Foto portada: Paul Harries
El 11 de junio me acerqué al Estadio Olímpico de Barcelona bajo una lluvia torrencial, una de esas lluvias que convierten las calles en ríos y el cielo en un telón impenetrable. Sin embargo, la adversidad climática no asustó a los seguidores de Rammstein. La gente, casi todos con chubasqueros para protegerse de la tormenta, formaba largas filas esperando entrar al recinto. El espectáculo, se sabía, no se cancelaría por nada; la determinación del público y de la banda era más fuerte que cualquier inclemencia.
Una vez dentro, la atmósfera se cargó de una expectación electrizante. Los alemanes, conocidos por su majestuosidad escénica, no defraudaron. Desde el primer acorde de “Ramm 4”, el sonido fue increíble, una ola de vibraciones perfectamente orquestadas que envolvía al estadio. La pirotecnia, una firma ineludible de sus actuaciones, estallaba con una precisión que parecía desafiar la lógica y la seguridad, encendiendo la tarde/noche y contrastando con la oscuridad lluviosa.
El espectáculo de los liderados por Till Lindemann, que ya ha pasado los 60 años, fue una demostración de vitalidad y presencia escénica. Su voz (baja por momentos), y sus movimientos, resonaban con una fuerza que desafiaba su edad, mientras que su carisma mantenía a la audiencia en un estado de hipnosis colectiva. La banda, como un mecanismo perfectamente engrasado, acompañaba cada movimiento y cada palabra con una exactitud como si de una coreografía de baile se tratara.
El repertorio fue una cuidadosa selección de temas clásicos y nuevos. “Links 2-3-4” y “Keine Lust” fueron recibidos con una ovación ensordecedora, mientras que “Sehnsucht” y “Asche zu Asche” trajeron reminiscencias de los días de gloria temprana de la banda. “Mein Herz brennt” y “Puppe” (encendiendo fuego un carro de bebe) añadieron una dimensión casi teatral al concierto, con interpretaciones cargadas de dramatismo y emoción.
Las canciones más recientes, como “Zeit” y “Deutschland”, no solo demostraron la evolución musical de la banda, sino que también se integraron perfectamente en el setlist, manteniendo la energía y la cohesión del espectáculo. “Radio” y “Mein Teil” fueron ejecutadas con una precisión y una pasión que resonaron profundamente entre la audiencia.
El final de la noche fue un crescendo de intensidad. “Du hast” (el nuevo himno alemán), “Sonne” y “Ich will” llevaron a la multitud a un estado de euforia casi palpable, con los asistentes coreando cada palabra y cada nota. El bis, con “Rammstein” y “Adieu”, fue un cierre majestuoso, una despedida que dejó a todos los presentes con la sensación de haber vivido una experiencia única, un momento en el tiempo que sería recordado con la misma intensidad con la que fue vivido.
Etiquetas: barcelona, Doctor Music, Doctor Music Concerts, Rammstein
Foto portada: Paul Harries
El 11 de junio me acerqué al Estadio Olímpico de Barcelona bajo una lluvia torrencial, una de esas lluvias que convierten las calles en ríos y el cielo en un telón impenetrable. Sin embargo, la adversidad climática no asustó a los seguidores de Rammstein. La gente, casi todos con chubasqueros para protegerse de la tormenta, formaba largas filas esperando entrar al recinto. El espectáculo, se sabía, no se cancelaría por nada; la determinación del público y de la banda era más fuerte que cualquier inclemencia.
Una vez dentro, la atmósfera se cargó de una expectación electrizante. Los alemanes, conocidos por su majestuosidad escénica, no defraudaron. Desde el primer acorde de “Ramm 4”, el sonido fue increíble, una ola de vibraciones perfectamente orquestadas que envolvía al estadio. La pirotecnia, una firma ineludible de sus actuaciones, estallaba con una precisión que parecía desafiar la lógica y la seguridad, encendiendo la tarde/noche y contrastando con la oscuridad lluviosa.
El espectáculo de los liderados por Till Lindemann, que ya ha pasado los 60 años, fue una demostración de vitalidad y presencia escénica. Su voz (baja por momentos), y sus movimientos, resonaban con una fuerza que desafiaba su edad, mientras que su carisma mantenía a la audiencia en un estado de hipnosis colectiva. La banda, como un mecanismo perfectamente engrasado, acompañaba cada movimiento y cada palabra con una exactitud como si de una coreografía de baile se tratara.
El repertorio fue una cuidadosa selección de temas clásicos y nuevos. “Links 2-3-4” y “Keine Lust” fueron recibidos con una ovación ensordecedora, mientras que “Sehnsucht” y “Asche zu Asche” trajeron reminiscencias de los días de gloria temprana de la banda. “Mein Herz brennt” y “Puppe” (encendiendo fuego un carro de bebe) añadieron una dimensión casi teatral al concierto, con interpretaciones cargadas de dramatismo y emoción.
Las canciones más recientes, como “Zeit” y “Deutschland”, no solo demostraron la evolución musical de la banda, sino que también se integraron perfectamente en el setlist, manteniendo la energía y la cohesión del espectáculo. “Radio” y “Mein Teil” fueron ejecutadas con una precisión y una pasión que resonaron profundamente entre la audiencia.
El final de la noche fue un crescendo de intensidad. “Du hast” (el nuevo himno alemán), “Sonne” y “Ich will” llevaron a la multitud a un estado de euforia casi palpable, con los asistentes coreando cada palabra y cada nota. El bis, con “Rammstein” y “Adieu”, fue un cierre majestuoso, una despedida que dejó a todos los presentes con la sensación de haber vivido una experiencia única, un momento en el tiempo que sería recordado con la misma intensidad con la que fue vivido.
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