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Dorthia Cottrell – Death Folk Country (2023)
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He tenido muchas ganas de reseñar este disco desde que volví de Tennessee, casi para la fecha en que fue lanzado, aunque ya había escuchado los singles “Family Annihilator”, “Harvester” y “Take up Serpents” mientras todavía me encontraba allí. Debe ser que, si bien siempre fui seguidor de Johnny Cash y Townes Van Zandt, regresé mucho más impregnado de ese espíritu “Southern Gothic” que, sin dudas, emana de la música de Dorthia Cottrell, conocida por ser la cantante de la banda de doom metal Windhand. Esta artista oriunda de Virginia, vuelve a entregarnos un disco con una estética “Dark Americana”. La edición de este excelente trabajo fue hecha por Relapse Records.

La principal diferencia con su homónimo disco debut como solista, publicado en 2015, es que “Death Folk Country”, además de tener un título que podría usarse para bautizar un estilo, tiene un enfoque que, en general, es más minimalista y oscuro. Cottrell explora con su arte los vínculos entre el amor, la vida y la muerte, de un modo muy caro a los dilemas éticos del sur estadounidense, habitado por fantasmas que son el recuerdo constante de grandes sufrimientos históricos. Según ella misma, ese nombre que eligió, describe tanto al género que ejecuta como a su mundo interior, tanto a la música como a la tierra que la inspira, que se unen inextricablemente.

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“Death is the Punishment for Love” es una introducción netamente instrumental que nos sumerge en la niebla que emana del paisaje. Hay una gran continuidad entre cada track. “Harvester” ya nos presenta, además de la dulce voz de Cottrell, el sonido de guitarra (electroacústica y eléctrica) y la percusión (melódica o platillos) que siempre serán el acompañamiento. La encantadoramente triste “Black Canyon” tiene algunos samples ambientales y llegamos a “Family Annihilator”, una canción bastante siniestra en la que se destaca la superposición de varias capas vocales que suenan a un lamento espectral, además de sobresalir el aporte del órgano. Una idea que se me cruza todo el tiempo por la mente mientras escucho este álbum es la reminiscencia permanente con el modo que Martin Gore de Depeche Mode tiene de tocar la guitarra, creando esas melodías tan simples, directas y emotivas. Luego, en “Effigy at the Gates of Ur” resaltan las teclas, en un clima de una nostalgia conmovedora. Parker Chandler, bajista de Windhand, colabora en “Midnight Boy”, además de Gina Gleason de Baroness y Leanne Martz de Darling, en las guitarras. Se trata, en efecto, del tramo más rockero del disco.

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Otro invitado muy especial es T.J. Childers, baterista de Inter Arma, que colabora en las armonías vocales y tocando la guitarra slide a lo largo del álbum, aunque sobresale en “Hell in My Water”. Desde ya que todas las letras gravitan en torno a la decadencia romantizada inherente a esos territorios donde siempre convivieron la belleza y la brutalidad, y danzan la resignación y el resentimiento. “Take up Serpents” sigue avanzando en una introspección temeraria. “For Alicia” alcanza los picos más agudos a lo largo del camino montañoso. Una engañosa claridad aparece en “Eat What I Kill”, que suena más esperanzada, pero, en verdad, es una advertencia. Finalmente, “Death is the Reward for Love” es el cierre, y a la vez, una suerte de respuesta, al comienzo del disco, pues el amor es todo, y todo se pierde en una espesa bruma. De recomendación absoluta para la audiencia de Emma Ruth Rundle y Chelsea Wolfe -entre otras- esta es una obra excelente, ideal para escuchar en días grises, sobre todo si se está viajando en la ruta.

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Khanate – To Be Cruel (2023)
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Este parece ser el año de los retornos: algunos esperados y otros imprevistos, pero que revivieron anhelos latentes, dormidos. Tal es el caso del sorpresivo lanzamiento de “To Be Cruel” de Khanate, su quinto disco, catorce años después de “Clean Hands Go Foul”. La edición a cargo de Sacred Bones Records shockeó al público ávido por explorar los rincones más asfixiantes de la angustia existencial expresada en sonoridades cáusticas y ascéticas, y letras tan testimoniales como cuestionadoras.

Hablamos de un supergrupo que nació con el amanecer de este siglo, que –si lo recuerdan- se sintió más como un apocalipsis fallido (que sigue extendiéndose). El cuarteto está conformado por Alan Dubin (voz) y James Plotkin (bajo y “síntesis”), ambos de la extinta banda OLD, Stephen O’Malley (guitarra y feedback), de Sunn O))), y Tim Wyskida (batería y percusión), de Blind Idiot God. No es necesario profundizar en las características de cada uno de los proyectos de estos artistas, pero cualquiera que conozca las referencias, sabe que tienen muchas similitudes entre sí, por lo que era de suponer que Khanate condensara toda esta intensidad en un destilado tan catártico que resulta tóxico, una cura contra la ingenuidad que es, de hecho, ponzoñosa. Aquí cabe señalar que la palabra griega “pharmakon” significa tanto remedio como veneno. Si no hay escapatoria, ¿es liberador saberlo?

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La música de Khanate puede etiquetarse como drone doom metal, una manifestación emergente de la intersección entre una amplificación extrema, el culto a una repetición inductora de trances casi hipnóticos, un minimalismo fragmentario y una composición tributaria de los momentos más anecdóticos de improvisación, en el sentido de una íntima relación con el contexto. Se trata de trozos sónicos, algunos más complejos que otros, según la cantidad de elementos del conjunto que concentren, que se vinculan entre sí por vibraciones que, si no fueran deliberadas, serían residuales, producto de acoples, reverberaciones, quizás hasta ecos que fluyen entre un agónico espacio interior y un entorno aterrador. Hay quienes hallan en la música de Khanate una intencionalidad “cubista”, por esta idea de indagar “pedazos” rudimentarios desde múltiples perspectivas simultáneamente, al punto de reducir las formas de un modo generativo. El logo de la banda podría sugerir esto, pero a mí, personalmente, no me parece que la comparación con este movimiento cultural, no tan significativo a nivel de la historia de la música, sea la más adecuada. De hecho, opino que es más consistente una asociación con el surrealismo, que sí tuvo y tiene entidad para el arte que nos convoca, caracterizándose por la importancia de la improvisación no idiomática (incluso hasta el automatismo), la yuxtaposición de partes devaluadas (hasta el collage) y la atonalidad, todo en busca de canalizar una ansiedad, un malestar por la vida moderna, un sufrimiento que quiere mostrarse tan orgánicamente vertiginoso y desconcertante como se lo vivencia en la carne, algo para nada elaborado geométricamente.

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Esa conexión entre el adentro y el afuera, inevitable y dolorosa, es la que también exploran las letras escritas por Dubin, inspiradas por el estrés que le genera su trabajo, el insomnio, el rechazo por algunas personas cercanas, en fin: nada que pueda resultar ajeno a cualquier espíritu sensible en el mundo contemporáneo. Su voz es totalmente cruda, descuidada, sincera. Oscila entre los alaridos más disfónicos y los susurros más agorafóbicos, pasando por momentos que parecen de discurso psicótico. Absolutamente nada en Khanate tiene pretensiones de calidad técnica: todo es visceral, tambaleando sobre la cuerda floja que se sostiene entre la creación y la destrucción. Aparte de los padecimientos del cantante, el grupo, en general, tiene una percepción negativa de la sociedad estadounidense. Recordemos que surgió en ese fermento estético que es la escena de Nueva York, el caldero urbano donde, desde hace décadas, músicos del calibre de John Zorn y Glenn Branca vienen disolviendo los límites entre el jazz, el rock, el metal, la improvisación libre y la música contemporánea. Dentro del campo más heavy, otros proyectos que podemos mencionar en esta veta son The Body, Sumac, Locrian y, más recientemente, Body Void.

El disco tiene tres tracks de alrededor de veinte minutos cada uno, de manera que juntos superan una hora de duración. Es inútil separarlos analíticamente pues no tardaría en descubrirse una total falta de interés por la diversidad, algo que, en honor a la verdad, es excepcional en la vida cotidiana, si es que hay personas que realmente logran trascender la rutina. La rutina es un día, pero también es una semana, un mes, un año… ¿una vida? Es interesante saber que la banda se tomó más tiempo que nunca para grabar este álbum y, de hecho, el proceso se vio interrumpido por la pandemia.

Tanto en la percusión como en la electrónica hay un enfoque artesanal, un uso de recursos originales, no convencionales. La guitarra y el bajo privilegian obsesivamente el golpe sobre cada cuerda y el efecto de cada pedal desplegándose en la representación mental de una recámara de sofocante atmósfera viciada. Todo con el único propósito –conseguido exitosamente- de colocarnos ante el desafío de exponernos ante esa iteración tan horrorosa, que quizás nos anime a darle una oportunidad al caos. Un regreso extraordinario, totalmente disruptivo.

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Nightmarer – Deformity Adrift (2023)
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Nightmarer es una de esas bandas que siguen llevando al death metal a un lugar más elevado y complejo que el que habitan los grupos clásicos del género o las hordas tributarias de los mismos. Este quinteto de base en Portland, Oregon, se consolida, con este segundo álbum, como una de las fuerzas más poderosas dentro del estilo que suele llamarse “dissonant death metal” o también “technical death metal”, aunque tiene algunos toques de black, doom e incluso música industrial bastante marcados, a la vez que un sonido muy moderno, similar al que se emplea en la escena “djent” o “thall”. Otros referentes con los que podríamos asociar su música son Ulcerate y Baring Teeth, con algunas resonancias de Deathspell Omega o Plebeian Grandstand. El line-up es John Collett (voz), Simon Hawemann (guitarra), Keith Merrow (guitarra), Brendan Sloan (bajo) y Paul Seidel (batería).

El disco dura poco más de media hora, con nueve tracks que no son extensos. Nadie podría decir que el proyecto tiene intenciones progresivas. Sin embargo, es el trabajo más diverso de la banda hasta la fecha. El arte de tapa, realizado por Jeanne Comateuse, es cautivante: una imagen con una figura humanoide de deformidad contorsionada y padeciente, que elaborada con una paleta sobre todo de colores cálidos, casi remite a “El Grito” de Edvard Munch.

