


Surgidas ambas formaciones vascas del grupo euskaldun Etsaiak (1987-2017), una como proyecto paralelo convertido en un tren de largo recorrido, y la otra como continuación de esos amigos disueltos y disolutos, que tuvo su momento álgido en los años noventa, y principios de siglo bajo el manto de Esan Ozenki, el prolífico sello de Fermín Muguruza.
La sala Deskomunal, y el distrito de Sants, es de nuevo el lugar de acogida para esta panda de náufragos que son los chicos de EtsaiakEroak, y es que sus dos últimas visitas a la capital catalana se han producido, o bien en esta misma sala, o durante las fiestas del barrio, hará tres años en el festival Sants es Crema (Sants se quema).
Con una nueva alineación, en la que se mantiene inalterable Auo al timón, junto a Jon Estankona a la batería, Joseba al bajo, Aitor a la guitarra, así como, un viejo conocido de la escena metal barcelonesa, el hacha Jordi Chía aka “Mono”, que ha militado en bandas death como Virulentos, y desde hace unos años en los metaleros Metator, y los heavy punks Arma-T, cuyo logo lucía en la batería que ambas bandas utilizaron, así como, los instrumentos, que también fueron compartidos por los dos combos.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Fermín Muguruza en Barcelona: “Nunca rendirse, retroceder jamás”
La intro con sonido de alarma para la pieza que daba título al último trabajo editado por Etsaiak en 2016, el EP “Bukaeraren Hasiera” (el principio del fin), dando así, rienda suelta a su veloz, y atemporal crossover de hardcore metal punk de los de Lekeitio. Auo afirmo reiteradamente quellegaron con un petardo en el culo, y con lo puesto. De hecho, aun andaban probando sonido cuando accedimos a la sala, pasadas las nueve de la noche.
Continuaron el abordaje con “Demokrazia Faltsua” de su disco Presoak S.O.S. de 1994, aunque ya había una versión primigenia de esta, en su maketa del 91. Con temática similar es el turno ahora para la policía vasca, con “Zaindari Ustelak” (Podridos Guardianes). Al final de este corte policial, nos dijo el peculiar vocalista, que nosotros también tenemos nuestros zipaios, apelativo con el que se conoce a la Ertzaintza, en Catalunya Mossos d’ Esquadra, o también llamados Gossos (perros).
Desde Apurtu Arte (2008) llega a toda velocidad “Ilegal” de apenas minuto y medio. Auo presenta como balada, al menos para ellos, esa preciosidad llamada “Etorkizuna” (el futuro), y es que en el disco en estudio cuenta con la encantadora voz dela afro-vasca Afrika Bibang, que le da otro aire a esta gran composición. El excantante de Etsaiak,agradece a Jordi Mono, y a los Arma-T la batería y el equipo, sin el cual no hubieran podido tocar esta noche, para acto seguido ir a toda ostia hacia el “Kaos”, su disco homónimo del 2001, en el que todo el diseño gráfico se basa en el Gernika de Picasso.
Aunque para velocidad, una de las clásicas con la anticlerical “Amen”, tras limpiar el escenario por algún vaso derramado, una de mis favoritas, con “Zuzen” desde su álbum del 95, Gerra Zikina (Guerra Sucia). Una vez resituados los monitores para tener más espacio, pasamos al castellano, o erdera como dicen allá, con “A Reventar”, y una dedicada a los chicos de Ultimo Rekurso, “Vomito, Miseria y Vida”. Un saludo al barrio de Sants, antes de atacar con “Apurtu Arte” (Hasta que se rompa), “Manipulatuak” es un tema que versionan un grupo catalán de hardcore metal de La Roca del Vallès, o hardcore de Pagés, a los que se la dedica, y con los que dice el de Lekeitio,ha aprendido el poco catalán que sabe.
Otra reliquia desde su primera demo es “Direkzión Obligatoria”, otra en castellano con “Subversión”, se pega a la versión de los míticos RIP, “Antimilitar”. Perseguida por el grito de “Presoak S.O.S.”, y otra que popularizó RIP en su época, el “Lepoan Hartu ta Segi Aurrera” de Telesforo Monzón, con gritos de Visca Catalunya lliure, y Gora Euskadi Askatuta.
Para finiquitar, nos ofrecen su histórica primera composición, “Zirikatu”, y otra de los RIP, la dedicada al Estado fascista español, “Odio mi Patria”, y al grito de Sants es Punk sellaron sesenta minutos de locura. Durante los cuales sufrieron algún que otro problema con el micrófono, voz algo baja respecto al resto en un principio, y un sonido algo atropellado, como de costumbre. Extrañamente o no, solo hicieron una perteneciente a alguno de los cuatro trabajos de EtsaiakEroak, siendo todo perteneciente a la era Etsaiak, covers de RIP incluidos.
Otro cantar es lo de Iñigito Txapelpunk, que inicio esta aventura en solitario en 1999, combinándolo con su omnipresencia a las guitarras de Etsaiak, así como, durante un par de años, 2013-2015 también a la voz de los bilbainosM.C.D. Ahora concentrado en su banda, se presenta en La Deskomunal, nueve meses después de su anterior visita, junto al enérgico Txilo (Turbofuckers) a la batería, y Aitortxu, como nuevo bajista, con el que estuvieron bromeando, sobre qué si era su primer bolo, y que se ha aprendido el repertorio en unos meses, etcétera.
Empezaron con “Olentzerori”, en la cultura vasca, el carbonero que lleva los regalos durante las fiestas navideñas, y que abre su disco Betty Rockanroll (2017), seguida por un Gabon (buenas noches) Deskomunal una intensa “Insuntza” desde su álbum debut, y dedicada a la playa del mismo nombre, ubicada en Lekeitio, y por otro corte en euskera, “Prest” (preparado), perteneciente a su disco de 2014, el titulado Los Mejores de los Peores.
De ahí saltaron a la existencial “Pudo Hacer”, y de ahí, a la dedicada a “Palestina”, denunciando el horror que se está viviendo en Gaza, de la mano de hierro del siniestro estado sionista israelí, al día siguiente se realizaría una gran manifestación en el centro de Barcelona. Interrelacionada con esta guerra genocida, cuyo único objetivo es el exterminio de un pueblo, llega la anti militar “Soldier”, con una letra que recuerda aquel viejo lema, Tanques sí, pero de cerveza.
Antes de empezar el siguiente tema, “Rockadicto”, Iñigo anuncia que se va a equivocar seguro, porque siempre le pasa, y efectivamente, tuvo que volver a repetir el inicio de esta oda a su adicción al punk, y es que como también dijo, esa no era su guitarra, de hecho, es con la que había tocado Aitor de EtsaiakEroak, unos minutos antes.
Demanda Txapel la presencia de Auo para cantar el siguiente canto, “E.H.”, dedicado a Euskal Herria, o País Vasco en castellano, entrando en acción con la canción ya iniciada. Aprovechando que el vocalista de EtsaiakEroak es sobre el escenario, continúan con el cantico clásico dedicado a la policía, que sea el color que sea que luzca su uniforme, un cabrón es un cabrón, de rojo, azul, verde o marrón.
Dos más de su disco Vaya Full (2009), con la divertida “Besos de Kubata”, y la egocéntrica “Loko Kuerdo”. Para finalizar sorpresivamente después tan solo cuarenta y cinco minutos con “Zergaitik Ez”, con esas partes reagge, y con Auo de nuevo en escena. Incomprensible que redujera prácticamente a la mitad el repertorio previsto.
Esperemos que el mes próximo en su gira por México, se estire algo más, si no quiere salir baleado, ya que redujo a la mitad el repertorio previsto de veinticinco canciones, todas propias, nada de versiones ajenas, o de sus anteriores formaciones.
Fotografía portada: Xabi Jauregi
Etiquetas: barcelona, España, Etsaiakeroak, La Deskomunal, Punk, Txapelpunk

La tarde del sábado 4 de octubre arrancó con una puntualidad casi británica en Razzmatazz. A las 18:00hs se abrían las puertas y, apenas media hora después, Imperial Triumphant ya comenzaban su particular ceremonia de caos dorado ante un público que aún terminaba de llenar la sala.
Su directo fue tan breve como arrollador: apenas media hora de delirio técnico y teatralidad abrasiva, donde el trío neoyorquino volvió a demostrar por qué son una de las bandas más visionarias del metal extremo actual.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Igorrr en Bilbao: “Entre el oro, los circuitos y los demonios”
Entre luces doradas, trompetas en llamas y copas de champán, descargaron sobre todo material de su último álbum Goldstar, dejando únicamente un guiño a sus inicios con “Devs Est Machina”. Media hora justa de locura sonora (demasiado corta), pero suficiente para dejar huella.
A las 19:35 h era el turno de Master Boot Record, que cambiaron por completo la atmósfera. El humo y las máscaras dieron paso a neones y sintetizadores. El proyecto de Victor Love nos sumergió en un universo cibernético donde las guitarras se entrelazaban con bases programadas y estética retro-futurista.
El foco, sin embargo, recayó en Edoardo Taddei, un guitarrista que convirtió cada solo en un despliegue de velocidad y técnica, rozando lo neoclásico. La proyección de gráficos de 8 bits y códigos informáticos creaba un ambiente de videojuego infernal, una especie de Tron metalero que encendió la pista con varios circle pits. Fue un show intenso, distinto, y sorprendentemente emocional para algo tan digital.
Y entonces, a las 20:40 h, se hizo el silencio… y la oscuridad dio paso a Igorrr.
Gautier Serre apareció como un director de orquesta del caos, rodeado de músicos que parecían salidos de diferentes dimensiones. Desde el primer golpe de “Daemoni”, quedó claro que la propuesta no tiene igual: un torbellino donde conviven ópera barroca, breakcore, black metal y techno balcánico, todo en perfecta desarmonía.
Serre alternaba entre teclados, percusión y guitarra, dirigiendo su criatura sonora con precisión quirúrgica. Los vocalistas ofrecieron un despliegue vocal asombroso, alternando guturales demoníacos con pasajes líricos casi angelicales. No faltaron canciones como “ieuD”, ni “ADHD” ni la gran “Blastbeat Falafel”.
Durante más de hora y media, Igorrr repasaron sus tres últimos discos, uniendo piezas de Spirituality and Distortion, Savage Sinusoid y Amen, su más reciente trabajo. La intensidad no decayó ni un segundo.
El cierre llegó con un par de bises del Spirituality…, “Very Noise” y “Camel Dancefloor”, coronados por un apoteósico “Opus Brain” que convirtió Razzmatazz en una misa dionisíaca.
No hay etiquetas que definan lo de Igorrr: no es metal, no es electrónica, no es ópera. Es, simplemente, otra liga. En Barcelona volvieron a confirmarlo.


