


Foto portada: Magnus Karms Blichfeldt
Muchas bandas con décadas de trayectoria sobreviven abusando del factor nostálgico, repitiendo fórmulas y giras con la esperanza de mantener viva una llama que hace tiempo dejó de arder. Tal es el caso de los pioneros del black metal noruego Gorgoroth, quienes no lanzan un disco desde hace diez años y han pasado el mismo tiempo girando con la excusa de “honrar su legado”. Lo que antes era provocación y oscuridad, hoy parece un ritual automatizado.
La fecha se llevó a cabo en Gimle, una sala acogedora y muy bien equipada, con capacidad para unas 400 personas, situada en Roskilde, antigua capital del reino danés. Un recinto ideal para la intimidad que propone este tipo de shows, aunque, en esta ocasión, la energía del lugar terminó contrastando con la frialdad de los protagonistas.
El evento comenzó con contratiempos. La primera banda en tocar, Carved Memories, canceló su presentación a último momento, lo que retrasó el inicio de la música media hora. A las 20:00, los mexicanos de Shemhamforash fueron los encargados de romper el hielo con una propuesta que mezclaba black metal con death metal, una combinación intensa pero difícil de ejecutar sin un sonido adecuado.
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Lamentablemente, el show no comenzó de la mejor manera. El audio rebotaba por la sala y se transformaba en una masa ininteligible. Si bien mejoró con el correr del set, nunca alcanzó un nivel completamente aceptable. A eso se sumaron los nervios de los músicos, perceptibles tanto en la ejecución como en la escasa interacción con el público. La primera canción sonó desprolija, aunque la banda logró recomponerse con el paso de los temas. El público, empático, respondió bien, quizás interpretando esa ansiedad inicial y apoyando a los artistas por su entrega sincera.
El set fue breve, de apenas 35 minutos, centrado en su más reciente trabajo Advent of the Black Flame, junto con algunos sencillos nuevos que formarán parte de su próximo álbum. A pesar de los inconvenientes técnicos, Shemhamforash dejó una buena impresión por su propuesta sólida y la energía que desplegaron sobre el escenario.
Tras veinte minutos de intervalo, los franceses de Bliss of Flesh tomaron el relevo y elevaron el nivel general de la noche. Desde el primer acorde se percibió una gran diferencia respecto a la banda anterior, especialmente en cuanto a cohesión y presencia escénica. Las luces acompañaban cada cambio de ritmo con precisión milimétrica, potenciando la atmósfera ritual y violenta de su música.
El sonido, sin ser perfecto, fue más equilibrado, aunque la guitarra líder sonaba un poco por encima del resto de los instrumentos. En cuanto a actitud, el grupo se mostró seguro y comunicativo, lo que contagió al público, que se agolpó frente al escenario entre movimientos de cabeza y gritos de aprobación. Para el cierre, el vocalista se colocó una corona de espinas y terminó el show arrojando hostias al público, un detalle teatral que encajó perfectamente con la estética blasfema de la banda.
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A las 22:15, las luces del recinto se tiñeron de rojo y un denso humo cubrió el escenario. Apenas se distinguían las siluetas de los músicos de Gorgoroth, que aparecieron como espectros en medio de la niebla. Este recurso visual se mantuvo durante casi todo el concierto, alternando luces rojas y blancas, generando un ambiente enigmático y opresivo. Sin embargo, más allá de la atmósfera, la escenografía fue pobre en comparación con producciones anteriores. En el pasado, la banda solía decorar el escenario con cabezas de ovejas, cruces y elementos rituales que reforzaban su identidad extrema. Esta vez, solo contaron con un telón de fondo que mostraba la tapa de su último trabajo Instinctus Bestialis, lanzado hace ya una década. Un detalle que reflejó, simbólicamente, la falta de renovación creativa del grupo.
En cuanto a la performance, la presentación careció de matices. Los músicos permanecieron casi inmóviles, concentrados en ejecutar las canciones con precisión quirúrgica. El único que mostró algo de energía fue Hoest, vocalista en vivo de la banda y conocido líder de Taake. Su presencia escénica salvó al concierto de caer en la monotonía total, aunque se lo notó menos comunicativo que en los shows de su proyecto principal.
El sonido fue muy similar al de los discos de estudio: una batería poderosa y trigueada, muy al frente; la voz clara y dominante; y las guitarras y el bajo más atrás, algo difuminados en la mezcla. Personalmente, hubiera preferido que las guitarras tuvieran mayor presencia, ya que los riffs de Gorgoroth son parte esencial de su identidad. Sin embargo, Infernus, guitarrista y líder histórico del grupo, parece preferir ese sonido más crudo y desprolijo, fiel a los orígenes del género.
El setlist fue casi idéntico al que vienen interpretando desde hace diez años, con apenas una variación. Incluyó clásicos imprescindibles como “Gorgoroth”, “Revelation of Doom” y “Incipit Satan”, pero también momentos más flojos con temas como “Cleansing Fire” o “Kala Brahman”, que funcionaron como relleno.
Tras 55 minutos exactos, la banda se retiró sin despedirse ni interactuar con el público, fiel al espíritu misántropo del black metal.
En resumen, fue un concierto disfrutable, pero carente de emoción. Gorgoroth continúa ofreciendo shows técnicamente correctos, pero sin alma, movidos por la inercia y la necesidad de mantener su nombre vigente más que por un impulso artístico genuino. La frialdad, la falta de innovación y la repetición del mismo repertorio durante una década son señales claras de una banda que vive del eco de su propio mito.
Etiquetas: Black Metal, Blackened Death Metal, Bliss of Flesh, Carved Memories, Gimle, Gorgoroth, Infernus, Roskilde, Shemhamforash, True Norwegian Black Metal
El Teatrito se transformó en un dojo de combate cuando los franceses Rise of the Northstar llegaron para desatar su Furyo Style en Buenos Aires. Con más de 15 años en la escena, la banda que fusiona la cultura japonesa con la brutalidad del hardcore estadounidense demostró por qué son una de las propuestas más llamativas del género. El público argentino respondió con la violencia controlada que este tipo de shows requiere. Lo que iba a ocurrir allí adentro no tenía nada de tibio.
Lamentablemente por problemas de logística apenas pude escuchar el último tema interpretado por los chicos de Dance Floor Justice pero sé que habrá otra oportunidad para poder ver todo su set. DarloTodo salieron en segundo turno con un set que ya está catalogado como clásico, presentando material de su nuevo disco. La banda salió decidida a calentar motores para lo que vendría después. Sin embargo, los problemas técnicos empañaron su presentación. Acoples constantes, pérdidas de guitarra y un ruido —toc— que se hacía muy presente y molesto afectaron la experiencia. Pese a estos inconvenientes, DarloTodo aguantó el golpe y completó su set de aproximadamente 35 minutos.
La banda dejó claro que está bajo la influencia del nu metal, especialmente de Korn. Este mini tributo se hizo evidente cuando ejecutaron un medley que combinó “Falling Away from Me” y “Blind”, dos temazos que el público reconoció y celebró pese a las dificultades sonoras. Finalizaron su presentación cerca de las 21:00 horas, dejando el escenario caliente para los franceses.
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El reloj marcaba las 21:45 cuando el murmullo se quebró. Las luces bajaron y el humo comenzó a trepar desde el piso mientras sonaba una intro hipnótica que marcó la entrada triunfal de Rise of the Northstar. Los franceses irrumpieron como una unidad militar; cada paso, cada gesto, cada golpe de batería estaba sincronizado con una precisión casi ritual.
Desde el arranque quedó claro que la banda venía decidida a dejar una huella. Con un sonido claro —al menos desde donde este cronista lo percibió—, las guitarras gemelas se alzaban como si cortaran el aire, y el bajo era un martillo que no daba tregua. “Welcame (Furyo State of Mind)”, el himno que dio a conocer a la banda, generó uno de los momentos más significativos. Como si se tratara de una sola crew, el público cantó cada línea mientras en el pit se intensificaban los combates cuerpo a cuerpo.
Cuando sonó “One Love”, el público respondió con un grito unísono, un rugido colectivo que borró cualquier distancia entre banda y audiencia. No hubo pausa. El vocalista, Vithia, se movía con la autoridad de un líder espiritual en plena batalla: arengando, mirando a los ojos, exigiendo entrega total. “Here Comes The Boom” y “Showdown” confirmaron la precisión quirúrgica de Rise of the Northstar. Cada riff fue un ataque frontal y calculado; cada breakdown funcionó como detonante para nuevas oleadas de violencia controlada en el pit. La banda no solo tocaba, comandaba un ejército dispuesto a seguir cada indicación. Era la celebración de quienes conocían la banda desde hace años y finalmente podían verlos en vivo.
A los pocos minutos, el pogo ya había conquistado todo el piso del recinto. Lo que empezó como un movimiento en la primera línea se extendió como un incendio: empujones, saltos desde la barra lateral, cuerpos girando, risas y golpes amistosos que definían esa extraña camaradería que solo el hardcore puede construir. El personal de seguridad trabajaba sin descanso, interceptando caídas y levantando a quienes se lanzaban sin mirar hacia los músicos, buscando estrechar una mano o aunque sea tener un segundo de contacto visual. Pero nadie parecía querer detenerse. Cada canción era una excusa para empujar un poco más el límite. Mientras tanto el setlist continuaba y entre otras piezas que sonaron estuvieron “A.I.R. Max”, “Bosozoku” y “Rise” —muy festejada—, pero cuando la banda anunció el último tema, “Again and Again”, el estallido fue total. Nadie se guardó nada.
Al terminar, los músicos saludaron uno por uno, sonriendo, agotados pero plenos. La gente permaneció unos segundos más, respirando y cambiando el aire luego de una noche agitada y con la mirada todavía encendida. Afuera, la calle volvía a su ritmo habitual, pero algo había cambiado. No fue solo un recital, era un mix entre el HC, la disciplina del hip hop y la rabia del metal aún pueden convivir en un mismo lenguaje, brutal y fraternal a la vez. Su fusión de cultura japonesa, estética urbana y brutalidad sonora crea algo genuinamente único. No es solo la música: es la actitud, el mensaje, la disciplina que transmiten tanto en el escenario como en su propuesta visual.
La noche terminó con esa sensación única de haber asistido a una demostración de poder sin artificios. Lo que Rise of the Northstar dejó en Buenos Aires, fue más que un show; fue una lección sobre energía y respeto, una demostración de que la violencia también puede tener su forma de belleza cuando se ejerce desde la entrega total. Cuando el hardcore se convierte en combate, solo quedan dos opciones: participar o mirar desde afuera. Y en El Teatrito, nadie eligió mirar. Agradecimiento a la gente de California Sun, Hellnoise Booking y Juanma de HP Prensa por la acreditación correspondiente para participara en dicho acontecimiento.
Etiquetas: California Sun, Dance Floor Justice, Darlotodo, Furyo Style, Hardcore Punk, Hellnoise Booking, HP Prensa, Korn, Nu Metal, Rise Of The Northstar

