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Khanate
To Be Cruel (2023)
Sacred Bones Records

Tracklist:

01. Like a Poisoned Dog
02. It Wants to Fly
03. To Be Cruel


Este parece ser el año de los retornos: algunos esperados y otros imprevistos, pero que revivieron anhelos latentes, dormidos. Tal es el caso del sorpresivo lanzamiento de “To Be Cruel” de Khanate, su quinto disco, catorce años después de “Clean Hands Go Foul”. La edición a cargo de Sacred Bones Records shockeó al público ávido por explorar los rincones más asfixiantes de la angustia existencial expresada en sonoridades cáusticas y ascéticas, y letras tan testimoniales como cuestionadoras.

Hablamos de un supergrupo que nació con el amanecer de este siglo, que –si lo recuerdan- se sintió más como un apocalipsis fallido (que sigue extendiéndose). El cuarteto está conformado por Alan Dubin (voz) y James Plotkin (bajo y “síntesis”), ambos de la extinta banda OLD, Stephen O’Malley (guitarra y feedback), de Sunn O))), y Tim Wyskida (batería y percusión), de Blind Idiot God. No es necesario profundizar en las características de cada uno de los proyectos de estos artistas, pero cualquiera que conozca las referencias, sabe que tienen muchas similitudes entre sí, por lo que era de suponer que Khanate condensara toda esta intensidad en un destilado tan catártico que resulta tóxico, una cura contra la ingenuidad que es, de hecho, ponzoñosa. Aquí cabe señalar que la palabra griega “pharmakon” significa tanto remedio como veneno. Si no hay escapatoria, ¿es liberador saberlo?

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La música de Khanate puede etiquetarse como drone doom metal, una manifestación emergente de la intersección entre una amplificación extrema, el culto a una repetición inductora de trances casi hipnóticos, un minimalismo fragmentario y una composición tributaria de los momentos más anecdóticos de improvisación, en el sentido de una íntima relación con el contexto. Se trata de trozos sónicos, algunos más complejos que otros, según la cantidad de elementos del conjunto que concentren, que se vinculan entre sí por vibraciones que, si no fueran deliberadas, serían residuales, producto de acoples, reverberaciones, quizás hasta ecos que fluyen entre un agónico espacio interior y un entorno aterrador. Hay quienes hallan en la música de Khanate una intencionalidad “cubista”, por esta idea de indagar “pedazos” rudimentarios desde múltiples perspectivas simultáneamente, al punto de reducir las formas de un modo generativo. El logo de la banda podría sugerir esto, pero a mí, personalmente, no me parece que la comparación con este movimiento cultural, no tan significativo a nivel de la historia de la música, sea la más adecuada. De hecho, opino que es más consistente una asociación con el surrealismo, que sí tuvo y tiene entidad para el arte que nos convoca, caracterizándose por la importancia de la improvisación no idiomática (incluso hasta el automatismo), la yuxtaposición de partes devaluadas (hasta el collage) y la atonalidad, todo en busca de canalizar una ansiedad, un malestar por la vida moderna, un sufrimiento que quiere mostrarse tan orgánicamente vertiginoso y desconcertante como se lo vivencia en la carne, algo para nada elaborado geométricamente.

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Esa conexión entre el adentro y el afuera, inevitable y dolorosa, es la que también exploran las letras escritas por Dubin, inspiradas por el estrés que le genera su trabajo, el insomnio, el rechazo por algunas personas cercanas, en fin: nada que pueda resultar ajeno a cualquier espíritu sensible en el mundo contemporáneo. Su voz es totalmente cruda, descuidada, sincera. Oscila entre los alaridos más disfónicos y los susurros más agorafóbicos, pasando por momentos que parecen de discurso psicótico. Absolutamente nada en Khanate tiene pretensiones de calidad técnica: todo es visceral, tambaleando sobre la cuerda floja que se sostiene entre la creación y la destrucción. Aparte de los padecimientos del cantante, el grupo, en general, tiene una percepción negativa de la sociedad estadounidense. Recordemos que surgió en ese fermento estético que es la escena de Nueva York, el caldero urbano donde, desde hace décadas, músicos del calibre de John Zorn y Glenn Branca vienen disolviendo los límites entre el jazz, el rock, el metal, la improvisación libre y la música contemporánea. Dentro del campo más heavy, otros proyectos que podemos mencionar en esta veta son The Body, Sumac, Locrian y, más recientemente, Body Void.

El disco tiene tres tracks de alrededor de veinte minutos cada uno, de manera que juntos superan una hora de duración. Es inútil separarlos analíticamente pues no tardaría en descubrirse una total falta de interés por la diversidad, algo que, en honor a la verdad, es excepcional en la vida cotidiana, si es que hay personas que realmente logran trascender la rutina. La rutina es un día, pero también es una semana, un mes, un año… ¿una vida? Es interesante saber que la banda se tomó más tiempo que nunca para grabar este álbum y, de hecho, el proceso se vio interrumpido por la pandemia.

Tanto en la percusión como en la electrónica hay un enfoque artesanal, un uso de recursos originales, no convencionales. La guitarra y el bajo privilegian obsesivamente el golpe sobre cada cuerda y el efecto de cada pedal desplegándose en la representación mental de una recámara de sofocante atmósfera viciada. Todo con el único propósito –conseguido exitosamente- de colocarnos ante el desafío de exponernos ante esa iteración tan horrorosa, que quizás nos anime a darle una oportunidad al caos. Un regreso extraordinario, totalmente disruptivo.