Después de una noche que difícilmente podría calificarse de reparadora, me despierto con los primeros rayos de un sol tímido que por fin se asoma entre las nubes que nos habían acompañado desde la víspera, dando un respiro a todos los presentes en Call of the Crow. La tormenta Amy ya había dejado su marca en todo el predio, y mi carpa —o lo que quedaba de ella— se había transformado en una masa retorcida de lona y varillas. Así que, resignado pero de buen humor, terminé durmiendo en el garaje principal junto a algunos otros miembros de las bandas a quienes no les tentaba la idea de acampar durante la tormenta.
Lo que en otro contexto podría haber sido un comienzo desalentador, aquí se convirtió en una anécdota compartida entre risas mientras esperábamos el primer café del día. La pequeña estación de Black Coffee Worship, instalada junto al granero principal, volvió a ser el punto de encuentro matutino y el salvavidas necesario para volver a la vida. Ese café, fuerte y aromático, parecía tener el poder de revivir incluso a los más golpeados por la noche anterior.
Ya sin lluvia pero con ráfagas que aún sacudían las estructuras, NeCrow Events y su equipo trabajaban desde temprano revisando el terreno, ajustando los equipos de sonido y comprobando que todo estuviera listo para la segunda y última jornada del festival. Lo notable era la calma y eficiencia con que lo hacían. A pesar de las inclemencias, el cronograma se mantenía intacto, y el profesionalismo con el que resolvían cada imprevisto dejaba en claro que estábamos ante un evento que, aunque debutante, se conducía con la seriedad y el pulso de una organización experimentada.
Gate Master: atmósfera y hechizo
A las 14:30 en punto, con el Longhall ya lleno y un silencio expectante que contrastaba con el viento que aún golpeaba las ventanas, Gate Master inauguró el segundo día de Call of the Crow con una propuesta completamente distinta a todo lo visto hasta el momento: Dungeon Synth.
El escenario, envuelto en humo y luces frías, se iluminó con tonos azulados y verdes, proyectando sombras que daban vida a los símbolos que decoraban el fondo. En el centro, una mesa cubierta con una tela negra sostenía un escudo vikingo, una bola de cristal y pequeñas velas distribuidas con precisión casi ritual. La música comenzó con un murmullo etéreo que lentamente fue creciendo hasta envolver toda la sala: un viaje de sonidos sintetizados que evocaban castillos en ruinas, bosques encantados y viejas sagas olvidadas.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Call of the Crow 2025 – Día I: bajo la tormenta, la llama del black metal
Anabelle, con su figura serena y su vestimenta de tonos rojos, dominaba el espacio con una naturalidad magnética. Cuando un breve desperfecto técnico interrumpió la secuencia, no hubo nerviosismo ni desconcierto: simplemente tomó su arpa y, sentándose en las escaleras que descendían hacia el público, improvisó una pieza breve, delicada y melancólica. Ese gesto espontáneo generó uno de los momentos más humanos y memorables del festival: el público en completo silencio, observando cómo la música continuaba fluyendo sin artificios.
Solucionado el problema, el set retomó su curso y se desarrolló sin más incidentes, culminando entre aplausos y vítores. Fue una apertura tan singular como adecuada para ese segundo día: introspectiva, onírica y perfectamente alineada con el espíritu atmosférico que impregna todo Call of the Crow. Con Gate Master, el Longhall Stage cerró su participación en esta edición, dejando una sensación de calma y belleza que contrastaba con la crudeza que vendría después.
Incessant: agresión sin ornamentos
Poco después de las 15:30, el escenario principal volvió a la acción con Incessant, provenientes de Dublín. En un festival dominado por el Black Metal, su Blackened Death Metal directo, sin adornos y de ejecución precisa, fue una sacudida brutal al cuerpo y al espíritu.
Desde el primer golpe de batería quedó claro que el cuarteto no estaba allí para sutilezas. Las guitarras rugían con precisión quirúrgica, los blast beats retumbaban como truenos, y el vocalista —de pie, encorvado hacia el público— escupía cada palabra con furia contenida. No había pirotecnia ni artificio escénico, solo pura intensidad.
La reacción del público en Call of the Crow fue inmediata. Algunos comenzaron a moverse hacia adelante, creando un pequeño círculo de headbanging sincronizado. Otros, más atrás, simplemente observaban, impresionados por la potencia y la cohesión de una banda que, pese a su corta trayectoria, ya demuestra una madurez notable. Con solo seis años de carrera, Incessant se perfila como una de las formaciones más prometedoras dentro del underground irlandés. Su presentación fue breve, contundente y sin espacio para el respiro. Cuando se retiraron del escenario, dejaron una estela de ruido en los oídos y una sonrisa en todos los que apreciamos la crudeza sin concesiones.
Thy Dying Light: tradición y sombra
El cronograma sufrió un leve ajuste, manejado excelentemente por parte del equipo de Call of the Crow, y los siguientes en salir fueron Thy Dying Light, el dúo conformado por Hrafn y Katyn. Desde el primer instante, el cambio de atmósfera fue evidente: el escenario volvió a teñirse de penumbra, iluminado solo por las llamas de las velas y algunos focos tenues que acentuaban el blanco del corpse paint.
El sonido, fiel a las raíces del Black Metal más tradicional, evocaba los primeros años del género: riffs gélidos, voces rasgadas, percusiones austeras. Katyn, detrás de una batería completamente negra —incluso los platillos— marcaba el pulso con precisión. Hrafn, al frente, proyectaba autoridad, pero el set, aunque correcto y bien ejecutado, careció del impacto emocional de las presentaciones previas. No fue una cuestión de técnica sino de conexión: el público acompañó con respeto, pero sin el fervor de otras actuaciones.
Aun así, la estética y la fidelidad al estilo clásico fueron impecables, recordándonos el poder que aún conserva la simplicidad cuando se la aborda con convicción.
Oakenthrone: épica y contemplación
La jornada continuó con uno de los momentos más esperados: el debut en vivo de Oakenthrone, el proyecto en solitario de S. Nagington, acompañado por músicos de sesión, nada más y nada menos que en Call of the Crow. Sin maquillaje ni vestimentas extremas, el grupo subió al escenario con una sobriedad que contrastaba con las imágenes habituales del género.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Mikael Stanne (Dark Tranquillity): “Tocar estas viejas canciones me devolvió esa sensación de invencibilidad”
El Black Metal Atmosférico que desplegaron fue un torrente de emociones contenidas. Las guitarras, densas pero melódicas, tejían paisajes sonoros que recordaban tanto a la majestuosidad de la naturaleza como a la introspección humana. Cada nota parecía cuidadosamente medida, cada silencio, intencionado.
Lo más llamativo fue la conexión entre los músicos: miradas cómplices, movimientos precisos, una fluidez que no suele verse en una primera presentación. La voz de Nagington, desgarrada pero controlada, transmitía vulnerabilidad sin perder fuerza. El público, entregado, acompañó con atención casi reverencial. Al finalizar el set, el aplauso fue unánime y prolongado. Oakenthrone dejó la sensación de haber abierto una nueva vía dentro de la escena, una donde la agresividad y la emoción no se oponen, sino que se complementan.
Völniir: fuego interno bajo luces rojas
Con el atardecer aproximándose y el cielo volviendo a cubrirse de nubes, llegó el turno de Völniir. El escenario principal se iluminó por completo de rojo carmesí, un resplandor que realzaba la decoración del arco cubierto de ramas de pino y coronado por una calavera de vaca. La imagen era imponente, casi litúrgica.
Los miembros de la banda —Skogen, S.V., Tubal-Qayin y Azrael— aparecieron en escena con vestimentas oscuras y presencia firme. Lo que siguió fue una demostración de Black Metal contemporáneo con bases sólidas en lo atmosférico, pero cargado de una energía primal. Los temas de su álbum All Hope Abandon (2021) sonaron con fuerza y convicción, desplegando una combinación de agresividad y melancolía que caracteriza su estilo.
El público, que ya para entonces llenaba casi todo el espacio techado, respondió con entusiasmo. Fue una de esas presentaciones durante Call of the Crow que reafirmaron por qué Völniir es considerada una de las joyas del underground británico: no necesitan grandes artificios para dominar la escena, solo honestidad y entrega.
Lunar Mantra: la alquimia del sonido
Ya entrada la noche, el aire en Pealie’s Barn adquirió un aroma distinto: el del incienso que ardía en el escenario principal, preludio del ritual sonoro que ofrecería Lunar Mantra. El cuarteto escocés, que recientemente regresó a la actividad tras una larga pausa, desplegó una propuesta que combinaba lo espiritual con lo visceral.
Exortivm, al frente, dirigía la banda con autoridad serena. El sonido, denso y envolvente, se movía entre pasajes meditativos y explosiones de furia controlada. Las temáticas —ocultismo, espiritualidad, metamorfosis interior— se entrelazaban con la música para crear una experiencia casi ceremonial. En lugar de confrontar al oyente, Lunar Mantra parecía invitarlo a un viaje introspectivo, a una especie de comunión silenciosa.
Lo más interesante fue la recepción del público: muchos, acostumbrados al enfoque más nihilista del Black Metal tradicional, quedaron atrapados por la sutileza del grupo. Hubo momentos en que la sala entera permaneció inmóvil, absorta, mientras el sonido llenaba cada rincón. Al terminar, el aplauso fue tan intenso como respetuoso. Fue, sin duda, una de las presentaciones más trascendentales de Call of the Crow.
Kryptan: el poder nórdico
La penúltima banda de la noche fue Kryptan, una de las dos formaciones internacionales invitadas para Call of the Crow, provenientes de Suecia. Fundados por Mattias Norrman y Alexander Högbom (ambos de October Tide), trajeron consigo una lección magistral de Black Metal escandinavo moderno.
Con apenas cinco años de carrera y su álbum debut Violence, Our Power lanzado el 14 de febrero de 2025, Kryptan mostró una madurez que muchos tardan décadas en alcanzar. Desde el primer acorde, la precisión y la fuerza de su sonido fueron sobrecogedoras. Las guitarras heladas, el bajo profundo y la batería demoledora crearon una pared de sonido de impecable ejecución.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Igorrr en Bilbao: “Entre el oro, los circuitos y los demonios”
La frialdad nórdica de su música se sintió incluso en el aire; cada riff evocaba los paisajes gélidos de su tierra natal. No había poses ni exageraciones: solo una profesionalidad aplastante. Fue una de esas actuaciones que combinan técnica, emoción y entrega total. Al terminar, muchos —yo incluido— corrimos al puesto de merchandising para asegurarnos una copia del vinilo. Un disco de 180 gramos, perfectamente prensado, que se convirtió de inmediato en un recuerdo tangible de una presentación inolvidable.
Psychonaut 4: catarsis final
Y así, con la noche ya completamente cerrada y el viento soplando con furia renovada, llegó el momento más esperado de Call of the Crow: el cierre a cargo de Psychonaut 4, los titanes del Depressive Suicidal Black Metal (DSBM). El público se amontonó frente al escenario principal, un mar de abrigos negros y rostros expectantes.
Cuando comenzaron los primeros acordes, el silencio se transformó en una ola de gritos y vítores. Graf von Baphomet, con su presencia inconfundible, irrumpió en escena como un relámpago emocional. Desde el primer verso, su interpretación fue una entrega absoluta. Aunque cantara en un idioma que pocos comprendían, la intensidad de sus gestos, sus miradas y su voz desgarrada hacían innecesaria cualquier traducción.
A su lado, S.D. Ramirez se encargó de la interacción con el público, equilibrando la oscuridad introspectiva de Graf con una energía más comunicativa. Sus coros, perfectamente sincronizados, añadían una segunda capa de dramatismo a la música. Canciones como “Sana Sana Sana, Cura Cura Cura” o “Too Late to Call an Ambulance” resonaron con fuerza casi hipnótica, arrastrando a todos a un estado de trance colectivo en Call of the Crow.
Lo más notable fue la conexión que se generó entre banda y público. En un género que suele ser introspectivo y distante, Psychonaut 4 logró lo contrario: crear una comunión emocional palpable. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso fue ensordecedor. Fue el cierre perfecto, no solo para el día, sino para todo el festival.
Epílogo: un final bajo el viento
Con el eco de la última canción aún flotando en el aire, muchos nos quedamos unos minutos más, observando las luces apagarse lentamente. El viento seguía soplando, pero ya no importaba. Había una sensación compartida de haber sido parte de algo auténtico, algo que difícilmente podría replicarse en un evento de mayor escala.
Call of the Crow cerró su primera edición superando todas las expectativas. La organización de NeCrow Events fue impecable: puntualidad, atención al detalle, un trato humano con el público y los artistas, y una selección de bandas que equilibró a la perfección lo atmosférico, lo tradicional y lo extremo.
Sí, el clima fue hostil. Sí, las carpas sufrieron y algunos terminamos durmiendo donde pudimos. Pero nada de eso empañó la experiencia. Más bien, la reforzó. Porque este tipo de festivales —los que nacen desde la pasión y no desde el negocio— tienen esa capacidad única de unir a la gente bajo la misma causa: la música.
Pealie’s Barn, con su estructura centenaria y su mezcla de madera, piedra y viento, había sido testigo de dos días de comunión, catarsis y celebración. Y aunque el eco de los amplificadores ya se había desvanecido, algo me decía que este era solo el comienzo.
Call of the Crow no solo cumplió con lo prometido: estableció un nuevo estándar para lo que un festival de Black Metal puede ser en el Reino Unido. Y ahora, lo único que queda, es esperar con ansiedad su segunda edición.
- Gate Master
- Gate Master
- Gate Master
- Incessant
- Incessant
- Incessant
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Volniir
- Volniir
- Volniir
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Kryptan
- Kryptan
- Kryptan
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4


La tormenta que azotó Buenos Aires la tarde del domingo 5 de octubre no fue suficiente para frenar a los valientes que se acercaron a El Teatrito para presenciar lo que fue uno de los eventos metaleros de la semana, el Union Metal Fest. Si bien el cambio de venue (originalmente programado para realizarse en el Teatro Flores) no afectó la intensidad, hubo una aceptable cantidad de público para una jornada que reunió a cuatro bandas locales y culminó con Brujería, la banda mexicana que sigue honrando la memoria de Juan Brujo y Pinche Peach.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Argentina Metal Fest 2025: “El caos y la esperanza”
Al momento de mi arribo al local, y bajo una lluvia que se hacía cada vez más presente, unos cincuenta valientes llegaron temprano para apoyar a los chicos de Inner, banda de apertura que presentó una propuesta particular: death metal progresivo con tintes de heavy y mucho groove. Lamentablemente, el guitarrista rítmico no contó con un sonido acorde, opacando parcialmente una presentación que por momentos prometía mucho más. El bajista se destacó con una ejecución virtuosa, aunque fue el trabajo del baterista el que realmente brilló durante el set. Sin embargo, la propuesta de Inner merece celebrarse, en un panorama saturado de bandas tributo a glorias nacionales como Hermética, Malón y Almafuerte, encontrar grupos que apuestan por material original resulta refrescante.
Los riojanos de Fuerza Activa subieron al escenario con su propuesta orientada a sonidos bien extremos, rozando el deathcore, y enfrentaron inmediatamente problemas técnicos que complicaron su presentación. Cortes en la guitarra y una batería que literalmente se desmontaba durante la ejecución amenazaron con arruinar el set.
Pero el cuarteto demostró actitud y profesionalismo, enfrentando los golpes del vivo con la determinación característica de las bandas que vienen del interior. Le pusieron garra y salieron adelante pese a las adversidades técnicas, terminando su presentación a las 19:20 entre aplausos que reconocieron más el esfuerzo que la calidad del sonido obtenido. Pasadas las 19:35, Nómade salió a destrozar El Teatrito. Su set de 35 minutos mantuvo la intensidad y dejó el alma sobre las tablas, dejando claro por qué son una de las propuestas más sólidas del metal extremo local.
Tras veinte minutos de espera y ajustes técnicos, el venue se fue poblando para la llegada de Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar (A.N.I.M.A.L.). ¿Qué se puede agregar acerca de esta leyenda? Una banda que revolucionó el sonido local allá por los años noventa y que, a pesar de los cambios de formación, sigue manteniendo el poderío que la caracterizó.
Un Andrés Giménez en plena forma vocal, Cristian “Titi” Lapolla algo más contenido de lo habitual —sin tantas interrupciones ni chistes, quizás por el escaso tiempo disponible—, y Marcelo Castro tras los parches cumpliendo con lo suyo le demostraron a todos que siguen vigentes.
La lista estuvo cargada de clásicos, rondas de pogo por aquí y por allá mientras los 4 integrantes (contando al encargado de la consola de sonidos), interpretaban temas como “Sol”, “Familia”, “El legado”, “El nuevo camino del hombre” entre otras. Para el final, Andrés divisó entre el público a un amigo de años, un compañero de ruta, un batallador del metal extremo: Cristian de Avernal pasó del pit al escenario para interpretar el clásico “Cop Killer” de Body Count, generando la mayor respuesta del público hasta ese momento. La banda cerró su set a las 21:30 entre aplausos, pedidos de listas y púas, preparando el terreno para el plato fuerte de la noche.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Elnueveonce en Málaga: “Querer es Poder”
Los mexicanos Brujería tomaron el escenario cargando el peso de dos ausencias irreparables: Juan Brujo y Pinche Peach, fallecidos en 2024. La formación actual —El Sangrón (voz), El Criminal (guitarra), El Zángano (bajo) y El Sativo (batería, hijo de Juan Brujo)— llegó con la misión de mantener vivo el legado.
“Brujería no murió, aquí tengo su espíritu“, declaró El Sangrón desde el escenario, frase que resumió perfectamente la actitud de una banda que se niega a convertirse en museo de su propio pasado.
El setlist funcionó como homenaje y celebración simultánea. “Brujerismo”,y “Desmadre” abrieron el show con la brutalidad característica que ha definido a los mexicanos desde sus inicios. Los primeros mosh pits de verdadera intensidad se formaron de inmediato, con el público respondiendo a esa energía confrontacional que caracteriza cada presentación de la banda. El repertorio continuó con “Anti Castro” y “La Migra”, manteniendo el ritmo sin respiro. Cuando llegó el turno de “Colas de Rata”, “La Ley del Plomo”, “División del Norte” y “Revolución”, las canciones funcionaron como recordatorio constante de por qué Brujería sigue siendo una referencia del grindcore en español.
El momento más característico llegó cuando el dueño del micrófono solicitó un “porro” que no tardó en llegar al escenario. Varios cigarros de marihuana surcaron entre los asistentes y fueron el vocalista y el baterista quienes los consumieron ante la risa general del público, algo que solo sucede en shows de Brujería y que forma parte integral de su identidad como banda. La noche se acercaba a su fin cuando irrumpieron con “Consejos Narcos” y “Pito Wilson”, que precedieron el cierre definitivo: “Matando Güeros”, el himno que funciona como detonante final en cada presentación. El público respondió con la intensidad acumulada durante toda la noche, coreando cada línea de una canción que trasciende generaciones.
La presentación de Brujería en El Teatrito demostró que el espíritu de Juan Brujo y Pinche Peach permanece intacto. La banda no solo interpreta canciones, sino que mantiene viva una actitud, una filosofía, una manera de entender el metal extremo que va más allá de la técnica o la producción. El Sativo, hijo de Juan Brujo, honró la memoria de su padre desde la batería, demostrando que el legado también se transmite por sangre. Antón Reisenegger, figura del metal latinoamericano, aportó la experiencia y solidez que la banda requiere en esta etapa de transición. El sonido estuvo a la altura durante toda la presentación de Brujería, permitiendo apreciar cada matiz de su propuesta sin los problemas técnicos que habían afectado a las bandas locales.
Agradecimiento a la producción por la acreditación correspondiente que permitió realizar esta cobertura.
Fotos de Matias Carrera
- Inner
- Fuerza Activa
- Nomade
- A.N.I.M.A.L
- A.N.I.M.A.L
- A.N.I.M.A.L
- Brujería
- Brujería
- Brujería
- Brujería
- Brujería
- Brujería
Etiquetas: A.N.I.M.A.L., Avernal, Body Count, Brujería, Deathmetal, Fuerza Activa, Groove, Inner, Nómade, thrash

Después de un sold out en Madrid, los escoceses Bleed From Within finalizaban su paso por nuestro país con la visita a una de las salas más emblemáticas de la ciudad, en una noche que prometía ser memorable para los amantes del metal más intenso. El ambiente en los alrededores ya se sentía eléctrico desde temprano: camisetas negras, caras de expectación y un público que sabía perfectamente lo que estaba a punto de presenciar.
A eso de las 18:45h, daba comienzo la actuación de los sorprendentes Great American Ghost. Con su explosiva mezcla de Metalcore, Hardcore y Deathcore, los norteamericanos encendieron la sala con su arrollador sonido y una actitud demoledora. Su frontman, tan carismático como salvaje, conectó con el público desde el primer minuto, consiguiendo que la energía no decayera en ningún momento. De hecho, llegó a lanzarse de lleno al Wall of Death que él mismo había iniciado, en uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria. Una actuación corta, pero de una intensidad brutal; sin duda, uno de los conciertos de una banda “telonera” que más me han sorprendido en los últimos años.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: 5rand estrena su nuevo single “Bloodlife”
Tras una breve pausa para recuperar el aliento, era el turno de After The Burial, otro de los nombres más sólidos de la escena norteamericana. El cuarteto de Minnesota ofreció un recital de precisión y contundencia, con su característico sonido Progresivo/Djent. Durante sus 40 minutos de actuación, repasaron temas de Dig Deep (2016) y Evergreen (2019), además de incluir sus dos singles más recientes, componiendo así un setlist equilibrado y potente. Aun así, se echó en falta algún tema más cercano a sus primeros trabajos, aquellos que cimentaron su reputación dentro del género. Fue, en cualquier caso, un concierto que disfruté especialmente a título personal; aunque es cierto que, para quienes no conocían a la banda, la mezcla de sonidos resultó algo densa y en algunos momentos era complicado distinguir todos los matices instrumentales.
Y finalmente llegaba el momento más esperado de la noche. Las luces se apagaron, el público rugió, y los primeros acordes de “Violent Nature” marcaron el inicio del espectáculo de Bleed From Within. Los escoceses salieron a escena con una energía desbordante, presentando temas de su más reciente trabajo Zenith (2025). Desde el primer compás, dejaron claro por qué son una de las bandas más respetadas del Metalcore actual: sonido impecable, ejecución precisa y un Scott Kennedy absolutamente imperial en las voces. El público respondió con devoción, coreando cada palabra y levantando los puños en temas como “The End of All We Know”, “Levitate” y “In Place of Your Halo”, auténticos himnos para los seguidores más fieles. Cada canción sonaba más grande que la anterior, y la conexión banda-público fue total, creando una atmósfera casi ritual.
En resumen, fue una noche redonda. La elección de acompañantes para Bleed From Within resultó prácticamente inmejorable: tres propuestas complementarias, cada una aportando su propia visión del metal moderno. Con estos dos conciertos en nuestro país, los escoceses no solo reafirmaron su posición como una de las bandas más potentes del momento, sino que también lograron conquistar a nuevos oyentes. Una velada que, sin duda, quedará grabada en la memoria de todos los presentes.



