

El sábado 19 de abril, poco más de dos años después de la última oportunidad que tuve de ver a estas bandas en vivo, tuve el placer de volver a formar parte de un ritual como ningún otro, esta vez en la ciudad de Edimburgo, en el majestuoso teatro Usher Hall. Me refiero al ritual que nos brindan Eivør y Heilung, dos actos que no podrían encajar juntos de mejor manera. Dos ofertas musicales que lo transportan a uno a lugares poco frecuentados por nuestra mente, pero que definitivamente deberíamos visitar más seguido.
Abriendo la noche tuvimos el privilegio de ver a Eivør, quien recorrió canciones como “Jarðartrá“, “Hugsi bert um teg“, “Hymn 49” y “Enn“. Eivør es una artista que, para mí, es imposible encuadrar dentro de un género musical, ya que toma elementos de una gran variedad de estilos —folk nórdico, electrónica, ambient, pop experimental— y los entrelaza de una manera que simplemente encajan perfectamente entre sí. Las sensaciones y emociones que genera son difíciles de describir si nunca se la vio en vivo, pero lo que puedo afirmar con seguridad es que su presentación es una experiencia multisensorial profundamente conmovedora. Su voz, hipnótica y versátil, pasa de lo gutural a una pureza cristalina sin esfuerzo. Y aunque muchas de sus letras están en feroés, danés o islandés —idiomas que desconozco—, eso no impidió que sintiera una conexión total con lo que estaba escuchando. Cada elemento de sus canciones está tan bien medido: los sintetizadores envolventes, los tambores tribales, las atmósferas espaciales y esa voz que parece flotar sobre todo ello. Se produce un equilibrio casi alquímico que toca una fibra ancestral.
Visualmente, Eivør también fue un deleite. Su vestuario, un vestido largo de estilo victoriano completamente negro, contrastaba con el juego de luces que iba del azul pálido a tonos intensos como el colorado, el naranja ardiente y una gama de fucsias que daban al escenario una energía casi onírica. Todo en ella emanaba mística: sus movimientos medidos, su interacción con los músicos, y esa mirada introspectiva que proyectaba al cantar.
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Y entonces, después de un interludio breve, llegó el momento del ritual mayor: Heilung. Como es costumbre en todas sus presentaciones, Kai Uwe Faust fue el primero en pisar el escenario, portando un recipiente humeante de incienso y un manojo de ramas que utilizaba para esparcir el humo de forma rítmica y ceremonial. A su lado, otro integrante acompañaba la purificación con una gran pluma, agitándola de manera que imitaba perfectamente el aleteo de un ave al emprender el vuelo. El teatro entero quedó inmerso en un silencio reverente, una pausa sagrada que antecedía al viaje espiritual que Heilung estaba a punto de comenzar.
Poco a poco, los demás integrantes fueron emergiendo desde la penumbra, llevando astas de ciervo, ramas y recipientes ceremoniales. En el centro del escenario formaron un círculo, mientras Kai y su compañero procedían a purificar a cada uno de los miembros, rociándolos con el humo sagrado. Entonces, llegó el momento de la invocación: recitaron el poema que abre cada uno de sus rituales, esa oración primitiva que dice: “Recuerda que somos todos hermanos, todas las personas, bestias, árboles, piedras y viento…”. Y así comenzó el viaje con “In Maidjan“.
Lo que siguió fue una sucesión de pasajes musicales interconectados sin interrupciones, como si todo formara parte de una sola y gran ceremonia. Los ritmos tribales se alternaban con secciones épicas, momentos introspectivos con estallidos de fuerza casi militar. Las canciones “Svanrand” y “Othan” fueron especialmente intensas: los guerreros formaban una falange en el escenario, con escudos, lanzas y una expresión marcial. El humo lo cubría todo, y las luces desde atrás creaban siluetas imponentes que parecían salir de una visión de otro tiempo.