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Khanate
To Be Cruel (2023)
Sacred Bones Records

Tracklist:

01. Like a Poisoned Dog
02. It Wants to Fly
03. To Be Cruel





Este parece ser el año de los retornos: algunos esperados y otros imprevistos, pero que revivieron anhelos latentes, dormidos. Tal es el caso del sorpresivo lanzamiento de “To Be Cruel” de Khanate, su quinto disco, catorce años después de “Clean Hands Go Foul”. La edición a cargo de Sacred Bones Records shockeó al público ávido por explorar los rincones más asfixiantes de la angustia existencial expresada en sonoridades cáusticas y ascéticas, y letras tan testimoniales como cuestionadoras.

Hablamos de un supergrupo que nació con el amanecer de este siglo, que –si lo recuerdan- se sintió más como un apocalipsis fallido (que sigue extendiéndose). El cuarteto está conformado por Alan Dubin (voz) y James Plotkin (bajo y “síntesis”), ambos de la extinta banda OLD, Stephen O’Malley (guitarra y feedback), de Sunn O))), y Tim Wyskida (batería y percusión), de Blind Idiot God. No es necesario profundizar en las características de cada uno de los proyectos de estos artistas, pero cualquiera que conozca las referencias, sabe que tienen muchas similitudes entre sí, por lo que era de suponer que Khanate condensara toda esta intensidad en un destilado tan catártico que resulta tóxico, una cura contra la ingenuidad que es, de hecho, ponzoñosa. Aquí cabe señalar que la palabra griega “pharmakon” significa tanto remedio como veneno. Si no hay escapatoria, ¿es liberador saberlo?

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La música de Khanate puede etiquetarse como drone doom metal, una manifestación emergente de la intersección entre una amplificación extrema, el culto a una repetición inductora de trances casi hipnóticos, un minimalismo fragmentario y una composición tributaria de los momentos más anecdóticos de improvisación, en el sentido de una íntima relación con el contexto. Se trata de trozos sónicos, algunos más complejos que otros, según la cantidad de elementos del conjunto que concentren, que se vinculan entre sí por vibraciones que, si no fueran deliberadas, serían residuales, producto de acoples, reverberaciones, quizás hasta ecos que fluyen entre un agónico espacio interior y un entorno aterrador. Hay quienes hallan en la música de Khanate una intencionalidad “cubista”, por esta idea de indagar “pedazos” rudimentarios desde múltiples perspectivas simultáneamente, al punto de reducir las formas de un modo generativo. El logo de la banda podría sugerir esto, pero a mí, personalmente, no me parece que la comparación con este movimiento cultural, no tan significativo a nivel de la historia de la música, sea la más adecuada. De hecho, opino que es más consistente una asociación con el surrealismo, que sí tuvo y tiene entidad para el arte que nos convoca, caracterizándose por la importancia de la improvisación no idiomática (incluso hasta el automatismo), la yuxtaposición de partes devaluadas (hasta el collage) y la atonalidad, todo en busca de canalizar una ansiedad, un malestar por la vida moderna, un sufrimiento que quiere mostrarse tan orgánicamente vertiginoso y desconcertante como se lo vivencia en la carne, algo para nada elaborado geométricamente.

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Esa conexión entre el adentro y el afuera, inevitable y dolorosa, es la que también exploran las letras escritas por Dubin, inspiradas por el estrés que le genera su trabajo, el insomnio, el rechazo por algunas personas cercanas, en fin: nada que pueda resultar ajeno a cualquier espíritu sensible en el mundo contemporáneo. Su voz es totalmente cruda, descuidada, sincera. Oscila entre los alaridos más disfónicos y los susurros más agorafóbicos, pasando por momentos que parecen de discurso psicótico. Absolutamente nada en Khanate tiene pretensiones de calidad técnica: todo es visceral, tambaleando sobre la cuerda floja que se sostiene entre la creación y la destrucción. Aparte de los padecimientos del cantante, el grupo, en general, tiene una percepción negativa de la sociedad estadounidense. Recordemos que surgió en ese fermento estético que es la escena de Nueva York, el caldero urbano donde, desde hace décadas, músicos del calibre de John Zorn y Glenn Branca vienen disolviendo los límites entre el jazz, el rock, el metal, la improvisación libre y la música contemporánea. Dentro del campo más heavy, otros proyectos que podemos mencionar en esta veta son The Body, Sumac, Locrian y, más recientemente, Body Void.

El disco tiene tres tracks de alrededor de veinte minutos cada uno, de manera que juntos superan una hora de duración. Es inútil separarlos analíticamente pues no tardaría en descubrirse una total falta de interés por la diversidad, algo que, en honor a la verdad, es excepcional en la vida cotidiana, si es que hay personas que realmente logran trascender la rutina. La rutina es un día, pero también es una semana, un mes, un año… ¿una vida? Es interesante saber que la banda se tomó más tiempo que nunca para grabar este álbum y, de hecho, el proceso se vio interrumpido por la pandemia.

Tanto en la percusión como en la electrónica hay un enfoque artesanal, un uso de recursos originales, no convencionales. La guitarra y el bajo privilegian obsesivamente el golpe sobre cada cuerda y el efecto de cada pedal desplegándose en la representación mental de una recámara de sofocante atmósfera viciada. Todo con el único propósito –conseguido exitosamente- de colocarnos ante el desafío de exponernos ante esa iteración tan horrorosa, que quizás nos anime a darle una oportunidad al caos. Un regreso extraordinario, totalmente disruptivo.

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