Con el retorno de Halford a Judas Priest en 2003, el sueño se desvaneció, y el de Akron se unió a Iced Earth, unos años después a Yngwie Malmsteen, y a posteriori a otros proyectos personales como Beyond Fear, la super banda Charred Walls of the Damned, un mega grupo de versiones llamado Hail!, el tributo Dio Disciples, y desde 2020 en KK’s Priest junto KK Downing.
Tras todo este trasiego, el de Ohio es culo de mal asiento, y vuelve a la carretera por su cuenta y riesgo arropado por miembros de Pulsa Denura, que ejercieron de anfitriones, y teloneros en el concierto de Sevilla. Aunque antes de volver a disfrutar de la espeluznante voz de Tim “Ripper” Owens, teníamos a unos desconocidos invitados, los roqueros asturianos Baja California, que empezaron su actuación ante poco más de una treintena de individuos, una cantidad que fue aumentado progresivamente, a medida que avanzaba su meritoria descarga.
Y es que, a pesar de todo, no se amedrentaron ni un ápice, y lo dieron todo durante cuarenta y cinco minutos, repasando sus dos últimos discos, Horizontes (2018), y Electricidad (2024), así como nuevos singles como “El Mejor Error”, tema con el que iniciaron la tanda final compuesta por esta nueva composición, “Dueños de la Noche” y “Electricidad”.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Saurom en Málaga: “La magia juglar se adueñó de la ciudad”
Bien curiosas y sorpresivas fueron las presentaciones a cargo de un desenfadado Manuel Roz, como preguntar si alguien ha estado enamorado alguna vez, para acto seguido decir, que la siguiente canción va de follar. O al explicar el tema “A-66”, sobre la dificultad añadida que supone los peajes para desplazarse a tocar por la península, algunos de los presentes pensamos en lo que se paga en Catalunya al respecto daría para hacer un disco completo. Pues bien, por estos hard rockers que acompañaran a Owens en su tramo final de gira estatal.
En esta ocasión el cambio de equipo e instrumentos fue bastante rápido, dada la mínima escenografía, y una batería que parece pertenecer a los chicos de Oviedo, o Uviéu en astur. Cuando pasan unos minutos de las nueve de la noche, van apareciendo los chicos que acompañan al norteamericano, y pertenecientes a la banda metalera andaluza Pulsa Denura, con José Pineda y Miguel Salvatierra a las guitarras, Rafael Vázquez al bajo, y el Overdrive Fran Santamaría a la batería. Unos instantes después aparece en escena Ripper con gorra con la bandera estadounidense, que también luce en su hebilla, muy patriota el hombre.
La primera en caer de su variopinto setlist sería “Jugulator” la cual daba título a su primer álbum con los británicos en 1997, del que también ejecutarían “Burn in Hell” y “Blood Stained”, fuera quedaron temazos como “Dead Meat”, o quizás la más poderosa de ese debut en Judas, esa replica de “Painkiller” que fue “Bullet Train”. De las composiciones de la época con Rob Halford al frente, la primera en hacernos vibrar y cantar a pulmón fue la versión del “The Green Manalishi”, original de Fleetwood Mac, durante la cual Owens fue recorriendo el escenario de lado a lado señalando a los guitarras en el mano a mano alternándose los solos de esta memorable pieza. Otra que no podía faltar de ningún modo, es la que Tim escogió como nombre de guerra artístico, “The Ripper”, y siempre precedida por la pregunta, What’s my Name?
La primera sorpresa de la noche es la inclusión de una de Black Sabbath, uno correspondiente a los inicios con Ozzy Osbourne, aunque no hubo dedicatoria al Príncipe de las Tinieblas al presentar “Children of the Grave”, tan solo su devoción por los de Birmingham. Seguida por un mini solo de guitarra de Pineda, que da paso a “Hellfire Thunderbolt” de su primer disco con KK’s Priest, Sermons of the Sinner (2021). Otra reliquia de Judas con la grandiosa “Beyond the Realms of Death”, interpretada a la perfección por el quinteto.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Atreyu en Glasgow: “Celebrando 21 años de The Curse”
Otra elección discutible de su repertorio actual, es uno de su estadía en Iced Earth, como es la balada “When the Eagle Cries”, extraída del disco The Glorious Burden (2004), habiendo canciones más potentes en este mismo álbum como “Greenface” o “Red Baron”, por ejemplo. Después de discutir si tomarse una cerveza ahora o más tarde, y un agradecimiento para todo el crew que le está acompañando en esta gira, una de su disco más reciente con KK Downing, The Sinner Rides Again (2023), siendo la elegida “One More Shot at Glory”, durante la esta observe como giraba hábilmente con un pie las páginas de un cuaderno de letras apoyado sobre uno de los monitores.
Una dosis de humor cantando algunas estrofas del tema de Lionel Richie “Hello”, antes de tener unas palabras recordando a Paul Di Anno, del que hace poco han editado el documental Di’ Anno: Iron Maiden’s Lost Singer, e interpretando un potente “Wrathchild”. Tras este inmenso regalo, Tim decide colgar su gorra del pie de micro, y mostrar de nuevo su cabeza afeitada, comentando que así parece alguien totalmente distinto, antes de atacar con “Hel lis Home”, rescatada de su segundo disco con J. Priest, Demolition (2001), en la que gesticula con golpes y movimientos típicos de boxeador.
Tras un extenso solo de batería aderezado con efectos, o ruidos incalificables, entramos en la parte final del show, con una inconmensurable “Electric Eye”, el clásico “Living After Midnight”. Y un pequeño receso durante el cual felicita y canta Happy Birthday a una chica llamada Grace, así como, firmarle unas fotografías a un tipo de primera fila que le decía que después, pero Owens insistió en hacerlo en ese mismo instante. Todo ello, antes de disparar la última bala con “One on One”, rematándola con una serie de chillidos de alto voltaje, mostrando de nuevo el alto rango al que pueden llegar sus cuerdas vocales. Un prodigio, el bueno de Tim.



Después de meses de espera, finalmente llega el momento de comenzar el viaje hacia North Yorkshire, a Pealie’s Barn, para cubrir lo que promete ser un festival de Black Metal único en el Reino Unido. Después de una corta pausa en casa tras volver de la oficina, Duncan —fotógrafo colega de Glasgow— pasa a buscarme; cargo la mochila con todo lo necesario para acampar, y así comienza el viaje hacia la campiña inglesa, rumbo a Call of the Crow.
El clima no promete mucho. Desde hace días se anuncian alertas meteorológicas por la llegada de la tormenta Amy, con advertencias de fuertes vientos y lluvias persistentes durante todo el fin de semana. Pero seamos sinceros: en el imaginario del black metal, un cielo despejado no tiene el mismo encanto. Esa mezcla de viento, barro y oscuridad aporta una atmósfera que parece hecha a medida para el tipo de experiencia que este festival quiere ofrecer.
Llegamos finalmente casi a medianoche, el día antes de que el festival comience oficialmente. Entre ráfagas de lluvia y ráfagas de viento helado, toca cargar con todo el equipo y elegir un terreno donde levantar la carpa. No fue tarea sencilla: la tierra estaba empapada y el viento no daba tregua. Pero tras algunos intentos frustrados y varias risas resignadas, la tienda finalmente se mantiene en pie. Exhaustos, nos metemos dentro y dejamos que el sonido de la lluvia golpeando el nailon nos arrulle. Mañana, Call of the Crow abrirá oficialmente sus puertas.
Amanecer entre viento, barro y expectación
A las nueve de la mañana, la cocina comunitaria abre sus puertas. El aroma del café (un blend hecho especialmente para Call of the Crow), las salchichas y el bacon, se mezcla con el aire húmedo y el olor a leña quemada. Los asistentes, todavía somnolientos, se agrupan bajo el mismo techo para compartir el desayuno y comentar la jornada que se avecina. Entre las conversaciones, se respira una sensación compartida: nadie sabe exactamente qué esperar, pero todos sienten que están a punto de presenciar algo especial.
Luego del desayuno, aprovecho para recorrer el predio. Las fotos previas en redes sociales ya mostraban que el lugar prometía, pero verlo en persona lo lleva a otro nivel. Pealie’s Barn es una antigua granja del siglo XVIII, conservada con gran respeto por su arquitectura original. Ladrillo viejo, vigas de madera, portones pesados, velas encendidas a lo largo de los muros y el sonido constante del viento colándose entre las rendijas. Todo respira historia.
El escenario principal, levantado al aire libre en el patio central, combina lo rústico con lo siniestro: un arco cubierto de ramas de pino, calaveras, luces y una lona que protege parte del público de la lluvia constante. El Longhall Stage, por su parte, se encuentra dentro de una de las edificaciones originales de la granja. Allí el ambiente es completamente distinto: cálido, cerrado, con paredes de piedra, velas alineadas y candelabros suspendidos. La reverberación natural de las paredes hace que incluso un suspiro suene ritual.
Parusight: la apertura entre sombras románticas
A las 14:30 en punto, el festival abre oficialmente con Parusight, banda —o mejor dicho, proyecto— liderado por Oliver Groves, haciendo su debut en vivo para Call of the Crow. Para ser su primera presentación, el nivel de ejecución y la presencia escénica sorprenden gratamente.
Groves, conocido por su trabajo en el underground británico, propone un enfoque más introspectivo dentro del Black Metal: un sonido oscuro, pero con matices románticos y una sensibilidad melancólica que recuerda a los días en que el género flirteaba con el gótico y lo etéreo. Canciones de su álbum Deathly Pale toman forma ante el público con una mezcla de crudeza y belleza sombría.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Fortress Festival consolida su prestigio con nuevas confirmaciones
La lluvia cae sin pausa, pero nadie se mueve del frente del escenario. Las capas y abrigos se empapan mientras las guitarras resuenan en medio del vendaval. Hay algo profundamente simbólico en comenzar así: bajo una tormenta, con una banda nueva que suena como si llevara años tocando. Parusight cierra su set entre aplausos sinceros y rostros iluminados por la tenue luz que se filtra a través de las nubes.
GodKing: ritual de huesos y sangre
Apenas un breve receso, y el escenario se transforma para recibir a GodKing, dúo londinense formado por Draca y Trident, acompañados en esta ocasión por dos músicos de sesión. Si Parusight ofreció elegancia y melancolía, GodKing representa la contracara absoluta: oscuridad, violencia y misticismo ritual.
El pie de micrófono de Draca está adornado con huesos reales, una rata colgante y símbolos tallados. La vocalista luce su característico corpse paint, con huesos atados a la cintura, mientras Trident, tras la batería, porta una máscara cubierta de pinchos que refleja la luz de los focos. Los otros dos miembros, encapuchados con sacos de arpillera, completan una imagen casi litúrgica.
Musicalmente, lo suyo es un Black Metal directo, sin artificios, anclado en la tradición más cruda del género. Blast beats, riffs serrados, y una voz que parece surgir desde las profundidades. En uno de los momentos más impactantes del set, Draca levanta un cáliz y lo vuelca sobre su rostro, cubriéndose con sangre que cae por su pecho. Un gesto tan teatral como provocador, que arranca vítores del público.
GodKing demuestra que no se necesita un gran despliegue técnico para hipnotizar: basta con convicción, presencia y una identidad visual coherente. Su presentación deja claro por qué se habla tanto de ellos en el circuito underground británico.
Mourning of the Heretic: la elegancia del caos
Poco después de las cuatro de la tarde, la lluvia arrecia con más fuerza. Sin embargo, el público no se dispersa. Es el turno de Mourning of the Heretic, banda originaria de Irlanda del Norte que llega respaldada por su reciente debut discográfico To the Shadows Betrothed.
Desde el primer acorde, su propuesta se diferencia del resto del cartel: Blackened Death Metal con tintes sinfónicos, atmósferas góticas y un aire teatral que remite al horror clásico. El vocalista Mark Valdemar domina el escenario con carisma y aplomo, alternando gruñidos con declamaciones casi litúrgicas. Su voz resuena potente bajo la lluvia, y la banda responde con una precisión milimétrica.
Mourning of the Heretic demuestra oficio y una presencia escénica sólida, producto de años tocando en escenarios de Irlanda y el Reino Unido. Su mezcla entre dramatismo y agresividad encaja a la perfección en el contexto del festival.
Saor: el alma celta en su forma más íntima
Con el cielo oscureciéndose y la temperatura cayendo en picada, el público se desplaza hacia el Longhall Stage, donde se presenta uno de los momentos más esperados del día: Saor, el proyecto del escocés Andy Marshall, ofrecerá su primer concierto acústico en el Reino Unido, y ningun lugar mejor que en Call of the Crow.
El ambiente dentro del Longhall es mágico. Las paredes de piedra, el techo bajo y las velas crean una atmósfera de recogimiento. Andy, con guitarra acústica, está acompañado por Sophie Marshall en voz, Ella en flauta y Martin en guitarra acústica. Sin percusión, sin amplificación excesiva: sólo cuatro músicos y un silencio reverente.
Desde los primeros acordes, el público queda cautivado. Las versiones acústicas de piezas emblemáticas de Saor, despojadas de distorsión, revelan su esencia melódica y folclórica. La voz de Andy, más contenida y emocional que en los discos, se funde con la de Sophie en un diálogo casi espiritual.
El set transcurre en un clima de comunión total. Algunos cierran los ojos; otros simplemente observan en silencio, respirando la calidez del momento. Cuando suena la última nota, el Longhall estalla en aplausos ensordecedores. Muchos comentan luego que ha sido el punto más emotivo de toda la jornada, y no cuesta creerlo.
Andracca: oscuridad bajo los pinos
Ya entrada la tarde y con la noche cayendo sobre la granja, es el turno de Andracca en el escenario principal. El viento arrecia y las luces vibran violentamente, proyectando sombras que bailan sobre el arco decorado con ramas de pino y calaveras. El entorno parece diseñado para ellos.
Andracca, procedentes del sur de Inglaterra, se han consolidado en los últimos años como una de las fuerzas más prometedoras del Black Metal Atmosférico británico. Su música combina ferocidad y melancolía, con largos pasajes instrumentales que alternan violencia y contemplación.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Killswitch Engage en Barcelona: “Regreso triunfal”
El guitarrista y vocalista Kieran se convierte rápidamente en el centro de atención: su energía es contagiosa, su ejecución impecable. El público responde con devoción, moviéndose al ritmo de los riffs y levantando los brazos en señal de comunión, algo que se comienza a ver más seguido entre los espectadores de Call of the Crow.
El set se apoya en buena parte en su aclamado álbum To Bare the Weight of Death, editado en 2023, cuyas canciones suenan incluso más intensas en vivo. La combinación de la iluminación, el sonido del viento y la entrega del grupo crea un momento hipnótico. Cuando Andracca se retira del escenario, corro directamente al puesto de merchandising para comprar el vinilo del disco. Fue, sin duda, una de las actuaciones más inspiradas del día.
Craven Idol: veinte años de blasfemia y thrash
Tras un breve descanso, llega el turno de los veteranos Craven Idol, quienes traen consigo más de dos décadas de trayectoria dentro del Blackened Thrash Metal. Si Andracca representó la introspección, Craven Idol es pura energía desatada.
Desde el primer riff, Vrath y compañía arremeten sin contemplaciones. Su música no da respiro: una tormenta de riffs veloces, baterías furiosas y una actitud desafiante. No hay pausas, ni discursos: solo una descarga continua de furia y técnica.
El público responde con entusiasmo. En las primeras filas se levantan los puños, las cabezas se agitan y las voces acompañan los coros de temas como “Venomous Rites” o “Towards Eschaton”. La interacción entre banda y audiencia es inmediata; se siente una conexión genuina, alimentada por años de respeto y admiración.
En lo musical, Craven Idol suena afilado. La ejecución es impecable, pero lo que realmente destaca es la pasión que transmiten. No necesitan efectos ni artificios: la convicción es su mejor arma. Es fácil entender por qué, después de veinte años, siguen siendo una referencia del underground británico.
Fen: el cierre perfecto bajo la tormenta
La noche avanza y el frío se intensifica. Son casi las diez cuando los técnicos preparan el escenario para el acto final de la jornada: Fen, uno de los nombres más respetados del Black Metal Atmosférico del Reino Unido.
El trío formado por The Watcher, Grungyn y JG emerge entre la niebla artificial, saciando la expectativa del público. Su sonido es inmediatamente reconocible: un equilibrio entre la agresividad del Black Metal y la introspección del Post-Rock. Cada nota parece tallada para evocar vastedad, melancolía y contemplación.
El repertorio combina temas clásicos con material de su más reciente álbum, Monuments to Absence, considerado el más extremo de su carrera. Las guitarras entrelazadas y los cambios dinámicos construyen paisajes sonoros que parecen extenderse más allá del propio festival.
Fen tiene una cualidad única: su música no solo se escucha, se siente. Hay momentos en los que cerrar los ojos se vuelve inevitable; las letras, cargadas de reflexión y desolación, invitan a perderse dentro de uno mismo. El público, aunque exhausto y empapado, permanece inmóvil, completamente entregado.
El clímax llega durante la última canción, cuando la intensidad alcanza su punto máximo. Pero justo entonces, el set se ve abruptamente interrumpido. Son las once de la noche, y las regulaciones del recinto prohíben continuar con música en vivo más allá de ese horario. Entre disculpas y aplausos, Fen se despide del escenario. A pesar del final prematuro, su actuación deja una huella profunda: fue un cierre tan poderoso como inesperadamente poético.
Black Altar: la ausencia más sentida
Cabe mencionar que Black Altar, banda originalmente programada para tocar durante esta jornada, no pudo presentarse debido a complicaciones logísticas de último momento. La noticia fue confirmada el mismo día por los organizadores, aunque no se brindaron mayores detalles. Su ausencia se sintió, pero el resto de la programación compensó con creces la pérdida.
Epílogo: un inicio impecable
El primer día de Call of the Crow no solo cumplió con las expectativas: las superó con creces. Desde la puntualidad de los horarios hasta la calidad del sonido y la atmósfera, todo funcionó con precisión sorprendente para una primera edición.
El entorno de Pealie’s Barn, con su mezcla de historia rural y oscuridad ritual, demostró ser el escenario perfecto para un evento de este tipo. La organización —a cargo de NeCrow Events— mantuvo una logística impecable a pesar de las condiciones meteorológicas adversas. Ni la lluvia ni el frío lograron empañar el entusiasmo del público ni la entrega de las bandas.
Musicalmente, la jornada fue un viaje a través de las múltiples caras del Black Metal contemporáneo: desde el romanticismo melancólico de Parusight, pasando por el ritual crudo de GodKing y la teatralidad de Mourning of the Heretic, hasta el trance acústico de Saor, la intensidad atmosférica de Andracca, la furia veterana de Craven Idol y el cierre introspectivo de Fen.
Cuando el último acorde se apaga y el público se dispersa hacia las tiendas, el sonido del viento vuelve a dominar el lugar. A lo lejos, se escuchan risas, conversaciones y el crepitar de una fogata improvisada. Call of the Crow ha nacido, y lo ha hecho bajo una tormenta, pero con la fuerza de un rito que promete perdurar.
Y esto apenas es el comienzo. Esperen a que les cuente sobre el segundo día…
- Parusight
- Parusight
- GodKing
- GodKing
- GodKing
- Mourning of the Heretic
- Mourning of the Heretic
- Mourning of the Heretic
- Saor
- Saor
- Saor
- Andracca
- Andracca
- Andracca
- Craven Idol
- Craven Idol
- Craven Idol
- Fen
- Fen
- Fen

