la bajista con las piernas algo separadas en una postura de control, dejando una figura preciosa sobre el escenario, la batería en un perfecto tempo, con una contundencia precisa pero desgarrada, media cara tapada por su melena que deja ver la concentración, espectacular. Clavaron su actuación, como siempre, así como el tiempo concedido. “Fuego”, de las más conocidas es el resumen de la conexión con la sala y la ovación para despedirlas.
Luego llegó Indar con su metal que te golpea y te acaricia a partes iguales. Si el talento y el futuro se puede palpar es através de esta banda. El concierto se me pasó fugaz, un setlist de muy pocas canciones que llenaron los aproximadamente 30 minutos, temas que se desarrollan y te transportan entre la calma del valle, al pico más alto de la montaña para degarrar el aire en un grito. Todo con una banda compenetrada y que veo como disfruta en el escenario. Me encantó sentir su conexión, con pequeñas miradas y sonrisas cómplices. En resumen, una despeinada importante, una descarga tan contundente como delicada. Te mece para prepararte antes de soltarte. La caida solo es el principio porque el golpe es el climax. Tanto la bateria como el bajo fueron muy consistentes, me encantaba ver como se preparaban para las partes más doom y los giros sincronizados cambiando el tempo, sonidos arrastrados, grabes, profundos. La guitarra vino para conquistar Madrid, qué excelencia en la ejecución y qué líneas más bonitas, tramos de técnica, solos y transiciones de mucho talento. Con la voz me faltan conocimientos técnicos para describiros lo que escuchamos, mejor buscaís la banda y lo valoráis vosotros mismos. Por supuesto que en directo se multiplica el disfrute y en la Sol, a dos palmos de la cantante, se roza el extasis. Dejó muchas posturas, caras y gestos en su interpretación, espero que las fotos os permitan intuir lo brutal del conjunto. Quiero más Indar, espero verlas en directo muchas más veces.
Murina puso el punto más punky/grunge de la noche. Con una furia directa, que me recordó que la rabia es un combustible necesario en el metal. Dieron buena zapatilla desde el primer tema. Un power trío muy unido que dejó una actuación profesional. Las luces fueron más oscuras y dirigidas. Traté de buscar los encuadres que favorecieran más la luz en los rostros. Como las bandas anteriores clavó la actuación y el tiempo concedido para el setlist, voló, todo en orden en la Sol.
Fue en el set de Veracrvz donde más disfruté como fotógrafo. La luces estuvieron muy ajustadas para buscar altos contraste, con haces muy marcados que dejaban parte de los músicos recortados. Además, la cercanía con los artistas, el tono general de la sala, la intensidad, me metía en su propuesta, repleta de calidad musical con temas de una producción esquisita y una interpretación natural. Como ya había ocurrido durante toda la noche, la conexión del trío se dejó ver en sus miradas, sonrisas y gestos de complicidad. Da mucho gusto comprobar cómo disfrutan de lo que hacen, cómo creen en su proyecto y lo defienden en el escenario con una calidad top. Usé el gran angular, pero la iluminación no permitia ver bien lo que estaba pasando, opté por el 50mm y traté de capturar el movimiento de los cuerpos entregados a sus instrumentos. El bajista no paró un segundo de sonreir, sus gestos al ritmo de la música eran contagiosos y su actitud un regalo para el público, optimista, alegre, motivador, me cautivó. El bateria en contaste ritmo miraba a uno y otro entre sonrisas con un semblante serio, pura concentración. Y que decir de la voz, qué pasada de interpretación, vaya forma de dejarse todo en el escenario, no podía parar de fotografiarla, quería condensar su entrega, sus miradas, sus pasos seguros y rápidos separandose del micrófono o su delicadeza al hacercarse para cantar. Espero que alguna foto pueda apuntar lo que fue. Espectacular.
En ese momento de simpleza brutal, me sentí como el niño en la orilla. Dibujando, fotografiando. Efímero el gesto, fugaz la sonrisa, imparable la música. Disfrutando de lo esencial. Me dejé llevar, no pensaba en la técnica, solo en el sentimiento.
Cuatro bandas nacionales con cuatro estilos muy distintos que sonaron espectaculares gracias al gran trabajo del técnico de sonido. También destacar lo rápido que cambiaron entre bandas, para reducir al máximo la espera, como destacó la organización, “con tanta mujer en escena era algo que se podia esperar”, así como el buen ambiente en general y la energía positiva, de unión. Más conciertos como este es lo que necesitamos para levantar la escena, bien organizados y hechos con cariño.
Camino a casa, me regodeo en lo vivido. Cansado. Con el brazo entumezido de sostener la cámara. Pienso en disfrutar de lo sencillo. Apuntar y disparar. Condensar en un instante. Mi mente se acelera deseoso de revisar las tomas. Más, necesito más. Cuerpo cansado. Alma en llamas.