Uno de los momentos más poderosos de la noche fue la interpretación de “Anoana“. Esta canción, cargada de misterio, se basa en inscripciones nórdicas halladas en monedas romanas de oro. Una de esas inscripciones es la palabra “Anoana”, cuyo significado aún es un enigma. Esto le da a la canción un carácter de invocación arquetípica, como si estuviéramos escuchando un eco de algo que no logramos recordar, pero que sabemos que alguna vez fue parte de nosotros.
Durante todo el ritual, tanto Kai como Maria Franz guiaron la ceremonia con una entrega conmovedora. La voz de Maria, a la vez etérea y poderosa, fluyó como un manantial mágico, envolviendo al público en una atmósfera hipnótica. Su presencia escénica fue casi sacerdotal, liderando órdenes vocales, danzas y movimientos rituales con una gracia que parecía trascender el tiempo.
La filosofía de Heilung fue claramente perceptible durante toda la presentación. No se trata de un simple concierto, sino de una ceremonia que busca sanar, reconectar y recordar. Reivindican los saberes antiguos, las culturas que fueron silenciadas por siglos de dominación religiosa, militar y política. Heilung nos recuerda que bajo las estructuras impuestas, seguimos siendo seres naturales, vinculados por la tierra, por los elementos y por el tiempo ancestral que nos precede. Todo en su puesta en escena está diseñado para inducir ese estado alterado de percepción: las percusiones repetitivas que vibran en el pecho como un segundo corazón, los gritos guturales que rompen el velo de la racionalidad, los susurros que acarician el alma, las luces cálidas que evocan fuegos antiguos, y los silencios densos que permiten que el alma respire.
Al salir de Usher Hall esa noche, una sensación de liviandad y profundidad se apoderó de mí. Como si algo dentro de mí se hubiese alineado nuevamente con algo muy viejo y muy sabio. Tanto Eivør como Heilung nos regalaron mucho más que música: nos ofrecieron un espejo hacia nuestro interior y una puerta hacia lo ancestral. En una era donde todo es rápido, superficial y desechable, estos rituales nos invitan a pausar, a sentir, a recordar. Y es que, al final del día, tal vez no se trata solo de arte o entretenimiento. Tal vez, solo tal vez, se trate de volver a casa.


El sábado 19 de abril, poco más de dos años después de la última oportunidad que tuve de ver a estas bandas en vivo, tuve el placer de volver a formar parte de un ritual como ningún otro, esta vez en la ciudad de Edimburgo, en el majestuoso teatro Usher Hall. Me refiero al ritual que nos brindan Eivør y Heilung, dos actos que no podrían encajar juntos de mejor manera. Dos ofertas musicales que lo transportan a uno a lugares poco frecuentados por nuestra mente, pero que definitivamente deberíamos visitar más seguido.
Abriendo la noche tuvimos el privilegio de ver a Eivør, quien recorrió canciones como “Jarðartrá“, “Hugsi bert um teg“, “Hymn 49” y “Enn“. Eivør es una artista que, para mí, es imposible encuadrar dentro de un género musical, ya que toma elementos de una gran variedad de estilos —folk nórdico, electrónica, ambient, pop experimental— y los entrelaza de una manera que simplemente encajan perfectamente entre sí. Las sensaciones y emociones que genera son difíciles de describir si nunca se la vio en vivo, pero lo que puedo afirmar con seguridad es que su presentación es una experiencia multisensorial profundamente conmovedora. Su voz, hipnótica y versátil, pasa de lo gutural a una pureza cristalina sin esfuerzo. Y aunque muchas de sus letras están en feroés, danés o islandés —idiomas que desconozco—, eso no impidió que sintiera una conexión total con lo que estaba escuchando. Cada elemento de sus canciones está tan bien medido: los sintetizadores envolventes, los tambores tribales, las atmósferas espaciales y esa voz que parece flotar sobre todo ello. Se produce un equilibrio casi alquímico que toca una fibra ancestral.
Visualmente, Eivør también fue un deleite. Su vestuario, un vestido largo de estilo victoriano completamente negro, contrastaba con el juego de luces que iba del azul pálido a tonos intensos como el colorado, el naranja ardiente y una gama de fucsias que daban al escenario una energía casi onírica. Todo en ella emanaba mística: sus movimientos medidos, su interacción con los músicos, y esa mirada introspectiva que proyectaba al cantar.
