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Cuenta la leyenda que para el año 1988, justo cuando Iron Maiden estaban a punto de ponerse a trabajar en su séptimo disco de estudio, Steve Harris acababa de leer la novela “El Séptimo Hijo” del escritor estadounidense Orson Scott Card, una novela fantástica que narra las historias de este “séptimo hijo varón” que posee habilidades paranormales: entre ellas, la facultad de la clarividencia (“The Clairvoyant”) y como consecuencia de ello estará constantemente sumido en una batalla entre el bien y el mal.
Cuando Harris llamó al vocalista Bruce Dickinson para contarle la idea, y como la numeración del nuevo disco coincidía con el título de la novela, inmediatamente se pusieron a trabajar, y así fue como la idea inicial terminó desembocando en un álbum conceptual, siendo éste el único trabajo de Maiden hasta la fecha en haber sido concebido de esta forma. O al menos esa fue la intención: Bruce Dickinson llegó a declarar que “No se trata de una historia continua, no es una obra completamente conceptual”, pero de lo que no hay dudas de que todas las letras tienen como protagonista a este Séptimo Hijo, quien constantemente se ve atormentado por su destino y por el miedo a no comprender del todo sus habilidades como bien narra la canción “Infinite Dreams”.
Hay quienes sostienen que, dado que la banda se decidió por encarar el álbum de esta forma, no se arriesgaron lo suficiente desde lo compositivo y no se percibe un cambio drástico en la dirección musical del grupo como podría esperarse. Es verdad que la introducción de teclados y de algunos pasajes acústicos, como ocurre en “The Prophecy”, le dieron algunos nuevos matices al sonido de la banda pero lo cierto es que el quinteto no se apartó demasiado de la fórmula que tantos buenos resultados le venía dando. De hecho, lo más llamativo es que una vez asumido de que se trata de una obra conceptual (y más allá de la obra descomunal de casi diez minutos que le da título al disco) es que cuatro de las ocho canciones que conforman el LP fueron seleccionadas como singles: “Can I Play With Madness?”, “The Evil That Men Do”, “The Clairvoyant” y, posteriormente para promocionar el lanzamiento del registro en vivo Maiden England, llegaría el turno de “Infinite Dreams”.
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Que el 50% del álbum sea utilizado como corte de difusión habla a las claras de que la banda no tuvo como intención excederse en la duración de las canciones (hecho que suelen criticar en sus discos más recientes). Recordemos que estamos en el año 1988 y los singles aún tenían validez como recurso promocional y no ser meramente un ítem para coleccionistas. Tanto en lo conceptual como en lo musical el disco tuvo una orientación claramente definida y quizás por eso se trate del trabajo con mayor cantidad de piezas co-escritas en lugar de composiciones firmadas por uno o dos autores como solía ser más frecuente en el pasado. Años más tarde, luego de su retorno a Iron Maiden, Bruce Dickinson llegó a hablar acerca de Seventh Son… como “el resultado de un trabajo colectivo”.
Intencionado o no, arriesgado lo suficiente o quizás no tantoK conceptual a medias o de punta a punta: el veredicto inapelable es que Seventh Son of A Seventh Son trajo consigo un puñado de canciones maravillosas que hoy se encuentran entre las más preciadas por los fans. La breve intro acústica seguida de los teclados, para luego desembocar con la banda estallando en plena furia hacen de “Moonchild” una de las aperturas más atípicas en la discografía de Maiden. De hecho, en este tema, Dickinson se aleja de la faceta más melódica de su voz para introducir matices más “sucias”, recurso al que acudiría nuevamente en los próximos discos. Hablando de recursos, volviendo a la cuestión de los teclados hay que decir que la banda astutamente no se excedió en el uso de este instrumento, sin dejar que en ningún momento tome protagonismo, y limitándose a la función de acompañamiento por debajo de las clásicas marchas de cabalgata y de los solos a dos violas marca registrada del tándem Murray/Smith, logrando de esta forma resultados exquisitos en “The Clairvoyant” o en el cierre con “Only The Good Die Young”.
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“Can I Play With Madness?” tal vez sí suene un tanto “forzada”, puesto que pareciera no encajar en un disco que emana un aura tan oscura. De hecho la banda declaró que buscaba “tener un single con un estribillo cautivante, algo que no conseguíamos desde ‘Run to the Hills’ (1982)”. Hasta su melodía un tanto jocosa no se coincide con la letra que relata el terrible destino que le depara al Séptimo hijo en el mismísimo infierno, marcando un contraste con “The Prophecy”, la más rara y quizás la más siniestra de todo el disco. De todas maneras, tanto el single como su video promocional (con la participación especial de Graham Chapman de los Monty Python) cumplieron con su cometido de allanar el terreno para el monumental éxito que tendría el álbum posteriormente.
