

Crónica y fotografías: Unai Endemaño
El Roadburn Festival siempre resulta una experiencia inabarcable en todos los sentidos. Poco importan las veces que uno haya pisado Tilburg anteriormente. El sinfín de actividades, actuaciones y sorpresas que a uno le aguardan cada año en este pequeño pueblo del sur de Holanda, siempre acaban superando la previsión más optimista.
En este 2025, encarábamos un cartel en el que no apreciábamos los clásicos grandes nombres que copan las portadas. Cada año más, el Roadburn parece optar por dar protagonismo a bandas que aún no han terminado de eclosionar en el panorama mundial, pero que inevitablemente van a convertirse en referentes de las nuevas generaciones. Buenos ejemplos de esto último serían Altın Gün o Chat Pile, por citar dos tan solo.
Nuestro primer contacto con la excelencia se produciría en la sala Terminal, donde Glassing iban a demostrar cómo son capaces de aunar el screamo, el post hardcore y el shoegaze con una naturalidad admirable. Su puesta en escena sencilla contrastaría con la infinidad de matices que encerraba su propuesta.
Ya desde el primer concierto al que acudimos, pudimos constatar cómo la afluencia de gente este año se había multiplicado, haciendo que la entrada a algunas salas resultase costosa, así como la propia estancia en cada recinto. Fue una pequeña pega, que no restaría demasiada brillantez al Roadburn, aunque haría un poco más duro el peregrinaje entre concierto y concierto.
Saltaríamos hasta el 013 donde Oranssi Pazuzu iban a doctorarse en una sala principal abarrotada. Tres mil almas presenciarían la presentación íntegra del último artefacto de estos inclasificables fineses, tres mil almas que permanecerían ojipláticas los poco más de cuarenta minutos que dura Muuntautuja. Una nueva actuación en la que todas las miradas recaerían sobre Ikon, el guitarra que mejor se lo pasa sobre un escenario, del mundo mundial.
Tras un breve descanso para coger aire, tocaría el turno a los míticos Kylesa, que ofrecerían en Roadburn, su primera actuación europea en más de quince años. Fortalecidos con una nueva base rítmica en la que destaca un apabullante Ray Mayorga, los habituales Philip Coe y Laura Pleasants comandarían una actuación en la que no faltarían ninguno de los himnos de los de Savannah.
Comenzando con “Tired Climb” y rematando con “Running Red”, la de los americanos sería una comparecencia en la que rendirían tributo a su clásico Static Tensions del 2009 y tendrían jugosos recuerdos para cada uno de sus trabajos, con especial mención para el “Unspoken” del Ultraviolet, donde literalmente la 013 casi se viene abajo. Sería una actuación propia de banda grande, una que no parecía que hubiese estado parada casi dos décadas.
La jornada inaugural proseguiría para nosotros con el doom angelical de Faetooth en la que sería su primera actuación en Europa. Tienen un gran futuro por delante, y atrajeron a numeroso público hasta la Terminal, pero su propuesta en directo no terminó de resultarme nada especial. En sucesivas comparecencias veremos cómo van desarrollando todo el potencial que atesoran.
Un nuevo salto hasta otra de las salas, en este caso la Engine Room, donde Curses nos mostrarían hasta qué punto puede llegar la amplitud de miras del Roadburn. Si bien en estudio suenan como un combo de synth wave peligroso, en directo dieron la impresión de ser los herederos simpáticos de Duran Duran. Su propuesta entró con facilidad después de las propuestas que habíamos ido digiriendo ese jueves, y nos permitió bailar un poco, sin tener que comernos demasiado la cabeza.
Zanjaríamos el primer día, con un disco clásico dentro del post hardcore, el A Dead Sinking Story en el que los Envy dejaban clara la enorme paleta estilística con la que saben funcionar. Sus tres guitarras trazando preciosistas figuras de post rock mientras su cantante, una especie de Mike Patton nipón, se agitaba y gesticulaba con pasión infinita. Sin duda fue un broche de oro a una jornada de lo más intensa.


