

Texto por Alex Baillie
Anoche, en el mítico recinto The Garage de Glasgow, el público fue testigo de una velada oscura, envolvente y profundamente atmosférica, en la que Paradise Lost presentó su gira Ascension acompañados por dos propuestas de gran carácter: Messa y High Parasite. Fue una de esas noches donde cada banda pareció cumplir un rol específico dentro de una misma narrativa: del impulso y la novedad, a la inmersión y el trance, hasta la catarsis final.
La noche abrió con High Parasite, que subió al escenario con una energía y una seguridad sorprendentes. Liderados por Aaron Stainthorpe —recién desvinculado de My Dying Bride—, el grupo impuso de inmediato un tono entre el pop oscuro y el doom gótico. Su sonido, al que ellos mismos han llegado a definir como death pop, combinó riffs punzantes, melodías cargadas de gancho y una atmósfera sombría, más orientada al impulso que al arrastre.
En lo visual, apostaron por una estética marcadamente gótica: luces bajas, sombras nítidas, miradas enigmáticas y leves toques teatrales que ayudaron a proyectar su identidad sin recurrir al exceso. Desde los primeros compases quedó claro que la banda no busca reinventar el doom, sino revitalizarlo desde dentro, con un enfoque más directo y contemporáneo.
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Sus canciones, compactas y bien estructuradas, evitaron la sobrecarga instrumental y mantuvieron un pulso constante entre oscuridad y dinamismo. En lugar de hundirse en la densidad melancólica típica del género, High Parasite eligió el camino de la inmediatez. El resultado fue un set que, sin renunciar a la melancolía, logró mantener al público atento y expectante.
No fue el acto más pesado ni el más lento de la velada, pero no hacía falta: High Parasite triunfó por su frescura, por su confianza sobre el escenario y por esa mezcla de misterio y cercanía que solo logran las bandas con un futuro prometedor. Se retiraron dejando la sensación de que esto es solo el principio de algo que podría evolucionar con fuerza.
A continuación, Messa ofreció un contraste absoluto. Los italianos transformaron el ambiente con una presentación ritualista, atmosférica y profundamente inmersiva. Con varios años de trayectoria y una identidad ya bien definida, el cuarteto desplegó una actuación basada en la tensión, los matices y un constante juego de dinámicas.
Desde los primeros acordes, el concierto adquirió un tono casi hipnótico. Sara Bianchin, en la voz, se movía entre lo etéreo y lo desgarrado, mientras la instrumentación alternaba pasajes de blues lento con explosiones de crudeza cortante. El uso del espacio escénico fue particular: ocuparon mayormente un solo lado del escenario, creando una sensación de desequilibrio deliberado, casi íntimo, como si invitaran al público a presenciar un ritual reservado para iniciados.
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El show de Messa no solo fue ritualístico, sino que rozó lo trascendental. Su mezcla de estilos —del doom más contemplativo al jazz, el drone y el rock psicodélico— funciona con una precisión impecable. El sonido fue cristalino, envolvente, y la ejecución, perfecta, dejando ver la unión entre los músicos y el fuerte vínculo que los sostiene. La interacción entre ellos, casi telepática, reflejaba una cohesión poco común incluso entre bandas con más años de trayectoria.
Cerraron su set con “Thicker Blood”, una elección que añadió un componente emocional especial. Momentos antes de salir al escenario, durante la entrevista realizada por Luis para Track to Hell, Sara había mencionado que era la canción del nuevo álbum que más resonaba con ella, algo que Rocco —baterista— también compartía. Al llegar ese momento, la interpretación cobró un peso adicional, como si la banda entera se alineara en torno a esa emoción común. La intensidad creció de manera natural hasta desbordar el escenario, dejando a la sala en un estado de silenciosa fascinación.
Con un cierre tan poderoso, Messa se consolidó como una de las propuestas más singulares y coherentes dentro de la escena actual. Ahora solo queda esperar su próxima aparición en el Damnation Festival, donde seguramente volverán a dejar una marca profunda.
Con Paradise Lost, la noche alcanzó su punto culminante. La banda salió a escena con una recepción entusiasta y un público completamente entregado. Abrieron con varios temas de su nuevo álbum Ascension —editado en septiembre de 2025—, y pronto comenzaron a alternar material reciente con cortes clásicos de su extensa discografía.