Crónica y fotografías: Unai Endemaño
Comenzaría puntual la velada el pasado viernes tres de octubre, tan puntual que no fuimos capaces de alcanzar los primeros minutos de los americanos Imperial Triumphant. Una pequeña desgracia, ya que el show de los de Nueva York fue tan efímero como espectacular. Una nueva demostración de que es una banda destinada a cosas muy grandes dentro del panorama del Metal extremo.
Apostaron casi todas sus cartas a los temas de su último Goldstar, reservando tan solo un pequeño recuerdo a sus inicios a lomos de un “Devs Est Machina” devastador. Dejaron para los libros, una nueva actuación deslumbrante, plena de técnica y velocidad, pero excesivamente corta. Suyos fueron los primeros treinta minutos sobre las tablas de la Santana, en los que faltaron temas, pero pudimos disfrutar con el espectáculo de la trompeta en llamas y el champan descorchado. Demasiado circo para poder haberlo aprovechado, en otro tema más.
Desde los primeros compases de la jornada, ya se pudo apreciar como Imperial ya arrastran a una cantidad considerable de gente y es que no fue este uno de esos bolos en los que la gente acaba acudiendo únicamente para ver el último plato del día. La mayor parte del respetable estaba dentro de la sala desde que los primeros teloneros atacaron con todo. Una buena muestra, sin duda, de lo interesante que resultaba el conjunto del cartel desplegado por la promotora Madness Live.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Igorrr – Amen (2025)
Los siguientes en subirse al escenario de la Santana fueron Master Boot Record, quienes cambiaron el tercio a la velada de manera radical. Sumergiéndonos sabiamente en su particular mundo cibernético, los italianos presentaron su último Hardwarez y demostraron que son en directo, mucho más de lo que sus trabajos de estudio sugieren.
A pesar de ser un proyecto guiado y liderado por el guitarra y programador Victor Love, todos los focos recayeron sobre el guitarra solista Edoardo Taddei, un auténtico virtuoso que demostró unas capacidades asombrosas dentro de los registros más neoclásicos de las seis cuerdas. Por momentos parecía que estábamos presenciando a un pequeño Yngwie Malmsteen volando sobre bases sampleadas.
Su actuación resulto totalmente inmersiva, acompañando cada una de sus canciones, con imágenes de videojuegos retro y con una estética ochentera que parecía salida de los mejores momentos de Stranger Things. Una vuelta al pasado que por momentos parecía un poco impostada, pero que lucía fenomenal y era alternada con momentos más contemporáneos, como los circle pits que provocaron. En definitiva, una actuación sorprendente y que a más de una dejo un grato sabor de boca.
Los cabezas de cartel de la noche eran Igorrr, o lo que es lo mismo, el retoño de Gautier Serre, un proyecto en el que ha conseguido plasmar sus interminables influencias y ha conseguido trascender, configurando un producto tan único como inclasificable. Una banda que encapsula mil y un sonidos diferentes y que siempre resulta provocativa y sorprendente.
Arrancarían con el “Daemoni” de su último trabajo, pero irían alternando durante toda su actuación, piezas de los tres últimos trabajos de la formación. El equilibrio resultaría perfecto, conformando un espigado puzzle en el que se dibujaban todos los trazos que son capaces de dibujar. Una amalgama de sensaciones que a veces respondía al Black Metal, otras al Metal operístico y otras tantas a los ritmos bailables que uno puede encontrarse en un kebab.
La actuación del multi disciplinar combo sería impecable, propia de gran orquesta, siempre gobernada desde las alturas por el jefe de filas, que a ratos tocaba el teclado a ratos le daba a la percusión y de vez en cuando, se ponía a rasgar su guitarra. Su presencia sobre la tarima recordaba poderosamente a la de un Alan Parsons, pero en versión moderna. Siempre por debajo, sus pupilos se mostraban espectaculares y profesionales sin salirse una sola coma del guion previsto.
La comparecencia sería extensa, alcanzando la hora y media de montaña rusa sonora. Una sinuosa actuación que explotaría finalmente con un par de bises del Spirituality And Distortion y el himno contemporáneo, “Opus Brain”, sin duda el corte más reconocible y reconocido de la peculiar formación. Una formación que demostraría en Bilbao la enorme pegada que tienen sus actuales directos, y la estupenda acogida que siguen conservando entre sus acérrimos.


El debut de Imminence en Argentina se escribió con letras mayúsculas en El Teatrito. Los suecos llegaron con su propuesta de “violincore” y demostraron por qué son una de las bandas más prometedoras del metalcore contemporáneo. Fue una noche en la que el público argentino, mayoritariamente adolescente, recibió con los brazos abiertos a un grupo que combina brutalidad sonora con elementos sinfónicos únicos dentro del género.
La espera terminó y tras años de seguirlos a la distancia, de ver videos en YouTube y leer reseñas de sus presentaciones en Europa, los fans argentinos finalmente pudieron experimentar en carne propia lo que significa un recital de los suecos. La cita fue el sábado 27 de septiembre en El Teatrito, con producción de Icarus Music, y desde temprano quedó claro que no sería una noche más, el venue se colmó hasta el último rincón, con un público joven que saltó, cantó y vivió cada tema como si fuera un himno generacional.
Ya desde el arribo al lugar, la sala se veía abarrotada. Un gran caudal de gente se hizo presente para no perderse la primera presentación de la banda en el país. La composición del público fue notoriamente adolescente, con chicos y chicas que no pararon de saltar, cantar y armar algún que otro pogo espontáneo, disfrutando cada instante de la experiencia.
La apertura estuvo a cargo de In Element con Charly y los suyos al frente, el proyecto telonero local presentó su propuesta de “metal conceptual”. El set incluyó canciones de varios de sus discos, recorriendo parte de su carrera y la presentación de un tema nuevo, preparando así el escenario para la llegada de los suecos.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Miss May I en Buenos Aires: “El metalcore se gritó en la cara”
Cuando las luces bajaron y sonó la introducción, la multitud estalló, lo primero que llama la atención al ver a Imminence en vivo es la presencia escénica de Eddie Berg, un frontman que maneja con naturalidad tanto el grito desgarrado como la melodía cristalina. Sin embargo, lo que realmente distingue a la banda de cualquier otra dentro del género es el violín, que en sus manos deja de ser un recurso decorativo para transformarse en un arma expresiva capaz de elevar cada canción.
El setlist se basó principalmente en su nuevo álbum The Black, temas como el que da nombre a la placa como “Beyond the Pale”, “Death by a Thousand Cuts” y “Come What May” funcionaron como pilares de una experiencia que trascendió al metalcore tradicional. La banda dejó en claro que su concepto de “violincore” no es solo una etiqueta de marketing, sino una evolución natural del estilo.
Los momentos más intensos llegaron cuando Berg abandonaba por completo el micrófono para concentrarse únicamente en el violín, creando atmósferas que oscilaron entre lo melancólico y lo épico. “Erase” e “Infectious” fueron ejemplos perfectos de esta dualidad, donde la fuerza se fundía con elementos sinfónicos de manera orgánica.
Musicalmente, el grupo se mostró impecable, nada de improvisaciones forzadas ni desprolijidades, la banda sonó ajustada, precisa y profesional, logrando que cada sonido del disco se replicara en vivo con fidelidad. La base rítmica fue un reloj, las guitarras aportaron densidad y melodía en partes iguales, y Eddie lideró con una entrega que dejó al público completamente rendido.
Tras más de una hora de música intensa, el cierre llegó entre aplausos interminables y rostros de pura felicidad. Para muchos, fue la confirmación de que tanto entusiasmo previo estaba justificado. Para otros, la oportunidad de ver materializadas en vivo esas canciones que los habían acompañado durante años a la distancia. Lo cierto es que Imminence debutó en Argentina con un show que combinó fuerza, precisión y emoción, dejando la vara muy alta para lo que vendrá.
Si algo caracteriza a los recitales en esta parte del mundo es la pasión del público, y esta vez no fue la excepción. Desde los primeros acordes hasta el último riff, la multitud se mantuvo activa durante todo el set. Eso sí, muchos remarcaron la constante presencia de celulares grabando cada momento. Aunque no opacó la comunión general, en varios pasajes se hizo evidente que había más pantallas en alto que miradas directas al escenario. Un signo de los tiempos, en tensión con la vieja escuela de vivir el show con los cinco sentidos.
Para una primera visita al país, Imminence dejó una impresión duradera. Una noche en la que el violincore demostró ser mucho más que una etiqueta, convirtiéndose en una experiencia sensorial completa que amplió los horizontes de lo que el metalcore puede ser cuando se atreve a experimentar sin perder su esencia.
Fotos de Facundo Di Salvo (Blackowl.ph)

Texto y fotografías: John Morton
Marcando más de dos décadas de carrera, Atreyu subió al escenario del TV Studio de SWG3, acompañados por sus compatriotas de Eighteen Visions, para ofrecer un espectáculo veloz, frenético y poderoso, del tipo que pocas bandas con tantos años a cuestas logran ejecutar con semejante frescura.
Esta gira celebra los 21 años del lanzamiento de The Curse, el álbum que catapultó a Atreyu a la fama y que este 2025 ha sido reeditado y remasterizado. El repertorio incluyó la interpretación completa del disco, junto con algunos de sus temas más populares como “Becoming The Bull” y su más reciente sencillo, “Dead”.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Saurom en Málaga: “La magia juglar se adueñó de la ciudad”
La noche abrió con fuerza gracias a Eighteen Visions, banda de metalcore originaria del condado de Orange, que no tardó en desatar su característico vendaval de gritos y riffs. Su setlist se centró mayormente en el disco Obsession (2004), iniciando precisamente con el tema homónimo. Los actos de apertura pueden ser una apuesta incierta en este tipo de conciertos, pero Eighteen Visions demostró que sigue sabiendo cómo ganarse al público.
Uno de los momentos más simpáticos de su actuación ocurrió cuando el vocalista James Hart preguntó si había en la sala algún fan veterano del grupo, que originalmente se separó a comienzos de los 2000 antes de reunirse más de una década después. Un espectador del frente levantó la mano y contó que seguía a la banda desde fines de los noventa, cuando tenía apenas diez años. Hart, entre risas, replicó: “Bendito seas, hijo mío”.
El grupo mantuvo la intensidad con canciones como Vanity, una descarga particularmente pesada que rozó por momentos el hardcore y se llevó los mayores aplausos. Luego bajaron el ritmo para interpretar Waiting On The Heavens, una balada que aportó un respiro emocional al set. Hart aprovechó para expresar su cariño por Escocia, afirmando que la “ama con locura” y que ha pasado allí algunas vacaciones.
Fiel al espíritu local, no faltó el humor cuando Hart preguntó cuántos asistentes apoyaban a Rangers o a Celtic, desatando la clásica división futbolera. “¡Queremos un mosh pit Celtic-Rangers!”, bromeó antes de lanzar She Looks Good In Velvet, una de las piezas más contundentes de su último disco Until The Ink Runs Out. Cerraron con “Tower of Snakes”, un clásico de Obsession que dejó a la audiencia pidiendo más. Una presentación sólida que sin duda despertó curiosidad por volver a escuchar más de Eighteen Visions.
Llegó entonces el turno de los protagonistas de la noche: Atreyu. Surgidos a comienzos de los 2000, los californianos mantienen un pulso firme tras más de veinte años de trayectoria. Su proyecto más reciente revisita su pasado, con una regrabación completa de The Curse, que suena ahora más pulida y poderosa, reflejando la madurez alcanzada desde su lanzamiento original en 2004.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Atreyu en Buenos Aires: “El comienzo de una historia sin fin”
Siguiendo la tradición de los conciertos metaleros, el tema que sonó antes de su salida al escenario fue totalmente opuesto al género: “Sweet Caroline”. Como era de esperarse, todo el recinto entonó el célebre “Bum bum baaaa”.
De pronto, las luces se apagaron. Apenas visibles, los músicos tomaron sus posiciones y abrieron con “Blood Children”, el primer tema de The Curse. La energía fue inmediata: la banda al máximo, el público rugiendo y las luces estroboscópicas creando un ambiente salvaje. A ese inicio explosivo le siguieron “Bleeding Mascara” y “Right Side of the Bed”, uno de los favoritos de los fans.
A mitad del show llegó un momento más íntimo con “The Remembrance Ballad”, una balada coreada a la luz de los móviles, seguida de “Corseting”, que devolvió el frenesí al recinto. Durante “Demonology”, el carismático vocalista Brandon Saller bajó al público y protagonizó una secuencia tan divertida como caótica: bebió un trago de whisky, tomó una cerveza de un fan, besó a un hombre, fue abanicado y dio toda una vuelta entre la multitud. Luego presentó a cada miembro de la banda con un tono tan desenfadado como cómplice, entre bromas y gestos provocadores.
El momento más salvaje de la noche llegó con “My Sanity On The Funeral Pyre”, que desató el pit más grande y veloz del concierto. Antes del tramo final, Saller habló sobre cómo, al tocar un álbum completo, siente que cobra una segunda energía en su segunda mitad: “Este disco es como yo mismo: la parte de atrás es mejor que la delantera”, dijo entre risas antes de sacudir el escenario junto al público.
El cierre de The Curse llegó con “Nevada’s Grave”, un tema vibrante que hizo saltar a todo el salón y dio pie a un wall of death improvisado. Con el álbum completo, el grupo repasó otros temas de su repertorio, incluyendo el hit “Becoming The Bull” y el nuevo sencillo “Dead”.
Aunque algunos —entre ellos el cronista— no pudieron quedarse hasta las últimas canciones, el balance fue claro: Atreyu demostró que el tiempo no ha menguado su fuerza ni su conexión con el público. La química entre los integrantes, la solidez vocal en directo y la vitalidad de su nuevo material dejaron una impresión inmejorable.
Si tienes la oportunidad de ver en vivo a Atreyu o Eighteen Visions, no lo dudes: te espera una noche de excelente música y pura energía.
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu



