

A fines de los noventas, la industria musical estaba en su punto más hegemónico: en 1999 recaudó 25.000 millones de dólares, un número que no superaría hasta el 2021. Fue a fines de ese año que apareció Napster, un simple programa que permitía compartir archivos a través de la Internet y que causó una conmoción: a pesar de que todavía había que lidiar con las conexiones de la época, la gente comenzó a compartir y descargar música como nunca antes lo había hecho. Obviamente que a la industria no le gustó esto y tampoco a varios de sus artistas y bandas, siendo la más prominente Metallica: el baterista Lars Ulrich demandó a Napster y presentó una larga lista de personas que habían descargado música del grupo a través de ahí. Al día de hoy sigue siendo un evento que conmocionó al mundo de la música, como podría esperarse de una banda demandando a sus propios fans, y hoy vamos a ver un par de reflexiones sobre ello.
El enfrentamiento de Metallica con Napster es uno de esos eventos motivados por el avance de la tecnología que se terminaron ganando un lugar en la historia de la música y cambiaron su rumbo, al nivel de la aparición de los estudios multipistas para la música de los sesentas y setentas o los sintetizadores económicos para la música de los ochentas. Con la popularización de la Internet, tarde o temprano la gente iba a usarla para piratear música, de la misma manera que lo habían hecho con el casete, contra el que la industria había protestado de la misma manera que lo haría contra las videocaseteras poco después.
Hay que mencionar que gran parte de la popularidad de Metallica en el under metalero se dio gracias a la piratería: a las ventas oficiales de los discos de la banda hay que sumarles los de casetes pirateados, que seguramente multiplique los números de las originales. ¿Esto significa que Metallica no tenía derecho a defender su música? Para nada, porque creo que todo artista debe poder defender su trabajo, sobre todo si vive de ello y es su único ingreso de dinero. Sin embargo creo que la manera que eligieron para hacerlo, demandando por cifras astronómicas no sólo a Napster sino a la gente que hubiera descargado siquiera una sola canción de ellos, fue la peor de todas en materia de relaciones públicas, y a la larga quedaron como los villanos de toda la situación.
De cierta manera, el traspié de Metallica en el caso sirvió como moraleja para la industria, que eventualmente dejó de lado ese modelo tan agresivo contra la piratería digital y terminó adaptándose. Esto llevó a la aparición de servicios de venta digital como iTunes o Bandcamp y luego al streaming con Tidal y Spotify.
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La “piratería” de música existe, al menos, desde que puede grabarse en cassette directo desde las emisoras de radio o desde otra cinta. Luego llegaron las “quemadoras” de CD y DVD, y el intercambio de archivos de audio en formato mp3 y wav por Internet. Así y todo, la noción ha perdido bastante fuerza en muchas partes del mundo, pero no tanto en los Estados Unidos. Si se habla con gente de allí, no se tarda en descubrir que el control estricto de los contenidos que circulan en la web no es algo exclusivo de países como China. En este último caso, se debe a intereses políticos de un gobierno, mientras en el otro, de la defensa de intereses comerciales a nivel corporativo, empresarial o, directamente, de derechos de autor. Como sea, en algunas zonas la gente está acostumbrada a poder ver películas o series “gratis” (muchas veces al poco tiempo de su estreno) y eso no pasa en el gigante del norte, donde la amenaza de la sanción legal sigue siendo real para quienes incurren en el delito de la “piratería” o violación de copyright.
Cuando el famoso episodio Metallica vs. Napster cobró trascendencia en el año 2000, ese temor estaba bastante más difundido globalmente, la venta de formatos físicos seguía siendo la principal manera de consumir música y compartirla on-line era algo novedoso, por eso fue una batalla de gran impacto. Ulrich era el vocero de una demanda que, en ese entonces, expresaba la desesperación ante la posibilidad de que, en efecto, ocurriera lo que acabó sucediendo con el tiempo: que la venta de música en formatos físicos dejara de representar un ingreso económico significativo para los y las artistas. Esto es así al punto de que, por ejemplo, Ozzy Osbourne afirmara hace poco: “Spotify es una jodida broma. El lado de las regalías de hacer música se fue directo al inodoro”. En este contexto, lo que queda para vivir de la música son las giras interminables, mucho más si se trata de metal.