Desde los primeros minutos, el grupo mostró un dominio absoluto del escenario. La ejecución fue pulida, precisa y cargada de emoción. El bajo y la batería cimentaron una base densa, mientras las guitarras —con su inconfundible mezcla de melancolía y agresión— dieron cuerpo tanto a los nuevos temas como a los himnos más celebrados. Nick Holmes, por su parte, ofreció una interpretación sobria pero expresiva, logrando que cada palabra se sintiera con peso y convicción.
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El setlist encontró un equilibrio ejemplar entre presente y pasado: temas de Ascension convivieron sin fricción con clásicos como “Faith Divides Us” o “One Second”, manteniendo la atención del público en todo momento. La banda jugó con los contrastes —luz y sombra, densidad y calma— de una manera que parecía coreografiada. Cada tema estaba colocado con propósito, generando una narrativa fluida que abarcó más de tres décadas de historia sin perder coherencia.
La puesta en escena, sobria y efectiva, reforzó el carácter emocional del concierto. The Garage, con su aforo medio y su acústica envolvente, resultó el marco ideal para una presentación que apeló tanto a la nostalgia como a la evolución. Paradise Lost demostraron que, lejos de estancarse, continúan explorando su propio sonido con la madurez y la sensibilidad de quienes comprenden la esencia del género que ayudaron a forjar.
Si hubo un punto menor a señalar, fue la transición algo abrupta entre Messa y los británicos, algo comprensible dada la estricta logística del recinto. Más allá de eso, el flujo general de la noche fue impecable. El público abandonó la sala con la sensación de haber asistido a una experiencia completa: una sucesión de atmósferas, riffs pesados, melodías melancólicas y, sobre todo, la confirmación de que Paradise Lost siguen creciendo y desafiando expectativas incluso después de más de tres décadas de carrera.
Una noche donde la oscuridad, lejos de oprimir, se volvió pura celebración.

- High Parasite
- High Parasite
- High Parasite
- High Parasite
- Messa
- Messa
- Messa
- Messa
- Paradise Lost
- Paradise Lost
- Paradise Lost
- Paradise Lost


Texto por Alex Baillie
Anoche, en el mítico recinto The Garage de Glasgow, el público fue testigo de una velada oscura, envolvente y profundamente atmosférica, en la que Paradise Lost presentó su gira Ascension acompañados por dos propuestas de gran carácter: Messa y High Parasite. Fue una de esas noches donde cada banda pareció cumplir un rol específico dentro de una misma narrativa: del impulso y la novedad, a la inmersión y el trance, hasta la catarsis final.
La noche abrió con High Parasite, que subió al escenario con una energía y una seguridad sorprendentes. Liderados por Aaron Stainthorpe —recién desvinculado de My Dying Bride—, el grupo impuso de inmediato un tono entre el pop oscuro y el doom gótico. Su sonido, al que ellos mismos han llegado a definir como death pop, combinó riffs punzantes, melodías cargadas de gancho y una atmósfera sombría, más orientada al impulso que al arrastre.
En lo visual, apostaron por una estética marcadamente gótica: luces bajas, sombras nítidas, miradas enigmáticas y leves toques teatrales que ayudaron a proyectar su identidad sin recurrir al exceso. Desde los primeros compases quedó claro que la banda no busca reinventar el doom, sino revitalizarlo desde dentro, con un enfoque más directo y contemporáneo.
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Sus canciones, compactas y bien estructuradas, evitaron la sobrecarga instrumental y mantuvieron un pulso constante entre oscuridad y dinamismo. En lugar de hundirse en la densidad melancólica típica del género, High Parasite eligió el camino de la inmediatez. El resultado fue un set que, sin renunciar a la melancolía, logró mantener al público atento y expectante.
No fue el acto más pesado ni el más lento de la velada, pero no hacía falta: High Parasite triunfó por su frescura, por su confianza sobre el escenario y por esa mezcla de misterio y cercanía que solo logran las bandas con un futuro prometedor. Se retiraron dejando la sensación de que esto es solo el principio de algo que podría evolucionar con fuerza.