Surgidas ambas formaciones vascas del grupo euskaldun Etsaiak (1987-2017), una como proyecto paralelo convertido en un tren de largo recorrido, y la otra como continuación de esos amigos disueltos y disolutos, que tuvo su momento álgido en los años noventa, y principios de siglo bajo el manto de Esan Ozenki, el prolífico sello de Fermín Muguruza.
La sala Deskomunal, y el distrito de Sants, es de nuevo el lugar de acogida para esta panda de náufragos que son los chicos de EtsaiakEroak, y es que sus dos últimas visitas a la capital catalana se han producido, o bien en esta misma sala, o durante las fiestas del barrio, hará tres años en el festival Sants es Crema (Sants se quema).
Con una nueva alineación, en la que se mantiene inalterable Auo al timón, junto a Jon Estankona a la batería, Joseba al bajo, Aitor a la guitarra, así como, un viejo conocido de la escena metal barcelonesa, el hacha Jordi Chía aka “Mono”, que ha militado en bandas death como Virulentos, y desde hace unos años en los metaleros Metator, y los heavy punks Arma-T, cuyo logo lucía en la batería que ambas bandas utilizaron, así como, los instrumentos, que también fueron compartidos por los dos combos.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Fermín Muguruza en Barcelona: “Nunca rendirse, retroceder jamás”
La intro con sonido de alarma para la pieza que daba título al último trabajo editado por Etsaiak en 2016, el EP “Bukaeraren Hasiera” (el principio del fin), dando así, rienda suelta a su veloz, y atemporal crossover de hardcore metal punk de los de Lekeitio. Auo afirmo reiteradamente quellegaron con un petardo en el culo, y con lo puesto. De hecho, aun andaban probando sonido cuando accedimos a la sala, pasadas las nueve de la noche.
Continuaron el abordaje con “Demokrazia Faltsua” de su disco Presoak S.O.S. de 1994, aunque ya había una versión primigenia de esta, en su maketa del 91. Con temática similar es el turno ahora para la policía vasca, con “Zaindari Ustelak” (Podridos Guardianes). Al final de este corte policial, nos dijo el peculiar vocalista, que nosotros también tenemos nuestros zipaios, apelativo con el que se conoce a la Ertzaintza, en Catalunya Mossos d’ Esquadra, o también llamados Gossos (perros).
Desde Apurtu Arte (2008) llega a toda velocidad “Ilegal” de apenas minuto y medio. Auo presenta como balada, al menos para ellos, esa preciosidad llamada “Etorkizuna” (el futuro), y es que en el disco en estudio cuenta con la encantadora voz dela afro-vasca Afrika Bibang, que le da otro aire a esta gran composición. El excantante de Etsaiak,agradece a Jordi Mono, y a los Arma-T la batería y el equipo, sin el cual no hubieran podido tocar esta noche, para acto seguido ir a toda ostia hacia el “Kaos”, su disco homónimo del 2001, en el que todo el diseño gráfico se basa en el Gernika de Picasso.
Aunque para velocidad, una de las clásicas con la anticlerical “Amen”, tras limpiar el escenario por algún vaso derramado, una de mis favoritas, con “Zuzen” desde su álbum del 95, Gerra Zikina (Guerra Sucia). Una vez resituados los monitores para tener más espacio, pasamos al castellano, o erdera como dicen allá, con “A Reventar”, y una dedicada a los chicos de Ultimo Rekurso, “Vomito, Miseria y Vida”. Un saludo al barrio de Sants, antes de atacar con “Apurtu Arte” (Hasta que se rompa), “Manipulatuak” es un tema que versionan un grupo catalán de hardcore metal de La Roca del Vallès, o hardcore de Pagés, a los que se la dedica, y con los que dice el de Lekeitio,ha aprendido el poco catalán que sabe.
Otra reliquia desde su primera demo es “Direkzión Obligatoria”, otra en castellano con “Subversión”, se pega a la versión de los míticos RIP, “Antimilitar”. Perseguida por el grito de “Presoak S.O.S.”, y otra que popularizó RIP en su época, el “Lepoan Hartu ta Segi Aurrera” de Telesforo Monzón, con gritos de Visca Catalunya lliure, y Gora Euskadi Askatuta.
Para finiquitar, nos ofrecen su histórica primera composición, “Zirikatu”, y otra de los RIP, la dedicada al Estado fascista español, “Odio mi Patria”, y al grito de Sants es Punk sellaron sesenta minutos de locura. Durante los cuales sufrieron algún que otro problema con el micrófono, voz algo baja respecto al resto en un principio, y un sonido algo atropellado, como de costumbre. Extrañamente o no, solo hicieron una perteneciente a alguno de los cuatro trabajos de EtsaiakEroak, siendo todo perteneciente a la era Etsaiak, covers de RIP incluidos.
Otro cantar es lo de Iñigito Txapelpunk, que inicio esta aventura en solitario en 1999, combinándolo con su omnipresencia a las guitarras de Etsaiak, así como, durante un par de años, 2013-2015 también a la voz de los bilbainosM.C.D. Ahora concentrado en su banda, se presenta en La Deskomunal, nueve meses después de su anterior visita, junto al enérgico Txilo (Turbofuckers) a la batería, y Aitortxu, como nuevo bajista, con el que estuvieron bromeando, sobre qué si era su primer bolo, y que se ha aprendido el repertorio en unos meses, etcétera.
Empezaron con “Olentzerori”, en la cultura vasca, el carbonero que lleva los regalos durante las fiestas navideñas, y que abre su disco Betty Rockanroll (2017), seguida por un Gabon (buenas noches) Deskomunal una intensa “Insuntza” desde su álbum debut, y dedicada a la playa del mismo nombre, ubicada en Lekeitio, y por otro corte en euskera, “Prest” (preparado), perteneciente a su disco de 2014, el titulado Los Mejores de los Peores.
De ahí saltaron a la existencial “Pudo Hacer”, y de ahí, a la dedicada a “Palestina”, denunciando el horror que se está viviendo en Gaza, de la mano de hierro del siniestro estado sionista israelí, al día siguiente se realizaría una gran manifestación en el centro de Barcelona. Interrelacionada con esta guerra genocida, cuyo único objetivo es el exterminio de un pueblo, llega la anti militar “Soldier”, con una letra que recuerda aquel viejo lema, Tanques sí, pero de cerveza.
Antes de empezar el siguiente tema, “Rockadicto”, Iñigo anuncia que se va a equivocar seguro, porque siempre le pasa, y efectivamente, tuvo que volver a repetir el inicio de esta oda a su adicción al punk, y es que como también dijo, esa no era su guitarra, de hecho, es con la que había tocado Aitor de EtsaiakEroak, unos minutos antes.
Demanda Txapel la presencia de Auo para cantar el siguiente canto, “E.H.”, dedicado a Euskal Herria, o País Vasco en castellano, entrando en acción con la canción ya iniciada. Aprovechando que el vocalista de EtsaiakEroak es sobre el escenario, continúan con el cantico clásico dedicado a la policía, que sea el color que sea que luzca su uniforme, un cabrón es un cabrón, de rojo, azul, verde o marrón.
Dos más de su disco Vaya Full (2009), con la divertida “Besos de Kubata”, y la egocéntrica “Loko Kuerdo”. Para finalizar sorpresivamente después tan solo cuarenta y cinco minutos con “Zergaitik Ez”, con esas partes reagge, y con Auo de nuevo en escena. Incomprensible que redujera prácticamente a la mitad el repertorio previsto.
Esperemos que el mes próximo en su gira por México, se estire algo más, si no quiere salir baleado, ya que redujo a la mitad el repertorio previsto de veinticinco canciones, todas propias, nada de versiones ajenas, o de sus anteriores formaciones.
Fotografía portada: Xabi Jauregi
Etiquetas: barcelona, España, Etsaiakeroak, La Deskomunal, Punk, Txapelpunk

La tarde del sábado 4 de octubre arrancó con una puntualidad casi británica en Razzmatazz. A las 18:00hs se abrían las puertas y, apenas media hora después, Imperial Triumphant ya comenzaban su particular ceremonia de caos dorado ante un público que aún terminaba de llenar la sala.
Su directo fue tan breve como arrollador: apenas media hora de delirio técnico y teatralidad abrasiva, donde el trío neoyorquino volvió a demostrar por qué son una de las bandas más visionarias del metal extremo actual.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Igorrr en Bilbao: “Entre el oro, los circuitos y los demonios”
Entre luces doradas, trompetas en llamas y copas de champán, descargaron sobre todo material de su último álbum Goldstar, dejando únicamente un guiño a sus inicios con “Devs Est Machina”. Media hora justa de locura sonora (demasiado corta), pero suficiente para dejar huella.
A las 19:35 h era el turno de Master Boot Record, que cambiaron por completo la atmósfera. El humo y las máscaras dieron paso a neones y sintetizadores. El proyecto de Victor Love nos sumergió en un universo cibernético donde las guitarras se entrelazaban con bases programadas y estética retro-futurista.
El foco, sin embargo, recayó en Edoardo Taddei, un guitarrista que convirtió cada solo en un despliegue de velocidad y técnica, rozando lo neoclásico. La proyección de gráficos de 8 bits y códigos informáticos creaba un ambiente de videojuego infernal, una especie de Tron metalero que encendió la pista con varios circle pits. Fue un show intenso, distinto, y sorprendentemente emocional para algo tan digital.
Y entonces, a las 20:40 h, se hizo el silencio… y la oscuridad dio paso a Igorrr.
Gautier Serre apareció como un director de orquesta del caos, rodeado de músicos que parecían salidos de diferentes dimensiones. Desde el primer golpe de “Daemoni”, quedó claro que la propuesta no tiene igual: un torbellino donde conviven ópera barroca, breakcore, black metal y techno balcánico, todo en perfecta desarmonía.
Serre alternaba entre teclados, percusión y guitarra, dirigiendo su criatura sonora con precisión quirúrgica. Los vocalistas ofrecieron un despliegue vocal asombroso, alternando guturales demoníacos con pasajes líricos casi angelicales. No faltaron canciones como “ieuD”, ni “ADHD” ni la gran “Blastbeat Falafel”.
Durante más de hora y media, Igorrr repasaron sus tres últimos discos, uniendo piezas de Spirituality and Distortion, Savage Sinusoid y Amen, su más reciente trabajo. La intensidad no decayó ni un segundo.
El cierre llegó con un par de bises del Spirituality…, “Very Noise” y “Camel Dancefloor”, coronados por un apoteósico “Opus Brain” que convirtió Razzmatazz en una misa dionisíaca.
No hay etiquetas que definan lo de Igorrr: no es metal, no es electrónica, no es ópera. Es, simplemente, otra liga. En Barcelona volvieron a confirmarlo.


