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![Mr. Big en Barcelona: “Taladro a la nostalgia” thumb image](https://tracktohell.com/wp-content/uploads/2024/04/mr-big-barcelona-2024-pablo-gandara-08.jpg)
En la oscuridad que antecede al estallido de la música en vivo, la Sala Razzmatazz palpita con una anticipación eléctrica. Es el 30 de marzo, y la atmósfera se carga con la promesa de una noche que resonará en la memoria de todos los presentes. Es la gira de despedida de Mr. Big, aunque entre los asistentes sabemos que las “despedidas” en el mundo del rock tienden a ser más una pausa que un adiós definitivo. Pero hoy, eso no importa. La Sala Razzmatazz está repleta, un sold out completo que se aseguró más de dos semanas antes del evento, como si cada boleto fuera un tesoro.
Antes de que Mr. Big ocupe su lugar en el escenario, es Jared James Nichols quien se encarga de avivar la llama de la audiencia. Este guitarrista norteamericano solista emerge de las sombras como un profeta del rock, con su guitarra como única compañera y su música como su mensaje. Cada riff es un trueno, cada solo una oda al poder crudo y visceral del género. No es solo música; es una experiencia, un viaje a través de los laberintos del sonido y la emoción. En la penumbra de la sala, la audiencia se encuentra hipnotizada, sumida en un estado de comunión con la música y el momento presente. Cada detalle, cada acorde, cada gesto de Nichols parece impregnado de una intensidad que no conoce límites.
Y luego, cuando la euforia de la actuación inicial se desvanece, es el momento de que Mr. Big tome el escenario. Paul Gilbert irradia una energía frenética, como un científico loco que ha descubierto la fórmula secreta del rock and roll. Durante su solo, hace referencias a iconos del género, y cada nota que brota de su guitarra parece contener la esencia misma del rock. A su lado, Billy Sheehan se erige como una fuerza de la naturaleza, con su bajo vibrando en resonancias cósmicas. Es un maestro de su instrumento, desafiando las convenciones y explorando nuevos territorios sonoros con cada movimiento de sus dedos. Y en el centro de todo, está Eric Martin, cuya voz resuena con una melancolía y una pasión que traspasan el tiempo y el espacio.
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Las canciones fluyen como ríos de emoción y recuerdos, cada una una pieza del rompecabezas que es la historia de Mr. Big. Desde el arrebato inicial de “Addicted to That Rush” hasta el éxtasis final de “Baba O’Riley” de The Who, cada canción es un viaje en sí misma. “Take Cover” y “Price You Gotta Pay” son momentos de pura intensidad instrumental, con Billy Sheehan llevando la armónica a lugares inexplorados mientras Eric Martin sostiene el bajo con una firmeza inquebrantable. “Daddy, Brother, Lover, Little Boy (The Electric Drill Song)” ve a Paul Gilbert desatar su característico solo con el taladro eléctrico, convirtiendo el escenario en un campo de batalla sonoro.
Y en medio de todo esto, está la audiencia, perdida en el frenesí de la música, entregándose por completo al poder del rock and roll. Porque en la Sala Razzmatazz, en esa noche mágica del 30 de marzo, el tiempo parece detenerse, y todo lo que importa es la música, el momento presente y la promesa de un futuro lleno de más momentos como este.
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En la oscuridad que antecede al estallido de la música en vivo, la Sala Razzmatazz palpita con una anticipación eléctrica. Es el 30 de marzo, y la atmósfera se carga con la promesa de una noche que resonará en la memoria de todos los presentes. Es la gira de despedida de Mr. Big, aunque entre los asistentes sabemos que las “despedidas” en el mundo del rock tienden a ser más una pausa que un adiós definitivo. Pero hoy, eso no importa. La Sala Razzmatazz está repleta, un sold out completo que se aseguró más de dos semanas antes del evento, como si cada boleto fuera un tesoro.
Antes de que Mr. Big ocupe su lugar en el escenario, es Jared James Nichols quien se encarga de avivar la llama de la audiencia. Este guitarrista norteamericano solista emerge de las sombras como un profeta del rock, con su guitarra como única compañera y su música como su mensaje. Cada riff es un trueno, cada solo una oda al poder crudo y visceral del género. No es solo música; es una experiencia, un viaje a través de los laberintos del sonido y la emoción. En la penumbra de la sala, la audiencia se encuentra hipnotizada, sumida en un estado de comunión con la música y el momento presente. Cada detalle, cada acorde, cada gesto de Nichols parece impregnado de una intensidad que no conoce límites.
Y luego, cuando la euforia de la actuación inicial se desvanece, es el momento de que Mr. Big tome el escenario. Paul Gilbert irradia una energía frenética, como un científico loco que ha descubierto la fórmula secreta del rock and roll. Durante su solo, hace referencias a iconos del género, y cada nota que brota de su guitarra parece contener la esencia misma del rock. A su lado, Billy Sheehan se erige como una fuerza de la naturaleza, con su bajo vibrando en resonancias cósmicas. Es un maestro de su instrumento, desafiando las convenciones y explorando nuevos territorios sonoros con cada movimiento de sus dedos. Y en el centro de todo, está Eric Martin, cuya voz resuena con una melancolía y una pasión que traspasan el tiempo y el espacio.
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Y en medio de todo esto, está la audiencia, perdida en el frenesí de la música, entregándose por completo al poder del rock and roll. Porque en la Sala Razzmatazz, en esa noche mágica del 30 de marzo, el tiempo parece detenerse, y todo lo que importa es la música, el momento presente y la promesa de un futuro lleno de más momentos como este.
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