

Bajo el techo íntimo y cargado de historia de Razzmatazz 3, el pasado sábado se vivió una velada que convirtió la noche en un desfile de universos sonoros. Cuatro bandas muy distintas en fondo y forma compartieron cartel con un denominador común: la apuesta decidida por la teatralidad y la fuerza escénica, pese a las limitaciones de espacio que impone la sala. El plato fuerte lo sirvió Imperial Age, banda de raíces rusas y corazón británico, aunque la noche fue mucho más que una actuación estelar: fue un festival condensado de estilos, estéticas y energía.
Abrieron fuego los belgas InHuman, y lo hicieron envolviendo la sala en un halo de misterio con telas negras, luces tenues y niebla escénica que apenas dejaba ver a los músicos, todos ataviados con máscaras y túnicas rituales. La vocalista Astrid Kah emergió como un espectro veneciano para iniciar “The Chosen Cancer”, compartiendo protagonismo vocal con Jack Streat en una descarga de metal moderno con tintes progresivos. A lo largo de su breve pero contundente actuación, temas como “For the Life of Me” o “No Bullet Required” demostraron una propuesta compacta, cuidada al detalle. Cerraron con “Home”, acompañado de una performance de shibari que añadió un toque performático inesperado y provocador. Pocos minutos, muchas ideas, y un estilo visual que dejó huella.
Tomaron el relevo Aeon Gods, que ofrecieron el directo más cercano al universo épico de Imperial Age. Ataviados con ropajes inspirados en culturas mesopotámicas y egipcias, con nombres artísticos que parecen salidos de una epopeya antigua, la banda desplegó su power metal sinfónico sin complejos. Temas como “Sun‐God” o “The Beginning” marcaron el tono desde el inicio, pero fue con “King of Gods” cuando se produjo la auténtica conexión con el público, que coreó el estribillo como si de un mantra colectivo se tratara. Su set, aunque centrado en su único álbum publicado, fue dinámico y perfectamente ejecutado. En un estilo donde el exceso puede volverse ridículo, Aeon Gods supieron mantener el equilibrio entre lo grandioso y lo accesible.
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La noche giró hacia lo inquietante con Grotesco Karma, banda que, como su nombre sugiere, se mueve en terrenos incómodos y oscuros. Con solo tres músicos en escena —la vocalista Maya Kampaki, el guitarrista George Constantine Kratsas y el baterista Nikitas Manðólas—, su show fue más ceremonial que concierto al uso. Apoyados en pistas pregrabadas y una puesta en escena sobria pero sugestiva, ofrecieron una propuesta que bebe del metal vanguardista y del ocultismo estético. “Arcana” y “Chaos and Carnage” mostraron la amplitud emocional de su repertorio, pero fue “Dance Macabre” donde Kampaki brilló especialmente, dejando claro que su incorporación ha revitalizado al grupo. Cerraron con “Edelerzi”, envolviendo al público en una atmósfera ritualista difícil de olvidar.
Finalmente, Imperial Age hizo su aparición. Aunque Alexander Osipov y Jane Odintsova son los únicos miembros originales que permanecen en la formación, su presencia escénica y vocal sigue siendo el eje de un proyecto que ha sabido reinventarse. Arrancaron con “The Awakening” y, pese a la escasez de espacio y el uso intensivo de pistas pregrabadas, lograron crear una atmósfera digna de un festival mayor. Su metal sinfónico épico, cargado de referencias mitológicas y filosóficas, se desplegó con precisión en piezas como “Death Guard”, “Gnosis” o “Anthem of Valour”.
A destacar especialmente “Call of the Towers”, tema de casi 18 minutos en el que la banda se permitió desarrollar paisajes musicales más complejos, mostrando el virtuosismo instrumental de los músicos recién incorporados. Con “The Wheel”, cierre del concierto, se despidieron con una nota más directa y accesible, como queriendo recordar que bajo toda esa épica también hay un mensaje para cantar en voz alta.
Lo vivido en Razzmatazz 3 fue más que una serie de conciertos: fue un viaje a través de múltiples formas de entender el metal, desde lo grotesco hasta lo celestial, desde lo performático hasta lo mitológico. Cada banda dejó su sello, pero Imperial Age demostró por qué sigue siendo uno de los referentes del metal sinfónico actual, capaz de adaptar su mensaje y su forma a cualquier circunstancia. Un cartel arriesgado y diverso que triunfó precisamente por no ir sobre seguro.