Después de una noche que difícilmente podría calificarse de reparadora, me despierto con los primeros rayos de un sol tímido que por fin se asoma entre las nubes que nos habían acompañado desde la víspera, dando un respiro a todos los presentes en Call of the Crow. La tormenta Amy ya había dejado su marca en todo el predio, y mi carpa —o lo que quedaba de ella— se había transformado en una masa retorcida de lona y varillas. Así que, resignado pero de buen humor, terminé durmiendo en el garaje principal junto a algunos otros miembros de las bandas a quienes no les tentaba la idea de acampar durante la tormenta.
Lo que en otro contexto podría haber sido un comienzo desalentador, aquí se convirtió en una anécdota compartida entre risas mientras esperábamos el primer café del día. La pequeña estación de Black Coffee Worship, instalada junto al granero principal, volvió a ser el punto de encuentro matutino y el salvavidas necesario para volver a la vida. Ese café, fuerte y aromático, parecía tener el poder de revivir incluso a los más golpeados por la noche anterior.
Ya sin lluvia pero con ráfagas que aún sacudían las estructuras, NeCrow Events y su equipo trabajaban desde temprano revisando el terreno, ajustando los equipos de sonido y comprobando que todo estuviera listo para la segunda y última jornada del festival. Lo notable era la calma y eficiencia con que lo hacían. A pesar de las inclemencias, el cronograma se mantenía intacto, y el profesionalismo con el que resolvían cada imprevisto dejaba en claro que estábamos ante un evento que, aunque debutante, se conducía con la seriedad y el pulso de una organización experimentada.
Gate Master: atmósfera y hechizo
A las 14:30 en punto, con el Longhall ya lleno y un silencio expectante que contrastaba con el viento que aún golpeaba las ventanas, Gate Master inauguró el segundo día de Call of the Crow con una propuesta completamente distinta a todo lo visto hasta el momento: Dungeon Synth.
El escenario, envuelto en humo y luces frías, se iluminó con tonos azulados y verdes, proyectando sombras que daban vida a los símbolos que decoraban el fondo. En el centro, una mesa cubierta con una tela negra sostenía un escudo vikingo, una bola de cristal y pequeñas velas distribuidas con precisión casi ritual. La música comenzó con un murmullo etéreo que lentamente fue creciendo hasta envolver toda la sala: un viaje de sonidos sintetizados que evocaban castillos en ruinas, bosques encantados y viejas sagas olvidadas.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Call of the Crow 2025 – Día I: bajo la tormenta, la llama del black metal
Anabelle, con su figura serena y su vestimenta de tonos rojos, dominaba el espacio con una naturalidad magnética. Cuando un breve desperfecto técnico interrumpió la secuencia, no hubo nerviosismo ni desconcierto: simplemente tomó su arpa y, sentándose en las escaleras que descendían hacia el público, improvisó una pieza breve, delicada y melancólica. Ese gesto espontáneo generó uno de los momentos más humanos y memorables del festival: el público en completo silencio, observando cómo la música continuaba fluyendo sin artificios.
Solucionado el problema, el set retomó su curso y se desarrolló sin más incidentes, culminando entre aplausos y vítores. Fue una apertura tan singular como adecuada para ese segundo día: introspectiva, onírica y perfectamente alineada con el espíritu atmosférico que impregna todo Call of the Crow. Con Gate Master, el Longhall Stage cerró su participación en esta edición, dejando una sensación de calma y belleza que contrastaba con la crudeza que vendría después.
Incessant: agresión sin ornamentos
Poco después de las 15:30, el escenario principal volvió a la acción con Incessant, provenientes de Dublín. En un festival dominado por el Black Metal, su Blackened Death Metal directo, sin adornos y de ejecución precisa, fue una sacudida brutal al cuerpo y al espíritu.
Desde el primer golpe de batería quedó claro que el cuarteto no estaba allí para sutilezas. Las guitarras rugían con precisión quirúrgica, los blast beats retumbaban como truenos, y el vocalista —de pie, encorvado hacia el público— escupía cada palabra con furia contenida. No había pirotecnia ni artificio escénico, solo pura intensidad.
La reacción del público en Call of the Crow fue inmediata. Algunos comenzaron a moverse hacia adelante, creando un pequeño círculo de headbanging sincronizado. Otros, más atrás, simplemente observaban, impresionados por la potencia y la cohesión de una banda que, pese a su corta trayectoria, ya demuestra una madurez notable. Con solo seis años de carrera, Incessant se perfila como una de las formaciones más prometedoras dentro del underground irlandés. Su presentación fue breve, contundente y sin espacio para el respiro. Cuando se retiraron del escenario, dejaron una estela de ruido en los oídos y una sonrisa en todos los que apreciamos la crudeza sin concesiones.
Thy Dying Light: tradición y sombra
El cronograma sufrió un leve ajuste, manejado excelentemente por parte del equipo de Call of the Crow, y los siguientes en salir fueron Thy Dying Light, el dúo conformado por Hrafn y Katyn. Desde el primer instante, el cambio de atmósfera fue evidente: el escenario volvió a teñirse de penumbra, iluminado solo por las llamas de las velas y algunos focos tenues que acentuaban el blanco del corpse paint.
El sonido, fiel a las raíces del Black Metal más tradicional, evocaba los primeros años del género: riffs gélidos, voces rasgadas, percusiones austeras. Katyn, detrás de una batería completamente negra —incluso los platillos— marcaba el pulso con precisión. Hrafn, al frente, proyectaba autoridad, pero el set, aunque correcto y bien ejecutado, careció del impacto emocional de las presentaciones previas. No fue una cuestión de técnica sino de conexión: el público acompañó con respeto, pero sin el fervor de otras actuaciones.
Aun así, la estética y la fidelidad al estilo clásico fueron impecables, recordándonos el poder que aún conserva la simplicidad cuando se la aborda con convicción.
Oakenthrone: épica y contemplación
La jornada continuó con uno de los momentos más esperados: el debut en vivo de Oakenthrone, el proyecto en solitario de S. Nagington, acompañado por músicos de sesión, nada más y nada menos que en Call of the Crow. Sin maquillaje ni vestimentas extremas, el grupo subió al escenario con una sobriedad que contrastaba con las imágenes habituales del género.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Mikael Stanne (Dark Tranquillity): “Tocar estas viejas canciones me devolvió esa sensación de invencibilidad”
El Black Metal Atmosférico que desplegaron fue un torrente de emociones contenidas. Las guitarras, densas pero melódicas, tejían paisajes sonoros que recordaban tanto a la majestuosidad de la naturaleza como a la introspección humana. Cada nota parecía cuidadosamente medida, cada silencio, intencionado.
Lo más llamativo fue la conexión entre los músicos: miradas cómplices, movimientos precisos, una fluidez que no suele verse en una primera presentación. La voz de Nagington, desgarrada pero controlada, transmitía vulnerabilidad sin perder fuerza. El público, entregado, acompañó con atención casi reverencial. Al finalizar el set, el aplauso fue unánime y prolongado. Oakenthrone dejó la sensación de haber abierto una nueva vía dentro de la escena, una donde la agresividad y la emoción no se oponen, sino que se complementan.
Völniir: fuego interno bajo luces rojas
Con el atardecer aproximándose y el cielo volviendo a cubrirse de nubes, llegó el turno de Völniir. El escenario principal se iluminó por completo de rojo carmesí, un resplandor que realzaba la decoración del arco cubierto de ramas de pino y coronado por una calavera de vaca. La imagen era imponente, casi litúrgica.
Los miembros de la banda —Skogen, S.V., Tubal-Qayin y Azrael— aparecieron en escena con vestimentas oscuras y presencia firme. Lo que siguió fue una demostración de Black Metal contemporáneo con bases sólidas en lo atmosférico, pero cargado de una energía primal. Los temas de su álbum All Hope Abandon (2021) sonaron con fuerza y convicción, desplegando una combinación de agresividad y melancolía que caracteriza su estilo.
El público, que ya para entonces llenaba casi todo el espacio techado, respondió con entusiasmo. Fue una de esas presentaciones durante Call of the Crow que reafirmaron por qué Völniir es considerada una de las joyas del underground británico: no necesitan grandes artificios para dominar la escena, solo honestidad y entrega.
Lunar Mantra: la alquimia del sonido
Ya entrada la noche, el aire en Pealie’s Barn adquirió un aroma distinto: el del incienso que ardía en el escenario principal, preludio del ritual sonoro que ofrecería Lunar Mantra. El cuarteto escocés, que recientemente regresó a la actividad tras una larga pausa, desplegó una propuesta que combinaba lo espiritual con lo visceral.
Exortivm, al frente, dirigía la banda con autoridad serena. El sonido, denso y envolvente, se movía entre pasajes meditativos y explosiones de furia controlada. Las temáticas —ocultismo, espiritualidad, metamorfosis interior— se entrelazaban con la música para crear una experiencia casi ceremonial. En lugar de confrontar al oyente, Lunar Mantra parecía invitarlo a un viaje introspectivo, a una especie de comunión silenciosa.
Lo más interesante fue la recepción del público: muchos, acostumbrados al enfoque más nihilista del Black Metal tradicional, quedaron atrapados por la sutileza del grupo. Hubo momentos en que la sala entera permaneció inmóvil, absorta, mientras el sonido llenaba cada rincón. Al terminar, el aplauso fue tan intenso como respetuoso. Fue, sin duda, una de las presentaciones más trascendentales de Call of the Crow.
Kryptan: el poder nórdico
La penúltima banda de la noche fue Kryptan, una de las dos formaciones internacionales invitadas para Call of the Crow, provenientes de Suecia. Fundados por Mattias Norrman y Alexander Högbom (ambos de October Tide), trajeron consigo una lección magistral de Black Metal escandinavo moderno.
Con apenas cinco años de carrera y su álbum debut Violence, Our Power lanzado el 14 de febrero de 2025, Kryptan mostró una madurez que muchos tardan décadas en alcanzar. Desde el primer acorde, la precisión y la fuerza de su sonido fueron sobrecogedoras. Las guitarras heladas, el bajo profundo y la batería demoledora crearon una pared de sonido de impecable ejecución.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Igorrr en Bilbao: “Entre el oro, los circuitos y los demonios”
La frialdad nórdica de su música se sintió incluso en el aire; cada riff evocaba los paisajes gélidos de su tierra natal. No había poses ni exageraciones: solo una profesionalidad aplastante. Fue una de esas actuaciones que combinan técnica, emoción y entrega total. Al terminar, muchos —yo incluido— corrimos al puesto de merchandising para asegurarnos una copia del vinilo. Un disco de 180 gramos, perfectamente prensado, que se convirtió de inmediato en un recuerdo tangible de una presentación inolvidable.
Psychonaut 4: catarsis final
Y así, con la noche ya completamente cerrada y el viento soplando con furia renovada, llegó el momento más esperado de Call of the Crow: el cierre a cargo de Psychonaut 4, los titanes del Depressive Suicidal Black Metal (DSBM). El público se amontonó frente al escenario principal, un mar de abrigos negros y rostros expectantes.
Cuando comenzaron los primeros acordes, el silencio se transformó en una ola de gritos y vítores. Graf von Baphomet, con su presencia inconfundible, irrumpió en escena como un relámpago emocional. Desde el primer verso, su interpretación fue una entrega absoluta. Aunque cantara en un idioma que pocos comprendían, la intensidad de sus gestos, sus miradas y su voz desgarrada hacían innecesaria cualquier traducción.
A su lado, S.D. Ramirez se encargó de la interacción con el público, equilibrando la oscuridad introspectiva de Graf con una energía más comunicativa. Sus coros, perfectamente sincronizados, añadían una segunda capa de dramatismo a la música. Canciones como “Sana Sana Sana, Cura Cura Cura” o “Too Late to Call an Ambulance” resonaron con fuerza casi hipnótica, arrastrando a todos a un estado de trance colectivo en Call of the Crow.
Lo más notable fue la conexión que se generó entre banda y público. En un género que suele ser introspectivo y distante, Psychonaut 4 logró lo contrario: crear una comunión emocional palpable. Cuando la última nota se desvaneció, el aplauso fue ensordecedor. Fue el cierre perfecto, no solo para el día, sino para todo el festival.
Epílogo: un final bajo el viento
Con el eco de la última canción aún flotando en el aire, muchos nos quedamos unos minutos más, observando las luces apagarse lentamente. El viento seguía soplando, pero ya no importaba. Había una sensación compartida de haber sido parte de algo auténtico, algo que difícilmente podría replicarse en un evento de mayor escala.
Call of the Crow cerró su primera edición superando todas las expectativas. La organización de NeCrow Events fue impecable: puntualidad, atención al detalle, un trato humano con el público y los artistas, y una selección de bandas que equilibró a la perfección lo atmosférico, lo tradicional y lo extremo.
Sí, el clima fue hostil. Sí, las carpas sufrieron y algunos terminamos durmiendo donde pudimos. Pero nada de eso empañó la experiencia. Más bien, la reforzó. Porque este tipo de festivales —los que nacen desde la pasión y no desde el negocio— tienen esa capacidad única de unir a la gente bajo la misma causa: la música.
Pealie’s Barn, con su estructura centenaria y su mezcla de madera, piedra y viento, había sido testigo de dos días de comunión, catarsis y celebración. Y aunque el eco de los amplificadores ya se había desvanecido, algo me decía que este era solo el comienzo.
Call of the Crow no solo cumplió con lo prometido: estableció un nuevo estándar para lo que un festival de Black Metal puede ser en el Reino Unido. Y ahora, lo único que queda, es esperar con ansiedad su segunda edición.
- Gate Master
- Gate Master
- Gate Master
- Incessant
- Incessant
- Incessant
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Thy Dying Light
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Oakenthrone
- Volniir
- Volniir
- Volniir
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Lunar Mantra
- Kryptan
- Kryptan
- Kryptan
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4
- Psychonaut 4


La tormenta que azotó Buenos Aires la tarde del domingo 5 de octubre no fue suficiente para frenar a los valientes que se acercaron a El Teatrito para presenciar lo que fue uno de los eventos metaleros de la semana, el Union Metal Fest. Si bien el cambio de venue (originalmente programado para realizarse en el Teatro Flores) no afectó la intensidad, hubo una aceptable cantidad de público para una jornada que reunió a cuatro bandas locales y culminó con Brujería, la banda mexicana que sigue honrando la memoria de Juan Brujo y Pinche Peach.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Argentina Metal Fest 2025: “El caos y la esperanza”
Al momento de mi arribo al local, y bajo una lluvia que se hacía cada vez más presente, unos cincuenta valientes llegaron temprano para apoyar a los chicos de Inner, banda de apertura que presentó una propuesta particular: death metal progresivo con tintes de heavy y mucho groove. Lamentablemente, el guitarrista rítmico no contó con un sonido acorde, opacando parcialmente una presentación que por momentos prometía mucho más. El bajista se destacó con una ejecución virtuosa, aunque fue el trabajo del baterista el que realmente brilló durante el set. Sin embargo, la propuesta de Inner merece celebrarse, en un panorama saturado de bandas tributo a glorias nacionales como Hermética, Malón y Almafuerte, encontrar grupos que apuestan por material original resulta refrescante.
Los riojanos de Fuerza Activa subieron al escenario con su propuesta orientada a sonidos bien extremos, rozando el deathcore, y enfrentaron inmediatamente problemas técnicos que complicaron su presentación. Cortes en la guitarra y una batería que literalmente se desmontaba durante la ejecución amenazaron con arruinar el set.
Pero el cuarteto demostró actitud y profesionalismo, enfrentando los golpes del vivo con la determinación característica de las bandas que vienen del interior. Le pusieron garra y salieron adelante pese a las adversidades técnicas, terminando su presentación a las 19:20 entre aplausos que reconocieron más el esfuerzo que la calidad del sonido obtenido. Pasadas las 19:35, Nómade salió a destrozar El Teatrito. Su set de 35 minutos mantuvo la intensidad y dejó el alma sobre las tablas, dejando claro por qué son una de las propuestas más sólidas del metal extremo local.
Tras veinte minutos de espera y ajustes técnicos, el venue se fue poblando para la llegada de Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar (A.N.I.M.A.L.). ¿Qué se puede agregar acerca de esta leyenda? Una banda que revolucionó el sonido local allá por los años noventa y que, a pesar de los cambios de formación, sigue manteniendo el poderío que la caracterizó.
Un Andrés Giménez en plena forma vocal, Cristian “Titi” Lapolla algo más contenido de lo habitual —sin tantas interrupciones ni chistes, quizás por el escaso tiempo disponible—, y Marcelo Castro tras los parches cumpliendo con lo suyo le demostraron a todos que siguen vigentes.
La lista estuvo cargada de clásicos, rondas de pogo por aquí y por allá mientras los 4 integrantes (contando al encargado de la consola de sonidos), interpretaban temas como “Sol”, “Familia”, “El legado”, “El nuevo camino del hombre” entre otras. Para el final, Andrés divisó entre el público a un amigo de años, un compañero de ruta, un batallador del metal extremo: Cristian de Avernal pasó del pit al escenario para interpretar el clásico “Cop Killer” de Body Count, generando la mayor respuesta del público hasta ese momento. La banda cerró su set a las 21:30 entre aplausos, pedidos de listas y púas, preparando el terreno para el plato fuerte de la noche.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Elnueveonce en Málaga: “Querer es Poder”
Los mexicanos Brujería tomaron el escenario cargando el peso de dos ausencias irreparables: Juan Brujo y Pinche Peach, fallecidos en 2024. La formación actual —El Sangrón (voz), El Criminal (guitarra), El Zángano (bajo) y El Sativo (batería, hijo de Juan Brujo)— llegó con la misión de mantener vivo el legado.
“Brujería no murió, aquí tengo su espíritu“, declaró El Sangrón desde el escenario, frase que resumió perfectamente la actitud de una banda que se niega a convertirse en museo de su propio pasado.
El setlist funcionó como homenaje y celebración simultánea. “Brujerismo”,y “Desmadre” abrieron el show con la brutalidad característica que ha definido a los mexicanos desde sus inicios. Los primeros mosh pits de verdadera intensidad se formaron de inmediato, con el público respondiendo a esa energía confrontacional que caracteriza cada presentación de la banda. El repertorio continuó con “Anti Castro” y “La Migra”, manteniendo el ritmo sin respiro. Cuando llegó el turno de “Colas de Rata”, “La Ley del Plomo”, “División del Norte” y “Revolución”, las canciones funcionaron como recordatorio constante de por qué Brujería sigue siendo una referencia del grindcore en español.
El momento más característico llegó cuando el dueño del micrófono solicitó un “porro” que no tardó en llegar al escenario. Varios cigarros de marihuana surcaron entre los asistentes y fueron el vocalista y el baterista quienes los consumieron ante la risa general del público, algo que solo sucede en shows de Brujería y que forma parte integral de su identidad como banda. La noche se acercaba a su fin cuando irrumpieron con “Consejos Narcos” y “Pito Wilson”, que precedieron el cierre definitivo: “Matando Güeros”, el himno que funciona como detonante final en cada presentación. El público respondió con la intensidad acumulada durante toda la noche, coreando cada línea de una canción que trasciende generaciones.
La presentación de Brujería en El Teatrito demostró que el espíritu de Juan Brujo y Pinche Peach permanece intacto. La banda no solo interpreta canciones, sino que mantiene viva una actitud, una filosofía, una manera de entender el metal extremo que va más allá de la técnica o la producción. El Sativo, hijo de Juan Brujo, honró la memoria de su padre desde la batería, demostrando que el legado también se transmite por sangre. Antón Reisenegger, figura del metal latinoamericano, aportó la experiencia y solidez que la banda requiere en esta etapa de transición. El sonido estuvo a la altura durante toda la presentación de Brujería, permitiendo apreciar cada matiz de su propuesta sin los problemas técnicos que habían afectado a las bandas locales.
Agradecimiento a la producción por la acreditación correspondiente que permitió realizar esta cobertura.
Fotos de Matias Carrera
- Inner
- Fuerza Activa
- Nomade
- A.N.I.M.A.L
- A.N.I.M.A.L
- A.N.I.M.A.L
- Brujería
- Brujería
- Brujería
- Brujería
- Brujería
- Brujería
Etiquetas: A.N.I.M.A.L., Avernal, Body Count, Brujería, Deathmetal, Fuerza Activa, Groove, Inner, Nómade, thrash

Después de un sold out en Madrid, los escoceses Bleed From Within finalizaban su paso por nuestro país con la visita a una de las salas más emblemáticas de la ciudad, en una noche que prometía ser memorable para los amantes del metal más intenso. El ambiente en los alrededores ya se sentía eléctrico desde temprano: camisetas negras, caras de expectación y un público que sabía perfectamente lo que estaba a punto de presenciar.
A eso de las 18:45h, daba comienzo la actuación de los sorprendentes Great American Ghost. Con su explosiva mezcla de Metalcore, Hardcore y Deathcore, los norteamericanos encendieron la sala con su arrollador sonido y una actitud demoledora. Su frontman, tan carismático como salvaje, conectó con el público desde el primer minuto, consiguiendo que la energía no decayera en ningún momento. De hecho, llegó a lanzarse de lleno al Wall of Death que él mismo había iniciado, en uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria. Una actuación corta, pero de una intensidad brutal; sin duda, uno de los conciertos de una banda “telonera” que más me han sorprendido en los últimos años.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: 5rand estrena su nuevo single “Bloodlife”
Tras una breve pausa para recuperar el aliento, era el turno de After The Burial, otro de los nombres más sólidos de la escena norteamericana. El cuarteto de Minnesota ofreció un recital de precisión y contundencia, con su característico sonido Progresivo/Djent. Durante sus 40 minutos de actuación, repasaron temas de Dig Deep (2016) y Evergreen (2019), además de incluir sus dos singles más recientes, componiendo así un setlist equilibrado y potente. Aun así, se echó en falta algún tema más cercano a sus primeros trabajos, aquellos que cimentaron su reputación dentro del género. Fue, en cualquier caso, un concierto que disfruté especialmente a título personal; aunque es cierto que, para quienes no conocían a la banda, la mezcla de sonidos resultó algo densa y en algunos momentos era complicado distinguir todos los matices instrumentales.
Y finalmente llegaba el momento más esperado de la noche. Las luces se apagaron, el público rugió, y los primeros acordes de “Violent Nature” marcaron el inicio del espectáculo de Bleed From Within. Los escoceses salieron a escena con una energía desbordante, presentando temas de su más reciente trabajo Zenith (2025). Desde el primer compás, dejaron claro por qué son una de las bandas más respetadas del Metalcore actual: sonido impecable, ejecución precisa y un Scott Kennedy absolutamente imperial en las voces. El público respondió con devoción, coreando cada palabra y levantando los puños en temas como “The End of All We Know”, “Levitate” y “In Place of Your Halo”, auténticos himnos para los seguidores más fieles. Cada canción sonaba más grande que la anterior, y la conexión banda-público fue total, creando una atmósfera casi ritual.
En resumen, fue una noche redonda. La elección de acompañantes para Bleed From Within resultó prácticamente inmejorable: tres propuestas complementarias, cada una aportando su propia visión del metal moderno. Con estos dos conciertos en nuestro país, los escoceses no solo reafirmaron su posición como una de las bandas más potentes del momento, sino que también lograron conquistar a nuevos oyentes. Una velada que, sin duda, quedará grabada en la memoria de todos los presentes.



