Foto de portada: Gerard Brull (tomada en Barcelona)
Una virtud de la música en general es su poder de reunir a las personas en una comunidad. Especialistas en psicología evolucionista afirman que, de hecho, es por eso que la capacidad musical forma parte de la naturaleza humana, y en consecuencia, no existe –ni jamás hubo- una sociedad cuya cultura no incluyera esta forma de creación y comunicación, aunque sí encontramos ejemplos de total ausencia de escritura. Este arte sería, aparentemente, muy importante para la supervivencia, de manera que, a diferencia del planteo de Nietzsche de que “la vida sin música sería un error”, en realidad, es probable que sin música no habría vida.
Esta cualidad quizás se vea exacerbada en el metal, por su sentido “minoritario”, en comparación con otros géneros, compensado con un fuerte espíritu de compromiso. Cuando se frecuentan conciertos en una determinada ciudad, comienzan a verse siempre las mismas caras, se forman vínculos, y después se espera reencontrarlos en cada nueva oportunidad, igual que ocurre con las bandas que retornan y su audiencia, como es el caso de Katatonia, el pasado viernes 24 de marzo en la Ciudad de Buenos Aires. Una fecha muy especial: el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, en el año de la cuarta década de democracia en Argentina, de modo que, ya de por sí, había una sensibilidad particular. El lugar elegido fue El Teatrito, casi en la esquina de Sarmiento y Avenida Callao. La organización estuvo a cargo de California Sun Producciones y Hellnoise Booking & Management.
Los horarios estipulados se cumplieron con gran puntualidad: que haya solamente un grupo soporte debe facilitar que así sea. Los encargados de dar comienzo a la velada fueron Dosel, cuyo death metal melódico -tal vez deathcore- made in La Plata deja ver que se trata de un proyecto con muchas ganas de desarrollarse en la escena local. Su set de unos cuarenta minutos, aproximadamente, fue muy enérgico. Aquí cabe la reflexión acerca de cómo nos habituamos a que las bandas teloneras no compartan el estilo del acto principal, una alternativa que fue instalándose progresivamente, afrontando muchas resistencias. Antes, lo esperable era que quienes tocaran antes que la cabeza de cartel interpretaran una música similar; hoy un grupo de death puede preceder como soporte a uno de doom, o uno de thrash a otro de black, y así son muchas las posibilidades.
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El Teatrito estaba colmado y se respiraba entusiasmo y camaradería. Como era de esperarse, ya antes de que tocara Katatonia, comenzaron los apretones de mano, los besos y los abrazos. El ritual de juntarse con las amistades del ambiente: las de toda la vida por los gustos compartidos, las que quedan por haber sido parte de determinadas bandas o haberlas seguido, las que se forman en cada recital o a través de las redes sociales y después se trasladan al plano presencial, etc. ¡Qué bueno que se pudo volver a todo eso después de la fase inicial de la pandemia!
El show de los suecos fue impecable. De una banda que hace de la melancolía un arte, podría esperarse una actitud solemne sobre el escenario, sin embargo, se observa todo lo contrario. Se nota que cada integrante estaba contento de estar ahí, todos disfrutando de hacer lo que saben. Hay que señalar que se presentaron como cuarteto, sin Anders Nyström, a quien se extrañó. Su líder, Jonas Renkse, es particularmente agradable con el público. Se muestra muy simpático, hasta chistoso, a pesar de que casi no se le puede ver la cara, cubierta por su largo y lacio pelo negro. Algunos comentarios que hizo y fueron anecdóticos de la noche: el calor que hacía en Buenos Aires mientras nevaba en Suecia, y que el idiosincrático “¡olé, olé, olé!” le recordaba al fútbol, lo que ameritó una felicitación al público argentino por el campeonato mundial de la selección nacional (aunque aclaró que no entiende nada de ese deporte). También dijo varias veces que se sentían muy felices de estar nuevamente en el país y que amaban a su gente. Roger Öjersson se destaca en los coros, más allá de su labor en la guitarra. A su vez, Daniel Molainen en batería -última incorporación al grupo- cumple su función con maestría.
