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The Devil Wears Prada en Buenos Aires: “Breakdowns y nostalgia”

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The Devil Wears Prada ya habían tenido dos visitas a los escenarios de Capital Federal, primero en 2010 en Super Rock y la segunda en 2012 en The Roxy, en […]

Presto Vivace en Buenos Aires: “El cariño de la gente”

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Cuando salía de este concierto de Presto Vivace, escuché a alguien describir a la banda como un “grupo de culto”. Claro que esa es una descripción muy subjetiva, pero lo […]

Sudarshana en Buenos Aires: “El Camino del Loto”

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Es interesante pensar que el punk rock, un movimiento que en la cultura popular sigue teniendo esa imagen de ser anti todo y nihilista, rápidamente derivara en grandes escenas unidas […]

Brujeria en Copenhague: “un ritual latinoamericano en tierras escandinavas”

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Aunque cueste creerlo, en todas partes del mundo hay una comunidad latinoamericana. Desde mexicanos hasta argentinos, pasando por todos los demás países del continente. Escandinavia no es la excepción, y […]

Sun & Thunder Festival 2025 – Dia 3: “Metal al Borde del Mar”

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La jornada del sábado en el Sun & Thunder comenzó con una brisa templada que anticipaba emociones fuertes. Un cartel variado prometía una maratón de sonidos, desde el metal extremo […]

7 Seconds en Buenos Aires: “El fuego eterno no detiene la furia”

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Una década completa había pasado desde que 7 Seconds pisó suelo argentino por primera vez en aquel memorable show en Groove, y la expectativa por su regreso había crecido hasta […]

Sun & Thunder Festival 2025 – Dia 2: “Rituales de Acero Bajo el Sol de Fuengirola”

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El viernes Fuengirola se transformó en un vibrante santuario para los amantes del metal y el rock, y yo estaba allí para vivir el segundo día del Sun & Thunder […]

Hatebreed en Barcelona: “Golpe directo al pecho”

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El jueves 7 de agosto, la sala Salamandra se impregnó de esa energía brutal que solo surge cuando el hardcore auténtico golpea directo al pecho. A pesar de ser pleno […]

Summer Hardcore Fest en Madrid: “Cuatro Bestias y un Muro de Sonido”

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Soy Mauro, llevo 25 años madrugando y vistiendo de traje, tengo 55 años, odio mi vida y mi trabajo. Mi mujer no me soporta y mis dos hijos, en plena […]

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Cuando comencé a escuchar a la (recientemente rejuntada) banda argentina Deny, jamás pensé que llegaría a ver a su cantante principal, Nazareno Gómez Antolini cantar en España, pero a veces […]


Free City y Ezpalak en Madrid: “Destellos de adrenalina”
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El olor a cerveza y sudor se mezcla con los acordes desgarradores de la guitarra. Las luces estroboscópicas tiñen de rojo la sala, creando una atmósfera densa y opresiva. El sonido es tan intenso que vibra en mis huesos. Esta noche, en la Nazca, todos mis sentidos están a flor de piel. Con el gran angular montado me acerco todo lo que mi pudor me permite para fotografiar a los músicos. Siento su calor y me llega su aliento. El cable del micro me golpea mientras disparo tratando de coger foco en la cara. Jóvenes en estado exaltado me empujan hacia delante cantando en euskera, gritando las líneas de Ezpalak.

Con cada tema me meto más en el trance y no puedo parar de disparar como loco, fotos al cantante con sus expresiones y giros constante, fotos al guitarrista que con cada puente se lanza hacia delante y hacia tras en espasmos visualmente espectaculares. Fotos al bajista, más estático y con la cabeza hacia el techo. La batería queda lejos y detrás de la cortina de humo, imposible alcanzar las expresiones y movimientos. No me siento cómodo con lo capturado por el momento y quiero más tomas. Cambio al 35mm para buscar las expresiones de cerca,  mientras siguen escupiendo las letras y ritmos, el público corea los temas, no paro de mirar atrás, qué bello es una sala entera disfrutando.

Mis ojos se desvían constantemente entre el escenario y la multitud. El público es un mar de cabezas que se mueven al ritmo de la música, un océano de energía que me arrastra. Veo caras llenas de éxtasis, puños en el aire, cuerpos que se contorsionan al compás de la batería. Intento capturar esos momentos de conexión, esos instantes en los que la música traspasa una barrera invisible y une a todos en una sola vibración. Busco las miradas que se cruzan, las sonrisas que se contagian, las lágrimas que brotan de la emoción (nadie en realidad, son las mías). Cada rostro es una historia, cada cuerpo una danza. Y yo, con mi cámara, cronista de esta fiesta pagana.

