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Tool en Buenos Aires: “Una espera que valió la pena”
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Han pasado 84 años“, dice Rose, la versión anciana del personaje de Rose DeWitt Bukater en la película Titanic que se convirtió en meme, pero, en este caso, mi experiencia real indica que esperé más de 30 años para poder ver a Tool en Argentina. Una de las grandes bandas que acompañó mi adolescencia, y hoy, con 45 años, puedo afirmar que vi a todas las bandas que quise y que ya nada puede superar lo vivido este 22 de marzo de 2025 en el marco del Lollapalooza.

Con la adrenalina que aún se mantiene luego de 12 horas post-show, estoy escribiendo esta crónica que quizás no sea del todo objetiva, pero trataré de hacer lo imposible para que ustedes, queridos lectores, sientan lo que, junto a varios de mis amigos de años, soñábamos: poder estar ante una de nuestras bandas favoritas.

Si bien el festival, en sus inicios, estaba dirigido a bandas alternativas, poco a poco fue mutando hacia caminos que nada tienen que ver con lo que eran los grandes carteles de antaño. Este décimo aniversario del Lolla trajo artistas de la talla de Alanis Morissette y Justin Timberlake, entre otros, que tienen más relación con la música urbana, la cumbia, el trap y demás géneros.

Por ende, entre el público se podía ver a señoritas vestidas como para ir a una fiesta elegante o a una noche de disco en Ibiza, gente con niños, adultos que acompañaban a sus hijos y… los metaleros. Una legión de remeras de Tool, Metallica, Pantera, Slipknot, Ulver y otras bandas se divisaba apenas arribamos a la zona.

Luego de ingresar al predio y caminar unos larguísimos metros hasta la zona de los escenarios, en uno de ellos estaba arrancando el show de Sepultura, pero optamos por dejar pasar la oportunidad (ya que seguramente seguirán de gira, obviando esa mentira del retiro) y nos fuimos ubicando frente al Samsung Stage.

Tool es una de las bandas de culto más importantes del mundo, que inspira un nivel de fanatismo y devoción que muchos artistas envidiarían. Y sus fans copamos el campo del Hipódromo de San Isidro, donde el cuarteto, como es su costumbre, evitó la mayoría, si no todas, las expectativas y convenciones tradicionales de los “espectáculos de rock”. A saber: el grupo no interpretó algunas de sus canciones más populares, como los singles de los 90 como pueden ser “Sober” o “Ænema“, pero ¿qué importaba? Era EL evento de nuestras vidas.

Mientras se acercaba el horario de inicio del show, la ansiedad surgía desde dentro del cuerpo; la piel de gallina brotaba con cada sonido que salía de los altoparlantes mientras se realizaban los últimos ajustes. Las cosas estaban quietas, pero la energía se estaba gestando. Esperar esos últimos minutos, después de haber esperado tantos años, era algo que no se puede transmitir en palabras.

El arranque no podía haber sido mejor: una de las canciones emblemáticas de la banda, “Stinkfist“, nos dio el golpe que queríamos recibir. Luego de eso, se podía esperar cualquier cosa; total, ya estábamos entregados.

Maynard James Keenan (luciendo su triple cresta), con su icónico balanceo hacia delante y hacia atrás, sus pisotones, se ganó inmediatamente el respeto de todos los presentes sin pedirlo, simplemente haciendo lo que mejor sabe hacer. Sus típicas poses y entre las penumbras, cedió el protagonismo a los alucinantes efectos visuales de la banda (transmitidos en una gigantesca y tríptica pantalla, que oscilaba entre lo psicodélico y lo grotesco) y al sobrehumano baterista Danny Carey, cuya poderosa e inventiva musicalidad lo convierte en el líder de facto de la banda.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: Sepultura en Buenos Aires: “La leyenda no será sepultada”

Estos músicos tienen unas habilidades increíbles. No sólo en su capacidad para componer (aunque se demoren más de 10 años en sacar un nuevo disco), sino también en cómo interpretan su trabajo de forma impecable.

El bajista Justin Chancellor fue el más animado de los cuatro, moviéndose con la música, haciendo gestos al público, cantando, golpeándose el pecho y haciendo sonar su bajo con todo el poder de sus graves. Mientras tanto, Adam Jones se situó en el otro lado del escenario, ejecutando con pericia sus intrincadas líneas de guitarra.

En el centro del escenario, Danny Carey prácticamente parecía estar tocando cada pieza de su enorme batería todo el tiempo. Los patrones rítmicos y la complejidad de sus interpretaciones son tan intrincados y únicos que es casi imposible no prestar atención a cada uno de sus movimientos.

The Pot” fue la segunda canción que sonó y desató el frenesí entre los asistentes. A partir de ahí, la banda entrelazó algunas canciones más de Fear Inoculum con temas del 10,000 Days, como “Jambi” que llegó con la fuerza individual de los cuatro músicos. Potente, poli rítmica, con una lentitud que se te queda grabada.

Promediando el show, “Pneuma” nos dejó en trance durante sus más de diez minutos de duración, para luego dar paso a uno de los clásicos de la nueva etapa de los neoyorquinos: “The Grudge“, del Lateralus, que desplegó toda su ferocidad en una versión épica

El cierre estuvo a cargo de dos gemas “Invisible” en una versión majestuosa y “Vicarious” que dejó boquiabiertos a cada uno de los asistentes, sean aquellos oyentes que peinamos canas como los más jóvenes que supieron elegir el camino correcto.