El poder que se desata en “Brutalist Imperator” es impactante. La voz gutural, las guitarras graves y con una distorsión brumosa, perforada ocasionalmente por arpegios desafiantes, el bajo de una masa con gravedad propia y la batería inclaudicable en su virtuosismo psicopático, serán siempre rasgos definitorios. Tal es así que “Baptismal Tomb” enfatiza todo con maldad hasta sorprender con un pasaje de actitud propia del jazz, donde el bajo adquiere protagonismo.

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“Throe of Illicit Withdrawal” sigue sacudiéndonos, poniendo a prueba los límites de cada recurso ya utilizado, por eso era esperable encontrar un tétrico interludio instrumental como es “Tooms”: parte del arte de saber de tensionar, para luego liberar las bestiales mutaciones de la batería en “Suffering Beyond Death” y una estridencia que se torna lacerante. Se reitera otro segmento jazzero que da un respiro en medio del caos más implacable.

“Taufbefehl” tiene a Christian Kolf y Jan Buckard (ambos de Valborg) como cantantes invitados, además de sumar el aporte de Eeli Helin (Fawn Limbs, Vorare, Sulphur Nurse, etc.) en la electrónica. Estas contribuciones hacen que se trate de un track que sobresale del resto. En “Hammer of Desolation” tenemos el título que nos facilita la metáfora ideal para describir muchos de los machaques que abundan en la música de Nightmarer. El recurso de los riffs que se despliegan despacio, mientras la percusión es muy rápida, es profusamente usado.

“Endstadium” es un track minimalista que funciona como introducción a “Obliterated Shrine”, un cierre a puro mareo, de una pesadez tal que parece hundirnos a sacudones vibratorios de inconmensurable amplitud. Hay samples y texturas sonoras a cargo de Jesse Zuretti y Robert Bruckmayer. Las cuerdas flamean y nos empujan con ímpetu lentamente destructivo hacia la disolución. “Deformity Adrift” es, sin dudas, una obra que debe escuchar todo el público amante de lo extremo.

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Telos – Deluge (2023)
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Telos
(“fin” en griego) es una banda danesa de blackened post-hardcore, que suena a una mezcla entre Converge y This Gift Is A Curse, como para dar una idea aproximada. Debutaron en 2018 y, desde ese entonces, vienen explorando territorios donde se cruzan con colegas como Hexis e Implore, solo por nombrar algunos. “Deluge” es su segundo full-length y da mucho de qué hablar. El line-up del grupo es: Victor Kaas (voz), Phillip Petersen (guitarra), Viktor Ravn (guitarra), Niels Hammer (bajo) y Emil Lake (batería).

El quinteto con base en Copenhague lanzó un trabajo de una brutalidad implacable. “Within Reach” ya presenta los rasgos esperables dentro del estilo y algunas particularidades de estos escandinavos. La voz es rabiosa, la batería va desplegando ritmos de cambios vertiginosos acompañada por un bajo potente y ajustado, pero lo que más sobresale es la construcción de los riffs de guitarra: en un solo track se escuchan tantos, y tan buenos, que resultan una promesa para el resto del disco. “Bastion” nos coloca ante extremos más guturales en el canto y machaques reminiscentes de lo que hoy suele llamarse “djent”.  A continuación, “Never Me” es un caos envolvente donde el sonido adquiere matices más modernos y nos sorprenden nuevos riffs de gran calidad. Hasta hay un momento bastante introspectivo en la mitad de la canción.

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“I Accept/I Receive” empieza con toda la fuerza, bajando la velocidad para asestar golpes más profundos, aunque los pasajes acelerados siempre aparecen. Otro tramo vuelve a captar nuestra atención, con líneas instrumentales minimalistas, que recuerdan mucho a las influencias post-hardcore de la banda. Lo que hacen las guitarras llega a ser delicioso. La variedad de líneas con distintas técnicas que se superponen en capas amerita una mención especial, sobre todo porque se trata de una música directa, sin intenciones de experimentación. El track cuenta con el aporte vocal de Rikke Emilie List.

“I’ve Been Gone For So Long” tiene un aura deathcore, y es bienvenida. Algo de ese halo se extiende a “Lapse” y daría la impresión de que el álbum se va tornando más pesado conforme se acerca el final. “As Atlas Stumbled” inicia con cierta melancolía para luego desatar un torbellino de tintes mathcore. Así llega el track terminal, “Throne” que tiene a Christian Bonnesen de LLNN –otra bestial banda danesa en ascenso- como cantante invitado. Las guitarras siguen cautivando con su labor, hasta nos entregan trémolos nostálgicos. A lo largo de todo el álbum, que dura poco más de media hora, es casi inevitable que la imaginación nos transporte a un concierto con un mosh en ebullición.

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Curse of Cain – Curse of Cain (2023)
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Este 12 de mayo, de la mano de Atomic Records, se estrena el álbum debut de la banda sueca Curse of Cain. El mismo esta compuesto por 9 canciones que todo seguidor de este genero va a apreciar, un sonido fresco desde el inicio al fin del disco.

Curse of Cain ha adoptado una temática en especial, buscando una mezcla entre lo futurista y lo bíblico, a lo largo de las canciones vamos comprendiendo como el principal personaje del que se habla tiene un objetivo a cumplir y una serie de vivencias y emociones que se ven reflejadas en el paisaje sonoro que acompaña la letra. Sin embargo los integrantes de la banda no se ponen en la piel de Cain, sino que él esta allí, merodeando cerca, entre las sombras, oyendo quizás cada una de estas historias. La banda ha optado por adoptar trajes y ser parte del escenario post apocalíptico que muestran tanto en la portada como en toda la temática de este trabajo.

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La cantidad de elementos sonoros que tiene cada una de las canciones de este álbum te hace formarte una película muy clara de ver. Coros y voces limpias bien usadas. Las cuerdas, todo el sonido del bajo tiene una ejecución que llama la atención ya que fusiona muy bien la oscuridad de las notas con un cierto dejo de allegro que suena de fondo. Son la mezcla y el buen uso de todos los sonidos electrónicos los que se llevan los aplausos en este trabajo, ya que son los que dan el toque de “futurismo” a cada melodía, resalto el hecho de que han sido bien incorporados, ya que no opacan a la percusión, ni a los coros, acompañan y dan color a la historia que se conforma. Personalmente si tengo que destacar una canción del álbum seria “Alive” es una canción necesaria en la playlist de todo ser humano.

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Cathari – In God’s Infinite Silence (2023)
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Cathari
es una banda de Filadelfia que salió a la luz en 2019 con un excelente disco debut “Corporeality”, logrando llamar mi atención en medio de la marea incesante de música que llega a mis oídos cada año. En ese entonces, su particular doom metal con algunos rasgos de black (solo por usar categorías a modo referencial) me atrajo por los profundos sentimientos que evocaba en mí su angustiante existencialismo y el equilibrio tan sutil que conseguía entre un rock casi reminiscente de The Doors o Nick Cave & The Bad Seeds y momentos pesados magistralmente elaborados. Ese primer trabajo había sido editado por Seeing Red Records; ahora el lanzamiento es independiente.

Tras una pandemia sin precedentes, algunos cambios de line-up y en las vidas personales de sus integrantes, el grupo retorna lanzando otro álbum, sin pretensión alguna más que entregarle al mundo una nueva versión de sí mismo; y la transformación es sublime: una verdadera reencarnación. Esto no debe ser casual. Los cátaros fueron una secta cristiana que profesaba un dualismo en el que todo lo material representaba el mal: el cuerpo era el infierno. Creían en la reencarnación como proceso de autoconocimiento hasta la liberación del alma. Practicaban el vegetarianismo y se oponían a la procreación, pues, claramente, renegaban del reino de la carne. Al ser considerado un grupo herético fue perseguido por la Inquisición hasta desaparecer lentamente. En la actualidad, la banda está formada por Magdalena Stephens (voz, composición y noise), Kevin Nolan (guitarra principal), Ty Miller (guitarra rítmica y noise), Zack Van Sant (bajo) y Michael Quigley (batería y composición).

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Las letras escritas y cantadas por Mag Stephens siempre tuvieron un rol protagónico en el arte de Cathari y el sufrimiento fue y sigue siendo su inspiración constante. En este disco son menos abstractas y retratan de manera más visceral los padecimientos de la experiencia humana. Esto ya es evidente en “Wolves in a Cage”, una melancólica canción que resulta muy similar a lo hecho por el grupo en el disco anterior. La voz y su mensaje son centrales, con un acompañamiento instrumental bastante minimalista, en la medida justa para que todo sea intensamente emotivo. Luego “Berks” sigue recorriendo el mismo camino, dando la impresión de que todavía nos encontramos ante la misma banda que nos brindó su primer disco hace unos años, algo que pronto demostrará ser ilusorio. Cada elemento de la música empieza a desplegarse con más ímpetu, como si la potencia fuera in crescendo, y cuando la batería se acelera y aparecen los gritos desesperados, ya empezamos a ver los nuevos colores y formas de la mariposa nocturna que atrás dejó el capullo.

La brutalidad de “The Tipping Point” sorprende gratamente. La voz gutural es salvaje y el riff de guitarra es de una contundencia despiadada. No quedan dudas de que Cathari es una nueva criatura, mucho más tenebrosa en su expresión. La ejecución de la batería es implacable y resalta como uno de los cambios más relevantes en comparación con todo lo hecho previamente por el grupo. “Children of Men” disipa un poco la furia, pero nos guía hacia una introspección que nos llena de tristeza. Ese ánimo reflexivo no tarda en desatar la ira, algo que se siente como una consecuencia natural. La crudeza del canto, la sutileza perfecta de las guitarras y el bajo, y la expresividad de los recursos percusivos son destacables, pues logran hacer vibrar las fibras más íntimas.

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“Beautiful Boy” fue el single elegido para anticipar la salida del álbum, y es mi track favorito, el que expone con más fuerza el desarrollo de la banda. Stephens demuestra una versatilidad e histrionismo abrumadores, para materializar una narrativa que también es forjada por los golpes impiadosos y repetitivos que asesta el conjunto instrumental, sin dar respiro. Así llegamos al final con “In God’s Infinite Silence”, que tiene una larga introducción casi industrial hasta que emerge una sonoridad propia del doom, lenta y oscura, con rasgos de lamento y clamor exhausto. El trabajo vocal sigue siendo extraordinario, alternando momentos cavernosos con otros de canto melódico de fugaces matices ceremoniales.