A continuación, Messa ofreció un contraste absoluto. Los italianos transformaron el ambiente con una presentación ritualista, atmosférica y profundamente inmersiva. Con varios años de trayectoria y una identidad ya bien definida, el cuarteto desplegó una actuación basada en la tensión, los matices y un constante juego de dinámicas.
Desde los primeros acordes, el concierto adquirió un tono casi hipnótico. Sara Bianchin, en la voz, se movía entre lo etéreo y lo desgarrado, mientras la instrumentación alternaba pasajes de blues lento con explosiones de crudeza cortante. El uso del espacio escénico fue particular: ocuparon mayormente un solo lado del escenario, creando una sensación de desequilibrio deliberado, casi íntimo, como si invitaran al público a presenciar un ritual reservado para iniciados.
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El show de Messa no solo fue ritualístico, sino que rozó lo trascendental. Su mezcla de estilos —del doom más contemplativo al jazz, el drone y el rock psicodélico— funciona con una precisión impecable. El sonido fue cristalino, envolvente, y la ejecución, perfecta, dejando ver la unión entre los músicos y el fuerte vínculo que los sostiene. La interacción entre ellos, casi telepática, reflejaba una cohesión poco común incluso entre bandas con más años de trayectoria.
Cerraron su set con “Thicker Blood”, una elección que añadió un componente emocional especial. Momentos antes de salir al escenario, durante la entrevista realizada por Luis para Track to Hell, Sara había mencionado que era la canción del nuevo álbum que más resonaba con ella, algo que Rocco —baterista— también compartía. Al llegar ese momento, la interpretación cobró un peso adicional, como si la banda entera se alineara en torno a esa emoción común. La intensidad creció de manera natural hasta desbordar el escenario, dejando a la sala en un estado de silenciosa fascinación.
Con un cierre tan poderoso, Messa se consolidó como una de las propuestas más singulares y coherentes dentro de la escena actual. Ahora solo queda esperar su próxima aparición en el Damnation Festival, donde seguramente volverán a dejar una marca profunda.
Con Paradise Lost, la noche alcanzó su punto culminante. La banda salió a escena con una recepción entusiasta y un público completamente entregado. Abrieron con varios temas de su nuevo álbum Ascension —editado en septiembre de 2025—, y pronto comenzaron a alternar material reciente con cortes clásicos de su extensa discografía.
Desde los primeros minutos, el grupo mostró un dominio absoluto del escenario. La ejecución fue pulida, precisa y cargada de emoción. El bajo y la batería cimentaron una base densa, mientras las guitarras —con su inconfundible mezcla de melancolía y agresión— dieron cuerpo tanto a los nuevos temas como a los himnos más celebrados. Nick Holmes, por su parte, ofreció una interpretación sobria pero expresiva, logrando que cada palabra se sintiera con peso y convicción.
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El setlist encontró un equilibrio ejemplar entre presente y pasado: temas de Ascension convivieron sin fricción con clásicos como “Faith Divides Us” o “One Second”, manteniendo la atención del público en todo momento. La banda jugó con los contrastes —luz y sombra, densidad y calma— de una manera que parecía coreografiada. Cada tema estaba colocado con propósito, generando una narrativa fluida que abarcó más de tres décadas de historia sin perder coherencia.
La puesta en escena, sobria y efectiva, reforzó el carácter emocional del concierto. The Garage, con su aforo medio y su acústica envolvente, resultó el marco ideal para una presentación que apeló tanto a la nostalgia como a la evolución. Paradise Lost demostraron que, lejos de estancarse, continúan explorando su propio sonido con la madurez y la sensibilidad de quienes comprenden la esencia del género que ayudaron a forjar.
Si hubo un punto menor a señalar, fue la transición algo abrupta entre Messa y los británicos, algo comprensible dada la estricta logística del recinto. Más allá de eso, el flujo general de la noche fue impecable. El público abandonó la sala con la sensación de haber asistido a una experiencia completa: una sucesión de atmósferas, riffs pesados, melodías melancólicas y, sobre todo, la confirmación de que Paradise Lost siguen creciendo y desafiando expectativas incluso después de más de tres décadas de carrera.
Una noche donde la oscuridad, lejos de oprimir, se volvió pura celebración.

- High Parasite
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- Messa
- Messa
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- Paradise Lost
- Paradise Lost
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