Texto por Finlay Allan
Una noche donde el metal escocés se miró al espejo y vio su reflejo más puro. Bleed From Within regresaron al Barrowland Ballroom para convertir su ciudad en un altar de orgullo, poder y comunión. Acompañados por After The Burial y Great American Ghost, ofrecieron un espectáculo que trascendió lo musical para convertirse en una celebración colectiva.
El preludio: Great American Ghost y el fuego inicial
Abrir una noche así no es tarea menor. Pero los de Boston, Great American Ghost, salieron decididos a reclamar el escenario desde el primer golpe de batería. Su mezcla de hardcore metálico y energía abrasiva incendió la sala antes de que el público tuviera tiempo de respirar.
El vocalista Ethan Harrison no tardó en saltar al foso, cantando entre la multitud mientras el resto de la banda mantenía el ritmo con precisión milimétrica. Su entrega total convirtió su breve set en una descarga intensa, de esas que se sienten en el pecho más que en los oídos.
Cada breakdown fue un golpe directo al cuerpo. Donde otros grupos de apertura podrían diluirse en ruido, ellos demostraron control y oficio. En apenas siete canciones dejaron claro que no estaban ahí para “calentar”, sino para encender una mecha que ya nadie podría apagar.
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After The Burial: precisión quirúrgica, intensidad humana
Con el Barrowland ya en plena ebullición, After The Burial tomaron el relevo y elevaron la vara técnica sin perder agresividad. Su sonido, a medio camino entre la matemática y la furia, ofreció una experiencia distinta: técnica con alma, brutalidad con matices.
El doble ataque de guitarras brilló desde el primer compás. Cada riff era un engranaje perfectamente calibrado dentro de un mecanismo que giraba con precisión absoluta. En “Hum From The Hollow”, la tensión se construyó lentamente sobre arpegios limpios hasta desembocar en una muralla de sonido que desató una auténtica ola humana en la pista.
El vocalista guió a la multitud hacia un wall of death tan sincronizado como brutal, mientras la banda mantenía un pulso impecable. Lo que podría haber sido una muestra de virtuosismo frío se convirtió en todo lo contrario: un despliegue de energía viva, tangible, colectiva.
After The Burial demostraron que se puede tocar con precisión sin perder el alma. Cada golpe, cada pausa y cada cambio de ritmo tenían un propósito. Cuando dejaron el escenario, dejaron también una sensación clara: el terreno estaba listo para algo grande.
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Bleed From Within: el triunfo del regreso
Y entonces llegó el momento. Con las luces apagadas y un rugido colectivo anticipando lo inevitable, Bleed From Within irrumpieron en escena con “Violent Nature”, y el Barrowland explotó.
Desde el primer segundo, la banda mostró por qué es una de las formaciones más respetadas del metal moderno. Scott Kennedy, en el centro del escenario, proyectaba la mezcla perfecta de fuerza y emoción. A su alrededor, Craig “Goonzi” Gowans, Steven Jones, Davie Provan y Ali Richardson desplegaban un sonido tan afilado como demoledor.
“Zenith” y “Sovereign” mantuvieron el ritmo a niveles sobrehumanos. Cada breakdown abría un nuevo círculo en el pit, y cada estribillo era gritado por cientos de voces al unísono. En un momento de pausa, Kennedy —visiblemente conmovido— agradeció al público su apoyo, recordando lo que significa para ellos tocar en casa. Ese silencio lleno de emoción, seguido por una ovación ensordecedora, fue uno de los instantes más honestos de toda la noche.
El tramo medio del set alcanzó un nuevo pico con “I Am Damnation” y “Levitate”, donde la intensidad física y emocional se fusionaron. La energía era total; la conexión, absoluta. El sonido, perfectamente equilibrado, permitía distinguir cada detalle sin perder la brutalidad que caracteriza a la banda.
El final fue un símbolo de identidad: “In Place of Your Halo”, acompañada por el sonido de gaitas escocesas, resonó como un himno de victoria. Las luces se tiñeron de blanco y azul, y el Barrowland se convirtió en una sola voz. Fue un cierre épico, emotivo, profundamente escocés.
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Una coronación merecida
Lo que se vivió esa noche en el Barrowland fue más que un concierto: fue una consagración. Bleed From Within no solo demostraron estar en su mejor momento artístico, sino que confirmaron su lugar como estandartes del metal moderno europeo.
A lo largo de su carrera, el quinteto ha sabido evolucionar sin perder su esencia. Y en su ciudad natal, ante un público que los ha visto crecer, ofrecieron la prueba más contundente de su madurez musical y emocional.
Great American Ghost encendieron la chispa, After The Burial construyeron la tensión y Bleed From Within detonaron la explosión final. Juntas, las tres bandas ofrecieron una noche redonda, donde la técnica, la emoción y la identidad se fundieron en una sola experiencia.
Cuando las luces se encendieron y el público comenzó a dispersarse, quedó una sensación compartida: esto no fue un concierto más. Fue el regreso triunfal de una banda que, tras años de trabajo y convicción, conquistó su casa y la convirtió en un altar de orgullo y pertenencia.

- Great Amercian Ghost
- Great Amercian Ghost
- Great Amercian Ghost
- After The Burial
- After The Burial
- After The Burial
- Bleed From Within
- Bleed From Within
- Bleed From Within
- Bleed From Within
- Bleed From Within


Foto de Portada: Facundo Rodríguez (Shots by Far)
Cuarenta años de Bonded by Blood se celebraron en Buenos Aires con la intensidad que solo el thrash metal puede ofrecer. Los californianos Exodus eligieron el Teatro Flores para demostrar que, cuatro décadas después, siguen siendo una de las bandas más demoledoras del género. El resultado fue demoledor.
Mientras el teatro se preparaba para recibir a una de las leyendas fundacionales del thrash, la banda que, junto a Metallica, Slayer y Megadeth, definió el sonido de la Bay Area llegaba a Buenos Aires como parte de su gira mundial celebrando ese disco que, en 1985, cambió el metal para siempre. Cuando Bonded by Blood irrumpió en la escena, el thrash todavía estaba en formación; fueron los Exodus quienes llevaron esa crudeza al límite, sin buscar diferenciarse adrede, simplemente siendo directos y salvajes. Ese álbum no apostó por la prolijidad ni la imagen; se transformó en un manifiesto de velocidad y violencia que inspiró todo lo que llegó después. Y cuatro décadas más tarde, ahí estábamos para celebrarlo.
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Antes de que la maquinaria californiana tomara el escenario, dos bandas locales cumplieron con calentar motores. Lázaro, la banda que formó Jorge Moreno luego de la disolución de Serpentor, hizo su estreno oficial ante una aceptable cantidad de público que llegó temprano. Fiel a su estilo, potente y sin dejar respiro, interpretaron canciones de su álbum debut “Morir y Resucitar“, que pegó duro desde el arranque. La energía de cada uno de los músicos contagió a los presentes, quienes respondieron con el puño en alto y alentando a Jorge y sus secuaces.
Tungsteno cerró la tanda de teloneros con su propuesta de thrash sucio y divertido. Los riffs afilados y los ritmos frenéticos hicieron que quienes estuvieron aquella noche en el Teatro Flores se olvidaran del tiempo y se sumergieran en la vorágine del mosh. Los temas más festejados fueron “Te-Thrash” y “El Escuadrón del Thrash”, y para cuando terminaron su set, el lugar ya estaba a temperatura perfecta para lo que vendría.
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Y entonces, a las 21:30, las luces se apagaron por completo. Un rugido llenó el lugar cuando los primeros acordes de “Bonded by Blood” retumbaron en el aire. Exodus había llegado, y el público estalló en gritos que confirmaban la expectativa acumulada. Con la vuelta de Rob Dukes y el reemplazo de último momento de Jack Gibson por Kragen Lum de Heathen, la banda rompió todos los esquemas desde el primer segundo. Los riffs ultraveloces de Gary Holt y las baterías implacables de Tom Hunting se entrelazaban con esa voz rasgada, creando una atmósfera de pura adrenalina que caracteriza al thrash bien ejecutado. La primera fila se convirtió en un mar de cabezas que se movían al ritmo de la música, mientras se iban generando los primeros círculos de pogo. Caídas, golpes… nada importaba; éramos felices viendo a una de las leyendas vivas del thrash mundial en acción.
El setlist fue una lección de thrash metal que abarcó toda su discografía. Si bien el foco estaba puesto en Bonded by Blood, la banda no se limitó a repasar solo ese disco. Temas de “Tempo of the Damned“, “Fabulous Disaster” y “Pleasures of the Flesh” se intercalaban, creando un recorrido por cuatro décadas de thrash sin concesiones.
Cuando llegó el momento de “Metal Command”, este hizo explotar el teatro, pero fue “Deliver Us to Evil” la que generó uno de los momentos más emotivos de la noche. Dedicada a Paul Baloff, el exvocalista fallecido en febrero de 2002, la canción funcionó como recordatorio de que Exodus es más que música; es una hermandad que honra a quienes ya no están.
“Brain Dead”, del año 1987, mantuvo la intensidad, demostrando que el catálogo de Exodus está repleto de himnos que resisten el paso del tiempo. Y “And Then There Were None” llegó con su complejidad característica, cambios de ritmo y solos intrincados ejecutados con una precisión que dejó claro por qué siguen siendo referencia del género. Entre otras, sonaron “Blacklist”, muy festejada y con chapa de clásico indiscutido, “Exodus”, “Piranha” y “A Lesson in Violence”.
Lo que realmente distinguió este concierto fue la conexión entre Exodus y su audiencia. Dukes, con su carisma y cercanía, interactuaba constantemente con el público. No era solo un frontman ejecutando un show; era alguien genuinamente conectado con lo que estaba pasando en esa pista, que tan solo con mover un dedo en círculos encendía a todos para la batalla. Era evidente que, para ellos, esta noche también era especial. Cuarenta años de Bonded by Blood en Buenos Aires no es un trámite más en una gira, es un acontecimiento.
A medida que avanzaba la noche, la intensidad aumentaba. Los pogos se volvían más grandes, más salvajes. Durante aproximadamente una hora y cuarto de show, el público no paró de saltar ni un segundo. El momento culminante llegó con “The Toxic Waltz”, del álbum Fabulous Disaster (1989). Antes de arrancar la canción, sorprendieron a más de uno con una breve introducción de “Raining Blood”, de Slayer, para luego pegarle unas estrofas de “Motorbreath”, de Metallica. Los primeros acordes fueron suficientes: el pogo alcanzó dimensiones épicas, nunca vistos por este crónista, con personas saltando, empujando y coreando cada palabra. Era la celebración del thrash metal en su máxima expresión, ese ritual de violencia controlada y comunión que sólo este género puede generar.
El cierre llegó con “Strike of the Beast”, regresando al disco que vinieron a celebrar, y fue esa canción la que condensó toda la esencia de lo que es Exodus. Cuando las luces se encendieron, el público estaba exhausto pero eufórico, con esa sensación de haber sido parte de algo que trasciende el simple hecho de ver una banda en vivo.
Una noche donde el thrash se vivió en su forma más pura y visceral, donde cuarenta años de historia se condensaron en esos sesenta y tantos minutos en los que quedó claro que, mientras haya bandas como Exodus dispuestas a entregarlo todo en el escenario, el thrash metal seguirá vivo y coleando. Como siempre, agradecemos a Marcela e Icarus por permitirnos tener otra lección de violencia.


Fotos cortesía de Seba Pintos
El punk rock ya de por sí es un estilo al que se suele relacionar con una energía juvenil particular, pero esto se incrementa todavía más cuando hablamos sobre el skate punk (o “punkypatin”, como lo bautizaran los Eterna Inocencia). Combinamos la energía rabiosa del hardcore con las melodías pegadizas del pop punk y tenemos un estilo que nos hace pensar inmediatamente en días soleados y andar jugando al Tony Hawk’s Pro Skater en la Play 1 en medio de un verano que parece eterno. Pero a pesar de esto, tenemos varias bandas del estilo que han logrado mantener ese espíritu joven aunque sus miembros hayan dejado de serlo hace rato, y sin lugar a dudas uno de estos grupos es Lagwagon.
Lagwagon son veteranos de su estilo, con tres décadas y media de carrera haciendo canciones cortas para escuchar mientras nos dejamos las rodillas sangrando al caernos de la patineta. En estos días se tomarán su tiempo para editar nuevo material, con su último álbum Railer habiendo cumplido cinco años hace poco y con apenas cuatro álbumes en lo que va del siglo XXI, pero el quinteto siempre ha sido un acto muy popular en vivo y ha dado una enorme cantidad de recitales, sobre todo en la etapa post pandemia. Pero eso no le sacaba valor a la oportunidad de poder verlos en la gira Goin’ South 2025, que el lunes 13 de octubre los tendría de vuelta en Argentina tras casi una década.
Los alrededores del Teatro Flores estaban bastante poblados de gente con remeras de Dead Kennedys, NOFX, Pennywise, Bad Religion, Millencolin y toda la selección del punk de los últimos 40 años y monedas, entrando poco a poco al lugar o quedándose esperando en el bar cercano. Mientras tanto, en el interior podíamos escuchar el set llevado a cabo por la gente de Neptunia, grupo de hardcore melódico del Gran Buenos Aires que dio una presentación muy entretenida, con mosh entre un par del público y todo. Además de sus canciones propias, también tuvimos el tradicional cover de “Ya No Sos Igual” de 2 Minutos, que a esta altura es al punk argentino lo que “Destrucción” es al metal de este país.
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Después de la presencia nacional, tuvimos la presentación de los estadounidenses Cigar, los acompañantes de Lagwagon en esta gira. El grupo hizo un repaso de toda su discografía, lo cual es muy fácil cuando sólo editaron dos álbumes desde que se formaron en 1996. OK, primero estuvieron juntos desde 1996 a 2004, cuando editaron su debut Speed Is Relative, y después se juntaron en 2013 y editaron The Visitor en 2022, pero siguen siendo una cantidad importante de años entre eventos.
Pero eso no significa que estos oregonianos se hayan olvidado de cómo rockear, porque eso lo tienen muy presente: el set de Cigar estuvo lleno de melodías, guitarras distorsionadas, furia y baterías rapidísimas, estos dos últimos mezclados de tal manera que al baterista Jon Sortland se le escaparon las baquetas no una ni dos, sino tres veces. Mucha gente en el público que estaba ahí para escuchar clásicos de ellos como “Wright & Rong”, “Laundry Basket” y “Two Kevins”. Una muy buena presentación de parte de estos fumadores, veremos si a futuro se los puede tener de vuelta en Argentina ya como acto principal.
21:30 en punto. El Teatro Flores ya se veía casi repleto, tanto en el campo como en el sector superior del lugar, y la expectativa se sentía en el aire. Fue a esa hora que se abrió el telón y tuvimos a los Lagwagon no comenzando de una con el concierto, sino dando unos segundos para tener a la gente mostrando su apoyo y ya cuando estuvieron seguros tener al cantante Joey Cape anunciando el inicio del concierto con la siempre presente “Violins”, y desde la primera nota pudimos ver a la gente comenzando pogos en medio del campo. Entre toda la violencia en el Teatro Flores, desde un principio y por un largo rato pudimos ver una pancarta entre la gente que rezaba “NEVER FORGET TONY SLY”, recordando al cantante, guitarrista y líder de No Use For A Name que muriera de manera inesperada en 2012 con apenas 41 años, y que editara dos splits acústicos junto a Joey Cape en sus últimos años de vida. Un muy lindo detalle.
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El setlist de Lagwagon estuvo más que nada centrado en Hoss, el cual tuvo recientemente una reedición, con la antes mencionada “Violins”, “Rifle” y “Sleep” como algunas de sus representantes. También hubo lugar para su otro gran clásico Let’s Talk About Feelings con “After You My Friend” o Trashed con “Know It All”, entre otras en cada caso. La gente estaba completamente metida en el set, arriesgando cada parte de su cuerpo en los pogos y surfeando entre el público para terminar detrás de las vallas.
“¡No entendemos nada, pero eso es asombroso!”, fue palabras más palabras menos lo que Joey Cape y compañía dijeron ante los cantos de cancha de la gente, una tradición de los recitales locales más allá de lo que un par de tipos digan en Internet se ponga a decir de “esa costumbre que los argentinos tienen de meter al fútbol en todo” al ver videos de la gente haciendo lo mismo en el concierto de Exodus. Mucha alegría, mucha nostalgia y un par de movimientos karatecas entre la gente al ritmo de estos himnos de la soleada California, con Joey Cape mostrándose alejado de sus 58 años y el resto de Lagwagon sonando como si todavía fueran los noventas. Su tradicional cover de “Everything Turns Grey” de Agent Orange y la aparición de “E Dagger”, elegida por público en una elección por aclamación con “Angry Days” y “I Must Be Hateful”, fueron otros grandes momentos de aquel lunes que pintaba caluroso.
“Razor Burn” fue la última canción del set principal, con Lagwagon dejando el escenario para tener a sus fans pidiendo que volvieran. Y eso hicieron, con el quinteto regresando a las tablas del Teatro Flores para darle unas últimas canciones a ese público que los había esperado durante nueve años. Así apareció primero “Island of Shame” de Trashed, y luego una seguidilla de clásicos de Let’s Talk About Feelings con “Messengers”, “The Kids Are All Wrong” y la espectacular “May 16”, dejando a todos más que satisfechos con semejantes avalanchas de energía pop punk. Y ahora sí, se llegaba al final de una nueva visita de Lagwagon a la Argentina.
“Buena onda” es la manera más acertada para describir todo lo hecho por Lagwagon, Cigar y Neptunia en esta presentación en Buenos Aires. Los riffs serán furiosos y los tempos serán elevados, pero siempre está la idea de pasarla bien y salir con una sonrisa del lugar. Claramente lo lograron cuando la gente se estaba yendo mientras sonaba el clásico meloso de los setentas “Escape (The Piña Colada Song)” de Rupert Holmes de fondo en el Teatro Flores, y lo mismo con todo lo que habíamos visto en aquella noche. Que la próxima oportunidad para verlos no tarde tanto en venir, por favor.
Etiquetas: argentina, Cigar, Hardcore Punk, Lagwagon, Neptunia, Pop Punk, Punk Rock, Skate Punk