El show estuvo focalizado en los últimos discos, así que me quedé con las ganas de escuchar varios clásicos. A su vez, fue bastante corto: alrededor de una hora y cuarto, con bises y todo. De Sky Void of Stars, editado este año, sonaron “Austerity”, “Colossal Shade”, “Opaline”, “Birds” y “Atrium”: la tercera parte de la lista. Está claro que la gira está destinada a la presentación de su última obra. De City Burials (2020) tocaron “Behind the Blood” y “Untrodden”.
“Evidence” (de Viva Emptiness, 2003) fue un momento álgido: ¿qué esperar de una canción tan hermosa? Algo similar pasó con la potencia de “Forsaker”, del álbum Night Is the New Day (2009), y ni hablar de cuando tocaron “Deliberation”, “July” y “My Twin” (los tres de The Great Cold Distance, 2006). La gente coreaba las melodías, cantaba las letras, y los músicos sonreían encantados ante el cálido espectáculo que siempre brinda la multitud argentina. También sonaron “Old Hearts Fall” (de The Fall of Hearts, 2016), “Lethean” y “Buildings” (de Dead End Kings, 2012).
No hubo nada anterior a 2003 y la verdad es que hubiera sido encantador poder gozar, al menos, de “For My Demons”, “Teargas”, “Chrome”, “I Break” o “Cold Ways”, porque ya es muy difícil pretender que toquen canciones como “Murder”. En conclusión: fue un excelente show, sin dudas concentrado en la producción más reciente de la banda. Toda una fiesta para la congregación metalera. Y sí, no es una contradicción: la música más triste puede generar los reencuentros más alegres.
Etiquetas: Dosel, Katatonia, Metal Alternativo, metal gótico, metal progresivo, SueciaFoto de portada: Gerard Brull (tomada en Barcelona)
Una virtud de la música en general es su poder de reunir a las personas en una comunidad. Especialistas en psicología evolucionista afirman que, de hecho, es por eso que la capacidad musical forma parte de la naturaleza humana, y en consecuencia, no existe –ni jamás hubo- una sociedad cuya cultura no incluyera esta forma de creación y comunicación, aunque sí encontramos ejemplos de total ausencia de escritura. Este arte sería, aparentemente, muy importante para la supervivencia, de manera que, a diferencia del planteo de Nietzsche de que “la vida sin música sería un error”, en realidad, es probable que sin música no habría vida.
Esta cualidad quizás se vea exacerbada en el metal, por su sentido “minoritario”, en comparación con otros géneros, compensado con un fuerte espíritu de compromiso. Cuando se frecuentan conciertos en una determinada ciudad, comienzan a verse siempre las mismas caras, se forman vínculos, y después se espera reencontrarlos en cada nueva oportunidad, igual que ocurre con las bandas que retornan y su audiencia, como es el caso de Katatonia, el pasado viernes 24 de marzo en la Ciudad de Buenos Aires. Una fecha muy especial: el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, en el año de la cuarta década de democracia en Argentina, de modo que, ya de por sí, había una sensibilidad particular. El lugar elegido fue El Teatrito, casi en la esquina de Sarmiento y Avenida Callao. La organización estuvo a cargo de California Sun Producciones y Hellnoise Booking & Management.
Los horarios estipulados se cumplieron con gran puntualidad: que haya solamente un grupo soporte debe facilitar que así sea. Los encargados de dar comienzo a la velada fueron Dosel, cuyo death metal melódico -tal vez deathcore- made in La Plata deja ver que se trata de un proyecto con muchas ganas de desarrollarse en la escena local. Su set de unos cuarenta minutos, aproximadamente, fue muy enérgico. Aquí cabe la reflexión acerca de cómo nos habituamos a que las bandas teloneras no compartan el estilo del acto principal, una alternativa que fue instalándose progresivamente, afrontando muchas resistencias. Antes, lo esperable era que quienes tocaran antes que la cabeza de cartel interpretaran una música similar; hoy un grupo de death puede preceder como soporte a uno de doom, o uno de thrash a otro de black, y así son muchas las posibilidades.