Este segundo trabajo de Cathari prueba que la banda ha madurado en todo sentido, lo que implica mantener su esencia perfeccionando cada aspecto de su arte: la amplitud creativa, la apasionada diversidad vocal, la interpretación de cada instrumento y la concepción filosófica que manifiesta. “IGIS” ya forma parte de mi lista de los lanzamientos musicales de este año y lo recomiendo absolutamente.

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Sunrot – The Unfailing Rope (2023)
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Sunrot
es una banda estadounidense, oriunda de New Jersey, que afirma ejecutar un “compulsive post noise power sludge”. Considerando el valor de las categorías que se usan para etiquetar la música, me parecen bienvenidas las que inventan las personas que la componen. “The Unfailing Rope”, editado por el sello Prosthetic Records, es el segundo full-length del grupo, que también publicó varios EPs, splits y participó de compilados. Su line-up es: Lex Alex Nihilum (voz), Christopher Eustaquio (guitarra), Rob Gonzalez (guitarra), Ross Bradley (bajo) y Alex Dobrowolski (batería). El álbum fue grabado y mezclado por Scot Moriarty de la banda grindcore Organ Dealer, y masterizado por Magnus Lindberg de Cult Of Luna.

El compromiso político siempre fue una característica de Sunrot, entre muchos otros motivos, porque forma parte de una nueva generación de bandas que tienen integrantes, no solamente provenientes de familias inmigrantes, sino que también son personas trans o con identidades de género no binarias. Otros ejemplos son Body Void, Cathari y Sigils. También tienen contactos con grupos que comparten el espíritu revolucionario como Ether Coven y Pig Destroyer. Este álbum en particular está dedicado “a la memoria de Brian ‘Pork’ Dodgeson, Olga Miller, Maxx Ortiz, y quienes perdieron sus vidas por las fallas sistemáticas de la racista, clasista y aborrecible guerra contra las drogas”. También “a toda la gente luchando contra la opresión y que todavía cree que un mundo mejor es posible.”

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“Descent” es un sample que funciona como introducción. Sunrot es una banda que hace un empleo profuso de samples y recursos que le dan un notable componente noise. “Trepanation” ya es una excelente demostración de lo que la banda puede ofrecer: riffs potentes de guitarra y bajo con mucha distorsión y fuzz, una batería versátil y precisa, y una voz furiosa. Scot Moriarty aparece en unos fragmentos recitados.  Sigue “Gutter”, que arranca a pura ira y suma nuevas voces, en esta oportunidad, las de Bryan Funck y Emily McWilliams, esta última especialmente encantadora. Todo vuelve a sonar con tremenda contundencia: Sunrot es un grupo al que le sobra energía.

“The One You Feed Pt. 2” es mi canción preferida del álbum. Es relativamente corta en comparación con el resto, pero tiene un riff sencillo, poderoso y emotivo. “The Cull” es un típico interludio noise que nos lleva hacia “Patricide”, mi otro track favorito del disco, no solamente por la música en sí misma, sino por la letra que ataca frontalmente al orden patriarcal que sigue imperando en todas las sociedades contemporáneas. Blake Harrison de Pig Destroyer colabora con la electrónica. Luego, “Tower of Silence”, el track más extenso, incluye machaques demoledores y tiene una potencia descomunal.

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“Love” contiene un sample tomado del discurso (brillante y profético, según la propia banda) de James Baldwin, novelista, dramaturgo, ensayista, poeta y activista por los derechos civiles estadounidense, que siendo negro y homosexual, se encontraba en una situación en la que podía vivenciar en carne propia las desgracias de la discriminación. Sus palabras están acompañadas por todo un fondo de ruidos estridentes que se vuelven casi ensordecedores. Así concluye un muy buen segundo trabajo de una banda en franco ascenso.

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Predatory Void – Seven Keys to the Discomfort of Being (2023)
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Predatory Void es un nuevo proyecto que empezó a tomar forma cuando Lennart Bossu (Amenra, Oathbreaker) se encontró componiendo material que no encajaba para Amenra, mientras Oathbreaker continúa en un hiatus. A esta altura ya no es ninguna novedad que en Ghent, Bélgica, existe una escena efervescente cuando se trata de música pesada. Entonces, Bossu convocó a artistas de la zona, incluido su compañero bajista en Amenra, Tim De Gieter. Se sumaron la cantante Lina R (Cross Bringer), Thijs De Cloedt (ex miembro de Aborted) como segundo guitarrista y Vincent Verstrepen (ex Carnation) en batería. Ya desde el line-up era esperable una propuesta más extrema, y dicha expectativa se cumple. Editado por Century Media Records, el debut de Predatory Void es impactante.

Obviamente, las influencias tanto de Amenra como de Oathbreaker son notables: Bossu forma parte de ambas bandas. Sin embargo, este nuevo grupo de blackened doom metal tiene muchos elementos de death metal al estilo de Ulcerate, solo por dar una referencia. “Grovel” posee algunos de los momentos más rabiosos y los riffs más afilados, casi al estilo de Slayer. La voz de Lina R es brutal, y los coros guturales a cargo del bajista son profundamente cavernosos. Los blast-beats y el doble pedal de la batería son implacables. “*(struggling..)” empieza siguiendo la misma senda, hasta que todo se enlentece, aparece el canto limpio y melódico, y las guitarras adquieren esa sonoridad mucho más sludge. El bajo ofrece siempre un fondo sólido inclaudicable, aunque va variando los efectos empleados.

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“Endless Return to the Kingdom of Sleep” tiene un comienzo ominoso, la voz alterna pasajes hipnóticos con otros de ira temeraria. Los cortes que anuncian una aceleración vertiginosa son los que marcan una clara diferencia con lo hecho por los otros grupos de Bossu. Se impone un machaque aplastante, que invita a un intenso headbanging. Las guitarras también recurren al trémolo más típico del black metal. Luego, “Seeds of Frustration” es una canción con guitarra electroacústica y voz melancólica que remite a lo más esencial del doom. Funciona como una suerte de interludio a modo de respiro.

“The Well Within” recupera toda la furia de los tramos más violentos, entramada con esos toques de angustia que Bossu sabe traducir tan bien al lenguaje musical y que son la marca definitoria de Amenra. El despliegue de la percusión es destacable a lo largo de todo el álbum, caracterizado por los cambios de ritmo en tracks relativamente largos con enfoque progresivo, algo que también se refleja en “Shedding Weathered Skin”, canción en la que los coros de De Gieter se destacan nuevamente.

Todo termina con “Funerary Vision”, que tuvo su propio videoclip animado dirigido por el célebre Dehn Sora, muy conocido por sus colaboraciones con Amenra. De hecho, se trata de la canción que más fuertemente puede asociarse con la banda originaria de Bossu y De Gieter, y el video también recuerda mucho al de “De Evenmens” del último disco de Amenra, “De Doorn” (2021). De todas maneras, hay que decir que el track tiene segmentos de una agresividad que los referentes del post-metal no alcanzan (ni buscan, al menos por ahora). Esta canción final es mi favorita del todo el álbum junto con “Grovel” y “Endless Return to the Kingdom of Sleep.” Estos tres tracks fueron los seleccionados como singles para tener sus respectivos videos, junto con “*(struggling…)”, lo que podría dar cuenta de que Predatory Void tiene claras sus fortalezas: las bases para un futuro prometedor.

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Depeche Mode – Memento Mori (2023)
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Dada la particular importancia de este disco, era necesario dejar pasar el tiempo y las escuchas atentas para brindarle toda la dedicación necesaria a su reseña. Esto es así por varios motivos: es el primero tras el fallecimiento de Andrew Fletcher, miembro original de Depeche Mode, ocurrido el 26 de mayo de 2022, que no es poca cosa tratándose del decimoquinto álbum en una carrera que comenzó a principios de la década de los 80. A su vez, hablamos de una banda que, hoy conformada solamente por Martin Gore y Dave Gahan (más los acompañantes ya habituales hace varios años) se ha desarrollado de manera tal que, desde sus comienzos como un proyecto synthwave bastante naive, llegó a convertirse en un grupo que se ubica entre los máximos referentes del darkwave y el rock electrónico, con una estética oscura y en el que la guitarra eléctrica siempre tuvo gran protagonismo. La batería también se convirtió en un instrumento muy presente, y algún bajo ocasional, fueron dándole al conjunto un semblante que trascendía lo “tecno” mediante los clásicos sintetizadores y la programación.

No caben dudas de que Depeche Mode es una de las bandas más famosas e icónicas de la música popular desde hace más de cuatro décadas y logró cautivar a un público que también puede abrevar en el metal. Más allá de la audiencia, es innumerable la cantidad de grupos de este género que recibieron la influencia de los ingleses, y es destacable el número de covers que han interpretado. Entre las bandas que hicieron sus propias versiones de canciones de DM podemos nombrar a Deftones, Rammstein, Marilyn Manson, Converge, In Flames, Samael, A Perfect Circle, The Dillinger Escape Plan, Moonspell, HIM y Lacuna Coil.

Como sea, “Memento Mori” merecía la garantía de las múltiples escuchas vivenciadas en diversos contextos a lo largo del tiempo. Que muera un integrante fundador, un amigo, es un golpe demasiado duro, y decidir darle al disco un título latino que nos recuerda que todos y todas vamos a morir en algún momento, implica un mensaje pesado. Pero así como la frase elegida suele ser complementada con “carpe diem”, que nos invita a vivir cada día al máximo, Depeche Mode juntó fuerzas para seguir adelante y hacerlo en grande. Entonces nos hallamos ante un recordatorio de que, ante la fugacidad de la vida, debemos gozar tanto como podamos, aprovechando cada momento.

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El impacto de la pérdida de Fletcher generaba dudas en cuanto al nivel creativo que este nuevo trabajo podía tener, más aun considerando que algunos de sus antecesores no habían sido muy favorecidos por el público y la crítica en el marco de una discografía que brindó al mundo muchos clásicos que ya forman parte ineludible de la cultura pop. No obstante, aparte de mencionar esto, en lo personal debo decir que no creo que la banda tenga un solo disco de baja calidad: son todos excelentes y “Memento Mori” no es la excepción.