La sala, vestida de luto rockero y rumor metálico, era el recipiente perfecto para una noche que prometía ser un tratado vivo sobre la anatomía del rock pesado. Tres bandas, tres filosofías del fuzz y un mismo altar: el escenario. Lejos del bullicio de la barra y el merchandising, el público aguardaba en silencio reverencial, consciente de que la verdad del género solo se revela en la ejecución en directo. No había artificios, solo músicos y amplificadores: el lenguaje primigenio del volumen.
El primer conjuro de la noche estuvo a cargo de los australianos O.R.B. (Organic Rock Band), que aparecieron en escena como tres espectros vintage, reverentes y sin artificio. Su sonido, tan hipnótico como preciso, flotó sobre un entramado de delays y reverberaciones ejecutadas con la delicadeza de un alquimista. El groove se construía más como una corriente envolvente que como un golpe frontal, una niebla psicodélica que embriagaba. Su propuesta no busca el ataque: invita al trance. Canciones como “Can’t Do That” y la onírica “Mind Over Matter” funcionaron como mantras eléctricos que suspendieron el tiempo, dejando al público en un estado de ingravidez colectiva. O.R.B. no abrió la noche: la conjuró.
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La calma se quebró en mil pedazos con la irrupción de los noruegos Slomosa, que transformaron la sala en un polvorín. Desde el primer acorde de “Cabin Fever”, el stoner rock explotó con un poder físico que obligó al cuerpo a moverse. Ben Berdous, con voz gélida y autoridad escénica, comandó el caos con precisión quirúrgica, pero la fuerza gravitacional recaía en Marie Moe: su bajo, profundo y vibrante, fue el epicentro sónico del huracán. “Rice” e “In My Mind’s Desert” sonaron como una avalancha de groove arenoso y elegancia tectónica, una línea directa con el espíritu de Queens of the Stone Age. Con “Monomann” y “Horses” llevaron el frenesí a su clímax, firmando un set redondo que los consagró como dueños temporales del escenario. Slomosa no vinieron a telonear; vinieron a conquistar.
El cierre estuvo en manos de los alemanes Kadavar, cuyo ingreso fue una ceremonia en penumbra, sin ornamentos ni proyecciones, solo luz y humo modulados como instrumentos místicos. Desde el primer golpe de “Lies”, quedó claro que la banda no interpreta canciones: las invoca. Christoph “Lupus” Lindemann, con su aura de profeta eléctrico, dirigió la misa del hard rock con riffs de acero y alma blues. A su lado, Simon “Dragon” Bouteloup sostuvo el cosmos con su bajo vibrante, mientras Christoph “Tiger” Bartelt transformaba cada golpe en una invocación ritual. Temas como “Black Sun” y “Living in Your Head” demostraron su dominio absoluto del espíritu setentero sin caer en la nostalgia vacía.
El tramo final fue puro fuego sagrado: “Total Annihilation” y “Doomsday Machine” desataron el clímax, antes de cerrar con una tríada de himnos —“Die Baby Die”, “Come Back Life” y “All Our Thoughts”— que dejó a la sala bañada en un resplandor dorado y reverente. Kadavar no dieron un concierto: oficiaron una comunión sonora donde el fuzz fue religión y la distorsión, redención.


Madrid se convirtió en la última parada del paso otoñal de Dynazty por España, y la banda sueca no podía haber cerrado de mejor manera una minigira que ha colgado el cartel de “sold out” en todas sus fechas. Y es que mucho tiempo llevaban esperando sus seguidores esperando por un tour de Dynazty como cabezas de cartel. Ya habían triunfado como teloneros de bandas como Pain o en festivales como el Leyendas del Rock o el Z Live!, pero para consolidar su fama por territorio español les hacía falta una gira propia.
Es así, que desde el primer minuto se respiraba ambiente de gran noche en La Revi Live, pese a ser domingo y festivo nacional, y la expectación era tal que incluso los encargados de abrir, Kilmara, salieron al escenario con la sala prácticamente llena.
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Los catalanes dieron todo lo que tenían para calentar al público, y vaya si lo consiguieron. La sorpresa vino cuando apareció Héctor Llauradó al frente del micrófono —sí, el vocalista de Whirlwind— sustituyendo a Dani Ponce, quien no pudo unirse a esta gira. Pese al contratiempo, Kilmara defendieron con garra su último trabajo, ‘Journey to the Sun’, con temas como “Wildfire”, “Power of the Mind” o la propia “Alliance of the Free”. También hubo espacio para repasar su anterior ‘Across the Realm of Time’, aunque el tiempo jugó en su contra. Un set corto pero intenso, empañado por algún que otro problema de sonido que restó definición su show. Aun así, dejaron claro que su propuesta tiene pegada y corazón y que son una de las formaciones con futuro de nuestro país.
La expectación alcanzó su punto máximo y, en cuanto Dynazty saltaron al escenario, la sala vibró como nunca. La banda no tardó en imponer su estilo. Comenzaron con “In the Arms of a Devil”, una apertura intensa que dejó claro que estábamos ante una noche de potencia máxima. La conexión con el público fue inmediata, y Nils Molin se movía por el escenario buscando la complicidad de cada asistente, aunque no podemos afirmar hasta qué punto estaba cómodo él sobre las tablas, pues la chaqueta de cuero con el calor sofocante del recinto no fueron buena combinación. La transición hacia “Game of Faces” y “Natural Born Killer” mantuvo el ritmo alto, mostrando la fuerza de su nuevo álbum sin descuidar la elegancia de los clásicos.
“The Grey” y “Waterfall” fueron el segundo arreón de energía, un empujón de adrenalina antes de una breve pausa instrumental que permitió a la banda y al citado vocalista respirar y al público disfrutar del virtuosismo de los músicos. En esa sección instrumental, los teclados pregrabados dominaron, pero para el medley y la posterior sección acústica sí se aprovechó el teclado que llevaban en el escenario. Un sin sentido, todo hay que decirlo. El medley acústico desembocó en “Yours”, junto a “The Darkest Hour” y “ThePower Of Will”, donde Nils Molin brilló con una interpretación que combinaba fuerza y sentimiento.
El concierto retomó la intensidad con “Call of the Night” y “Firesign”, elevando la temperatura hasta un punto en el que parecía imposible que algo pudiera superar la atmósfera creada. Un solo de batería, breve pero impactante, sirvió de preludio para el regreso de la banda con “Presence of Mind”, uno de sus himnos consagrados, cerrando la parte principal del show. La banda apenas hizo pausas, y aunque solo se interpretaron diez canciones, cada tema fue ejecutado con precisión y entrega total, demostrando que la duración no resta intensidad.
Los bises elevaron la euforia al máximo con “The Human Paradox” que abrió la recta final. Y “Devilry of Ecstasy” mantuvo la fuerza hasta el esperado cierre con “Heartless Madness”, que se prolongó algo más de lo desea con interacciones con el público, presentación de los miembros de la banda. Cada detalle estaba pensado para que la conexión con los asistentes fuera total, dejando una sensación de comunión absoluta entre banda y público.
Dynazty abandonaron el escenario entre vítores, sabiendo que acababan de firmar una de esas noches que se recuerdan por la entrega, la comunión y la sensación de estar viendo a una banda que sigue creciendo, aun teniendo lapega de que su show no tuvo una duración más larga a la de sus actuaciones en festivales. Un domingo que se sintió grande, con un público entregado y un otoño que sigue demostrando que el metal de salas vive su mejor momento en mucho tiempo.


