

Como un pesado telón del teatro más prestigioso, la noche descendió sobre el escenario, revelando el destino ineludible de Green Lung. Su nombre, un eco de antiguos rituales y raíces profundas, resonaba con la promesa de lo oculto y lo terrenal. Esta noche, no se trataba de una simple predicción, sino de la lectura meticulosa de los signos, la observación de tres actos que se desplegaban como una tragedia griega.
Su actuación, un ritual sónico que trascendía los límites de un concierto ordinario. Fue una invocación, un conjuro que sumergió al público en un trance colectivo, una experiencia que dejó huella, haciendo resonar sus temas y las ganas de escucharlos.
Su evolución, una alquimia donde el plomo se transformaba en oro puro. A mitad del espectáculo, Tom Templar, el chamán de la banda, enumeró los lugares donde habían tocado en Madrid, cada uno un peldaño en su ascenso meteórico. Green Lung, como un organismo en constante metamorfosis, había crecido ante nuestros ojos, una bestia diferente a la que habíamos visto telonear a Clutch en 2022, entre otras.
Su capacidad para cruzar fronteras, un fenómeno raro en la era de la fragmentación. Su público, apretujado en el sold out, un mosaico de edades y tribus urbanas, desde metaleros curtidos hasta chavales indie intrigados, todo junto un testimonio de su atractivo, como un actor en su obra magna, atraía a todos hacia su luz, un imán que unía a las almas en un mismo latido.
Satan’s Satyrs: el regreso de las sombras
Satan’s Satyrs, una banda que emergió de las sombras del exilio autoimpuesto, regresó después de cuatro años de ausencia. Su música, una mezcla extraña y desconcertante, imposible de encasillar, como un sueño febril, evocaba a T-Rex y al glam rock, pero con un toque de caos y desorden de lo más punk. Ecos de garage rock de los años 60, de MC5 y The Stooges, pero todo con un toque personal.
Su imprevisibilidad, su negativa a seguir reglas, se convierte en su sello distintivo. Los acordes se entrelazaban y se separaban, creando una atmósfera de caos controlado. La banda, como un grupo de actores improvisando una obra de teatro, se entregaba a sus fantasías de estrellas de rock. Clayton Burgess, con su aire de Jagger, y Jarrett Nettnin, intercambiando riffs como si el tiempo no hubiera pasado, parecían disfrutar cada momento, derrochando tablas y energía que contagió a todos. Su música sutilmente subversiva, desafiaba las expectativas del público que se vieron comprando la propuesta y disfrutando de cada tema, algunos podían encontrarla demasiado indefinible, demasiado caótica, pero para otros, la mayoría, era una experiencia fascinante. Esperemos que vuelvan pronto con un setlist más extenso y el protagonismo que merecen.
Unto Others: la ascensión de los alquimistas del sonido
El rugido que recibió a Unto Others fue ensordecedor, proporcionado con las ganas de ver en directo a la banda y sus miembros. Su aparición, lejos de ser un mero acto secundario, se sentía como un evento en sí mismo, un preludio a la coronación que estaba por venir. Al igual que Green Lung, su trayectoria había sido una ascensión constante, un viaje a través de los laberintos del rock. Y esta noche demostraron que las expectativas no eran exageradas, porque la banda, como alquimistas del sonido, habían logrado transmutar los elementos básicos del rock en algo nuevo y fascinante. La mezcla de pop punk alegre con la atmósfera gótica crea una sinfonía de contrastes, a la vez familiar y extraña.
Sus canciones, himnos eufóricos con un toque etéreo, eran como conjuros que hechizaban al público. la sala entera, como acariciada por la música, se agitaba al ritmo, cautivada por su accesibilidad y su energía contagiosa, letras coreadas y melenas al viento. Unto Others, conscientes de su poder, entregaron un setlist lleno de melodías pegadizas y estribillos coreables. “Jackie”, “Suicide Today” y “Can You Hear the Rain”. Y cuando tocaron “Pet Sematary” de los Ramones la fiesta tocó su clímax con una energía espectacular y la Copernico coreando y saltando, constatando la pasión por la banda, Unto Others deja claro que están listos para encabezar sus propios espectáculos.