“My Cosmos Is Mine” es un track muy introspectivo, lento y denso, una suerte de admonición en medio del duelo. Está construido con pura electrónica y el canto del dúo protagónico que, a esta altura, ya es legendario. La misma fórmula sigue en “Wagging Tongue”, aunque el ánimo cambia levemente, sobre todo por el ritmo, que empieza a generar esa ambivalencia tan esencial a la nostalgia. Las letras también expresan esa tensión constante que, justamente, es la fuente de la motivación por hacer lo que pueda darnos felicidad: ser conscientes de que debemos tener un fin, tanto en el sentido de construir un sentido para nuestra existencia, como en el de la inevitabilidad de la muerte. Y llega “Ghosts Again”, que fue el primer single con video propio. La guitarra, con ese estilo minimalista tan típico de Gore, hace su presentación magistral, y el mensaje del álbum se expresa con más potencia que nunca. He aquí una de las grandes virtudes de Depeche Mode: poder hacer que la gente baile canciones que le advierten sobre la finitud del ser. Algo muy similar sucedía, por ejemplo, con “Fly On the Windscreen” del disco “Black Celebration” (1986). Aquí caben dos comentarios. Por un lado, ese es uno de los encantos de todo el movimiento darkwave, incluso en sus manifestaciones post-punk (The Cure, Joy Division, Bauhaus, Siouxsie & The Banshees, The Sisters of Mercy, etc.). Por el otro, este álbum de DM tiene cierto halo de retorno a un sonido que puede vincularse con el de los principios del proyecto en la década de los 80.

En “Don’t Say You Love Me” la guitarra tiene un rol más sutil, en una canción con rasgos de lamento por la decepción amorosa. La atmósfera se agita un poco más en “My Favourite Stranger”, una dosis de angustia destilada, y aquí ya resalta una característica muy interesante: la mayoría de las canciones nos presentan las voces tanto de Gahan como de Gore. Ya sabemos que la combinación es alucinante, pero siempre hubo muchas que solamente tenían a uno de ellos como única voz. La escucha del disco completo confirma este atributo, que no es un detalle menor: diez de los doce tracks son cantados por ambos.

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“Soul With Me” es la única canción donde nos encontramos con Gore como cantante en solitario, con un clima casi de blues. “Caroline´s Monkey”, ya desde el título, tiene un enfoque metafóricamente más arriesgado, quizás levemente más “alegre”, porque la mirada está puesta, nuevamente, en alguien más, y esto resalta en medio de una obra tan intimista y reflexiva como este álbum. “Before We Drown” sigue en una veta similar, con algunos elementos que no suenan tan ominosos. El vibrato de Gore en los coros es maravilloso; lo ha sido históricamente.

Todo parece volverse un poco más “optimista”, tanto en el sonido como en la letra, al llegar “People Are Good”. Sin embargo, es más bien un aviso acerca de la ingenuidad que solemos tener en las relaciones con las demás personas. Esto parece un eco del hit “People Are People” incluido en el disco “Some Great Reward” (1984). “Always You” es una hermosa canción romántica, una de mis favoritas del álbum junto con “Ghosts Again” y la que le sigue “Never Let Me Go” (con una guitarra especialmente “rockera”). Hablando de ecos, no puedo evitar la asociación con “Never Let Me Down Again” de “Music for the Masses” (1987), al menos en cuanto al nombre. ¿Habrán sido inconscientes estos sugerentes retornos al pasado?

“Speak To Me” da un cierre intensamente emotivo, solo con la voz de Gahan. Queda claro que fuimos llevados a lo largo de un recorrido en busca de razones para seguir adelante, pensando en los vínculos humanos y toda su complejidad. De esta manera, “Memento Mori” se nos ofrece como una gran demostración de lo que Depeche Mode sabe hacer: canalizar lo que sea (y esta vez la prueba es notoria) con un virtuosismo artístico innegable, para entregarnos un trabajo que, sin dudas, estará entre lo más meritorio de este año en materia musical.

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Dødheimsgard – Black Medium Current (2023)
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Tras la salida del último álbum de Liturgy, que Dødheimsgard (DHG) lance su nuevo disco (el sexto) convierte al 2023, ya en el mes de abril, en una gloria para el black metal de vanguardia. Black Medium Current, editado por el sello británico Peaceville Records, es una obra que, dentro de la historia de la banda noruega, de alguna manera completa una trilogía con 666 International (1999) y A Umbra Omega (2015), dos trabajos totalmente asombrosos y rupturistas, aclamados tanto por el público como por la crítica especializada. El arte de tapa, a cargo de Łukasz Jaszak, parece una deconstrucción del de The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, justamente en el año de su 50° aniversario.

La grabación y mezcla fueron realizadas en Top-Room Studios por Matias Aaversen. Para las personas interesadas en saber más acerca de la historia y el proceso creativo detrás del icónico 666 International es recomendable la lectura (en inglés) de la entrevista a todos los involucrados publicada como “Dødheimsgard’s 666 International: An Oral History by Daniel Lukes” que forma parte de Black Metal Rainbows, un libro compilado por Daniel Lukes, Stanimir Panayotov y Jaci Raia, y editado este año por PM Press, en el cual se abordan las disidencias sexogenéricas y las corrientes progresistas (antifascistas, feministas, queer, etc.) dentro de la escena del mencionado estilo musical.

El grupo liderado por Yusaf Parvez, alias Vicotnik (esta vez responsable de la voz, guitarra, sintetizadores, electrónica y composición), tiene una trayectoria y una evolución artística comparables con las de sus compatriotas Ulver, aunque siempre es bueno recordar los momentos más experimentales de Mayhem o Satyricon. La formación del grupo en esta ocasión se completa con L.E. Måløy (bajo, piano, violonchelo, theremin y electrónica), Tommy “Guns” Thunberg (guitarra principal) y Myrvoll (batería). El disco, producido por el mismo Vicotnik, nos lleva a una exploración de la existencia desde el nivel psicológico hasta el cósmico, de un modo tal que se refleja en la diversidad sonora que nos ofrece.

Ya sabemos que DHG interpreta un black metal que incorpora elementos del jazz, el rock progresivo, la música electrónica y la industrial, y que elude en sus letras los tópicos tradicionales que siguen imperando dentro del género más difundido desde Noruega. Hay letras escritas tanto en noruego como en inglés. En ellas se tratan temáticas como la fragilidad de la construcción que cada mente hace de lo que es nuestra identidad y el universo que la rodea y la incluye, los límites de la percepción y la conciencia, las causas y consecuencias de las emociones, el sentido de la vida y de la muerte, las dimensiones de la existencia. Todo esto parece vincularse con la necesidad de Vicotnik de tratar la cuestión de la salud mental tras la pandemia, con un enfoque tanto estético como epistemológico.

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El recorrido por los infinitos espacios de lo que sea que llamemos realidad comienza con “Et Smelter” y guitarras electroacústicas y susurros que dan lugar al canto melódico, hasta que irrumpe la base rítmica marcada por blast-beats y un bajo sólido como un muro, sobre los que se despliega un trémolo que va mutando en varias expresiones de melancolía. La voz se torna agresiva. Promediando el track todo se vuelve relativamente calmo y hacia el final se destaca un teclado etéreo que termina en un pasaje casi de psicodelia funk con coros y un exaltado solo de guitarra. “Tankespinnerens Smerte” suena un poco más convencional para el género, aunque no por ello con menor expresividad. También se impone un cambio notable hacia la mitad de la canción, alterando completamente el clima, que vuelve a agitarse hacia la culminación. Queda claro que la composición avanza en capas, que progresa en texturas.

Sigue “Interstellar Nexus” y llegado este punto no puede evitarse destacar el virtuosismo evidenciado en la ejecución de cada instrumento. El trabajo vocal adquiere rasgos especialmente histriónicos. El ritmo se va transformando abruptamente y tiene momentos casi aptos para la danza. El aspecto tecno de DHG resalta más que nunca y, por si no fuera suficiente, el inicio de “It Does Not Follow” nos descoloca al ponernos frente a lo que bien podría ser parte de la banda sonora de una película de acción de la década de los 80’s, incorporando elementos synthwave, más allá de una base de bajo con mucho groove. Sin embargo, otra vez, nos sorprende un giro hacia una sonoridad a puro black. Esa “pureza”, no obstante, nada tiene que ver con la crudeza: hablamos de una música hecha por creadores que están mucho más allá de conformarse con una cualidad tan precaria.

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“Voyager” es un breve interludio de piano casi impresionista que nos transporta hasta “Halow”, tramo donde la oscuridad vuelve a reinar, una negrura tan perfecta que permite vislumbrar hasta los más mínimos destellos del colorido espectro de la luz al atravesar el prisma de las intenciones de Vicotnik. A modo de comentario que cabría hacer en cualquier punto del trayecto de este impresionante álbum, hay que resaltar la calidad del trabajo relativo a las voces, la superposición de distintos timbres, la armonización y la alternancia de técnicas para cantar (con reminiscencias de King Diamond y Attila Csihar). Lo mismo sucede con cada pasaje en los que el bajo brilla y capta la atención. Domina un sentimiento de angustia mezclada con una extrañeza tan inconmensurable que quizás permita encontrar solaz en la incertidumbre.

Todo se convulsiona en “Det Tomme Kalde Morke”, donde lo que hacen los sintetizadores vuelve a impedir que lo que se escucha sea solamente black metal. Este fue el segundo corte de difusión con un videoclip animado creado por el propio Vicotnik. Es imposible exagerar la impactante labor de las guitarras en esta maravillosa obra que es “Black Medium Current”. A veces recuerdan al estilo de Euronymous y de Blasphemer, pero sobre todo al de Satyr. “Abyss Perihelion Transit” fue el primer single con video propio, realizado por el ya célebre dibujante Costin Chioreanu. Es uno de los tramos más alucinógenos del opus que estamos analizando. Tiene una actitud casi hippie, y no tengo prejuicio alguno al emplear este adjetivo. Hay ecos de esas “vibras” que buscaban la paz en la expansión de los poderes psíquicos y el amor libre de las cadenas forjadas por los poderes que siempre fueron las fuentes de toda opresión.

El cierre está dado por “Requiem Aeternum”, donde surge un ambiente dramático, casi operístico, en el que las teclas y el violonchelo tienen tanta importancia como las voces, para evocar una tristeza como la que se vivencia al fin de cada viaje que cambia nuestras vidas. No queda más que sumarme a las multitudes convencidas de que este disco estará entre lo más destacado del año en curso. Se recomienda la escucha a cada espíritu rebelde y amante de la música de alto vuelo.