Quienes somos fans de la banda vivimos una experiencia que fue cautivadora, poderosa, hipnótica y caótica, pero a la vez tranquilizadora y reconfortante. Nos retiramos con una sensación de orden dentro del caos. Es realmente fascinante ver a estas cuatro personas demostrar su capacidad para abrir un portal y transportar lo que viene del otro lado hasta nuestro mundo y compartirlo con todos.

Con un escenario repleto de luces de colores, láseres y un sonido fuerte y nítido que, con el correr de las horas, dejó una marca en nuestros tímpanos, lo de Tool aquella noche será difícil de igualar. Fue más que un espectáculo; nos llevaron a algunos lugares que nos recuerdan que todos estamos en un viaje. Maynard dijo muy pocas palabras durante el show, pero el “We will be back” me conquistó, y de solo recordarlo, se me vuelve a poner la piel de gallina.

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Tool en Buenos Aires: “Una espera que valió la pena”
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Han pasado 84 años“, dice Rose, la versión anciana del personaje de Rose DeWitt Bukater en la película Titanic que se convirtió en meme, pero, en este caso, mi experiencia real indica que esperé más de 30 años para poder ver a Tool en Argentina. Una de las grandes bandas que acompañó mi adolescencia, y hoy, con 45 años, puedo afirmar que vi a todas las bandas que quise y que ya nada puede superar lo vivido este 22 de marzo de 2025 en el marco del Lollapalooza.

Con la adrenalina que aún se mantiene luego de 12 horas post-show, estoy escribiendo esta crónica que quizás no sea del todo objetiva, pero trataré de hacer lo imposible para que ustedes, queridos lectores, sientan lo que, junto a varios de mis amigos de años, soñábamos: poder estar ante una de nuestras bandas favoritas.

Si bien el festival, en sus inicios, estaba dirigido a bandas alternativas, poco a poco fue mutando hacia caminos que nada tienen que ver con lo que eran los grandes carteles de antaño. Este décimo aniversario del Lolla trajo artistas de la talla de Alanis Morissette y Justin Timberlake, entre otros, que tienen más relación con la música urbana, la cumbia, el trap y demás géneros.

Por ende, entre el público se podía ver a señoritas vestidas como para ir a una fiesta elegante o a una noche de disco en Ibiza, gente con niños, adultos que acompañaban a sus hijos y… los metaleros. Una legión de remeras de Tool, Metallica, Pantera, Slipknot, Ulver y otras bandas se divisaba apenas arribamos a la zona.

Luego de ingresar al predio y caminar unos larguísimos metros hasta la zona de los escenarios, en uno de ellos estaba arrancando el show de Sepultura, pero optamos por dejar pasar la oportunidad (ya que seguramente seguirán de gira, obviando esa mentira del retiro) y nos fuimos ubicando frente al Samsung Stage.

Tool es una de las bandas de culto más importantes del mundo, que inspira un nivel de fanatismo y devoción que muchos artistas envidiarían. Y sus fans copamos el campo del Hipódromo de San Isidro, donde el cuarteto, como es su costumbre, evitó la mayoría, si no todas, las expectativas y convenciones tradicionales de los “espectáculos de rock”. A saber: el grupo no interpretó algunas de sus canciones más populares, como los singles de los 90 como pueden ser “Sober” o “Ænema“, pero ¿qué importaba? Era EL evento de nuestras vidas.

Mientras se acercaba el horario de inicio del show, la ansiedad surgía desde dentro del cuerpo; la piel de gallina brotaba con cada sonido que salía de los altoparlantes mientras se realizaban los últimos ajustes. Las cosas estaban quietas, pero la energía se estaba gestando. Esperar esos últimos minutos, después de haber esperado tantos años, era algo que no se puede transmitir en palabras.

El arranque no podía haber sido mejor: una de las canciones emblemáticas de la banda, “Stinkfist“, nos dio el golpe que queríamos recibir. Luego de eso, se podía esperar cualquier cosa; total, ya estábamos entregados.

Maynard James Keenan (luciendo su triple cresta), con su icónico balanceo hacia delante y hacia atrás, sus pisotones, se ganó inmediatamente el respeto de todos los presentes sin pedirlo, simplemente haciendo lo que mejor sabe hacer. Sus típicas poses y entre las penumbras, cedió el protagonismo a los alucinantes efectos visuales de la banda (transmitidos en una gigantesca y tríptica pantalla, que oscilaba entre lo psicodélico y lo grotesco) y al sobrehumano baterista Danny Carey, cuya poderosa e inventiva musicalidad lo convierte en el líder de facto de la banda.

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El bajista Justin Chancellor fue el más animado de los cuatro, moviéndose con la música, haciendo gestos al público, cantando, golpeándose el pecho y haciendo sonar su bajo con todo el poder de sus graves. Mientras tanto, Adam Jones se situó en el otro lado del escenario, ejecutando con pericia sus intrincadas líneas de guitarra.

En el centro del escenario, Danny Carey prácticamente parecía estar tocando cada pieza de su enorme batería todo el tiempo. Los patrones rítmicos y la complejidad de sus interpretaciones son tan intrincados y únicos que es casi imposible no prestar atención a cada uno de sus movimientos.

The Pot” fue la segunda canción que sonó y desató el frenesí entre los asistentes. A partir de ahí, la banda entrelazó algunas canciones más de Fear Inoculum con temas del 10,000 Days, como “Jambi” que llegó con la fuerza individual de los cuatro músicos. Potente, poli rítmica, con una lentitud que se te queda grabada.

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