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Etiquetas: especiales, metallica, Napster

A fines de los noventas, la industria musical estaba en su punto más hegemónico: en 1999 recaudó 25.000 millones de dólares, un número que no superaría hasta el 2021. Fue a fines de ese año que apareció Napster, un simple programa que permitía compartir archivos a través de la Internet y que causó una conmoción: a pesar de que todavía había que lidiar con las conexiones de la época, la gente comenzó a compartir y descargar música como nunca antes lo había hecho. Obviamente que a la industria no le gustó esto y tampoco a varios de sus artistas y bandas, siendo la más prominente Metallica: el baterista Lars Ulrich demandó a Napster y presentó una larga lista de personas que habían descargado música del grupo a través de ahí. Al día de hoy sigue siendo un evento que conmocionó al mundo de la música, como podría esperarse de una banda demandando a sus propios fans, y hoy vamos a ver un par de reflexiones sobre ello.
El enfrentamiento de Metallica con Napster es uno de esos eventos motivados por el avance de la tecnología que se terminaron ganando un lugar en la historia de la música y cambiaron su rumbo, al nivel de la aparición de los estudios multipistas para la música de los sesentas y setentas o los sintetizadores económicos para la música de los ochentas. Con la popularización de la Internet, tarde o temprano la gente iba a usarla para piratear música, de la misma manera que lo habían hecho con el casete, contra el que la industria había protestado de la misma manera que lo haría contra las videocaseteras poco después.
Hay que mencionar que gran parte de la popularidad de Metallica en el under metalero se dio gracias a la piratería: a las ventas oficiales de los discos de la banda hay que sumarles los de casetes pirateados, que seguramente multiplique los números de las originales. ¿Esto significa que Metallica no tenía derecho a defender su música? Para nada, porque creo que todo artista debe poder defender su trabajo, sobre todo si vive de ello y es su único ingreso de dinero. Sin embargo creo que la manera que eligieron para hacerlo, demandando por cifras astronómicas no sólo a Napster sino a la gente que hubiera descargado siquiera una sola canción de ellos, fue la peor de todas en materia de relaciones públicas, y a la larga quedaron como los villanos de toda la situación.
De cierta manera, el traspié de Metallica en el caso sirvió como moraleja para la industria, que eventualmente dejó de lado ese modelo tan agresivo contra la piratería digital y terminó adaptándose. Esto llevó a la aparición de servicios de venta digital como iTunes o Bandcamp y luego al streaming con Tidal y Spotify.
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La “piratería” de música existe, al menos, desde que puede grabarse en cassette directo desde las emisoras de radio o desde otra cinta. Luego llegaron las “quemadoras” de CD y DVD, y el intercambio de archivos de audio en formato mp3 y wav por Internet. Así y todo, la noción ha perdido bastante fuerza en muchas partes del mundo, pero no tanto en los Estados Unidos. Si se habla con gente de allí, no se tarda en descubrir que el control estricto de los contenidos que circulan en la web no es algo exclusivo de países como China. En este último caso, se debe a intereses políticos de un gobierno, mientras en el otro, de la defensa de intereses comerciales a nivel corporativo, empresarial o, directamente, de derechos de autor. Como sea, en algunas zonas la gente está acostumbrada a poder ver películas o series “gratis” (muchas veces al poco tiempo de su estreno) y eso no pasa en el gigante del norte, donde la amenaza de la sanción legal sigue siendo real para quienes incurren en el delito de la “piratería” o violación de copyright.
Cuando el famoso episodio Metallica vs. Napster cobró trascendencia en el año 2000, ese temor estaba bastante más difundido globalmente, la venta de formatos físicos seguía siendo la principal manera de consumir música y compartirla on-line era algo novedoso, por eso fue una batalla de gran impacto. Ulrich era el vocero de una demanda que, en ese entonces, expresaba la desesperación ante la posibilidad de que, en efecto, ocurriera lo que acabó sucediendo con el tiempo: que la venta de música en formatos físicos dejara de representar un ingreso económico significativo para los y las artistas. Esto es así al punto de que, por ejemplo, Ozzy Osbourne afirmara hace poco: “Spotify es una jodida broma. El lado de las regalías de hacer música se fue directo al inodoro”. En este contexto, lo que queda para vivir de la música son las giras interminables, mucho más si se trata de metal.