Green Lung: la coronación de los reyes del ritual
El local estaba lleno hasta la bandera, y la atmósfera era eléctrica, cargada de anticipación y de muy buen rollo después del buen hacer de los teloneros, Green Lung, banda surgida de las sombras del underground estaba a punto de asaltar la capital. Su puesta en escena, una mezcla de coreografía meticulosa y espontaneidad salvaje, fue un festín para los sentidos, con la cabeza de carnero adornando el gran bombo y la cabeza que acompañaba al telón de fondo. John Wright y Matt Wiseman, en el fondo del profundo escenario al órgano y batería, eran como sacerdotes oficiando un ritual. Tom Templar y Scott Black, corriendo arriba y abajo por el escenario, eran como chamanes canalizando la energía de la multitud cargados de carisma y sin dejar de clavar cada tema.
Su música, que evocaba a Black Widow, Jethro Tull y Blue Cheer, ha logrado resucitar el espíritu del rock de los años 70. Su sonido, despojado de adornos innecesarios, puro y visceral, un torrente de energía que arrastra a todos a su paso, himnos que resuenan en el alma, canciones que celebran la belleza y la simplicidad de la música.
Green Lung atacó la noche con una tenacidad feroz pero también con una delicadeza que revelaba un profundo respeto por su oficio y su dedicación. No había rastro de piloto automático, ni de mera rutina. Cada nota, cada acorde, resonaba con la pasión de una banda que se entregaba por completo a su público. Un ritual de comunión, un intercambio de energía que trascendía lo ordinario.
El bis fue un torbellino de éxitos, un recorrido por los paisajes sonoros de su discografía. “Old Gods” abrió el camino a un “Let The Devil In” apoteósico, donde la voz del público se fundió con la de la banda en un coro unánime. Pero fue “One For Sorrow” la que alcanzó la cima, la que reveló la esencia de Green Lung: la belleza de la simplicidad, la magia de una melodía desnuda, el esplendor del rock sin artificios, la capacidad de conectar con el corazón y el alma a través de la música.
Y así, con el último acorde resonando en el aire y la sala aún vibrando con la energía liberada, Green Lung selló su coronación. No fue solo un concierto, sino una ceremonia, un rito de paso donde la banda y su público se fusionaron en un solo ente. La noche, testigo de esta alquimia sónica, se llevó consigo la certeza de que Green Lung no es una banda más, sino una fuerza primordial, un eco de los dioses antiguos que resuena en el presente, recordándonos que la magia del rock sigue viva, palpitante y más poderosa que nunca.


Como un pesado telón del teatro más prestigioso, la noche descendió sobre el escenario, revelando el destino ineludible de Green Lung. Su nombre, un eco de antiguos rituales y raíces profundas, resonaba con la promesa de lo oculto y lo terrenal. Esta noche, no se trataba de una simple predicción, sino de la lectura meticulosa de los signos, la observación de tres actos que se desplegaban como una tragedia griega.
Su actuación, un ritual sónico que trascendía los límites de un concierto ordinario. Fue una invocación, un conjuro que sumergió al público en un trance colectivo, una experiencia que dejó huella, haciendo resonar sus temas y las ganas de escucharlos.
Su evolución, una alquimia donde el plomo se transformaba en oro puro. A mitad del espectáculo, Tom Templar, el chamán de la banda, enumeró los lugares donde habían tocado en Madrid, cada uno un peldaño en su ascenso meteórico. Green Lung, como un organismo en constante metamorfosis, había crecido ante nuestros ojos, una bestia diferente a la que habíamos visto telonear a Clutch en 2022, entre otras.
Su capacidad para cruzar fronteras, un fenómeno raro en la era de la fragmentación. Su público, apretujado en el sold out, un mosaico de edades y tribus urbanas, desde metaleros curtidos hasta chavales indie intrigados, todo junto un testimonio de su atractivo, como un actor en su obra magna, atraía a todos hacia su luz, un imán que unía a las almas en un mismo latido.
Satan’s Satyrs: el regreso de las sombras
Satan’s Satyrs, una banda que emergió de las sombras del exilio autoimpuesto, regresó después de cuatro años de ausencia. Su música, una mezcla extraña y desconcertante, imposible de encasillar, como un sueño febril, evocaba a T-Rex y al glam rock, pero con un toque de caos y desorden de lo más punk. Ecos de garage rock de los años 60, de MC5 y The Stooges, pero todo con un toque personal.