Por su parte, “The Evil That Men Do” sería la equivalente a “The Trooper” en Piece of Mind: es decir el que quizás sea el clásico más representativo que haya quedado de este LP, al que usualmente recurren en sus giras al momento de repasar esta etapa. Aunque en realidad la pieza que mejor resume el concepto, tanto en lo musical como en lo lírico, esa sin dudas es la perfecta “Infinite Dreams”: todo el clímax in crescendo que tiene hacen de esta joya una de las composiciones más logradas de la Doncella. Y hablando de perfección, la épica “Seventh Son of A Seventh Son” prueba una vez más que, a la hora de incorporar elementos del rock sinfónico al heavy metal, Iron Maiden le saca kilómetros de distancia a cualquier otra banda.
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Steve Harris, bajista y alma mater, llegó a hablar de Seventh Son.. como su disco favorito y confesó que “Todas las composiciones me parecen excelentes. En lo que respecta al grupo, no sabría explicar el porqué, pero todo funcionó perfectamente. Si hubiera tenido la receta, la hubiera anotado y la hubiera aplicado en todos los discos que grabamos después.” No hay motivo para no creerle a Steve ya que en el futuro inmediato se avecinaban cambios, tanto internos como externos, que sacudirían la hegemonía que Iron Maiden tuvo en los ochentas, y el mundo del Metal estaba a punto de pegar un giro muy radical de cara a la nueva década. Metallica estaba creciendo a pasos agigantados en su camino hacia el estrellato, el grunge y lo alternativo iban a explotar de un momento a otro, y Pantera estaba a punto de reinventar el acero. Quizás otro de los grandes méritos de esta placa es haber logrado mantener el nombre de Iron Maiden en la cima en un momento en que los coloridos años ochentas ya comenzaban a despedirse. Pero, como se dijo anteriormente, los cimbronazos que sacudirían a La Doncella no provendrían solamente de afuera y la partida del guitarrista Adrian Smith implicaría una pérdida enorme para el seno compositivo del grupo de cara a la nueva década.
Para algunos, luego de Seventh Son of A Seventh Son ya nada volvería a ser lo mismo en Iron Maiden. No hay dudas de que este disco, junto al vídeo en vivo de Maiden England, marcarían el cierre de la etapa más clásica para Harris y los suyos. Al igual que a varios de sus contemporáneos, para Harris y los suyos surfear en los turbulentos años 90’s no sería una tarea fácil y los resultados para tal cometido sin dudas han sido muy desparejos. Todo esto hace que quizás Seventh Son… sea visto con una añoranza particular si lo comparamos con otros clásicos de la banda. Como si de una auténtica profecía se tratara, treinta y cinco años después pareciera ser que ese sentimiento se refuerza.
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Cuenta la leyenda que para el año 1988, justo cuando Iron Maiden estaban a punto de ponerse a trabajar en su séptimo disco de estudio, Steve Harris acababa de leer la novela “El Séptimo Hijo” del escritor estadounidense Orson Scott Card, una novela fantástica que narra las historias de este “séptimo hijo varón” que posee habilidades paranormales: entre ellas, la facultad de la clarividencia (“The Clairvoyant”) y como consecuencia de ello estará constantemente sumido en una batalla entre el bien y el mal.
Cuando Harris llamó al vocalista Bruce Dickinson para contarle la idea, y como la numeración del nuevo disco coincidía con el título de la novela, inmediatamente se pusieron a trabajar, y así fue como la idea inicial terminó desembocando en un álbum conceptual, siendo éste el único trabajo de Maiden hasta la fecha en haber sido concebido de esta forma. O al menos esa fue la intención: Bruce Dickinson llegó a declarar que “No se trata de una historia continua, no es una obra completamente conceptual”, pero de lo que no hay dudas de que todas las letras tienen como protagonista a este Séptimo Hijo, quien constantemente se ve atormentado por su destino y por el miedo a no comprender del todo sus habilidades como bien narra la canción “Infinite Dreams”.
Hay quienes sostienen que, dado que la banda se decidió por encarar el álbum de esta forma, no se arriesgaron lo suficiente desde lo compositivo y no se percibe un cambio drástico en la dirección musical del grupo como podría esperarse. Es verdad que la introducción de teclados y de algunos pasajes acústicos, como ocurre en “The Prophecy”, le dieron algunos nuevos matices al sonido de la banda pero lo cierto es que el quinteto no se apartó demasiado de la fórmula que tantos buenos resultados le venía dando. De hecho, lo más llamativo es que una vez asumido de que se trata de una obra conceptual (y más allá de la obra descomunal de casi diez minutos que le da título al disco) es que cuatro de las ocho canciones que conforman el LP fueron seleccionadas como singles: “Can I Play With Madness?”, “The Evil That Men Do”, “The Clairvoyant” y, posteriormente para promocionar el lanzamiento del registro en vivo Maiden England, llegaría el turno de “Infinite Dreams”.