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Y entonces, después de un interludio breve, llegó el momento del ritual mayor: Heilung. Como es costumbre en todas sus presentaciones, Kai Uwe Faust fue el primero en pisar el escenario, portando un recipiente humeante de incienso y un manojo de ramas que utilizaba para esparcir el humo de forma rítmica y ceremonial. A su lado, otro integrante acompañaba la purificación con una gran pluma, agitándola de manera que imitaba perfectamente el aleteo de un ave al emprender el vuelo. El teatro entero quedó inmerso en un silencio reverente, una pausa sagrada que antecedía al viaje espiritual que Heilung estaba a punto de comenzar.
Poco a poco, los demás integrantes fueron emergiendo desde la penumbra, llevando astas de ciervo, ramas y recipientes ceremoniales. En el centro del escenario formaron un círculo, mientras Kai y su compañero procedían a purificar a cada uno de los miembros, rociándolos con el humo sagrado. Entonces, llegó el momento de la invocación: recitaron el poema que abre cada uno de sus rituales, esa oración primitiva que dice: “Recuerda que somos todos hermanos, todas las personas, bestias, árboles, piedras y viento…”. Y así comenzó el viaje con “In Maidjan“.
Lo que siguió fue una sucesión de pasajes musicales interconectados sin interrupciones, como si todo formara parte de una sola y gran ceremonia. Los ritmos tribales se alternaban con secciones épicas, momentos introspectivos con estallidos de fuerza casi militar. Las canciones “Svanrand” y “Othan” fueron especialmente intensas: los guerreros formaban una falange en el escenario, con escudos, lanzas y una expresión marcial. El humo lo cubría todo, y las luces desde atrás creaban siluetas imponentes que parecían salir de una visión de otro tiempo.
Uno de los momentos más poderosos de la noche fue la interpretación de “Anoana“. Esta canción, cargada de misterio, se basa en inscripciones nórdicas halladas en monedas romanas de oro. Una de esas inscripciones es la palabra “Anoana”, cuyo significado aún es un enigma. Esto le da a la canción un carácter de invocación arquetípica, como si estuviéramos escuchando un eco de algo que no logramos recordar, pero que sabemos que alguna vez fue parte de nosotros.
Durante todo el ritual, tanto Kai como Maria Franz guiaron la ceremonia con una entrega conmovedora. La voz de Maria, a la vez etérea y poderosa, fluyó como un manantial mágico, envolviendo al público en una atmósfera hipnótica. Su presencia escénica fue casi sacerdotal, liderando órdenes vocales, danzas y movimientos rituales con una gracia que parecía trascender el tiempo.
La filosofía de Heilung fue claramente perceptible durante toda la presentación. No se trata de un simple concierto, sino de una ceremonia que busca sanar, reconectar y recordar. Reivindican los saberes antiguos, las culturas que fueron silenciadas por siglos de dominación religiosa, militar y política. Heilung nos recuerda que bajo las estructuras impuestas, seguimos siendo seres naturales, vinculados por la tierra, por los elementos y por el tiempo ancestral que nos precede. Todo en su puesta en escena está diseñado para inducir ese estado alterado de percepción: las percusiones repetitivas que vibran en el pecho como un segundo corazón, los gritos guturales que rompen el velo de la racionalidad, los susurros que acarician el alma, las luces cálidas que evocan fuegos antiguos, y los silencios densos que permiten que el alma respire.
Al salir de Usher Hall esa noche, una sensación de liviandad y profundidad se apoderó de mí. Como si algo dentro de mí se hubiese alineado nuevamente con algo muy viejo y muy sabio. Tanto Eivør como Heilung nos regalaron mucho más que música: nos ofrecieron un espejo hacia nuestro interior y una puerta hacia lo ancestral. En una era donde todo es rápido, superficial y desechable, estos rituales nos invitan a pausar, a sentir, a recordar. Y es que, al final del día, tal vez no se trata solo de arte o entretenimiento. Tal vez, solo tal vez, se trate de volver a casa.