Su imprevisibilidad, su negativa a seguir reglas, se convierte en su sello distintivo. Los acordes se entrelazaban y se separaban, creando una atmósfera de caos controlado. La banda, como un grupo de actores improvisando una obra de teatro, se entregaba a sus fantasías de estrellas de rock. Clayton Burgess, con su aire de Jagger, y Jarrett Nettnin, intercambiando riffs como si el tiempo no hubiera pasado, parecían disfrutar cada momento, derrochando tablas y energía que contagió a todos. Su música sutilmente subversiva, desafiaba las expectativas del público que se vieron comprando la propuesta y disfrutando de cada tema, algunos podían encontrarla demasiado indefinible, demasiado caótica, pero para otros, la mayoría, era una experiencia fascinante. Esperemos que vuelvan pronto con un setlist más extenso y el protagonismo que merecen.
Unto Others: la ascensión de los alquimistas del sonido
El rugido que recibió a Unto Others fue ensordecedor, proporcionado con las ganas de ver en directo a la banda y sus miembros. Su aparición, lejos de ser un mero acto secundario, se sentía como un evento en sí mismo, un preludio a la coronación que estaba por venir. Al igual que Green Lung, su trayectoria había sido una ascensión constante, un viaje a través de los laberintos del rock. Y esta noche demostraron que las expectativas no eran exageradas, porque la banda, como alquimistas del sonido, habían logrado transmutar los elementos básicos del rock en algo nuevo y fascinante. La mezcla de pop punk alegre con la atmósfera gótica crea una sinfonía de contrastes, a la vez familiar y extraña.
Sus canciones, himnos eufóricos con un toque etéreo, eran como conjuros que hechizaban al público. la sala entera, como acariciada por la música, se agitaba al ritmo, cautivada por su accesibilidad y su energía contagiosa, letras coreadas y melenas al viento. Unto Others, conscientes de su poder, entregaron un setlist lleno de melodías pegadizas y estribillos coreables. “Jackie”, “Suicide Today” y “Can You Hear the Rain”. Y cuando tocaron “Pet Sematary” de los Ramones la fiesta tocó su clímax con una energía espectacular y la Copernico coreando y saltando, constatando la pasión por la banda, Unto Others deja claro que están listos para encabezar sus propios espectáculos.
Green Lung: la coronación de los reyes del ritual
El local estaba lleno hasta la bandera, y la atmósfera era eléctrica, cargada de anticipación y de muy buen rollo después del buen hacer de los teloneros, Green Lung, banda surgida de las sombras del underground estaba a punto de asaltar la capital. Su puesta en escena, una mezcla de coreografía meticulosa y espontaneidad salvaje, fue un festín para los sentidos, con la cabeza de carnero adornando el gran bombo y la cabeza que acompañaba al telón de fondo. John Wright y Matt Wiseman, en el fondo del profundo escenario al órgano y batería, eran como sacerdotes oficiando un ritual. Tom Templar y Scott Black, corriendo arriba y abajo por el escenario, eran como chamanes canalizando la energía de la multitud cargados de carisma y sin dejar de clavar cada tema.
Su música, que evocaba a Black Widow, Jethro Tull y Blue Cheer, ha logrado resucitar el espíritu del rock de los años 70. Su sonido, despojado de adornos innecesarios, puro y visceral, un torrente de energía que arrastra a todos a su paso, himnos que resuenan en el alma, canciones que celebran la belleza y la simplicidad de la música.
Green Lung atacó la noche con una tenacidad feroz pero también con una delicadeza que revelaba un profundo respeto por su oficio y su dedicación. No había rastro de piloto automático, ni de mera rutina. Cada nota, cada acorde, resonaba con la pasión de una banda que se entregaba por completo a su público. Un ritual de comunión, un intercambio de energía que trascendía lo ordinario.
El bis fue un torbellino de éxitos, un recorrido por los paisajes sonoros de su discografía. “Old Gods” abrió el camino a un “Let The Devil In” apoteósico, donde la voz del público se fundió con la de la banda en un coro unánime. Pero fue “One For Sorrow” la que alcanzó la cima, la que reveló la esencia de Green Lung: la belleza de la simplicidad, la magia de una melodía desnuda, el esplendor del rock sin artificios, la capacidad de conectar con el corazón y el alma a través de la música.
Y así, con el último acorde resonando en el aire y la sala aún vibrando con la energía liberada, Green Lung selló su coronación. No fue solo un concierto, sino una ceremonia, un rito de paso donde la banda y su público se fusionaron en un solo ente. La noche, testigo de esta alquimia sónica, se llevó consigo la certeza de que Green Lung no es una banda más, sino una fuerza primordial, un eco de los dioses antiguos que resuena en el presente, recordándonos que la magia del rock sigue viva, palpitante y más poderosa que nunca.