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Que el 50% del álbum sea utilizado como corte de difusión habla a las claras de que la banda no tuvo como intención excederse en la duración de las canciones (hecho que suelen criticar en sus discos más recientes). Recordemos que estamos en el año 1988 y los singles aún tenían validez como recurso promocional y no ser meramente un ítem para coleccionistas. Tanto en lo conceptual como en lo musical el disco tuvo una orientación claramente definida y quizás por eso se trate del trabajo con mayor cantidad de piezas co-escritas en lugar de composiciones firmadas por uno o dos autores como solía ser más frecuente en el pasado. Años más tarde, luego de su retorno a Iron Maiden, Bruce Dickinson llegó a hablar acerca de Seventh Son… como “el resultado de un trabajo colectivo”.
Intencionado o no, arriesgado lo suficiente o quizás no tantoK conceptual a medias o de punta a punta: el veredicto inapelable es que Seventh Son of A Seventh Son trajo consigo un puñado de canciones maravillosas que hoy se encuentran entre las más preciadas por los fans. La breve intro acústica seguida de los teclados, para luego desembocar con la banda estallando en plena furia hacen de “Moonchild” una de las aperturas más atípicas en la discografía de Maiden. De hecho, en este tema, Dickinson se aleja de la faceta más melódica de su voz para introducir matices más “sucias”, recurso al que acudiría nuevamente en los próximos discos. Hablando de recursos, volviendo a la cuestión de los teclados hay que decir que la banda astutamente no se excedió en el uso de este instrumento, sin dejar que en ningún momento tome protagonismo, y limitándose a la función de acompañamiento por debajo de las clásicas marchas de cabalgata y de los solos a dos violas marca registrada del tándem Murray/Smith, logrando de esta forma resultados exquisitos en “The Clairvoyant” o en el cierre con “Only The Good Die Young”.
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“Can I Play With Madness?” tal vez sí suene un tanto “forzada”, puesto que pareciera no encajar en un disco que emana un aura tan oscura. De hecho la banda declaró que buscaba “tener un single con un estribillo cautivante, algo que no conseguíamos desde ‘Run to the Hills’ (1982)”. Hasta su melodía un tanto jocosa no se coincide con la letra que relata el terrible destino que le depara al Séptimo hijo en el mismísimo infierno, marcando un contraste con “The Prophecy”, la más rara y quizás la más siniestra de todo el disco. De todas maneras, tanto el single como su video promocional (con la participación especial de Graham Chapman de los Monty Python) cumplieron con su cometido de allanar el terreno para el monumental éxito que tendría el álbum posteriormente.
Por su parte, “The Evil That Men Do” sería la equivalente a “The Trooper” en Piece of Mind: es decir el que quizás sea el clásico más representativo que haya quedado de este LP, al que usualmente recurren en sus giras al momento de repasar esta etapa. Aunque en realidad la pieza que mejor resume el concepto, tanto en lo musical como en lo lírico, esa sin dudas es la perfecta “Infinite Dreams”: todo el clímax in crescendo que tiene hacen de esta joya una de las composiciones más logradas de la Doncella. Y hablando de perfección, la épica “Seventh Son of A Seventh Son” prueba una vez más que, a la hora de incorporar elementos del rock sinfónico al heavy metal, Iron Maiden le saca kilómetros de distancia a cualquier otra banda.
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Steve Harris, bajista y alma mater, llegó a hablar de Seventh Son.. como su disco favorito y confesó que “Todas las composiciones me parecen excelentes. En lo que respecta al grupo, no sabría explicar el porqué, pero todo funcionó perfectamente. Si hubiera tenido la receta, la hubiera anotado y la hubiera aplicado en todos los discos que grabamos después.” No hay motivo para no creerle a Steve ya que en el futuro inmediato se avecinaban cambios, tanto internos como externos, que sacudirían la hegemonía que Iron Maiden tuvo en los ochentas, y el mundo del Metal estaba a punto de pegar un giro muy radical de cara a la nueva década. Metallica estaba creciendo a pasos agigantados en su camino hacia el estrellato, el grunge y lo alternativo iban a explotar de un momento a otro, y Pantera estaba a punto de reinventar el acero. Quizás otro de los grandes méritos de esta placa es haber logrado mantener el nombre de Iron Maiden en la cima en un momento en que los coloridos años ochentas ya comenzaban a despedirse. Pero, como se dijo anteriormente, los cimbronazos que sacudirían a La Doncella no provendrían solamente de afuera y la partida del guitarrista Adrian Smith implicaría una pérdida enorme para el seno compositivo del grupo de cara a la nueva década.
Para algunos, luego de Seventh Son of A Seventh Son ya nada volvería a ser lo mismo en Iron Maiden. No hay dudas de que este disco, junto al vídeo en vivo de Maiden England, marcarían el cierre de la etapa más clásica para Harris y los suyos. Al igual que a varios de sus contemporáneos, para Harris y los suyos surfear en los turbulentos años 90’s no sería una tarea fácil y los resultados para tal cometido sin dudas han sido muy desparejos. Todo esto hace que quizás Seventh Son… sea visto con una añoranza particular si lo comparamos con otros clásicos de la banda. Como si de una auténtica profecía se tratara, treinta y cinco años después pareciera ser que ese sentimiento se refuerza.