Foto de Portada: Facundo Rodríguez (Shots by Far)
Tremendo lo vivido el pasado sábado 11 de Octubre en El Teatro de Flores. Después de tanto esperar finalmente llegó el día para Horcas de presentar oficialmente su más reciente placa, El Diablo, el estupendo disco que ya lleva unos cuantos meses en la calle. Hubo varias oportunidades de verlos en vivo, como en sus muy buenas actuaciones en el Masters of Rock o en el Quilmes Rock, pero lo de esta noche tenía un gusto especial porque se trataba de la fecha más importante del año para la banda, y la confirmación de su inmejorable presente. Horcas es familia, por eso el público respondió con un clima festivo y de aguante, colmando el establecimiento.
El show contó con el número ideal de bandas soporte: una. Fue el cuarteto oriundo de Villa Ballester, Justicia Ciega, quienes desplegaron un acertado set mientras El Teatro iba recibiendo al numeroso público. Con una propuesta enraizada en el thrash de los 90s, y siempre bajo el lema de reivindicar las Malvinas Argentinas, pudieron ejecutar canciones de su viejo repertorio como “Mars Ultor” o “Revancha”; y también algunas nuevas como “El Espejo”.
Hubo un gran momento cuando el violero Lautaro Medina bajo del escenario para lucirse con un solo entre medio de la gente. Para el final se despacharon con una muy buena versión de “Cowboys From Hell”; y luego rubricaron su actuación con “Nación”. Merecidos aplausos para este conjunto que se las trae.
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A las 21:00 puntual comenzó a sonar por los altoparlantes la profética canción de RIFF, “La Pantalla del Mundo Nuevo”, a modo de intro, la cual dio inicio a la cuenta regresiva de lo que iba a ser Horcas presentado su décimo tercer álbum. Así que, ¿qué mejor manera de arrancar que con “Ciego de Poder”, la primera de sus canciones? Imponente comienzo que dio paso al momento colorido de la noche cuando interpretaron “El Diablo”. Es que nada más entrar al recinto las mujeres eran provistas de unos cuernitos con luz roja, con la consigna de usarlos durante esta canción. Tras el festejado número, cerraron esta primera trilogía de estrenos con “Malos Tiempos”. Un entusiasmado, como siempre, Walter Meza, se dirigió al público para saludar, para agradecer, y también para presentar a su compañero el Topo Yáñez, receptor de una gran ovación.
A partir de acá quedó establecido que la estructura del show iba a alternar canciones nuevas con los clásicos de la banda, de tres en tres. Así que provocaron el pogo de un público que ya estaba totalmente encendido cuando sonaron antiguas joyas como “En la Jaula”, “Fuego”, y “Garras”.
Volviendo a El Diablo, pasaron otras tres de las novedades: “Veneno”, “Días Oscuros” y la emotiva “Ya No Hay Dolor”. Esta última con una sentida introducción por parte de Walter, quien explicó que fuera compuesta en épocas de cuarentena, cuando todo era complicado y desolador. Tras este breve momento de tranquilidad, presentaron a Lucas Bravo en guitarras, el más reciente de esta flamante formación, y dieron paso a sendas tres gemas del catálogo: “Abre Tus Ojos”, “Mano Dura” y “Punto Final” del recordado disco Por Tu Honor.
Pasaron tres estrenos más, “Espiral”, “Padre Nuestro” y, a mi entender, la más lograda del trabajo a presentar, “El Infierno que Inventás”. De este modo quedaba plasmado en vivo El Diablo, casi en su totalidad (solo quedó afuera el instrumental “Adiós”). Fue el turno de pedir aplausos para Cristian Romero en batería y luego ejecutar “Rompo el Dolor”, muy coreada, del lejano Eternos.
Para darle un descanso a la voz de Walter, quien estaba dejando todo, ejecutaron una versión de “Seek & Destroy” de Metallica, con Sebastián Coria en las voces; y luego la recta final con lo mejor del pasado. “Argentina Tus Hijos” desató el pogo más grande de la noche; mientras que “Vencer” proporcionó un pasaje emotivo al recordar a quienes ya no están entre nosotros al tiempo que los monitores reflejaban sus imágenes… El Carpo, Willy Quiroga, Gustavo Zavala, El Pato Larralde, Guillermo Sánchez, Ricardo Iorio y, por supuesto Osvaldo Civile.
Faltaba presentar a uno de los músicos, nada menos que a Walter, y fue el propio Topo quien se encargó de pedir su ovación, bromeando sobre la edad avanzada de cada uno. Estábamos atravesando el clímax del show, que redondearon con otras dos canciones infaltables en las presentaciones de Horcas: las excelentes “Esperanza” y “Solución Suicida” para remontarse a otras épocas.
Los bises también llegaron de la mano del pasado, con dos ultra-clásicos del heavy metal argentino pertenecientes a la banda fundadora de toda esta movida. “Brigadas Metálicas” y, por supuesto, “Destrucción”. Lluvia de papel picado, saludos y foto general para cerrar una noche perfecta.
Impecable sonido y organización. Horcas en El Teatro fue la confirmación del excelente momento que está atravesando la banda, próximos a cumplir cuarenta años, y que no detienen su marcha. Malas noticias para los traidores, las horcas están preparadas
Etiquetas: Heavy Metal, Hermetica, Horcas, Iorio, Justicia Ciega, Osvaldo Civile, Riff, V8

Una noche gélida de casi invierno en Copenhague encontró refugio en el calor eléctrico de Amager Bio. En esa sala, con su historia de conciertos legendarios y su acústica impecable, el ritual del rock volvió a cobrar sentido. Elder y All Them Witches compartieron escenario en una velada que trascendió la temperatura, el idioma y las palabras. Fue una comunión de sonido, precisión y trance sonoro: dos bandas distintas pero hermanadas por una misma búsqueda, esa que transforma la distorsión en una experiencia casi espiritual.
Elder abrió la noche y lo hizo con todo: un set breve pero demoledor de cuatro canciones “In Procession“, “Thousand Hands“, “Catastasis“ y “Gemini” que bastaron para dejar al público hipnotizado. Desde los primeros acordes, la banda de Massachusetts (ahora radicada en Berlín) desplegó ese equilibrio tan característico entre el poder del stoner rock y la complejidad del rock progresivo. Cada tema fue una construcción meticulosa de riffs densos, pasajes atmosféricos y una batería que marcaba el pulso con peso, como si el ritmo naciera desde el suelo mismo. Elder suena como una máquina precisa pero orgánica, con guitarras que abren portales y bajos que arrastran el cuerpo hacia el centro de la tierra. Su sonido en vivo es monumental, con capas que se expanden hasta llenar cada rincón del recinto. No hubo necesidad de presentaciones ni discursos: las notas lo dijeron todo, y el público lo entendió perfectamente.
La energía de Elder fue tan compacta que pareció extenderse más allá del escenario. Las luces, cambiando entre tonos rojos y violetas, acentuaban la sensación de estar dentro de un viaje cósmico. Cada transición era medida, cada crescendo una ola que golpeaba con elegancia. Cuando “Gemini” cerró el set, el aplauso fue más que un gesto de aprobación: fue el reconocimiento a una banda que ya no suena como una promesa, sino como una certeza dentro de la escena pesada contemporánea.
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Y cuando el eco del último acorde se desvaneció, el escenario quedó preparado para el viaje más introspectivo de la noche. All Them Witches tomó el relevo con su mezcla única de psicodelia sureña, blues oscuro y rock experimental. Los de Nashville no necesitan grandes gestos ni comunicación verbal; su conexión con el público pasa directamente por el sonido. Apenas unos acordes, y el clima del lugar cambia por completo. Tocaron durante más de una hora y media, recorriendo canciones como “Diamond“, “Enemy of My Enemy“ y “The Marriage of Coyote Woman“, además de presentar tres temas nuevos que adelantan la dirección de su próximo disco. Fue un show contenido pero cargado de tensión, con dinámicas que pasaban de la calma flotante a explosiones de sonido que estremecían las paredes del recinto.
Ver a All Them Witches en vivo es presenciar un equilibrio perfecto entre lo espiritual y lo terrenal. Charles Michael Parks Jr., con su bajo y voz profunda, sostiene el eje emocional del grupo; Ben McLeod despliega la guitarra con precisión quirúrgica, entre lo sucio y lo etéreo; y la batería parece guiar un ritual, marcando tiempos que no pertenecen a un simple compás, sino a un estado mental. En medio de esas corrientes, el tecladista y violinista Allan Van Cleave se mueve con libertad absoluta, aportando atmósferas, melodías y matices que elevan cada tema. Sus solos, ya sea desde el teclado, el Rhodes o el violín, abren grietas de luz dentro de la densidad, momentos de pura emoción que convierten cada canción en una experiencia distinta. Es él quien a veces da ese toque cinematográfico, ese respiro místico que transforma la distorsión en algo casi poético.
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El público, diverso y atento, se entregó sin interrupciones. No hubo pogo ni gritos innecesarios: solo una audiencia que entendía que lo que estaba sucediendo frente a ellos era una sesión de rock con alma, no un espectáculo prefabricado. Entre canción y canción, el silencio era casi reverencial, roto apenas por algún grito aislado o un suspiro colectivo antes del siguiente viaje sonoro.
La combinación de Elder y All Them Witches fue casi perfecta: dos visiones distintas del rock pesado y atmosférico, unidas por la búsqueda de profundidad y autenticidad. Elder golpeó primero con músculo, con riffs monumentales y una energía casi tectónica. All Them Witches respondió desde otro plano, construyendo paisajes mentales y emocionales, uniendo blues, psicodelia y oscuridad con una naturalidad asombrosa. En un viernes de frío cortante, dentro de Amager Bio el aire se volvió denso, vibrante y cálido, lleno de guitarras que parecían hablar un idioma propio.
Fue una noche en la que las palabras sobraban y el silencio entre canciones era apenas una respiración antes del siguiente viaje. Dos bandas, dos filosofías, un mismo pulso: el del rock que no busca agradar, sino transportarte. Una cita que quedará grabada no solo por la música, sino por esa sensación tan rara hoy de estar presente en algo auténtico, honesto y profundamente humano.


Es increíble pensar en el paso del tiempo, y ver como nuestra percepción de este, a veces suele ser totalmente opuesta. Muchas veces cuando uno está en el trabajo, siente que las horas no pasan, y que las agujas del reloj no avanzan más. Lo mismo sucede en otros ámbitos como el colegio, un hospital o hasta en una fiesta. Pero también sucede que con el correr de los días, las semanas, e incluso los meses, ciertos acontecimientos que parece que sucedieron recientemente, van acumulando sus años. Y van quedando lejanos en el tiempo. Eso mismo sucede con la muerte de nuestro querido Edward Lodewijk Van Halen, mejor conocido como Eddie Van Halen.
Para algunos seguirá siendo un golpe al alma, pero lo cierto es que ya pasaron 5 años desde la trágica noticia de su fallecimiento, aquel fatídico 6 de octubre del 2020.
De este modo, con motivo de conmemoración y homenaje al enorme guitarrista es que se celebró el 5150 Festival 2025 el pasado viernes 10 de octubre en Galpón B, en lo que fue noche llena rock y fiesta.
Y es que la velada empezó minutos antes de las 21:30, con la presentación de Balles, quienes tuvieron un arranque muy potente y contundente a puro hard rock. Tanto, que se escuchaba excesivamente fuerte incluso estando en el fondo. Afortunadamente, pese a la potencia del sonido se apreciaba la nitidez de las guitarras y se distinguían las notas y acordes. Fue así que el grupo comandado y liderado por su vocalista, Jorge Balles, no perdió el tiempo y con una propuesta muy similar a los Rata Blanca más modernos, puso primera en una sala que lamentablemente, no se hallaba tan llena a esas horas de la noche.
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Luego llegó el turno de La Paez System grupo que ya tuve la oportunidad de ver en enero en aquel mismo escenario, cuando actuaron como teloneros para el show que dio el reconocido bajista Marco Mendoza. Con esto en la cabeza, no pude evitar sentir una especie de deja vu tras verlos, ya que la presentación que dio el grupo en esta oportunidad fue igual de solida que la que habían brindado a comienzos de año. Con unas guitarras enchufadas y explosivas a cargo de Clo Páez, la banda formada por el mismísimo guitarrista y su vocalista, Marco González, no bajó las revoluciones que había dejado Balles y se encargó de sacudir a la audiencia (que ya había aumentado) con un espectáculo de hard rock bien vibrante.
Arrancaron con ni más ni menos que uno de los mayores clásicos de Van Halen, como lo es “You Really Got Me”, pero el tema no fue interpretado por su habitual vocalista, sino que frente al micrófono la que dio voz a los versos de la canción fue la invitada, Mel Giménez. Oriunda de Colombia, la cantante se subió completamente lookeada para la ocasión, con botas, campera de cuero y una actitud que prendió y compró a los presentes en la sala. Tras dos canciones, la cantante se despidió del escenario para darle lugar a Marco, e interpretar algunos temas del grupo como “Enemigo Virtual” o “Eléctrico”. Con mucha energía y potencia, La Paez System completó una actuación muy “electrizante” y con un sonido mucho menos invasivo que el que tuvo Balles.
Tras unos veinte minutos de espera en los que la gente aprovechó para charlar, tomar unas cervecitas y comer algo (yo me incluyo en este último grupo), Neon Rider dijeron presente, en lo que a nivel muy personal, fue la banda que más disfruté en toda la noche. En primer lugar, tengo que reconocer que su propuesta musical me tomó por sorpresa. Luego de dos presentaciones de puro hard rock desenfrenado, yo imaginé que el tono de la noche iba a seguir por esos lados más eléctricos y acelerados. Pero bastante alejado de la realidad, lo que me terminé encontrando al final es con un AOR moderno lleno de melodía y elegancia. Bruno Sangari estuvo a cargo de las voces y desde un primer momento se sintió una presencia muy distinta a las de los anteriores vocalistas. Con un registro más limpio, y una actitud más calmada sobre el escenario, lentamente se fue ganando los aplausos de la gente del lugar. Pero quién sin duda, fue la gran figura del grupo es su guitarrista, Hernan Cattaneo, que soltó un montón de bellas notas y melodías a lo largo de la noche. Con mucha sensibilidad y soltura, tiño la sala con luces de neón. Con un setlist variado con temas de su propia autoría y dos covers (“Burning Hearts” de Survivor y “The Best” de Tina Turner), Neon Riders nos transportó directo a los 80’ e hizo rememorar lo que hacían grupos como “Journey” o “Foreinger”.
Ya para terminar la velada, el flamante violero, Charles Lattuada apareció en escena para despedir la noche y en clara respuesta al nombre del evento, se encargó de rendir un homenaje completo a Van Halen. Desde el vestuario, hasta las guitarras. Y es que si algo no escondió el bueno de Charles, es su extrema fanatismo por la figura de Eddie. Y acompañado por tres cantantes, su repertorio incluyo clásicos de clásicos como “Jump”, “Panama”, o “Hot For Teacher”, entre los tantos que interpretó el guitarrista con su banda.
De esta forma, la fiesta musical culminó definitivamente pasada la 1am, en una noche de feriado la cual se desarrolló sin ningún tipo de demora ni inconveniente para los presentes. A puro rock, cerveza, y evidentemente a puro Van Halen, se vivió el homenaje de uno de los guitarristas más grandes que dio el mundo de la música. Agradecemos a los amigos de Anubis por la invitación y acreditación del evento.
Etiquetas: Balles, Charles Lattuada, eddie van halen, Festival, Hard Rock, la paez system, Neon Rider, rock, Van Halen