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Dorthia Cottrell – Death Folk Country (2023)
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He tenido muchas ganas de reseñar este disco desde que volví de Tennessee, casi para la fecha en que fue lanzado, aunque ya había escuchado los singles “Family Annihilator”, “Harvester” y “Take up Serpents” mientras todavía me encontraba allí. Debe ser que, si bien siempre fui seguidor de Johnny Cash y Townes Van Zandt, regresé mucho más impregnado de ese espíritu “Southern Gothic” que, sin dudas, emana de la música de Dorthia Cottrell, conocida por ser la cantante de la banda de doom metal Windhand. Esta artista oriunda de Virginia, vuelve a entregarnos un disco con una estética “Dark Americana”. La edición de este excelente trabajo fue hecha por Relapse Records.

La principal diferencia con su homónimo disco debut como solista, publicado en 2015, es que “Death Folk Country”, además de tener un título que podría usarse para bautizar un estilo, tiene un enfoque que, en general, es más minimalista y oscuro. Cottrell explora con su arte los vínculos entre el amor, la vida y la muerte, de un modo muy caro a los dilemas éticos del sur estadounidense, habitado por fantasmas que son el recuerdo constante de grandes sufrimientos históricos. Según ella misma, ese nombre que eligió, describe tanto al género que ejecuta como a su mundo interior, tanto a la música como a la tierra que la inspira, que se unen inextricablemente.

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“Death is the Punishment for Love” es una introducción netamente instrumental que nos sumerge en la niebla que emana del paisaje. Hay una gran continuidad entre cada track. “Harvester” ya nos presenta, además de la dulce voz de Cottrell, el sonido de guitarra (electroacústica y eléctrica) y la percusión (melódica o platillos) que siempre serán el acompañamiento. La encantadoramente triste “Black Canyon” tiene algunos samples ambientales y llegamos a “Family Annihilator”, una canción bastante siniestra en la que se destaca la superposición de varias capas vocales que suenan a un lamento espectral, además de sobresalir el aporte del órgano. Una idea que se me cruza todo el tiempo por la mente mientras escucho este álbum es la reminiscencia permanente con el modo que Martin Gore de Depeche Mode tiene de tocar la guitarra, creando esas melodías tan simples, directas y emotivas. Luego, en “Effigy at the Gates of Ur” resaltan las teclas, en un clima de una nostalgia conmovedora. Parker Chandler, bajista de Windhand, colabora en “Midnight Boy”, además de Gina Gleason de Baroness y Leanne Martz de Darling, en las guitarras. Se trata, en efecto, del tramo más rockero del disco.

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Otro invitado muy especial es T.J. Childers, baterista de Inter Arma, que colabora en las armonías vocales y tocando la guitarra slide a lo largo del álbum, aunque sobresale en “Hell in My Water”. Desde ya que todas las letras gravitan en torno a la decadencia romantizada inherente a esos territorios donde siempre convivieron la belleza y la brutalidad, y danzan la resignación y el resentimiento. “Take up Serpents” sigue avanzando en una introspección temeraria. “For Alicia” alcanza los picos más agudos a lo largo del camino montañoso. Una engañosa claridad aparece en “Eat What I Kill”, que suena más esperanzada, pero, en verdad, es una advertencia. Finalmente, “Death is the Reward for Love” es el cierre, y a la vez, una suerte de respuesta, al comienzo del disco, pues el amor es todo, y todo se pierde en una espesa bruma. De recomendación absoluta para la audiencia de Emma Ruth Rundle y Chelsea Wolfe -entre otras- esta es una obra excelente, ideal para escuchar en días grises, sobre todo si se está viajando en la ruta.

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Khanate – To Be Cruel (2023)
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Este parece ser el año de los retornos: algunos esperados y otros imprevistos, pero que revivieron anhelos latentes, dormidos. Tal es el caso del sorpresivo lanzamiento de “To Be Cruel” de Khanate, su quinto disco, catorce años después de “Clean Hands Go Foul”. La edición a cargo de Sacred Bones Records shockeó al público ávido por explorar los rincones más asfixiantes de la angustia existencial expresada en sonoridades cáusticas y ascéticas, y letras tan testimoniales como cuestionadoras.

Hablamos de un supergrupo que nació con el amanecer de este siglo, que –si lo recuerdan- se sintió más como un apocalipsis fallido (que sigue extendiéndose). El cuarteto está conformado por Alan Dubin (voz) y James Plotkin (bajo y “síntesis”), ambos de la extinta banda OLD, Stephen O’Malley (guitarra y feedback), de Sunn O))), y Tim Wyskida (batería y percusión), de Blind Idiot God. No es necesario profundizar en las características de cada uno de los proyectos de estos artistas, pero cualquiera que conozca las referencias, sabe que tienen muchas similitudes entre sí, por lo que era de suponer que Khanate condensara toda esta intensidad en un destilado tan catártico que resulta tóxico, una cura contra la ingenuidad que es, de hecho, ponzoñosa. Aquí cabe señalar que la palabra griega “pharmakon” significa tanto remedio como veneno. Si no hay escapatoria, ¿es liberador saberlo?

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La música de Khanate puede etiquetarse como drone doom metal, una manifestación emergente de la intersección entre una amplificación extrema, el culto a una repetición inductora de trances casi hipnóticos, un minimalismo fragmentario y una composición tributaria de los momentos más anecdóticos de improvisación, en el sentido de una íntima relación con el contexto. Se trata de trozos sónicos, algunos más complejos que otros, según la cantidad de elementos del conjunto que concentren, que se vinculan entre sí por vibraciones que, si no fueran deliberadas, serían residuales, producto de acoples, reverberaciones, quizás hasta ecos que fluyen entre un agónico espacio interior y un entorno aterrador. Hay quienes hallan en la música de Khanate una intencionalidad “cubista”, por esta idea de indagar “pedazos” rudimentarios desde múltiples perspectivas simultáneamente, al punto de reducir las formas de un modo generativo. El logo de la banda podría sugerir esto, pero a mí, personalmente, no me parece que la comparación con este movimiento cultural, no tan significativo a nivel de la historia de la música, sea la más adecuada. De hecho, opino que es más consistente una asociación con el surrealismo, que sí tuvo y tiene entidad para el arte que nos convoca, caracterizándose por la importancia de la improvisación no idiomática (incluso hasta el automatismo), la yuxtaposición de partes devaluadas (hasta el collage) y la atonalidad, todo en busca de canalizar una ansiedad, un malestar por la vida moderna, un sufrimiento que quiere mostrarse tan orgánicamente vertiginoso y desconcertante como se lo vivencia en la carne, algo para nada elaborado geométricamente.

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Esa conexión entre el adentro y el afuera, inevitable y dolorosa, es la que también exploran las letras escritas por Dubin, inspiradas por el estrés que le genera su trabajo, el insomnio, el rechazo por algunas personas cercanas, en fin: nada que pueda resultar ajeno a cualquier espíritu sensible en el mundo contemporáneo. Su voz es totalmente cruda, descuidada, sincera. Oscila entre los alaridos más disfónicos y los susurros más agorafóbicos, pasando por momentos que parecen de discurso psicótico. Absolutamente nada en Khanate tiene pretensiones de calidad técnica: todo es visceral, tambaleando sobre la cuerda floja que se sostiene entre la creación y la destrucción. Aparte de los padecimientos del cantante, el grupo, en general, tiene una percepción negativa de la sociedad estadounidense. Recordemos que surgió en ese fermento estético que es la escena de Nueva York, el caldero urbano donde, desde hace décadas, músicos del calibre de John Zorn y Glenn Branca vienen disolviendo los límites entre el jazz, el rock, el metal, la improvisación libre y la música contemporánea. Dentro del campo más heavy, otros proyectos que podemos mencionar en esta veta son The Body, Sumac, Locrian y, más recientemente, Body Void.

El disco tiene tres tracks de alrededor de veinte minutos cada uno, de manera que juntos superan una hora de duración. Es inútil separarlos analíticamente pues no tardaría en descubrirse una total falta de interés por la diversidad, algo que, en honor a la verdad, es excepcional en la vida cotidiana, si es que hay personas que realmente logran trascender la rutina. La rutina es un día, pero también es una semana, un mes, un año… ¿una vida? Es interesante saber que la banda se tomó más tiempo que nunca para grabar este álbum y, de hecho, el proceso se vio interrumpido por la pandemia.

Tanto en la percusión como en la electrónica hay un enfoque artesanal, un uso de recursos originales, no convencionales. La guitarra y el bajo privilegian obsesivamente el golpe sobre cada cuerda y el efecto de cada pedal desplegándose en la representación mental de una recámara de sofocante atmósfera viciada. Todo con el único propósito –conseguido exitosamente- de colocarnos ante el desafío de exponernos ante esa iteración tan horrorosa, que quizás nos anime a darle una oportunidad al caos. Un regreso extraordinario, totalmente disruptivo.

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Nightmarer – Deformity Adrift (2023)
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Nightmarer es una de esas bandas que siguen llevando al death metal a un lugar más elevado y complejo que el que habitan los grupos clásicos del género o las hordas tributarias de los mismos. Este quinteto de base en Portland, Oregon, se consolida, con este segundo álbum, como una de las fuerzas más poderosas dentro del estilo que suele llamarse “dissonant death metal” o también “technical death metal”, aunque tiene algunos toques de black, doom e incluso música industrial bastante marcados, a la vez que un sonido muy moderno, similar al que se emplea en la escena “djent” o “thall”. Otros referentes con los que podríamos asociar su música son Ulcerate y Baring Teeth, con algunas resonancias de Deathspell Omega o Plebeian Grandstand. El line-up es John Collett (voz), Simon Hawemann (guitarra), Keith Merrow (guitarra), Brendan Sloan (bajo) y Paul Seidel (batería).

El disco dura poco más de media hora, con nueve tracks que no son extensos. Nadie podría decir que el proyecto tiene intenciones progresivas. Sin embargo, es el trabajo más diverso de la banda hasta la fecha. El arte de tapa, realizado por Jeanne Comateuse, es cautivante: una imagen con una figura humanoide de deformidad contorsionada y padeciente, que elaborada con una paleta sobre todo de colores cálidos, casi remite a “El Grito” de Edvard Munch.