Crónica y fotografías: Unai Endemaño
El Roadburn Festival siempre resulta una experiencia inabarcable en todos los sentidos. Poco importan las veces que uno haya pisado Tilburg anteriormente. El sinfín de actividades, actuaciones y sorpresas que a uno le aguardan cada año en este pequeño pueblo del sur de Holanda, siempre acaban superando la previsión más optimista.
En este 2025, encarábamos un cartel en el que no apreciábamos los clásicos grandes nombres que copan las portadas. Cada año más, el Roadburn parece optar por dar protagonismo a bandas que aún no han terminado de eclosionar en el panorama mundial, pero que inevitablemente van a convertirse en referentes de las nuevas generaciones. Buenos ejemplos de esto último serían Altın Gün o Chat Pile, por citar dos tan solo.
Nuestro primer contacto con la excelencia se produciría en la sala Terminal, donde Glassing iban a demostrar cómo son capaces de aunar el screamo, el post hardcore y el shoegaze con una naturalidad admirable. Su puesta en escena sencilla contrastaría con la infinidad de matices que encerraba su propuesta.
Ya desde el primer concierto al que acudimos, pudimos constatar cómo la afluencia de gente este año se había multiplicado, haciendo que la entrada a algunas salas resultase costosa, así como la propia estancia en cada recinto. Fue una pequeña pega, que no restaría demasiada brillantez al Roadburn, aunque haría un poco más duro el peregrinaje entre concierto y concierto.
Saltaríamos hasta el 013 donde Oranssi Pazuzu iban a doctorarse en una sala principal abarrotada. Tres mil almas presenciarían la presentación íntegra del último artefacto de estos inclasificables fineses, tres mil almas que permanecerían ojipláticas los poco más de cuarenta minutos que dura Muuntautuja. Una nueva actuación en la que todas las miradas recaerían sobre Ikon, el guitarra que mejor se lo pasa sobre un escenario, del mundo mundial.
Tras un breve descanso para coger aire, tocaría el turno a los míticos Kylesa, que ofrecerían en Roadburn, su primera actuación europea en más de quince años. Fortalecidos con una nueva base rítmica en la que destaca un apabullante Ray Mayorga, los habituales Philip Coe y Laura Pleasants comandarían una actuación en la que no faltarían ninguno de los himnos de los de Savannah.
Comenzando con “Tired Climb” y rematando con “Running Red”, la de los americanos sería una comparecencia en la que rendirían tributo a su clásico Static Tensions del 2009 y tendrían jugosos recuerdos para cada uno de sus trabajos, con especial mención para el “Unspoken” del Ultraviolet, donde literalmente la 013 casi se viene abajo. Sería una actuación propia de banda grande, una que no parecía que hubiese estado parada casi dos décadas.
La jornada inaugural proseguiría para nosotros con el doom angelical de Faetooth en la que sería su primera actuación en Europa. Tienen un gran futuro por delante, y atrajeron a numeroso público hasta la Terminal, pero su propuesta en directo no terminó de resultarme nada especial. En sucesivas comparecencias veremos cómo van desarrollando todo el potencial que atesoran.
Un nuevo salto hasta otra de las salas, en este caso la Engine Room, donde Curses nos mostrarían hasta qué punto puede llegar la amplitud de miras del Roadburn. Si bien en estudio suenan como un combo de synth wave peligroso, en directo dieron la impresión de ser los herederos simpáticos de Duran Duran. Su propuesta entró con facilidad después de las propuestas que habíamos ido digiriendo ese jueves, y nos permitió bailar un poco, sin tener que comernos demasiado la cabeza.
Zanjaríamos el primer día, con un disco clásico dentro del post hardcore, el A Dead Sinking Story en el que los Envy dejaban clara la enorme paleta estilística con la que saben funcionar. Sus tres guitarras trazando preciosistas figuras de post rock mientras su cantante, una especie de Mike Patton nipón, se agitaba y gesticulaba con pasión infinita. Sin duda fue un broche de oro a una jornada de lo más intensa.