

El pasado 4 de abril, Madrid no fue simplemente una ciudad que albergó un concierto; fue un territorio conquistado por la fuerza del metal argentino. Desde las primeras horas de la tarde, la Sala Mon se vio asediada por una legión de almas sedientas de música, llegadas desde la lejana tierra de Hermética o Ataque 77. No eran meros espectadores, sino una marea humana imbuida de la pasión y el fervor característicos de su nación. En las afueras del recinto, el aire vibraba con los acordes crudos y potentes que escapaban de sus gargantas, himnos no oficiales que resonaban mientras compartían la liturgia de la cerveza y la camaradería. La capital española, por una noche, se rindió ante el embate sonoro de Malón y su hueste, presagiando una velada donde la música sería mucho más que un espectáculo: una comunión, una declaración de principios, una toma de posesión.
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Cuando Malón finalmente subió al escenario, la explosión de energía fue ensordecedora. La banda, conocida por su entrega y su virtuosismo técnico, no decepcionó. El arranque con “Grito de Pilagá” encendió los motores en la noche madrileña. Siguieron con “Hipotecado“, mientras cada canción era coreada con pasión. El resto del setlist fue cuidadosamente seleccionado y hizo las delicias de los fanáticos más acérrimos. Luego del clásico canto popular “somos los negros, somos los grasas, pero conchetos no“, sonaría uno de los hits más festejados: “Evitando el ablande“, de Hermética, puso a los asistentes a poguear y cantar a viva voz ese magnífico coro que dice: “No callaré, porque me sobra aguante…“.
Un momento destacado de la noche fue la aparición de una bandera argentina, que la banda recibió con gratitud y mostró con orgullo al público. Este gesto, cargado de simbolismo, reforzó el vínculo entre Malón y su fiel legión de seguidores.
La actuación de la agrupación fue impecable. Los músicos demostraron su maestría en cada nota, y el público respondió con una euforia desbordante. El solo de batería, extendido y poderoso, fue uno de los puntos álgidos de la noche, demostrando la habilidad y contundencía, así como un merecido descanso para el resto que aprovecharon para tomar aire antes del arreón final. Algunas de las piezas que sonaron fueron
La iluminación de la sala, con sus múltiples haces de colores, añadió un toque distintivo al espectáculo, creando un ambiente visualmente impactante que realzó la intensidad de la música. Espero que las fotografías capturaran la energía del momento y dejen ver el ambiente y pasión de la sala.
Quizás faltó el lleno absoluto, pero sobró calor humano. Se palpaba en las miradas brillantes, en los abrazos espontáneos entre desconocidos, en las gargantas que cantaban a pleno pulmón hasta quedarse roncas. La música de Malón, más que sonar, se sentía en el pecho como un latido compartido, un lazo invisible que unió a cada persona en la sala.


El pasado 4 de abril, Madrid no fue simplemente una ciudad que albergó un concierto; fue un territorio conquistado por la fuerza del metal argentino. Desde las primeras horas de la tarde, la Sala Mon se vio asediada por una legión de almas sedientas de música, llegadas desde la lejana tierra de Hermética o Ataque 77. No eran meros espectadores, sino una marea humana imbuida de la pasión y el fervor característicos de su nación. En las afueras del recinto, el aire vibraba con los acordes crudos y potentes que escapaban de sus gargantas, himnos no oficiales que resonaban mientras compartían la liturgia de la cerveza y la camaradería. La capital española, por una noche, se rindió ante el embate sonoro de Malón y su hueste, presagiando una velada donde la música sería mucho más que un espectáculo: una comunión, una declaración de principios, una toma de posesión.
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Cuando Malón finalmente subió al escenario, la explosión de energía fue ensordecedora. La banda, conocida por su entrega y su virtuosismo técnico, no decepcionó. El arranque con “Grito de Pilagá” encendió los motores en la noche madrileña. Siguieron con “Hipotecado“, mientras cada canción era coreada con pasión. El resto del setlist fue cuidadosamente seleccionado y hizo las delicias de los fanáticos más acérrimos. Luego del clásico canto popular “somos los negros, somos los grasas, pero conchetos no“, sonaría uno de los hits más festejados: “Evitando el ablande“, de Hermética, puso a los asistentes a poguear y cantar a viva voz ese magnífico coro que dice: “No callaré, porque me sobra aguante…“.
Un momento destacado de la noche fue la aparición de una bandera argentina, que la banda recibió con gratitud y mostró con orgullo al público. Este gesto, cargado de simbolismo, reforzó el vínculo entre Malón y su fiel legión de seguidores.
La actuación de la agrupación fue impecable. Los músicos demostraron su maestría en cada nota, y el público respondió con una euforia desbordante. El solo de batería, extendido y poderoso, fue uno de los puntos álgidos de la noche, demostrando la habilidad y contundencía, así como un merecido descanso para el resto que aprovecharon para tomar aire antes del arreón final. Algunas de las piezas que sonaron fueron
La iluminación de la sala, con sus múltiples haces de colores, añadió un toque distintivo al espectáculo, creando un ambiente visualmente impactante que realzó la intensidad de la música. Espero que las fotografías capturaran la energía del momento y dejen ver el ambiente y pasión de la sala.
Quizás faltó el lleno absoluto, pero sobró calor humano. Se palpaba en las miradas brillantes, en los abrazos espontáneos entre desconocidos, en las gargantas que cantaban a pleno pulmón hasta quedarse roncas. La música de Malón, más que sonar, se sentía en el pecho como un latido compartido, un lazo invisible que unió a cada persona en la sala.