El poder que se desata en “Brutalist Imperator” es impactante. La voz gutural, las guitarras graves y con una distorsión brumosa, perforada ocasionalmente por arpegios desafiantes, el bajo de una masa con gravedad propia y la batería inclaudicable en su virtuosismo psicopático, serán siempre rasgos definitorios. Tal es así que “Baptismal Tomb” enfatiza todo con maldad hasta sorprender con un pasaje de actitud propia del jazz, donde el bajo adquiere protagonismo.

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“Throe of Illicit Withdrawal” sigue sacudiéndonos, poniendo a prueba los límites de cada recurso ya utilizado, por eso era esperable encontrar un tétrico interludio instrumental como es “Tooms”: parte del arte de saber de tensionar, para luego liberar las bestiales mutaciones de la batería en “Suffering Beyond Death” y una estridencia que se torna lacerante. Se reitera otro segmento jazzero que da un respiro en medio del caos más implacable.

“Taufbefehl” tiene a Christian Kolf y Jan Buckard (ambos de Valborg) como cantantes invitados, además de sumar el aporte de Eeli Helin (Fawn Limbs, Vorare, Sulphur Nurse, etc.) en la electrónica. Estas contribuciones hacen que se trate de un track que sobresale del resto. En “Hammer of Desolation” tenemos el título que nos facilita la metáfora ideal para describir muchos de los machaques que abundan en la música de Nightmarer. El recurso de los riffs que se despliegan despacio, mientras la percusión es muy rápida, es profusamente usado.

“Endstadium” es un track minimalista que funciona como introducción a “Obliterated Shrine”, un cierre a puro mareo, de una pesadez tal que parece hundirnos a sacudones vibratorios de inconmensurable amplitud. Hay samples y texturas sonoras a cargo de Jesse Zuretti y Robert Bruckmayer. Las cuerdas flamean y nos empujan con ímpetu lentamente destructivo hacia la disolución. “Deformity Adrift” es, sin dudas, una obra que debe escuchar todo el público amante de lo extremo.

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Telos – Deluge (2023)
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Telos
(“fin” en griego) es una banda danesa de blackened post-hardcore, que suena a una mezcla entre Converge y This Gift Is A Curse, como para dar una idea aproximada. Debutaron en 2018 y, desde ese entonces, vienen explorando territorios donde se cruzan con colegas como Hexis e Implore, solo por nombrar algunos. “Deluge” es su segundo full-length y da mucho de qué hablar. El line-up del grupo es: Victor Kaas (voz), Phillip Petersen (guitarra), Viktor Ravn (guitarra), Niels Hammer (bajo) y Emil Lake (batería).

El quinteto con base en Copenhague lanzó un trabajo de una brutalidad implacable. “Within Reach” ya presenta los rasgos esperables dentro del estilo y algunas particularidades de estos escandinavos. La voz es rabiosa, la batería va desplegando ritmos de cambios vertiginosos acompañada por un bajo potente y ajustado, pero lo que más sobresale es la construcción de los riffs de guitarra: en un solo track se escuchan tantos, y tan buenos, que resultan una promesa para el resto del disco. “Bastion” nos coloca ante extremos más guturales en el canto y machaques reminiscentes de lo que hoy suele llamarse “djent”.  A continuación, “Never Me” es un caos envolvente donde el sonido adquiere matices más modernos y nos sorprenden nuevos riffs de gran calidad. Hasta hay un momento bastante introspectivo en la mitad de la canción.

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“I Accept/I Receive” empieza con toda la fuerza, bajando la velocidad para asestar golpes más profundos, aunque los pasajes acelerados siempre aparecen. Otro tramo vuelve a captar nuestra atención, con líneas instrumentales minimalistas, que recuerdan mucho a las influencias post-hardcore de la banda. Lo que hacen las guitarras llega a ser delicioso. La variedad de líneas con distintas técnicas que se superponen en capas amerita una mención especial, sobre todo porque se trata de una música directa, sin intenciones de experimentación. El track cuenta con el aporte vocal de Rikke Emilie List.

“I’ve Been Gone For So Long” tiene un aura deathcore, y es bienvenida. Algo de ese halo se extiende a “Lapse” y daría la impresión de que el álbum se va tornando más pesado conforme se acerca el final. “As Atlas Stumbled” inicia con cierta melancolía para luego desatar un torbellino de tintes mathcore. Así llega el track terminal, “Throne” que tiene a Christian Bonnesen de LLNN –otra bestial banda danesa en ascenso- como cantante invitado. Las guitarras siguen cautivando con su labor, hasta nos entregan trémolos nostálgicos. A lo largo de todo el álbum, que dura poco más de media hora, es casi inevitable que la imaginación nos transporte a un concierto con un mosh en ebullición.

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Curse of Cain – Curse of Cain (2023)
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Este 12 de mayo, de la mano de Atomic Records, se estrena el álbum debut de la banda sueca Curse of Cain. El mismo esta compuesto por 9 canciones que todo seguidor de este genero va a apreciar, un sonido fresco desde el inicio al fin del disco.

Curse of Cain ha adoptado una temática en especial, buscando una mezcla entre lo futurista y lo bíblico, a lo largo de las canciones vamos comprendiendo como el principal personaje del que se habla tiene un objetivo a cumplir y una serie de vivencias y emociones que se ven reflejadas en el paisaje sonoro que acompaña la letra. Sin embargo los integrantes de la banda no se ponen en la piel de Cain, sino que él esta allí, merodeando cerca, entre las sombras, oyendo quizás cada una de estas historias. La banda ha optado por adoptar trajes y ser parte del escenario post apocalíptico que muestran tanto en la portada como en toda la temática de este trabajo.

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La cantidad de elementos sonoros que tiene cada una de las canciones de este álbum te hace formarte una película muy clara de ver. Coros y voces limpias bien usadas. Las cuerdas, todo el sonido del bajo tiene una ejecución que llama la atención ya que fusiona muy bien la oscuridad de las notas con un cierto dejo de allegro que suena de fondo. Son la mezcla y el buen uso de todos los sonidos electrónicos los que se llevan los aplausos en este trabajo, ya que son los que dan el toque de “futurismo” a cada melodía, resalto el hecho de que han sido bien incorporados, ya que no opacan a la percusión, ni a los coros, acompañan y dan color a la historia que se conforma. Personalmente si tengo que destacar una canción del álbum seria “Alive” es una canción necesaria en la playlist de todo ser humano.

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Cathari – In God’s Infinite Silence (2023)
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Cathari
es una banda de Filadelfia que salió a la luz en 2019 con un excelente disco debut “Corporeality”, logrando llamar mi atención en medio de la marea incesante de música que llega a mis oídos cada año. En ese entonces, su particular doom metal con algunos rasgos de black (solo por usar categorías a modo referencial) me atrajo por los profundos sentimientos que evocaba en mí su angustiante existencialismo y el equilibrio tan sutil que conseguía entre un rock casi reminiscente de The Doors o Nick Cave & The Bad Seeds y momentos pesados magistralmente elaborados. Ese primer trabajo había sido editado por Seeing Red Records; ahora el lanzamiento es independiente.

Tras una pandemia sin precedentes, algunos cambios de line-up y en las vidas personales de sus integrantes, el grupo retorna lanzando otro álbum, sin pretensión alguna más que entregarle al mundo una nueva versión de sí mismo; y la transformación es sublime: una verdadera reencarnación. Esto no debe ser casual. Los cátaros fueron una secta cristiana que profesaba un dualismo en el que todo lo material representaba el mal: el cuerpo era el infierno. Creían en la reencarnación como proceso de autoconocimiento hasta la liberación del alma. Practicaban el vegetarianismo y se oponían a la procreación, pues, claramente, renegaban del reino de la carne. Al ser considerado un grupo herético fue perseguido por la Inquisición hasta desaparecer lentamente. En la actualidad, la banda está formada por Magdalena Stephens (voz, composición y noise), Kevin Nolan (guitarra principal), Ty Miller (guitarra rítmica y noise), Zack Van Sant (bajo) y Michael Quigley (batería y composición).

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Las letras escritas y cantadas por Mag Stephens siempre tuvieron un rol protagónico en el arte de Cathari y el sufrimiento fue y sigue siendo su inspiración constante. En este disco son menos abstractas y retratan de manera más visceral los padecimientos de la experiencia humana. Esto ya es evidente en “Wolves in a Cage”, una melancólica canción que resulta muy similar a lo hecho por el grupo en el disco anterior. La voz y su mensaje son centrales, con un acompañamiento instrumental bastante minimalista, en la medida justa para que todo sea intensamente emotivo. Luego “Berks” sigue recorriendo el mismo camino, dando la impresión de que todavía nos encontramos ante la misma banda que nos brindó su primer disco hace unos años, algo que pronto demostrará ser ilusorio. Cada elemento de la música empieza a desplegarse con más ímpetu, como si la potencia fuera in crescendo, y cuando la batería se acelera y aparecen los gritos desesperados, ya empezamos a ver los nuevos colores y formas de la mariposa nocturna que atrás dejó el capullo.

La brutalidad de “The Tipping Point” sorprende gratamente. La voz gutural es salvaje y el riff de guitarra es de una contundencia despiadada. No quedan dudas de que Cathari es una nueva criatura, mucho más tenebrosa en su expresión. La ejecución de la batería es implacable y resalta como uno de los cambios más relevantes en comparación con todo lo hecho previamente por el grupo. “Children of Men” disipa un poco la furia, pero nos guía hacia una introspección que nos llena de tristeza. Ese ánimo reflexivo no tarda en desatar la ira, algo que se siente como una consecuencia natural. La crudeza del canto, la sutileza perfecta de las guitarras y el bajo, y la expresividad de los recursos percusivos son destacables, pues logran hacer vibrar las fibras más íntimas.

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“Beautiful Boy” fue el single elegido para anticipar la salida del álbum, y es mi track favorito, el que expone con más fuerza el desarrollo de la banda. Stephens demuestra una versatilidad e histrionismo abrumadores, para materializar una narrativa que también es forjada por los golpes impiadosos y repetitivos que asesta el conjunto instrumental, sin dar respiro. Así llegamos al final con “In God’s Infinite Silence”, que tiene una larga introducción casi industrial hasta que emerge una sonoridad propia del doom, lenta y oscura, con rasgos de lamento y clamor exhausto. El trabajo vocal sigue siendo extraordinario, alternando momentos cavernosos con otros de canto melódico de fugaces matices ceremoniales.