Bajo el techo íntimo y cargado de historia de Razzmatazz 3, el pasado sábado se vivió una velada que convirtió la noche en un desfile de universos sonoros. Cuatro bandas muy distintas en fondo y forma compartieron cartel con un denominador común: la apuesta decidida por la teatralidad y la fuerza escénica, pese a las limitaciones de espacio que impone la sala. El plato fuerte lo sirvió Imperial Age, banda de raíces rusas y corazón británico, aunque la noche fue mucho más que una actuación estelar: fue un festival condensado de estilos, estéticas y energía.
Abrieron fuego los belgas InHuman, y lo hicieron envolviendo la sala en un halo de misterio con telas negras, luces tenues y niebla escénica que apenas dejaba ver a los músicos, todos ataviados con máscaras y túnicas rituales. La vocalista Astrid Kah emergió como un espectro veneciano para iniciar “The Chosen Cancer”, compartiendo protagonismo vocal con Jack Streat en una descarga de metal moderno con tintes progresivos. A lo largo de su breve pero contundente actuación, temas como “For the Life of Me” o “No Bullet Required” demostraron una propuesta compacta, cuidada al detalle. Cerraron con “Home”, acompañado de una performance de shibari que añadió un toque performático inesperado y provocador. Pocos minutos, muchas ideas, y un estilo visual que dejó huella.
Tomaron el relevo Aeon Gods, que ofrecieron el directo más cercano al universo épico de Imperial Age. Ataviados con ropajes inspirados en culturas mesopotámicas y egipcias, con nombres artísticos que parecen salidos de una epopeya antigua, la banda desplegó su power metal sinfónico sin complejos. Temas como “Sun‐God” o “The Beginning” marcaron el tono desde el inicio, pero fue con “King of Gods” cuando se produjo la auténtica conexión con el público, que coreó el estribillo como si de un mantra colectivo se tratara. Su set, aunque centrado en su único álbum publicado, fue dinámico y perfectamente ejecutado. En un estilo donde el exceso puede volverse ridículo, Aeon Gods supieron mantener el equilibrio entre lo grandioso y lo accesible.
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La noche giró hacia lo inquietante con Grotesco Karma, banda que, como su nombre sugiere, se mueve en terrenos incómodos y oscuros. Con solo tres músicos en escena —la vocalista Maya Kampaki, el guitarrista George Constantine Kratsas y el baterista Nikitas Manðólas—, su show fue más ceremonial que concierto al uso. Apoyados en pistas pregrabadas y una puesta en escena sobria pero sugestiva, ofrecieron una propuesta que bebe del metal vanguardista y del ocultismo estético. “Arcana” y “Chaos and Carnage” mostraron la amplitud emocional de su repertorio, pero fue “Dance Macabre” donde Kampaki brilló especialmente, dejando claro que su incorporación ha revitalizado al grupo. Cerraron con “Edelerzi”, envolviendo al público en una atmósfera ritualista difícil de olvidar.
Finalmente, Imperial Age hizo su aparición. Aunque Alexander Osipov y Jane Odintsova son los únicos miembros originales que permanecen en la formación, su presencia escénica y vocal sigue siendo el eje de un proyecto que ha sabido reinventarse. Arrancaron con “The Awakening” y, pese a la escasez de espacio y el uso intensivo de pistas pregrabadas, lograron crear una atmósfera digna de un festival mayor. Su metal sinfónico épico, cargado de referencias mitológicas y filosóficas, se desplegó con precisión en piezas como “Death Guard”, “Gnosis” o “Anthem of Valour”.
A destacar especialmente “Call of the Towers”, tema de casi 18 minutos en el que la banda se permitió desarrollar paisajes musicales más complejos, mostrando el virtuosismo instrumental de los músicos recién incorporados. Con “The Wheel”, cierre del concierto, se despidieron con una nota más directa y accesible, como queriendo recordar que bajo toda esa épica también hay un mensaje para cantar en voz alta.
Lo vivido en Razzmatazz 3 fue más que una serie de conciertos: fue un viaje a través de múltiples formas de entender el metal, desde lo grotesco hasta lo celestial, desde lo performático hasta lo mitológico. Cada banda dejó su sello, pero Imperial Age demostró por qué sigue siendo uno de los referentes del metal sinfónico actual, capaz de adaptar su mensaje y su forma a cualquier circunstancia. Un cartel arriesgado y diverso que triunfó precisamente por no ir sobre seguro.