Con el retorno de Halford a Judas Priest en 2003, el sueño se desvaneció, y el de Akron se unió a Iced Earth, unos años después a Yngwie Malmsteen, y a posteriori a otros proyectos personales como Beyond Fear, la super banda Charred Walls of the Damned, un mega grupo de versiones llamado Hail!, el tributo Dio Disciples, y desde 2020 en KK’s Priest junto KK Downing.
Tras todo este trasiego, el de Ohio es culo de mal asiento, y vuelve a la carretera por su cuenta y riesgo arropado por miembros de Pulsa Denura, que ejercieron de anfitriones, y teloneros en el concierto de Sevilla. Aunque antes de volver a disfrutar de la espeluznante voz de Tim “Ripper” Owens, teníamos a unos desconocidos invitados, los roqueros asturianos Baja California, que empezaron su actuación ante poco más de una treintena de individuos, una cantidad que fue aumentado progresivamente, a medida que avanzaba su meritoria descarga.
Y es que, a pesar de todo, no se amedrentaron ni un ápice, y lo dieron todo durante cuarenta y cinco minutos, repasando sus dos últimos discos, Horizontes (2018), y Electricidad (2024), así como nuevos singles como “El Mejor Error”, tema con el que iniciaron la tanda final compuesta por esta nueva composición, “Dueños de la Noche” y “Electricidad”.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Saurom en Málaga: “La magia juglar se adueñó de la ciudad”
Bien curiosas y sorpresivas fueron las presentaciones a cargo de un desenfadado Manuel Roz, como preguntar si alguien ha estado enamorado alguna vez, para acto seguido decir, que la siguiente canción va de follar. O al explicar el tema “A-66”, sobre la dificultad añadida que supone los peajes para desplazarse a tocar por la península, algunos de los presentes pensamos en lo que se paga en Catalunya al respecto daría para hacer un disco completo. Pues bien, por estos hard rockers que acompañaran a Owens en su tramo final de gira estatal.
En esta ocasión el cambio de equipo e instrumentos fue bastante rápido, dada la mínima escenografía, y una batería que parece pertenecer a los chicos de Oviedo, o Uviéu en astur. Cuando pasan unos minutos de las nueve de la noche, van apareciendo los chicos que acompañan al norteamericano, y pertenecientes a la banda metalera andaluza Pulsa Denura, con José Pineda y Miguel Salvatierra a las guitarras, Rafael Vázquez al bajo, y el Overdrive Fran Santamaría a la batería. Unos instantes después aparece en escena Ripper con gorra con la bandera estadounidense, que también luce en su hebilla, muy patriota el hombre.
La primera en caer de su variopinto setlist sería “Jugulator” la cual daba título a su primer álbum con los británicos en 1997, del que también ejecutarían “Burn in Hell” y “Blood Stained”, fuera quedaron temazos como “Dead Meat”, o quizás la más poderosa de ese debut en Judas, esa replica de “Painkiller” que fue “Bullet Train”. De las composiciones de la época con Rob Halford al frente, la primera en hacernos vibrar y cantar a pulmón fue la versión del “The Green Manalishi”, original de Fleetwood Mac, durante la cual Owens fue recorriendo el escenario de lado a lado señalando a los guitarras en el mano a mano alternándose los solos de esta memorable pieza. Otra que no podía faltar de ningún modo, es la que Tim escogió como nombre de guerra artístico, “The Ripper”, y siempre precedida por la pregunta, What’s my Name?
La primera sorpresa de la noche es la inclusión de una de Black Sabbath, uno correspondiente a los inicios con Ozzy Osbourne, aunque no hubo dedicatoria al Príncipe de las Tinieblas al presentar “Children of the Grave”, tan solo su devoción por los de Birmingham. Seguida por un mini solo de guitarra de Pineda, que da paso a “Hellfire Thunderbolt” de su primer disco con KK’s Priest, Sermons of the Sinner (2021). Otra reliquia de Judas con la grandiosa “Beyond the Realms of Death”, interpretada a la perfección por el quinteto.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Atreyu en Glasgow: “Celebrando 21 años de The Curse”
Otra elección discutible de su repertorio actual, es uno de su estadía en Iced Earth, como es la balada “When the Eagle Cries”, extraída del disco The Glorious Burden (2004), habiendo canciones más potentes en este mismo álbum como “Greenface” o “Red Baron”, por ejemplo. Después de discutir si tomarse una cerveza ahora o más tarde, y un agradecimiento para todo el crew que le está acompañando en esta gira, una de su disco más reciente con KK Downing, The Sinner Rides Again (2023), siendo la elegida “One More Shot at Glory”, durante la esta observe como giraba hábilmente con un pie las páginas de un cuaderno de letras apoyado sobre uno de los monitores.
Una dosis de humor cantando algunas estrofas del tema de Lionel Richie “Hello”, antes de tener unas palabras recordando a Paul Di Anno, del que hace poco han editado el documental Di’ Anno: Iron Maiden’s Lost Singer, e interpretando un potente “Wrathchild”. Tras este inmenso regalo, Tim decide colgar su gorra del pie de micro, y mostrar de nuevo su cabeza afeitada, comentando que así parece alguien totalmente distinto, antes de atacar con “Hel lis Home”, rescatada de su segundo disco con J. Priest, Demolition (2001), en la que gesticula con golpes y movimientos típicos de boxeador.
Tras un extenso solo de batería aderezado con efectos, o ruidos incalificables, entramos en la parte final del show, con una inconmensurable “Electric Eye”, el clásico “Living After Midnight”. Y un pequeño receso durante el cual felicita y canta Happy Birthday a una chica llamada Grace, así como, firmarle unas fotografías a un tipo de primera fila que le decía que después, pero Owens insistió en hacerlo en ese mismo instante. Todo ello, antes de disparar la última bala con “One on One”, rematándola con una serie de chillidos de alto voltaje, mostrando de nuevo el alto rango al que pueden llegar sus cuerdas vocales. Un prodigio, el bueno de Tim.



Después de meses de espera, finalmente llega el momento de comenzar el viaje hacia North Yorkshire, a Pealie’s Barn, para cubrir lo que promete ser un festival de Black Metal único en el Reino Unido. Después de una corta pausa en casa tras volver de la oficina, Duncan —fotógrafo colega de Glasgow— pasa a buscarme; cargo la mochila con todo lo necesario para acampar, y así comienza el viaje hacia la campiña inglesa, rumbo a Call of the Crow.
El clima no promete mucho. Desde hace días se anuncian alertas meteorológicas por la llegada de la tormenta Amy, con advertencias de fuertes vientos y lluvias persistentes durante todo el fin de semana. Pero seamos sinceros: en el imaginario del black metal, un cielo despejado no tiene el mismo encanto. Esa mezcla de viento, barro y oscuridad aporta una atmósfera que parece hecha a medida para el tipo de experiencia que este festival quiere ofrecer.
Llegamos finalmente casi a medianoche, el día antes de que el festival comience oficialmente. Entre ráfagas de lluvia y ráfagas de viento helado, toca cargar con todo el equipo y elegir un terreno donde levantar la carpa. No fue tarea sencilla: la tierra estaba empapada y el viento no daba tregua. Pero tras algunos intentos frustrados y varias risas resignadas, la tienda finalmente se mantiene en pie. Exhaustos, nos metemos dentro y dejamos que el sonido de la lluvia golpeando el nailon nos arrulle. Mañana, Call of the Crow abrirá oficialmente sus puertas.
Amanecer entre viento, barro y expectación
A las nueve de la mañana, la cocina comunitaria abre sus puertas. El aroma del café (un blend hecho especialmente para Call of the Crow), las salchichas y el bacon, se mezcla con el aire húmedo y el olor a leña quemada. Los asistentes, todavía somnolientos, se agrupan bajo el mismo techo para compartir el desayuno y comentar la jornada que se avecina. Entre las conversaciones, se respira una sensación compartida: nadie sabe exactamente qué esperar, pero todos sienten que están a punto de presenciar algo especial.
Luego del desayuno, aprovecho para recorrer el predio. Las fotos previas en redes sociales ya mostraban que el lugar prometía, pero verlo en persona lo lleva a otro nivel. Pealie’s Barn es una antigua granja del siglo XVIII, conservada con gran respeto por su arquitectura original. Ladrillo viejo, vigas de madera, portones pesados, velas encendidas a lo largo de los muros y el sonido constante del viento colándose entre las rendijas. Todo respira historia.
El escenario principal, levantado al aire libre en el patio central, combina lo rústico con lo siniestro: un arco cubierto de ramas de pino, calaveras, luces y una lona que protege parte del público de la lluvia constante. El Longhall Stage, por su parte, se encuentra dentro de una de las edificaciones originales de la granja. Allí el ambiente es completamente distinto: cálido, cerrado, con paredes de piedra, velas alineadas y candelabros suspendidos. La reverberación natural de las paredes hace que incluso un suspiro suene ritual.
Parusight: la apertura entre sombras románticas
A las 14:30 en punto, el festival abre oficialmente con Parusight, banda —o mejor dicho, proyecto— liderado por Oliver Groves, haciendo su debut en vivo para Call of the Crow. Para ser su primera presentación, el nivel de ejecución y la presencia escénica sorprenden gratamente.
Groves, conocido por su trabajo en el underground británico, propone un enfoque más introspectivo dentro del Black Metal: un sonido oscuro, pero con matices románticos y una sensibilidad melancólica que recuerda a los días en que el género flirteaba con el gótico y lo etéreo. Canciones de su álbum Deathly Pale toman forma ante el público con una mezcla de crudeza y belleza sombría.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Fortress Festival consolida su prestigio con nuevas confirmaciones
La lluvia cae sin pausa, pero nadie se mueve del frente del escenario. Las capas y abrigos se empapan mientras las guitarras resuenan en medio del vendaval. Hay algo profundamente simbólico en comenzar así: bajo una tormenta, con una banda nueva que suena como si llevara años tocando. Parusight cierra su set entre aplausos sinceros y rostros iluminados por la tenue luz que se filtra a través de las nubes.
GodKing: ritual de huesos y sangre
Apenas un breve receso, y el escenario se transforma para recibir a GodKing, dúo londinense formado por Draca y Trident, acompañados en esta ocasión por dos músicos de sesión. Si Parusight ofreció elegancia y melancolía, GodKing representa la contracara absoluta: oscuridad, violencia y misticismo ritual.
El pie de micrófono de Draca está adornado con huesos reales, una rata colgante y símbolos tallados. La vocalista luce su característico corpse paint, con huesos atados a la cintura, mientras Trident, tras la batería, porta una máscara cubierta de pinchos que refleja la luz de los focos. Los otros dos miembros, encapuchados con sacos de arpillera, completan una imagen casi litúrgica.
Musicalmente, lo suyo es un Black Metal directo, sin artificios, anclado en la tradición más cruda del género. Blast beats, riffs serrados, y una voz que parece surgir desde las profundidades. En uno de los momentos más impactantes del set, Draca levanta un cáliz y lo vuelca sobre su rostro, cubriéndose con sangre que cae por su pecho. Un gesto tan teatral como provocador, que arranca vítores del público.
GodKing demuestra que no se necesita un gran despliegue técnico para hipnotizar: basta con convicción, presencia y una identidad visual coherente. Su presentación deja claro por qué se habla tanto de ellos en el circuito underground británico.
Mourning of the Heretic: la elegancia del caos
Poco después de las cuatro de la tarde, la lluvia arrecia con más fuerza. Sin embargo, el público no se dispersa. Es el turno de Mourning of the Heretic, banda originaria de Irlanda del Norte que llega respaldada por su reciente debut discográfico To the Shadows Betrothed.
Desde el primer acorde, su propuesta se diferencia del resto del cartel: Blackened Death Metal con tintes sinfónicos, atmósferas góticas y un aire teatral que remite al horror clásico. El vocalista Mark Valdemar domina el escenario con carisma y aplomo, alternando gruñidos con declamaciones casi litúrgicas. Su voz resuena potente bajo la lluvia, y la banda responde con una precisión milimétrica.
Mourning of the Heretic demuestra oficio y una presencia escénica sólida, producto de años tocando en escenarios de Irlanda y el Reino Unido. Su mezcla entre dramatismo y agresividad encaja a la perfección en el contexto del festival.
Saor: el alma celta en su forma más íntima
Con el cielo oscureciéndose y la temperatura cayendo en picada, el público se desplaza hacia el Longhall Stage, donde se presenta uno de los momentos más esperados del día: Saor, el proyecto del escocés Andy Marshall, ofrecerá su primer concierto acústico en el Reino Unido, y ningun lugar mejor que en Call of the Crow.
El ambiente dentro del Longhall es mágico. Las paredes de piedra, el techo bajo y las velas crean una atmósfera de recogimiento. Andy, con guitarra acústica, está acompañado por Sophie Marshall en voz, Ella en flauta y Martin en guitarra acústica. Sin percusión, sin amplificación excesiva: sólo cuatro músicos y un silencio reverente.
Desde los primeros acordes, el público queda cautivado. Las versiones acústicas de piezas emblemáticas de Saor, despojadas de distorsión, revelan su esencia melódica y folclórica. La voz de Andy, más contenida y emocional que en los discos, se funde con la de Sophie en un diálogo casi espiritual.
El set transcurre en un clima de comunión total. Algunos cierran los ojos; otros simplemente observan en silencio, respirando la calidez del momento. Cuando suena la última nota, el Longhall estalla en aplausos ensordecedores. Muchos comentan luego que ha sido el punto más emotivo de toda la jornada, y no cuesta creerlo.
Andracca: oscuridad bajo los pinos
Ya entrada la tarde y con la noche cayendo sobre la granja, es el turno de Andracca en el escenario principal. El viento arrecia y las luces vibran violentamente, proyectando sombras que bailan sobre el arco decorado con ramas de pino y calaveras. El entorno parece diseñado para ellos.
Andracca, procedentes del sur de Inglaterra, se han consolidado en los últimos años como una de las fuerzas más prometedoras del Black Metal Atmosférico británico. Su música combina ferocidad y melancolía, con largos pasajes instrumentales que alternan violencia y contemplación.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Killswitch Engage en Barcelona: “Regreso triunfal”
El guitarrista y vocalista Kieran se convierte rápidamente en el centro de atención: su energía es contagiosa, su ejecución impecable. El público responde con devoción, moviéndose al ritmo de los riffs y levantando los brazos en señal de comunión, algo que se comienza a ver más seguido entre los espectadores de Call of the Crow.
El set se apoya en buena parte en su aclamado álbum To Bare the Weight of Death, editado en 2023, cuyas canciones suenan incluso más intensas en vivo. La combinación de la iluminación, el sonido del viento y la entrega del grupo crea un momento hipnótico. Cuando Andracca se retira del escenario, corro directamente al puesto de merchandising para comprar el vinilo del disco. Fue, sin duda, una de las actuaciones más inspiradas del día.
Craven Idol: veinte años de blasfemia y thrash
Tras un breve descanso, llega el turno de los veteranos Craven Idol, quienes traen consigo más de dos décadas de trayectoria dentro del Blackened Thrash Metal. Si Andracca representó la introspección, Craven Idol es pura energía desatada.
Desde el primer riff, Vrath y compañía arremeten sin contemplaciones. Su música no da respiro: una tormenta de riffs veloces, baterías furiosas y una actitud desafiante. No hay pausas, ni discursos: solo una descarga continua de furia y técnica.
El público responde con entusiasmo. En las primeras filas se levantan los puños, las cabezas se agitan y las voces acompañan los coros de temas como “Venomous Rites” o “Towards Eschaton”. La interacción entre banda y audiencia es inmediata; se siente una conexión genuina, alimentada por años de respeto y admiración.
En lo musical, Craven Idol suena afilado. La ejecución es impecable, pero lo que realmente destaca es la pasión que transmiten. No necesitan efectos ni artificios: la convicción es su mejor arma. Es fácil entender por qué, después de veinte años, siguen siendo una referencia del underground británico.
Fen: el cierre perfecto bajo la tormenta
La noche avanza y el frío se intensifica. Son casi las diez cuando los técnicos preparan el escenario para el acto final de la jornada: Fen, uno de los nombres más respetados del Black Metal Atmosférico del Reino Unido.
El trío formado por The Watcher, Grungyn y JG emerge entre la niebla artificial, saciando la expectativa del público. Su sonido es inmediatamente reconocible: un equilibrio entre la agresividad del Black Metal y la introspección del Post-Rock. Cada nota parece tallada para evocar vastedad, melancolía y contemplación.
El repertorio combina temas clásicos con material de su más reciente álbum, Monuments to Absence, considerado el más extremo de su carrera. Las guitarras entrelazadas y los cambios dinámicos construyen paisajes sonoros que parecen extenderse más allá del propio festival.
Fen tiene una cualidad única: su música no solo se escucha, se siente. Hay momentos en los que cerrar los ojos se vuelve inevitable; las letras, cargadas de reflexión y desolación, invitan a perderse dentro de uno mismo. El público, aunque exhausto y empapado, permanece inmóvil, completamente entregado.
El clímax llega durante la última canción, cuando la intensidad alcanza su punto máximo. Pero justo entonces, el set se ve abruptamente interrumpido. Son las once de la noche, y las regulaciones del recinto prohíben continuar con música en vivo más allá de ese horario. Entre disculpas y aplausos, Fen se despide del escenario. A pesar del final prematuro, su actuación deja una huella profunda: fue un cierre tan poderoso como inesperadamente poético.
Black Altar: la ausencia más sentida
Cabe mencionar que Black Altar, banda originalmente programada para tocar durante esta jornada, no pudo presentarse debido a complicaciones logísticas de último momento. La noticia fue confirmada el mismo día por los organizadores, aunque no se brindaron mayores detalles. Su ausencia se sintió, pero el resto de la programación compensó con creces la pérdida.
Epílogo: un inicio impecable
El primer día de Call of the Crow no solo cumplió con las expectativas: las superó con creces. Desde la puntualidad de los horarios hasta la calidad del sonido y la atmósfera, todo funcionó con precisión sorprendente para una primera edición.
El entorno de Pealie’s Barn, con su mezcla de historia rural y oscuridad ritual, demostró ser el escenario perfecto para un evento de este tipo. La organización —a cargo de NeCrow Events— mantuvo una logística impecable a pesar de las condiciones meteorológicas adversas. Ni la lluvia ni el frío lograron empañar el entusiasmo del público ni la entrega de las bandas.
Musicalmente, la jornada fue un viaje a través de las múltiples caras del Black Metal contemporáneo: desde el romanticismo melancólico de Parusight, pasando por el ritual crudo de GodKing y la teatralidad de Mourning of the Heretic, hasta el trance acústico de Saor, la intensidad atmosférica de Andracca, la furia veterana de Craven Idol y el cierre introspectivo de Fen.
Cuando el último acorde se apaga y el público se dispersa hacia las tiendas, el sonido del viento vuelve a dominar el lugar. A lo lejos, se escuchan risas, conversaciones y el crepitar de una fogata improvisada. Call of the Crow ha nacido, y lo ha hecho bajo una tormenta, pero con la fuerza de un rito que promete perdurar.
Y esto apenas es el comienzo. Esperen a que les cuente sobre el segundo día…
- Parusight
- Parusight
- GodKing
- GodKing
- GodKing
- Mourning of the Heretic
- Mourning of the Heretic
- Mourning of the Heretic
- Saor
- Saor
- Saor
- Andracca
- Andracca
- Andracca
- Craven Idol
- Craven Idol
- Craven Idol
- Fen
- Fen
- Fen