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El Teatrito estaba colmado y se respiraba entusiasmo y camaradería. Como era de esperarse, ya antes de que tocara Katatonia, comenzaron los apretones de mano, los besos y los abrazos. El ritual de juntarse con las amistades del ambiente: las de toda la vida por los gustos compartidos, las que quedan por haber sido parte de determinadas bandas o haberlas seguido, las que se forman en cada recital o a través de las redes sociales y después se trasladan al plano presencial, etc. ¡Qué bueno que se pudo volver a todo eso después de la fase inicial de la pandemia!
El show de los suecos fue impecable. De una banda que hace de la melancolía un arte, podría esperarse una actitud solemne sobre el escenario, sin embargo, se observa todo lo contrario. Se nota que cada integrante estaba contento de estar ahí, todos disfrutando de hacer lo que saben. Hay que señalar que se presentaron como cuarteto, sin Anders Nyström, a quien se extrañó. Su líder, Jonas Renkse, es particularmente agradable con el público. Se muestra muy simpático, hasta chistoso, a pesar de que casi no se le puede ver la cara, cubierta por su largo y lacio pelo negro. Algunos comentarios que hizo y fueron anecdóticos de la noche: el calor que hacía en Buenos Aires mientras nevaba en Suecia, y que el idiosincrático “¡olé, olé, olé!” le recordaba al fútbol, lo que ameritó una felicitación al público argentino por el campeonato mundial de la selección nacional (aunque aclaró que no entiende nada de ese deporte). También dijo varias veces que se sentían muy felices de estar nuevamente en el país y que amaban a su gente. Roger Öjersson se destaca en los coros, más allá de su labor en la guitarra. A su vez, Daniel Molainen en batería -última incorporación al grupo- cumple su función con maestría.
El show estuvo focalizado en los últimos discos, así que me quedé con las ganas de escuchar varios clásicos. A su vez, fue bastante corto: alrededor de una hora y cuarto, con bises y todo. De Sky Void of Stars, editado este año, sonaron “Austerity”, “Colossal Shade”, “Opaline”, “Birds” y “Atrium”: la tercera parte de la lista. Está claro que la gira está destinada a la presentación de su última obra. De City Burials (2020) tocaron “Behind the Blood” y “Untrodden”.
“Evidence” (de Viva Emptiness, 2003) fue un momento álgido: ¿qué esperar de una canción tan hermosa? Algo similar pasó con la potencia de “Forsaker”, del álbum Night Is the New Day (2009), y ni hablar de cuando tocaron “Deliberation”, “July” y “My Twin” (los tres de The Great Cold Distance, 2006). La gente coreaba las melodías, cantaba las letras, y los músicos sonreían encantados ante el cálido espectáculo que siempre brinda la multitud argentina. También sonaron “Old Hearts Fall” (de The Fall of Hearts, 2016), “Lethean” y “Buildings” (de Dead End Kings, 2012).
No hubo nada anterior a 2003 y la verdad es que hubiera sido encantador poder gozar, al menos, de “For My Demons”, “Teargas”, “Chrome”, “I Break” o “Cold Ways”, porque ya es muy difícil pretender que toquen canciones como “Murder”. En conclusión: fue un excelente show, sin dudas concentrado en la producción más reciente de la banda. Toda una fiesta para la congregación metalera. Y sí, no es una contradicción: la música más triste puede generar los reencuentros más alegres.
Etiquetas: Dosel, Katatonia, Metal Alternativo, metal gótico, metal progresivo, Suecia