Foto portada: Magnus Karms Blichfeldt
Muchas bandas con décadas de trayectoria sobreviven abusando del factor nostálgico, repitiendo fórmulas y giras con la esperanza de mantener viva una llama que hace tiempo dejó de arder. Tal es el caso de los pioneros del black metal noruego Gorgoroth, quienes no lanzan un disco desde hace diez años y han pasado el mismo tiempo girando con la excusa de “honrar su legado”. Lo que antes era provocación y oscuridad, hoy parece un ritual automatizado.
La fecha se llevó a cabo en Gimle, una sala acogedora y muy bien equipada, con capacidad para unas 400 personas, situada en Roskilde, antigua capital del reino danés. Un recinto ideal para la intimidad que propone este tipo de shows, aunque, en esta ocasión, la energía del lugar terminó contrastando con la frialdad de los protagonistas.
El evento comenzó con contratiempos. La primera banda en tocar, Carved Memories, canceló su presentación a último momento, lo que retrasó el inicio de la música media hora. A las 20:00, los mexicanos de Shemhamforash fueron los encargados de romper el hielo con una propuesta que mezclaba black metal con death metal, una combinación intensa pero difícil de ejecutar sin un sonido adecuado.
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Lamentablemente, el show no comenzó de la mejor manera. El audio rebotaba por la sala y se transformaba en una masa ininteligible. Si bien mejoró con el correr del set, nunca alcanzó un nivel completamente aceptable. A eso se sumaron los nervios de los músicos, perceptibles tanto en la ejecución como en la escasa interacción con el público. La primera canción sonó desprolija, aunque la banda logró recomponerse con el paso de los temas. El público, empático, respondió bien, quizás interpretando esa ansiedad inicial y apoyando a los artistas por su entrega sincera.
El set fue breve, de apenas 35 minutos, centrado en su más reciente trabajo Advent of the Black Flame, junto con algunos sencillos nuevos que formarán parte de su próximo álbum. A pesar de los inconvenientes técnicos, Shemhamforash dejó una buena impresión por su propuesta sólida y la energía que desplegaron sobre el escenario.
Tras veinte minutos de intervalo, los franceses de Bliss of Flesh tomaron el relevo y elevaron el nivel general de la noche. Desde el primer acorde se percibió una gran diferencia respecto a la banda anterior, especialmente en cuanto a cohesión y presencia escénica. Las luces acompañaban cada cambio de ritmo con precisión milimétrica, potenciando la atmósfera ritual y violenta de su música.
El sonido, sin ser perfecto, fue más equilibrado, aunque la guitarra líder sonaba un poco por encima del resto de los instrumentos. En cuanto a actitud, el grupo se mostró seguro y comunicativo, lo que contagió al público, que se agolpó frente al escenario entre movimientos de cabeza y gritos de aprobación. Para el cierre, el vocalista se colocó una corona de espinas y terminó el show arrojando hostias al público, un detalle teatral que encajó perfectamente con la estética blasfema de la banda.
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A las 22:15, las luces del recinto se tiñeron de rojo y un denso humo cubrió el escenario. Apenas se distinguían las siluetas de los músicos de Gorgoroth, que aparecieron como espectros en medio de la niebla. Este recurso visual se mantuvo durante casi todo el concierto, alternando luces rojas y blancas, generando un ambiente enigmático y opresivo. Sin embargo, más allá de la atmósfera, la escenografía fue pobre en comparación con producciones anteriores. En el pasado, la banda solía decorar el escenario con cabezas de ovejas, cruces y elementos rituales que reforzaban su identidad extrema. Esta vez, solo contaron con un telón de fondo que mostraba la tapa de su último trabajo Instinctus Bestialis, lanzado hace ya una década. Un detalle que reflejó, simbólicamente, la falta de renovación creativa del grupo.
En cuanto a la performance, la presentación careció de matices. Los músicos permanecieron casi inmóviles, concentrados en ejecutar las canciones con precisión quirúrgica. El único que mostró algo de energía fue Hoest, vocalista en vivo de la banda y conocido líder de Taake. Su presencia escénica salvó al concierto de caer en la monotonía total, aunque se lo notó menos comunicativo que en los shows de su proyecto principal.
El sonido fue muy similar al de los discos de estudio: una batería poderosa y trigueada, muy al frente; la voz clara y dominante; y las guitarras y el bajo más atrás, algo difuminados en la mezcla. Personalmente, hubiera preferido que las guitarras tuvieran mayor presencia, ya que los riffs de Gorgoroth son parte esencial de su identidad. Sin embargo, Infernus, guitarrista y líder histórico del grupo, parece preferir ese sonido más crudo y desprolijo, fiel a los orígenes del género.
El setlist fue casi idéntico al que vienen interpretando desde hace diez años, con apenas una variación. Incluyó clásicos imprescindibles como “Gorgoroth”, “Revelation of Doom” y “Incipit Satan”, pero también momentos más flojos con temas como “Cleansing Fire” o “Kala Brahman”, que funcionaron como relleno.
Tras 55 minutos exactos, la banda se retiró sin despedirse ni interactuar con el público, fiel al espíritu misántropo del black metal.
En resumen, fue un concierto disfrutable, pero carente de emoción. Gorgoroth continúa ofreciendo shows técnicamente correctos, pero sin alma, movidos por la inercia y la necesidad de mantener su nombre vigente más que por un impulso artístico genuino. La frialdad, la falta de innovación y la repetición del mismo repertorio durante una década son señales claras de una banda que vive del eco de su propio mito.
Etiquetas: Black Metal, Blackened Death Metal, Bliss of Flesh, Carved Memories, Gimle, Gorgoroth, Infernus, Roskilde, Shemhamforash, True Norwegian Black Metal
El Teatrito se transformó en un dojo de combate cuando los franceses Rise of the Northstar llegaron para desatar su Furyo Style en Buenos Aires. Con más de 15 años en la escena, la banda que fusiona la cultura japonesa con la brutalidad del hardcore estadounidense demostró por qué son una de las propuestas más llamativas del género. El público argentino respondió con la violencia controlada que este tipo de shows requiere. Lo que iba a ocurrir allí adentro no tenía nada de tibio.
Lamentablemente por problemas de logística apenas pude escuchar el último tema interpretado por los chicos de Dance Floor Justice pero sé que habrá otra oportunidad para poder ver todo su set. DarloTodo salieron en segundo turno con un set que ya está catalogado como clásico, presentando material de su nuevo disco. La banda salió decidida a calentar motores para lo que vendría después. Sin embargo, los problemas técnicos empañaron su presentación. Acoples constantes, pérdidas de guitarra y un ruido —toc— que se hacía muy presente y molesto afectaron la experiencia. Pese a estos inconvenientes, DarloTodo aguantó el golpe y completó su set de aproximadamente 35 minutos.
La banda dejó claro que está bajo la influencia del nu metal, especialmente de Korn. Este mini tributo se hizo evidente cuando ejecutaron un medley que combinó “Falling Away from Me” y “Blind”, dos temazos que el público reconoció y celebró pese a las dificultades sonoras. Finalizaron su presentación cerca de las 21:00 horas, dejando el escenario caliente para los franceses.
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El reloj marcaba las 21:45 cuando el murmullo se quebró. Las luces bajaron y el humo comenzó a trepar desde el piso mientras sonaba una intro hipnótica que marcó la entrada triunfal de Rise of the Northstar. Los franceses irrumpieron como una unidad militar; cada paso, cada gesto, cada golpe de batería estaba sincronizado con una precisión casi ritual.
Desde el arranque quedó claro que la banda venía decidida a dejar una huella. Con un sonido claro —al menos desde donde este cronista lo percibió—, las guitarras gemelas se alzaban como si cortaran el aire, y el bajo era un martillo que no daba tregua. “Welcame (Furyo State of Mind)”, el himno que dio a conocer a la banda, generó uno de los momentos más significativos. Como si se tratara de una sola crew, el público cantó cada línea mientras en el pit se intensificaban los combates cuerpo a cuerpo.
Cuando sonó “One Love”, el público respondió con un grito unísono, un rugido colectivo que borró cualquier distancia entre banda y audiencia. No hubo pausa. El vocalista, Vithia, se movía con la autoridad de un líder espiritual en plena batalla: arengando, mirando a los ojos, exigiendo entrega total. “Here Comes The Boom” y “Showdown” confirmaron la precisión quirúrgica de Rise of the Northstar. Cada riff fue un ataque frontal y calculado; cada breakdown funcionó como detonante para nuevas oleadas de violencia controlada en el pit. La banda no solo tocaba, comandaba un ejército dispuesto a seguir cada indicación. Era la celebración de quienes conocían la banda desde hace años y finalmente podían verlos en vivo.
A los pocos minutos, el pogo ya había conquistado todo el piso del recinto. Lo que empezó como un movimiento en la primera línea se extendió como un incendio: empujones, saltos desde la barra lateral, cuerpos girando, risas y golpes amistosos que definían esa extraña camaradería que solo el hardcore puede construir. El personal de seguridad trabajaba sin descanso, interceptando caídas y levantando a quienes se lanzaban sin mirar hacia los músicos, buscando estrechar una mano o aunque sea tener un segundo de contacto visual. Pero nadie parecía querer detenerse. Cada canción era una excusa para empujar un poco más el límite. Mientras tanto el setlist continuaba y entre otras piezas que sonaron estuvieron “A.I.R. Max”, “Bosozoku” y “Rise” —muy festejada—, pero cuando la banda anunció el último tema, “Again and Again”, el estallido fue total. Nadie se guardó nada.
Al terminar, los músicos saludaron uno por uno, sonriendo, agotados pero plenos. La gente permaneció unos segundos más, respirando y cambiando el aire luego de una noche agitada y con la mirada todavía encendida. Afuera, la calle volvía a su ritmo habitual, pero algo había cambiado. No fue solo un recital, era un mix entre el HC, la disciplina del hip hop y la rabia del metal aún pueden convivir en un mismo lenguaje, brutal y fraternal a la vez. Su fusión de cultura japonesa, estética urbana y brutalidad sonora crea algo genuinamente único. No es solo la música: es la actitud, el mensaje, la disciplina que transmiten tanto en el escenario como en su propuesta visual.
La noche terminó con esa sensación única de haber asistido a una demostración de poder sin artificios. Lo que Rise of the Northstar dejó en Buenos Aires, fue más que un show; fue una lección sobre energía y respeto, una demostración de que la violencia también puede tener su forma de belleza cuando se ejerce desde la entrega total. Cuando el hardcore se convierte en combate, solo quedan dos opciones: participar o mirar desde afuera. Y en El Teatrito, nadie eligió mirar. Agradecimiento a la gente de California Sun, Hellnoise Booking y Juanma de HP Prensa por la acreditación correspondiente para participara en dicho acontecimiento.
Etiquetas: California Sun, Dance Floor Justice, Darlotodo, Furyo Style, Hardcore Punk, Hellnoise Booking, HP Prensa, Korn, Nu Metal, Rise Of The Northstar