Crónica y fotografías: Unai Endemaño
Comenzaría puntual la velada el pasado viernes tres de octubre, tan puntual que no fuimos capaces de alcanzar los primeros minutos de los americanos Imperial Triumphant. Una pequeña desgracia, ya que el show de los de Nueva York fue tan efímero como espectacular. Una nueva demostración de que es una banda destinada a cosas muy grandes dentro del panorama del Metal extremo.
Apostaron casi todas sus cartas a los temas de su último Goldstar, reservando tan solo un pequeño recuerdo a sus inicios a lomos de un “Devs Est Machina” devastador. Dejaron para los libros, una nueva actuación deslumbrante, plena de técnica y velocidad, pero excesivamente corta. Suyos fueron los primeros treinta minutos sobre las tablas de la Santana, en los que faltaron temas, pero pudimos disfrutar con el espectáculo de la trompeta en llamas y el champan descorchado. Demasiado circo para poder haberlo aprovechado, en otro tema más.
Desde los primeros compases de la jornada, ya se pudo apreciar como Imperial ya arrastran a una cantidad considerable de gente y es que no fue este uno de esos bolos en los que la gente acaba acudiendo únicamente para ver el último plato del día. La mayor parte del respetable estaba dentro de la sala desde que los primeros teloneros atacaron con todo. Una buena muestra, sin duda, de lo interesante que resultaba el conjunto del cartel desplegado por la promotora Madness Live.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Igorrr – Amen (2025)
Los siguientes en subirse al escenario de la Santana fueron Master Boot Record, quienes cambiaron el tercio a la velada de manera radical. Sumergiéndonos sabiamente en su particular mundo cibernético, los italianos presentaron su último Hardwarez y demostraron que son en directo, mucho más de lo que sus trabajos de estudio sugieren.
A pesar de ser un proyecto guiado y liderado por el guitarra y programador Victor Love, todos los focos recayeron sobre el guitarra solista Edoardo Taddei, un auténtico virtuoso que demostró unas capacidades asombrosas dentro de los registros más neoclásicos de las seis cuerdas. Por momentos parecía que estábamos presenciando a un pequeño Yngwie Malmsteen volando sobre bases sampleadas.
Su actuación resulto totalmente inmersiva, acompañando cada una de sus canciones, con imágenes de videojuegos retro y con una estética ochentera que parecía salida de los mejores momentos de Stranger Things. Una vuelta al pasado que por momentos parecía un poco impostada, pero que lucía fenomenal y era alternada con momentos más contemporáneos, como los circle pits que provocaron. En definitiva, una actuación sorprendente y que a más de una dejo un grato sabor de boca.
Los cabezas de cartel de la noche eran Igorrr, o lo que es lo mismo, el retoño de Gautier Serre, un proyecto en el que ha conseguido plasmar sus interminables influencias y ha conseguido trascender, configurando un producto tan único como inclasificable. Una banda que encapsula mil y un sonidos diferentes y que siempre resulta provocativa y sorprendente.
Arrancarían con el “Daemoni” de su último trabajo, pero irían alternando durante toda su actuación, piezas de los tres últimos trabajos de la formación. El equilibrio resultaría perfecto, conformando un espigado puzzle en el que se dibujaban todos los trazos que son capaces de dibujar. Una amalgama de sensaciones que a veces respondía al Black Metal, otras al Metal operístico y otras tantas a los ritmos bailables que uno puede encontrarse en un kebab.
La actuación del multi disciplinar combo sería impecable, propia de gran orquesta, siempre gobernada desde las alturas por el jefe de filas, que a ratos tocaba el teclado a ratos le daba a la percusión y de vez en cuando, se ponía a rasgar su guitarra. Su presencia sobre la tarima recordaba poderosamente a la de un Alan Parsons, pero en versión moderna. Siempre por debajo, sus pupilos se mostraban espectaculares y profesionales sin salirse una sola coma del guion previsto.
La comparecencia sería extensa, alcanzando la hora y media de montaña rusa sonora. Una sinuosa actuación que explotaría finalmente con un par de bises del Spirituality And Distortion y el himno contemporáneo, “Opus Brain”, sin duda el corte más reconocible y reconocido de la peculiar formación. Una formación que demostraría en Bilbao la enorme pegada que tienen sus actuales directos, y la estupenda acogida que siguen conservando entre sus acérrimos.


El debut de Imminence en Argentina se escribió con letras mayúsculas en El Teatrito. Los suecos llegaron con su propuesta de “violincore” y demostraron por qué son una de las bandas más prometedoras del metalcore contemporáneo. Fue una noche en la que el público argentino, mayoritariamente adolescente, recibió con los brazos abiertos a un grupo que combina brutalidad sonora con elementos sinfónicos únicos dentro del género.
La espera terminó y tras años de seguirlos a la distancia, de ver videos en YouTube y leer reseñas de sus presentaciones en Europa, los fans argentinos finalmente pudieron experimentar en carne propia lo que significa un recital de los suecos. La cita fue el sábado 27 de septiembre en El Teatrito, con producción de Icarus Music, y desde temprano quedó claro que no sería una noche más, el venue se colmó hasta el último rincón, con un público joven que saltó, cantó y vivió cada tema como si fuera un himno generacional.
Ya desde el arribo al lugar, la sala se veía abarrotada. Un gran caudal de gente se hizo presente para no perderse la primera presentación de la banda en el país. La composición del público fue notoriamente adolescente, con chicos y chicas que no pararon de saltar, cantar y armar algún que otro pogo espontáneo, disfrutando cada instante de la experiencia.
La apertura estuvo a cargo de In Element con Charly y los suyos al frente, el proyecto telonero local presentó su propuesta de “metal conceptual”. El set incluyó canciones de varios de sus discos, recorriendo parte de su carrera y la presentación de un tema nuevo, preparando así el escenario para la llegada de los suecos.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Miss May I en Buenos Aires: “El metalcore se gritó en la cara”
Cuando las luces bajaron y sonó la introducción, la multitud estalló, lo primero que llama la atención al ver a Imminence en vivo es la presencia escénica de Eddie Berg, un frontman que maneja con naturalidad tanto el grito desgarrado como la melodía cristalina. Sin embargo, lo que realmente distingue a la banda de cualquier otra dentro del género es el violín, que en sus manos deja de ser un recurso decorativo para transformarse en un arma expresiva capaz de elevar cada canción.
El setlist se basó principalmente en su nuevo álbum The Black, temas como el que da nombre a la placa como “Beyond the Pale”, “Death by a Thousand Cuts” y “Come What May” funcionaron como pilares de una experiencia que trascendió al metalcore tradicional. La banda dejó en claro que su concepto de “violincore” no es solo una etiqueta de marketing, sino una evolución natural del estilo.
Los momentos más intensos llegaron cuando Berg abandonaba por completo el micrófono para concentrarse únicamente en el violín, creando atmósferas que oscilaron entre lo melancólico y lo épico. “Erase” e “Infectious” fueron ejemplos perfectos de esta dualidad, donde la fuerza se fundía con elementos sinfónicos de manera orgánica.
Musicalmente, el grupo se mostró impecable, nada de improvisaciones forzadas ni desprolijidades, la banda sonó ajustada, precisa y profesional, logrando que cada sonido del disco se replicara en vivo con fidelidad. La base rítmica fue un reloj, las guitarras aportaron densidad y melodía en partes iguales, y Eddie lideró con una entrega que dejó al público completamente rendido.
Tras más de una hora de música intensa, el cierre llegó entre aplausos interminables y rostros de pura felicidad. Para muchos, fue la confirmación de que tanto entusiasmo previo estaba justificado. Para otros, la oportunidad de ver materializadas en vivo esas canciones que los habían acompañado durante años a la distancia. Lo cierto es que Imminence debutó en Argentina con un show que combinó fuerza, precisión y emoción, dejando la vara muy alta para lo que vendrá.
Si algo caracteriza a los recitales en esta parte del mundo es la pasión del público, y esta vez no fue la excepción. Desde los primeros acordes hasta el último riff, la multitud se mantuvo activa durante todo el set. Eso sí, muchos remarcaron la constante presencia de celulares grabando cada momento. Aunque no opacó la comunión general, en varios pasajes se hizo evidente que había más pantallas en alto que miradas directas al escenario. Un signo de los tiempos, en tensión con la vieja escuela de vivir el show con los cinco sentidos.
Para una primera visita al país, Imminence dejó una impresión duradera. Una noche en la que el violincore demostró ser mucho más que una etiqueta, convirtiéndose en una experiencia sensorial completa que amplió los horizontes de lo que el metalcore puede ser cuando se atreve a experimentar sin perder su esencia.
Fotos de Facundo Di Salvo (Blackowl.ph)

Texto y fotografías: John Morton
Marcando más de dos décadas de carrera, Atreyu subió al escenario del TV Studio de SWG3, acompañados por sus compatriotas de Eighteen Visions, para ofrecer un espectáculo veloz, frenético y poderoso, del tipo que pocas bandas con tantos años a cuestas logran ejecutar con semejante frescura.
Esta gira celebra los 21 años del lanzamiento de The Curse, el álbum que catapultó a Atreyu a la fama y que este 2025 ha sido reeditado y remasterizado. El repertorio incluyó la interpretación completa del disco, junto con algunos de sus temas más populares como “Becoming The Bull” y su más reciente sencillo, “Dead”.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Saurom en Málaga: “La magia juglar se adueñó de la ciudad”
La noche abrió con fuerza gracias a Eighteen Visions, banda de metalcore originaria del condado de Orange, que no tardó en desatar su característico vendaval de gritos y riffs. Su setlist se centró mayormente en el disco Obsession (2004), iniciando precisamente con el tema homónimo. Los actos de apertura pueden ser una apuesta incierta en este tipo de conciertos, pero Eighteen Visions demostró que sigue sabiendo cómo ganarse al público.
Uno de los momentos más simpáticos de su actuación ocurrió cuando el vocalista James Hart preguntó si había en la sala algún fan veterano del grupo, que originalmente se separó a comienzos de los 2000 antes de reunirse más de una década después. Un espectador del frente levantó la mano y contó que seguía a la banda desde fines de los noventa, cuando tenía apenas diez años. Hart, entre risas, replicó: “Bendito seas, hijo mío”.
El grupo mantuvo la intensidad con canciones como Vanity, una descarga particularmente pesada que rozó por momentos el hardcore y se llevó los mayores aplausos. Luego bajaron el ritmo para interpretar Waiting On The Heavens, una balada que aportó un respiro emocional al set. Hart aprovechó para expresar su cariño por Escocia, afirmando que la “ama con locura” y que ha pasado allí algunas vacaciones.
Fiel al espíritu local, no faltó el humor cuando Hart preguntó cuántos asistentes apoyaban a Rangers o a Celtic, desatando la clásica división futbolera. “¡Queremos un mosh pit Celtic-Rangers!”, bromeó antes de lanzar She Looks Good In Velvet, una de las piezas más contundentes de su último disco Until The Ink Runs Out. Cerraron con “Tower of Snakes”, un clásico de Obsession que dejó a la audiencia pidiendo más. Una presentación sólida que sin duda despertó curiosidad por volver a escuchar más de Eighteen Visions.
Llegó entonces el turno de los protagonistas de la noche: Atreyu. Surgidos a comienzos de los 2000, los californianos mantienen un pulso firme tras más de veinte años de trayectoria. Su proyecto más reciente revisita su pasado, con una regrabación completa de The Curse, que suena ahora más pulida y poderosa, reflejando la madurez alcanzada desde su lanzamiento original en 2004.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Atreyu en Buenos Aires: “El comienzo de una historia sin fin”
Siguiendo la tradición de los conciertos metaleros, el tema que sonó antes de su salida al escenario fue totalmente opuesto al género: “Sweet Caroline”. Como era de esperarse, todo el recinto entonó el célebre “Bum bum baaaa”.
De pronto, las luces se apagaron. Apenas visibles, los músicos tomaron sus posiciones y abrieron con “Blood Children”, el primer tema de The Curse. La energía fue inmediata: la banda al máximo, el público rugiendo y las luces estroboscópicas creando un ambiente salvaje. A ese inicio explosivo le siguieron “Bleeding Mascara” y “Right Side of the Bed”, uno de los favoritos de los fans.
A mitad del show llegó un momento más íntimo con “The Remembrance Ballad”, una balada coreada a la luz de los móviles, seguida de “Corseting”, que devolvió el frenesí al recinto. Durante “Demonology”, el carismático vocalista Brandon Saller bajó al público y protagonizó una secuencia tan divertida como caótica: bebió un trago de whisky, tomó una cerveza de un fan, besó a un hombre, fue abanicado y dio toda una vuelta entre la multitud. Luego presentó a cada miembro de la banda con un tono tan desenfadado como cómplice, entre bromas y gestos provocadores.
El momento más salvaje de la noche llegó con “My Sanity On The Funeral Pyre”, que desató el pit más grande y veloz del concierto. Antes del tramo final, Saller habló sobre cómo, al tocar un álbum completo, siente que cobra una segunda energía en su segunda mitad: “Este disco es como yo mismo: la parte de atrás es mejor que la delantera”, dijo entre risas antes de sacudir el escenario junto al público.
El cierre de The Curse llegó con “Nevada’s Grave”, un tema vibrante que hizo saltar a todo el salón y dio pie a un wall of death improvisado. Con el álbum completo, el grupo repasó otros temas de su repertorio, incluyendo el hit “Becoming The Bull” y el nuevo sencillo “Dead”.
Aunque algunos —entre ellos el cronista— no pudieron quedarse hasta las últimas canciones, el balance fue claro: Atreyu demostró que el tiempo no ha menguado su fuerza ni su conexión con el público. La química entre los integrantes, la solidez vocal en directo y la vitalidad de su nuevo material dejaron una impresión inmejorable.
Si tienes la oportunidad de ver en vivo a Atreyu o Eighteen Visions, no lo dudes: te espera una noche de excelente música y pura energía.
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Eighteen Visions
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu
- Atreyu























































































