Este segundo trabajo de Cathari prueba que la banda ha madurado en todo sentido, lo que implica mantener su esencia perfeccionando cada aspecto de su arte: la amplitud creativa, la apasionada diversidad vocal, la interpretación de cada instrumento y la concepción filosófica que manifiesta. “IGIS” ya forma parte de mi lista de los lanzamientos musicales de este año y lo recomiendo absolutamente.

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Sunrot – The Unfailing Rope (2023)
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Sunrot
es una banda estadounidense, oriunda de New Jersey, que afirma ejecutar un “compulsive post noise power sludge”. Considerando el valor de las categorías que se usan para etiquetar la música, me parecen bienvenidas las que inventan las personas que la componen. “The Unfailing Rope”, editado por el sello Prosthetic Records, es el segundo full-length del grupo, que también publicó varios EPs, splits y participó de compilados. Su line-up es: Lex Alex Nihilum (voz), Christopher Eustaquio (guitarra), Rob Gonzalez (guitarra), Ross Bradley (bajo) y Alex Dobrowolski (batería). El álbum fue grabado y mezclado por Scot Moriarty de la banda grindcore Organ Dealer, y masterizado por Magnus Lindberg de Cult Of Luna.

El compromiso político siempre fue una característica de Sunrot, entre muchos otros motivos, porque forma parte de una nueva generación de bandas que tienen integrantes, no solamente provenientes de familias inmigrantes, sino que también son personas trans o con identidades de género no binarias. Otros ejemplos son Body Void, Cathari y Sigils. También tienen contactos con grupos que comparten el espíritu revolucionario como Ether Coven y Pig Destroyer. Este álbum en particular está dedicado “a la memoria de Brian ‘Pork’ Dodgeson, Olga Miller, Maxx Ortiz, y quienes perdieron sus vidas por las fallas sistemáticas de la racista, clasista y aborrecible guerra contra las drogas”. También “a toda la gente luchando contra la opresión y que todavía cree que un mundo mejor es posible.”

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“Descent” es un sample que funciona como introducción. Sunrot es una banda que hace un empleo profuso de samples y recursos que le dan un notable componente noise. “Trepanation” ya es una excelente demostración de lo que la banda puede ofrecer: riffs potentes de guitarra y bajo con mucha distorsión y fuzz, una batería versátil y precisa, y una voz furiosa. Scot Moriarty aparece en unos fragmentos recitados.  Sigue “Gutter”, que arranca a pura ira y suma nuevas voces, en esta oportunidad, las de Bryan Funck y Emily McWilliams, esta última especialmente encantadora. Todo vuelve a sonar con tremenda contundencia: Sunrot es un grupo al que le sobra energía.

“The One You Feed Pt. 2” es mi canción preferida del álbum. Es relativamente corta en comparación con el resto, pero tiene un riff sencillo, poderoso y emotivo. “The Cull” es un típico interludio noise que nos lleva hacia “Patricide”, mi otro track favorito del disco, no solamente por la música en sí misma, sino por la letra que ataca frontalmente al orden patriarcal que sigue imperando en todas las sociedades contemporáneas. Blake Harrison de Pig Destroyer colabora con la electrónica. Luego, “Tower of Silence”, el track más extenso, incluye machaques demoledores y tiene una potencia descomunal.

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“Love” contiene un sample tomado del discurso (brillante y profético, según la propia banda) de James Baldwin, novelista, dramaturgo, ensayista, poeta y activista por los derechos civiles estadounidense, que siendo negro y homosexual, se encontraba en una situación en la que podía vivenciar en carne propia las desgracias de la discriminación. Sus palabras están acompañadas por todo un fondo de ruidos estridentes que se vuelven casi ensordecedores. Así concluye un muy buen segundo trabajo de una banda en franco ascenso.

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Predatory Void – Seven Keys to the Discomfort of Being (2023)
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Predatory Void es un nuevo proyecto que empezó a tomar forma cuando Lennart Bossu (Amenra, Oathbreaker) se encontró componiendo material que no encajaba para Amenra, mientras Oathbreaker continúa en un hiatus. A esta altura ya no es ninguna novedad que en Ghent, Bélgica, existe una escena efervescente cuando se trata de música pesada. Entonces, Bossu convocó a artistas de la zona, incluido su compañero bajista en Amenra, Tim De Gieter. Se sumaron la cantante Lina R (Cross Bringer), Thijs De Cloedt (ex miembro de Aborted) como segundo guitarrista y Vincent Verstrepen (ex Carnation) en batería. Ya desde el line-up era esperable una propuesta más extrema, y dicha expectativa se cumple. Editado por Century Media Records, el debut de Predatory Void es impactante.

Obviamente, las influencias tanto de Amenra como de Oathbreaker son notables: Bossu forma parte de ambas bandas. Sin embargo, este nuevo grupo de blackened doom metal tiene muchos elementos de death metal al estilo de Ulcerate, solo por dar una referencia. “Grovel” posee algunos de los momentos más rabiosos y los riffs más afilados, casi al estilo de Slayer. La voz de Lina R es brutal, y los coros guturales a cargo del bajista son profundamente cavernosos. Los blast-beats y el doble pedal de la batería son implacables. “*(struggling..)” empieza siguiendo la misma senda, hasta que todo se enlentece, aparece el canto limpio y melódico, y las guitarras adquieren esa sonoridad mucho más sludge. El bajo ofrece siempre un fondo sólido inclaudicable, aunque va variando los efectos empleados.

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“Endless Return to the Kingdom of Sleep” tiene un comienzo ominoso, la voz alterna pasajes hipnóticos con otros de ira temeraria. Los cortes que anuncian una aceleración vertiginosa son los que marcan una clara diferencia con lo hecho por los otros grupos de Bossu. Se impone un machaque aplastante, que invita a un intenso headbanging. Las guitarras también recurren al trémolo más típico del black metal. Luego, “Seeds of Frustration” es una canción con guitarra electroacústica y voz melancólica que remite a lo más esencial del doom. Funciona como una suerte de interludio a modo de respiro.

“The Well Within” recupera toda la furia de los tramos más violentos, entramada con esos toques de angustia que Bossu sabe traducir tan bien al lenguaje musical y que son la marca definitoria de Amenra. El despliegue de la percusión es destacable a lo largo de todo el álbum, caracterizado por los cambios de ritmo en tracks relativamente largos con enfoque progresivo, algo que también se refleja en “Shedding Weathered Skin”, canción en la que los coros de De Gieter se destacan nuevamente.

Todo termina con “Funerary Vision”, que tuvo su propio videoclip animado dirigido por el célebre Dehn Sora, muy conocido por sus colaboraciones con Amenra. De hecho, se trata de la canción que más fuertemente puede asociarse con la banda originaria de Bossu y De Gieter, y el video también recuerda mucho al de “De Evenmens” del último disco de Amenra, “De Doorn” (2021). De todas maneras, hay que decir que el track tiene segmentos de una agresividad que los referentes del post-metal no alcanzan (ni buscan, al menos por ahora). Esta canción final es mi favorita del todo el álbum junto con “Grovel” y “Endless Return to the Kingdom of Sleep.” Estos tres tracks fueron los seleccionados como singles para tener sus respectivos videos, junto con “*(struggling…)”, lo que podría dar cuenta de que Predatory Void tiene claras sus fortalezas: las bases para un futuro prometedor.

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Depeche Mode – Memento Mori (2023)
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Dada la particular importancia de este disco, era necesario dejar pasar el tiempo y las escuchas atentas para brindarle toda la dedicación necesaria a su reseña. Esto es así por varios motivos: es el primero tras el fallecimiento de Andrew Fletcher, miembro original de Depeche Mode, ocurrido el 26 de mayo de 2022, que no es poca cosa tratándose del decimoquinto álbum en una carrera que comenzó a principios de la década de los 80. A su vez, hablamos de una banda que, hoy conformada solamente por Martin Gore y Dave Gahan (más los acompañantes ya habituales hace varios años) se ha desarrollado de manera tal que, desde sus comienzos como un proyecto synthwave bastante naive, llegó a convertirse en un grupo que se ubica entre los máximos referentes del darkwave y el rock electrónico, con una estética oscura y en el que la guitarra eléctrica siempre tuvo gran protagonismo. La batería también se convirtió en un instrumento muy presente, y algún bajo ocasional, fueron dándole al conjunto un semblante que trascendía lo “tecno” mediante los clásicos sintetizadores y la programación.

No caben dudas de que Depeche Mode es una de las bandas más famosas e icónicas de la música popular desde hace más de cuatro décadas y logró cautivar a un público que también puede abrevar en el metal. Más allá de la audiencia, es innumerable la cantidad de grupos de este género que recibieron la influencia de los ingleses, y es destacable el número de covers que han interpretado. Entre las bandas que hicieron sus propias versiones de canciones de DM podemos nombrar a Deftones, Rammstein, Marilyn Manson, Converge, In Flames, Samael, A Perfect Circle, The Dillinger Escape Plan, Moonspell, HIM y Lacuna Coil.

Como sea, “Memento Mori” merecía la garantía de las múltiples escuchas vivenciadas en diversos contextos a lo largo del tiempo. Que muera un integrante fundador, un amigo, es un golpe demasiado duro, y decidir darle al disco un título latino que nos recuerda que todos y todas vamos a morir en algún momento, implica un mensaje pesado. Pero así como la frase elegida suele ser complementada con “carpe diem”, que nos invita a vivir cada día al máximo, Depeche Mode juntó fuerzas para seguir adelante y hacerlo en grande. Entonces nos hallamos ante un recordatorio de que, ante la fugacidad de la vida, debemos gozar tanto como podamos, aprovechando cada momento.

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El impacto de la pérdida de Fletcher generaba dudas en cuanto al nivel creativo que este nuevo trabajo podía tener, más aun considerando que algunos de sus antecesores no habían sido muy favorecidos por el público y la crítica en el marco de una discografía que brindó al mundo muchos clásicos que ya forman parte ineludible de la cultura pop. No obstante, aparte de mencionar esto, en lo personal debo decir que no creo que la banda tenga un solo disco de baja calidad: son todos excelentes y “Memento Mori” no es la excepción.