Texto por Finlay Allan
Una noche donde el metal escocés se miró al espejo y vio su reflejo más puro. Bleed From Within regresaron al Barrowland Ballroom para convertir su ciudad en un altar de orgullo, poder y comunión. Acompañados por After The Burial y Great American Ghost, ofrecieron un espectáculo que trascendió lo musical para convertirse en una celebración colectiva.
El preludio: Great American Ghost y el fuego inicial
Abrir una noche así no es tarea menor. Pero los de Boston, Great American Ghost, salieron decididos a reclamar el escenario desde el primer golpe de batería. Su mezcla de hardcore metálico y energía abrasiva incendió la sala antes de que el público tuviera tiempo de respirar.
El vocalista Ethan Harrison no tardó en saltar al foso, cantando entre la multitud mientras el resto de la banda mantenía el ritmo con precisión milimétrica. Su entrega total convirtió su breve set en una descarga intensa, de esas que se sienten en el pecho más que en los oídos.
Cada breakdown fue un golpe directo al cuerpo. Donde otros grupos de apertura podrían diluirse en ruido, ellos demostraron control y oficio. En apenas siete canciones dejaron claro que no estaban ahí para “calentar”, sino para encender una mecha que ya nadie podría apagar.
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After The Burial: precisión quirúrgica, intensidad humana
Con el Barrowland ya en plena ebullición, After The Burial tomaron el relevo y elevaron la vara técnica sin perder agresividad. Su sonido, a medio camino entre la matemática y la furia, ofreció una experiencia distinta: técnica con alma, brutalidad con matices.
El doble ataque de guitarras brilló desde el primer compás. Cada riff era un engranaje perfectamente calibrado dentro de un mecanismo que giraba con precisión absoluta. En “Hum From The Hollow”, la tensión se construyó lentamente sobre arpegios limpios hasta desembocar en una muralla de sonido que desató una auténtica ola humana en la pista.
El vocalista guió a la multitud hacia un wall of death tan sincronizado como brutal, mientras la banda mantenía un pulso impecable. Lo que podría haber sido una muestra de virtuosismo frío se convirtió en todo lo contrario: un despliegue de energía viva, tangible, colectiva.
After The Burial demostraron que se puede tocar con precisión sin perder el alma. Cada golpe, cada pausa y cada cambio de ritmo tenían un propósito. Cuando dejaron el escenario, dejaron también una sensación clara: el terreno estaba listo para algo grande.
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Bleed From Within: el triunfo del regreso
Y entonces llegó el momento. Con las luces apagadas y un rugido colectivo anticipando lo inevitable, Bleed From Within irrumpieron en escena con “Violent Nature”, y el Barrowland explotó.
Desde el primer segundo, la banda mostró por qué es una de las formaciones más respetadas del metal moderno. Scott Kennedy, en el centro del escenario, proyectaba la mezcla perfecta de fuerza y emoción. A su alrededor, Craig “Goonzi” Gowans, Steven Jones, Davie Provan y Ali Richardson desplegaban un sonido tan afilado como demoledor.
“Zenith” y “Sovereign” mantuvieron el ritmo a niveles sobrehumanos. Cada breakdown abría un nuevo círculo en el pit, y cada estribillo era gritado por cientos de voces al unísono. En un momento de pausa, Kennedy —visiblemente conmovido— agradeció al público su apoyo, recordando lo que significa para ellos tocar en casa. Ese silencio lleno de emoción, seguido por una ovación ensordecedora, fue uno de los instantes más honestos de toda la noche.
El tramo medio del set alcanzó un nuevo pico con “I Am Damnation” y “Levitate”, donde la intensidad física y emocional se fusionaron. La energía era total; la conexión, absoluta. El sonido, perfectamente equilibrado, permitía distinguir cada detalle sin perder la brutalidad que caracteriza a la banda.
El final fue un símbolo de identidad: “In Place of Your Halo”, acompañada por el sonido de gaitas escocesas, resonó como un himno de victoria. Las luces se tiñeron de blanco y azul, y el Barrowland se convirtió en una sola voz. Fue un cierre épico, emotivo, profundamente escocés.
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Una coronación merecida
Lo que se vivió esa noche en el Barrowland fue más que un concierto: fue una consagración. Bleed From Within no solo demostraron estar en su mejor momento artístico, sino que confirmaron su lugar como estandartes del metal moderno europeo.
A lo largo de su carrera, el quinteto ha sabido evolucionar sin perder su esencia. Y en su ciudad natal, ante un público que los ha visto crecer, ofrecieron la prueba más contundente de su madurez musical y emocional.
Great American Ghost encendieron la chispa, After The Burial construyeron la tensión y Bleed From Within detonaron la explosión final. Juntas, las tres bandas ofrecieron una noche redonda, donde la técnica, la emoción y la identidad se fundieron en una sola experiencia.
Cuando las luces se encendieron y el público comenzó a dispersarse, quedó una sensación compartida: esto no fue un concierto más. Fue el regreso triunfal de una banda que, tras años de trabajo y convicción, conquistó su casa y la convirtió en un altar de orgullo y pertenencia.

- Great Amercian Ghost
- Great Amercian Ghost
- Great Amercian Ghost
- After The Burial
- After The Burial
- After The Burial
- Bleed From Within
- Bleed From Within
- Bleed From Within
- Bleed From Within
- Bleed From Within


Foto de Portada: Facundo Rodríguez (Shots by Far)
Cuarenta años de Bonded by Blood se celebraron en Buenos Aires con la intensidad que solo el thrash metal puede ofrecer. Los californianos Exodus eligieron el Teatro Flores para demostrar que, cuatro décadas después, siguen siendo una de las bandas más demoledoras del género. El resultado fue demoledor.
Mientras el teatro se preparaba para recibir a una de las leyendas fundacionales del thrash, la banda que, junto a Metallica, Slayer y Megadeth, definió el sonido de la Bay Area llegaba a Buenos Aires como parte de su gira mundial celebrando ese disco que, en 1985, cambió el metal para siempre. Cuando Bonded by Blood irrumpió en la escena, el thrash todavía estaba en formación; fueron los Exodus quienes llevaron esa crudeza al límite, sin buscar diferenciarse adrede, simplemente siendo directos y salvajes. Ese álbum no apostó por la prolijidad ni la imagen; se transformó en un manifiesto de velocidad y violencia que inspiró todo lo que llegó después. Y cuatro décadas más tarde, ahí estábamos para celebrarlo.
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Antes de que la maquinaria californiana tomara el escenario, dos bandas locales cumplieron con calentar motores. Lázaro, la banda que formó Jorge Moreno luego de la disolución de Serpentor, hizo su estreno oficial ante una aceptable cantidad de público que llegó temprano. Fiel a su estilo, potente y sin dejar respiro, interpretaron canciones de su álbum debut “Morir y Resucitar“, que pegó duro desde el arranque. La energía de cada uno de los músicos contagió a los presentes, quienes respondieron con el puño en alto y alentando a Jorge y sus secuaces.
Tungsteno cerró la tanda de teloneros con su propuesta de thrash sucio y divertido. Los riffs afilados y los ritmos frenéticos hicieron que quienes estuvieron aquella noche en el Teatro Flores se olvidaran del tiempo y se sumergieran en la vorágine del mosh. Los temas más festejados fueron “Te-Thrash” y “El Escuadrón del Thrash”, y para cuando terminaron su set, el lugar ya estaba a temperatura perfecta para lo que vendría.
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Y entonces, a las 21:30, las luces se apagaron por completo. Un rugido llenó el lugar cuando los primeros acordes de “Bonded by Blood” retumbaron en el aire. Exodus había llegado, y el público estalló en gritos que confirmaban la expectativa acumulada. Con la vuelta de Rob Dukes y el reemplazo de último momento de Jack Gibson por Kragen Lum de Heathen, la banda rompió todos los esquemas desde el primer segundo. Los riffs ultraveloces de Gary Holt y las baterías implacables de Tom Hunting se entrelazaban con esa voz rasgada, creando una atmósfera de pura adrenalina que caracteriza al thrash bien ejecutado. La primera fila se convirtió en un mar de cabezas que se movían al ritmo de la música, mientras se iban generando los primeros círculos de pogo. Caídas, golpes… nada importaba; éramos felices viendo a una de las leyendas vivas del thrash mundial en acción.
El setlist fue una lección de thrash metal que abarcó toda su discografía. Si bien el foco estaba puesto en Bonded by Blood, la banda no se limitó a repasar solo ese disco. Temas de “Tempo of the Damned“, “Fabulous Disaster” y “Pleasures of the Flesh” se intercalaban, creando un recorrido por cuatro décadas de thrash sin concesiones.
Cuando llegó el momento de “Metal Command”, este hizo explotar el teatro, pero fue “Deliver Us to Evil” la que generó uno de los momentos más emotivos de la noche. Dedicada a Paul Baloff, el exvocalista fallecido en febrero de 2002, la canción funcionó como recordatorio de que Exodus es más que música; es una hermandad que honra a quienes ya no están.
“Brain Dead”, del año 1987, mantuvo la intensidad, demostrando que el catálogo de Exodus está repleto de himnos que resisten el paso del tiempo. Y “And Then There Were None” llegó con su complejidad característica, cambios de ritmo y solos intrincados ejecutados con una precisión que dejó claro por qué siguen siendo referencia del género. Entre otras, sonaron “Blacklist”, muy festejada y con chapa de clásico indiscutido, “Exodus”, “Piranha” y “A Lesson in Violence”.
Lo que realmente distinguió este concierto fue la conexión entre Exodus y su audiencia. Dukes, con su carisma y cercanía, interactuaba constantemente con el público. No era solo un frontman ejecutando un show; era alguien genuinamente conectado con lo que estaba pasando en esa pista, que tan solo con mover un dedo en círculos encendía a todos para la batalla. Era evidente que, para ellos, esta noche también era especial. Cuarenta años de Bonded by Blood en Buenos Aires no es un trámite más en una gira, es un acontecimiento.
A medida que avanzaba la noche, la intensidad aumentaba. Los pogos se volvían más grandes, más salvajes. Durante aproximadamente una hora y cuarto de show, el público no paró de saltar ni un segundo. El momento culminante llegó con “The Toxic Waltz”, del álbum Fabulous Disaster (1989). Antes de arrancar la canción, sorprendieron a más de uno con una breve introducción de “Raining Blood”, de Slayer, para luego pegarle unas estrofas de “Motorbreath”, de Metallica. Los primeros acordes fueron suficientes: el pogo alcanzó dimensiones épicas, nunca vistos por este crónista, con personas saltando, empujando y coreando cada palabra. Era la celebración del thrash metal en su máxima expresión, ese ritual de violencia controlada y comunión que sólo este género puede generar.
El cierre llegó con “Strike of the Beast”, regresando al disco que vinieron a celebrar, y fue esa canción la que condensó toda la esencia de lo que es Exodus. Cuando las luces se encendieron, el público estaba exhausto pero eufórico, con esa sensación de haber sido parte de algo que trasciende el simple hecho de ver una banda en vivo.
Una noche donde el thrash se vivió en su forma más pura y visceral, donde cuarenta años de historia se condensaron en esos sesenta y tantos minutos en los que quedó claro que, mientras haya bandas como Exodus dispuestas a entregarlo todo en el escenario, el thrash metal seguirá vivo y coleando. Como siempre, agradecemos a Marcela e Icarus por permitirnos tener otra lección de violencia.


Fotos cortesía de Seba Pintos
El punk rock ya de por sí es un estilo al que se suele relacionar con una energía juvenil particular, pero esto se incrementa todavía más cuando hablamos sobre el skate punk (o “punkypatin”, como lo bautizaran los Eterna Inocencia). Combinamos la energía rabiosa del hardcore con las melodías pegadizas del pop punk y tenemos un estilo que nos hace pensar inmediatamente en días soleados y andar jugando al Tony Hawk’s Pro Skater en la Play 1 en medio de un verano que parece eterno. Pero a pesar de esto, tenemos varias bandas del estilo que han logrado mantener ese espíritu joven aunque sus miembros hayan dejado de serlo hace rato, y sin lugar a dudas uno de estos grupos es Lagwagon.
Lagwagon son veteranos de su estilo, con tres décadas y media de carrera haciendo canciones cortas para escuchar mientras nos dejamos las rodillas sangrando al caernos de la patineta. En estos días se tomarán su tiempo para editar nuevo material, con su último álbum Railer habiendo cumplido cinco años hace poco y con apenas cuatro álbumes en lo que va del siglo XXI, pero el quinteto siempre ha sido un acto muy popular en vivo y ha dado una enorme cantidad de recitales, sobre todo en la etapa post pandemia. Pero eso no le sacaba valor a la oportunidad de poder verlos en la gira Goin’ South 2025, que el lunes 13 de octubre los tendría de vuelta en Argentina tras casi una década.
Los alrededores del Teatro Flores estaban bastante poblados de gente con remeras de Dead Kennedys, NOFX, Pennywise, Bad Religion, Millencolin y toda la selección del punk de los últimos 40 años y monedas, entrando poco a poco al lugar o quedándose esperando en el bar cercano. Mientras tanto, en el interior podíamos escuchar el set llevado a cabo por la gente de Neptunia, grupo de hardcore melódico del Gran Buenos Aires que dio una presentación muy entretenida, con mosh entre un par del público y todo. Además de sus canciones propias, también tuvimos el tradicional cover de “Ya No Sos Igual” de 2 Minutos, que a esta altura es al punk argentino lo que “Destrucción” es al metal de este país.
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Después de la presencia nacional, tuvimos la presentación de los estadounidenses Cigar, los acompañantes de Lagwagon en esta gira. El grupo hizo un repaso de toda su discografía, lo cual es muy fácil cuando sólo editaron dos álbumes desde que se formaron en 1996. OK, primero estuvieron juntos desde 1996 a 2004, cuando editaron su debut Speed Is Relative, y después se juntaron en 2013 y editaron The Visitor en 2022, pero siguen siendo una cantidad importante de años entre eventos.
Pero eso no significa que estos oregonianos se hayan olvidado de cómo rockear, porque eso lo tienen muy presente: el set de Cigar estuvo lleno de melodías, guitarras distorsionadas, furia y baterías rapidísimas, estos dos últimos mezclados de tal manera que al baterista Jon Sortland se le escaparon las baquetas no una ni dos, sino tres veces. Mucha gente en el público que estaba ahí para escuchar clásicos de ellos como “Wright & Rong”, “Laundry Basket” y “Two Kevins”. Una muy buena presentación de parte de estos fumadores, veremos si a futuro se los puede tener de vuelta en Argentina ya como acto principal.
21:30 en punto. El Teatro Flores ya se veía casi repleto, tanto en el campo como en el sector superior del lugar, y la expectativa se sentía en el aire. Fue a esa hora que se abrió el telón y tuvimos a los Lagwagon no comenzando de una con el concierto, sino dando unos segundos para tener a la gente mostrando su apoyo y ya cuando estuvieron seguros tener al cantante Joey Cape anunciando el inicio del concierto con la siempre presente “Violins”, y desde la primera nota pudimos ver a la gente comenzando pogos en medio del campo. Entre toda la violencia en el Teatro Flores, desde un principio y por un largo rato pudimos ver una pancarta entre la gente que rezaba “NEVER FORGET TONY SLY”, recordando al cantante, guitarrista y líder de No Use For A Name que muriera de manera inesperada en 2012 con apenas 41 años, y que editara dos splits acústicos junto a Joey Cape en sus últimos años de vida. Un muy lindo detalle.
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El setlist de Lagwagon estuvo más que nada centrado en Hoss, el cual tuvo recientemente una reedición, con la antes mencionada “Violins”, “Rifle” y “Sleep” como algunas de sus representantes. También hubo lugar para su otro gran clásico Let’s Talk About Feelings con “After You My Friend” o Trashed con “Know It All”, entre otras en cada caso. La gente estaba completamente metida en el set, arriesgando cada parte de su cuerpo en los pogos y surfeando entre el público para terminar detrás de las vallas.
“¡No entendemos nada, pero eso es asombroso!”, fue palabras más palabras menos lo que Joey Cape y compañía dijeron ante los cantos de cancha de la gente, una tradición de los recitales locales más allá de lo que un par de tipos digan en Internet se ponga a decir de “esa costumbre que los argentinos tienen de meter al fútbol en todo” al ver videos de la gente haciendo lo mismo en el concierto de Exodus. Mucha alegría, mucha nostalgia y un par de movimientos karatecas entre la gente al ritmo de estos himnos de la soleada California, con Joey Cape mostrándose alejado de sus 58 años y el resto de Lagwagon sonando como si todavía fueran los noventas. Su tradicional cover de “Everything Turns Grey” de Agent Orange y la aparición de “E Dagger”, elegida por público en una elección por aclamación con “Angry Days” y “I Must Be Hateful”, fueron otros grandes momentos de aquel lunes que pintaba caluroso.
“Razor Burn” fue la última canción del set principal, con Lagwagon dejando el escenario para tener a sus fans pidiendo que volvieran. Y eso hicieron, con el quinteto regresando a las tablas del Teatro Flores para darle unas últimas canciones a ese público que los había esperado durante nueve años. Así apareció primero “Island of Shame” de Trashed, y luego una seguidilla de clásicos de Let’s Talk About Feelings con “Messengers”, “The Kids Are All Wrong” y la espectacular “May 16”, dejando a todos más que satisfechos con semejantes avalanchas de energía pop punk. Y ahora sí, se llegaba al final de una nueva visita de Lagwagon a la Argentina.
“Buena onda” es la manera más acertada para describir todo lo hecho por Lagwagon, Cigar y Neptunia en esta presentación en Buenos Aires. Los riffs serán furiosos y los tempos serán elevados, pero siempre está la idea de pasarla bien y salir con una sonrisa del lugar. Claramente lo lograron cuando la gente se estaba yendo mientras sonaba el clásico meloso de los setentas “Escape (The Piña Colada Song)” de Rupert Holmes de fondo en el Teatro Flores, y lo mismo con todo lo que habíamos visto en aquella noche. Que la próxima oportunidad para verlos no tarde tanto en venir, por favor.
Etiquetas: argentina, Cigar, Hardcore Punk, Lagwagon, Neptunia, Pop Punk, Punk Rock, Skate Punk