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Respiro, recuperando el aliento en la pausa, sigo sudando, concentrado, hace calor y creo que ha llegado más gente. Free City entre bambalinas.  La expectación se palpa y algunos ya están por la cuarta birra. Las luces se apagan, la penumbra deja ver alargadas figuras entrar al escenario. Comenzando los primeros acordes, como un pistoletazo de salida, la masa se abalanza contra el escenario, comienza el viaje por las letras y ritmos. “Baptisterio romano” al ritmo dé White Stripes, risas generalizadas. Sigo disparando con el 35mm, pero están saltando sin parar, pronto vuelvo al 12mm, esto requiere mayor campo de visión. La vitalidad es generalizada, líneas coreadas, saltos, golpes, sonrisas y puños al aire. Sigue el olor a humo aplastando todo. La entrega es total por parte de la banda, por parte del público es pasión. Dejo el centro del escenario abrumado por el peso del mosh, salgo arrastrado por la masa y llego al fondo de la sala. Con el tele capturo expresiones mezclando los músicos con las sombras chinescas que forma el personal. Pienso en la preciosa estampa, la unión, la catarsis total.

Soy uno más del grupo, somos una tribu unida por la música, por la pasión, por la necesidad de expresarnos. La barrera entre el escenario y el público se disuelve, y todos nos convertimos en un solo organismo vibrante. Instantes de comunión, con letras, con riffs, con artistas, el verdadero poder de la música. Y aunque la noche llegue a su fin, la sensación de pertenencia a algo más grande que nosotros mismos perdurará, por eso vuelvo y por el engancha, soy adicto.

El concierto se desvanece como un sueño, dejando tras de mí una colección de imágenes que intentan capturar el instante. Ninguna fotografía podrá igualar la intensidad de lo vivido. Ninguna lleva el calor, la emoción, la entrega y la pasión. Con las manos en los bolsillos y la cámara al cuello salgo a la calle. La noche es fría y me devuelve a la realidad, en mi interior, la llama de la música, de “afotar”, sigue quemando.

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Free City y Ezpalak en Madrid: “Destellos de adrenalina”
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El olor a cerveza y sudor se mezcla con los acordes desgarradores de la guitarra. Las luces estroboscópicas tiñen de rojo la sala, creando una atmósfera densa y opresiva. El sonido es tan intenso que vibra en mis huesos. Esta noche, en la Nazca, todos mis sentidos están a flor de piel. Con el gran angular montado me acerco todo lo que mi pudor me permite para fotografiar a los músicos. Siento su calor y me llega su aliento. El cable del micro me golpea mientras disparo tratando de coger foco en la cara. Jóvenes en estado exaltado me empujan hacia delante cantando en euskera, gritando las líneas de Ezpalak.

Con cada tema me meto más en el trance y no puedo parar de disparar como loco, fotos al cantante con sus expresiones y giros constante, fotos al guitarrista que con cada puente se lanza hacia delante y hacia tras en espasmos visualmente espectaculares. Fotos al bajista, más estático y con la cabeza hacia el techo. La batería queda lejos y detrás de la cortina de humo, imposible alcanzar las expresiones y movimientos. No me siento cómodo con lo capturado por el momento y quiero más tomas. Cambio al 35mm para buscar las expresiones de cerca,  mientras siguen escupiendo las letras y ritmos, el público corea los temas, no paro de mirar atrás, qué bello es una sala entera disfrutando.

Mis ojos se desvían constantemente entre el escenario y la multitud. El público es un mar de cabezas que se mueven al ritmo de la música, un océano de energía que me arrastra. Veo caras llenas de éxtasis, puños en el aire, cuerpos que se contorsionan al compás de la batería. Intento capturar esos momentos de conexión, esos instantes en los que la música traspasa una barrera invisible y une a todos en una sola vibración. Busco las miradas que se cruzan, las sonrisas que se contagian, las lágrimas que brotan de la emoción (nadie en realidad, son las mías). Cada rostro es una historia, cada cuerpo una danza. Y yo, con mi cámara, cronista de esta fiesta pagana.

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