“My Cosmos Is Mine” es un track muy introspectivo, lento y denso, una suerte de admonición en medio del duelo. Está construido con pura electrónica y el canto del dúo protagónico que, a esta altura, ya es legendario. La misma fórmula sigue en “Wagging Tongue”, aunque el ánimo cambia levemente, sobre todo por el ritmo, que empieza a generar esa ambivalencia tan esencial a la nostalgia. Las letras también expresan esa tensión constante que, justamente, es la fuente de la motivación por hacer lo que pueda darnos felicidad: ser conscientes de que debemos tener un fin, tanto en el sentido de construir un sentido para nuestra existencia, como en el de la inevitabilidad de la muerte. Y llega “Ghosts Again”, que fue el primer single con video propio. La guitarra, con ese estilo minimalista tan típico de Gore, hace su presentación magistral, y el mensaje del álbum se expresa con más potencia que nunca. He aquí una de las grandes virtudes de Depeche Mode: poder hacer que la gente baile canciones que le advierten sobre la finitud del ser. Algo muy similar sucedía, por ejemplo, con “Fly On the Windscreen” del disco “Black Celebration” (1986). Aquí caben dos comentarios. Por un lado, ese es uno de los encantos de todo el movimiento darkwave, incluso en sus manifestaciones post-punk (The Cure, Joy Division, Bauhaus, Siouxsie & The Banshees, The Sisters of Mercy, etc.). Por el otro, este álbum de DM tiene cierto halo de retorno a un sonido que puede vincularse con el de los principios del proyecto en la década de los 80.

En “Don’t Say You Love Me” la guitarra tiene un rol más sutil, en una canción con rasgos de lamento por la decepción amorosa. La atmósfera se agita un poco más en “My Favourite Stranger”, una dosis de angustia destilada, y aquí ya resalta una característica muy interesante: la mayoría de las canciones nos presentan las voces tanto de Gahan como de Gore. Ya sabemos que la combinación es alucinante, pero siempre hubo muchas que solamente tenían a uno de ellos como única voz. La escucha del disco completo confirma este atributo, que no es un detalle menor: diez de los doce tracks son cantados por ambos.

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“Soul With Me” es la única canción donde nos encontramos con Gore como cantante en solitario, con un clima casi de blues. “Caroline´s Monkey”, ya desde el título, tiene un enfoque metafóricamente más arriesgado, quizás levemente más “alegre”, porque la mirada está puesta, nuevamente, en alguien más, y esto resalta en medio de una obra tan intimista y reflexiva como este álbum. “Before We Drown” sigue en una veta similar, con algunos elementos que no suenan tan ominosos. El vibrato de Gore en los coros es maravilloso; lo ha sido históricamente.

Todo parece volverse un poco más “optimista”, tanto en el sonido como en la letra, al llegar “People Are Good”. Sin embargo, es más bien un aviso acerca de la ingenuidad que solemos tener en las relaciones con las demás personas. Esto parece un eco del hit “People Are People” incluido en el disco “Some Great Reward” (1984). “Always You” es una hermosa canción romántica, una de mis favoritas del álbum junto con “Ghosts Again” y la que le sigue “Never Let Me Go” (con una guitarra especialmente “rockera”). Hablando de ecos, no puedo evitar la asociación con “Never Let Me Down Again” de “Music for the Masses” (1987), al menos en cuanto al nombre. ¿Habrán sido inconscientes estos sugerentes retornos al pasado?

“Speak To Me” da un cierre intensamente emotivo, solo con la voz de Gahan. Queda claro que fuimos llevados a lo largo de un recorrido en busca de razones para seguir adelante, pensando en los vínculos humanos y toda su complejidad. De esta manera, “Memento Mori” se nos ofrece como una gran demostración de lo que Depeche Mode sabe hacer: canalizar lo que sea (y esta vez la prueba es notoria) con un virtuosismo artístico innegable, para entregarnos un trabajo que, sin dudas, estará entre lo más meritorio de este año en materia musical.

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Dødheimsgard – Black Medium Current (2023)
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Tras la salida del último álbum de Liturgy, que Dødheimsgard (DHG) lance su nuevo disco (el sexto) convierte al 2023, ya en el mes de abril, en una gloria para el black metal de vanguardia. Black Medium Current, editado por el sello británico Peaceville Records, es una obra que, dentro de la historia de la banda noruega, de alguna manera completa una trilogía con 666 International (1999) y A Umbra Omega (2015), dos trabajos totalmente asombrosos y rupturistas, aclamados tanto por el público como por la crítica especializada. El arte de tapa, a cargo de Łukasz Jaszak, parece una deconstrucción del de The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, justamente en el año de su 50° aniversario.

La grabación y mezcla fueron realizadas en Top-Room Studios por Matias Aaversen. Para las personas interesadas en saber más acerca de la historia y el proceso creativo detrás del icónico 666 International es recomendable la lectura (en inglés) de la entrevista a todos los involucrados publicada como “Dødheimsgard’s 666 International: An Oral History by Daniel Lukes” que forma parte de Black Metal Rainbows, un libro compilado por Daniel Lukes, Stanimir Panayotov y Jaci Raia, y editado este año por PM Press, en el cual se abordan las disidencias sexogenéricas y las corrientes progresistas (antifascistas, feministas, queer, etc.) dentro de la escena del mencionado estilo musical.

El grupo liderado por Yusaf Parvez, alias Vicotnik (esta vez responsable de la voz, guitarra, sintetizadores, electrónica y composición), tiene una trayectoria y una evolución artística comparables con las de sus compatriotas Ulver, aunque siempre es bueno recordar los momentos más experimentales de Mayhem o Satyricon. La formación del grupo en esta ocasión se completa con L.E. Måløy (bajo, piano, violonchelo, theremin y electrónica), Tommy “Guns” Thunberg (guitarra principal) y Myrvoll (batería). El disco, producido por el mismo Vicotnik, nos lleva a una exploración de la existencia desde el nivel psicológico hasta el cósmico, de un modo tal que se refleja en la diversidad sonora que nos ofrece.

Ya sabemos que DHG interpreta un black metal que incorpora elementos del jazz, el rock progresivo, la música electrónica y la industrial, y que elude en sus letras los tópicos tradicionales que siguen imperando dentro del género más difundido desde Noruega. Hay letras escritas tanto en noruego como en inglés. En ellas se tratan temáticas como la fragilidad de la construcción que cada mente hace de lo que es nuestra identidad y el universo que la rodea y la incluye, los límites de la percepción y la conciencia, las causas y consecuencias de las emociones, el sentido de la vida y de la muerte, las dimensiones de la existencia. Todo esto parece vincularse con la necesidad de Vicotnik de tratar la cuestión de la salud mental tras la pandemia, con un enfoque tanto estético como epistemológico.

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El recorrido por los infinitos espacios de lo que sea que llamemos realidad comienza con “Et Smelter” y guitarras electroacústicas y susurros que dan lugar al canto melódico, hasta que irrumpe la base rítmica marcada por blast-beats y un bajo sólido como un muro, sobre los que se despliega un trémolo que va mutando en varias expresiones de melancolía. La voz se torna agresiva. Promediando el track todo se vuelve relativamente calmo y hacia el final se destaca un teclado etéreo que termina en un pasaje casi de psicodelia funk con coros y un exaltado solo de guitarra. “Tankespinnerens Smerte” suena un poco más convencional para el género, aunque no por ello con menor expresividad. También se impone un cambio notable hacia la mitad de la canción, alterando completamente el clima, que vuelve a agitarse hacia la culminación. Queda claro que la composición avanza en capas, que progresa en texturas.

Sigue “Interstellar Nexus” y llegado este punto no puede evitarse destacar el virtuosismo evidenciado en la ejecución de cada instrumento. El trabajo vocal adquiere rasgos especialmente histriónicos. El ritmo se va transformando abruptamente y tiene momentos casi aptos para la danza. El aspecto tecno de DHG resalta más que nunca y, por si no fuera suficiente, el inicio de “It Does Not Follow” nos descoloca al ponernos frente a lo que bien podría ser parte de la banda sonora de una película de acción de la década de los 80’s, incorporando elementos synthwave, más allá de una base de bajo con mucho groove. Sin embargo, otra vez, nos sorprende un giro hacia una sonoridad a puro black. Esa “pureza”, no obstante, nada tiene que ver con la crudeza: hablamos de una música hecha por creadores que están mucho más allá de conformarse con una cualidad tan precaria.

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“Voyager” es un breve interludio de piano casi impresionista que nos transporta hasta “Halow”, tramo donde la oscuridad vuelve a reinar, una negrura tan perfecta que permite vislumbrar hasta los más mínimos destellos del colorido espectro de la luz al atravesar el prisma de las intenciones de Vicotnik. A modo de comentario que cabría hacer en cualquier punto del trayecto de este impresionante álbum, hay que resaltar la calidad del trabajo relativo a las voces, la superposición de distintos timbres, la armonización y la alternancia de técnicas para cantar (con reminiscencias de King Diamond y Attila Csihar). Lo mismo sucede con cada pasaje en los que el bajo brilla y capta la atención. Domina un sentimiento de angustia mezclada con una extrañeza tan inconmensurable que quizás permita encontrar solaz en la incertidumbre.

Todo se convulsiona en “Det Tomme Kalde Morke”, donde lo que hacen los sintetizadores vuelve a impedir que lo que se escucha sea solamente black metal. Este fue el segundo corte de difusión con un videoclip animado creado por el propio Vicotnik. Es imposible exagerar la impactante labor de las guitarras en esta maravillosa obra que es “Black Medium Current”. A veces recuerdan al estilo de Euronymous y de Blasphemer, pero sobre todo al de Satyr. “Abyss Perihelion Transit” fue el primer single con video propio, realizado por el ya célebre dibujante Costin Chioreanu. Es uno de los tramos más alucinógenos del opus que estamos analizando. Tiene una actitud casi hippie, y no tengo prejuicio alguno al emplear este adjetivo. Hay ecos de esas “vibras” que buscaban la paz en la expansión de los poderes psíquicos y el amor libre de las cadenas forjadas por los poderes que siempre fueron las fuentes de toda opresión.

El cierre está dado por “Requiem Aeternum”, donde surge un ambiente dramático, casi operístico, en el que las teclas y el violonchelo tienen tanta importancia como las voces, para evocar una tristeza como la que se vivencia al fin de cada viaje que cambia nuestras vidas. No queda más que sumarme a las multitudes convencidas de que este disco estará entre lo más destacado del año en curso. Se recomienda la escucha a cada espíritu rebelde y amante de la música de alto vuelo.

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