La sala, vestida de luto rockero y rumor metálico, era el recipiente perfecto para una noche que prometía ser un tratado vivo sobre la anatomía del rock pesado. Tres bandas, tres filosofías del fuzz y un mismo altar: el escenario. Lejos del bullicio de la barra y el merchandising, el público aguardaba en silencio reverencial, consciente de que la verdad del género solo se revela en la ejecución en directo. No había artificios, solo músicos y amplificadores: el lenguaje primigenio del volumen.
El primer conjuro de la noche estuvo a cargo de los australianos O.R.B. (Organic Rock Band), que aparecieron en escena como tres espectros vintage, reverentes y sin artificio. Su sonido, tan hipnótico como preciso, flotó sobre un entramado de delays y reverberaciones ejecutadas con la delicadeza de un alquimista. El groove se construía más como una corriente envolvente que como un golpe frontal, una niebla psicodélica que embriagaba. Su propuesta no busca el ataque: invita al trance. Canciones como “Can’t Do That” y la onírica “Mind Over Matter” funcionaron como mantras eléctricos que suspendieron el tiempo, dejando al público en un estado de ingravidez colectiva. O.R.B. no abrió la noche: la conjuró.
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La calma se quebró en mil pedazos con la irrupción de los noruegos Slomosa, que transformaron la sala en un polvorín. Desde el primer acorde de “Cabin Fever”, el stoner rock explotó con un poder físico que obligó al cuerpo a moverse. Ben Berdous, con voz gélida y autoridad escénica, comandó el caos con precisión quirúrgica, pero la fuerza gravitacional recaía en Marie Moe: su bajo, profundo y vibrante, fue el epicentro sónico del huracán. “Rice” e “In My Mind’s Desert” sonaron como una avalancha de groove arenoso y elegancia tectónica, una línea directa con el espíritu de Queens of the Stone Age. Con “Monomann” y “Horses” llevaron el frenesí a su clímax, firmando un set redondo que los consagró como dueños temporales del escenario. Slomosa no vinieron a telonear; vinieron a conquistar.
El cierre estuvo en manos de los alemanes Kadavar, cuyo ingreso fue una ceremonia en penumbra, sin ornamentos ni proyecciones, solo luz y humo modulados como instrumentos místicos. Desde el primer golpe de “Lies”, quedó claro que la banda no interpreta canciones: las invoca. Christoph “Lupus” Lindemann, con su aura de profeta eléctrico, dirigió la misa del hard rock con riffs de acero y alma blues. A su lado, Simon “Dragon” Bouteloup sostuvo el cosmos con su bajo vibrante, mientras Christoph “Tiger” Bartelt transformaba cada golpe en una invocación ritual. Temas como “Black Sun” y “Living in Your Head” demostraron su dominio absoluto del espíritu setentero sin caer en la nostalgia vacía.
El tramo final fue puro fuego sagrado: “Total Annihilation” y “Doomsday Machine” desataron el clímax, antes de cerrar con una tríada de himnos —“Die Baby Die”, “Come Back Life” y “All Our Thoughts”— que dejó a la sala bañada en un resplandor dorado y reverente. Kadavar no dieron un concierto: oficiaron una comunión sonora donde el fuzz fue religión y la distorsión, redención.


Madrid se convirtió en la última parada del paso otoñal de Dynazty por España, y la banda sueca no podía haber cerrado de mejor manera una minigira que ha colgado el cartel de “sold out” en todas sus fechas. Y es que mucho tiempo llevaban esperando sus seguidores esperando por un tour de Dynazty como cabezas de cartel. Ya habían triunfado como teloneros de bandas como Pain o en festivales como el Leyendas del Rock o el Z Live!, pero para consolidar su fama por territorio español les hacía falta una gira propia.
Es así, que desde el primer minuto se respiraba ambiente de gran noche en La Revi Live, pese a ser domingo y festivo nacional, y la expectación era tal que incluso los encargados de abrir, Kilmara, salieron al escenario con la sala prácticamente llena.
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Los catalanes dieron todo lo que tenían para calentar al público, y vaya si lo consiguieron. La sorpresa vino cuando apareció Héctor Llauradó al frente del micrófono —sí, el vocalista de Whirlwind— sustituyendo a Dani Ponce, quien no pudo unirse a esta gira. Pese al contratiempo, Kilmara defendieron con garra su último trabajo, ‘Journey to the Sun’, con temas como “Wildfire”, “Power of the Mind” o la propia “Alliance of the Free”. También hubo espacio para repasar su anterior ‘Across the Realm of Time’, aunque el tiempo jugó en su contra. Un set corto pero intenso, empañado por algún que otro problema de sonido que restó definición su show. Aun así, dejaron claro que su propuesta tiene pegada y corazón y que son una de las formaciones con futuro de nuestro país.
La expectación alcanzó su punto máximo y, en cuanto Dynazty saltaron al escenario, la sala vibró como nunca. La banda no tardó en imponer su estilo. Comenzaron con “In the Arms of a Devil”, una apertura intensa que dejó claro que estábamos ante una noche de potencia máxima. La conexión con el público fue inmediata, y Nils Molin se movía por el escenario buscando la complicidad de cada asistente, aunque no podemos afirmar hasta qué punto estaba cómodo él sobre las tablas, pues la chaqueta de cuero con el calor sofocante del recinto no fueron buena combinación. La transición hacia “Game of Faces” y “Natural Born Killer” mantuvo el ritmo alto, mostrando la fuerza de su nuevo álbum sin descuidar la elegancia de los clásicos.
“The Grey” y “Waterfall” fueron el segundo arreón de energía, un empujón de adrenalina antes de una breve pausa instrumental que permitió a la banda y al citado vocalista respirar y al público disfrutar del virtuosismo de los músicos. En esa sección instrumental, los teclados pregrabados dominaron, pero para el medley y la posterior sección acústica sí se aprovechó el teclado que llevaban en el escenario. Un sin sentido, todo hay que decirlo. El medley acústico desembocó en “Yours”, junto a “The Darkest Hour” y “ThePower Of Will”, donde Nils Molin brilló con una interpretación que combinaba fuerza y sentimiento.
El concierto retomó la intensidad con “Call of the Night” y “Firesign”, elevando la temperatura hasta un punto en el que parecía imposible que algo pudiera superar la atmósfera creada. Un solo de batería, breve pero impactante, sirvió de preludio para el regreso de la banda con “Presence of Mind”, uno de sus himnos consagrados, cerrando la parte principal del show. La banda apenas hizo pausas, y aunque solo se interpretaron diez canciones, cada tema fue ejecutado con precisión y entrega total, demostrando que la duración no resta intensidad.
Los bises elevaron la euforia al máximo con “The Human Paradox” que abrió la recta final. Y “Devilry of Ecstasy” mantuvo la fuerza hasta el esperado cierre con “Heartless Madness”, que se prolongó algo más de lo desea con interacciones con el público, presentación de los miembros de la banda. Cada detalle estaba pensado para que la conexión con los asistentes fuera total, dejando una sensación de comunión absoluta entre banda y público.
Dynazty abandonaron el escenario entre vítores, sabiendo que acababan de firmar una de esas noches que se recuerdan por la entrega, la comunión y la sensación de estar viendo a una banda que sigue creciendo, aun teniendo lapega de que su show no tuvo una duración más larga a la de sus actuaciones en festivales. Un domingo que se sintió grande, con un público entregado y un otoño que sigue demostrando que el metal de salas vive su mejor momento en mucho tiempo.


Foto de Portada: Facundo Rodríguez (Shots by Far)
Tremendo lo vivido el pasado sábado 11 de Octubre en El Teatro de Flores. Después de tanto esperar finalmente llegó el día para Horcas de presentar oficialmente su más reciente placa, El Diablo, el estupendo disco que ya lleva unos cuantos meses en la calle. Hubo varias oportunidades de verlos en vivo, como en sus muy buenas actuaciones en el Masters of Rock o en el Quilmes Rock, pero lo de esta noche tenía un gusto especial porque se trataba de la fecha más importante del año para la banda, y la confirmación de su inmejorable presente. Horcas es familia, por eso el público respondió con un clima festivo y de aguante, colmando el establecimiento.
El show contó con el número ideal de bandas soporte: una. Fue el cuarteto oriundo de Villa Ballester, Justicia Ciega, quienes desplegaron un acertado set mientras El Teatro iba recibiendo al numeroso público. Con una propuesta enraizada en el thrash de los 90s, y siempre bajo el lema de reivindicar las Malvinas Argentinas, pudieron ejecutar canciones de su viejo repertorio como “Mars Ultor” o “Revancha”; y también algunas nuevas como “El Espejo”.
Hubo un gran momento cuando el violero Lautaro Medina bajo del escenario para lucirse con un solo entre medio de la gente. Para el final se despacharon con una muy buena versión de “Cowboys From Hell”; y luego rubricaron su actuación con “Nación”. Merecidos aplausos para este conjunto que se las trae.
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A las 21:00 puntual comenzó a sonar por los altoparlantes la profética canción de RIFF, “La Pantalla del Mundo Nuevo”, a modo de intro, la cual dio inicio a la cuenta regresiva de lo que iba a ser Horcas presentado su décimo tercer álbum. Así que, ¿qué mejor manera de arrancar que con “Ciego de Poder”, la primera de sus canciones? Imponente comienzo que dio paso al momento colorido de la noche cuando interpretaron “El Diablo”. Es que nada más entrar al recinto las mujeres eran provistas de unos cuernitos con luz roja, con la consigna de usarlos durante esta canción. Tras el festejado número, cerraron esta primera trilogía de estrenos con “Malos Tiempos”. Un entusiasmado, como siempre, Walter Meza, se dirigió al público para saludar, para agradecer, y también para presentar a su compañero el Topo Yáñez, receptor de una gran ovación.
A partir de acá quedó establecido que la estructura del show iba a alternar canciones nuevas con los clásicos de la banda, de tres en tres. Así que provocaron el pogo de un público que ya estaba totalmente encendido cuando sonaron antiguas joyas como “En la Jaula”, “Fuego”, y “Garras”.
Volviendo a El Diablo, pasaron otras tres de las novedades: “Veneno”, “Días Oscuros” y la emotiva “Ya No Hay Dolor”. Esta última con una sentida introducción por parte de Walter, quien explicó que fuera compuesta en épocas de cuarentena, cuando todo era complicado y desolador. Tras este breve momento de tranquilidad, presentaron a Lucas Bravo en guitarras, el más reciente de esta flamante formación, y dieron paso a sendas tres gemas del catálogo: “Abre Tus Ojos”, “Mano Dura” y “Punto Final” del recordado disco Por Tu Honor.
Pasaron tres estrenos más, “Espiral”, “Padre Nuestro” y, a mi entender, la más lograda del trabajo a presentar, “El Infierno que Inventás”. De este modo quedaba plasmado en vivo El Diablo, casi en su totalidad (solo quedó afuera el instrumental “Adiós”). Fue el turno de pedir aplausos para Cristian Romero en batería y luego ejecutar “Rompo el Dolor”, muy coreada, del lejano Eternos.
Para darle un descanso a la voz de Walter, quien estaba dejando todo, ejecutaron una versión de “Seek & Destroy” de Metallica, con Sebastián Coria en las voces; y luego la recta final con lo mejor del pasado. “Argentina Tus Hijos” desató el pogo más grande de la noche; mientras que “Vencer” proporcionó un pasaje emotivo al recordar a quienes ya no están entre nosotros al tiempo que los monitores reflejaban sus imágenes… El Carpo, Willy Quiroga, Gustavo Zavala, El Pato Larralde, Guillermo Sánchez, Ricardo Iorio y, por supuesto Osvaldo Civile.
Faltaba presentar a uno de los músicos, nada menos que a Walter, y fue el propio Topo quien se encargó de pedir su ovación, bromeando sobre la edad avanzada de cada uno. Estábamos atravesando el clímax del show, que redondearon con otras dos canciones infaltables en las presentaciones de Horcas: las excelentes “Esperanza” y “Solución Suicida” para remontarse a otras épocas.
Los bises también llegaron de la mano del pasado, con dos ultra-clásicos del heavy metal argentino pertenecientes a la banda fundadora de toda esta movida. “Brigadas Metálicas” y, por supuesto, “Destrucción”. Lluvia de papel picado, saludos y foto general para cerrar una noche perfecta.
Impecable sonido y organización. Horcas en El Teatro fue la confirmación del excelente momento que está atravesando la banda, próximos a cumplir cuarenta años, y que no detienen su marcha. Malas noticias para los traidores, las horcas están preparadas
Etiquetas: Heavy Metal, Hermetica, Horcas, Iorio, Justicia Ciega, Osvaldo Civile, Riff, V8

Una noche gélida de casi invierno en Copenhague encontró refugio en el calor eléctrico de Amager Bio. En esa sala, con su historia de conciertos legendarios y su acústica impecable, el ritual del rock volvió a cobrar sentido. Elder y All Them Witches compartieron escenario en una velada que trascendió la temperatura, el idioma y las palabras. Fue una comunión de sonido, precisión y trance sonoro: dos bandas distintas pero hermanadas por una misma búsqueda, esa que transforma la distorsión en una experiencia casi espiritual.
Elder abrió la noche y lo hizo con todo: un set breve pero demoledor de cuatro canciones “In Procession“, “Thousand Hands“, “Catastasis“ y “Gemini” que bastaron para dejar al público hipnotizado. Desde los primeros acordes, la banda de Massachusetts (ahora radicada en Berlín) desplegó ese equilibrio tan característico entre el poder del stoner rock y la complejidad del rock progresivo. Cada tema fue una construcción meticulosa de riffs densos, pasajes atmosféricos y una batería que marcaba el pulso con peso, como si el ritmo naciera desde el suelo mismo. Elder suena como una máquina precisa pero orgánica, con guitarras que abren portales y bajos que arrastran el cuerpo hacia el centro de la tierra. Su sonido en vivo es monumental, con capas que se expanden hasta llenar cada rincón del recinto. No hubo necesidad de presentaciones ni discursos: las notas lo dijeron todo, y el público lo entendió perfectamente.
La energía de Elder fue tan compacta que pareció extenderse más allá del escenario. Las luces, cambiando entre tonos rojos y violetas, acentuaban la sensación de estar dentro de un viaje cósmico. Cada transición era medida, cada crescendo una ola que golpeaba con elegancia. Cuando “Gemini” cerró el set, el aplauso fue más que un gesto de aprobación: fue el reconocimiento a una banda que ya no suena como una promesa, sino como una certeza dentro de la escena pesada contemporánea.
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Y cuando el eco del último acorde se desvaneció, el escenario quedó preparado para el viaje más introspectivo de la noche. All Them Witches tomó el relevo con su mezcla única de psicodelia sureña, blues oscuro y rock experimental. Los de Nashville no necesitan grandes gestos ni comunicación verbal; su conexión con el público pasa directamente por el sonido. Apenas unos acordes, y el clima del lugar cambia por completo. Tocaron durante más de una hora y media, recorriendo canciones como “Diamond“, “Enemy of My Enemy“ y “The Marriage of Coyote Woman“, además de presentar tres temas nuevos que adelantan la dirección de su próximo disco. Fue un show contenido pero cargado de tensión, con dinámicas que pasaban de la calma flotante a explosiones de sonido que estremecían las paredes del recinto.
Ver a All Them Witches en vivo es presenciar un equilibrio perfecto entre lo espiritual y lo terrenal. Charles Michael Parks Jr., con su bajo y voz profunda, sostiene el eje emocional del grupo; Ben McLeod despliega la guitarra con precisión quirúrgica, entre lo sucio y lo etéreo; y la batería parece guiar un ritual, marcando tiempos que no pertenecen a un simple compás, sino a un estado mental. En medio de esas corrientes, el tecladista y violinista Allan Van Cleave se mueve con libertad absoluta, aportando atmósferas, melodías y matices que elevan cada tema. Sus solos, ya sea desde el teclado, el Rhodes o el violín, abren grietas de luz dentro de la densidad, momentos de pura emoción que convierten cada canción en una experiencia distinta. Es él quien a veces da ese toque cinematográfico, ese respiro místico que transforma la distorsión en algo casi poético.
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El público, diverso y atento, se entregó sin interrupciones. No hubo pogo ni gritos innecesarios: solo una audiencia que entendía que lo que estaba sucediendo frente a ellos era una sesión de rock con alma, no un espectáculo prefabricado. Entre canción y canción, el silencio era casi reverencial, roto apenas por algún grito aislado o un suspiro colectivo antes del siguiente viaje sonoro.
La combinación de Elder y All Them Witches fue casi perfecta: dos visiones distintas del rock pesado y atmosférico, unidas por la búsqueda de profundidad y autenticidad. Elder golpeó primero con músculo, con riffs monumentales y una energía casi tectónica. All Them Witches respondió desde otro plano, construyendo paisajes mentales y emocionales, uniendo blues, psicodelia y oscuridad con una naturalidad asombrosa. En un viernes de frío cortante, dentro de Amager Bio el aire se volvió denso, vibrante y cálido, lleno de guitarras que parecían hablar un idioma propio.
Fue una noche en la que las palabras sobraban y el silencio entre canciones era apenas una respiración antes del siguiente viaje. Dos bandas, dos filosofías, un mismo pulso: el del rock que no busca agradar, sino transportarte. Una cita que quedará grabada no solo por la música, sino por esa sensación tan rara hoy de estar presente en algo auténtico, honesto y profundamente humano.


Es increíble pensar en el paso del tiempo, y ver como nuestra percepción de este, a veces suele ser totalmente opuesta. Muchas veces cuando uno está en el trabajo, siente que las horas no pasan, y que las agujas del reloj no avanzan más. Lo mismo sucede en otros ámbitos como el colegio, un hospital o hasta en una fiesta. Pero también sucede que con el correr de los días, las semanas, e incluso los meses, ciertos acontecimientos que parece que sucedieron recientemente, van acumulando sus años. Y van quedando lejanos en el tiempo. Eso mismo sucede con la muerte de nuestro querido Edward Lodewijk Van Halen, mejor conocido como Eddie Van Halen.
Para algunos seguirá siendo un golpe al alma, pero lo cierto es que ya pasaron 5 años desde la trágica noticia de su fallecimiento, aquel fatídico 6 de octubre del 2020.
De este modo, con motivo de conmemoración y homenaje al enorme guitarrista es que se celebró el 5150 Festival 2025 el pasado viernes 10 de octubre en Galpón B, en lo que fue noche llena rock y fiesta.
Y es que la velada empezó minutos antes de las 21:30, con la presentación de Balles, quienes tuvieron un arranque muy potente y contundente a puro hard rock. Tanto, que se escuchaba excesivamente fuerte incluso estando en el fondo. Afortunadamente, pese a la potencia del sonido se apreciaba la nitidez de las guitarras y se distinguían las notas y acordes. Fue así que el grupo comandado y liderado por su vocalista, Jorge Balles, no perdió el tiempo y con una propuesta muy similar a los Rata Blanca más modernos, puso primera en una sala que lamentablemente, no se hallaba tan llena a esas horas de la noche.
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Luego llegó el turno de La Paez System grupo que ya tuve la oportunidad de ver en enero en aquel mismo escenario, cuando actuaron como teloneros para el show que dio el reconocido bajista Marco Mendoza. Con esto en la cabeza, no pude evitar sentir una especie de deja vu tras verlos, ya que la presentación que dio el grupo en esta oportunidad fue igual de solida que la que habían brindado a comienzos de año. Con unas guitarras enchufadas y explosivas a cargo de Clo Páez, la banda formada por el mismísimo guitarrista y su vocalista, Marco González, no bajó las revoluciones que había dejado Balles y se encargó de sacudir a la audiencia (que ya había aumentado) con un espectáculo de hard rock bien vibrante.
Arrancaron con ni más ni menos que uno de los mayores clásicos de Van Halen, como lo es “You Really Got Me”, pero el tema no fue interpretado por su habitual vocalista, sino que frente al micrófono la que dio voz a los versos de la canción fue la invitada, Mel Giménez. Oriunda de Colombia, la cantante se subió completamente lookeada para la ocasión, con botas, campera de cuero y una actitud que prendió y compró a los presentes en la sala. Tras dos canciones, la cantante se despidió del escenario para darle lugar a Marco, e interpretar algunos temas del grupo como “Enemigo Virtual” o “Eléctrico”. Con mucha energía y potencia, La Paez System completó una actuación muy “electrizante” y con un sonido mucho menos invasivo que el que tuvo Balles.
Tras unos veinte minutos de espera en los que la gente aprovechó para charlar, tomar unas cervecitas y comer algo (yo me incluyo en este último grupo), Neon Rider dijeron presente, en lo que a nivel muy personal, fue la banda que más disfruté en toda la noche. En primer lugar, tengo que reconocer que su propuesta musical me tomó por sorpresa. Luego de dos presentaciones de puro hard rock desenfrenado, yo imaginé que el tono de la noche iba a seguir por esos lados más eléctricos y acelerados. Pero bastante alejado de la realidad, lo que me terminé encontrando al final es con un AOR moderno lleno de melodía y elegancia. Bruno Sangari estuvo a cargo de las voces y desde un primer momento se sintió una presencia muy distinta a las de los anteriores vocalistas. Con un registro más limpio, y una actitud más calmada sobre el escenario, lentamente se fue ganando los aplausos de la gente del lugar. Pero quién sin duda, fue la gran figura del grupo es su guitarrista, Hernan Cattaneo, que soltó un montón de bellas notas y melodías a lo largo de la noche. Con mucha sensibilidad y soltura, tiño la sala con luces de neón. Con un setlist variado con temas de su propia autoría y dos covers (“Burning Hearts” de Survivor y “The Best” de Tina Turner), Neon Riders nos transportó directo a los 80’ e hizo rememorar lo que hacían grupos como “Journey” o “Foreinger”.
Ya para terminar la velada, el flamante violero, Charles Lattuada apareció en escena para despedir la noche y en clara respuesta al nombre del evento, se encargó de rendir un homenaje completo a Van Halen. Desde el vestuario, hasta las guitarras. Y es que si algo no escondió el bueno de Charles, es su extrema fanatismo por la figura de Eddie. Y acompañado por tres cantantes, su repertorio incluyo clásicos de clásicos como “Jump”, “Panama”, o “Hot For Teacher”, entre los tantos que interpretó el guitarrista con su banda.
De esta forma, la fiesta musical culminó definitivamente pasada la 1am, en una noche de feriado la cual se desarrolló sin ningún tipo de demora ni inconveniente para los presentes. A puro rock, cerveza, y evidentemente a puro Van Halen, se vivió el homenaje de uno de los guitarristas más grandes que dio el mundo de la música. Agradecemos a los amigos de Anubis por la invitación y acreditación del evento.
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